Stefano.
El gran día por fin ha llegado. Hoy partimos hacia las tierras de los Argos para de una vez por todas terminar con nuestro trato. Asistir a la boda, regresar y tener de vuelta a Phoebe conmigo. Esos, son mis únicos y más ansiados objetivos. Estoy haciendo la maleta cuando alguien irrumpe sin previo aviso en mi alcoba.
—No puedo creer que no pueda ir. —Alexander se desploma sobre la cama arrugando todas las vestiduras que acabo de alistar. Lo miro de reojo con hastío—. Tacaño que salió el Anubis ese, ¿eh? —Resopla mientras da unos golpecitos a la almohada para colocarla tras su nuca.
—Anub —corrijo—. Díselo a la cara a ver si tan hombre eres —mascullo intentando alisar de mala gana el traje que arrugó.
—Vaya, amanecimos de pésimo humor. —Cruza sus piernas.
Tiene las botas puestas y el barro seco mancha mis sábanas.
Por el León, paciencia.
—¿Quieres quitar tus mugrosos zapatos de mi cama? —Empujo sus pies fuera. Ante el envión, se sienta observándome sorprendido.
—Veo que mi cuñis no cumple con sus obligaciones maritales. Este mal comportamiento tuyo es una muestra clara de ello. —Bromea y se levanta abriéndose camino a la pequeña barra con bebida —. Stef, hombre... ¿Sigue sin hablarte? —Sus cejas enarcadas al tiempo que se hace de dos copas y una gran botella de whisky.
Tenía que decirlo.
Sobre qué tengo que soportar sus boberías me hace recordarle.
Helena.
Lentamente dejo de doblar la camisa y tras un par de pasos, me siento en el sillón junto al ventanal frustrado. Ha pasado casi una semana desde que no cruzamos palabras. Para ser puntual, desde el cumpleaños de Noré.
Luego del terrible suceso con nuestro regalo, el cual salió espantoso, no ha estado más qué esquiva con mi persona. No soy mandado a llamar. No se me solicita en los campos. Tampoco participo en las visitas al ejército.
No sé qué pensar.
Creí que lo mejor para ponerle fin a mis dudas e ideas revueltas, era marcar la distancia entre nosotros. Ama y esclavo, pero no sabía que iba a costarme tanto hacerlo.
¿Qué había hecho para que dejase de hablarme de un día para el otro? ¿Qué había ocurrido?
No lo sabía. Porque, como era habitual, ella jamás me permitía llegar al fondo del asunto. Aunque por un momento me hiciera sentir en confianza como si nos conociéramos de toda la vida, las gélidas y altas murallas de su personalidad hacían que la tarea fuese imposible.
Por más que quisiera acercarme y buscar conocerla en profundidad, cada paso ganado de mi parte solo parecía multiplicar las capas de su defensa.
—Sigue sin hacerlo. —Confieso con frustración mientras acepto la bebida que me extiende.
Alexander apoya su cuerpo contra la pared. Fija su vista en el ventanal agitando el vaso en su mano.
—Pero irán juntos a la boda. Viajarán los dos solos. Eso es bueno. Tendrán que comunicarse, fingir un matrimonio —corre la cortina con un dedo—. Y, ¿quién sabe? Hasta cosas deliciosamente inesperadas pueden llegar a suceder... —Sonríe detrás de la copa.
Una risa sin ganas abandona mi cuerpo.
Alexander abre grande los ojos. Se acerca al sillón y estampa sus brazos sobre el respaldar tomándome de sorpresa. Un gesto de asombro genuino invade su rostro.
— ¿Es qué ha pasado ya? ¿Stef? ¡Suéltalo todo, por los dioses! —Este hombre no entiende—. ¿Es ruda? ¡Detalles Stef, detalles!
Siento las mejillas arder al instante y no es de vergüenza. Es de coraje.
—¡No pasó ni va a pasar! —zanjo—. Y, en el caso de haber pasado... ¡no tengo porque contarte nada! Sería intimidad de ella y yo. Respeto. ¿Sabes lo que es eso, Alexan? —Lo empujo y me levanto iracundo del asiento.
Camino en círculos. Las manos me sudan y una puntada en la cabeza no deja de molestarme en lo que va del día. Estoy de pésimo humor. Creo que lo mejor es tranquilizarme, opto por continuar empacando la maleta o temo que mi cabeza estalle.
