27. El lazo que nos une.
Siniestra.
—Treinta, pf. Treinta son los azotes que le daría para enderezarla.
—Disculpe, ¿ha dicho algo, ama? —Osman se vuelve a mí cuando termino de firmar los papeles.
Dejo la pluma en su lugar y me levanto del asiento. Doy una vuelta al pequeño espacio y apoyo mis manos en la mesa central donde descansan todos los mapas.
—Nada. Manda un soldado a buscar al Sr. Delatroitvz ahora. —Suelto observando el punto de la capital de Stolz. Hundo mi uña en él.
—De inmediato.
Osman sale disparado de la tienda.
Niñata.
¿Ella es la persona de confianza? Por los dioses. De seguro se gasta el dinero al paso en dulces. Resoplo. Dejo caer mi cuerpo sobre el sillón.
¿Y la forma en que lo miraba?
Ah, pero... ¿Y cómo reaccionó cuando supo que estaba casado?
Mis labios se curvan ascendentes recordando su rostro de decepción. Quise verla antes de partir porque Noré me había contado sobre ella. Y no se equivocaba. Esa niña tonta tiene sentimientos para con Stefano.
Apenas salí de allí, vine al campo donde mis soldados se preparan para el ataque que llevaremos a cabo dentro de unos días. Tuve que terminar de gestionar las coordenadas y los puntos de cruce nuevos. Todas las estrategias fueron aceptadas y asimiladas por mis subcomandantes, así que saldrá todo a la perfección. Así debe de ser.
Leónidas jamás ha sido un buen estratega. Se pudo ver en su ataque a Alicehz. Mandó a sus mejores hombres especulándolo todo. Atacando a un pueblo inocente que ni culpa tenía. Así le fue: perdió a su mayor general.
Nunca fue un príncipe prudente o bien preparado. Malgastaba su tiempo y el dinero de su padre en su adolescencia. No sabe nada acerca de la guerra ni de ataques. Tampoco de ser autosuficiente. No es nada sin su papi cubriéndole las espaldas. Y el vejestorio de consejo que tiene hace años, no dedica un puto Thealz al ejército.
Hijos de puta. Se creen que el mundo es suyo, que nadie se atrevería a enfrentarlos. Echo a reír.
Amaría ver como se les desfigura el rostro cuando sepan que un doble ataque se esté librando en su preciado reino. Mi humor mejora con tales pensamientos. Una sonrisa de satisfacción descansa en mis labios, y me levanto con energía para prepararme un trago.
—¿General?
La voz gruesa y sorpresiva proveniente de uno de mis hombres me saca de la nube en que me encuentro.
—Comandante, adelante. —Entra con total respeto, realiza una pequeña reverencia como forma de saludo—. Dígame.
—Los hombres de Stolz han abandonado la frontera hoy, señora. Son los festivales dedicados en honor a su excelencia, Leónidas V, lo que los tiene descuidados.
—Vuelves a decir "su excelencia" en mi presencia y te corto el cuello aquí mismo. —Lo freno del golpe. Siento mi ojo derecho palpitar.
El guardia me observa atónito.
—Yo... disculpe. La costumbre estúpida de llamar a todos por su cargo. Lo siento.
—Es una muy buena noticia, en verdad. —Cambio de tema al ver la palidez de su rostro. Me estoy desquitando con él y no es correcto —. ¿Perímetro registrado?
—Asegurado. Todo libre. —Adopta una posición firme tomando la empuñadura de su espada atada a la cintura.
—Bien. Tengo un excelente motivo para acercarnos a la frontera. —Mis comisuras se curvan—. Necesito a una tropa de veinte hombres con palas.
—¿Palas? —Consulta confundido.
—¿Nunca uso usted ese tipo de herramientas? —Lo sobro —. ¡Una pala, soldado. Una pala! Déjeme sola y haga lo que le pido.
Me doy la vuelta con mis manos entrelazadas sobre la espalda.
—¿Me llamó usted, esposa mía? —Sonrío, pero no volteo. Espero que llegue junto a mí —. ¿Qué están haciendo?
