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⌲ Abyss


❝ Aguanto mi respiración
mientras me dirijo al océano.
Me enfrento a mí mismo,
hermoso y tristemente
llorando solo
en la oscuridad ❞

       Nadie lo buscó y, para el caso, prefirió que así sea. La existencia a esta altura de su vida no le interesaba más. Quería solo estar. A veces hasta se esforzaba en borrar de su conciencia cualquier remanente de su identidad. Como si así, manteniendo la mente vacía de recuerdos, pudiera desaparecer. Y sin él, ¿qué podría reunir los hilos de sus memorias tanto felices como tristes? Para no sentir, incluso se adormecía el hastío de la vida con alcohol. Con la ebria angustia de no poder deshacerse tan fácilmente de su cuerpo, que con su propia memoria táctil le disparaba flashes de recuerdos que parecían tan vívidos como cuando sucedieron. Aunque lo llevaban a preguntarse:

       ¿Quién era ahora?

       Por lo pronto, no importaba. No había ninguna persona que lo necesitase, que indagase su pasado, su historia tan celosamente oculta. Lo único que tenía era una resaca que aturdía sus miedos y que, al parecer, resultaba graciosa para los demás. Podía convivir con esto, con la risa. ¿Y qué si era burla y no simpatía? Daba igual. Resbalaba de él porque no le preocupaba su aspecto ni sus modos. Si ahora la muchacha de cabellos negros revoltosos le sonreía con traviesa mueca en los labios, ¿qué?

       Debió preguntarlo en voz alta, porque ella respondió:

       —Te ves como la mierda.

       Y, enseguida, caminó los pocos pasos hasta él para dejarse caer a su lado.

       —No busco compañía –dijo de inmediato, no sería el primer servicio de placer que le ofrecen y aunque admite que es guapa, tampoco desea nada más que permanecer en la playa hasta el anochecer—, pero gracias.

       —No soy una prostituta.

       —Oh.

       Quedó en silencio, sabiendo que no muchos lo soportan. Podría espantarla y continuar bebiendo, viendo a la gente –turistas como él— ir y venir y finalmente irse y dejar la playa y el mar. A solas, quizá pediría otra botella y dormiría ahí, en la arena, hasta que el sol lo despierte por la mañana y deba regresar al hotel. Los empleados de este seguro agradecerán no tenerlo en su lujoso edificio. 

       —¿Estás escapando?

       —Qué pregunta extraña esa –contestó, volteando la cara cuando una risa brusca, como un sollozo incontrolable, le brotó y lo hizo doblarse por aire.

       —Lo estás, ¿no? –insistió la muchacha, viéndolo con algo de pena y diversión—. Te he visto cada día.

       —Eso es perturbador.

       —Quizá.

       Y cuando no continuó, y Seokjin por fin calmó su episodio de náuseas, se recompuso para encararla. Arrugó los ojos, enfocando el rostro de la muchacha hasta que la hizo sonrojar. Se jactó por ello, aunque no demasiado. 

       —Vete.

       —Está bien –y lo hizo, de inmediato.

       Seokjin la vio irse, todavía confundido por la brevísima conversación. Aunque un hipido por poco lo hace vomitar y aplacó el asco con otro trago.

+

       Perderse en la playa era fácil. Con tanto turista, el lugar era idóneo para pasar desapercibido. Por esta razón, pudo esquivar las tentativas de la muchacha de cabellos negros revoltosos. Cómo de irritante era esta, ¿qué no captaba las obvias señales de que no quería estar con nadie? Hasta se lo había expresado, en voz alta —más bien gritando—, por si aún almacenase dudas al respecto. 

       —¡No me grites!

       —¡Tú empezaste!

       —¡Shhh! ¿No ves que estás armando una escena?

       Y era cierto, comprobó viendo alrededor cómo un grupo de personas los observaban. Extrañados, puesto que hablaban su lengua natal, más suficientemente capaces de percibir que el tono de los dos —o al menos suyo— era de molestia. Era de esperar que atinen que estaban discutiendo. Se acaloró por el bochorno de ser el centro de atención. Abrió la boca, buscando qué decir, pero fue empujado por la muchacha con tal fuerza que cayó al suelo. O era cuestión de un terreno inestable y un estado de embriaguez capaz de restarle equilibrio.  Como sea, cayó. Ella lo siguió, riendo como una desquiciada —sí, a Seokjin se lo parecía, tal vez por lo abrupto de su cambio de humor— y diciéndoles a sus espectadores en un inglés mejor que el suyo que estaban jugando. 

