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32. La guerra y el amor.


Siniestra. 


     Si me hubiesen advertido la forma en que me sentiría al cumplir por fin con mi anhelo, les habría acusado de embusteros. Sin embargo, aquí estoy. Sintiéndome en la peor de las encrucijadas con el corazón dividido en dos.

Una parte está ardiendo de orgullo, fatua de lo que ha logrado. La otra está quemándose por dentro debido a ello, y como nunca lo hubiese imaginado, estoy debatiendo a cuál de ambas rescatar.

A esta altura, y en estos momentos, sí. Lo admito. Engañé a todos. Pero fue por una simple razón: sobrevivir.

Cuando las circunstancias de tu vida se tornan abrumantes y la penumbra de los traumas del pasado no deja de ensombrecer tu presente, lo único que deseas es escapar con todas tus fuerzas de tu propia mente.

Deseas que cada recuerdo doloroso y angustiante deje de repetirse una y otra vez en la cinta de tu memoria. Solo se anhela la salida. Empezar de cero, ser alguien más... esa fue la mía.

—¡Que viva la princesa Leah!

Leah. Ese es mi verdadero nombre.

A mi pesar, pertenezco a la familia real de Stolz. Mi... progenitor, fue Leónidas V, a quién deseo que el infierno lo esté consumiendo. Mi progenitora... sigue con vida, como la cobarde y sumisa que es continúa en el palacio bajo las órdenes de la despreciable abominación de mi hermano menor. Lo único bueno de esa familia, es mi hermana. Leonor. A quién todos conocen como Noré.

Las dos hemos pasado por mucho y por nuestra seguridad, debimos fingir ser alguien más.

Hace muchos años, cuando el reino era lo suficientemente poderoso y pudiente, la persona que se supone debo llamar padre, había decidido tener un tercer heredero. Sí, digo bien. Él había decidido hacerlo, madre no.

En ese entonces, Leonor tenía no más de 5 años recién cumplidos y yo apenas 3. Todo parecía una época feliz según mis vagos recuerdos porque entenderán, era demasiado pequeña. Pero si percibí que luego del nacimiento de Leónidas, las cosas cambiaron mucho. No sería hasta más adelante que entendiese el por qué.

Las mentiras y secretos ocultos de mi entorno no tardaron en salir a la luz.

A mis 12 años de edad debía ser casi una adulta. Comportarme con seriedad y procurar esconder mis emociones. Lo de los sentimientos no me costaba, pero comportarse bien era aburrido. Así que siempre hacía de las mías, aunque implicase castigos.

Leonor con sus 14, en cambio, era muy reservada. Casi no asistía a los actos públicos y mucho menos salía de su cuarto, a pesar de que se esperaba que ella ascendiera al trono en un futuro.

Uno, el cual nos arrebataron.

Mis ojos se empañan debido a las lágrimas, pero procedo a mantener la mirada fija en el enemigo pese a ello, y doy una gran bocanada de aire que queda atascada en mi yelmo.

Deben estar más cerca. Aguarda un poco más.

Vuelvo a recordar a Noré y mis puños se cierran.

El día que lo supe quise morir. Fue la primera vez que mi corazón se partió, una de las tres más crueles e hirientes de todas las veces que se quebró.

No era demasiado grande, pero si lo suficiente, como para tener un poco de consciencia y saber que aquello que ocurría entre las paredes de su cuarto era algo monstruoso, y lo que sucedió después... imperdonable.

Dejaron a Leonor sin posibilidad de defenderse. La tacharon de indigna para la corona y acabaron con su reputación. Fingieron y le hicieron creer a todo el pueblo que había viajado a otro reino del Norte para desposar a un apuesto príncipe, y así remediar su conducta; pero en realidad la vendieron como esclava a un hombre miserable.

Para mi padre eso significaba una menos en la lista. Él solo deseaba que su hijo con un pene entre las piernas se quedara al mando. Por eso seguía yo.

Con la mentira de mi supuesta brujería lograron exiliarme, y que mi propio pueblo se revelase contra mí. Sin embargo, eso no pareció ser suficiente, y luego de unos años sería mi hermano quien se encargase de acabar conmigo...

Pensó que podía borrarme del mapa y yo lo dejé creer eso.

