⌲ Should have know better
❝ Sé mi descanso
Sé mi fantasía❞
Escuchó la discusión de los patrones y prefirió aguardar en el establo. Lo había hecho cada día de estas dos últimas semanas. Al parecer, la familia Min tenía conflictos con su hijo menor. A Jimin no le importaba, a decir verdad, ni siquiera lo conocía. Pero el tener que esperar a que los señores Min terminen su discusión le restaba tiempo del día que ocupaba en labores de su casa. Y ni siquiera le daban un extra de sueldo por la molestia, aunque la señora Min le preparaba una canasta de la comida que sobró. Solo por eso se quedaba a gusto en el establo, conversando con la alazana.
Esta era su confidente.
—Lo he hecho de nuevo —susurró, pasando una mano por el lomo de la yegua, que pateo suave con los casos—, no puedo controlarlo. Jihyun cree que aún estoy enfadado por dejar la escuela, pero no es eso.
Con el accidente que sufrió su padre y lo obligaba a trabajar medio tiempo, el dinero que ingresaba al humilde hogar de los Park se redujo lo suficiente para preocuparlos. Jimin, por ser el mayor, decidió apartarse de sus estudios —que de todos modos no lo conducían a una carrera en facultad— para trabajar. Fue gracias a su amiga, Seulgi, que consiguió este empleo con los Min. Allí se ocupaba de las labores del establo, de arreglar el cercado que derribó la última tormenta y hacer las compras en el pueblo. A veces también le tocaba hacer de plomero, porque si bien los Min eran una familia adinerada, no soltaban un centavo de más. De ahí que sus instalaciones de agua fueran tan inestables, por antigüedad y baja calidad.
Lo que sea, él tenía un sueldo decente. Podría ser peor, se dijo, porque trabajar en la estación ferroviaria era reducirse a ser mangoneado y ser pagado con miserias. Y había oído rumores de que solo los niños trabajaban en la iglesia. De todos modos, él no iría a la misa ni aun teniendo libre el domingo. No creía que fuera prudente, a juzgar por la otra razón por la que dejó la escuela. Un motivo que le avergüenza y que, por desgracia, lo delata en sueños.
—Lo siento, muchacho —le asustó la voz del señor Min que se asomó por el establo—, aquí traigo tu cobre.
—Gracias, no se preocupe —sonrió, luciendo apacible aunque tenía miedo de que este haya oído que hablaba con la alazana y creyera que está loco.
Salió del establo, despidiéndose en silencio de los animales y prometiéndose no olvidar traer a Jihyun a que los conozca. Su hermanito adoraba a los animales y, ya que estaba, le daría una mano en limpiar el suelo. Miró una última vez la pila de estiércol y la viruta limpia a un lado. Hoy no fue del todo productivo porque tuvo que refaccionar el baño principal de la casa, por lo que pospuso esa tarea para mañana. Aun así, empezó a disculparse por no acabar con la limpieza de los puestos.
—Sí, sí —lo cortó el señor Min—, de eso te encargas mañana.
Min Byungi no era un mal patrón. Ni un mal hombre. Solo que sus modos eran hoscos, y tan parco de palabras parecía siempre enfadado. Jimin aprendió a no sobresaltarse cuando habla con él, tan habituado como está a los tratos por demás afectuosos de sus padres.
—Claro que sí, patrón —recibió la paga, enrojeciendo cuando también le ofreció la canasta de comida—, muchas gracias.
—Bien ganado lo llevas —hubo un atisbo de sonrisa previo a la seriedad asustadora de cada vez. Jimin creyó que estaba listo para darse la vuelta a irse, pero el señor Min lo detuvo—. Mira, muchacho, mañana te necesito antes de que amanezca, ¿es eso un problema para ti?
—No, claro que no, patrón.
Se preguntó para qué, pero no era bien visto que cuestione al jefe. Sin embargo, y por fortuna, este ofreció más información del encargo.
—Necesito que te llegues temprano y prepares el carro, ¿sí? —Jimin asintió—, partiremos ni bien salga el sol. Tenemos que llegar a la estación antes que el primer tren, recogeremos a mi hijo menor.
Acordó estar puntual, guardándose para sí la curiosidad.
+
Con sueño y frío, Jimin condujo el carro hasta la estación. El señor Min no platicó durante el camino, no que Jimin esperase que el hombre amaneciese conversador. Aun así, no era un silencio parco habitual. El patrón lucía más serio que de costumbre, incluso un poco tenso. No era lo típico, pensó él, para tratarse de un padre que lleva poco más de tres años sin ver a su hijo. A Jimin lo reciben con abrazos cada tarde al regresar del trabajo como si llevasen meses sin verse.
—Gracias, puedes dar la vuelta y esperarnos en la saliente —señaló Byungi—. Así partimos de inmediato, ¿sí?
—Sí, patrón.
Obedeció, dejando el carro dispuesto para la marcha. En lo que aguardaba, bostezó y se acurrucó bajo el abrigo prestado de su padre. Ya vieja, la tela del saco dejaba entrar el fresco de la mañana. Sin embargo, no aceptó más abrigo porque ya una vez se pusiese a palar el establo entraría en calor. Aunque sí que aceptaría un té bien caliente, dulce, para quitarse la languidez y espabilar. Ni siquiera pudo prepararse algo porque despertó asustado de llegar tarde. Fue cuando se perdió pensando en desayunar que oyó que alguien le silbaba. Miró en dirección al llamado, dando con un muchacho pelinegro de ceño fruncido. Por el gesto enfurruñado y el parecido con la patrona fue que lo reconoció, este debía ser Min Yoongi.
