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20. Migajas del pasado.


Stefano.



   El frío enlentece nuestros pasos y sin luz, más que la que nos otorga la luna creciente, se nos dificulta encontrar el camino al castillo. Nos hemos turnado para cargarla, siendo ahora mi turno de marchar sin peso.

Me abrazo frotando mis brazos con ahínco mientras observo el sendero. Los árboles se disponen en decenas de caminos y encrucijadas, algunos adoptando formas extrañas que a veces me hacen dudar que se trate de una persona.

Los sonidos de los incontables insectos nocturnos repiquetean en mis oídos, entonces, caigo en cuenta de algo que me ha preocupado durante todo el camino.

—Creo que he visto ese árbol unas tres veces en lo que va de la noche. —Advierto de pésimo humor.

—Estamos caminando en círculos, te lo dije.

No, Alexan. Yo lo dije. Bufo y llevo mis ojos hacia atrás. Odio cuando hace eso.

—Tomemos el camino de la derecha está vez. —Afirma convencido y yo asiento poniendo mis ojos en blanco.

Seguimos caminando un buen trecho hasta dar con el lago del bosque. Eso me pone contento, pues estamos más cerca de lo que creemos. Sin embargo, siento lejanos sollozos que poco a poco se hacen más audibles e intensos.

¡Déjame!

¡Déjame!

Alexan gira consternado hacia mí.

—¿Escuchaste eso? —Consulta prestando atención a nuestro alrededor.

Los brazos de Siniestra se estiran frente al rostro del rubio. Emite un gruñido de dolor tras despertar. Mi amigo se arrodilla para dejarla en el suelo y con rapidez me acerco a ellos. Mi esposa abre sus ojos con lentitud, pero vuelve a entrecerrarlos con cada pequeño movimiento de su cuerpo. Pronto nos observa, ambos ocupando lugar a su costado, expectantes.

—¿Qué- qué miran par de ratas? —Es lo primero que dice tras frotar sus ojos.

Su espalda se arquea y hace un mohín de dolor. Alexander suelta una risa y lleva los ojos hacia atrás.

—Nos alegra escuchar sus palabras tan afiladas, como siempre. —Expreso sin poder ocultar la sonrisa tras sus palabras.

Suelto aire que no sabía estar reteniendo. Me da tranquilidad el hecho de que haya despertado, comenzaba a preocuparme.

—¿Dónde estamos? —Empieza a erguirse con la ayuda de sus brazos, y poco a poco se intenta poner de pie, aunque sus piernas tambalean aferra su mano a la rodilla y levanta su torso. Suelta numerosos quejidos con cada movimiento que da.

Alexan y yo extendemos nuestros brazos en ayuda, pero ella nos hace un gesto con su mano libre y en segundos está de pie junto a nosotros. Exhala con fuerza y vuelve a adquirir esa posición desafiante y altanera que la caracteriza.

—Oh, el Bosque de Vezhaltz. —Exclama al realizar una inspección del ambiente lúgubre que nos rodea.

¡Claro! ¡En Vezhaltz! ¡Por eso las voces!¡Por eso nos perdimos!

—¡Santa mierda de las mierdas! —alega Alexan con sus ojos azules saltones—. ¡Hay que irse ahora! —Comienza a caminar de manera apresurada adelante.

Sé que ella no dirá una palabra, como tampoco pedirá ayuda para movilizarse. De hecho, avanza rengueando y paso lento. Cada pisada es un clamor, una pequeña exhalación de incesante dolor, sin embargo, trata de seguir nuestro ritmo.

Enlentezco mis pasos y logro quedar a su par. Me hago el distraído, pero a veces de reojo la observo. El vestido que ya no lo es. Sus pelos revueltos, la sangre seca sobre sus brazos y los pequeños hematomas en su rostro. A pesar de todo, continúa caminando. No puedo negar que la admiro. Admiro su resiliencia en estos momentos.

La tela de su espalda está deshecha y eso solo puede deberse a una cosa: azotes. A propósito, detengo mi marcha para que ella prosiga delante de mí, y es allí cuando observo su espalda cuarteada. Mis labios forman una línea recta. Suelto el aire por la nariz con fuerza y cierro mis ojos.

