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10. La ama y el esclavo.


Stefano.


   —¡Stefano! Gracias al León que estás bien. —Noré me recibe envolviéndome en sus brazos ni bien cruzamos las puertas del palacio.

—Guardias.

Siniestra hace un gesto mientras comienza a subir la amplia escalera cubierta con la imponente alfombra roja resaltando por encima del violeta oscuro de las paredes. Los hombres se acercan a mi persona al tiempo que Noré comienza a llamarla y subir tras ella.

—Escúchame. Debemos hablar de esto.

—No hay nada de qué hablar. Viste lo que hizo. ¡Escapó maldita sea!

—Todo esto es tu culpa. ¡Te dije que lo dejarás en libertad! Él solo intentaba ayudarme. ¿Por qué no puedes hacer una excepción una vez en tu vida? No es un mal hombre.

—Por favor. —Me uno a la petición—. Sé que no debí escapar y lamento haberle causado tantas molestias, pero Noré tiene razón. Solo intentaba ayudar. Debería ser más flexible. Es como hablar con la pared —exclamo.

Zafo mi brazo del agarre del primer guardia que no tarda en llegar para detenerme. Dos más se acercan ante mi negativa. Ahora los tres me contemplan en un semi círculo, y al subir mi vista la veo detenerse a mitad de camino con su mano aun aferrada en la baranda reluciente de oro. Gira levemente, y es allí cuando sus pupilas en llamas se cruzan con las mías, apagadas ante su negativa.

León, yo y mi bocota.

—¿Qué has dicho? —gruñe.

Suspiro y me armo de valor. Llego el momento de aclarar toda esta locura.

—Que me iré ahora. No tengo nada que hacer en este lugar. Yo solo ayudé a su amiga en una mala situación. No merezco esto. —Trago saliva.

Sus gestos me ponen bastante nervioso, pero eso no va a impedir que yo me marche de aquí ya mismo.

Inclina su barbilla hacia abajo, y solo ese movimiento basta para que su mirada se oscurezca debajo de esas espesas cejas. Los músculos de su mandíbula se han tensado, y ahora está caminando en sentido contrario. Viene directo a mí. Por el león. Me mantengo con el mentón en alto.

Yo no he hecho nada malo. Hablando se solucionan las cosas. Repito.

—Falté a un acuerdo de paz para salvar tu miserable y corta vida. Te mantengo en mi hogar; tienes uno de los mejores aposentos del castillo. Eres el consentido de esta idiota. —Su dedo índice es disparado con furia hacia Noré—. Por lo tanto, se te sirve de alimentos, vestimentas, lujos y privilegios que jamás en tu vida tendrías de otro modo. Acabo de arriesgar mi maldito pellejo por ti... —Toma aire — ¿Y eso tienes para decir?

Sus ojos marrones se clavan en mi rostro. Está esperando una respuesta, y no lo había pensado de esa manera, la verdad. Pero yo... no encuentro las palabras.

—Gra-gracias —susurro—. Escuche, señorita...

—¡Ama! —vocifera.

—No puedo llamarle de ese modo. —Agacho la cabeza y trato de que mis palabras salgan lo más tranquilas posible. Esto es la misma guerra. Cualquier gesto o respiración equivocada detona una bomba —. Porque solo llegué aquí trayendo a salvo a Noré. Ella se encontraba en problemas y le ayudé. Eso fue todo. Debieron dejarme regresar. Debieron dejarme volver como muestra de agradecimiento, pero no. Me encarcelaste cual basura.

Estoy explicando lo ocurrido porque mi futuro depende de ello, y entonces, ella hace lo impensado. Comienza a reírse. Sí. Se está riendo a carcajadas delante de mí.

—¿Noré, él no te complace?

—No. Él no es un maldito favorito. No es uno de ellos. Es lo que he intentado explicarte todo este tiempo. —Interviene Noré agitada.

—¿A qué se refiere? —Interfiero.

—Espera... —Suelta una risa sin ganas—. ¿Me estás diciendo que le hemos dado buena vida a este miserable por nada y encima se atreve a escapar? ¡Debería estar muerto ya! —grita colérica.

—¿Qué he hecho de malo? ¡Por favor! —Imploro.