Desde ese día, Leah debió resguardarse y juntar fuerzas bajo el nombre de Helena Delatroitvz.

Observo a mi alrededor, y sigo sin creer del todo que al fin la oportunidad que he estado buscando por años está frente a mí. Aquí, a minutos de pelear por lo nuestro, el corazón palpita con fuerza y mis manos sudan de ansiedad.

Estoy aquí por lo que nos corresponde a Noré y a mí. Lo que nos arrebataron tanto mi familia como el pueblo mismo, es más que un pedazo de tierra. Es más que un reino y súbditos.

Es nuestra dignidad. Nuestra esperanza y nuestros sueños. Nos dejaron vacías, sin nada bueno a lo que aferrarse. La rabia parece inundar mi cuerpo. Pero cuando volteo a mi derecha y lo veo, vuelvo a sentir esa angustia consumiendo mi pecho.

Stefano.

La persona que me devolvió la calma. El hombre que restituyó la esperanza y la capacidad de que mi corazón se llenase de algo más que solo odio y venganza.

Todavía me cuesta digerir lo que he escuchado horas atrás. Y no sé si estoy más molesta con él que conmigo misma. Porque fui yo la que le di el poder para destruirme, y fui consciente cuando lo hice... cuando decidí dar un paso más allá de mis miedos e inseguridades y abrirme a él. Me duele el hecho de que, por primera vez en la vida, miré hacia otro lado que no fuese mi pasado y me lo paga de esta forma.

¿Él había llegado al palacio para entregarme? ¿Él mismo muchacho dulce y bondadoso iba a ser mi verdugo? ¿Cómo creer en su palabra cuando estuvo todos estos meses mintiéndome? ¿Y lo qué hizo con Félix? ¿Cómo saber qué de todo lo que hemos vivido juntos es verdad?

—Señora, órdenes. —La voz de Osman vuelve a enfocarme.

Distingo al ejército de Stolz avanzando a toda velocidad por la frontera, pero aun así seguiré esperando que se acerquen lo suficiente.

Las vibraciones del suelo comienzan a ser más intensas debido al galopar de los caballos enemigos aproximándose. Aferro mis palmas a las riendas de Averno, intentando que la tensión de mi cuerpo cese. Cierro los ojos y mis fosas nasales se abren por la bocanada extensa de aire que tomo.

La guerra es muerte. Mentiría si dijera que no tengo miedo.

La guerra es vil, significa destrucción y sangre, pero sobre todo aniquilación. Es tragedia, pero ésta siempre ha llamado a mi puerta. Con todo y miedo, voy a enfrentarla.

Dicen que se necesitan veinte años de paz para construir a un ser humano, pero solo bastan veinte segundos de guerra para destruirlo.

Estos son mis preciados veinte segundos y estoy lista para utilizarlos.

Cuando los soldados están a la altura que esperaba, doy la señal. Osman da un asentimiento de cabeza y levanta su espada gritando a todo pulmón:

—¡Arqueros! —Mis hombres se preparan esperando la orden.

Siento el sonido de un corcel acercándose, y volteo con rapidez debido a la aceleración del momento.

—Creo que debemos avanzar, están muy cerca. Tendrán ventaja —susurra Stefano a mi lado.

Trago grueso al escuchar su voz, pero trato de que nada de lo que estoy sintiendo me afecte.

Ahora no es momento para el amor. En mi vida nunca hubo tiempo para eso.

—No lo haremos —zanjo.

—¿Por qué? —Su gesto es de total incredulidad.

Observo sus ojos y siento el pulso acelerado palpitando tras mis orejas. Sé que en estos momentos quiere decirme tantas cosas, conozco esa mirada, pero hago caso omiso. Giro en dirección a las tropas enemigas acercándose.

—Por eso. —Señalo con mi barbilla hacia adelante.

Una sonrisa de arrogancia se forma en mis labios.

Las primeras filas del frente enemigo, que con tanto ímpetu galopaban hacia nosotros, son absorbidas por el suelo en menos de veinte segundos... Mis preciados veinte segundos.

El terreno que han pisado sus caballos se desmorona y son arrastrados junto a la tierra por su propio peso. Es una imagen impresionante y perturbadora a la vez.

