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22. ¿Intrusos? (parte II)


Siniestra.

   Un regalo.

¿Por qué no lo pensé antes? He tenido dos malditas semanas y no logré encontrar nada. ¿Qué puedo regalarle que no tenga ya? Malditos festejos, los odio. Todo un día para uno. Amor, felicidad... ¿Y después? Se olvidan de ti, te siguen tratando como la basura que creen que eres porque, claro, tú eres especial solo el día que te dignaste a nacer.

León, por eso odio los cumpleaños. Soy todos los putos días especial, nadie puede contradecir eso. Pero volvamos al punto: Noré, regalo, fiesta.

—¿Tú que vas a regalarle? —consulto sentada en mi tocador.

Estoy comiendo mis uñas mientras terminan de maquillarme.

—Es una sorpresa, nada ostentoso, porque... —Stefano vacía sus bolsillos y gira observándome a través del espejo—, no tengo dinero. —Finaliza y continúa peinándose frente al suyo.

Me quedo pensativa observándolo ¿Qué irá a regalarle?

—¿Tú?

—Algo muy especial, por supuesto. —Las palabras salen atropelladas.

Siento que me está juzgando, pero solo soy yo misma porque, en realidad, no tengo nada bueno que ofrecerle.

—¿En serio?

La doncella finaliza el maquillaje. Hace una reverencia la cual acepto y procede a retirarse. Él aprovecha y se acerca al tocador.

—¿Qué es? —Apoya su cuerpo sobre el mueble mientras se cruza de brazos. Una sonrisa vil cubre sus labios.

Atrapada.

—Nada. No tengo nada. —Afirmo frustrada.

—Bueno...—acomoda un mechón de cabello que se desalinea de los demás mientras me observa fijamente.

¿Desde cuándo tiene esos ojos tan brillosos? Helena, casi nunca miras a las personas. El roce de sus dedos eriza los poros de mi nuca. Recuerdo lo que hicimos hace unos momentos y mis muslos se tensan.

Quiero más.

Sin embargo, sus palabras vuelven a mi mente: "Jamás he tocado a una mujer". No me parece tan descabellado. En su reino la virginidad es un concepto sobre valorado. El hecho de mantener relaciones solo sirve para procrear y el placer es descartado. Cuantas cosas se ha perdido el pobre.

—Podrías regalarle una carta, un abrazo. O algún platillo que le guste hecho por ti misma. —Salgo de mis pensamientos y levanto la mirada extrañada por sus palabras—. Solo eso se me ocurre, recuerda que soy un simple esclavo... —esboza una sonrisa tímida—. No sé de otro tipo de regalos.

—No me parece una mala idea... los demás regalos serían más de lo mismo de cada día —expreso.

—Podrías encargarte del pastel, con ayuda de Esther, por supuesto.

—¿Dices que no sé cocinar, campesino?

—Tú lo pensaste. —Comienza a reír.

—Haré el pastel más delicioso de todo Forolg. —Cruzo mis brazos.

—De acuerdo. Quiero probar eso.

El llamado a la puerta nos interrumpe. Stefano me detiene cuando intento levantarme de mi silla y se encamina rumbo a la antesala. Continúo repasando mi peinado con tranquilidad, sin embargo, los gritos no tardan en llegar a mi audición.

Los pasos retumban en el ambiente mientras las botas repiquetean una y otra vez hasta que los dueños de las mismas se detienen detrás.

—Le dije que no pasara. Debía esperar ser anunciado. —Suelta molesto.

—Oh. ¿Esposo y mayordomo? Dos al precio de uno. —Veo a Félix por el reflejo del espejo, se da la vuelta hacia él y escupe las palabras con burla —. Son asuntos urgentes y debo informar a mi superior. —Una mirada de despectiva encarna en sus ojos.

León, debí matarlo. Estos juegos de niños estúpidos me ponen de mal humor.

—Stefano, déjame sola con él. —Pido aun sentada en el mismo sitio.

Mi esposo lo observa con desaprobación, mantiene sus puños cerrados al costado del cuerpo mientras mi comandante infla el pecho victorioso. El primero me obedece y nos da privacidad. Félix continua detrás de mis espaldas. Sus ojos azules volcados al espejo me observan. El cabello luce despeinado y continúa con el uniforme del ejército puesto.

—¿Qué es lo que no puede esperar? —Inquiero levantándome del asiento. Rodeo al mismo y apoyo mi cuerpo en el respaldar cruzándome de brazos.