—¿Tú creíste qué tu complejo de héroe te llevaría a buen puerto estando en estas tierras? Esto es Averhz, niño. El Stoliano que se atreve a pisar esta tierra es Stoliano que no vive para contarlo. Aborrecemos a los tuyos y todo lo que tus tradiciones representan. ¿Qué nadie te advirtió?

Me giro a observarle boquiabierto. Luego mis ojos viajan a los de Noré. Claro que ella me advirtió. No una, sino cientos de veces. León mío. Me siento un estúpido.

—Te seré clara, Stolz. —Sonríe de forma amplia—. La única forma de que un hombre de tu reino esté en este palacio es siendo favorito. Dado que ella no te quiere como tal, la situación se pone peor. No tienes labor aquí, y siendo lo que eres... el destino es muy simple. Mueres ahora, o te llevo al calabozo y mueres de igual forma.

—¡No! ¡Por favor! ¡Te lo estoy implorando! —arguye Noré, tomándola de los hombros.

—¡¿Por qué es tan importante para ti?! —Refuta frunciendo su ceño mientras me observa de reojo.

—¡Simplemente es buen hombre! Es... es mi amigo.

Sus palabras me reconfortan de algún modo. Amigos. Sin embargo, no puedo creer lo idiota que fui. Debí hacer caso a sus aclaraciones, a sus advertencias. ¡¿En qué demonios estaba pensando?! Yo y mis estúpidas ganas de hacer lo correcto...

—Suficiente. Me aburre esto. Guardias, llévenlo al calabozo—escupe frívola.

—¡No! ¡No! Por favor. —Reacciono—. Algo debe haber...por favor. Puedo servir. Haré lo que sea, pero no me encierren —grito desesperado. Los guardias me tienen los brazos por detrás de mi espalda—. Yo solo actué en buena fe, por favor... —Siento que las palabras se atragantan en mi tráquea.

Los guardias me apresan y me arrastran por el gran salón. Siento los gritos de Noré intentando persuadirla, pero es imposible.

—Bueno... hay una forma —exclama a mis espaldas.

Los guardias me giran para verla. Escucho atento y esperanzado.

—¿Quieres irte? —pregunta y muevo mi cabeza desesperado —. Devuélveme todo el dinero que he gastado en ti. Paga tu estadía, tus comidas, la ropa nueva y los regalos que Noré te ha dado. Devuelve todo lo que he gastado en tu asquerosa persona y te dejo ir. —Una sonrisa macabra fluye de sus labios cuando termina y ve mi rostro de desesperanza.

Bajo de nuevo mi vista. Siento que la fuerza con la que estoy apretando mis dientes de rabia es inhumana. No satisfecha con mi desgracia se atreve a tomarme el pelo. Es obvio que no tengo dinero. Jamás podría pagarle tales cosas. Solo soy un simple sirviente.

—¿No? ¿No lo tienes? —Su voz aguda y juguetona me saca de mis casillas—. ¡Contesta! —masculla sonriendo con malicia.

—No —mascullo entre dientes.

—Bien. Entonces lamento informarte que desde este momento eres un esclavo. Tu nueva habitación serán los calabozos. A dónde siempre debiste pertenecer.

Noré intenta argumentar a mi favor, pero ella la calla solo con movimiento de su mano.

—¿Queda claro? —espeta, casi escupiendo sobre mi rostro.

La aborrezco.

La aborrezco como nunca he aborrecido a nadie. Odio la forma en que me habla. Odio cómo me observa desde arriba. Cómo si fuera la peor basura del mundo. Es una maldita bruja, peor que ellas. ¿Qué digo? Ofendo a las brujas al compararlas con esta tirana.

—Queda claro. —Apenas alcanzo a responder. La impotencia recorre mis venas.

—Ama.

Asiento.

—Dilo, campesino...

—Queda claro, ama.

—Bien. Me gustan los hombres dóciles... —Palmea mi hombro riendo, regocijándose con mi desgracia. León, no la soporto —. Quién sabe y tu suerte cambia.

El mayordomo aparece por uno de los corredores a toda prisa.