Los animales relinchan y colisionan entre sí. El grito ronco y grave de los hombres es insoportable cuando comienzan a aglomerarse en las fosas que meticulosamente creamos para ellos. Las armaduras se golpean entre sí, y el aullido de aquellos desgraciados es peor cuando entre ellos mismos empiezan a empujarse y hundirse para poder salvarse de las pisadas de las tropas que les siguen.

—¡DISPAREN! —Mi garganta arde debido a la orden y extiendo mi cuello hacia arriba para presenciar el final de la obra maestra.

Cientos de flechas salen disparadas desde la colina a nuestras espaldas, donde mis arqueros ocupan lugar. La trayectoria de las mismas inunda de hierro y fuego el cielo azul al completo. Mis comisuras ascienden cuando llegan a destino, y los bramidos de los soldados Stolianos recibiendo nuestra furia se agudizan.

—Las fosas... —susurra Stefano observando atónito el espectáculo atroz a mi lado.

—Las fosas. —Asiento mirándole —. ¡AHORA! —Levanto mi espada llena de orgullo y energía, al tiempo que comienzo el avance hacia el enemigo inclinando mi cuerpo hacia adelante para darme mayor velocidad.

La ligereza de Averno corta la brisa que choca con empeño sobre mi rostro. La resonancia cruda de los galopes y el metal en movimiento, se apodera del ambiente cuando mis hombres me siguen detrás.

El sonido agudo de las espadas siendo desenfundadas al unísono más el alarido saturado de coraje de los soldados, hace erizar los vellos de mi piel mientras guio el avance hacia lo incierto.

La inicial ola de soldados impacta con fuerza sobre todos nosotros. Los primeros en las filas colisionamos entre sí.

Solo puedo escuchar el relinche de los corceles cayendo. La tierra se levanta y los pedazos de pastizal vuelan por los aires. Los gruñidos de dolor y fiereza hacen eco por todo el lugar, pero continúo avanzando con firmeza al tiempo que me abro camino a espadazos.

Suelto el aire en un jadeo cuando la primera estocada penetra la pechera de uno de ellos y cae al suelo, rápidamente remato hacia el otro lado, logrando darle a otro en su cabeza descubierta.

Así, voy asestando golpes certeros y abriendo camino a los que vienen detrás de mí. Mi audición comienza a intensificarse, y solo escucho mi respiración contra el yelmo y el choque de los metales. Con el corazón acelerado me deshago de él. Es necesario para mejorar mi visión y además mi quita peso. Cuando lo tiro al suelo contemplo el enfrentamiento masivo a mi alrededor.

Las armaduras centellean debido al resplandor del sol, sin embargo, son pintarrajeadas con la sangre del enemigo y la nuestra propia. Los soldados se aglomeran y son aterradores los gestos en sus rostros. Cada ataque, cada espada, cada corte resuena en el campo de batalla.

Un crudo impacto me tira de Averno y caigo de espaldas al suelo. Mi corazón se acelera.

Maldición, tengo que levantarme pronto o me aplastaran.

Intento alzarme, los cuerpos corriendo me chocan y decenas de pies me pisan en el proceso, pero lo logro. Siento algunas partes mi cuerpo palpitando ante las pisadas, pero sigo con la espada aferrada a mi mano.

Un jinete está listo para embestirme, pero me preparo para su llegada y agazapo mi cuerpo esperando que esté cerca. Descargo toda mi fuerza cuando me sobrepasa, y con el impacto de mi espalda en su pierna, logro bajar al soldado del animal al suelo.

Debo esquivar a otro caballo que pasa cerca, pero rápido alcanzo al jinete caído y acabo con él, hundiendo mi espada en la rendija de su casco. La sangre brota de él al igual que sus gemidos.

Me doy la vuelta agitada, una espada cae en dirección a mi cabeza, pero interpongo la mía. El hombre grita eufórico mientras me opongo a su fuerza, pero mis pies están siendo arrastrados hacia atrás. Decido ceder, y al tenerlo cerca le doy una patada en su abdomen y cae al suelo. Allí clavo la estocada final.

El peso de la pechera se siente con el correr del tiempo, así que me deshago de ella quedando solo con la cota de malla como protección. Es un riesgo, pero también me permite mayor agilidad.