Félix se acerca a paso lento.

—Los hombres de Stolz se han retirado de la frontera de Siloghz y se dirigen camino a Berlehz. Pensaba que sería buen momento para acelerar los planes, por eso mi insistencia. —Su mirada oscurece. Se detiene frente a mí y me observa desde arriba al tiempo que sus labios se curvan. Conozco esos gestos...—. Y...—una de sus manos viaja lentamente a mi cintura, pero lo detengo —. Extraño sus castigos, ama —Su semblante se tensa y baja la mirada debido a mi desaprobación.

—No voy a negar que extraño dártelos, pero tú me traicionaste. Demostraste ser desleal y eso tiene un precio, Félix.

Los músculos de su mandíbula se contraen debajo de su blanquecina piel. Levanta la barbilla y observo en sus ojos el fuego de la ira.

—¿Traicionarle? ¿Qué mentiras ha dicho ese de mí? —se exalta—. Es un simple esclavo, está a mí mismo nivel. No pensé que se ofendería por hacerle daño a él. No es nada ni nadie para mí—masculla con lentitud.

—Y ese es justamente el motivo. Soy tu ama Félix, no solo eso, soy tu superior. Si yo te digo que te tires de un acantilado tú te tiras. Si yo te digo que cruces el mar, tú lo haces. Si yo digo que ese campesino mugroso es el rey y señor del castillo, tú te callas y obedeces. Él no tiene que decirme nada. Tus actitudes lo demuestran todo. —Lo observo con firmeza.

Sí piensa que va a venir a decirme cómo llevar a cabo las cosas en este palacio está muy equivocado el maldito infeliz. Lleva sus manos detrás de la espalda y al no poder sostenerme la mirada desvía la suya a la cama. Da un suspiro profundo.

—Entiendo. —afirma entre dientes —. Admito que me dejé llevar por la adrenalina del momento. Sin embargo, usted sabe que mi lealtad y mi alma están con usted hasta el fin de mis días. —Vuelve a mirarme a la cara y en sus ojos aparece la súplica.

Odio que haga esto. Es un gran soldado, pero tiene otras prioridades que dominan el centro de su vida. Amor. Y nada logras con él...

Félix se acerca a mi persona tomándome por sorpresa.

—¿Él ocupa mi lugar? —Inquiere desde su altura con las manos envueltas en mi cintura.

—¿Disculpa?

¿Qué puto cuento de hadas se ha tragado este?

—Qué si él es el nuevo favorito... —Sus ojos se cristalizan.

Por el León.

Un carraspeo de garganta nos distrae.

—Lamento interrumpir, pero Ayzhi avisa que nos esperan en la mesa. —Las mejillas de Stefano arden. Asiento y me separo de Félix.

—Gracias por avisar. Vuelve a la frontera, mantéenme informada. —Camino hacia el espejo para asegurarme de mi aspecto y opto por retocar mi labial.

—Pero... creí que podía quedarme esta noche debido al largo viaje.

"Creí". Todos estos malditos desgraciados creen, obedecer es lo que deben.

—Entonces debiste pensarlo antes. Hubieras enviado un mensajero y te ahorrabas el viaje, pero claro, tu puta avaricia te hizo pensar que yo te recompensaría por hacer simplemente lo que debes como mi comandante.

Se queda en absoluto silencio sin querer mirarme a la cara.

—No lo envíe debido a la nueva de seguridad del castillo, ama.

Ruedo los ojos.

—De acuerdo Félix, supongamos que es por ello. Mira, no quiero estar perdiendo tiempo. Quédate y al amanecer regresas a tu posición. —Asiente y los tres caminamos hacia la salida.

Mi mayordomo nos aguarda y pronto lo tomo de su brazo para caminar hasta el comedor con su compañía. Estoy cansada de inservibles.

—¿Y ese traje tan elegante? —Consulto con curiosidad. Si bien Ayzhi siempre es increíblemente pulcro, hoy luce estupendo con el traje de gala que ha escogido.

—La ama Noré me pidió que lo usara esta noche y... —Hace silencio por unos segundos. Volteo hacia atrás al no sentir pasos. Mi esposo se ha quedado conversando con Félix —, me invito a acompañarlos a la mesa, señorita. Quería consultarle primero a usted debido a que es un acto bastante... extraño. —Su mirada se dirige al suelo.