Sé lo que es cargar con ese dolor, una sensación ardiente y punzante que te consume. Me deshago de mi camisa que, a pesar de estar maltrecha al menos cubrirá esas zonas del frío. Apresuro mi paso y al alcanzarla dejo reposar la prenda con suavidad sobre sus hombros. Ella gira su rostro hacia mi sorprendida por el acto, y cuando creo que va a rechazarme asiente y se aferra más al material.

Continuamos ambos en silencio mientras Alexan va guiándonos delante. Nuestros rostros gachos, la mirada en el suelo. El silencio se torna incómodo para mí. Imagino tan solo una parte de lo que tuvo que pasar hoy y se me revuelven las tripas. Quiero decirle tantas cosas. Quiero reconfortarla, pero no sé cómo hacerlo. Rasco mi nuca con nervios. Aunque sea por un momento me gustaría contenerla...

—Gra-gracias.

Habla con la vista clavada al suelo. La palabra parece venir de un lugar profundo y lejano. Muy adentro de su ser porque sale rasgando, tan baja, que casi pasa a ser imperceptible. Abro mi boca para decir algo, pero opto por hacer silencio.

—Era el mayor general de Stolz y tú...

—Y un puerco cobarde y miserable. —Escupo las palabras con ira.

—Aun así... era de los tuyos. Era tu superior, yo en cambio. —Deja de hablar.

Me esconderé aquí. Sí, aquí. ¡Por favor, por favor! ¡Qué no me encuentre! ¡Qué no lo haga!

¿Dónde está la flor más linda del bosque? Ven mi preciosa niña.

¡No, no!

Siniestra abre los ojos de par en par y detiene sus pasos. Alexan ha hecho lo mismo. Entiendo, entonces, que todos lo hemos escuchado. Es difícil de explicar, pero las voces no se sienten en el ambiente. Están en mi mente, hablando en mi cabeza, pero al parecer no soy el único que las escucha.

—Joder, hombre ¿Qué locuras son éstas? —exclama mi amigo agitando sus brazos.

SUÉLTAME. BASTA. ¡No!

Llantos. Sollozos y gritos ahogados. Es todo lo que sigue. La ama se gira en varias direcciones. Se encuentra tensa y pensativa.

—Mierda, mierda ¡Nore! Debemos encontrarla. ¡Continúa en el bosque! —Ordena y comienza a adentrarse por los senderos secundarios.

No entendemos demasiado, pero le seguimos. Pronto estamos gritándole y buscándola entre arbustos y flores extrañas.

¡No quiero, no me toques, por favor!

¡Ya para!

—¡Ya para!

La voz deja habitar mi cabeza y la siento real. Me aproximo hacia el lugar cercano al lago de donde proviene el sonido y la encuentro. Está acurrucada y hecha una bolita contra el tronco de un árbol. Sus manos aferradas a sus cabellos, tira de él y luego frota su rostro con fiereza.

—¡Noré! ¡La encontré! —Grito a los demás y comienzo a acercarme a ella.

De cerca veo sus ojos hinchados y cristalinos. Ha estado llorando de sobre manera. Sus pupilas muestran miedo absoluto.

—Noré, tranquila. Estoy aquí —afirmo y trato de coger su brazo, pero ella lo saca de forma abrupta.

—¡No! ¡no! ¡Aléjate, suéltame! ¡No me lastimes amo, te lo imploro! —No deja de agitar sus brazos en señal de desesperación y ansiedad. Patalea sus piernas rogando que me aleje de ella.

—Está bien, está bien. Tranquila, soy yo. Stef, Noré...

Sigue sollozando y aunque sus ojos se dirigen a los míos, no logro reconocerla. No es mi amiga, no es la Noré risueña y tierna. Es una muchacha atormentada, muerta de miedo.

—¡Noré, Noré! ¡Estoy aquí! —Siniestra llega corriendo y resbala en el suelo para caer sentada junto a ella. Le da un fuerte abrazo logrando contenerla —. Tranquila, nadie está aquí. Él no está aquí, ¿recuerdas? Ahora vives conmigo. Todo está bien, todo está bien. Estoy aquí. —Peina sus cabellos y la abraza con fuerza dejando suaves besos en su frente. —Oh, Noré... —Hunde su cabeza en el cuello de esta. Siento que su voz se ha quebrado.