— ¡Pero es qué, hombre! Vas a cumplir veinte años. Ya va siendo hora... —Elevo mis brazos hacia el costado y resoplo frustrado—. Todo el mundo lo hace, no entiendo por qué tanta insistencia con aplazarlo. —Se cruza de brazos ocupando mi anterior lugar.
—Claro que no lo entiendes Alexander. A los 13 años andabas revoloteando en la taberna de Rosemary.
Se ríe, orgulloso.
—¿Qué querías que hiciera? Todos mis compañeros comentaban que sus padres habían pagado a esas mujeres para que jueguen con ellos —sonríe recordando—. Decían que era lo mejor, no quería quedarme atrás. Todos lo hacían, Stef. Es normal.
Ruedo mis ojos. Es alguien imposible cuando lo desea.
—Escucha —me toma por los hombros—, sé que estás nervioso. Yo tampoco sabía qué hacer esa primera vez. Fue horrible, ni siquiera sabía dónde debía conectar con exactitud mi... cosa —Señala con su dedo índice hacia abajo.
No. No. Esto no puede ponerse peor. Me pone los pelos de punta.
¿Es tan difícil entenderme?
—Pero es solo eso. Una primera experiencia y ya. No hay que ponerle tantas expectativas. Solo relájate. Vive, Stef. Eso de la primera vez está sobrevalorado. Solo es un momento más en nuestras vidas y ya.
—Entiendo que lo veas así. Pero yo lo veo diferente, y deberías respetar mi opinión, aunque no estés de acuerdo con ella.
—Es que, te estás perdiendo de vivir el presente pensando en el futuro hermano mío, y eso me irrita. —Señala con el índice de la mano que lleva la copa a su boca. Bebe un sorbo—. Mañana podemos estar muertos. Mañana podemos amanecer bajo tierra, y tú aquí, queriendo controlar cada paso que das en tu vida como si tuviésemos el poder de hacerlo.
No hay caso. Sigo empacando, pero él insiste.
—Mira, cuando yo me acosté con Noré por primera vez lo hice solo por mero y vago placer. Fue sexo, y fue sensacional —intento cortar su charla, pero me calla. No quiero saber las intimidades de mi amiga—. Los días fueron pasando. Llegué a intentar escaparme y abandonarlo todo... —su vista divaga por la sala y sonríe negando con la cabeza—. ¿Y sabes qué pasó? No pude hacerlo. El egoísta Alexander de toda la vida no pudo hacerlo. Porque la imagen de esa hermosa e increíble mujer de ojos negros como la noche vino a mi memoria cuando caminaba lejos de ella. Me había me enamorado, Stef —levanta sus manos, rendido —, y no lo supe hasta ese entonces. —Sus gestos se van haciendo pausados y melancólicos.
—Y yo pensando que volvías por mí.
Suelta una carcajada.
—No seas celoso. Fue 50 y 50 —me guiña un ojo—. Stef, lo que intento decir es que no sabes lo que puede pasar. No lo controlas. Puede que te cases con ella y vivan la historia de hadas que deseas, o puede que solo se disfruten como dos personas que se desean y ya. El punto es qué, querido amigo, sino lo intentas; sino arriesgas Stef jamás lo sabrás.
No respondo. Solo me quedo meditando cada palabra. A veces Alexander parece ser la persona menos sería del mundo, y luego te sale con estas charlas.
—Entiendo, Alexan. Pero entiéndeme tú a mí. Quiero más que sexo. Quiero que sea especial, que haya confianza y... sentimientos de por medio. —Agacho mi rostro.
Alexander sonríe y siento que me mira como un padre a un hijo.
Eso ha sido extraño. Lleva las manos a los bolsillos y comienza a caminar rumbo a la salida. Lo miro consternado. Ahora me deja, así, como si nada. No lo soporto.
— ¿Y no los hay ya, acaso? Porque con la parte que claramente los tiene basta y sobra.
Espera... ¿Qué?
Está a punto de cerrar la puerta con esa sonrisa atrevida que lo caracteriza.
—Stef, eso de no hacer lo que deseas por miedo al rechazo o al fracaso no es cosa de caballeros valientes como tú. Vive hombre, a por todas —hace un gesto con su puño y lentamente cierra la puerta —. Buen viaje hermano mío.
En el silencio de la habitación niego con mi cabeza mientras me río solo.
Yo también te quiero, hermano mío.