—Claro que puedes, Ayzhi. —Doy un pequeño apretón a su antebrazo a modo de aprobación.

¿Cómo no se me había ocurrido antes? Él es como de la familia.

—Gracias, ama.

—Puedes decirme... Helena —Gira a mi dirección con una expresión que no logro definir —. Estamos a solas y...eres uno de los pocos que me llama así. —Llevo mis ojos hacia atrás.

—Podría ser... Pero, si me lo permite, creo que prefiero llamarla por su apodo. —Una pequeña risa escapa de su semblante serio.

—Oh. ¿Ahora te burlas? —Me uno a su sonrisa.

—No entiendo porque insisten en llamarla así, no le queda... —Sus ojos arrugados se estrechan mientras sus labios se curvan de lado.

El camino continúa silencioso, sin embargo, estar con Ayzhi me da cierta paz. Es un momento de lo más cómodo a pesar de ello. Luego de unos minutos nos detenemos, hemos llegado a la sala. Los guardias abren las puertas y observo a mis invitados en la mesa. Noré y su esclavo aún no llegan, el campesino tampoco viene detrás.

¿Qué está haciendo?

—Buenas noches, querida. —Ashly levanta su copa sonriente a modo de saludo. Su acompañante se encuentra en silencio, observando atento las burbujas de su bebida.

Ayzhi saluda de manera cordial y se queda parado observando tímidamente hacia la entrada.

—Buenas noches. —Paso por su lugar para saludarla y cuando llego a donde Barján este toma el dorso de mi mano y planta un beso en ella—. ¿Qué tal va la estadía aquí? —Consulto ocupando asiento en la cabecera de la mesa, y hago señas a Ayzhi para que ocupe el suyo.

Ashly me platica de lo mucho que ha disfrutado de la gran biblioteca y Barján comenta su fanatismo hacia las plantas del invernadero. Coloco mis codos sobre la superficie y apoyo mi cabeza sobre mis manos, pensativa.

¿Por qué los demás no llegan aún?

La pregunta no tarda en responderse por sí sola cuando Noré sale de la puerta de servicio acompañando a Esther y otra sirvienta.

—¡Disculpen el retraso! Es que esta mujer no quería acompañarnos. Esther, ocupa asiento al lado de Ayzhi, por favor.

Ella saluda a todos amable y observa con respeto a donde me encuentro. Hago un gesto con mi brazo de que se siente, y sonriente por la aprobación, ella se acomoda en su lugar.

Observo a mi mayordomo y no creo lo que veo. Sus pómulos se han teñido de rosado. Mi cocinera lo saluda de lo más normal, pero él se limita a asentir con la cabeza y gira a mirar en dirección contraria.

—¡Muy bien! —Noré da pequeños aplausos rápidos y corre a mi lugar. El abrazo llega de forma desmedida y me sorprende.

—Gracias —susurra, su vocecita se quiebra y la aferro más a mi torso —. Gracias por permitir esta pequeña reunión, te amo. —suelta en mi oído.

Las palabras quedan retumbando en mi mente y mi ser permanece callado. Siento mis músculos tensarse y la incomodidad es palpable. Quisiera decirle que yo también lo hago. Que ella es una de las razones más importantes de mi lucha, que gracias a ella todos estos años no los he pasado en oscuridad y soledad. Pero solo puedo decir:

—De nada. Espero que disfrutes esta cena.



     Han pasado varios minutos y los dos malditos esclavos aún no se dignan a aparecer. Los platos permanecen sin servir y las charlas han sido suficientes para mí, por lo cual me he quedado en silencio mientras Esther cuenta anécdotas de su juventud.

Jamás la había visto tan risueña y desenvuelta, sus gestos son tiernos y delicados al expresarse. Todos parecemos a gusto escuchando, a excepción de Ayzhi. Cuando ella cruza miradas voltea al otro lado o simplemente se limita a beber de su copa.

León, esa timidez me recuerda a alguien.

—Iré a ver qué sucede. Es extraño, Alexan me dijo que no tardaba en bajar. —Noré comienza levantarse de la mesa y parece preocupada.

—No. Quédate —ordeno —. Yo iré. Tú —hablo a la muchacha de servicio —, comienza a servir los platos.

La joven asiente con temor y se apresura a abandonar el rincón en donde se encuentra.

Dejo la servilleta que yacía en mi regazo sobre la mesa mientras me pongo de pie.