Me quedo parado frente a ellas por un largo rato sin saber qué demonios hacer. Noré parece relajarse. Su pecho ya no sube y baja de forma desproporcionada como antes. La respiración se ha normalizado y el llanto va cesando.

Eleva su cabeza y otra vez la reconozco, me ve con los ojitos juguetones y brillosos de siempre. Solo que ahora están cubiertos con una capa acuosa extra y un dejo de tristeza.

—¿Stef? —musita apenas y Siniestra pronto vuelve a retomar su posición. Veo sus ojos llenos de lágrimas también.

—Sí, soy yo. —Le regalo una sonrisa, a pesar de que verla de esta manera me da un golpe mortal al corazón —. Estamos aquí, contigo. Todo está bien... —Estira su mano la cual tomo con lentitud y suavidad, dejando caricias en su dorso.

Sentimos el crujido de hojas y Alexan aparece detrás.

—¡Alexan! —Grita efusiva y se pone de pie.

Corre hacia mi amigo quien la recibe con los brazos abiertos para darle un gran abrazo.

—Alexan, necesito que lo borres. —Pide en un susurro—. Necesito que borres sus marcas, sus toques, por favor. Por favor... —Otra vez cae en llanto sobre su pecho.

Veo a mi amigo confundido, pero de igual manera besa su coronilla con suavidad mientras la abraza.

—¿De qué hablas? Tranquila, pimpollito. Estoy aquí ahora. Nada puede pasarte.

El sol está saliendo cuando al fin, luego de una noche de pesadilla, nos encontramos en el castillo.

Hemos cargado a Noré hasta sus aposentos y Alexan se ha quedado acostado en la cama junto a ella hasta que ha conciliado el sueño. Siniestra se encuentra sentada sobre uno de los sillones junto a la cama tomando un té que Esther se ha encargado de traernos a todos mientras mi cuerpo descansa sobre la pared cercana al ventanal.

—Muchachos... —la cocinera al lado del carro con las tazas nos susurra—. Creo que es tiempo de que todos vayan a descansar. —Nos observa con dulzura —. Por suerte la señorita Noré logró hacerlo y en sus caras se nota el cansancio.

Los tres nos miramos de reojo y con calma dejamos nuestros lugares para abandonar la habitación. Al llegar a la puerta, Alexan se detiene.

—Me quedaré aquí por si despierta. Pediré una muda de ropa para darme un baño aquí mismo.

Asiento y estoy dispuesto a alejarme cuando la escucho.

—Atrévete a hacerle daño infeliz, y te juro que haré tu vida miserable —masculla con odio mirando fijo al rubio—. Ella te estima de verdad.

Este traga grueso y asiente cerrando la puerta.

Ambos recorremos en silencio los pasillos hasta la habitación. Mis pertenencias han sido trasladadas a la suya, por lo que pienso buscar algunas cosas y dejarla descansar tranquila. Cuando entramos, las doncellas salen con las cubetas vacías en sus manos. La habitación luce impecable, el fuego está encendido y el baño preparado.

Me aproximo a la cajonera donde yacen mis pertenencias y saco lo necesario. Al otro lado de la cama la contemplo; con dificultad intenta quitarse el vestido, pero da pequeños saltitos en su lugar por la fricción de la tela sobre su piel lastimada. Dejo las cosas sobre la cama de inmediato, y me encuentro dándole la vuelta hasta quedar a sus espaldas.

—Espera, te ayudo. Despacio. —Cojo el cuchillo que siempre tiene sobre su mesita de noche y comienzo a cortar las partes necesarias de lo que queda de la prenda con sumo cuidado para que así nada la lastime.

—Gracias.

Cuando su cuerpo queda al descubierto, tomo su bata de seda y se la coloco sobre su espalda. Enlazo su brazo con el mío y con calma, como sus pies se lo permite, la acompaño hasta el cuarto del baño.

—No hacía falta...—me observa pensativa unas milésimas de segundos—. Stefano... —gesticula y diría que una sonrisa de amabilidad ha querido escapar—. Gracias por lo que has hecho hoy.