—Buenos días —saludó, carraspeando porque su voz estaba algo ronca—, espero haya sido un buen viaje el suyo.
—¿No vas a subir mi equipaje?
—¿Eh? ¡Oh, sí, patroncito! Disculpe, ha sido un error mío —Jimin se preocupó por su falta y se apresuró a bajar cuando fue interrumpido por el señor Min.
—No, muchacho, deja que mi hijo se ocupe de sus pertenencias —el patrón se subió al carro, cruzando las manos sobre sus piernas y mirando al frente.
Jimin vio de padre a hijo, intuyendo que si el viaje a la estación fue tenso, el de regreso a la casa sería peor. Buscó sonreírle en disculpa al hijo del patrón, pero este apretó más los de por sí delgados labios antes de subir el equipaje. Tardó lo suyo porque eran varias maletas y cajas, además que lucían pesadas. Cuando acabó un sonrojo parte del esfuerzo y parte del enfado —supuso Jimin— le restó palidez. Notó que en esto se parecía más al patrón, en su tono de piel y en su pequeña nariz de botón.
—Ya —apremió este y Jimin se sonrojó, pero lo suyo era por ser pillado viéndolo por demasiado rato.
Enderezó la espalda, volviendo el cuerpo al frente y deshizo el camino hasta la casa Min.
+
Más tarde ese mismo día, Jimin volvió a cruzarse con Min Yoongi. Ya estaba a punto de irse a casa cuando el hijo del patrón despertó y salió de la casa rumbo al establo. Jimin fue nuevamente encontrado hablando con la alazana. Al ser pillado, atinó a sonreír con inocencia. Claro, compuso una imagen graciosa dado que tenía viruta enredada en el cabello y su overol estaba seco de barro y estiércol —por las resbaladas que acabaron en caídas mientras limpiaba.
Yoongi lo estudió unos segundos que a Jimin lo incomodaron lo suficiente para removerse en su sitio. Aun así, no desvió la mirada porque no quería parecer maleducado. Consideró sí rezar porque un hueco se abra del suelo y lo esconda del escrutinio. No sucedió, por supuesto, pero imaginar que sí le hizo sonreír un poco más.
—Eres todo sonrisitas, ¿te pagan también por eso o qué?
—No, yo solo estaba siendo amable.
—Lo sé, ten, pago y sobras.
La manera en que lo dijo hizo que Jimin componga una mueca, sin evitarlo. Se adelantó para tomar lo ofrecido, evitando la mirada entre molesta y divertida del otro, aunque no funcionó cuando este retuvo la bolsa de tela donde, según se olía ya, había estofado. La tripa se le revolvió, hambriento y humillado a partes iguales por lo que respiró hondo y se mordió los labios antes de enfrentar al hijo del patrón.
—Gracias, patrón —pronunció con toda la educación que se le enseñó, aun cuando el receptor de tales cortesías solo bufó.
—¿Cuál es tu nombre? No nos presentaron hoy —o más bien, pensó Jimin, no te molestaste en ser agradable para ello—. Yo soy Min Yoongi, no patrón, ¿escuchaste?
—Disculpe, Min Yoongi —balbuceó, sonrojado ahora por un brote de enojo—. Mi nombre es Park Jimin.
Yoongi apenas asintió, dejando ir por fin la bolsa y dándose la vuelta. No sin antes, sin embargo, decirle a Jimin una última cosa.
—Te me haces muy bonito como para palear mierda, Park Jimin.
A Jimin se le diluyó el enojo y pronto un pronunciado pavor lo dejó lívido.
+
Al día siguiente sus pasos fueron lentos, pesados, rumbo a la casa de los Min. Lo que le había dicho Min Yoongi lo asustó tanto que apenas pudo dormir. Sí, quizá exageró. Pero, ¿y si no? ¿Y si entendió lo que este dijo tal cual lo dijo? Porque fue una burla, eso era claro. Aunque también una admisión: le parecía bonito. No se usaba esa palabra para los chicos. Tampoco es que Jimin sea un entendido. Aun así, bonitas eran las niñas. Las de su escuela lo vivían comentando, al punto de aprenderse que, cuando le decían algo de ese estilo a un chico, lo que sucedía a continuación era que lo golpeaban y humillaban por ser... una niñita.
Llegó todavía rumiando ese pensamiento, y nada sirvió que por la tarde debiera ir a hablar por su hermanito en la escuela. Si dejó estudios, además de las razones obvias de falta de dinero en su casa, fue por el profesor Kim Seokjin. Este había sido una de las razones de peso para no sentir culpa de abandonar su educación. Aunque quedarse solo lo trastornaba más, sino ¿cómo se explica que aún sueñe con él? O que, en sus ratos libres, piense en las últimas conversaciones que tuvo con su profesor, cuando este lo alentaba a estudiar para obtener su titulación y así serle más sencillo un ingreso a estudios superiores y él, en tanto, solo percibía el gracioso movimiento de los labios de Seokjin al pronunciar, la curvatura de sus cejas, los pícaros ojos oscuros y la imponente postura que aquellos inmensos hombros le otorgaban.
Fue perdido en el recuerdo de su atractivo profesor que por poco choca con el hijo de su patrón. Min Yoongi, que sí lo estaba observando y esperando su llegada, lo retuvo de los brazos y lo enderezó.
