01
La iglesia era el lugar más pacífico para ella; los pilares blancos desnudos se alzaban desde el suelo hasta el techo que lucía como el mismísimo cielo adornado de nubes de papel.
Tenía tan sólo dieciséis años cuando decidió acudir al llamado de Dios y dedicar su corazón a él, ahora tenía veinticuatro y seguía vistiendo el hábito con la misma devoción del primer día. Era una monja de primera aunque la verdad era una pérdida de inteligencia y belleza en aquel lugar.
Lo cierto era que Blanca, nombre cristiano que le había dado la iglesia a aquella joven coreana con grandes ojos acaramelados y su hermosa cabellera negra hasta la cintura, era un ejemplo de pureza y sumisión.
Desde un risco olvidado se asomaba la iglesia donde Blanca junto a sus hermanas prestaban servicio a aquella comunidad a las afueras de Seúl.
— Ha venido otra vez —Susurró una de las hermanas más jóvenes de todas.
Se refería a un hombre que no era de la localidad. Ellas lo sabían porque conocían a todos por allí.
— Acércate, Blanca. Le gusta mirarte —Decía una de las otras con voz traviesa.
Parecían el mismo diablo cuando se acercaba un hombre atractivo a la iglesia o eso le parecía a Blanca.
Las otras tres monjas que ella frecuentaba compartían una actitud traviesa y eran todo menos la santas que profesaban ser. En la habitación hablaban de todos los hombres con los que habían estado y mientras contaban sus aventuras, lamían sus labios y reían con picardía.
— Puto infierno abandonado por Dios —Decía una de ellas prendiendo un cigarrillo cuando ya se habían ido a la cama.
Blanca tenía que compartir su habitación con sus tres hermanas, una de ella era extranjera.
— ¿Cómo fue que acabamos aquí? —Espetaba la otra.
En aquel lugar las normas servían para ser burladas por chicas que habían terminado en ese agujero abandonadas por sus familias desde que eran pequeñas, sólo que al contrario de Blanca ellas no tenían ninguna devoción a Dios. Su única devoción era coquetear con los chicos de la localidad y disfrutar las noches entre juegos de cartas, alcohol clandestino y otras adicciones en la habitación.
Las monjas de más jerarquía eran dos ancianas sutiles que confiaban a plenitud en las hijas de Dios que habían criado. En total eran 15 pero Blanca sólo tenía contacto directo con estas tres.
— ¿Por qué no vienes a jugar? —Le decía una de rostro atrevido que por las noches se pintaba los labios de carmesí.
Blanca negaba con la cabeza siempre y se iba a dormir. No entendía de esos vicios extraños que a las otras tanto les gustaban. Sentía que hacían algo malo pero no las quería retar.
— Déjala. No sabe nada de nada —La extranjera de cabello rubio se empezaba a desnudar para ponerse un blusón ligero y sonreía con malicia.
Desde su cama, Blanca las miraba con curiosidad, ¿por qué ella no podía comportarse de la misma forma? Quizás la equivocada era ella y no las demás.
La verdad es que en más de una oportunidad se había sentido tentada a saber qué se sentía salir de la rutina que las superiores de la iglesia le habían enseñado durante tantos años.
Sentía curiosidad o morbo, no sabría decirlo pero incluso una vez se fue a dormir con la imagen de una de sus hermanas siendo cabalgada por un chico de por ahí.
***
Al día siguiente se encontró así misma robando uno de los cigarrillos del baúl secreto que la extranjera escondía debajo de su cama.
¿Debería probar?
Se escondió el artefacto debajo en el sostén y luego de darle los buenos días a algunos devotos que habían venido temprano en la mañana a rezar caminó a paso rápido con el corazón acelerado sosteniendo fuertemente su cruz hasta llegar a un pequeño callejón que se encontraba detrás de la iglesia y que servía de punto de encuentro para sus traviesas hermanas.