—Cavando. ¿Tú tampoco sabes lo que es? —Stefano me observa risueño.
—Claro que sé lo que hacen, pero... ¿Por qué?
—Ya tendrás el placer de verlo. —Una sonrisa ladeada se apodera de mis labios. —¿Y... cómo te fue? —Comienzo a caminar con lentitud.
Él ocupa lugar a mi lado mientras recorremos la frontera. Adelante nuestro, mis hombres realizan la tarea que les he impartido.
—Bien. Fue bueno que me llamaras. Ya estaba aburrido de estar allí sin saber que hacer.
—Digo, con...
—Oh... ¿Bella?
Bella.
—Pensé que se llamaba de otra forma. —Mis puños se tensan cerrándose junto a mi cuerpo, pero vuelvo a abrirlos apenas lo percibo.
—Si. Su nombre es Mirabella en realidad. Le decimos así de cariño.
Cariño.
Aclaro mi garganta antes de que la tensión me deje sin aire.
—¿Y ella es hermana de Alexander? ¿O sea tu... dueña? —Sigo con la mirada fija en el suelo que recorremos, fingiendo que es una conversación sin el mínimo de interés. Pero no es cierto.
No voy a negar que todavía sigo alterada por el encuentro con la mocosa altanera esa. Si otras hubiesen sido las circunstancias, estaría ahora comiendo el estiércol de los calabozos. No me hubiese importado quien fuese... pero tratándose de quien efectuará la compra de su pequeña hermana tuve que resistirme. Al menos, cuando vuelva a verla será la última vez.
—En teoría. Mi amo es su padre. Los chicos siempre me han tratado como un hermano más. Jamás he sentido que les sirviera en realidad.
Asiento.
Supongo que con nosotras no ha sido nunca de ese modo y me lamento por ello. Pero lo hecho, hecho está. Ahora tengo la oportunidad de demostrarle que me importa. Que de verdad me preocupo por él y su bienestar.
Hoy fue bueno conversar. Encerrarme en la burbuja de mis inseguridades no me lleva a nada bueno. Son pensamientos autodestructivos que deducen situaciones irreales afirmando aún más mis miedos. Hablarlo hizo que todo eso se esfume. Me dejó tranquila y en calma. Sintiendo seguridad para con él.
Nos detenemos cercanos al sector de las tiendas donde mis hombres se resguardan hasta saber mis próximas órdenes.
—¿Crees que él acepte venderte? —Consulto con la vista fija en dos soldados practicando lucha con espada.
Stefano lleva sus manos a la espalda mientras observa el duelo.
Me gusta la forma en que sus comisuras se curvan cuando uno logra esquivar ágil un ataque que parecía imposible. Sus mechones oscuros revolotean por su rostro ondeando con la brisa calurosa de la tarde. Pequeñas líneas enmarcan sus ojos estrechados por el sol.
Vuelve hacia mí con una sonrisa cautivante, y siento una corriente de hormonas apoderándose de mi cuerpo.
—Supongo que si hablo con él de mi situación actual lo entenderá. Aceptará.
—¿Situación actual?
—Bueno... —Se aproxima un poco más para hablarme—, que ahora estoy enamorado de una mujer tiranamente preciosa, soy su esposo y me he vuelto un enemigo directo de mi propio reino. —Una pequeña risa escapa de mis labios cuando su mano roza mis mejillas al esbozar tales palabras.
Me encanta la forma en la que me observa. La manera delicada y cálida en que sus ojos me recorren. Como si fuese hermosa de admirar, como si lo que está frente suyo es la más jodida y maravillosa de las cosas que le han pasado.
Stefano es tan transparente que, cuando ves sus pupilas, sabes que el brillo en ellas no son el reflejo de la luz sino los destellos de su propia alma. Pura, noble y sin maldad alguna.
—Hablando de enemigos y reinos... ¿Entrenaría usted conmigo Sr. Delatroitvz? —Mis dedos curiosos y juguetones se posan por encima de su abdomen bajo.