Es cansador volver a adentrarse a la infinidad de salones, escaleras y pasillos que son necesarios recorrer para llegar a mis aposentos, pero al menos haré algo antes que estar esperando como idiota.

Nótese el atrevimiento, yo la dueña y señora de todo, estar esperando en mi mesa por dos mugrosos Stolianos.

Al doblar el ultimo pasillo me quedo en mi lugar unas milésimas de segundo. Las puertas de mi cuarto están abiertas de par en par, los guardias no están y regando el suelo del pasillo yace lo que parece ser sangre. Mi respiración se corta.

Me acerco con lentitud. Sí. Son pequeños charcos contrastando con el marfil de las piedras.

¿Qué demonios?

Rápido salgo del shock y lo primero que viene a mi mente es el mugroso. Corro, y esquivando el líquido rojo me sumerjo en la habitación. Todo está en completo silencio y orden tal cual lo dejamos.

—¿Campesino? —Consulto mientras continúo recorriendo los ambientes.

Antesala vacía, salón principal igual, nadie en el baño.

Maldición. Maldición. ¿Y si algún intruso ha entrado por mí? ¿Le habrán hecho daño? ¿Se lo habrán llevado al rey para sacarle información? Mierda, mierda.

Salgo disparada de la habitación y comienzo a correr hacia el subsuelo para dar aviso a los demás guardias. Hay que salir en su búsqueda.

Mi respiración se agita entre cada bifurcación, escalón y corredor, pero logro llegar en un tiempo prudente. Siento que mi peinado se ha desarmado por completo, de igual manera, es lo que menos me importa en estos momentos.

No puedo creer que hayan cruzado la muralla, pasado a mis guardias, desapercibidos como malditos fantasmas en mi propio castillo. Maldito Leónidas, hijo de puta. Mi corazón arde y se exalta debido a la rabia que emana de mi ser en estos momentos. Pero...

¿Cómo?

Me desvío del camino y sigo bajando hacia la inmundicia de los subsuelos. El olor a sudor y hombre me da un puñetazo en el rostro. Algunos guardias que se encuentran fuera de sus cuartos me observan incrédulos y pronto se ponen de pie ante mi presencia.

—¡Todos arriba! Hay intrusos en el castillo. ¡Hagan un rastrillaje exhaustivo, ahora! —Ordeno mientras sigo mi camino hasta los aposentos del infeliz.

Los llamados a la puerta son bruscos y desesperados.

—¡Félix! ¡Abre ahora! —Grito. Nada. Nadie me responde.

A pesar de lo ajustado que está mi vestido logro alzar la pierna dando una patada a la cerradura de la puerta, la abertura se da al mismo tiempo que el tajo en mi prenda. Mierda.

—¿Dónde demonios estás, malnacido? —Mis ojos recorren el diminuto cuartucho, pero no hay nada allí más que el delgado colchón cubierto de sabanas amarillentas y una pequeña mesita de madera al lado de la cama improvisada en hierro —. ¡Me la va a pagar ese infeliz! —El grito sale rasgando mi garganta.

¿Cómo se atrevió a traicionarme de tal manera?

Para cuando vuelvo por donde vine, ningún guardia está en el subsuelo. Todos han acatado mi orden y a estas alturas deben haber salido en busca de ellos. Subo las escaleras con prisa, debo advertirles a los demás. Siento mi frente sudada y los zapatos comienzan a molestarme por lo cual me deshago de ellos.

Recorro los corredores con rapidez, tanto como mi respiración agitada me lo permite. Para cuando llego a las puertas del gran comedor, estás también se encuentran abiertas de par en par y sin vigilancia alguna.

—¡Pero qué mierda! —Suelto un gruñido de frustración tras todo lo que está pasando y viendo a mi alrededor cojo una de las espadas que se encuentran en el escudo de Averhz colgado a la pared y la desenfundo con prisa.

Me agazapo con la espada en frente y comienzo a caminar con lentitud y en alerta hasta el mismo.

¿Cómo es posible que se hayan desecho de todos mis guardias? ¿Cuántos han venido?

En lo que intento idear un plan, una enorme explosión llega desde afuera haciendo retumbar mis oídos. Me adentro con agilidad hacia el comedor y la mesa continúa servida, pero los comensales no están sentados alrededor de ella. Mi corazón palpita con fuerza, y al seguir caminando otra enorme explosión acaba con mis pulsaciones. Giro mi cuerpo en dirección del estrepitoso sonido y distingo por el balcón cientos de luces de colores viajando y volando por el cielo nocturno. Salgo a toda a prisa hacia afuera y los veo.