Junto al cigarrillo había tomado un encendedor colocado en la peinadora. Las chicas lo habían utilizado la noche anterior.
Blanca sacó el artefacto y se lo puso en la boca temblorosa. ¿Qué iba a saber ella de inhalar humo?
Lo tomó entre sus dedos y bajó la mano mirando al suelo, no podía entender que fuerza maliciosa la había arrastrado hasta ese callejón a cometer tal barbaridad, lo mejor sería echarlo a la basura y empezar a rezar.
— Tengo que... —Se había vuelto a meter el cigarrillo a la boca y cerró los ojos con fuerza cuando acercó el encendedor a él.
Se le detuvo el corazón cuando sintió que una voz le hablaba.
— Lo estás haciendo mal —Era el chico que había venido varias veces a la iglesia y que tenía deseosas a sus hermanas.
Lentamente y con cuidado tomó el cigarrillo con los dedos y lo colocó del otro lado. Blanca se lo había puesto al revés.
Ella intentó liberarse de aquel sitio y miraba horrorizada a su testigo. ¿Qué pensaría de ella, una monja al servicio de Dios?
— Cálmate, no voy a decir nada. Lo prometo —La sonrisa perfecta de aquel hombre la cautivó. Por alguna razón se sintió calmada y suspiró con fuerzas.
Tenía el cabello castaño echado hacia un lado y vestía un traje elegante que lo hacía parecer una persona importante. Él también sacó un cigarrillo de su bolsillo y tomó sin permiso el encendedor que Blanca sostenía aún en su mano.
— ¿Cómo te llamas? —Preguntó dando la primera inhalada.
Blanca lo miró tímidamente. Ella no podía hablar.
— Entiendo. Soy un extraño ¿no? —Sonrió resignado y lanzó el cigarrillo al suelo. Lo pisó para apagar su llama.
Él la miró por unos segundos y le extendió la mano con una sutil sonrisa ladeada.
— Me llamo Jimin. Park Jimin.
La joven monja sintió su corazón retumbarse entre sus pulmones y en lugar de contestarle de vuelta corrió hasta su refugio, su habitación.
Esa noche la monja más devota que aquella comunidad había tenido se encontró así misma rodando sobre su almohada pensando en el chico de sonrisa perfecta y esta vez los comentarios obscenos de sus hermanas no le molestaron.
***
Era la hora de asistir a la misa matutina.
Blanca miraba de vez en cuando a la puerta para ver si aquel testigo se aparecía por la entrada. ¿Deseaba que aquel hombre entrara por la puerta?
Hoy se sentía extraña.
Luego de la misa le tocaba limpiar la iglesia junto a una de sus hermanas, ésta última no pertenecía al trío de locas con las que normalmente congeniaba así que no tendría que escuchar alguna aventurilla desvergonzada.
Barrió con cuidado los pasillos vacíos hasta dejarlos pulcros y notó que había empezado a sudar por debajo del hábito. El sudor le corría por la frente y resbalaba por su mejilla derecha.
— ¡Blanca! Quita el polvo del confesionario por favor —Había dicho la hermana.
Cansada hasta la médula se dirigió hacia donde le habían indicado y con un pañuelo limpiaba el recinto donde el sacerdote normalmente se sentaba a escuchar los pecados de los hijos de Dios; a ella también le había tocado estar del otro lado en varias oportunidades.
— No está funcionando —Quiso decir cuando notó que alguien se había sentado a confesar sus pecados. Además, ella no era el sacerdote.
— Escuché que tienes mucho que hacer.
Blanca dio un brinco hacia atrás que provocó que se tropezara con la silla del confesionario. Era él, era Jimin.
— ¿Quieres un poco de ayuda? —Aunque no podía ver bien el rostro de Jimin vio como su silueta se levantó y se metió hacia donde estaba ella.
La arrinconó contra la rejilla del confesionario y clavó su mirada en su boca entre abierta.