—¿Caminas dormido o qué?
—Lo siento, señor —se apresuró a disculparse—, disculpe, buen día.
—Buen día para ti también, Park Jimin —de cerca, las pestañas oscuras de Yoongi empalidecían aún más sus mejillas y Jimin se obligó a apartar la vista—, espero no te importe que te acompañe este día. Seré tu sombra.
No eran gratas noticias, pero Jimin no podía argumentar nada al respecto.
—¿Oh?
—Sí, papá Min quiere que aprenda algo de labores de la granja para cuando él muera —se encogió de hombros, con tanta frivolidad que Jimin sintió un escalofrío—, no quise decirle que de suceder tal cosa lo primero que haría sería vender todo y marcharme a Japón. ¿Has estado alguna vez en Japón, Park Jimin?
Jimin ya había comenzado a buscar la horquilla para limpiar el establo. Yoongi anduvo detrás de él y recibió una pala aunque la cargó sin intención alguna de ayudar.
—Nunca, señor —era incómodo trabajar con alguien viéndote, pero Jimin no se fijó más en Yoongi cuando comenzó a remover la viruta sucia.
—Lo supuse.
—¿Qué hay de especial en Japón? —se atrevió a preguntar, porque peor que ser observado mientras remueve estiércol es ser observado en silencio mientras remueve estiércol.
La respuesta tardó tanto en llegar que Jimin ya no la esperaba. Así que se sorprendió cuando, viendo a Yoongi, este le sonrió con completa honestidad y dijo:
—Libertad.
+
Resultó que la compañía impuesta de Min Yoongi no fue del todo un fastidio. Solía ocurrir veces que Jimin estaba demasiado ocupado como para seguir cualquier conversación —no que estas fuesen más que interrogatorios de Yoongi— y recibía ayuda. Así fue que se encontró pasada la hora del almuerzo, descansando bajo la sombra de un árbol, con tiempo libre antes de ocuparse del cercado junto al gallinero. Y, cierto, llegar a tiempo a la conversación en la escuela de Jihyun.
Min Yoongi lo acompañó también en el almuerzo aunque la señora Min lo llamó para que se una a su mesa. Fue solo a retirar la comida y trajo extra para Jimin, que solo tenía un poco de arroz y estofado del día anterior. Jimin le agradeció, aunque no se sintió cómodo con la mirada que recibió de parte del señor Min cuando vino a buscar a su hijo antes de meterse a la casa.
—¿Sabes cabalgar? —Preguntó Jimin, por hacer charla luego de que se quedaron en silencio—, ¿es tuya la alazana?
—¿Paritegi? Sí —sonrió Yoongi, y su rostro pareció romper aquella tensión que se instaló tras el intercambio de este con su padre—. Y respondiendo a tu primera pregunta, claro que sé. ¿Cómo crees que escapaba de casa cuando crío?
Jimin rio, recostándose en el tronco del árbol y viendo arriba. Desde esa perspectiva, las ramas del árbol parecían un techado de hojas, donde pequeñas motas de luz se filtraban para dejarles llegar algo de sol.
—Eso debía ser divertido.
—¿Sabes tú? —Yoongi lo imitó, y de reojo, Jimin percibió que la sonrisa de Yoongi era tan clara como en su voz.
—No, no. Apenas me ocupo de ella y la saco a caminar un par de vueltas por el establo.
—¿Pero sabes o no?
—No, jamás monté a caballo —encogió los hombros, cruzándose de brazos—. Teníamos un potro en casa, adoraba a ese animal, pero debimos venderlo. No llegué a aprender.
Yoongi lo codeó.
—Te enseñaré.
+
Jimin llegó a la escuela con un nudo de nervios atorado en el estómago, pero se recompuso para golpear la puerta. A esta hora ninguno de los estudiantes estaría ya, ni siquiera en castigo, por lo que podría conversar con el profesor de su hermano sin interrupciones.
—Oh, pero mira quién volvió, ¿cómo has estado, Park? Pasa, pasa, por favor.
Kim Seokjin lo recibió con una afectuosa sonrisa que en nada ayudó a la causa de Jimin, pero se obligó a también mostrarse cálido. Después de todo, no había una real animadversión por el profesor. A excepción de que, para Jimin, esto corría a cuenta de sentimientos que guarda muy bien en su interior.
—Trabajando —respondió, algo torpe por lo que se corrigió—, digo, he estado bien, gracias por preguntar. ¿Y usted?
Rechazó la oferta de té y bollos que, sabía Jimin, él mismo profesor preparaba. A Kim Seokjin se le daba la cocina, además de la enseñanza. Incluso admitió espacio para una instrucción de cocinas, recetas tradicionales y económicas, para que los estudiantes, tanto niñas como niños, tengan adquiridos saberes del hogar. Jimin había aprendido recetas con entusiasmo, no Jihyun que no quisiera ni asomarse por la cocina.
—Haciendo lo que me gusta, así que no puedo estar más que bien, ¿eh?
—Sí, por supuesto —era fácil que te agrade Seokjin, pensó Jimin, lo cual en su caso no era algo positivo así que se ocupó de comunicar—. He venido por mi hermano, señor, no quiero hacerle perder tiempo. Él está enfermo, lleva días en cama y aunque el doctor fue a verlo todavía no estamos seguros de qué le ocurre. Es por eso que se ausentó de sus clases.