—¡Ahí estás! Pero... ¿qué carajo te pasó? —Noré recorre mi figura por completo. Continúo con la espada en mis manos, descalza, el vestido rasgado en la parte inferior, mi cabello revolotea mi rostro enredado y siento una capa de sudor en todo el puto cuerpo.

—Es qué...

La risa de los infelices me distrae de mis pensamientos. Otra enorme explosión azota el cielo y enormes destellos de colores brotan de ella.

Desde mi posición contemplo a ambos en el parque riendo y corriendo como tontos alrededor de Ashly, la creadora de tal cosa. Tanto Alexander como el idiota del campesino están sanos y salvos, risueños de la vida mientras yo como estúpida intento "salvarlo". Vezhaltz.

Pero, Querida, si la ridícula eres tú.

Tiro la espada al suelo y bajo enfurecida las escaleras en profundo silencio. Siento mis hombros tensos y arriba mientras mis puños se mantienen cerrados y contraídos al costado de mi cuerpo.

Sigo caminando hasta él, y se queda tieso mirándome con los ojos abiertos de par en par cuando entra en la cuenta de mi estado unos pasos antes.

Al llegar, estoy lo suficientemente cerca y el reflejo de las luces en el cielo me ilumina su rostro con mayor claridad. Tiene un moretón en uno de sus ojos y la comisura izquierda partida. Siento como mis facciones se relajan por la sorpresa y mis puños se abren.

—¿Qué te pasó? —

Las palabras salen de la boca de ambos casi al mismo tiempo.

—Yo...—tomo la palabra—. Pensé que habían entrado al castillo y que te habían llevado, pero estás aquí, pero... —Mi mano viaja a su rostro por instinto. El roce de mis dedos en su boca lo lastima y suelta un jadeo.

¿Por qué mierda lo toqué?

—No te preocupes, estoy bien. Me encargué de él... —Sostiene mi mano y la saco con disimulo.

—¿De qué hablas? ¿Entonces sí entró alguien? ¿Por eso hay sangre en la habitación? —Me siento confundida. Veo a Alexander acercándose con su cara de idiota chismoso y me adelanto —. Te acercas y te estrangulo. Largo. —Advierto con mi dedo índice señalándole.

Abre los ojos y continúa su camino desviándose a un costado.

—Yo... —Da un aplauso y junta sus manos mientras sigue caminando—. Iba arriba... —señala el balcón. Comienza a correr. Lo sigo con la mirada y siento una pequeña risa.

Vuelvo a Stefano.

—Estoy esperando.

—Es que...—Rasca su cabeza al tiempo que observa al suelo y vuelve sus ojos hacia a mí, decidido—. Tuve un pequeño inconveniente con Félix, así que lo eché del castillo.

¿Por eso no está? ¿Lo echó? ¿Y Félix lo obedeció?

—Define inconveniente —pido.

Rueda sus ojos.

—Cruzamos un par de palabras y las suyas me parecieron bastantes inapropiadas e hirientes, por lo que... una cosa llevó a la otra, comenzamos a pelear y luego terminé sacándolo del castillo con mis propias manos.

—¿Y los guardias? —recuerdo—. ¿Por qué no estaba ninguno?

—A ellos les pedí que se encargaran de escoltar a Félix hasta el campamento.

—Maldición, Stefano. ¿No podías avisar? Noré preguntaba por ustedes, yo vi el piso de la habitación y pensé lo peor. Hasta envié soldados a vigilar a los alrededores.

Vuelve a mirarme de arriba abajo. Una sonrisa escapa de su rostro.

—Vaya que te preocupas por tu esposo. —Muerde su labio para contener la risa.

—Idiota. Ya quisieras. —Ruedo mis ojos y me cruzo de brazos dejando caer mi peso sobre una de mis caderas. Saco todo el aire que no sabía que tenía acumulado.

—Luce usted muy... salvaje, señora Delatroitvz. —Lanza un piropo burlón bajando su vista hacia mi vestido.

Concentro mi vista en sus vestiduras.

—Y tú demasiado campesino a pesar de estar envuelto en las más finas sedas. —Retruco un poco más relajada. Nuestras miradas se cruzan por unos segundos y niego con la cabeza. Me dispongo a ir en dirección al balcón donde nos esperan los demás. Con todo este estúpido estrés muero de hambre.