— Estás sudando —Dijo mientras cerraba la puerta.
Ella lo miraba con el ceño fruncido pero no lo detenía.
¿Por qué no gritaba, por qué no corría?
— ¿Entonces, cómo te llamas? —Repitió él como el día anterior. Colocó sus manos sobre el hábito de Blanca y lo retiró suavemente de su cabeza.
— Blanca —Dijo ella finalmente con voz suave. Tenía una voz hermosa que pocas veces usaba.
— No, quiero saber cómo te llamas.
Blanca no conocía otro nombre que no fuera el que la iglesia le había dado.
— Ese es mi nombre, señor.
La palabra señor encendió a Jimin. Se pasó las manos por el cabello y seguidamente tomó el mentón de la monja con sus dedos para acercarlo a su rostro.
— Siempre vengo Blanca pero tú nunca me habías visto... Aunque ya nos conocíamos de antes.
Lo cierto era que Jimin llevaba un mes asistiendo a aquella iglesia todos los días como parte de una promesa personal, la promesa de volver a verla y sacarla de allí, sólo que Blanca parecía una chica devota y era la única entre sus hermanas que no se fijaba que Jimin llevaba todos esos días mirándola desde el último banquillo de la iglesia.
Todo había comenzado mucho tiempo atrás cuando Jimin intentando engañarse con que Dios lo iba a salvar de aquel dolor por el que estaba atravesando había acudido a esta misma iglesia. Sin embargo, en aquella época había sido Blanca quien realmente lo había hecho.
Hacía dos años que había pasado por una tragedia y lo había intentado todo para superar aquel pesar, fue entonces cuando la religión fue lo último que pensó como parte de su salvación.
Acudió a aquella iglesia abandonada por todos en una localidad a las afueras de Seúl y notó que aquel lugar era tan silencioso que podía escucharse así mismo gritando por dentro. Se sentó en uno de los banquillos y se llevó la mano al pecho mientras miraba fijamente a la cruz. Se inundó de su propio dolor hasta que no aguantó las ganas de llorar.
Una chica o mejor dicho una monja se arrodilló frente a él y lo tomó de las manos. Instintivamente él las retiró con rapidez pero ella las volvió a tomar. Lo miraba como si entendiera todo el dolor por el que estaba pasando y sin mediar una palabra, sólo a través de sus ojos llenos de bondad fue que Jimin sintió que había alguien dispuesto a escuchar.
Y Blanca lo escuchó, de principio a fin hasta que las lágrimas del joven hablaban por sí mismas.
Luego de ese día no volvió más a la iglesia. Se sumergió en su mundo nuevamente cuando aprendió que podía lidiar con sus propios demonios pero aún así, nunca dejó de recordar a aquella mujer y por tal razón decidió volver dispuesto a sacarla de allí.
Jimin no era devoto y creía que era una pérdida de tiempo que una chica tan linda y joven pasara el resto de su vida en aquel lugar tan lejano y rudimentario. La buscaría, sí y quizás la encontraría pero, ¿y entonces qué?
Llevaba un mes viéndola desde lejos y haciéndose esa misma pregunta una y otra vez.
— ¿Entonces qué? —Jimin soltó el mentón de la chica y se sentó a mirarla.
Ahora ella también lo recordaba.
— ¿Qué haces aquí? —Preguntó él enojado sobando su mentón frenéticamente —¿Cómo puedes estar perdida en este agujero? —Miraba las paredes del confesionario.
Le producía una rabia increíble ver que aquella chica tan hermosa pudiera desperdiciar su vida allí donde nadie nunca alcanzaría a escuchar su nombre.
— Me gusta ayudar —Su voz era una cachetada para él. Era mágica.
— Puedes hacerlo en otro lugar —Se levantó de la silla y la volvió a arrinconar pero ella ya no lo miraba confundida, le gustaba esa cercanía peligrosa.
