18. Ataque... ¿inesperado?
Stefano.
La cena ha estado de lo más exquisita. Luego de bastantes copas de agua he retomado mi compostura y el opio parece haber reducido su efecto en mi organismo.
No hemos cruzado miradas, sin embargo, la he visto de reojo en reiteradas ocasiones a lo largo de la velada. La compañía de Noré y Alexan me hacen estar un poco más tranquilo, y ya mis nervios se han evaporado con el paso de las horas. Está a punto de llevarse a cabo el ritual más importante de la noche según lo que Noré me ha expuesto hace unos momentos, para lo cual, han subido al escenario una majestuosa estatua de la diosa Luperca.
La Ascensión de una nueva Bruja Negra será llevado a cabo esta noche y soy uno de los afortunados que tendrá el placer de verlo. Según lo que Noré me explicó son pocas; bastan los dedos de una sola mano para contar cuantas llegan en realidad a tal puesto, y es curioso, debido a que nuestro reino tiene entonces una versión muy acotada de la verdad. Los Stolianos llamamos así a cualquiera de ellas, pero la situación es que la mayoría aquí son aprendices o pasan la vida formándose para llegar a ser tal cosa.
El ritual está a punto de comenzar cuando una auténtica Bruja Negra cruza las cortinas, poderosa. Es su líder, aquella que llevó a cabo la oración. Me ahogo con la cucharada del postre que llevé a mi boca hace instantes y Alexan escupe su bebida.
—¡Hola mis queridas! ¿Cómo están pasando la noche? —Consulta a nuestras acompañantes mientras toma asiento en una silla sobrante.
Su voz es un sonido hueco y libidinoso, hace que mi cuerpo se remueva incómodo.
Es una mujer elegante y delgada. De alta estatura, y lleva su cabello blanco lacio hasta la cintura. Sus ojos son de un color turquesa vivaz que se encuentran resaltados por un maquillaje violáceo. Lleva su vestido bien ceñido al cuerpo, largo y con un tajo atrevido en su costado.
—Excelente. Te luciste este año, Ashly —La felicita Siniestra.
Trago grueso y llevo otra cucharada a mi boca con ansiedad cuando la bruja me observa de reojo.
—Hay una maldita Bruja negra frente a nosotros, dos Stolianos —susurra Alexan a mi oído fingiendo que se levanta a llenar mi copa.
—Cierra la boca —mascullo entre dientes.
—Debo de agradecerte por los regalos que nos hiciste llegar hace un momento... —exclama mi falsa esposa al tiempo que dirige su vista hacia el espectáculo.
—¿Regalos? ¿Qué regalos?
—Tu sirviente nos los trajo.
—Oh, Barján... —sonríe observando al brujo tras las cortinas—. Él siempre me hace quedar excelente. Deberé recompensarlo. Pongamos atención... —Se cruza de piernas mientras se remueve en su asiento.
La música termina y todo mundo se pone de pie. Una bruja de cabello azabache intenso comienza a caminar hacia el escenario. Lleva una túnica delicada de color blanco que llega hasta sus pies descalzos.
—Noré... —chisto a la pelinegra curioso, evitando llamar la atención de los demás.
—¿Sí?
—¿Esto es una ascensión, cierto? —Ella asiente. —Entonces, ¿Por qué ya tiene las garras afiladas y negras saliendo de sus dedos? —Mi amiga está a punto de responder cuando la Bruja Negra en nuestra mesa nos sorprende.
—Porque la ascensión implica la aceptación y cesión de poder por parte de la deidad. Las garras fueron consecuencia de una prueba anterior, que obtuvo debido a su aceptación por la madre naturaleza como protectora de la misma.
—Oh, muchas gracias, señorita. Es todo muy interesante.
Su mirada es de curiosidad y al tiempo, grácil. Siento que se divierte, que sabe de dónde somos, aunque sea poco probable. Volvemos la visual al ritual. En este momento la mujer se arrodilla ante la estatua y todos comienzan a recitar una oración en una lengua que soy incapaz de comprender. Bastan apenas unos segundos para que la escultura de la loba comience a resplandecer de un morado brillante que logra deslumbrar todos mis sentidos.