—Oh, pobre Jihyun, con lo que adora venir a clases —bromeó Seokjin, tratando de aligerar el ambiente, aunque enseguida se puso serio—. No debe preocuparse por las clases, que se encargue de recuperar su salud y ya luego vemos lo demás. Espero sea algo pasajero y pueda pronto volver a tratar con tu hermano y su terquedad por no copiar los deberes. Por favor, no dejes de decirme si necesitan algo, estoy aquí para ustedes, ¿de acuerdo?
—Claro, sí, sí, muchas gracias, señor.
Si Seokjin estuvo a punto de decir algo más, fue interrumpido por un toque en la puerta. Cuando se dirigió a ver quién llamaba, Jimin lo siguió porque ya sabía de quién se trataba. Min Yoongi tenía una expresión aburrida cuando lo vio salir y Kim Seokjin parecía divertido por lo mismo.
—No te hacía de nuevo en el pueblo, Yoongi-ssi.
—Ni yo, pero aquí me ves.
—Estás muy... —el profesor dudó antes de volver la vista a Jimin un segundo—, bien.
—Gracias —Yoongi endureció la mandíbula, como si aquello lo hubiera hecho enfadar—, vámonos, Jiminie.
Oh, vale decir que Jimin no accedió a ser acompañado, ni tampoco ser llamado de tal modo, pero ambas cosas sucedieron sin respetar su palabra. Sin embargo, como estaba agotado hoy, accedió a ser llevado en la alazana, hasta su casa. Se despidió de Kim Seokjin, que no dejó de ver a Min Yoongi aunque este no le devolviese la mirada. Le pareció extraño, sí, pero él también tenía sus propios asuntos como para fijarse en lo de los demás.
+
Los siguientes días fueron similares, Jimin llegaba a trabajar y Yoongi lo esperaba para ser su sombra. Aunque más cooperativo. Y, también, con el desayuno para compartir. Jimin había rechazado los primeros, pero Yoongi insistió tanto que aceptó. Además, no quería ser maleducado. Por lo que en esos días, que se volvieron semanas, pronto surgió una amistad. Y Jimin, que todavía se ponía nervioso por ciertos comentarios de Yoongi, entendió que estaba siendo injusto con este cuando solo parecía buscar animarlo, distraerlo.
Sobre todo, desde que Jihyun empeoró.
—Podrías venir conmigo —le comentaba Yoongi, con el rostro sonrojado del esfuerzo de cargar los maderos para el cercado—. Si tanto te gusta el dibujo, allá podrías conocer artistas muy talentosos que pintan por un par de monedas. Podrías hacerlo tú, tus dibujos son realmente impresionantes, Jiminie.
—No creo que pudiera dejar el pueblo.
—Tonterías, no puedes quedarte aquí para siempre —chasqueó Yoongi, asegurando el madero para que Jimin lo cubra de tierra con la pala—. Japón es...
—Lo sé, especial —rodó los ojos, había tal confianza ya. Yoongi rio, pateándolo sin intención de lastimarlo—. Oye, deja ya. Algunos no tenemos que irnos del país para encontrar la libertad, ¿sabes?
—Pues qué farsa es esa libertad tuya, Jiminie.
Terminaron de asegurar los postes, viendo que su labor estaba casi por finalizar. Jimin se alegró porque esto realmente era lo más pesado de hacer, aun con la ayuda de Yoongi, con quien pudieron adelantar rápido ya que el señor Min, por mucha voluntad que pusiese en ello, no tenía la fuerza de su hijo.
—¿A qué te refieres con farsa? —preguntó, dejándose caer en el suelo.
El césped estaba aplastado por sus recurrentes pisadas, y el fresco del cercano invierno le ayudó a descansar. Yoongi se sentó a su lado, abrazando sus piernas. Jimin lo vio desde el suelo, sonriendo cuando este le pasó el agua. Bebió con gusto, tan sediento como se encontraba fue lo suficientemente tonto para olvidar traer su propia agua.
—Tú y yo —dijo Yoongi, señalándolos—. No me vas a negar que estás escondiendo algo, al igual que yo.
Jimin se tensó, enderezando la espalda para sentarse también. Se recargó en sus brazos, tirándose en ellos para inclinar el cuerpo y poner el rostro al sol. Así tenía la excusa de cerrar los ojos. Por supuesto, esta mención de esconder algo le dio una punzada en el pecho. Porque sí, todavía tenía estos sueños de los que se avergüenza tanto, que le mortifican. Más aun ahora que el protagonista de ellos ya no es la persona que los originó, sino su nuevo ¿amigo?
—No creo que puedas saber si escondo algo o no.
Yoongi le acomodó los cabellos, barriéndolos de su frente. Jimin tragó saliva, sintiendo aquello como una caricia. Se alejó.
—Eres demasiado inocente, Jiminie.
Por muy tonto que fuera, se preguntó si es que Yoongi leía la mente. Pero no era posible tal cosa. Y se cuidó de no ser evidente en cómo le gustaba ver a Yoongi sonreír, o escucharlo leer —algo que hacían en sus ratos libres y por los que Jimin fue inmerso en literaturas extranjeras realmente impresionantes—; tampoco se le acercaba, dejando mucho espacio entre los dos aunque Yoongi sea propenso a exceder sus límites invisibles. Como ahora, que dejó caer un beso en su frente.
—¿Qué estás haciendo? —abrió los ojos, con el miedo en un instante asfixiándolo.
—Puedo verte, Jim, ¿sabes por qué? —Jimin sintió el aliento de Yoongi calentando su sien, pero se negó a voltearse en su dirección—. Porque al hacerlo, me veo en ti. ¿No me ves también?
