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I

Dos meses atrás.

La galería de arte de Seúl era como un sueño hecho realidad.

Mi universidad buscaba voluntariado entre los matriculados en la carrera de Historia del Arte para ayudar con la exposición de arte europeo que se prolongaría por tres días, de jueves a sábado. Fui la primera en inscribirme, no solo por mi amor hacia el arte, sino por lo bien que me venían esos créditos que acompañaban la oferta.

Podría estar en el museo gratuitamente durante tres días completos, deleitándome con las obras ocho horas diarias. ¿Qué más podía pedir?

Junto a dos de mis compañeras, observaba cómo una de las guías explicaba a un grupo de personas un cuadro hecho al óleo. Pensé en que, tal vez, algún día yo podría ocupar su lugar, llevando un bonito uniforme y una radiante sonrisa, y exponiendo al público cada una de las piezas que albergaba una galería. Sin duda, no sonaba para nada mal. 

Tomé nota mentalmente de sus gestos, de los conectores que utilizaba al hablar, de cómo interactuaba con los oyentes y la forma tan elegante que tenía de responder las dudas.

Yo quería ser como ella.

—Menudo rollo.

Quedándome estática por lo que acababa de escuchar, giré mi cabeza para localizar al idiota que se había atrevido a soltar esa barbaridad. A menos de un metro de mí se encontraba un chico de cabello azabache tapándose la boca mientras bostezaba. Era joven y alto, más o menos de mi edad, y ya me caía mal. Su mirada bajó hasta encontrarse con la mía. Aproveché ese preciso instante para fulminarle de un solo vistazo, haciéndole saber que su comentario era innecesario. El imbécil tuvo el descaro de sonreírme, acto que hizo que me hirviera la sangre.

—Hola. —saludó.

Le ignoré por completo. Puse los ojos en blanco y me di la vuelta para seguir al grupo, que ya se estaba desplazando al siguiente punto. No iba a perder el tiempo con él, por muchas ganas que tuviese de dejarle claro cuatro cosas bien dichas. Al fin y al cabo, era imposible discutir con ese tipo de chicos, con los que tenían más músculo que cerebro.

Me encontraba de brazos cruzados, mirando atentamente la representación escultórica del Laocoonte. No era la auténtica, pero aun así me resultó impresionante. Habían reproducido perfectamente cada centímetro de la anatomía de los protagonistas, siendo visibles hasta las detalladas venas. Lo único que hacía que fuese inverosímil era el material del que estaba hecho: no era mármol como el original. Tampoco le quitaba mérito; seguía siendo asombroso.

—¿Por qué la tienen tan pequeña?

De nuevo, esa voz masculina a mis espaldas. Adoptando un semblante ceñudo, me giré hacia el chico de antes. ¿Por qué seguía allí?

—¿Qué? —me limité a preguntar secamente. El moreno hizo un ademán con la cabeza, señalando la escultura.

—¿Por qué tienen el pene tan pequeño? No hay ni uno aquí que pueda presumir de estar dotado.

Lo más indignante de todo es que parecía estar diciéndomelo en serio. Quise creer que era una estúpida broma, que solo quería molestarme, y por ende, debía pasar de él. Pero esa vez no pude callarme. Me dolía el alma ante la presencia de tanta ignorancia.

—Los griegos encontraban la belleza en las proporciones pequeñas, idiota. —al chico pareció divertirle que le insultase por la sonrisa ladeada que me mostró, lo cual confirmaba que era tonto de remate— Pero, de todas formas, sus partes no son precisamente lo que hay que admirar.

—Ah, ¿y qué hay que admirar en tres tíos desnudos? —alzó una ceja y frunció los labios— ¿Mmh? ¿Acaso eres una mirona? —sus palabras me dejaron tan descolocada que sentí que me había convertido en una estatua más de la exposición. Pero, ¿qué narices estaba diciendo?— Oye, que está bien si lo admites.

Me puse roja de la impotencia, de la rabia que me dio no saber qué responderle y, ante todo, no desmentir algo tan absurdo como aquello. Sin embargo, en vez de pegarme un berrinche, cambié de actitud en el último segundo e hice uso de mi sentido del humor, que me pareció una opción mucho más inteligente.

—Estás muy equivocado. Laocoonte no es mi tipo. Ninguno de los tres lo son. —contesté con la barbilla bien alta y el orgullo rozando el cielo, pero con un semblante de lo más serio.

Por primera vez, le escuché reír. Se trataba de una risa aguda y extraña, pero bastante contagiosa. No le pegaba para nada con esas pintas de fuckboy que llevaba, pero su rostro se transformó de un segundo a otro para encajar con sus carcajadas. Parecía una ratilla, una muy mona.

—¿Y cuáles son tu tipo? —preguntó una vez que recuperó la compostura.

Le eché una mirada despectiva de arriba abajo a propósito, fingiendo que sopesaba mi respuesta. El chico iba muy bien vestido y no era difícil imaginarse el cuerpo atlético que había bajo su ropa, así que tuve que mentir descaradamente.

—Tú no, desde luego.

—Wow, así que tampoco te gustan los tíos con una polla decente. —tuve que morderme la lengua para no soltarle en esa jeta suya lo fantasmón que me resultaba— ¿Qué buscas entonces? ¿Un eunuco? —siguió alargando la broma, con su pedante y estúpida mueca socarrona grabada en la cara.

—Un tío con cerebro. —solté directamente.

—Estás de suerte. Soy Jungkook.

Jungkook me estiró la mano, esperando a que se la estrechara, pero no lo hice. La miré por un par de segundos, después a él, y, finalmente, bufé con diversión. Lo llevaba claro si se pensaba que iba a conseguir algo por tener un mínimo ( y puede que único) gesto de caballerosidad. Me di la vuelta y continué atendiendo a la visita guiada, dejándole allí plantado.

En aquel momento no tenía ni idea de lo que desencadenarían mis acciones. Ni por asomo me había planteado el hecho de que ese chico volvería los dos días siguientes, con la excusa de que se había empezado a interesar por el arte, pero cuyo verdadero objetivo era continuar la conversación donde la dejamos. Tampoco sabía lo que supondría más adelante el establecer una relación más estrecha con él.

A pesar de mi irritación inicial, me fue imposible mentirme a mí misma con el paso del tiempo, porque quizá ( y solo quizá) un chico empezaba a gustarme de verdad por primera vez en mi vida.

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