—Con estas fachas se me hace imposible. —Hace un mohín de incomodidad—. Pero... —Su mano viaja a la mía y una sonrisa ladina surca su rostro—, si me despojara de esta camisa de amo y señor de Averhz tal vez podría yo hacerle el honor...
—Con mucho gusto yo le ayudo. Por favor, acompáñeme a mi tienda para dejar sus pertenencias —. Los jueguecitos con él me vuelven loca.
Stefano cruza la entrada observando todo a su alrededor.
Las enormes y costosas telas cubren toda la extensión. Una pequeña abertura en el techo deja el paso a la luz. Esta se reflecta en el candelabro de cristal que cuelga de arriba. Él se posiciona debajo. Los destellos se estrellan contra su cuerpo imprimiéndose cual pequeños cristales en su piel.
Mis manos ascienden por su torso, desprendiendo con lentitud cada botón a su paso. Cuando he terminado, mis dedos viajan por su pecho desnudo, adentrándose por debajo del sedoso material y ayudándolo a despojarse de sus mangas. Stefano ocupa una sonrisa al darse la vuelta para que termine de quitársela, y allí es cuando mis ojos quedan frente a las cicatrices de su espalda.
—Nunca me contaste como te hiciste estas... —Por inercia los pulpejos de mis dedos acarician la rugosa superficie de sus contornos.
—No me gusta recordarlo, pero algún día te contaré. Fueron por una causa importante, es lo único que puedo decirte. Alguien importante.
Mis ojos se mantienen cerrados besando con suavidad cada centímetro de sus cicatrices cuando oigo esas palabras.
Alguien importante.
—Señora, necesi—Osman se queda inmóvil cuando entra —. ¡Disculpen amos míos, por favor! Creí que el Sr. Delatroitvz se había marchado ya. —Sus mejillas ardientes por la vergüenza.
Stefano y yo nos separamos de inmediato.
—¿Qué sucede? —Intento ponerme seria, aunque con la escenita que di es bastante difícil.
—Es el ex padre Lorhenblack. Pide que se le informe todo para estar al tanto. Con las festividades, se le complica estar en Berlehz hoy, y no quiere que nada pase fuera de sus manos.
—Ahg, que pesado. Ya. Tranquilo, ahora escribo. Espera afuera.
—Por supuesto. Disculpas nuevamente.
Asentimos. Me tiro en el sillón de mi escritorio desahuciada. Descargo el peso de mi cabeza sobre mis manos.
—¿Qué ocurre? —Stefano se acerca por detrás. Me da unos masajes en la parte alta de mi espalda y casi se me van los ojos de la relajación.
—Mi muñeca está matándome de tanto escribir, firmar y redactar informes...—resoplo.
—¡Ah, bueno! Eso es remediable. —Corre la silla y a mí de ella.
—¿Qué estás haciendo?
Ocupa mi lugar al tiempo que se hace de papel y carga la pluma de tinta.
—Tú dictas, yo escribo. —Me mira desde abajo entusiasmado.
Sonrío.
—De acuerdo: Viejo asqueroso...
—Helena...
—¿Qué? ¡Puedo decirle como quiera y, así mismo, deberá hacer las cosas sin quejarse! —Me hago la tonta.
Echa a reír.
—Lorhenblack, dos puntos. Listo ¿Qué sigue? —Comienza a observar mi pluma con curiosidad mientras espera por mi indicación —. Es muy hermosa. ¿De quién es?
Mis cejas se hunden.
—Mía. ¿Por qué?
Su pregunta me confunde.
—¿Por qué tiene una "L" grabada?
Trago saliva.
—Es robada, por supuesto.
Su gesto de confusión cambia por uno de gracia. Lleva sus ojos hacia atrás.
—Vamos. Sigue dictando...
Dada la puesta de sol volvemos al castillo. Todos los preparativos están listos. Mañana el resto de mis hombres partirán hacia Whitelhz. Solo un par de días más, y todo lo que anhelo al fin lo contemplarán mis ojos.
Cepillo mi cabello despacio, disfrutando aun de la hermosa sensación del baño. Al verme en el espejo, me pregunto si la pequeña de doce años aún continúa por allí.