—Ama. ¡El príncipe de Whitelhz ha enviado una respuesta! —grita emocionado, agitando un sobre por encima de su cabeza.

Eso para ser de suma importancia para ella ya que sus pupilas vuelven a brillar. Se gira para recibir la carta, y con un leve asentimiento hacia los hombres que me tienen atrapado les informa que pueden retirarse. Los guardias comienzan a empujarme para que camine, y nos dirigimos hacia el ala este del primer piso para continuar descendiendo hacia los húmedos y sombríos calabozos.




    Han pasado días enteros. Las cadenas en mis tobillos tan solo sirven para aumentar aún más el dolor debido a las quemaduras en mi piel. Ya por la noche el frío que emana de las paredes de piedra logra corromperme hasta los huesos. El suelo cubierto de paja al menos me abastece de una minúscula gota de calidez. Mi cabeza duele y luzco deplorable.

Pero eso no es nada comparado con la situación que se libra en mi mente. La soledad y el encierro no ayudan. No he dejado de reprocharme lo estúpido que he sido durante todo este tiempo. Por si fuese poco, a estas alturas deben haber entregado los títulos de nobleza que consagran a mi escuadra... y yo me encuentro aquí, en vez de buscar la forma de salvar a mi Phoebe.

León ¿Qué quieres de mí?

Toda mi vida me he preparado para ese momento. Ese maldito momento en que liberaría a las dos mujeres de mi vida. Pero por cosas del destino, mi madre está muerta y Phoebe presa en el castillo de su majestad.

Siento un nudo formándose en mi garganta. La presión es demasiada. Los ojos se me empañan de lágrimas, y solo puedo dejar que todo salga. No me importa llorar. De hecho, nunca me ha importado. Desde pequeño, mamá me formó bajo la idea de que los hombres si lloran, y por hacerlo, no dejaré de ser uno.

Quisiera tener a Phoebe en mis brazos. Sentir su perfume, ayudarla a peinar su ensortijado cabello, aunque solo haga nudos o peinados ridículos como ella solía decirme.

Aproximo las piernas a mi tronco tanto como la cadena me lo permite, y abrazo mis rodillas para descargarlo todo. Esto ha sido demasiado para mí. No pude llorar en paz la muerte de madre. No pude recibir mi título. No pude salvar a mi hermana. Mi pecho duele, arde y se consume. En medio del llanto, en esos segundos de dolor, sus ojos llegan a mi memoria.

La recuerdo escupiendo sus palabras, vivaz. Disfrutando la desgracia ajena. Demostrándole a todo el mundo que ella tiene el poder. Que manda, que es la dueña y señora de todo. Un sentimiento de impotencia se apodera de mí al recordarle. No puedo creer que existan personas como ella. Pero así es el mundo. Hay lugar para todo tipo de seres.

Escucho el sonido de las puertas abrirse. Rápidamente seco mis lágrimas al oír pasos provenientes del pasillo central. Todo está oscuro, pero pronto veo una luz aproximarse y por el reflejo de las paredes dos son las sombras que llegan hasta mis rejas.

—¡Stef! —Alzo la vista y contemplo a Noré sosteniendo una antorcha junto a un guardia que está abriendo mi celda.

Agacho mi rostro.

Ella se aproxima emocionada como cada vez que ha venido estos últimos días. Deja el fuego en uno de los sostenes de hierro anclados a la pared y corre directo a abrazarme, pero con la tristeza que cargo me niego a corresponderle. No quiero recibirla. No quiero ver a nadie en realidad.

—Stef... —Comienza —. Traje un poco de sopa. Es la que te gusta. También un pequeño trozo de pan.

—Gracias, pero no tengo hambre. —Miento observando la pared.

—Stefano, por favor. Anoche tampoco cenaste. Debes comer algo, anda. —Insiste.

Luego de unos minutos en silencio me decido a voltear. Ella se ha sentado junto a mí en el suelo, y me acerca la bandeja con una sonrisa. Suspiro. Tomo la misma y le doy unas cucharadas al plato humeante, aunque mi estomago se mantenga cerrado.

Noré tiene razón. Debo mantenerme con fuerzas, a pesar de que mi ánimo y mente estén por los suelos.