Avanzo y veo como descargan una lanza en el estómago de uno de mis hombres. Un jadeo de rabia se me escapa cuando me percato que siguen destrozando sus tripas sobresalidas a pesar de que se encuentra inerte.

La guerra es la prueba definitiva de que el ser humano es capaz de ser más cruel que cualquier otro animal salvaje.

Se detiene al percatarse de mi presencia, y con la misma espada bañada en sangre y una sonrisa de lado mostrando su dentadura sucia y amarillenta, carga hacia a mí con un grito. Me resulta fácil esquivarlo, giro en redondo y estrello la empuñadura de la espada contra la parte de atrás de su cabeza. Cae de rodillas y, tomando por detrás su frente, corto su garganta en el punto justo.

No será una muerte rápida, no. Será lenta y agonizante. Estará consciente hasta el final.

Doy unos pasos hacia atrás contemplándolo con una sonrisa en el rostro, cuando siento algo enorme y macizo llevándome por delante sin piedad. Soy arrastrada un par de pasos y caigo al suelo, escuchando el trote del animal que me embistió alejándose.

Mi boca está llena de fango y escupo con repulsión. La espalda me palpita cuando intento ponerme de pie, pero entonces una centella se ancla a pocos centímetros de mi rostro en la tierra, y ruedo sobre misma de inmediato. Comienzo a arrastrarme con la ayuda de los codos, pasando entre cadáveres y heridos.

Los gritos no dejan de retumbar en mis oídos cuando avanzo, mientras mis brazos se pegotean por la humedad del suelo; es un pantano formado por sangre y tierra.

Trato con todas mis fuerzas de llegar a mi espada caída, y alzo el rostro cuando estoy a punto de sostenerla intentado correr los mechones de mi cara, pero no veo venir lo que sigue.

Una bota se estampa contra mi mandíbula y vuelvo a volar al suelo de espaldas con violencia. Ahora sí. El dolor en mi nariz es insoportable, y siento un líquido chorreando por mis labios al punto que debo escupir o me atragantaré con él.

Un hombre se abalanza sobre mí, columpiando un gladio directo a mi cuello. Lo freno de inmediato con ambas palmas sosteniendo el filo, y aprieto mis dientes por la fuerza que tengo que hacer para detenerlo. Pasado unos segundos, un gruñido escapa de mi boca cuando siento como mis brazos empiezan a temblequear, pero no puedo rendirme.

Es mi vida, demonios.

Es luchar o morir.

Tenso todo mi cuerpo y respiro con fuerza intentando quitarlo de encima, pero el desgraciado continúa empujando el arma hacia abajo. Mis bíceps comienzan a ceder, y tengo el filo entre medio de mis ojos cuando de repente, veo traspasar una espada de su pecho.

Abro los ojos sorprendida, la sangre sale expulsada a chorros directo a mi cara y me da una arcada cuando el líquido caliente cae a mi boca.

—¡¿Estás bien?!

Sigo en shock cuando Stefano quita el cuerpo del hombre que está encima y me tiende su mano. Por un momento creí que estaba a punto de morir. Pero reprimo ese pensamiento de mi mente porque me alegra en demasía verle sano y salvo.

Me pongo de pie y una sonrisa escapa de mis labios cuando lo detallo, pero de repente tambaleo y siento espasmos en piernas. ¿Hace cuanto estamos peleando? Llevo mi mano sucia a la boca, y trato de limpiar en vano la sangre de mi enemigo.

Por unos instantes contemplo a mi alrededor.

El suelo apenas es visible. Los cientos de cuerpos, tanto de los suyos como los nosotros, cubren todo alrededor. El pastizal es teñido de rojo y marrón en algunas zonas, mientras que en otras, montañas de cadáveres y heridos se acumulan.

El grito de Stefano me pone en alerta, y me agacho cuando lo veo columpiar su espada hacia mí. Incrédula volteo apenas, y veo a ésta ser hundida con fiereza en el pecho de nuestro atacante y, aun agazapada, corro por una espada del suelo.

Un guardia salta de su corcel y comienza a blandir su hierro con ahínco, haciéndome retroceder con agilidad mientras me cubro de sus zarpazos. Siento algo duro detrás y volteo a ver. Es la espalda de Stefano, quien está también con los mismos problemas que los míos. Otros dos hombres llegan por mis laterales, sonriendo con descaro cuando me ven acorralada y, sobre todo, cansada.