Estamos cerca, mi niña. Lo lograremos.
Stefano aparece por la antesala con un elegante traje azul noche y detalles en plata. Al parecer, Ayzhi se ha encargado de cambiar todo su armario.
Estos últimos días luce en demasía poderoso y sexy. Su juventud, la cremosidad de su piel y esas joyas esmeraldas que lleva por ojos le otorgan un excelente contraste con su atuendo.
—¿Qué tal estoy? —Consulta dando una vuelta frente a mí.
Muerdo mi labio inferior cuando mis ojos viajan a su trasero.
—Perfecto.
—¿Estás lista para ir allá abajo? —Sonríe mientras termina de prender sus mangas.
—La verdad es que no. No entiendo cómo pueden hacer tantas locuras juntos esos dos. ¿Casarse? Noré jamás en su vida quiso tal cosa.
—¿Y crees que Alexander soñaba ver a alguien de blanco llegar hasta él?
Ambos reímos a carcajadas.
—Están dementes.
Suspiro y me encamino a la puerta entrelazando mi brazo con el suyo.
—Me gustan. Juntos son imparables, sus locuras se potencian. —Su risita termina en una sonrisa tierna y abre la puerta permitiéndome el paso primero.
—A mí también me agradan...
—¿Ambos? ¿O solo Noré? —Consulta risueño.
Cruzamos los pasillos tomados del brazo y, se siente tanta paz, que dudo que este sea el mismo castillo de siempre.
Recorrer el palacio siempre ha sido sombrío y no niego que descuidé su aspecto por algunos años. Me había cegado tanto en formar mi ejército y hacerme de los míos, que cada Thealz iba dedicado a eso y la comida. Nada más. Nunca pensé en mejorarlo. Interesarme por vestidos o lujos que podía haberme dado.
No. Todo se centraba en la venganza.
El día que Noré volvió a vivir conmigo las cosas cambiaron. Ella pudo dedicarse a nuestro hogar y, aun así, no lo sentía de esa manera. Pues era hermoso y pulcro, pero vacío. Le faltaba calidez, le faltaba... humanidad.
—A Noré por supuesto. Y a Alexander... también —Confieso. Stefano detiene nuestra marcha y se voltea hacia mi persona con la boca casi en el piso —. Ni se te ocurra decirlo, o te clavo una daga en el dedo pequeño del pie. —Amenazo.
—No lo haré... pero imagino su rostro. Estaría festejándolo por semanas. Abrazándote y todas las payasadas que puedas imaginarte.
—Lo sé, lo sé. —Suelto una carcajada al imaginarlo. Él se une también.
Llegamos a las colosales escaleras y comenzamos a bajarlas con cuidado. Ayzhi nos espera al pie de las mismas. Luce impecable, bien portado y tiene una sonrisa de oreja a oreja digna de retratar en él.
—¿Y a Noré? —pregunta— ¿De dónde la conoces? ¿Hace cuánto son amigas?
Su interrogatorio me toma por sorpresa y trastabillo en un escalón. Pronto logra sujetarme antes de que haga el ridículo.
—Uy, estoy distraída. Gracias. —Una risita nerviosa escapa de mis labios.
Llegamos junto a Ayzhi quien nos recibe y acompaña hacia el Salón de Sangre. Esther ha preparado todo allí para hacer una noche especial. Por supuesto que no se quedará afuera. Al igual que Ayzhi, Ashly, Anub y su prometida, fue invitada también.
—La señorita Ashly ya se encuentra aquí, junto con el joven Alexander. La ama Noré se continúa preparando en sus aposentos. —Indica antes de pedir la apertura de las puertas a los guardias.
—¿El príncipe y su esposa aún no llegan, Ayzhi? —exclama Stefano volteándose a este.
—No, amo.
Una sonrisa picarona se apodera por unos instantes de los labios de mi mayordomo, quien pronto vuelve a su estado estoico.
—Muy gracioso, Ayzhi. Por favor, no tú. —Suelta entre risas palmeando su hombro.
