21. La profecía (parte I).
Siniestra.
Mis párpados pesan. Despierto con lentitud y un hilo de baba cuelga de mi boca hasta... el pecho del Stoliano. Me limpio retirando todos los mechones de cabello pegados a ella. ¿Qué hace aquí? Debe haberse quedado conmigo hasta que ambos conciliamos el sueño. Lo contemplo con detenimiento. Sus cabellos revueltos sobre su frente, las largas y abundantes pestañas que adornan sus ojos, y ese maldito aroma a jazmines.
Mierda, Helena. Con qué odiamos a los Stolianos, ¿no?
Maldita hipócrita.
Sí. Porque te arrodillaste, y no exactamente a sus pies.
Bien. Caí en la tentación ¿A quién no le pasa? Normal. Pf. Alcohol, opio, cosas que suceden. No vamos a negar el atractivo del imberbe. Además, su amigo... León.
Y pueden continuar sucediendo. Somos su ama, ¿no?
Solo si él lo quiere, cosa que no me parece. Es un maldito santurrón y mojigato.
Despacio comienzo a salir de encima. Su brazo se desliza por mi cuerpo mientras me muevo, y antes de que caiga al colchón lo sostengo con cuidado para no interferir en su descanso. Opto por cambiarme con rapidez, tanto como el dolor en la espalda me lo permite, y bajo en busca de comida. A mi estómago le urge.
A juzgar por la inclinación de las sombras de los ventanales ya es el atardecer. He dormido más de lo previsto. Mi cuerpo no arde como antes, y mi migraña ha cesado por lo que ha sido un buen descanso.
Cuando Ayzhi me ve cruzando las puertas del comedor llega hasta mi con zancadas largas debido a sus delgadas piernas. Tomo mi lugar en la mesa y pronto mi mayordomo toca la campanilla llamando a Esther.
—¿Cómo se encuentra, ama? —Si bien intenta continuar con su porte distante, noto la preocupación en sus ojos. Ayzhi es como un padre para mí—. Debería continuar con el reposo. Puedo hacer que lleven los alimentos a sus aposentos, si así lo desea.
—Gracias por preocuparte. Estoy bien. Prefiero estar aquí. Sabes que odio quedarme quieta.
—He escuchado que el muchacho, Stefano, él... —Suelta un suspiro. Sus ojos brillan, más su persona se mantiene impoluta.
—Sí... —Me tomo unos segundos—. Elegiste un buen esposo para mí. —Bromeo para desviar la conversación.
Lo que menos quiero en estos momentos es recordar. Siento el aliento hediondo de ese infeliz aun sobre mi nuca y la garganta se me cierra de la impotencia que cargo. Un escalofrío inunda mi cuerpo. Siento un malestar general en cada célula. Es un sentimiento de incomodidad que perturba mi día, pero hago lo posible por evitarlo. Sacudo mi cabeza para que el recuerdo se pierda de alguna forma.
Voy a destruirlos. Lo juro. Stolz, arderá.
El hombre parado frente a mí me regala una de sus sonrisas exclusivas, y pronto Esther entra en la sala. Noto lo tenso que se pone, y aunque no quiera la observa repetidas veces de reojo.
—¡Ama querida! —gesticula mi cocinera empujando un carro lleno de platos humeantes. La mezcla de aromas llega acrecentando el crujir de mis tripas.
—Esther, nunca estuve tan feliz de ver a alguien.
Ella hace lo inesperado. Cruza el límite establecido entre nosotros y me da un apretado abrazo con toda la suavidad que puede por mi estado, lo noto, y besa mi frente repetidas veces.
—Me alegra mucho que estés aquí de pie mi niña.
Sus palabras son un golpe a mi corazón. Toda aquella incomodidad del recuerdo se pierde para mi suerte entre sus brazos. Cierro mis ojos y suspiro. Siento mis ojos llenarse de agua, pero hago lo posible para que nadie lo note limpiándome con una sonrisa.
—León, no seas tan cursi. —Palmeo su espalda—. Claro que estoy de pie. ¿Cuándo me he rendido yo? —Pongo mi mejor sonrisa, aunque me cueste casi la mitad de mis energías. —Anda, muéstrame con que bocadillos deliciosos me deleitaré esta vez.