Opté por dormir el resto del día para enfrentar con energías el viaje. No sé con exactitud cuántas horas nos lleve, quizás, sean días. Depende el camino que adoptemos.
He oído qué solo hay dos formas de llegar a las tierras de Whitelhz.
Una es el Paso Norte ubicado en la triple frontera que comparte con Forolg y Berlehz. La otra es el Paso Sur, ubicado al Norte Averhz. Supongo que, por seguridad, la última será la elegida.
Tres toques a la puerta me indican que ha llegado el momento de partir. Me encuentro demasiado nervioso. No solo por todo lo que conlleva con respeto a Phoebe, sino porque, además, al fin le veré después de días. Ayzhi me espera fuera de la habitación y me ayuda cargando la maleta, pese a que le repetí más de cinco veces que podía con aquello solo.
Al bajar las colosales escaleras, observo las puertas principales abiertas. En el hall exterior se encuentra el carruaje y los dos guardias a caballo que nos escoltaran durante la travesía.
Aguardando a un costado, Alexander, Noré y Ashly se disponen en un medio círculo conversando con seriedad. No veo la cabellera pelirroja y eso hace que mis palmas comiencen a picar. ¿Dónde está? Se supone que ya deberíamos estar partiendo si queremos llegar a tiempo.
Mi caminata concluye hasta donde los demás aguardan. Saludo a todos con amabilidad. De forma sutil, Alexander me lleva hacía un costado tomándome del brazo.
—Hay problemas.
—¿Qué problemas?
Antes de poder continuar con el cuestionario, la gran muralla de protección se abre en un pequeño círculo expandiendo rayos fluorescentes hacia los extremos. Helena cruza montada en su imponente corcel negro: Averno. El relinchar del animal más el repiqueteo de sus herraduras contra el suelo empedrado llaman la atención de los presentes, todos giran expectantes.
— ¿Alguna novedad? —De brazos cruzados y con un semblante preocupante, Noré le consulta ni bien baja del corcel.
—Ninguna. Se lo ha tragado la tierra. —Pasa delante mío acelerada, sin si quiera verme.
Mi mandíbula se tensa. Maldición.
—Su maleta está en el carruaje, ama. Todo listo —exclama Ayzhi con sus manos detrás de la espalda. Barbilla arriba y porte impecable.
—¡No iré a ningún lado hasta que ese idiota aparezca! —Zanja y se dirige hacia el interior del castillo.
Luce furiosa. No sé qué ocurre con exactitud. ¿Pero no asistir a la boda? No voy a permitirlo. No fue lo acordado. Junto coraje y voy tras ella.
—Helena. —Le llamo mientras está a mitad de las escaleras.
—Ahora no tengo tiempo, Stefano —arguye levantando la voz sin voltear.
Llega a la primera intersección de las escaleras, y la veo perderse por los pasillos hacia el Ala Oeste. Acelero mis pasos y luego de unas cuantas zancadas ya estoy corriendo tras ella.
—Helena... —logro tomarla del brazo—. ¿Cómo que no viajamos? —Inquiero determinante.
—No iremos. Es todo lo que necesitas saber. Ahora sí me disculpas... —Se zafa de mi agarre y está a punto de seguir su camino, pero soy más ágil y bloqueo el paso.
Basta de escaparte, tirana.
—¿Me estás evitando? —Suelta una risa sin ganas mientras se cruza de brazos —. Dime qué está pasando, porque te recuerdo que tenemos un trato y no pienso quedarme aquí. Iremos a esa boda —mascullo.
Mi voz sonó más firme de lo que esperaba. Su actitud solo logra sacarme de mis casillas.
Llevo meses esperando este momento. Nada ni nadie va a dejarme sin recuperar a mi hermana. Demasiadas cosas he hecho ya por ella, que superan con creces el simple hecho de fingir un matrimonio. Debe cumplir con su parte del trato.
—Es Félix. —Suelta molesta luego de un tiempo en silencio, al ver que no pienso dejarla ir sin saber ocurre—. Ha desaparecido. Abandonó a los soldados. Es mi comandante en batalla y no pisa el campamento hace...
Oh. Ahora entiendo lo que decía Alexander.
Me observa pensativa mientras las palabras han quedado a medio decir.
—¿Querías hablar? Bien. Empieza tú. ¿Qué pasó esa noche? Félix no regresó después de que tú lo vieras por última vez...