Él por su parte sentía que tenía que salvar a su salvadora.
— Te has llevado un cigarro a la boca. Dime que no eres feliz de aquí y te sacaré —La propuesta iba en serio.
¿De qué iba aquella obsesión con alguien que parecía entregarse a la sumisión?
— Déjame sacarte de aquí —Su aliento chocó contra las mejillas de Blanca y ella se estremeció.
¿Era esa la clase de sensaciones que describían sus hermanas al estar cerca de un hombre? Porque si era así, le gustaba y mucho.
— Es mejor que te vayas —Soltó ella evitando su mirada aunque luchando consigo misma.
— Déjame salvarte de este infierno —Jimin nunca había sido religioso a pesar de haber intentado consolarse con Dios en algún momento pero ese día cuando vino suplicando respuestas sólo se encontró con esta chica mientras que aquella estatua de yeso no le había contestado —Qué contradictorio suena pero este agujero no es el cielo que mereces, linda.
Blanca lo empujó suave contra la pared. Ese infierno que él decía era el único hogar que conocía desde que tenía dieciséis.
Había terminado en aquel lugar por culpa de su madre quien se había ido de la casa con un hombre que le doblaba la edad, así que a ella no le quedó más remedio que seguir el consejo de su tía paterna: Buscar el camino de Dios.
Así fue como terminó en Saint Mariè, el templo al que servía convenciéndose día a día que ese era su lugar, que no encontraría nada mejor y que era la mejor decisión.
Sin embargo, la verdad es que Blanca era una completa cínica. Ella no amaba la religión, ni tampoco a Dios. Sólo tenía miedo de no encontrar refugio por las noches y tener vagar por el día. Si tenía comida y techo, ¿por qué debía huir de aquel lugar que le proporcionaba eso sólo por pregonar unas cuantas mentiras?
Esa era también la razón que la mantenía alejada de las malas conductas de sus hermanas, el miedo a perder lo que ella consideraba su hogar.
— Te estás perdiendo tantas cosas... —Dijo él con tristeza.
Cosas entre las cuales estaba él, deseoso por conocerla y explorarla. Deseoso por desojarla pétalo a pétalo y descubrir qué clase de chica se escondía detrás de aquel hábito y esos hermosos ojos acaramelados.
— Tengo lo que necesito —Blanca tomaba con fuerza la cruz que llevaba en el pecho para darse fuerzas y no ceder ante él.
Jimin puso sus manos alrededor de las de ella y la miró intentando insistir por última vez.
— ¿No vendrás, cierto? —Ella negó con la cabeza y esquivó su mirada.
Estaba cansado de insistir, ¿cómo pretendía arrancarla del sitio donde había estado por años? Sonrió decepcionado y abrió la puerta dispuesto a irse y no volver más aunque por dentro rogaba de rodillas que Blanca lo detuviera.
Mientras tanto Blanca se sentía una extraña sensación en su pecho, como si fuera a perder algo valioso en el instante en el que Jimin cruzara la puerta pero para cuando se dignó a hablarle, el castaño ya se había marchado quizás para siempre.
Con tristeza soltó la cruz y siguió pensando en lo que había dicho Jimin mientras tomaba de nuevo el pañuelo y continuaba -con gran aborrecimiento- con la limpieza del lugar.
Otra vida, ¿sería posible para ella?
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando la puerta se abrió nuevamente.
— ¿Nunca te han besado? —Jimin la besó suave —¿Qué tengo que ofrecer para que te vayas de aquí? —Le había tomado el rostro con ambas manos y la miraba en busca de una respuesta.
Si se tenía que valer de cualquier medio para que ella lo aceptara entonces lo haría, así tuviera que atarla a su cintura y llevarla lejos de allí en su afán por salvarla de su confinamiento.