Ayzhi se une a la diversión, pero al tacto, se queda tieso mirando los dedos de Stefano tocarlo con asombro. Este hombre es peor que yo en el tema: el contacto con el resto del mundo no es lo suyo. Stefano traga grueso, y viendo su incomodidad, quita de manera disimulada su mano.
—Iré por Noré. En unos minutos regreso. —Me separo de Stef decidida a subir por ella, pero una mano me detiene.
—¿No te olvidas de algo?
—No... —Quedo pensativa.
—Mi beso. —Mi esposo deposita un dulce beso en mi mejilla antes de que logre reaccionar —. Acostúmbrate. —murmura dejando otro cerca de mi oído.
Asiento, divertida por sus cursilerías. Es tan lindo.
Me lleva unos minutos y varios escalones llegar a los aposentos de Noré. Sus guardias me abren ni bien me ven cruzando el pasillo. La antesala es un desastre. Decenas de vestidos por todos los muebles. En el piso zapatos de todos los colores posibles. Su tocador revuelto; lleno de copas semi vacías, fragancias y maquillaje.
—¿Noré?
El revoltijo es tal, que mi voz sale temblorosa. Me da miedo tanto caos. Me aproximo al salón principal, cuando la veo tirada en su cama en paños menores. Sus doncellas consolándole.
—¿Helena? —Su rostro humedecido abandona una almohada que estaba abrazando.
Las sirvientas me abren el paso haciendo una reverencia.
—Retírense.
Todas asienten y se marchan dejándonos a las dos en silencio. Solo los pequeños sollozos invadiendo la habitación.
—¿Qué ocurre? ¿Pasó algo? —Consulto confundida. Esperaba verla de todas las formas posibles, menos llorando. —¿Alexander te ha hecho algo, Noré? ¡Voy a matarlo! —Mis puños cerrándose desesperados por descargar la ira repentina que comienza a brotar de mis poros.
—¡No! ¡No! —Sostiene mi mano. Se sorba la nariz mientras me tranquilizo por unos minutos. Estaba a punto de bajar a degollarlo. —. Él no hace más que cosas hermosas por mí. No es eso. Siéntate. —Pide.
Respiro profundo y tomo lugar a su lado. El mullido colchón se hunde un poco. Tomo su mano y dejo pequeñas caricias en su dorso. Nos quedamos en silencio un largo rato. Hasta que ella deja de llorar y parece tranquilizarse.
—Es madre.
Siento un músculo de mi mandíbula tensarse.
—¿Qué ocurre con tu madre? —Noré me lanza una de sus miradas juzgadoras y amenazantes. Pero se contiene ante mi indiferencia.
—La he invitado y...
—¡¿Qué has hecho qué?! —Me levanto inmediatamente de la cama. Mis ojos clavados en ella. —¿Has mantenido contacto con ella, Noré? —Las palabras salen arrastradas debido a lo mucho que estoy apretando mis dientes. Me inclino hacia ella esperando por una respuesta. León mío, siento todo mi maldito cuerpo tiritar de rabia.
—¡Ay! ¡Ya! —Me empuja y se levanta hecha una fiera también. —¡¿Qué mierda esperabas?! ¡Es mi madre después todo! —sus brazos en el aire—. ¡Yo no soy cómo tú! —Sentencia.
Pf, como si eso fuese un insulto.
—Prefiero mil veces ni pensar en esa mujer cobarde, que estar llorándole el día de mi compromiso.
Noré abre sus ojos atónita mientras se queda boquiabierta. Las lágrimas siguen cayendo de sus ojos humedeciendo sus cabellos desalineados. Bufa y se da vuelta. Para terminar con la frutilla del postre, comienza a reír a carcajadas.
—¿Qué mierda estás haciendo en mi cuarto? ¿Ha eso viniste? A regocijarte en mi malestar ¿Ah? ¿Por qué tú eres la perfecta, la valiente, la que todo le sale bien? —Escupe con ira y un poco de su veneno logra clavarse en mi pecho.
Mierda.
Yo y mis palabras.
—Yo no...