—¿Me estás culpando? Yo solo lo eché de palacio. No pondría en riesgo la vida de nadie. ¡Él tenía que volver al campamento!
Es ridículo. Ahora yo tengo la culpa de las locuras que decide cometer ese insensato. La orden fue clara, maldición. No dejar que vuelva a entrar al castillo y que regresase de inmediato con los demás.
—No. Solo quiero la verdad. ¿Qué pasó esa noche entre ustedes? ¿Por qué se fue?
Cruzo mis brazos sobre el pecho.
—Te recuerdo qué tú también pensaste echarlo en un primer momento —afirmo —. No tengo nada que ver con su desaparición. Yo solo lo saqué hasta la puerta, y luego los guardias me dijeron que lo escoltaron hasta la frontera. Eso es todo.
Su mirada se oscurece y resopla.
—¿No lo entiendes? ¿Y si lo tomaron como rehén? ¡Pueden estarle sacando información en este preciso momento! —Lleva sus manos a la cabeza desesperada —. Tengo que encontrarlo. No puedo irme como si nada. El plan no serviría de nada si me están delatando ahora mismo —afirma —. Dime la razón de por qué lo echaste. ¡Por qué tenías que hacerlo!
Mi mandíbula se tensa. No quiero que piense que yo tengo que ver en algo como eso. Recuerdo las últimas palabras que cruzamos con Félix y comienzo a atar cabos los sueltos. Tal vez, sí sé la razón de su partida.
—Por celos. —Afirmo, rendido.
Esa noche Félix y yo discutimos por... ella.
Para qué voy a negarlo.
Suspiro y juego con mis dedos ante los nervios. Me quedo esperando que me diga algo. Una palabra, lo que sea. Que terminemos con toda esta confusión. Pero solo agacha su cabeza y suelta aire.
—No tengo tiempo para esto.
Comienza a retirarse.
No, Helena. Sí hay una persona a la cual ya no le queda tiempo, es a mí. Aprieto mis puños.
—Estamos hablando de Félix. ¡Es leal a ti y lo sabes! ¡Sabes la razón!
Se detiene a mitad del corredor y voltea furiosa.
—Félix es un gran soldado. Impecable en su trabajo. No abandonaría la causa sin más.
¿En serio no se da cuenta?
Las palabras de él vienen a mi memoria...
"Ni tu ni yo, representamos nada para ella".
—Él no quería ser el mejor en el campo de batalla —mascullo entre dientes a ojos cerrados. Mis puños tensos. Vuelvo a mirarla —. Él quería ser más que eso, pero viendo que era imposible que le correspondieras a sus sentimientos, se marchó. Sabía cuál era su lugar. Un simple esclavo.
Entender que no puede ser, y saber irse a tiempo es de valientes. Yo soy un cobarde.
—Es ridículo.
—Si lo hubiesen capturado, las tropas ya estarían aquí. Ha pasado una semana y nada ha ocurrido. En el hipotético caso de que haya sido capturado no te ha delatado, Helena.
—No lo sé... —Suspira frustrada. Veo como frota sus dedos con desesperación.
¿Helena Delatroitvz, nerviosa?
—No te desvíes del objetivo. Tenemos que asistir a esa boda. Dijiste que lo de Anub era importante para tus planes. Debemos ir.
Tomo su mano. Su tacto arde contra mi piel. León, hace cuanto no lo hacía. Intento volver a concentrarme. Brindarle seguridad.
—Sean cuales sean sus motivos, la lealtad de Félix está contigo. Confía en mí.
Ante mi última oración su vista se enfoca la mía. Sus ojos brillan, pero la forma en que me observa es extraña. Es confusa, casi sufrida como nunca antes le había notado.
—Es verdad —levanta su barbilla—. Necesito ese acuerdo. No llegué hasta aquí para nada. —Baja su mirada hacia nuestras manos enlazadas.
Asiento y la suelto con lentitud. Todavía puedo sentir la tensión sobre mis palmas.
El carruaje nos espera. Junto a él, nuestros amigos. Helena se despide de Noré mientras Alexander y yo nos damos una fuerte sacudida de manos. Deja una palmada en mi hombro, al tiempo que se inclina hacia mi oído:
—Recuerda lo que hablamos. Suerte, hermano mío —susurra.
—Ya, ya. ¡Suéltalo! —Ashly corre a Alexan —. Cuida mucho a tu esposa, querido. —Me envuelve entre sus delgados y estilizados brazos.