Las charlas y risas por parte de todos debido a "aquello" no tardaron en llegar. Las delicias de Esther tampoco dejaban de desfilar de la cocina hacia nosotros. La cena estuvo deliciosa, y con el estómago lleno me encuentro en mejores condiciones para disfrutar la velada.

—¡Todo ha estado delicioso! —exclama Noré con alegría mientras limpia su boca.

Los demás siguen alabando a Esther por sus agraciadas manos. Todos, menos alguien que ha permanecido en silencio toda la cena.

—Ayzhi... —Nombro y este da un pequeño saltito en su lugar—. ¿Qué te ha parecido a ti? —Consulto risueña mientras sirvo vino a mi copa.

El mayordomo desajusta el cuello de su traje y bebe rápidamente agua antes de soltar palabra. Por una milésima de segundo lo veo agachar la cabeza para luego mirar en dirección a Esther quien espera expectante su respuesta.

—Yo...Eh... Cocina usted delicioso, señora Esther. Eso no es novedad. —Ella asiente agradecida con una sonrisa en el rostro.

—Señorita —agrega Noré. Ayzhi gira a su dirección —. Esther no está casada, así que señora no le queda. —Levanta su copa hacia mi mientras sonríe. Lo ha captado todo.

Alexander suelta un "Oh" seguido de una carcajada. Suspiro profundo. Odio a este tipo.

Las campanas del reloj suenan, y eso significa una sola cosa.

—¡Feliz cumpleaños, Noré! —Alexander salta de su lugar al igual que Stefano y se apresuran a abrazarla.

Los demás nos ponemos de pie para hacer lo mismo. Mi corazón late con fuerza al verla tan feliz. Pocas veces he visto esa sonrisa en su rostro y me alegra de sobre manera. Puedo decir que lo mío con Alexander es un amor-odio, porque me agrada la forma en la que la hace sentir.

Los idiotas tenían razón, si está pequeña cena la ha hecho tan feliz, lo que le espera mañana la hará sentir en el cielo. Me quedo en mi lugar contemplando como cada uno de los presentes la abrazan y saludan, llenándola de besos y cariño.

Noré es el tipo de persona que todos necesitan en su vida. Ella no lo sabe, pero nos hace tan bien a tantos solo con el simple hecho de su presencia.

—¿No vas a felicitarme? —Su voz me saca de mis pensamientos. Esta frente a mí mientras todos alrededor nos observan.

—Claro. —Le doy un pequeño abrazo, poso un beso en su mejilla y me separo —. Feliz cumpleaños, Noré.

Junto mis manos nerviosas delante de mi cuerpo y esbozo una pequeña sonrisa. Me mira por unos instantes y luego sonríe vagamente.

—¡Ven pimpollito! Esther hizo tu tarta favorita.

Aprovecho que todos están distraídos cortando el postre y salgo al balcón para tomar un poco de aire. La brisa de la primavera por las noches es una de las sensaciones más placenteras del mundo. Descanso mi cuerpo, apoyada en la baranda y observando el cielo estrellado.

—¿Por qué siempre haces eso? —Su voz me sorprende. Stefano llega hasta mi costado.

—¿Qué?

—Alejarte. Mostrarte indiferente. Dijiste que...

—No me estés dando lecciones de moral. Por una vez que te hablo o tengo intimidad contigo eso no te da derecho de enseñarme nada.

Queda en silencio. Sonríe negando con la cabeza y mira hacia el suelo.

—Tiene razón, usted es mi ama y yo su simple esclavo. —Eso ha sido casi un susurro.

—Exacto.

—La dejo tranquila, disculpe mi intromisión. —Comienza a retirarse hacia el comedor.

Eso me toma de sorpresa. No quise hacerlo sentir mal. Solo... solo. Mierda. Dejo a un lado la estúpida e inservible culpa y recuerdo las palabras de Félix.

—Stefano...

Se detiene sin voltear.

—¿Sí?

—Te espero en mi cuarto cuando todos estén dormidos. Es importante.

—Lo que ordene, ama. 



HOLIS! AL FIN. TERMINÉ DE RENDIR LOS PARCIALES (AHORA SE VIENEN MIS ÚLTIMOS FINALES DE LA CARRERA, MIEDO) 

¡Subo hoy para no hacerlos esperar más! Si veo muchos comentarios, edits, e interacciones quizás suba durante el finde los siguientes capítulos <3

Besos y látigos, Gre. 

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