Ella se quedó pasmada con los labios entre abiertos por lo que acababa de pasar, su corazón que latía con tanta fuerza que podría salirse de su pecho no daba crédito a que Jimin le había robado su primer beso en el confesionario. Pero en lugar de alejarlo y gritar hizo todo lo contrario y sonrió.
Su sonrisa hizo que cada músculo de Jimin se tensara y activara sus alarmas. En cualquier momento la chica podría decirle que sí.
— Volveré mañana a la misma hora. Es la última oportunidad que tengo para pedirte que vengas conmigo —Jimin la tomó por los muslos y la subió a la silla del confesionario.
— ¿Tanto lo deseas? —Ella empezaba a convencerse de que quizás afuera le esperaba algo mejor. Algo increíble.
Jimin le dio un beso en la frente.
— Sí —Y con todo su corazón.
***
Otra vez Blanca se encontró así misma pensando en Jimin durante la noche. Estaba acostada boca abajo ver a sus hermanas jugar y decir las travesuras que hacían cuando nadie las veía.
— ¿Por qué no se van de aquí? —Su preguntaba interrumpió la conversa de sus hermanas.
— ¿Nos estás echando? —Preguntó una levantando una ceja.
Blanca se sentó en el borde de la cama.
— Me refiero a que, si odian este lugar ¿por qué no lo dejan?
La extranjera de ojos azules inhaló el cigarrillo y contestó.
— No tengo un mejor lugar a donde ir —Miró a Blanca con desdén y luego se concentró en sus cartas.
— ¿Estás planeando escaparte? —La de los labios carmesí rió con picardía.
Ignoró por completo la pregunta y se acostó de nuevo en la cama, esta vez aterrada por la respuesta de aquella extranjera. Si ella no tenía un mejor lugar a donde ir entonces quedaría sepultada en esta iglesia para siempre.
De repente, Blanca sintió un terror que nunca había experimentado.
¿Me quedaré aquí para siempre?
En ese momento el rostro de Jimin le vino a la cabeza y supo inmediatamente que mañana debía decirle que sí.
***
A la mañana siguiente Blanca se despertó distinta y aunque cumplía con la misma rutina de siempre de asistir a misa y realizar la limpieza, más de una vez deseó que Jimin apareciera y la retara a irse.
— No, yo le rechacé —Dijo en voz baja mientras ordenaba el altar de Dios con precisión pero sabía que si el castaño aparecía por la puerta no dudaría ni un segundo en aceptar su propuesta.
Luego de terminar con el altar se sentó en la primera fila de las sillas y paseaba su mirada detenidamente en cada rincón de la iglesia. Silencio y más silencio. No había más nada en aquel lugar que la calma y el silencio. Levantó la mirada y se encontró con la estatua de yeso.
¿Debería irme?
Una de las superioras la miraba con ternura desde una esquina.
— Te buscan, hija.
Sintió que el corazón se le salía del pecho pero trató de disimular. Luego de agradecer a la superiora se dirigió hacia la puerta principal de la iglesia. Por desgracia no era Jimin. Era un repartidor o eso parecía.
— Para usted —Dijo entregándole una caja marrón.
Estaba extrañada, ¿quién podría mandarle algo?
Se dirigió hasta su habitación y cerró la puerta con seguro, tenía cierto nerviosismo cuando colocó la caja sobre la cama y la miró con detenimiento. Con delicadeza abrió el paquete por un costado y encontró en él un bonito vestido rojo.
Qué casualidad, el rojo era su color favorito.
Se sintió algo avergonzada cuando se vio al espejo sosteniendo el vestido delante de ella y miró de reojo el labial de una de sus hermanas.
¿Quién podría ser el responsable de esto? Curioseó mejor el resto de la caja y encontró una nota.
Esta noche, nuestra última oportunidad.
–Jimin.
Ahora entendía de qué iba aquello.