—Lo haré. Es una lástima que no puedas venir con nosotros... —Y así lo siento sinceramente.
Quién lo diría... tener amistad con una bruja negra. Yo, un hombre de Stolz.
—¿Yo a la boda de... ese? —hace un gesto de espanto mientras nos separamos —. No, gracias. Ni muerta. —Rueda sus ojos.
Helena se acerca a despedirse. Niega con la cabeza y sonríe ante sus palabras.
—Argos... Qué fastidio ¿verdad? —Usa un tono de voz sarcástico mientras besa su mejilla.
—Ni lo digas.
Siento que me estoy perdiendo de algo.
El conductor nos da la señal de qué es hora de partir y ambos subimos al carruaje. Es un ambiente bastante pequeño. Solo hay un asiento para ambos y frente a este, algunas canastas con alimentos.
Poco a poco las ruedas comienzan su movimiento tomando velocidad. La muralla de protección se abre entre numerosos y cegadores rayos turquesas desplegados hacia la periferia. Una vez cruzada, giro hacia atrás, asomándome por la ventanilla. Aunque me niegue a creerlo, el castillo desaparece ante mis ojos a los pocos segundos. Observo a los guardias tomar el sendero hacia el norte y mi ceño se frunce en confusión.
—Helena...
Ella permanece callada al borde del extremo opuesto. Está entretenida con un libro que desempacó ni bien comenzamos el viaje.
—Estoy leyendo. —Sus ojos volcados en las páginas.
—Lo sé. Pero creo que vamos por el camino equivocado. Se dirigen hacia el Paso Norte —afirmo preocupado, observando detrás de la cortina.
El peculiar sonido de los insectos del bosque junto con el choque de las herraduras sobre la tierra nos invade.
—Lo sé. Yo elegí ese Paso. Nos ahorramos un día y medio de viaje.
Ni siquiera me observa. Su mirada danza de izquierda a derecha sobre las letras plasmadas en papel.
—Pero es peligroso. Es decir, podría haber guardias reales de Stolz en la frontera.
Resopla y cierra el libro con ambas manos enfurecida.
—¡Lo sabía! ¡Lo sabía! —gruñe envuelta en una neblina de cólera.
—¿Entonces por qué elegiste el camino? —susurro nervioso ante su gesto.
Se gira a observarme con hastío.
—Estoy hablando del final del libro, que, por cierto, no me dejaste disfrutar. —Concluye y vuelve a mudarme la cara.
—Oh, yo... lo siento.
—Necesito ganar tiempo y estar un paso al frente; si tengo que cruzar ese paso para lograrlo lo haré. —Zanja la conversación y se pone de cuclillas para revolver su maleta.
Veo que saca un nuevo libro.
Bien. Supongo que estaré sin hablar y aburrido por un buen rato.
Comienzo a sentir una asfixiante ola de calor y me remuevo sobre mi lugar. Froto mis ojos en señal de fatiga y doy un largo bostezo. Cuando mis parpados por fin se abren, los rayos del sol, incesantes, atacan mis pupilas y me inclino para correr la cortina.
Un peso sobre mi torso me impide moverme con facilidad. Bajo la vista y la veo. Es Helena. Descansa su cabeza sobre mí comprimiendo mis pulmones. Sus cabellos revueltos sobresalen de su capa y con ambos brazos me envuelve.
Mis labios se curvan hacia un lado. Las pequeñas vibraciones de su pecho sobre el mío son relajantes. Suelta pequeños y tiernos ronquidos, entre sueños susurra palabras que no alcanzo a entender.
Me quedo quieto en mi lugar procurando no interrumpir en su descanso, pero pronto despierta.
—Buenos días, bella durmiente...—suelto al tiempo que estira sus brazos.
Cuando se da cuenta de la situación, abre sus ojos de par en par y con movimientos bruscos sale de encima. Sonrío.
—Buenos días. —Se limita a responder.
Vuelve a retomar su posición en el extremo del asiento. Peina con sus dedos su ondulado cabello mientras intenta verse por el reflejo de la ventanilla. Veo que volvemos a lo mismo. No quiere cruzar palabras.