Era confuso, pero Jimin no necesitó explicación. Y se sintió desconcertado, en la misma medida que aterrado. Por lo que se puso de pie casi de un salto, recogiendo la pala, martillo y herramientas que trajeron, y comenzó su marcha a la casa.
+
Otro día, Jimin estaba menos a la defensiva y se permitió montar la alazana en compañía de Yoongi, quien iba en un percherón recientemente adquirido por los Min. Había sido cosa de no permitir cualquier conversación personal para que Yoongi entienda que deje por la paz el tema. Jimin extrañó esos días en que podía conversar con la alazana sobre sus temores y sobre las preocupaciones que le aturdían la cabeza hasta durmiendo. Además, por si no tuviera ya de qué mantenerse alejado, su hermano que iba recuperándose, volvió a molestarlo con sus sueños. Y es que Jimin se maldecía por no poder callarse, ¿cómo de tonto era que hablaba dormido? O más bien, que se delataba.
—¿Quién es Yoongi, hyung? —Le había preguntado Jihyun cuando se coló a su cama—, lo llamas casi cada noche.
—Es mi patrón, y tengo que enseñarle cada labor que hago, pero se niega —buscó mostrarse fastidiado—. Es por eso que lo llamo tanto, supongo.
—No lo sé —Jihyun bostezó, acurrucándose con él para seguir durmiendo—. No parece que lo regañes, sueles sonreír cuando lo haces, como si te divirtieras.
Para cuando su hermanito se durmió, Jimin ya no tenía una pizca de sueño. Por eso, desvelado, accedió al paseo. De todos modos, terminaron temprano por ese día y él quería despejarse. Sí, iba con Yoongi, pero aun así, montar era una actividad reconfortante. Se perdía en el paseo, sintiéndose libre por lo que durase el paseo. Y no tenía que hablar con Yoongi, podía solo adelantarlo o quedarse un par de metros y pretender que está solo.
—Lo siento, Jiminie.
Yoongi se le cruzó en el camino cuando estaba a punto de irse. Jimin se mordió los labios, no queriendo tener otra conversación. Ya habían establecido una tregua, pero no lo suficiente para presionar más allá.
—Está bien, nos vemos mañana —Yoongi le extendió un papel—, ¿qué es esto?
—Mi poema favorito —se encogió de hombros, luciendo apenado.
Sin leerlo, Jimin lo guardó en su bolsillo y corrió a su casa.
+
El invierno llegó con cruel ánimo porque las ventiscas lo golpearon ensañadas en su trayecto a la casa de los Min. Y como tenía por costumbre estos días, se distrajo recitando un fragmento del poema que Yoongi le obsequió hace semanas:
Las flores del ciruelo
que pensé que iban a mostrar a mi hombre
no pueden distinguirse ahora
de la nieve que cae.
Según le explicó Yoongi, este poema era de Yamabe no Akahito. Un hombre. Y él podía no haber sido aplicado en lengua, pero entendía que este poeta se refería a otro hombre. No le fue difícil tampoco comprender por qué se lo ofreció Yoongi. ¿Era esa la prueba de que Yoongi veía en su interior como si fuese él un lago de aguas claras? Por lo menos, no mencionó nada más. Ese consuelo, lejos de serle motivo de alegría, por ratos lo entristecía.
—Buen día, muchacho —saludó el patrón, recibiéndolo con un par de cajas—. Hoy tendrás que ir hasta el pueblo, lleva esto al correo.
—De acuerdo, patrón, enseguida —Buscó alrededor, dando con que Yoongi no estaba por allí.
—Mi hijo no podrá estar contigo hoy —dijo el señor Min, como leyendo su mente.
¿Y si era cierto que era tan trasparente como para que todos viesen qué lleva escondiendo hasta de él mismo? Se sacudió ese miedo, era absurdo. Aun así, no evitó sonrojarse.
—Será mejor que me ponga en marcha para volver temprano.
El señor Min lo excusó, pero Jimin todavía tuvo problemas para prepararse. Al regresar, sin embargo, pudo dejar ir la preocupación cuando vio a Min Yoongi aguardando por él. Lo saludó desde el carro, y se ordenó a sí mismo no bajar corriendo. Tomó con calma el soltar a los caballos, guardarlos en el establo y limpiar el carro antes de también guardarlo. Cuando acabó, Yoongi le sonrió y le extendió un poco de jugo de fruta y unos panes tibios envueltos en tela.
—Perdón por no traerte el desayuno temprano —se rascó la nuca, genuinamente apenado—. Es que no estaba listo para verte.
—¿Y eso?
Yoongi lo tomó del brazo, conduciéndolo más adentro del establo. Jimin lo siguió, confundido por la actitud del chico. Aunque todo se perdió cuando sintió a Yoongi tomarlo del rostro para besarlo. Una presión firme, tibia y que sabía a pulpa de frutas. Fue tan fugaz, que Jimin hasta lo creyó imaginado. Solo que el cosquilleo en sus labios le aseguró que fue real, tanto como el vuelco en el estómago, el trote acelerado de su corazón y el profuso sonrojo que lo acaloró.
+
Para Jimin ese había sido su primer beso. Ni en la escuela se permitió jugar como los demás chicos que buscaban excusas para estar con las chicas. Y era obvio por qué. Estaba cansado de mentirse. No es que le parecía tonto, es que no eran ellas las que él deseaba besar. Ni tampoco ellos. Era a Kim Seokjin, su profesor.