Prepara mi lugar alegre depositando cubiertos, copas y servilletas. Luego comienza a realizar el desfile de platos por la gran mesa a mi alrededor. Cuando estoy dando el primer cucharón a mis frutas trozadas, el campesino ingresa al comedor.
—León, tenías que venir justo ahora... —Exagero y llevo a mi boca los cuadrados de manzanas y peras. Me gusta molestarlo. Se me hace de los más divertida su compañía con sus reacciones.
—Claro, mis fosas nasales son muy perceptivas. No me perdería un momento de comida por nada del mundo. —Sonríe con gracia.
—Muerto de hambre. —Limpio mi boca con la servilleta.
—Muerto de hambre y todo, soy tu esposo. —Alega el muy infeliz. Da una pequeña risa y se sienta a mi lado. Mi cocinera se une a las risas y negando con la cabeza prepara su lugar también.
—Muchas gracias, Esther. —Su hoyuelo aparece en su rostro cuando ésta le entrega una canasta con panecillos recién horneados.
—El amo es tan agradecido... comienzo a querer cocinar más para él que para ti, linda.
Lo que me faltaba. Bufo llevando los ojos hacia atrás mientras mis sirvientes le tiran flores al mugroso. Ayzhi y Esther poco a poco se van retirado. El silencio comienza a reinar entre ambos. Continúo masticando con dedicación mientras me sirvo otra taza de té. Stefano luce nervioso. Tamborilea sus dedos sobre la mesa y su vista lucha entre estar al frente y en el suelo.
—Helena... —Me quedo inmóvil por unos instantes.
Ni siquiera sé el motivo porque le dije mi verdadero nombre con exactitud. Solo surgió. Me hizo sentir tan en... confianza.
Es irónico. Jamás creí volver a sentir eso por alguien nuevo entrando a mi vida.
—Dime.
Se toma su tiempo. Traga grueso.
—Yo... es decir, nosotros... lo que pasó... —Su tartamudeo comienza a devolverme mi dolor de cabeza.
—¿Nosotros? ¿A qué te refieres? Pasaron muchas Stefano, se claro. —Pido impaciente.
—En la fiesta, el descontrol...
—¿Descontrol?
—Por el León, Helena. ¿Qué acaso lo que pasó entre tú y yo no fue algo indebido? No te traté con respeto. No teníamos que hacer eso. Yo... lo qué paso... lo siento. Fue un error. —Sus mejillas se ruborizan al instante. Lo sigo con la mirada atenta, en silencio.
Un error... Tenso mi mandíbula ante su comentario.
¿Qué nunca hizo ese tipo de cosas? Qué hipócrita. Stoliano tenía que ser. Ahora va decir que eso es impuro. Qué son cosas de Vezhaltz. Luperca, invade ese cuerpo. Te lo imploro.
—Si eso piensas, de acuerdo. Y yo solo estaba divirtiéndome. No te emociones, campesino. No hay un "nosotros".
—Cla-claro que pienso eso. ¿Le gustó que la haya tratado de tal forma? —Sus ojos abiertos de par en par.
Oh, no, falta que sea un sacerdote.
—Son impulsos. Fue el momento. Es algo que nace. —Mi tono de voz se impacienta.
¿En serio quiere hablar de esto? Junta sus manos sobre su regazo y noto su nerviosismo.
Ay, no. De verdad está afectado.
Qué divertido lo pones, Stef.
—¿Entonces, a ti no te gustó? —Consulto y acerco mi mano a las suyas a propósito. Su cuerpo se tensa.
No, si yo sabía que era mojigato. Así son los de su reino... lobos disfrazados de cordero.
—¿Cómo? —Su boca entreabierta.
Me levanto de la silla y corro la suya de modo que quede frente a mí. Inclino mi cuerpo hacia adelante y poso mis brazos en su respaldo, acorralándolo. Acerco mi rostro al suyo. Su pecho sube y baja. Sus ojos danzan entre mi boca y mis pechos. Una de mis manos viaja a su muslo. Retrocede en su asiento.