¡Increíble!
La mandíbula del animal ha sido tallada de modo que sus afilados dientes afloren, y es allí donde algo imposible sucede. Una pequeña bola de luz se concentra dentro la boca de la diosa, sus destellos poco a poco comienzan a expandirse hacia la periferia hasta que la luz desaparece por completo. En su lugar, yace un bello cristal.
—Vaya, clarividencia —exclama Ashly observando el espectáculo.
—Es amatista, ¿no? —continúa Noré con una sonrisa resplandeciente observando como la bruja muestra a los espectadores su regalo de los dioses.
—Así es. El color morado representa la clarividencia, intuición y sueños proféticos. Luperca ha considerado que es el don perfecto para Nurhan.
—¿Y el suyo cual es señorita Ashly? —Mis palabras salen sin pensar. Siento la mirada de todos pesando sobre mis hombros.
La bruja me observa de reojo. Se acomoda en su asiento cruzando una pierna por encima mientras relame sus dientes y su mirada juguetona pasa a Siniestra.
—Así que este es tu flamante esposo. —Ofrece una peligrosa sonrisa—. ¿Por qué no recibí invitación? Fue todo tan rápido ¿no, linda? —Consulta volviendo su rostro con las cejas hundidas en mi dirección.
Siniestra carraspea.
—Si, demasiado. Disculpa, no los he presentado.
Los nervios me carcomen, sí. Pero medito con rapidez la situación. Si quiero que esto salga bien, debo demostrarle que soy digno de Averhz, y que no soy un simple Stoliano al cual podría destruir en cuestión de segundos.
Vamos, Stef. Tú puedes.
Me pongo de pie para llegar a su lado. La bruja me contempla sorprendida. Tomo su mano huesuda y delgada para dejar un beso en su dorso.
—Mis disculpas por ser tan descortés. Stefano Delatroitvz, es un placer conocerla. Mi esposa siempre habla maravillas de usted —sonrío y esta me observa con curiosidad—. Muchas gracias por tan hermosa velada que nos ha regalado.
Retomo mi postura y me coloco detrás de la silla de Siniestra, posando mis manos sobre sus hombros con suavidad.
—Lo mío es la naturaleza, Stefano. ¡Barján! —El brujo cruza las cortinas de inmediato, trayendo en su mano un imponente bastón —. Ágata verde, fue el mineral que me otorgaron.
—Maravilloso. —Observo el cristal obnubilado.
—Pero si es una dulzura, querida. Con razón aceleraste las cosas —ríe y Noré se une a las carcajadas mientras me regala una mirada cómplice cargada de brillo.
Alexan voltea a observarme incrédulo. Niega con la cabeza y se centra de lleno en el postre.
—Tengo suerte. —Responde, suelta una risita nerviosa dando pequeñas palmaditas a mi mano.
—Yo más. —Me inclino a su altura para depositar un beso en su mejilla.
Sí quiero que tanto Alexan y yo salgamos vivos de este castillo es apropiado dejar todo en el campo.
—Él es el del incidente del otro día ¿no? —Consulta con una sonrisa falsa y vuelve sus ojos atentos a mi esposa y le hace un gesto a su sirviente para que se retire—. Él joven del que me habló Breza.
—Imaginarás el porqué de mi reacción —arguye con rapidez mientras se inclina a servirse más vino—. De esclavo pasó a ser mi esposo. No soportaría que me faltase —afirma sin una pizca de inseguridad. Yo compro su discurso. Parece hasta real —. Cambiando de tema... ¿pensaste lo que te he dicho? —inquiere y la bruja se remueve en su lugar.
—Las cosas van bien por ahora linda, neutrales. No quiero poner en riesgo a mis niñas, espero me entiendas. —Agacha la cabeza.
¿Qué le ha dicho? ¿A qué se refiere con poner en riesgo? ¿Por qué sería?
Siento el cuerpo de mi esposa tensarse y desde arriba observo como mueve su cuello. Está inquieta, creo que no le ha gustado esa respuesta.
—Bien. —masculla entre dientes y gira su vista a la pista de baile donde parejas han comenzado a danzar.