La emoción se le subió a la cabeza y se llevó una mano a la mejilla sintiendo el calor que su rostro emanaba por la euforia de saber que hoy se escaparía. Hoy atravesaría los muros más allá de lo que alguna vez lo había hecho en su vida.
***
Cuando era lo suficientemente tarde fue que Blanca se colocó el vestido con sumo cuidado para que sus hermanas no se despertaran. Todos en la iglesia dormían –eso quería creer-.
No sabía a qué hora se suponía que Jimin vendría pero lo cierto era que fue a las once de la noche cuando pisó la puerta principal. En medio de la oscuridad se llevaba la mano al pecho constantemente para mantener la compostura y no obligarse a correr a su habitación despavorida.
— Pensé que no ibas a venir —Una silueta se asomaba a unos pasos de ella.
— Yo tampoco —Había dudado mucho si seguir en el juego.
— Ven —Él extendió su mano y la llevó hasta su coche que había aparcado justo delante del camino de tierra de la iglesia —Te ves muy bien.
Era la primera vez que alguien le decía eso y no pudo evitar sentirse feliz de escuchar aquel halago.
***
En todo el camino miraba a Jimin buscando respuestas en su rostro y en sus labios pero éste estaba concentrado en el volante. Blanca sentía miedo e incertidumbre pero ya no había vuelta atrás, quería llegar hasta el final del juego del castaño.
Jimin por su parte la llevó lejos de allí, a un lugar donde ella nunca habría ido a no ser que él la hubiese traído. Aparcó el auto justo al lado de una carretera desde donde se podía ver la ciudad y la invitó a bajarse.
— ¿Qué es esto? —Preguntó ella acercándose a la orilla de la carretera sintiendo como el frío se le colaba por las piernas y los hombros.
Las luces de la ciudad se asomaban como cientos de estrellas de colores incandescentes mientras que el cielo también se adornaba de puntos plateados que titilaban en la oscuridad. Aquello no era un espectáculo de magia, era Seúl llena de secretos aún por descubrir para la chica.
— Es el mundo —Respondió él. La brisa le agitó el cabello y Blanca pudo observar una sonrisa en sus labios —O parte de él —Esta vez la miró él. Sus ojos parecían cálidos.
Blanca dirigió su mirada otra vez al espectáculo de luces, preguntándose cuantas personas se encontraban despiertas esa noche o cuantas estaban recorriendo las calles de la ciudad inmersas en alguna aventura que ella desconocía. Cerró los ojos y se dejó absorber por el ruido de la noche, los autos que transitaban escasamente detrás de ellos, el viento que soplaba y su respiración lenta y calmada.
— ¿Te gustan las estrellas? —Preguntó el castaño interrumpiendo momentáneamente su paz.
Ella asintió y clavó la mirada en el cielo.
— Me gusta venir aquí. Siempre hay muchas de ellas —Él parecía abstraído en el cielo nocturno.
Curiosamente el manto de estrellas se cernía sobre la ciudad y aquello era lo más hermoso que Blanca había visto en su vida.
— Gracias —Musitó ella para sí misma aunque Jimin alcanzó a escucharla pero no dijo nada.
Esta noche Jimin le había regalado un momento inolvidable, se quedara o no en la iglesia esta noche perduraría para siempre en su memoria como el mejor recuerdo de su corta vida.
***
Unos veinte minutos más tarde se encontraron azotados por una ligera lluvia que los obligó a entrar en el auto, pronto las gotas golpearían las ventanas como piedras y el ambiente te tornaría aún más frío.
— Deberíamos volver —Dijo él decepcionado cuando se montó en el auto.
Blanca tampoco quería volver.
La llevó de vuelta a la iglesia donde nadie parecía haber notado su ausencia pero antes de que Blanca entrara y se perdiera en la oscuridad de los pasillos, Jimin la volvió a besar.