—Qué si no te gustó tenerme entre tus piernas, de rodillas... —Me inclino ante él y dejo que las palabras sean un susurro cercano a su oído mientras mi mano sube hasta su entrepierna.
Ayzhi entra al salón y Stefano se pone de pie con rapidez. Es como si lo hubiesen descubierto robando. Por el león. Mi mayordomo luce confundido ante la situación, pero no comenta ni una sola palabra.
—Ama, es la señorita Ashly. Está aquí, pide verla con urgencia. Sin embargo, al verla en ese estado tan deplorable me tomé el atrevimiento de abastecerle un baño y doncellas que la asistan. Luce muy mal.
—Muy bien, ahora mismo voy a verla.
—Voy contigo. —Stefano intenta salir detrás de mí.
—No es asunto tuyo.
—¡Claro que sí! Ella...
—Claro que no. —Advierto dándome la vuelta y parece comprender que no habrá modo de acompañarme—. Te veo en la sala de entrenamiento en media hora.
Asiente y me alejo con junto Ayzhi quien me guía hacia a la bruja.
Para cuando llegamos al cuarto de invitados, Ashly se encuentra descansando en uno de los sofás. Si bien está cubierta con ropa nueva que mis sirvientas se encargaron de proveerle, noto sus heridas y cortes esparcidos por su piel. Intenta ponerse de pie con la ayuda de su bastón, pero la detengo a tiempo. Está débil, puedo verlo en el temblor de sus extremidades.
—Ashly ¿Qué sucedió? —Sé que los malditos de Stolz atacaron a una de sus aldeas. Sé que ella haría y cualquier cosa, hasta daría su vida por sus hermanas. Sin embargo, sus heridas parecen ser hechas por un... animal.
—Siéntate, porque lo tengo para contarte va a desestabilizarte por completo.
Trago con dificultad, y aunque lo que acaba de decir me genera incertidumbre y algo de miedo mi cabeza se mantiene en alto y firme en todo momento hasta tomar asiento.
—Habla. —Cruzo mis piernas.
—"Su monstruosidad", Leónidas. Eso ocurre.
Bufo.
—Estuve ahí. Sé que ellos atacaron.
—No, además de ello... —Aclara su garganta y se acomoda sobre su lugar —. Específicamente, Leónidas y la profecía —masculla con temor.
—Tú misma me dijiste que no hiciera caso de palabras viejas y pasajeras de una principiante demente —las palmas de mis manos comienzan a picar en exceso —¿Y ahora vienes con esto?
—Sabe de ti. —Mi pecho se congela. Respiro profundo —. Sabe que estás viva. Sabe que estás en Forolg y te quiere de vuelta. ¿Por qué atacó después de tantos años si no? ¡Porque estabas tú! ¡Alguien vendió esa información! —Ira. Es lo único que puedo sentir. Impotencia. Mis puños se cierran con tal fuerza que la piel luce como un papel —. Eso no es todo... La profecía, es real.
—¿Cómo? —Pensé que la palabra no saldría de mi boca.
—¿Acaso no hablaste con tu esposo? —Mi esposo... ¿Qué tiene que ver el Stoliano?
Niego.
—Luperca, mejora esa comunicación... —alega por lo bajo mirando al cielo. Vuelve atenta a mí —. Cuando estabas inconsciente, tu esposo trataba de salvarte. Sin embargo, un simple humano no puede hacer mucho contra un león.
Abro mis ojos con genuina sorpresa. ¿Cuántas veces y de cuántas formas puede alguien salvarte? ¿Un León?
Ashly continúa.
—Sabemos que es tradición del rey tener en su poder tales animales. —Asiento. No es una novedad que el muy idiota se jacte de ser descendiente del Gran León para sublevar al pueblo, y por eso creerse capacitado para adiestrarlos—. Pero aquel animal no era uno normal, querida. Estaba hechizado.
Hechizado.
—La magia que lo envolvía era demasiado poderosa. Ese tipo de magia que solo dioses pueden brindar. Qué solo los dioses mismos podrían manifestar. No es como cuando se nos brinda nuestro mineral, no. Era una parte de la mismísima deidad. —Concluye seria —. Su energía está envuelta bajo el manto de la serpiente...
—¿Y tú cómo es que...?