Al principio, ni siquiera notó que este le gustaba. Pensó que era admiración, lo cual sí sentía, por el profesor que sabía tanto y, aun así, ofrecía este conocimiento con tanta facilidad y carisma que parecía que cualquiera podía aprender. Y lo hacían, a diferencia de con otros profesores, las clases de Kim Seokjin eran las que ofrecían una taza alta de resultados. Y no que restase exigencia, pero acompañaba tal con una simpatía propia de su carácter que contagiaba a todos.
Y los enamoraba.
Las niñas le escribían cartas, le regalaban pastelillos, lo invitaban a cenas a sus casas. Los niños lo invitaban, en cambio, a unirse a los torneos de juegos de los domingos tras la misa, lo hacían partícipe de bromas. Y Seokjin respondía a todos con una sonrisa preciosa y con la amabilidad que lo caracterizaba, no sin ciertas travesuras que también lo identificaban un poco como el bufón entre los profesores. A Jimin le caía tan bien que no se dio cuenta cuándo es que empezó a verlo como un hombre y no solo el profesor.
Y es que Kim Seokjin, nadie podía cuestionarlo, era guapo. Alto, de movimientos elegantes, propios de su formación y crianza, y con una personalidad atractiva. No era un sabelotodo, pero sabía tanto que podías creer que sí y aun así, era humilde para no hacer sentir de menos a nadie. Tenía, claro, también atributos físicos que acompañaban sus muchas virtudes y es que su rostro lucía redondeado, como en eterna juventud, y con rasgos que endurecían su expresión para recordarte que era un hombre. Los labios tan gruesos como los del propio Jimin, y unos ojos oscuros que, lejos de opacar su rostro, lograban una profundidad tal que te sentías atrapados por ellos.
Jimin se enamoró tan fácil que cuando los sueños comenzaron no dejó de sonrojarse en cada ocasión que el profesor llamaba su atención. Y aunque era algo habitual que Seokjin bromee con él, Jimin comenzó a confundir esto con interacciones de otro tipo. Unas que nunca tampoco experimentó, pero gracias a Yoongi pudo nombrar como coqueteos. Y así, los sueños, que eran parte de su crecimiento hormonal, se volvieron más explícitos. Y lo incomodaba lo que sentía por otro hombre.
Hasta que conoció a Min Yoongi.
Y así, el foco de atención de Jimin viró abruptamente a otro punto. El hijo de su patrón llegó sin ninguna pretensión de ser amistoso. De hecho, en el pueblo todos comentaban que no entendían por qué es que volvió. Lo rechazaban y no fue hasta que Jimin pasó tiempo con él que entendió por qué tales reacciones: Yoongi era libre. Esa supuesta libertad que se encontraba en Japón la traía él en la cabeza y no temía expresarla en sus palabras. Le gustase a quien le gustase. Aunque con Jimin fue menos rudo, permitiéndole él mismo llegar a una conclusión definitiva. Y ahora, con ese beso que compartieron, otra verdad que también permanecía escondida en Jimin y solo el roce de sus bocas sacó a la luz:
Estaba enamorado de Min Yoongi.
+
Por responsabilidad, el día siguiente al beso volvió a la casa de los Min. De poder zafarse, lo habría hecho. Sin embargo, estaba algo más allá de permanecer en la casa, con su hermano ya mejor y preguntón, su madre que también tenía esta habilidad de sonsacarle información —no la que tanto escondía, por fortuna. Su padre era menos conversador, prefería más escuchar que hablar, aun así, no estaba en casa para salvarlo. Pero, en el fondo, Jimin sabía que quería volver a ver a Min Yoongi.
Y, ¿por qué no?, besarlo otra vez.
Cuando apareció por la casa Min se alegró de ver que Yoongi estaba esperándolo. Su sonrisa era un tanto tímida, pero floreció junto a la que Jimin le mostró. Parecía que estaba buscando una señal y encontró la que quería. Sin decir nada, fueron a su puesto habitual para desayunar. No hubo mucha conversación, las de rigor sobre la familia —Min Yoongi se preocupaba por los Park y hasta había prometido ir a cenar con ellos— y también de qué harían ese día. Tocaba plomería, por lo que no pudieron estar realmente solos.
Para cuando fue la hora de irse, Jimin ansiaba conversar sobre lo sucedido, pero Yoongi no se atrevió a tocar el tema.
—Nos vemos mañana —se despidió Yoongi.
—Sí, de acuerdo. Descansa.
Fue en el trayecto a su casa, cabizbajo y pateando el suelo, que se lamentó no haber tenido el valor de encarar el tema. O de hacer un movimiento, tal vez Yoongi esperaba una respuesta. Él lo besó, por lo que ¿era turno de Jimin de hacerlo? Sin embargo, no continuó su devaneo cuando los cascos del trote de la alazana lo alcanzaron. Yoongi desmontó y se le acercó, Jimin hizo lo propio también y volvió a suceder.
Esta vez, el beso duró lo que el atardecer.
+
Los besos, ¿qué eran los besos? Para Jimin ya no se trataba de una acción, sino una expresión. ¿De qué? Pues, de su parte, era de amor. Así que, aun sin la experiencia a su favor, imprimía en ellos cuanta emoción le corriese por el cuerpo ante el contacto con el otro. Min Yoongi era un sol, podía pensar, porque en tanto lo tenía cerca no importaba otra cosa que sentir su calor. Y no era meramente físico, Yoongi abrigaba los miedos de Jimin y le daba seguridad de que, aunque esto fuera incorrecto, para ellos era lo único real que habían sentido.