Ella se alejó de su rostro nerviosa pero no asustada. Empezaba a acostumbrarse a los besos furtivos del castaño y se sentía una sin vergüenza por eso, pero el cuerpo quiere lo que quiere y ella cedió por segunda vez sin quejarse.
— ¿Vendrás conmigo? —Preguntó él —Prometo enseñarte muchas cosas más.
Ahora la idea de conocer aquello que se escondía tras las luces de la ciudad no le asustaba en lo absoluto. Había crecido la curiosidad en ella, esa especie de interrogante que florece en todos cuando algo nos atrae con fuerza.
— Mañana. Iremos mañana.
Él sonrió y la cargó por la cintura.
— Era hora —Dijo mientras la rodeaba con sus brazos —Mañana vendré por ti.
— ¿Qué necesito llevar? —Si iba a comenzar una nueva vida tenía que hacerlo bien.
Jimin tomó el rostro de Blanca con ambas manos y la miró con ternura.
— Tus ganas de vivir.
Antes de girarse para montarse en su coche la voz de ella lo detuvo.
— Sumin —Dijo ella.
— ¿Ese es tu nombre? —Sonrió él tiernamente.
Asintió con cierta timidez.
— Nos vemos, Somin —Agitó su mano en el aire despidiéndose de ella con la promesa de que mañana volvería.
***
La joven monja estaba a punto de quebrantar todas las reglas que con esmero se había forzado a seguir durante años. La idea de una nueva vida la había cautivado por completo y estaba decidida a que eran muchas cosas las que estaba por conocer.
Esa misma noche después de regresar había preparado un pequeño bolso con nada más que su diario, su cruz y unos zapatos. No tenía nada más excepto sus ganas de vivir.
Durante todo el día había llovido con fuerzas y el paisaje se borraba desde la ventana de Blanca o mejor dicho, Somin. Risueña se preguntaba a qué hora vendría Jimin puesto que sólo deseaba montarse en el coche y decir adiós para siempre.
Blanca moriría en ese momento y renacería una nueva Somin, aquella que nunca se dio una oportunidad de conocer lo que había más allá de la palabra de Dios, sus superioras y sus hermanas.
— Mejor tarde que nunca —Se dijo así misma cuando eran las seis de la tarde y él no aparecía.
Somin no podía conciliar el sueño cuando se fue a la cama a las doce de la noche luego de revisar que Jimin no la estuviese esperando en la puerta.
Lo cierto es que él no apareció ese día. Ni el siguiente.
***
Habían pasado cuatro días desde que Somin había visto por última vez a aquel hombre que le había dado un respiro de su monótona vida y fueron esos días los más tristes y solitarios para ella. Se había dado cuenta que odiaba estar allí y que adoraba la sonrisa de él.
¿Por qué no había venido por ella si tanta era su insistencia? No dejaba de preguntarse cada mañana, tarde y noche. Consiguió la amarga verdad cuando una de sus hermanas traviesas leía el periódico y se cubría la boca con horror.
— Es él ¿no? —Le preguntaba a la de los labios carmesí mostrando una de las páginas.
— Lo es —Respondió la otra con casi la misma expresión de horror.
Somin no quería entrometerse en aquello pero no lo pudo evitar cuando la extranjera le llamó con la mano.
La imagen se distorsionó de sus ojos y su frente fue a parar justo encima de uno de los banquillos de madera cuando leyó que la noticia dictaba que un joven de veintitantos había muerto cinco noches atrás en un accidente de autos mientras que su cuerpo había aparecido apenas la noche anterior cuando vecinos de la localidad dieron con él.
Era el rostro de Jimin quien figuraba en la fotografía.
Adiós a una nueva vida, adiós Jimin.
***
Recuperada de su desmayo y sanada de la herida en su sien, Somin miraba desde su cama un punto fijo en la pared. Llevaba al menos cuatro horas en la misma posición y no había nada que las hermanas traviesas o sus superioras pudieran hacer para sacarla de ese trance.