       —¡No me toques! —gritó desesperado cuando se dio cuenta de lo cerca que estaba ella—. ¡Déjame!

       Se le cortó la respiración, una interrupción abrupta; le hormigueó la piel y tuvo que apretar los brazos a un lado para no sacudirse con fuerzas. Le urgía darse un baño, pero más un trago o lo que sea para no tomar en cuenta que lo había casi abrazado.

       —Lo siento, ey —habló ella, y se le notaba preocupada lo que empeoró el humor de Seokjin; por fortuna, no intentó tocarlo de nuevo—. No quise hacerte enfadar, estaba intentando…

       Para no intentarlo, le salía de maravillas. ¿Es que olvidó el pacto cultural de su Corea natal de no contacto? Tal vez era un extranjerismo aprendido el de invadir el espacio físico. Cuán odioso hábito por adquirir, refunfuñó en lo que se levantaban, sacudiéndose la arena.

       —¿No puedes solo dejarme en paz? ¡Te la pasas persiguiéndome! ¿Tan desesperada estás porque te haga caso? Eres una... —apretó los dientes cuando un enfado descomunal le azuzó para herirla. Lo contuvo como pudo—. Lo que pretendes conmigo, solo no va a funcionar, ¿de acuerdo?

       Y sin esperar que ella conteste, se marchó. Creyó que esto la desalentaría al fin.

+

       No fue así. O al menos, no por demasiado tiempo. Aunque lo que rompió esta distancia quizá alentó a la chica a acercarse. Después de todo, si alguien te rescata, lo menos que puedes hacer es agradecerle. Y lo hizo, comprándole un helado. Casi se reinició el conflicto cuando se le ofreció Chocolate Mint, pero se pudo intervenir a tiempo para no armar revuelo en el puesto, con tanto niño viendo.

       —No fue nada —dijo, tras que ella le reiteró los agradecimientos.

—Claro que lo fue, mírate cómo has quedado —no, no había burla en su voz, pero sí en sus ojos que brillaron con picardía—. Aun así, ganaste. ¡Eres todo un héroe!

       —Ajá, como digas —no sonrió porque no quería darle el gusto y porque el corte en su labio inferior escocía.

       Había tenido que asistir a la guardia costera, quienes le limpiaron las heridas antes de despacharlo, asegurándole que no tenía que suturar el corte en su ceja por mucho que sangrase. Contuvieron el sangrado y le pegaron unas venditas sanitarias de motivos infantiles, dado que la concurrencia de la guardia solía ser mayormente de pequeños traviesos. 

       —Pues, lo digo. Aquel sujeto lleva acosándome desde hace días, me llama exótica y me promete que solo quiere cenar, pero yo no nací ayer.

       —Mmm… —no se comprometió con una respuesta, sobre todo, porque no quería dar pie a que esto los lleve a terreno incierto. Se contentaba con que no hubiera ni presentaciones, pero pronto le reclamaron sus modales aprendidos y dijo—. Soy Kim Seokjin, por cierto.

       Ella buscó en su rostro, como si persiguiera pista de su ánimo. No que la detuviese un ceño fruncido o una mirada letal. 

       —Mi nombre es Jieun, Lee Jieun —y esto hubiera sido la despedida, separar caminos y continuar, pero ella lo estropeó con una simple pregunta.

+

       Lo que trae el insomnio, es mal humor. En su caso, condimentado con una fuerte angustia que le duerme entre las costillas, abrazando sus pulmones y estrangulando su corazón para que cada sollozo que se obliga a contener lo asfixie. Lo que trae el mal humor, es el pensamiento circular de aquello que no quiere considerar sobrio. Por eso, se embriaga. Aunque el alcohol, contrario al mito que promueven los medios audiovisuales, no borra la memoria. La aturde; espesa los recuerdos —inmediatos o anteriores— logrando este efecto momentáneo de olvido. Eventualmente, la mente se recupera, trabaja con diligencia y te reúne con tus memorias. 