—Parece que solo somos tú y yo... —dice agitado.

Suelto una risa y un mechón se despega de mi boca cuando lo hago. No puedo creer que bromee en esta situación.

Puede que siga molesta, pero no voy a negar que me alegra tenerlo cerca. Es como una dosis de energía haciendo que mi corazón comience a latir con más fuerza, y sienta una creciente vitalidad corriéndome en las venas.

Al ver que más hombres se van acercando, comenzamos a girar espalda con espalda, detallando y apuntando con las armas a nuestro despreciable entorno.

—Si no salgo con vida...

—Cállate —Lo interrumpo de golpe mientras tengo en la mira a tres acercándose.

—No. ¡Cállate tú! —lo observo de reojo sorprendida—. Si no salgo con vida...—sus palabras me impactan como si fueran golpes a mis costillas—, debes saber que te amo Helena, Leah, princesa o quien seas. —Su mano libre tantea mi cuerpo, y logra tomar la mía. La aprieta con fuerza, y ambos debemos seguir con la vista al frente. Unas lágrimas asaltan mis ojos ante tales palabras—. Te amo con tanta, pero tanta locura, que estoy dispuesto a matar y morir por aquello que tú creas que vale la pena. Dame tu perdón, por favor.

A la mierda con el dolor.

A la mierda con el cansancio y la sed.

Mis sentidos se renuevan, y una ola de esperanza y regocijo se apodera de mí.

Sé que dije que el amor no era para mí, pero me retracto. En este mismo momento, cuando mis pulsaciones se aceleran debido a sus palabras y a su tacto.

No importa el peligro, el amor vence todos los miedos. Y aunque no nos haga intocables, porque en la guerra existen otros sentimientos igual de poderosos, nos hace sentir que hay algo por lo que vale la pena luchar hasta el final.

—Pues más te vale que vivas... —mascullo entre dientes y suelto su mano viendo a mis tres oponentes—. ¡Porque voy a besarte hasta el cansancio cuando acabemos con esto!

—¡Entonces, terminemos de una vez!

Siento su espalda alejarse mientras se lanza, gritando envalentonado, hacia sus contrincantes. Sonrío y espero por los míos en posición.

El primero alza su espada, pero soy más rápida y menuda, de modo que llego a él con rapidez y doy un tajo a su hombro haciendo que suelte el arma chillando de dolor.

Con el mismo envión giro en redondo y logro detener el arco de la espada del segundo contraponiendo la mía. Siento los pasos del tercero corriendo detrás de mí, y cuando lo percibo lo suficientemente cerca, cedo ante la fuerza de mi oponente de modo que ambos colisionan.

Inclino mi cuerpo hacia adelante, apoyando mis manos en las rodillas. Respiro agitada y alzo la vista logrando observar la retirada de los Stolianos debido a la eficacia de mis hombres al tomar la ciudad. Trato de divisar la figura de Leónidas por el campo, pero el muy cobarde no está. De seguro estará refugiado en su castillo.

No te preocupes hermano, pronto iré por ti.

Cuando volteo hacia la ciudad, no puedo creer lo que veo. Techos derrumbados e incendios acechando las calles. El humo negruzco cubre el cielo de Berlehz anunciando la llegada del cambio.

Sé que di la orden de retener a pueblerinos en caso de victoria. Yo misma impartí el odio hacia esa gente ignorante que me exilió, pero cuando mi visión se enfoca en un punto lejano y mis oídos se agudizan en el grito penetrante de la mujer que está siendo apresada por los míos, algo golpea de forma cruda en mi estómago.

Sus pequeños hijos corren tras ella llorando y chillando mientras es arrastrada por el guardia. Sin pensarlo, me subo al primer caballo que encuentro y trato de llegar a ellos lo más rápido que puedo.

Cuando el guardia me ve cerca se detiene. Salto del corcel y me dispongo a caminar hacia ellos. Al estar en frente, la mujer encadenada de manos me observa con asombro boquiabierta.

—¿Pri- princesa? ¿Es usted? —balbucea.

Sus niños nos alcanzan, deteniéndose a nuestro lado. Tienen la cara cubierta de barro y cenizas. Sus ropajes desgarrados.