Al final, optaron por dejarla sola y no insistir más en saber qué le pasaba.
— ¿Dónde estás Jimin? —Se preguntaba aguantando fuerte el dolor en su pecho y sus inmensas ganas de llorar.
El sueño de una vida diferente se había caído a pedazos en el mismo momento que leyó aquel periódico.
Si tan sólo esa noche hubiese aceptado ir con él quizás pudo haber evitado aquel accidente o, ella también estaría muerta pero al menos no tendría que enfrentar esta realidad; Jimin ya no estaba así como tampoco estaba abierta la posibilidad de salir de allí.
Bien sabía Somin que podía irse cuando quisiera, ¿pero a dónde? Sólo había aceptado huir con él porque había sentido que fuera de las paredes de la iglesia tendría un refugio y alguien con quien contar.
Refugio, eso era lo que Jimin le había ofrecido sin pedir nada a cambio.
Se sintió desdichada, sola, vacía. Tan vacía que le costaba respirar y una presión invadió su pecho y su cabeza, fue tanta la sensación que le entraron ganas de vomitar. Esa noche no pudo dormir y tampoco ninguna noche en el mes siguiente.
Somin no era más que un saco de huesos y un hilo de aire pues había dejado de comer y posiblemente de caminar, igual no lo quería intentar. Salir de la cama no le proporcionaba ninguna satisfacción si sabía que no lo vería aparecer por la puerta. Tan sólo imaginar que tenía que volver a su vida antes de conocerlo le producía un inmenso dolor.
Al principio todos la miraban con preocupación pero pronto sus hermanas traviesas la comenzaron a ignorar y las superioras de la iglesia achacaban aquello a una posesión maligna por lo que no les gustaba acercarse a ella.
Pero la realidad era que Somin se había echado a morir y todos la miraban hacerlo sin intenciones de intervenir en aquello.
¿Qué sentido tenían los días si sólo podía hablar con una estatua? ¿Cuál era su propósito cuando solo era un saco lleno de aire?
No había nada en ella, no tenía intereses, ambiciones, ni sueños. Había estado así durante años y justamente Jimin la despertó de ese letargo pero ahora el destino le había quitado esa única chispa de interés en vivir –de nuevo- fuera de aquellos muros.
Nunca había rogado por nada en su vida pero esta vez pedía a gritos que los días regresaran para poder decirle desde el primer instante que aceptada irse a su lado.
***
Dos meses después Somin estaba echada en su cama mirando la ventana. La noche se encontraba azotada por la lluvia constante tal y como había pasado la última vez que lo había visto.
Con mucha dificultad se levantó de su cama para ir hasta la puerta principal. Dar dos pasos le generaba un cansancio terrible. Somin parecía una calavera con piel y una peluca negra opaca y desalineada pero aún así, con las pocas fuerzas que le quedaban caminó hacia la puerta como si lo fuera a encontrar.
Y lo vio ahí.
De pie, justo al lado de su coche con la misma ropa que usó la última vez que lo había visto. La miraba fijamente y le extendía la mano con la sonrisa de siempre.
— Jimin —Suspiró ella arañando las pocas fuerzas que sus cuerdas vocales tenían.
Se bajó con cuidado de las escaleras de la puerta y caminó arrastrando los pies hasta el auto. Sintió sus lágrimas correr y la caricia de Jimin secándolas.
— Vamos por tu nueva vida —Susurró él.
Ella sonrió y cerró los ojos asintiendo con la cabeza.
Pero Jimin no estaba allí.
Desde hacía meses que se había ido para siempre y Somin no había caminado hacia auto alguno porque no había nadie estacionado allí. Su cuerpo había sido empujado y su alma estaba engañada por la ilusión fantasmal de tenerlo de vuelta.
Sí, caminó. Caminó hacia el precipicio que se insinuaba al frente de la iglesia y cayó, justo para iniciar una nueva vida... o tal vez no.
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