       Hoy es el turno de su cerebro de ordenar sus pensamientos para que pueda funcionar en sociedad de nuevo. Y esto es, incluso le sorprende admitir, por ella. Lee Jieun, quien lo ha invitado en una cita. Y ella le gusta. Aun cuando es impertinente y convencionalmente atractiva. Una más, podría decir. Sin un rasgo que la destaque, tal vez su insistencia que roza lo insoportable, pero que lo cautivó porque hay que tener coraje para lidiar con el desastre humano que estaba siendo estos días que visitó la playa.

        Reconoce que fue indulgente y le permitió acercarse. De un modo vago, le recuerda a casa. No lo suficiente para herirlo, apenas para que encuentre un ancla en este lado del mundo donde es apenas un extranjero más. Del montón. Como Jieun. Por lo tanto, no resulta extraño que haya decidido salir con ella. No con intenciones de romance, lo que le dejó en claro apenas surgió la propuesta de cita:

           —Bien —respondió Jieun, alzando los hombros huesudos y logrando que una de las tiras finas de su blusa caiga—. Una cita de amigos.
        
       Era seguro, se dijo. Lo que le reconfortó cuando estuvo toda la noche pensando en si había algún avance de ella. Rechazarla sería grosero, pero no podía ir hasta el final cuando ni siquiera podía empezar. Un beso, imaginó. Un beso le sumió en un estado de alerta tal que sudó frío, tembló como si el aire del mar hubiera helado sus huesos y escuchó en sus oídos las taquicardias de su corazón. Un roce de manos, consideró cuando logró controlar el pánico. Las manos eran cálidas, eran presión y símbolo de apoyo, pero un gesto tal de intimidad debía antecederle un lazo del mismo tenor.

       Y ellos apenas se estaban conociendo. Quizá ni resultase la cita de amigos.

+

        Aun contra el deprimente pronóstico de cita que Seokjin configuró en su cabeza, esta no salió tan mal. De hecho, no salió mal en absoluto. Jieun era divertida, pero no para reírse hasta que te duele el estómago. Apenas con un humor suave, delicioso en sarcasmo y poderoso en esquivar asuntos que notó espinosos para él. ¿Cómo es que pudo sortear los tantos obstáculos que Seokjin plantó para evitar que ella se acerque? Era tal vez un arte o, conjeturó, un comportamiento empático. Podría ser incluso nacido de encontrar un igual.

       —No, no he vivido nada que me aparte de mi hogar, ni de mis relaciones afectivas —a Seokjin le gustaba cómo ella podía despotricar contra un hombre que intentó abordarla y luego conversar con tanta elegancia mientras sostenía una botella de cerveza ya por acabar—. Pero no lo necesito para estar contigo, para ser tu amiga. 

       —Yo no dije que tuvo que pasar… no me pasó nada —mintió, sintiendo su pecho oprimido—. Solo que no entiendo, ¿por qué estás aquí? ¿Por qué insistes en venir a verme?

       —Te lo dije, me gustas —lo apuntó con un dedo, luciendo un esculpido de uñas azul con verde fluor, totalmente escandaloso—. Y aquí me siento sola, ¿puedes culparme por querer escapar de la soledad? 

       —Es bueno estar solo.

       —Por supuesto —coincidió entonces, sonriéndole con simpatía, aunque sus ojos eran pozos de tristeza; Seokjin supo que mucho de esta llegó por su causa, pero no tenía cómo remediarlo, incluso si odiaba dar lástima—. Pero es peligroso también, no me malentiendas. La soledad es tu compañera, pero también tu condena. Cuando comienzas a confiar en que puedes vivir con ella por siempre y sin problema, bien, esa es tu señal de alerta.

       —En casa no estoy solo —se defendió.

       En casa, donde está compañía le es incómoda, como el calce de un zapato que no es de la talla correcta. Aún cuando valore que estén para él aunque él no pueda retribuirles.

       —Me hace feliz oír eso —y brindó con su vaso de soda.

+

       En otra ocasión, fue Seokjin quien la invitó. Aquel discurso de la soledad le había parecido tonto en principio, pero en la semana en que no se vieron tuvo oportunidad de analizarlo. No le concedió la razón, pero sí un espacio a dudar. Sobre todo, porque la soledad —sobria y ebria, daba igual— lo transportaba al momento exacto en que sintió que algo dentro de él se rompía para siempre. Tal vez dolía en él las astillas afiladas de quien fue, entorpeciendo su cicatrización y logrando que el nuevo él se magulle. No volvería a ser quien era. Aquello que lo desgarró también le ofreció una vida nueva. Una que no pidió, pero con la que tendría que lidiar. Y lo hace, solo que no muy bien, al parecer, si lo único que tiene en mente es ese instante en que todo se fue a la mierda.