—De nada, para eso le sirvo, ama. —Bromeo y logro mi cometido de robarle una sonrisa. Aunque sea desganada, se siente una batalla ganada para mí.

Giro sobre mis pies para darle intimidad cuando siento el sonido del agua volcándose por la bañera. Se ha dejado caer de forma tosca ante la debilidad que carga en su cuerpo. Vuelvo hacia ella y la asisto.

—Estoy bien, estoy bien. —Intenta que me aleje.

—Yo... —tomo su mano—. Solo está vez—Suplico—. Sé que tú puedes todo sola. Solo que esta vez me gustaría ayudarte.

Sus ojos atardecer intenso se han clavado en mí. Me observa con asombro mientras traga con dificultad.

—De acuerdo...

Tomo un paño y lo empapo de agua caliente. Lo apoyo con parsimonia sobre su espalda buscando limpiar las heridas y desinfectarlas. Su espalda se arquea ante el contacto, pero pronto logra acostumbrarse. Tras esto, recuesta su cabeza en el borde de la tina.

Me siento cruzando las piernas detrás de ella y comienzo a lavar su cabello. Doy pequeños masajes circulares con mis dedos a su cuero cabelludo y la observo relajarse. En esta posición, contemplo su rostro desde arriba. Sus largas pestañas con pequeñas gotitas de agua, las mejillas con delgadas líneas enrojecidas por los cortes...

Aun con las manos en su cabello, comienzo a conversar para distraerme de la ira que brota de mi ser cada vez que recuerdo lo que le ocurrió.

—¿Qué sucedió con Noré en el bosque? —Intento entender. Su sonrisa se borra y a ojos cerrados una mueca de disgusto asalta su rostro.

—La vegetación. ¿Recuerdas? Juega con tu mente...

Cargo una jarra con agua y enjuago su cabellera.

—Oh, entonces... lo que escuchamos, ¿no era real? —Me esperanzo.

—Fue real... fue su inconsciente, supongo. —Acomoda y gira quedando sentada frente a mí. Lucho porque mis ojos no sean unos condenados y bajen a su pecho. Pero las palabras salen por sí solas.

—¿Cómo te hiciste esa cicatriz? —Cuando la pregunta abandona mis labios me doy cuenta de lo inoportuno que he sido.

Ella frunce su ceño en confusión.

—Fue de pequeña, quizás te cuente algún día... —Asiento.

Es claro que he metido la pata.

—Volvamos al tema... cuando vives un trauma muy fuerte y lo reprimes, este repercute en tu persona de diferentes maneras. En el bosque, ella debe haber recordado algo que su mente escondía para su seguridad y estabilidad.

—No comprendo.

—Es latente. El recuerdo está ahí, pero no a tu alcance. Tu mente se encargó de esconderlo en un lugar de difícil acceso, para protegerte. Pero igual sigue ahí, putrefacto, creando un malestar que no tiene causa física visible. Interfiriendo en tus actitudes, en tu persona, en tus relaciones...

—De modo que ella sí vivió lo que escuchamos... —Afirmo con tristeza.

Asiente.

—También muchas veces se me olvida. Ser empática... mi carácter no ayuda, intento protegerla de todo, pero no puedo protegerla de...

—De ti misma. —Finalizo por ella. Juega con sus manos nerviosa. Muerde su labio inferior.

Siento su lucha. Siento la ansiedad de su corazón. Ella no es todo lo malo que piensa. No merece tener esos pensamientos para consigo.

Ella es valiente, fuerte, ella...

—Helena.

—¿Disculpa?

—Helena. Ese es mi nombre, campesino.

—Helena... —Por instinto mi mano baja a su mejilla y la acaricia.

Vuelve su mirada a mis ojos y apenas ríe.

—Ahora sabes mi nombre, Stolz. Considérate afortunado. —Palmea mi mano y la aleja con disimulo.

—Es lindo. —Confieso.

—El tuyo tampoco está mal, Stefano...

Mi nombre en su boca suena de maravilla. 



AHHHH. ME ENCANTA ESTO NUEVO. ÉL SOLO SABE SU NOMBRE <3

Besos y látigos amas, Gre. 




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