—¿Ella es la princesa Leah, madre? —Pregunta la niña mayor y me sorprendo. De inmediato se tira de rodillas al suelo y comienza a sollozar desesperada.

—¡Princesa, por favor! Nuestra familia siempre ha estado de su lado. Madre nos contó acerca de usted, de la injusticia que se cometió con su persona. ¡Piedad, se lo ruego! Lo siento, siento todo lo que ha pasado, pero por favor, no le haga daño. ¡Se hará justicia, usted ya la está haciendo, pero somos su pueblo! Piedad.

Sus lágrimas trazan líneas de piel limpia entre tanta tierra cubriéndole el rostro. Observo a su madre sollozar, ella también se ha puesto de rodillas ahora.

Me encuentro consternada y confundida.

Justicia.

La palabra cruza mi mente de nuevo. Observo a mi alrededor contemplando el accionar de mis soldados.

¿Destruir la ciudad forma parte de la justicia? ¿Detener a personas inocentes entra en el significado de la palabra?

A mi derecha veo a Osman. Observo como trata a un joven que solo trata de ayudar a otro que se encuentra atascado entre ruinas y maderas rotas. Lo obliga a marcharse, a seguirlo. Lo empuja y apresa. Obligándolo a formar fila junto a los prisioneros de guerra.

Suspiro y agacho la cabeza cuando lo entiendo.

Cuando el dolor nos ciega, confundimos venganza con justicia, y no hay dos cosas más opuestas. La venganza nubla la razón y no te deja ver la realidad. Actúa como una bala llevándose a inocentes y culpables sin distinción.

Eso, es justamente lo que yo estoy haciendo. Soy la bala que arrasa con todo, sin detenerme a pensar que tal vez solo debo enfocarme en el origen de todos mis males.

—Suéltala.

Ordeno y sigo caminando en dirección a Osman. Pero entonces, siento unos brazos rodeando mis piernas. Agacho mi vista.

—Gracias princesa. ¡Que el León la bendiga y guie su camino! —Unos ojos saltones me miran desde abajo.

Doy una sonrisa a boca cerrada y le doy unas palmadas en su cabeza.

—¡Osman! —Grito, este deja sus labores para acercarse de inmediato.

—¿Señora?

—Los pueblerinos quedan libres. Explícales la nueva situación y en manos de quien están. Si se resisten, amenaza con destierro. Nada de prisioneros.

—Pero, seño—Lo miro firme—. Esa es la nueva orden. —Sentencio.

Ver a los niños abrazar a su madre, y la forma en que se demuestran cariño me dan ganas de una sola cosa. Quiero volver a la frontera a buscar a Stefano, nada más.

Sigo mi camino por las calles con velocidad, mientras contemplo como mis soldados la toman en su poder. Ahora estamos un paso más cerca de la capital. Debemos reponer fuerzas, y partir lo más rápido que se pueda. Los soldados se han retirado, y de seguro reforzaran el castillo y sus alrededores.

En la primera fuente que encuentro, limpio mi rostro. Tomo agua suficiente y enjuago mi boca. León, que hermoso.

Sigo caminando nerviosa, a paso apresurado. No lo he visto desde que abandoné el campo y me preocupa.

Al girar la esquina, visualizo a uno de mis soldados de espalda atando un caballo, y me lleno de emoción cuando descubro que es un animal robusto y negro azabache el que está con él.

¡Averno!

—¡Ey tú! Prepara ese corcel para mí —grito mientras corro hacia él emocionada.

El caballero no se da la vuelta, y mis pasos se enlentecen a la inversa de mi corazón, que empuja mis costillas con velocidad al comenzar a detallarlo cuando estoy cerca.

—¿Stefano?

Su armadura es prácticamente inexistente. Tiene sus pelos enmarañados y duros debido a la tierra. Un par de tajos en sus vestiduras, y apenas si lleva la cota de malla consigo. Deja caer su espada al suelo y se da la vuelta. Una sonrisa cansada y ladina, sus ojos esmeraldas con el brillo y la intensidad de siempre, a pesar de los golpes que ha recibido.

—Vivo y listo para los besos que me fueron prometidos. 


<3 <3 <3

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Besos y látigos ahora más suavecitos, Gre. 

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