—Voy a preguntarle a Ernes cómo vamos... —musito y me pongo de pie para dirigirme a la pequeña rejilla que nos conecta con el conductor. Observo a este adormilado, cabecea en reiteradas ocasiones—. Buenos días, Ernes ¿Cómo te encuentras? —exclamo con algo de pena. El pobre pasó toda la noche en vela.
—Buenas tardes, amo —responde y me sorprendo por el paso del tiempo. Según la inclinación del sol ya es más del mediodía. —. Muy bien. Gracias por preguntar, señor. Ya vamos a mitad de camino. Acabamos de cruzar la triple frontera. En unos momentos estaremos cruzando el Lago Ritz, amo —escucharle decirme de esa manera me incomoda.
—Solo dime Stefano, Ernes. Gracias.
Cierro la rendija y vuelvo a mi asiento.
—Ya es la tarde—afirmo—. Estamos cerca del lago. Creo que deberíamos parar a descansar. Ellos no han descansado casi nada —concluyo.
—Descansarán al llegar. Mientras más rápido lleguemos, más pronto tendrán sus días libres —exclama en cuclillas, sacando un par de frutas de la canasta.
—Tampoco han comido nada. Si queremos que hagan su tarea debemos ser realistas. No pueden pasar tanto tiempo sin descanso. —Reitero.
Helena da un mordisco con fuerza a la jugosa manzana mientras me observa.
—Te dije que necesito llegar con tiempo —masculla.
—Ellos son los que te lo permiten. Déjalos descansar, por favor.
Omite mi pedido y se dispone a seguir con su libro. Froto mi rostro estresado. De pronto, sentimos un fuerte impacto y ambos saltamos de nuestros lugares.
—¡Lo siento! ¡Ha sido mi culpa, no he visto la rama! —grita Ernes desde el exterior.
Helena me observa en silencio. Cruzamos miradas y el blanqueo de sus ojos hace que en mi rostro aparezca una sonrisa.
—Bien.
Con alegría doy con gusto la orden que se detengan.
El día está insoportable debido al calor, pero un buen lugar debajo de la sombra de la arbolada nos renueva. La brisa sopla fresca y nos disponemos a descansar a orillas del camino. Una fuente de agua está a unos pasos y los guardias van a refrescarse.
Helena baja a acariciar a Averno, a quien ha ordenado a traer y cuidar como si fuera su propio hermano. El animal relincha al verla, y mueve su cola en péndulo cuando esta acaricia su hocico.
Vuelvo a subir al carruaje para sacar una canasta de alimentos y compartirla con los demás. Cuando todos nos sentamos en suelo, la veo dudar de acercarse o no. Pero decide volver al carruaje. Mientras los guardias conversan y toman algunos bocadillos entusiasmados me disculpo, y me dirijo a ver qué le ocurre.
— ¿Se puede? —Doy tres toques a la pequeña puertilla.
—Adelante. —Su tono de pesar.
Subo los dos pequeños escalones y me adentro al interior. Hace demasiado calor aquí. Está bebiendo agua y sigue sentada en el mismo lugar observando por la ventana.
—¿Por qué no bajas con nosotros?
No me dirige la mirada.
—No me apetece.
No entiendo qué le sucede. Y para ser sincero, comienza a desesperarme. Llevo toda una semana sin saber con exactitud qué hice. No es justo. Además, ¡vamos a una boda donde todo el mundo cree que somos marido y mujer! ¿Cómo piensa qué nos van a creer si ni me dirige un triste hola? Suspiro ofuscado.
—¿Por qué estás evitándome? —Suelto.
Niega mientras sonríe. Su vista continúa en la ventana.
—No eres tan importante. Ni si quiera me molestaría en evitarte. Simplemente no me apetece bajar.
—¿Y en el castillo? Llevas una semana sin verme. ¿Qué cambió ese día?
—¿Disculpa?
—El día del cumpleaños de Noré —sigo firme.
Su mandíbula se tensa. Aprieta sus muslos. Me acerco más a ella mientras agacha la cabeza. Me quedo frente a ella.
—Helena, necesito saber... si hay algo que te moleste lo mejor es conversarlo. Puedo mejorar —mi tono de súplica me sorprende—. ¿Qué ocurre? Debemos fingir ser un matrimonio allá dónde vamos. Así que solucionemos las cosas antes de llegar, para que todo nos salga bien. No podemos fallar. Ninguno de los dos. Cada uno tiene objetivos importantes que cumplir.