Jimin se encontró en su centro, como si el mundo que era tan inmenso como para que él dimensione cuan insignificante es el hombre, de pronto le diera la oportunidad de sentar los pies en suelo firme. Ya no había vuelta atrás, menos cuando la boca delgada de Yoongi abandonaba la suya y lo besaba tiernamente en las mejillas, a veces se atrevía y le besaba el cuello, mordisqueando ahí hasta atrapar el aliento de Jimin en su garganta. Y no era apenas la boca de Yoongi la que se animaba a explorar, Jimin también halló su cauce en besos por todo el rostro del otro, hasta que lo hacía reír.
Y la risa de Min Yoongi era también una expresión: le decía que era libre. Como todos debían de serlo, pensaba Jimin. Nadie tendría que privarse de sentir, así que abrazaba a Min Yoongi con fuerzas, no queriendo soltarlo y hasta que era inevitable despedirse, se mantenían enredados uno al otro. Era intoxicante, incluso llegó a creer. Adictivo, ¿por qué no? Lo que los unía lograba que su humor mejore al punto de no ser necesario verse para sonreír por el otro, pero ansiando y contando los minutos hasta que lo hacían. Fueron los mejores meses de Jimin.
Entonces, lo hicieron. Fue junto a un lago, un día en que el sol ya no venía del centro de Yoongi, sino que los cubría desde el cielo y calentó su sangre lo suficiente para que Jimin quisiera probar aquello que sabía que Yoongi quería, pero no lo presionaba. Resultó divertido, porque los miedos de Jimin lograron descontracturar la mecánica del sexo hasta que se convirtió en una extensión de risas y gemidos, y besos más ardientes que otras veces, más pasionales por las caricias audaces. Cuando el orgasmo de uno y otro expresó el placer compartido, quedaron tumbados viendo al cielo.
Y nada podría advertir que el cielo oscurecía en advertencia de que problemas se avecinaban.
+
Los descubrió la señora Min. Jimin estaba recostado contra una de las paredes del establo mientras Yoongi besaba su abdomen y se preparaba para bajarle los pantalones. Fue un escándalo que duró días en boca de todos y que ocasionó que Jimin pierda no solo el trabajo, sino el respeto de los vecinos. Y se extendió a toda su familia, para mortificación suya. Por ende, esto afectó el trabajo de su padre, los encargos de lavandería de su madre y la educación de Jihyun. Aunque este último podía salvar las distancias con sus compañeros de clases gracias a que el profesor Kim todavía le permitía recoger sus clases y entregar tareas aunque no asista.
—¿Cómo están? ¿Necesitan algo? —Kim Seokjin lo recibió luego de clases con té y pastel de arroz que a Jimin le sentaron de maravillas tras el trayecto a pie hasta la escuela—. Por favor, sabes que puedes contarme, ¿sí?
—Se lo agradezco, señor, pero estamos... bien.
Se detuvo en esa palabra, midiendo cuánto de verdad y de mentira sostenía en ella. Comprobó que, pese a todo, lo estaban. Sus padres fueron comprensibles con el tiempo, tal vez viendo cuán humillado se sentía. Y pronto se alzaron como una defensa para no permitir que se continúe insultando a su hijo. Jihyun seguía sin dirigirle la palabra, pero también lo defendía si era necesario. Él odiaba haberlos puesto en esa situación.
Min Yoongi no lo buscó.
—Entiendo que tu amigo está por irse —conversó Seokjin, removiendo el té.
Jimin vio la postura relajada del profesor, con una pierna cruzada sobre la otra, el cuerpo recto y el rostro vuelto a la ventana. Como si no estuviera allí, sino afuera donde el sol se ocultaba detrás de unas coposas nubes de lluvia.
—¿Mi amigo? —habló, temiendo la respuesta que obtendría.
—Min Yoongi —ahora sí, la mirada de Seokjin se posó sobre él y a Jimin le asustó la falta de simpatía que halló en sus ojos—. Se irá otra vez, parece que sus asuntos en el pueblo ya han concluido —esperó por si decía algo, pero al no lograr que hable, continuó—. Entiendo que nunca quiso volver, no estaba listo para quedarse.
Cuando Jimin se despidió de Kim Seokjin, decidió torcer sus pasos. Con el corazón atemorizado de confirmar lo que le dijeron, Jimin se llegó hasta la casa Min casi al anochecer.
+
No debió ir. Eso lo tuvo claro cuando llegó, sobre todo, porque el valor que creyó guardar en su interior fue perdido en cada paso que lo condujo hasta ahí. Pasó desapercibido rodeando el establo, yendo a saludar a la alazana. La yegua bufó y topó su mano con el hocico como si lo saludase. Le contó brevemente cuánto le entristeció un poco haber dejado de ir, pero más que nadie fuera a buscarlo. Sin embargo, en lo que terminaba su charla fue pillado.
Un par de manos lo tomaron de los hombros y lo empujaron a un lado. Jimin chilló, creyendo que se trataba del señor Min, pero cuando vio el rostro de Yoongi, apenas iluminado por la incipiente luz de luna que se coló al establo, suspiró aliviado. Lo siguió, escondiéndose en uno de los puestos de caballeriza. Respiró hondo cuando lo dejó ir, no sabiendo qué decir primero. Así que soltó lo único que tenía en la cabeza:
—Te vas.