—Tengo una buena noticia. Estoy segura que cambiará esa carita de perro mojado que traes —exclama poniéndose de pie. El guardia le acerca una jarra de agua y ella me sirve.

—Ansío una buena noticia desde hace días. —Acepto la copa con deshago.

—Saldrás del calabozo. —Agita sus manos, y da pequeños saltitos en su lugar emocionada.

Casi escupo toda la bebida al escuchar tales palabras.

—Noré... ¿hablas en serio? ¡Gracias! ¡Gracias! No sé cómo lo hiciste, pero te agradezco. —Me pongo de pie de inmediato y la abrazo con fuerza.

Echa a reír sobre mi hombro.

—Alto. Alto ahí, compañero. Saldrás del calabozo por esta noche, pero dependerá de ti no volver a él.

—¿De qué hablas? —Me separo—. No entiendo, por favor explícate. Claro que haré lo que sea para no permanecer aquí.

—Bien. Está noche tendremos un invitado muy especial. Así que todo debe estar impecable y reluciente. Se necesitan más manos para poner en condiciones este palacio. Debes destacarte en todo lo que hagas Stef, de esa forma ella podría ver en ti algo más...

—¿A qué te refieres? —Frunzo mi ceño en confusión.

—Pues... un favorito, tal vez. O al menos sirviente.

—Espero que sea lo segundo. —Siento mis mejillas calientes de solo pensarlo. Yo jamás podría ser un favorito.

—Lo sé. —Sonríe. —. Eres el primer hombre que conozco que no se vuelve loco por serlo. ¿No te parece atractiva? —Inquiere divertida llevándose la mano a la barbilla.

—Yo... claro que no. Es decir, sí... pero —Mi lengua se traba ante el nerviosismo que comienza a consumirme.

—Entiendo. —Suelta una pequeña risita—. Cambiando de tema... tengo una sorpresa para ti. —Da una orden al guardia y este abre las rejas.

Siento el ruido de pasos. Inclino mi cabeza expectante.

—¡Stef, hermano!

¿Alexan? ¡Mis oídos no se equivocan! Al verlo cruzar la puerta lo compruebo. ¡Es mi mejor amigo! ¡Mi hermano! De manera automática corro hacia él, pero entonces la cadena se tensa y caigo a sus pies.

—Ay, Stef ¡Tú nunca cambias compadre! —Se ríe a carcajadas y me ayuda a levantarme. Lo abrazo con fuerza mientras él da unas palmadas a mi hombro. No puedo evitar sonreír. Unas pequeñas lágrimas brotan por mis ojos.

—Estaré afuera, esperando. —Advierte Noré abandonado la celda y los dos asentimos.

—Alexander, ¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿Cómo llegaste?

No puedo creerlo. No puedo creer que esté conmigo ahora.

—Un ángel de ojos negros me trajo hasta este cielo en la tierra, Stef —dice suspirando. Sus ojos se alzan al cielo.

Tiene que ser una broma. Alexander siendo Alexander... por el León.

—¿De qué cielo hablas, imbécil? —mascullo iracundo ante las boberías que salen de su boca y le doy una palmada en su mejilla que logra sacarlo de su transe.

—¡¿Hermano por esto te fuiste?! ¡Esto es el paraíso, ella me trata tan bien!

Díganme que es una broma. No puede estar diciendo tales idioteces.

—¡Esto es el puto infierno de Vezhaltz, Alexan! Ya dime, ¿ella te mando a buscar? Podrás irte, ¿verdad? —Me preocupa en exceso que ella lo vea —. La otra ama ¿la has visto?

—Si. En cada cena los últimos tres días. No es una persona muy sociable que digamos. Se encierra la mayoría del tiempo en su despacho. Me entristece que ella te haya tocado de ama, pero tú mano firme, Stef. Podrás con la fiera.

—¡Calla, idiota! —grito desesperado —¿Cómo que en los últimos tres días? ¡Alexander Crossters, dime ya qué haces aquí!

Comienza reír a carcajadas.