—Lo anterior sigue en pie, querida. De eso, no te preocupes. —La bruja se apresura a responder con nerviosismo. ¿Le teme acaso?
Ella asiente, se cruza de piernas y gira para alcanzar de nuevo la copa con vino. La tensión es evidente. No sé qué tenía que pensar, pero la negativa de la bruja la ha cabreado. Entonces, hace lo de siempre. Beber.
—Querida... —Freno el recorrido de su brazo y tomo con sutileza su mano antes de que pueda sostener la bebida—. Acompáñame a bailar esta pieza que está sonando. Es mi favorita.
Levanta su vista embravecida, pero acepta poniéndose de pie tras la mirada expectante de Ashly.
—Si nos disculpan...
—Adelante.
—Aquí estaremos —Noré levanta su copa y me guiña un ojo.
Seguimos tomados de las manos al bajar las escaleras. Sé que tenemos que fingir ser un matrimonio ante los ojos de los demás, pero lo de hace un momento me tiene entre nervioso y ansioso.
Quiero pedirle disculpas. No quise tratarla de esa forma tan vulgar, sin embargo, me siento un idiota por querer hacerlo. No sé qué vaya a pensar de mí, para ella todo eso es tan normal, pero para mí es lo contrario. Comienzo hasta a entender aquella oración recitada hacia Luperca.
—Te sale bien el papel de esposo perfecto, ¿tenías mujer en Stolz? —Me consulta en un tono sarcástico cuando llegamos al centro de la pista.
Estiro mi brazo y le doy una vuelta antes de comenzar. Cuando vuelve a quedar frente a mí, tomo su cintura con firmeza y doy el primer paso para dirigir nuestra danza.
—No. En Stolz era un sirviente de una familia noble, junto con mi madre y mi hermana. Pero ahora, solo queda Phoebe... —musito mientras nos posicionamos entre las parejas de la pista.
La música de los violines abre paso al baile tradicional. Las mujeres se alistan en una singular fila frente a la nuestra de caballeros. Agitan sus vestidos de forma elegante mientras nosotros debemos conservar la postura firme hasta su pronto y coqueto acercamiento.
Ella ladea su cabeza mientras me observa risueña. Toma la tela fina de su vestido y da pequeñas semi vueltas en su lugar sin dejar de mirarme; sin ese toque innato de sensualidad que despliega en todos sus gestos. Muerde su labio inferior al tiempo que me relamo los míos cuando se acerca. Gira a mi alrededor siguiendo los pasos pactados.
—¿Qué pasó con tu madre? —inquiere cuando vuelve a acercarse.
—Falleció hace poco. —Confieso. Tiendo mis manos buscando las suyas y la aferro a mi cuerpo para la parte más lenta.
—Lo siento.
—¿Tú tienes familia? —Consulto tratando de seguir con la charla. No quiero ponerme triste. Además, es linda cuando no está discutiendo.
—No. —Responde con frialdad—. Mis padres fallecieron hace mucho.
—También lo siento.
Asiente y continuamos.
Esta vez debo dejarla en su lugar inicial y ser yo quien gire a su alrededor. Verla en todo su esplendor me hace recordar lo de hace unos momentos. Mis manos pican y esa culpabilidad vuelve a apoderarse de mi mente.
—Con respecto a lo de recién, yo...
—Fue un momento de diversión y tentación. ¿Qué vas a explicar, Stefano? —Suelta incrédula, restándole importancia, cómo temía.
—Sí. —Intento seguirla. Mi sonrisa se borra por la preocupación —. Pero...
Me observa extrañada.
—¿Qué?
La coreografía concluye. Todos aplauden y sigue la música. Me detengo.
—Yo no... no hago esas cosas, yo...
Las puertas del enorme castillo son abiertas con rudeza y el estridente ruido nos interrumpe. Varios brujos y brujas entran corriendo, y pronto todos los invitados nos vemos alarmados.
—¡Están atacando Aquelhz! ¡Debemos bajar a ayudar! —Gritan algunos de ellos.
Los rostros de horror entre los asistentes son palpables y la música se ha cortado de golpe.
Veo a Ashly, y otras dos brujas detrás, correr hacia los que han venido a advertirnos la noticia. —¡¿Alguien ha visto a Barján?!—Es lo que alcanzó a escuchar.
