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I

Londres, Octubre 2017.

Voy por el oscuro pasillo de paredes blancas y grises, indiferentes, arrastrándome por el piso negro y frío. Mis piernas no soportan el peso de mi cuerpo, de mi alma gastada pero eso no es lo que me preocupa. No. Sino ellos... Esas dementes personas que vienen detrás de mí. «Aléjense», quiero gritarles. La voz no me sale, la he perdido como muchas otras partes de mí.

No recuerdo como he llegado, ni que día es hoy, si es mi cumpleaños, si tengo familia, si estoy viva... ¿Qué sucede?

Gimo completamente adolorida, me duele el cuerpo, especialmente mi pie izquierdo. Lo veo y abro la boca aterrada por la sangre que no desaparece. Me detengo en mi huida y examino la herida. ¿Qué me han hecho?

Tengo el pulgar y el índice destrozados. Como si me lo hubiesen aplastado con un martillo y luego torcido con una llave. Me viene una arcada y me tapo la boca con las dos manos y descubro entonces el por qué no pude gritar. Siento gruesos hilos atravesando la carne de mis labios. «¡Me han cosido la boca!», grita alterada mi conciencia. Sigo tocando mis labios en busca de poder quitar el hilo pero me es imposible. Veo hacia el frente y entonces el corazón se me dispara de terror al ver aparecer a aquel hombre atractivo como retorcidamente macabro. No. No. No. Niego con la cabeza y las lágrimas caen. Gimo. Me arrastro de nuevo.

—¿Qué crees que haces? —dice al estar a centímetros de mi rostro bañado en lágrimas que él se encarga de limpiar con su pulgar. Me mira. Cierro los ojos, permitiéndome un descanso—. No escaparas jamás. Lo sabes.

—Mmmm... —lágrimas nuevas caen por mis mejillas.

—Ssh, ssh... vamos.

Los demás hombres me llevan entre brazos por el pasillo. No me ven. No les importo. Me torturan.

—Sabes que por intentar huir debo castigarte, ¿verdad? —me estremezco—. Wes, y yo sólo queremos lo mejor para ti, Laurel. —Entramos a una habitación con las paredes grises, espaciosa, de tenue luz y muchas camas de hospital e instrumentos quirúrgicos en las mesas negras y lisas. Me muevo entre los brazos de los hombres que me tienen. Levantan mi cuerpo delgado e inútil y me depositan en una de las muchas camas. Atan mis manos con correas de cuero y también mis pies. Me retuerzo como culebra encarcelada y abro los ojos alarmada al ver que él viene con un bisturí muy filoso. Abro más y más los ojos a medida que lo acerca a mi rostro. Giro la cabeza y al ver lo que ocurre al otro lado de la misma habitación hago el amago de abrir la boca para gritar y me quejo de dolor al sentir los gruesos hilos clavarse sin piedad en mi carne. Siento algo espeso y tibio deslizarse por mi barbilla y cuello. Él maldice enojado.

—Detente.

No puedo apartar la vista. Al otro lado está Nathan, uno de mis mejores amigos siendo torturado con sangüijuelas, ratas y cerillas por todo su cuerpo. Lloro en silencio por los dos. Por todos mis amigos y por mí. Él se queja y se mueve inquieto.

—¡Maldito, desgraciado! —Les grita. Agarran una de sus manos y van a por un martillo. Cierro los ojos cuando escucho los golpes y los gritos de dolor e impotencia.

—Mírame... —lo veo—. Entiéndelo, querida, esto es por tu bien. —Ríe cínicamente.

Mi vista se vuelve borrosa, las imágenes de mi mente se van esfumando de repente y ya no siento dolor. Ya no siento nada. Me quedo profundamente dormida.

Despierto poco a poco en mi cama. Al recordar todo, me llevo las manos a la boca y noto que ya no tengo el hilo, pero si siento los hoyos por la aguja.

No sé cuanto tiempo paso llorando y lamentándome en silencio cuando recuerdo a Nathan. Me levanto como un resorte y salgo de la habitación para encontrarme con Sofia frente a mí. Tiene la respiración tan acelerada como yo. Se abalanza encima de mí, tan rápido que no la veo venir. Pasa los brazos nerviosa por toda mi espalda y besa mi sien una y otra vez. Siento sus lágrimas empapar mi sudadera azul. Se aparta.

—Creí... creí que estabas... —se le escapa un sollozo y la abrazo para calmarla.

—Estoy bien. Pero, Nathan...

—Él está bien. —La veo sin creerla—. Bueno, lo mejor que puede estar. —Sorbe por la nariz.

—¿Dónde está?

—En su habitación. —Me aparto de ella para ir en su búsqueda pero me detiene—. Laurel, no creo que debas ir con él ahora.

La veo confundida.

—Nathan está algo alterado y...

—No. Tengo que hablar con él. Ya sé cómo escapar de aquí. —Ella hace una mueca. Me mira triste y niega.

—No —se aleja unos pasos de mí—. No hagas eso, Laurel. Nunca saldremos de aquí. Ellos son más listos. Mírate —grita—. Mira como estás por esa locura. Lo que te han hecho... Olvídalo ya. —Se va. Dejándome sola con mis oscuros pensamientos.

Me detengo ante la puerta de madera. Mis nervios estan a flor de piel. Veo a los dos lados y algunos de los chicos y chicas de Blackford me miran con curiosidad. Ya se ha corrido el rumor de mi último intento de escape fallido. Llevo en este infierno desde los quince años y en todos estos últimos cuatro años he sido torturada, maltratada, ultrajada, me han quitado la vida, la alegría, todo. Pero ya no más. He descubierto que quiero reír estando en un parque de hermosa vegetación comiendo helado y viendo a niños felices. No me robaran nada más. Ni siquiera un amigo. Los pienso sacar a todos.

Con algo de nerviosismo por no saber lo que encontraré tras las puertas, toco flojito. Pasan dos minutos y nadie sale a abrir. Vuelvo a tocar. Nada.

—¿Nathan?... —Nadie responde. Aprieto los labios y pongo la mano en la perilla de la puerta. Giro y esta se mueve. Paso. No lo veo por ningún lado. Me adentro aun más y noto una camisa blanca en la cama que está manchada en sangre. Escucho un ruido proveniente del baño y entonces lo veo salir. Lleva una toalla en la cintura y con otra va secando su cabello castaño. Lo que me sorprende de verlo semi desnudo no es su torso marcado o sus bíceps grandes, sino las pequeñas marcas de quemaduras, rasguños y chupetones que hay en toda su figura casi perfecta. Me encojo de dolor por dentro. Los ojos se me humedecen.

Al verme, se detiene. Me mira sin emociones y aprieta las manos, formando puños.

—¿Qué haces aquí? —dice duro, yendo a su vestidor y sacando una camiseta negra y un jersey del mismo color con cuello redondo. Me acerco a él.

—¿Cómo te encuentras? —Pregunto con un hilo de voz.

—Vete. —Espeta. Me echo hacia atrás como si hubiera recibido una bofetada. Aunque pienso que hubiese dolido menos que su rechazo. Me muerdo un labio pero lo suelto al instante. Los tengo rotos muy maltratados.

—Natha, ¿por qué...?

—Vete ya, joder. —Ruge, volviéndose a mí, con ojos fríos. Pestañeo frenética sin entender—. No quiero verte de nuevo, Laurel. Desaparece ya. Por tu estúpida idea de esperanza de escapar de éste maldito lugar has ocasionado que Santini nos tenga más vigilados que nunca. Me han atrapado antes de poder avisarte que no lo hicieras, tienen a Kate y a Seth también y aún no los han liberado. —Lo veo con la boca abierta.

—¿Qué? —Logro formular en un hilo de voz.

—No te lo esperabas, ¿cierto? Bueno. Eso fue gracias a ti. —Se pasa la camiseta por la cabeza y luego el jersey.

—Yo no tenía idea... Sofia no me dijo nada...

—Mira, Laurel —suspira quejumbroso. Lo veo. Sus ojos me trasmiten empatia pero un segundo después lo que veo es mucha oscuridad—. Vete. Tengo cosas que hacer, vale. —Pasa por mi lado sin mirarme. Aguanto el nudo en la garganta y retengo las lágrimas. Me giro. Está sujetando la puerta abierta. Esperando por mí. Llego a su lado. Le sonrío y me acerco. Lo beso en la mejilla.

—Nunca quise que te hirieran, Nathan. Ni a los chicos. Os quiero demasiado. Pero no voy a quedarme con los brazos cruzados. Saldré de aquí. Todos lo haremos —permanece en silencio—. Es una promesa. —Me voy.

***

Londres, Noviembre 2017.

Veo caer los copos de nieve lentamente al suelo blanco desde la ventana del aula. Sam está a mi lado. Es el gemelo de Seth. Al cual todavía no liberan desde el mes pasado y me carcome por dentro la culpa. Ya Kate esta libre. No entiendo por qué no lo liberan ya. ¿Qué le hacen?

Me siento derecha en la silla cuando escucho el sonido de los demás chicos al entrar. Seguidos del profesor. Esta es la clase de historia. Historias sobre Blackford. Veo al señor Jekill colocar su portafolios en el escritorio. Creo que Sam me dice algo pero no le escucho. Un momento después, aparece por la puerta Nathan. Mostrando esa sexy sonrisa suya y de la mano con Deborah. Frunzo el ceño. Él al percatarse de mi mirada se detiene un segundo. Baja la vista a su mano unida a la otra chica y yo lo sigo también. Siento una pequeña punzada en el pecho. Me mira y se va hasta las últimas sillas y se sientan juntos. Lo ignoro tanto como puedo. Duele. Duele mucho.

—Él no sabe lo que hace. Está confundido.

Me rio ligero. Veo de reojo a Sam.

—No tienes de qué consolarme, Sam. De verdad, no pasa nada. —Miento.

El señor Jekill pasa al frente y coge una de las tizas. Empieza a trazar garabatos en el pizarrón. Cuando termina, se vuelve a toda la clase.

—«El infierno eterno» —anuncia—. Es de lo que hablaremos hoy.

—Esto es historia —dice en voz baja una chica de la fila de al lado.

—Ya lo he notado, sí. —Le contesta sarcástico—. Sucede que... —en ese momento aparece Wes junto a Peige. Me altero. Cuando ellos aparecen, muchos problemas se avecinan —¿Sucede algo?

—Buscamos al señor, Winter. —Me levanto sin poder evitarlo. Sam me aprieta la mano y tira de mí pero permanezco en pie. Ellos me ven junto con toda la clase.

—¿Para qué quieren que valla con ustedes? —Peige ríe diabólica.

—Bastantes problemas has causado ya, Franco. Cierre la boca y siéntese. —Ty va con ellos y antes de irse me dedica una sonrisa tranquilizadora que no causa ningún efecto en mí. ¿Qué haran ahora?

Media hora después, salimos de clase. Todos estan más alterados que nunca y me pregunto por qué. Hay mucho bullicio por los pasillos y camino hacia delante para saber que sucede. Sam viene corriendo y me alcanza. Camina a mi lado. Cuando llegamos al lado de los jardines nos encontramos con la peor escena.

Carolina. Una chica del segundo curso está parada en una de las mesas del jardín con un traje de cuero tétrico, botas negras hasta medio muslo, todo el cuerpo bañado en sangre y su cara, con los ojos rojos y un plato de vidrio en las manos. Hay algo en el plato. Parecen las partes de..., ¿un brazo? Cuando veo su boca manchada de rojo, el estómago me da un salto espantoso. Respiro entrecortado.

Ella está comiéndose el brazo de alguna chica o chico de Blackford delante de todos y deslizándose sus manos rojas por todo su cuello, escote y rostro.
















¡Hola!

Quería decir que esta historia va a estar participando en:

–ANGEL OF THE AWARDS 2018
–TINTA AWARDS 2018

Gracias.
Besos.
Nica♥

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