—¡Estaba como loco buscándote, hermano! Mirabella dijo que saliste de la hacienda con una muchacha. Luego de eso pasaron dos días y no volviste a casa. Te busqué por todo el maldito reino. Pregunté a cada miserable persona de nuestro pueblo, y nada. No estabas. Así que, opté por salir de Stolz en tu búsqueda. Faltaban unas semanas para nuestro nombramiento y me preocupaba que no llegases.

—Alexander, no... por favor. ¿Tú también perdiste tu título? —Lo interrumpo preocupado por su futuro.

—No. Tranquilo. Eso se pospuso al final. —Hace una pausa observando el calabozo con repulsión—. Hay una rebelión en las fronteras del oeste. Todos los actos públicos se suspendieron hasta nuevo aviso. El rey está demasiado ocupado defendiendo sus tierras de las manos de los rebeldes.

—¿Quiénes?

—No se sabe nada sobre ellos. Solo que están demasiado descontentos con Su Majestad. —Lleva sus manos a la espalda y voltea con elegancia de nuevo hacia mí—. La cuestión aquí, Stef, es que casi muero de hipotermia en tu búsqueda. Pero esa señorita me salvó. Ahora soy su favorito. Tenemos sexo. Me dio una habitación y cientos de regalos. ¡Ahora entiendo porque te fuiste! —grita emocionado sin medir lo que dice—. ¡Esto es un puto sueño!

—Eres un idiota.

—Tú lo dices porque tu ama es un poco ruda. Pero estoy orgulloso de ti. Has dejado de ser virgen... ¿no? —Exclama con una sonrisa boba en su pálido rostro.  

—Eres un completo idiota. ¡Un caso perdido! ¡Una abominación para este mundo, Alexander! —Declaro sin nada de paciencia en mi sistema ante su insistencia con mi virginidad.

—Veo que aún no... con razón te tiene aquí entonces. No cambias, ¿eh? —Niega riendo.

—Lamento interrumpir... —explica Noré introduciéndose a la celda. A mi mejor amigo se le iluminan los ojos de tan solo verla—, pero hay mucho por hacer. Stefano, ¿listo para lucirte?

—Listo para servirle a esa tirana.

Ya más animado con la extrañada aparición de mi mejor amigo comenzamos a subir las grandes escaleras hacia el salón principal. El mayordomo me espera al final de las mismas.

Nos separamos con un asentimiento de cabeza; mientras Noré y Alexander suben hacia el segundo piso me dirijo junto a Ayzhi hacia el Gran Salón. Jamás había ingresado a este asombroso lugar. Dos guardias abren las enormes puertas de oro labradas. En el techo una gran cúpula deja al descubierto la inmensidad de la noche detrás de los vidrios de colores azulados. En el centro de la sala, una imponente mesa rectangular. Las paredes son de color rojo y una delgada línea dorada contornea todo el perímetro justo en el centro de las mismas. Varios sirvientes se encuentran preparándolo todo. Debe estar todo impecable al parecer.

—Tú te encargarás de cortar la leña y traerla para avivar el hogar. Ve hacia las cocinas, por la puerta del fondo hasta los establos. Rápido, muchacho.

No sé cuanto tiempo tardo, pero al fin logro. Termino de cortar los troncos a pesar del incesante frío de la noche y me dispongo a llevarlos hasta la enorme sala. Para cuando vuelvo, una ridícula cantidad de platos y bandejas yacen servidos en la enorme mesa. Mi estómago cruje de tan solo olerlos, y mis ojos se van embelesados hacia ellos. Lucen demasiado apetitosos.

Las enormes puertas se abren dando paso a Noré, acompañada mi de mejor amigo. Alexander viene hacia mí dispuesto a saludarme con una sonrisa en sus labios, pero Ayzhi interviene.

—¡Muchacho! ¡¿Qué clase de fachas son esas?! —Me observa con desaprobación —. Así no podrás servir.

A decir verdad, tiene razón. Estoy sucio e impresentable. Aún conservo la ropa rota, quemada y mi piel cubierta de una capa de tierra. Y de seguro... apesto.

—Tienes razón, querido. —Interviene Noré acercándose—. Stef, date un baño rápido y cámbiate. En tu anterior cuarto he dejado un pequeño obsequio para ti —Sonríe y yo me limito a corresponderle con una pequeña reverencia. 




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