Las parejas comienzan a tomar sus pertenencias y salir apresurados. Entre tanto movimiento, nos empujan y chocan. Algunos nos pisan los pies y otra gente comienza a trastabillar.
—¡Debemos buscar a Noré y Alexan! —Extiendo mi mano y ella la toma.
Vamos en dirección contraria del resto y eso nos cuesta el doble de trabajo. Pronto veo la larga y lacia cabellera de Noré bajando por las escaleras, junto a Alexan.
—¡Alexander! —Grito y agito mi brazo por encima con desesperación. Espero que entre tantas personas amontonadas logre verme —¡Alexander! —Gira su cabeza en todas las direcciones y me encuentra.
—¡Hay que intentar encontrar transporte! —exclama Siniestra cuando Noré y él llegan hasta nuestro lugar.
Todos asentimos y nos dirigimos pronto a la salida. Antes de cruzar las puertas del palacio, veo en uno de los vitrales exhibidos dos dagas doradas y me detengo. Los demás continúan, pero quedo pensativo. Algunas personas me llevan por delante tras mi brusca frenada. Unos metros adelante, Alexan se da vuelta:
—¿Qué haces Stefano? ¡Hay que irse, hombre! —Vuelve corriendo, da fuertes golpes con sus hombros a los que le dificultan el paso.
Me quito el saco con nerviosismo y envuelvo mi puño en él. Alexan me mira extrañado, pero luego capta la idea.
Doy un fuerte golpe al vidrio y este explota en pequeños pedazos por completo. Con cuidado de no cortarme, tomo las armas y continuamos nuestro camino.
Fuera del palacio todo es un caos. La gente se dispersa, grita desesperada y se empuja por ocupar lugar en los transportes hacia Aquelhz. Entre tantas personas, y debido a nuestro retraso hemos perdido de vista a nuestras amas. Las buscamos por todos lados, pero es muy difícil reconocerlas. Alexan se aleja unos pasos para ver si logra divisarlas, no hay caso.
Delante de mí un bote desciende al suelo ¡Es la bruja que me trajo antes! Le sonrío y ella asiente dándonos permiso para arribar.
—¡Alexan! —Le hago un gesto con la mano y éste lleva las suyas a la cabeza para luego dignarse a correr hacia el bote.
—¿Cómo lo hiciste?
Desde lo alto, Aquelhz se ve como el mismo infierno. Sus árboles arden entre llamas y pequeñas chispas de colores vibrantes se funden entre sus copas. Me trae recuerdos de mi infancia cuando creía que había festejos en las afueras de Stolz, pero ahora entiendo de qué se trataba todo en realidad. Los gritos de terror de mujeres y niños se escuchan desde las alturas, y veo a mi alrededor para corroborar si entre tantos botes descendiendo ellas están por ahí.
—¿No las veo, y tú? —Consulto a Alexan quien se encuentra demasiado quieto en su lugar atemorizado por nuestra conductora.
La verdad, no son tan aterradoras como las describían. Comienzo a creer que son buenas personas.
—No, y no me interesa.
El bote llega a tierra y nos deja a unos metros del teatro donde todo el festejo comenzó. Logro divisar a los atacantes y... no puedo creerlo. Son ellos. Visten el uniforme de mi reino.
—Ya pueden bajar. Tengo que proteger a las mías. —Afirma nuestra conductora y pone su alargada y huesuda mano sobre mi hombro —. Gracias por venir a ayudar, hijo —Me da una sonrisa a labios cerrados y abandona el barco en dirección a la lucha.
Me quedo petrificado en mi lugar. Muchas son las emociones que se cruzan ahora por todo mi cuerpo. Estoy siendo testigo de la masacre que los guardias de Stolz están librando contra personas inocentes. La gente no ha hecho nada, solo estaban festejando una de sus celebraciones. ¿Por qué esa cobardía de atacar en un día festivo? Se me revuelve el estómago de la impotencia.
Siempre nos han dicho que solo atacaremos a los Forologenses cuando ellos inicien la agresión. Pero no lo han hecho... y aquí están.