       Había golpeado cosas, roto tanto, que pensó que así descargaba su rabia y rencor. Pero las explosiones de ira solo lo drenaron de energía y al final revelaban que lo que sentía en realidad era asco y pena. Vergüenza, culpa. Sobre todo culpa. Porque él fue… Él había… Él debió… Él, él, él. Lo que lo rompió, se marchó sabiendo que quien quedaba en su sitio, aun lastimando, sería él. Él, Kim Seokjin. Quien recupera su nombre cuando ella lo llama. Tal vez por eso es que volvió a Jieun, porque a pesar de ser su propio verdugo, se extraña. Tiene un costal de reproches, pero también pesado de melancolía.

       —No sé cómo es que sigo aquí —confesó esa vez. Los dos estaban lado a lado en la arena, bajo una sombrilla amarilla que Jieun pidió prestada de un puesto donde trabaja. Bebían jugo de fruta y la pulpa se les quedó entre los dientes, pero esto en vez de molestarlos los hizo reír—. Entiéndeme, no quiero morir —sintió la necesidad de aclararlo y ante la mirada escéptica de ella, agregó—: okay, sí quiero morir. Pero es raro. Aun cuando deseo con fuerzas morir y que todo se vaya, otra parte de mí conserva intacta la esperanza de que puedo recuperar lo que quedó de mí y continuar. Es a esa parte insidiosa y metiche que traté de ahogar con alcohol, porque no veía caso en obedecerla.

       —¿Y ahora?

       —Ahora esa parte cobró vida, voz y nombre y me invitó a la playa este martes por la tarde —sonrió, probando la sal del mar y de sus lágrimas, lo que le advirtió recién que lloraba—. No me habla de eso, pero su presencia es suficiente para que entienda que hay… ¿sueno como un idiota?

       —Un poco, pero si no fuera así, tendría pavor de oírte hablar con liviandad sobre tu muerte. 

       Y fue cuando Jieun se atrevió a ir más allá. Seokjin no lo esperaba, o tal vez sí, pero no era valiente para reconocerlo incluso cuando lo pensó todas las noches de este casi mes que llevan saliendo en citas de amistad. Le tomó la mano. Y fue todo lo que Seokjin imaginó, pero mejor. El tacto fresco de Jieun de tanto sostener la copa de jugo se calentó enseguida por la palma caliente de Seokjin, que había estado jugando con arena. No fue perfecto, porque el temblor de la mano de Seokjin impidió que la unión sea inmediata, pero una vez negociaron el trato de sostenerse, aquella muestra de intimidad prosperó. 

       Entonces, la realización de lo que sucedía lo golpeó y no pudo esconder la risotada que brotó de su interior, como lava, quemando y arrastrando aquello que lo enferma desde hace tiempo. No sanó, al contrario, pero parecía lo necesario para iniciar. O, al menos, para que pudiera encontrar alivio una vez consultase por ayuda profesional. Algo que medita desde que inició sus citas con Jieun. Rió, tanto, que el llanto tuvo excusa para esconderse, pero no fue preciso que lo hiciera. Jieun lloró con él, una angustia desconocida que simpatizó con la de él y que les ofreció consuelo a los dos.

       Era insólita la amistad, pero sanadora. Y fue correcto y sincero al decir simplemente:

       —Gracias. 

FIN.




Nota:

Ah, reviviendo esta antología.

Sé que es vago, pero no me atreví a decir qué le pasó a Jin. Sorry, queda en su imaginación porque soy una cobarde y a veces escribir es mi modo de verbalizar asuntos no resueltos. Tons, acordemos en el pacto de ficción silencioso.

abyss_nanai pese a lo anterior, y cuando sea que veas esto, espero te guste. Seguí tus sugerencias y de por sí, la canción te ayuda al ánimo. O es muy fin de año, reflexión, etc.

Quienes no sean A., pero estén por acá aún o recién llegando, ¡gracias por leer!

:)

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