—¡No! ¡No! Adelante. ¡Esa es tu misión! ¡Recalcarme todo lo que hago mal! Todo lo miserable e idiota que soy, mientras tú te preocupas por el futuro de las dos. ¡Lo olvidaba! ¡La perfecta Helena! ¿Tengo que seguirte diciendo así? ¿O ya le contaste a tu esposo la verdad?
—Cállate. —Mascullo entre dientes con lentitud cerrando mis ojos. Mis puños se tensan.
—¿O qué? ¿Me vas a mandar a los calabozos? ¿¡Te olvidas quien soy yo!?
Resoplo. No puedo creer lo que está diciéndome.
—¡Venía a ver como ibas y ayudarte, pero ni al caso! El idiota de Alexander te está esperando. A ver si de una vez por todas dejas el pasado donde está, y te concentras en tu presente. En los que realmente merecen la pena como él.
Comienza a reír a carcajadas.
—¿Quién me lo dice? ¿La loca que vive hace años obsesionada con el pasado por una venganza absurda?
—Para... —Susurro. Pero eso es echar leña al fuego.
—¿Por qué? ¡Yo debo dejar el pasado donde está, mientras tú vives cada día POR Y PARA el pasado Helena! No me hagas reír. —Se desploma en uno de sus sillones mientras lleva las manos a la cabeza.
Aprieto tanto mis puños intentando contenerme que los veo pálidos. Que el León me de la fuerza para no seguir con esto. No quiero herirla. No, el día de su compromiso. Dejo que el silencio gane la batalla. Voy a su mueble de bebidas y sirvo dos vasos de whisky. Me siento a su lado y dejo el suyo en la pequeña mesita frente a ella.
Por unos minutos no decimos nada. Bebo mi vaso de un solo trago. Contemplo el vestido que descansa sobre su silla del tocador.
—Me gusta. Es lindo que no sea blanco. —Me observa de reojo sorprendida.
—Si. —Ve el vaso servido y se lo lleva a la boca—. Es rojo pasión, como debería ser el color en el casamiento. Es una mierda lo de la pureza —esboza al terminarlo.
Cierra sus ojos, seguro por el ardor de la garganta.
—¿Y... vendrá? —Consulto con lentitud y calma.
Suelta una breve risa ronca.
—Claro que no. Dice que es traición hacerlo. —Se levanta y la veo sacar una pipa de su tocador. Revuelve entre sus cajones, hasta que el olor a opio invade mis fosas nasales.
Me quedo en silencio observando el suelo. Mis labios forman una línea.
—Ayúdame con el corsé. —Ordena con la pipa entre sus labios. Se para frente al tocador.
Me levanto del sillón y voy en su ayuda. Comienzo a ajustar la prenda mientras la observo por el reflejo del espejo. Cepilla su cabello enmarañado y limpia el delineado corrido de sus ojeras.
—Perdona... No quise...
—Sh. Cállate y quédate quieta. —Interrumpo.
Nuestras miradas se cruzan en el espejo y sonreímos. La conozco y ella a mí. Continúo ayudándole con la falda. Me pasa la pipa y la acepto.
—Tienes razón. Debo decirle la verdad... —Suelto, pensativa.
—Por como han ocurrido las cosas entre ustedes, creo que nunca te paraste a pensar que podías contarle a alguien al fin. ¿Quién diría que ese noble y tímido muchacho iba a dominar a la fiera?
Echamos a reír. Luego de unos minutos logramos dejarla decente. Más que eso, luce preciosa. Aunque esa mirada de angustia no se va de sus ojos. Una puntada me da en el corazón al recordar tan solo una partecita de nuestra historia. Desearía, mejor dicho, mataría por darle todo lo que se merece. Quiero verla feliz. Siempre vivaz y feliz...
—¿Lista? —Le ofrezco mi brazo para salir de una vez.
—Lista, hermanita.
HELLO ¿TODO BIEN? ¡FINDE DE MARATÓN DESBLOQUEADO!
Soltando bombitas tranqui piolon. ¿Teorías acertadas o payas@s? Todo siempre ha estado al alcance de sus manos en el prefacio...
Besos y Látigos, Gre.
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