¡Hay niños, por el León!
—Stefano deja de mirar y larguémonos de aquí ¡Vamos con nuestra caballería, rápido! —Alexan me saca de mis pensamientos.
—¿Qué?
—¡Es nuestra oportunidad! Con estas dagas de oro —agita en su mano el brilloso instrumento repleto de detalles labrados, zafiros e inscripciones antiguas—, y más aún, de brujas. ¡Tenemos suficiente para pagar por Phoebe! Ellas no están, sus guardias no nos vigilan ¿¡Qué demonios estamos esperando!? —grita con ojos saltones y sus pelos revueltos por el viaje.
¿Por qué tiene que tener razón en sus palabras? Llevo mis manos al rostro. Esto es una terrible encrucijada. Por un lado, mi libertad, la vida de nuevo junto a Phoebe, y por el otro... no puedo ver esta injusticia.
Mis valores de caballero saltan desde lo profundo de mi ser. He querido serlo desde pequeño porque es un honor. Es algo que palpita en mi pecho: la justicia y la verdad. No puedo cerrar mis ojos y fingir que no estoy siendo testigo de la atrocidad de mi reino. Muchos menos seré su cómplice escapando. Soy un caballero, no importa para quien luche. No importa que bandera porte mientras sea la de la bondad, honor y justicia.
Y ahora mismo, hace falta justicia.
—Vete Alexan. —Tomo una de las dagas y me encamino decidido a ayudar —. Me quedo.
—¿Qué? ¡Stefano!
Comienzo a correr hacia donde se está librando el deshonesto ataque. Mientras más me acerco mayor es la sofocación por el incesante humo.
Las cabañas arden en llamas. Caballeros de Stolz destrozan el escenario donde momentos atrás todo era gozo y alegría. Hay aldeanos heridos, mujeres gritando e intentando escapar de los brazos del enemigo.
Todo el ambiente se ha teñido de un color naranja intenso producto del fuego que está consumiendo a la humilde aldea. La violencia de los hombres me aborrece. Azotan, lastiman y torturan a inocentes.
Me asombro por la cantidad de heridos, estructuras desplomadas, techos caídos a pedazos y vigas de madera incineradas que ocupan las calles de tierra.
Esto ha sido perversamente planeado.
No solo han esperado el día de la festividad, si no que atacaron el punto más débil de Forolg: Aquelhz. Donde todos son novatos y no hay tantos recursos como para defenderse ante un ataque.
Me detengo en la parte más alta del teatro y veo a un hombre encerrando a dos niñas pequeñas en una jaula. Bajo con rapidez las gradas hasta donde se encuentran. Contemplo un trozo de madera en el suelo, lo sostengo y, por la espalda, le doy el primer golpe a su cabeza. El hombre se retuerce del dolor y cae a la tierra tomando su cráneo.
—¡Son solo niñas! —gruño enardecido e imprimo una patada a la boca de su estómago.
—Tranquilas, no les haré daño. —Afirmo intentando abrir la puerta.
Su llanto es desgarrador. Ver esos rostros cubiertos de una fina capa de tierra y cenizas siendo marcadas por el recorrido de sus lágrimas me estruja el corazón. Una mujer de mediana estatura llega hasta nosotros llorando; me agradece incontables veces por liberar a las pequeñas y le indico que se ponga a salvo. Pronto camina presurosa junto a sus hijas hacia el bosque.
Vuelvo a subir las escaleras y me dispongo a ayudar a aldeanos que intentan sacar de los escombros a un herido. El brujo se retuerce y grita a causa del inminente dolor. Sus piernas se encuentran bajo un pedazo de techo roto. No llegamos a liberarlo cuando tres guardias reales comienzan a atacarnos.
El primero me toma por la parte trasera de la camisa y me estampa contra una pared. Me quejo por el choque de mis huesos contra las piedras, y trato de retomar ágil la postura. El segundo se ha subido encima de uno de los brujos y teniéndolo contra suelo imprime crudos puñetazos a su rostro. En vano éste intenta cubrirse con sus antebrazos, pero la fuerza de su oponente es mayor y pronto se deja vencer.
—Por favor, basta. —Suplica.
El guardia es inmune ante sus palabras y sigue su cometido con una sonrisa macabra en sus labios. A este paso ha manchado sus puños de rojo carmesí. Hurgo entre mis ropajes y saco la daga que anclé a mi cinturón. Corro hacia ambos y arrastro unos metros al inhumano de una fuerte patada. El polvo se levanta a nuestro alrededor, y mientras los demás continúan peleando uno sigue sacando las maderas rotas para asistir al herido.
El caballero se levanta de forma veloz y extiende su espada invitándome a la pelea. Me agazapo sobre mi lugar y sostengo la daga con firmeza en mi palma.
Esperaré a que dé el primer paso. Pero al contemplarlo caigo en la cuenta de que es mi general, el Sr. Ornes.
—¡Mi comandante! ¿Qué locura es está? —grito.
Este relaja apenas su postura y me observa con detenimiento.
—¿Lancour? ¿Qué se supone que haces muchacho? —Consulta escupiendo a un costado.
—Lo mismo me pregunto, señor. ¿Atacar a inocentes?
Comenzamos a girar en círculos mientras continuamos enfrentados. El sigue con el arma en guardia, y por más superior que sea no voy a relajarme tampoco.
—¿Inocentes? ¿Si sabes que hay rebeldes atacando la frontera de Siloghz? ¿Adivina quiénes son? —alega impetuoso —. Hemos visto a los soldados entrar a los bosques de Forolg. No hay dudas que son estas ratas, hijo. Baja el arma y déjame hacer mi trabajo. Los traidores de la corona pagan con su vida.
¿Serían en verdad ellos?
En mi corta existencia ellas jamás habían comenzado una guerra. A pesar de la enemistad con el reino, su exilio y el claro odio existente las brujas se mantenían pacíficas y solo atacaban a idiotas que se atrevieran a cruzar las tierras. Me resultaba extraño que su pueblo iniciase una rebelión. Además, Siloghz era una ciudad alejada de la capital y limitante. ¿No era más fácil atacar el centro que desviarse tanto?
Y fuera lo que fuera, no había necesidad de muertes.
—No señor, lo lamento. Pero yo tengo decidido por quien es correcto luchar. —Apunto con mi arma dispuesto a entrar en duelo.
Ornes arremete de inmediato. El filo de su espada me roza el cuello, retrocedo y vuelve con otro zarpazo. Interpongo mi daga y pequeñas chispas saltan por el choque.
Aprovecho su ineficaz postura y, advirtiendo un hueco en su lateral, me apuro a traspasarlo con mi daga para dar en su chaleco de cuero. Su semblante embravece delatando el error en su defensa. Amarra la espada con ambos puños en diagonal, y corta nuestra distancia, está vez, mucho más técnico.
Lo esquivo, da un puntazo, cubro y retrocedo. El afilado metal pasa cerca de mi rostro y por fin su esfuerzo le recompensa hiriendo mi brazo ahora sangrante, pero noto que el corte no es profundo. Eso me distrae y solo siento un golpe en mi cabeza que me hace caer de espaldas al suelo. Desde abajo, veo que me ha dado con la empuñadura de su espada.
—Una lástima. Hubieses servido de maravillas a su majestad, adiós traidor. —Apunta a mi pecho con la hoja afilada y al subirla por encima de su cabeza cierro los ojos.
Espero el fin. Siento que la oscuridad me inunda el cuerpo. Entonces, escucho el crudo sonido de huesos rotos seguido de bramantes gruñidos que me alertan qué sigo con vida. Entreabro uno de mis ojos, y me encuentro con la figura de Alexander frente a mí, agitado y exaltado.
Me levanto sobre mis codos aun en shock y contemplo al general cuyo cuerpo despatarrado descansa a mi costado. De su cráneo brota sangre, y a su lado un enorme cascote de piedra yace en el suelo.
—¡Alexan! —Es un grito de sorpresa y felicidad.
—Imbécil ¿Pensaste que te dejaría morir? —masculla con una sonrisa y me extiende la mano para ayudarme a poner de pie.
—Nunca me había alegrado tanto de verte, hermano mío.
HOLIWIIIS. Las extrañe :,)
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