—¿Estoy viva? —Bufa—. Tu esposo —afirma con total tranquilidad.
—¿Mi esposo qué?
—Cuando le obligue a marcharse para ponerte a salvo... —Hace unos segundos de pausa.
Ashly siempre me ha sido fiel al igual que yo a las suyas. Tenemos un trato de protección a cambio de provisiones y bienestar para su pueblo. Yo me encargo de brindárselos mientras que ella me cuida el pellejo.
—Él me dio una de las dagas Doradas bendecidas por el León. No sé cómo estaba en su poder, pero ese objeto me ayudó. La bestia tenía un collar de piedra en forma de serpiente que rodeaba su cuello. Cuando me acerqué lo suficiente sentí la energía maligna que emanaba de él, por lo tanto, lo intenté destruir. Sin embargo, al cortarlo me llevé una sorpresa. Cuando la daga tocó el material, este se cubrió de unos destellos rojizos intensos que lo bañaron por completo. Lo que era piedra adquirió vida y una verdadera serpiente cayó al suelo en lugar de los pedazos de roca rotos. De inmediato el León volvió a la normalidad, y pude así dominarlo—No puedo creer lo que escucho. Leónidas en verdad es descendiente de Vezhaltz—. Para cuando clavé la daga en medio de la serpiente ésta se volvió polvo. Su magia viene del miedo y la soledad, querida. Puedes contra él. Pero tiene que ser pronto, antes de que logré dominarlo y se asiente en su propia sangre. Para cuando eso ocurra, él podría llegar a ser invencible, pues la mismísima diosa reencarnaría en él...
—Si la profecía es cierta, la otra parte... también lo es —Inquiero. No logro procesarlo del todo. Solo pienso que debo actuar cuanto antes.
—Así es. Por eso he venido. Estoy de tu lado. Mi pueblo lo estará.
—Yo...yo no...
—Tú sí. —Se inclina sobre su regazo mirándome fijo —. Esto debe acabar.
—¿Estás dispuesta? Sabe que estoy viva. Y sabe que estás de mi lado. Mira lo que le hizo a tu pueblo. ¿Aun así estás dispuesta? Yo no tengo nada que perder, Ashly. Tú sí.
—Todo valdrá la pena. Estoy dispuesta. Mi gente lo está.
Es lo que necesito. Necesito aliados y las brujas son lo mejor que puede pasarme. Leónidas no se lo ve venir. No tiene una idea de nada. Y al parecer, ha caído en el anzuelo de los rebeldes de la frontera.
Infeliz... Yo te daré tu viva o muerta, miserable.
—¿Puedes hacerle llegar algo a su cama? —Consulto mientras el plan comienza a ser ejecutado en mi cabeza.
—No hay problema. —Afirma.
—Perfecto. Vamos a mi escritorio, tengo algo que escribir. —Ambas nos ponemos de pie y nos dirigimos a mi habitación.
Su alteza:
Leónidas, al parecer la vieja loca tenía razón. Eres una maldita abominación de los infiernos de Vezhaltz. Y yo... sí. Estoy viva ¿Creíste que podías eliminarme, así como así? En fin. Escuché que me buscas, que me quieres viva o muerta. Quiero decirte algo al respecto: estoy dispuesta a pelear. Y si tengo que volver a mandarte al centro oscuro de la tierra de donde provienes, lo haré. Seas el maldito demonio que seas.
Cariño, en la guerra como en el amor una mujer es mil veces más despiadada que un hombre. Y una mujer en cuyo corazón solo existe odio, rencor y venganza peor todavía. Créeme cuando te digo que vas a pagar una por una todo lo que me has hecho, tú y tu asqueroso pueblo. Tendrás noticias mías. Cuando yo quiera, como yo quiera... volveremos a vernos. Y cuando eso ocurra, ningún dios va a salvarte de mí furia.
Atte.: Helena Delatroitvz.
PD: Para que entiendas que yo no me escondo en las sombras como tú, abominación.
Doblo el pergamino y derramo la cera caliente para luego colocar mi sello.
—Listo, Ashly. En su cama. —Una sonrisa macabra se apodera de mis labios.
Vas a pagar por todo lo que has hecho, Leónidas.
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