Con los ojos en el suelo, entreabre su boca para decir algo, pero no lo hace. Juega con el dobladillo de su capa nerviosa. De pronto, levanta la vista y me observa. Está a punto de soltar palabras cuando frunce su ceño y ve por la ventana nuevamente.
—Stefano, calla —masculle.
—¿Qué? No, Helena estamos...
—¡Al suelo! —susurra.
—¿Por qué...?
Se abalanza sobre mí y ambos caemos contra el suelo. Estoy a punto de soltar un improperio y pedirle explicaciones, cuando una filosa hoja de metal traspasa la pared del carruaje en el lugar donde minutos antes estaba de pie.
Trago grueso.
Helena se pone de pie con agilidad, y de su maleta desenfunda su arco y flechas. En estos momentos desearía tener armas, pero recuerdo que no cargué ninguna. Fui un estúpido en pesar qué nada malo podría ocurrir. La veo salir disparada hacia el exterior envuelta en rabia y voy tras ella.
La escena que se libra fuera no es nada esperanzadora. Hay varios guardias reales de Stolz luchando contra nuestros hombres.
Ernes se cubre tras un árbol, al tiempo que un caballero ataca con fiereza. Los demás guardias pelean cuerpo a cuerpo contra los caballeros de Stolz.
¡Lo sabía! ¡Nos estuvieron siguiendo!
Cuando intentan volver a arremeter contra el conductor, una flecha se clava con ahínco sobre su hombro posterior. El hombre gruñe mientras suelta el arma.
Aprovecho el momento y corro a su lugar. En un rápido movimiento, tomo su daga. Veo a la Helena yendo por los demás.
—¡Ernes! ¡Ve por los caballos, pronto! —Ordeno, y le doy ventaja para salir huyendo cuando otros guardias comienzan a acercarse a nosotros.
Un grito grave hace que los pájaros del bosque abandonen sus lugares. La agitación de sus alas desplegadas invade mi audición. Es uno de nuestros hombres, acaban de apuñalarlo. Mi corazón aumenta sus latidos. ¡Tenemos que salir de aquí! Volteo con rapidez para observar a mi alrededor. Helena pelea cuerpo a cuerpo con un caballero de Stolz. Mi instinto me pide que corra en su ayuda, pero primero debo salvar mi propio pellejo. Tres hombres me rodean, y reconozco el rostro de uno de ellos. Él también a mí.
—¿Qué estás haciendo Lacour? —esboza debajo de su bigote voluminoso —. No me digas que eres un perro traidor. Será un placer llevarte a la horca junto a esa zorra. —Todos ríen a carcajadas.
Me agazapo sobre mi lugar esperando el ataque.
—Quisiera decir que es una lástima, pero eras un pésimo soldado —arguye otro.
No lo conozco, pero sus palabras me afectan. Aferro mi palma al agarre del arma y me pongo en posición de defensa. Seré un desastre, seré todo lo que digan de mí, pero no moriré como un cobarde.
No hoy.
El primero corre hacia a mí, logro esquivar el trayecto de su espada. Me agacho y espero al siguiente, quien da un grito de furia mientras se descarga contra mí. Mis pies se anclan a la tierra cuando contraataco oponiendo mi arma. Ambos empujamos con ímpetu, pero ninguno logra vencer la fuerza del otro.
Mis botas comienzan a retroceder por su accionar, y un duro golpe en la cabeza me pone mejilla contra el suelo. La puntada en mi sien se hace presente, me cuesta enfocar la vista. Creo que estoy mareado.
Veo los pies de los demás triples a mí alrededor, se mueven con ligereza mientras se libra la batalla. Gateo para retomar mi daga. Un pitido ensordecedor amenaza terminar con mi cordura, cuando vuelvo a focalizar la vista y parece que estoy de nuevo en la realidad.
—¡Vamos! ¡De pie! ¡¿O estuve entrenando a un debilucho estos últimos meses?!
Su voz. Helena me ayuda tomándome por hombros. Una vez arriba, observo a uno de mis oponentes sin vida sobre el suelo.
—Demuéstrales porque nuestro apellido es tan temido ahora... —Sonríe con malicia al tiempo que me entrega una de las dagas que acaba de sacar de sus muslos.
Asiento y me uno la sonrisa. Ambos nos posicionamos espalda con espalda. Atentos, preparados mientras los guardias nos rodean.
—¡Ahora! —grita enfurecida, y los dos corremos disparados al ataque.