Min Yoongi tuvo el buen tino de mostrarse apenado, pero enseguida se recompuso.
—Ven conmigo.
La propuesta no fue inesperada, de hecho, Jimin contó con ella. Lo había pensado en el camino, pero tan angustiado como se sentía no alcanzó a pensar una respuesta. Ahora que se tornó real, desarmó cualquier posibilidad de contestación. ¿Irse? ¿Eso era lo que le ofrecía después de abandonarlo a su suerte todos estos días? Se enfureció, empujándolo al suelo antes de lanzarse encima de este y comenzar a descargar su enojo, tanto como su frustración porque estaba siendo un mentiroso. No podría odiarlo. Nunca.
—Lo siento, Jim, perdón —susurró Yoongi, apenas deteniendo sus golpes, sin afán de devolverlos—. Lo siento tanto, lo arruiné todo, te lastimé y lo siento mucho. Por favor, perdón, te amo, Jim, te amo.
Con esto, Jimin se rindió. Salió de encima de Yoongi y se movió hasta el rincón donde se abrazó a sí mismo. No supo cuándo es que sus lágrimas aparecieron, pero las dejó correr. Oírlo decir esto no solucionaba nada. En lo absoluto. Apenas complicaba las cosas porque, ¿cómo es que lo dejaría ir ahora que confirmó que los dos se aman? Nunca presionó a Yoongi porque lo diga y él tampoco se esforzó por externarlo. No querían que esas palabras trasciendan lo suficiente para, como ahora, volverse armas en su contra.
Tal vez lo intuyeron, advirtieron que permitirse tal libertad no era correcto, pero peor: era peligroso.
+
Pasó poco más de un año y Jimin tuvo la oportunidad de presentar sus exámenes de finalización y acreditación escolar. La profesora a cargo, reemplazo de Kim Seokjin, resultó ser una mujer bastante estricta, pero justa. Fue ella la que le ofreció la oportunidad, aun cuando todos en el pueblo continuaban ofendidos por lo sucedido con el hijo menor de los Min. Jimin pudo concluir sus estudios y, gracias a lo que ahorró en sus trabajos esporádicos, pudo aspirar a un estudio superior.
Al recibir el correo con sus diplomaturas y certificados, tuvo este tonto impulso de ir hasta la casa de Kim Seokjin y mostrarle que pudo. No lo hizo, porque la última vez que hablaron, cuando este anunció su renuncia, fue una discusión completa que ocasionó que el profesor admitiese lo que él hubiera preferido no enterarse. Sin embargo, pasado pisado. Ahora, dejando las maletas en su nuevo cuarto, todo aquello podía perderse en historias que no creía volver a contar.
—¿Maestro? ¿Es en serio, Jim?
No respondió, se arrojó a la cama. Respiró aliviado de llegar, no había sido un buen viaje en tren. Se descubrió odiando el medio de transporte, estuvo mareado y se aburrió cuando no pudo concentrarse en la lectura. Es que lo peor del viaje era no saber cómo sería recibido. Al contrario de la despedida. La despedida de sus padres, de su hermanito, fue tan sentimental que llevó con él todo el amor que estos le compartieron. Se guardó también los buenos deseos que le obsequiaron para su estadía en la universidad, no solo de su familia, sino de algunos amigos que hizo trabajando.
Sintió el colchón hundirse, y resistió abrir los ojos. Pronto, la tibieza de unos labios persiguió el sonrojo que le quemó la cara. Se permitió el mimo, sonriendo todavía más cuando los brazos de Min Yoongi lo envolvieron, acercándolo hasta lo imposible. Fue cuando decidió actuar y se movió, empujando a Yoongi para dominarlo. Ahí, viendo que el otro no ofrecía resistencia alguna, bajó la cara para buscar su boca. Lo besó con tanto amor que por poco llora, porque esto superaba la expectativa que armó en su cabeza para distraerse, como también calmó los miedos que la distancia instaló.
Aunque las cartas, por momentos dulces, por momentos obscenas que Min Yoongi le escribía también contribuyeron a que los meses no vencieran el amor. Al contrario, la correspondencia les permitió a ambos sincerarse más cuando el papel les ofreció protección, no sentirse tan expuestos. Desnudos. Oh, pero desnudos estarían en breve porque ahora sí que eran, por fin, libres para amarse.
Nota:
Si no me siguen en insta, no saben que estos días he estado muy dedicada a boludear que escribir. Bueno, no tan así, estoy preparando finales, pero también me di tiempo a mostrar mis edits viejos, editar otras cuestiones nuevas y mostrar mis pinturas.
Tons, escribir quedó algo relegado. Pero si algo amo es el Yoonmin/Jimsu y fue cuestión de volver al doc y encontrar que tenía para ellos este escenario medio dramático, cómico, soft.
Por cierto, el poema citado fue tomado de un trabajo sobre amor entre hombres en la cultura japonesa -no homosexualidad porque este es un término creado mucho después-, que me ayudó a darle un lugar de referencia para esta libertad de quererse. Qué se yo, chamuyo.
La sugerencia Yoonmin/Jimsu fue de patata, con quien las veces que charlé resultó que compartimos cosas en común y nada, es genial. ¡Gracias! Cuando sea que veas esto, espero que te guste.
Estuve inclinada a hacer algo tristón, porque la canción es muy de ese estilo (por cierto, no se la pierdan, este artista es un dios, posta), preferí darle una vuelta y dejarnos un bonito final.
'Ta la próxima.
:)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro