35. Personas Valiosas.
Stefano.
No sé cuánto tiempo ha pasado desde que los guardias nos han encerrado. El cruzar las rejas ha sido un soplo de alegría momentáneo al ver a Ayzhi y Esther, que, aunque se encuentran en las mismas condiciones que nosotros, es consolador tener la certeza que nada malo les ha ocurrido.
Alexander y yo hemos estado sin dejar de removernos en el suelo, intentando cualquier cosa para liberarnos, pero es inútil. Las cadenas no ceden, y, aun así, algo en mi interior me dice que siga intentándolo.
Me niego a quedarme aquí sin hacer nada.
No puedo permitir que le hagan daño. Quizás el viejo Stefano estaría llorando y reprochándose por la desgracia de su vida; tal como lo hice con la muerte de madre o como ocurrió cuando alejaron a Phoebe de mis brazos, pero hoy no.
¡Ya no, demonios!
Estoy harto de que me arrebaten lo que es mío. Estoy cansado de que lastimen a los que amo. ¡No más, no me importa cómo, pero juro que saldré de aquí y acabaré con ese malnacido!
Maldita sea la hora en que Barján entró al castillo. Si él ha estado todo este tiempo de su lado, es claro porqué los hombres de Stolz se retiraron del campo de batalla. Esperaron a que nos relajásemos. Nos dejaron pensar que habíamos ganado y cuando menos lo esperamos, pusieron en juego su última carta.
Observo a Ashly al otro lado de mi celda. Es notable la nostalgia y rabia en sus pupilas. Se encuentra hecha una pequeña bolita en el suelo mientras mantiene la mirada perdida en el horizonte. Él la traicionó, y temo por lo que haya hecho con su cayado. Sin él, la magia de Ashly no es más que un recuerdo del ayer.
A estas alturas deben estar llevando a Helena a la capital, y me retuerzo de rabia de solo pensar que ese miserable le ponga las manos encima a mi mujer.
Sigo luchando, hasta que por fin logro quitarme la mordaza que amenazaba con cortar la piel de mis comisuras.
—¡Auxilio! ¡¿Alguien puede escucharme?! ¡Estamos aquí abajo! ¡Por favor, ayuda!
Phoebe me observa desde el extremo opuesto del ambiente. Las pequeñas manitos sujetas a la cadena anclada a la pared. Se encuentra junto con Mirabella y Noré. Sus miradas de compasión y templanza intentan calmarla después de lo que tuvo que pasar, sin embargo, las lágrimas no dejan de humedecer el trapo que envuelve su boca.
No. No. Así no puede acabar esto, por favor.
Tengo que hacer algo, maldita sea.
Vuelvo a tirar de las cadenas, y cuando han pasado varios minutos, doy pequeños golpes a la pared con mi frente mientras cedo en fuerza rendido. Estoy a ojos cerrados, mi garganta arde de la impotencia; me mantengo apoyando mi cabeza al muro cuando percibo el crujir de unos pasos provenientes de las escaleras.
Alexander da unos pequeños gritos que quedan ahogados por la mordaza, llamando mi atención mientras escucho la vibración de sus botas pataleando el suelo. Abro mis ojos, alterado. Mi corazón late acelerado.
Por Vezhaltz, ¿y si han venido a terminar con nosotros?
Todos dirigimos nuestras miradas expectantes a la entrada de piedra, cuando la imponente figura cruza la misma.
—¡Anub!
Él me observa sonriente mientras juega con el manojo de llaves en sus manos.
—Stefano, jamás te había visto más dichoso en la vida de verme llegar. Me alagas.
—¿Cómo? ¿Cómo es que estás aquí? —Consulto sorprendido cuando se aproxima a la celda que compartimos con Alexander. Mi pecho lleno de regocijo por verlo. ¡Por todos los dioses! ¡Está aquí!
—Las cosas estaban raras está mañana cuando me fui, así que decidí volver a mitad de camino, y que bueno que lo hice. Nunca confíes en un brujo, o bruja. —Una sonrisa ladina aflora de sus labios cuando observa de reojo a Ashly mientras da el giro de llave necesario para liberarnos —. Conozco a ese canalla desde hace muchos años. Y lamento no haberme equivocado al decir que nunca me dio buena espina. Sin embargo, estaré bastante orgulloso de romperle la cara cuando lo vea.
No puedo evitar soltar una sonrisa radiante al escucharlo. Él se pone de cuclillas para llegar hasta donde nos encontramos, y comienza a rebuscar las pequeñas llaves intentando dar con la correcta.
Al fin una de ellas abre mis muñequeras, y el peso de las cadenas abandona mis extremidades. Otro giro es suficiente para al fin poder mover mis tobillos con autonomía. Rápidamente Anub y yo vamos ayudando al resto. Cuando todos nos encontramos liberados, subimos hacia el primer piso de inmediato.
—Te lo dije. —Oigo a Anub decir tales palabras a Ashly.
—No empieces... —arguye molesta, alzando la falda de su vestido para subir los escalones sin pisarlo.
—No empiezo aún. Cuando lo desfigure a puñetazos habré empezado.
—Por favor señores, no es el momento... —interfiere Ayzhi mirándolos de reojo. Noré niega risueña con su cabeza.
—¿Son ex? —Oigo la pregunta y me doy la vuelta.
Bella. Tenía que ser Bella.
—¡No!
—Si.
—¡Ah! ¡Lo sabía! —El gritito de Alexan logra que Phoebe eche a reír.
Las mejillas de Ashly arden de cólera.
—¡Cállate! Y no necesito que lo hagas. Yo misma me encargaré de él.
—¿Crees que tenga tu bastón, ex que no quiere ser mi ex porque se dio cuenta que eligió a la raza equivocada y ahora él es el ex?
—¡Ahg! ¡Eres irritante! —escupe molesta, deteniéndose a mitad de las escaleras para voltearse a verle—. Por supuesto. Ese hijo de puta quiere mi lugar, pero no se lo voy a dar tan fácil.
—Yo te lo d...
—C.I.E.R.R.A. L.A M.A.L.D.I.T.A. B.O.C.A.
—Mierda. ¿Para qué pregunte?
—Suficiente. ¡Stef! ¿Dónde crees que vas? —inquiere Alexan mientras Mirabella y Noré se encargan de ayudarle a subir las escaleras.
Por mi parte ya estoy cruzando la entrada con Phoebe en brazos.
—Pues, voy por Helena.
—Solo...
Phoebe me pide bajar y corre a darle la mano a Esther. Quedo en mi lugar pensativo.
—Si, yo no quiero exponer...
—Cállate tú también, Stoliano mentiroso.
Ashly se acerca hasta mí y trago grueso cuando sus filosas y alargadas uñas se asientan en mis hombros.
—¿Lo-lo sabías? —Es lo único que se me ocurre decir.
¿Retrocedí? Mierda, retrocedí.
—Claro, desde que vi tu cara de perro mojado —fanfarronea y luego me da una sonrisa —. Eres un buen hombre Stefano querido, y, la mayoría de las veces, las buenas personas quieren hacerlo todo solos. Tienen complejo de héroe. Pero he aquí una lección que salvará tu vida: Necesitas rodearte de las personas necesarias, pocas y valiosas para ti. Porque ellas serán en las cuales puedes refugiarte cuando sientes que no puedes tú solo con el mundo. ¿Somos nosotros valiosos para ti? —Señala a todos los presentes.
Los observo a todos por unos segundos, y no puedo evitar sonreír.
—Claro que lo son, son mis amigos. Los mejores y únicos que he tenido.
—Pues bien. Nosotros vamos contigo.
—Faltaba más, yo quiero destrozarle la cara al brujo de pacotilla ese...—agrega Anub.
—Y yo al idiota del rey. —arguye Mirabella agitando su mano.
Todos se unen a la conversación y logran sacarme una sonrisa. Contemplo con nostalgia la gran entrada, las enormes escaleras desde donde la vi bajar por primera vez. El cielo estrellado reflejado en la gran cúpula de cristal que nos cubre.
Su hogar... el castillo que me abrió sus puertas con tintes de desesperanza, y ahora es mi lugar seguro. Lo siento como mío. Al fin estoy en el lugar al que pertenezco, con las personas y criaturas correctas.
Seco mis lágrimas y sorbo mi nariz.
—Muy bien muchacho, tú mandas. ¿Qué hay que hacer?
La palmada de Anub a mi espalda me hace inclinar hacia adelante.
—Vamos por Helena, por la cabeza de ese miserable y por el trono.
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