Mi oponente da espadazos por el aire cuando intento acercarme, pero logro esquivarlos. Vuelve a arremeter contra mí y llego a entre poner a tiempo mi daga.
Doy una patada a su muslo en su distracción y cae al suelo. De inmediato, clavo la daga en su pecho. Era él o yo. Y a estas alturas, tengo claro que la empatía no sirve con esta gente.
Se retuerce sobre la tierra. Retiro la daga y la limpio en mi pantalón. Cuando alzo la vista, veo a uno de los hombres abofetear a Helena con una fuerza inhumana mientras otro la sostiene por los brazos.
Me apresuro a ponerme de pie e ir directo en su ayuda. ¡Desgraciados! Corro a toda prisa, pero alguien sale de mi lateral y me taclea, haciendo que ambos rodemos por el suelo.
Piedras filosas impactan contra mi cuerpo y rostro. Mi piel arde del dolor, pero intento no perder de vista a Helena. Ella logra zafarse del agarre, y con una enorme rama noquea a uno de ellos. Intento enderezarme con todas mis fuerzas.
Alguien jala del cuello de mi camisa y caigo de espaldas contra la tierra. Lo siguiente que siento, son frenéticos puños impactarme con violencia. Un líquido se acumula en mi garganta y, entre golpe y golpe, escupo. Es sangre, chorrea y brota de mi boca sin parar.
Intento frenar los golpes flexionando mis codos sobre mi cabeza, pero el maldito infeliz se sienta a horcajadas sobre mí, aprisionando mi torso con sus muslos. Ejerce tanta presión, que siento una de mis costillas tronar. Me retuerzo ante el punzante dolor.
—¡No vas a librarte de tu destino, traidor! —Da vuelta mi rostro de un golpe.
Observo a Helena de rodillas al suelo frente a mí.
Sus pelos revueltos, la cara sucia por el barro. Tiene numerosos golpes y hematomas en su rostro. La impotencia arranca un grito de mi garganta cuando veo al infeliz con una soga entre sus manos. A pesar de tener clavada la daga de Helena en su estómago, envuelve su cuello y comienza a tirar con fuerza.
Ella lucha por zafarse. Mi corazón late incesante y me desespero por ir en su ayuda. Sin notarlo, ya he comenzado a gritar de coraje. Me remuevo sin parar, cuando el guardia aprisiona mi garganta con sus manos. El ardor comienza a ser insoportable y, a pesar de ello, infrinjo golpes a su torso. Tanto como mi posición me lo permite.
Gruñe y se queja, ¡pero no logro que afloje el agarre!
—¿Ves a la zorra? —Gira mi cabeza con violencia y la hunde contra la tierra para que le observe—. Vas a morir como esa puta por traicionar a los tuyos.
Las lágrimas brotan de mis ojos con rabia descontrolada.
¡León, basta! ¡No puedo con esto!
No quiero verla morir. Pataleo sin parar, intentando que el infeliz se quite de encima, pero es inútil. El aire comienza a faltarme, y verla a ella dando bocanadas por un poco de él, me rompe el corazón.
Mis fuerzas comienzan a disminuir, al mismo tiempo que el oxígeno lo hace en mi cuerpo. El ardor en mi garganta y la sensación de bloqueo hace que abra la boca, desesperado, pero solo empiezo a ver borroso.
¡Por favor, no!
Siento las lágrimas cayendo por mi rostro, y extiendo mi mano para alcanzar la de Helena. Cuando alzo mi vista, descubro que también está llorando. Ella estira su brazo hacia mi dirección, pero no logramos tocarnos.
Su mirada es de súplica, de perdón. Quiero decirle qué está bien. Que yo quise hacer todo esto. Yo la elegí. Elegí estar a su lado.
Arrastro mis dedos, decidido a alcanzar su tacto, entonces siento un frio metal bajo el pulpejo de mis dedos. Allí, debajo de las hojas secas, está mi daga. Volteo el rostro para verle la cara a mi verdugo, y qué de esa forma no se dé cuenta lo que estoy a punto de hacer.
Con el último aliento que me queda, logro alcanzarla y se la lanzo.
A ella. A sus manos.
Pierdo el enfoque. Todo se vuelve negro. Lo último que escucho es su voz...
—¡Stefano!
HOLAS!
Entramos en la etapa final del libro...
¿Qué teorías tienen?
Besos y Látigos, Gre.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro