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04. La diosa Vezhaltz.


   Stefano. 


    Sé que es una idea demente, descabellada, y por decirlo sin modismo alguno sumamente estúpida. Pero eso hago yo. Actos estúpidos por gente que no me lo agradece en la vida. Al menos, pienso que será una forma de sumar puntos, y quizás, reconsideren mi libertad.

—Sigo pensando que es una muy mala idea el que te vea fuera del castillo, Stefano. Debiste quedarte. Los guardias podrán con lo que se presente. —Al parecer Noré y yo pensamos similar. Sin embargo, no puedo desaprovechar la oportunidad.

—Mala idea fue la de la señorita, Siniestra. ¿Quién en su sano juicio sale de paseo con nevadas como éstas? —Cambio de tema apresurando el paso de mi corcel.

El clima no puede ser más inclemente. Mis botas rotas no ayudan en nada. Me aferro al abrigo de piel que me han facilitado y sigo con mi atención puesta al frente.

Sí bien el castillo se encuentra en una zona casi invisible para el ojo distraído, no es cosa menor el hecho de que sus tierras se ubican en cercanías de las aldeas de las Brujas. Y no quiero sonar insistente, pero me urge salir de aquí pronto y permanecer con vida. Así que mi objetivo es rastrear cualquier pista que nos lleve con la mujer de cabellos cobrizos que me ha encerrado injustamente como una rata en los subsuelos de su flamante palacio, y volver con su bendición dada mi ayuda, sin ser despellejado por las Brujas negras.

¿Avaricia? No. Esperanza divina.

—¿Pasear? —El señor Ayzhi se adelanta hasta mi posición montado en el imponente caballo negro—. Lo menos que haría la ama sería pasear. Las tonterías que uno debe escuchar. —Revolea sus grises ojos, al tiempo que envuelve la bufanda en su cuello—. Por el León.

—¿Estás seguro que una señorita como ella vendría por estos pasajes? —Consulto con mi ceja levantada.

Es que, a decir verdad, estamos muy cerca de los conocidos bosques de Forolg. Ningún caballero sensato entra a la lóbrega floresta.

Muchas son las historias que se rumorean por los hogares de Stolz. Desde pequeño, oías de la boca de cualquier anciano las desventuras de los cientos de hombres que se atrevieron a pisar el bosque de Vezhaltz.

—El corcel de la ama no se equivoca. Si nos indica este cruce, aquí debemos ingresar. —Afirma el mayordomo con su porte estoico encima del corcel.

Ahora soy guiado hacia la muerte por pleno instinto animal.

Que alguien me de paciencia.

—Sí saben lo que sucede una vez ingresas ¿verdad? —Me dirijo a Noré, intentando que entre en razón por el bien de todos los presentes.

Ayzhi es un caso perdido. Estoy seguro de que él perdería su vida por la de ella. Nos encontramos en la entrada y el ambiente ya se ha teñido perturbador.

¿Cómo es posible qué ni un hilo de luz llegue al interior?

Las copas de los árboles tan densas y tupidas solo ocluyen el paso del sol en pleno día. Observo los cientos de troncos: la disposición de sus capas, esa corteza reseca y quebrajosa, acechantes y negruzcos; sus ramas cual brazos abiertos e impactantes garras afiladas. Todos se me hacen cuerpos deformados y sombríos que esperan sigilosos la llegada de necios como nosotros.

La muchacha me observa. Forma una línea con sus labios, y mirando al suelo desde arriba de su caballo blanco como la nieve sonríe.

—Stef, esas leyendas que se cuentan no son ciertas. —Su mirada tierna se posa en la mía perturbada—. Ocurren cosas peores...

De un solo movimiento baja del animal y lo lleva cercano a un árbol para atarlo. Imito su accionar, expectante.

—¿Qué dices, Noré? Se clara.

Ella continúa con una sonrisa ladina en su rostro, amarrando la soga al tronco.

—En el bosque no pierdes la cordura por el aroma de la vegetación. —Ayzhi responde mi inquietud bajando de su corcel.

—¿Por qué sería entonces? La mayoría de las historias cuentan que los frutos y semillas de las plantas son las causantes de la demencia que te hace dejar la vida en ese suelo —afirmo empapado de los numerosos recuerdos que llegan a la cabeza de madre advirtiéndome sobre esas tierras malditas.

—Es por la diosa que reside allí hace siglos. —Noré comienza a adentrarse por el camino principal, los guardias le siguen. Parado al lado de mi caballo les observo, y entendiendo que se alejan, corro hasta quedar junto a ella.

—¿Una diosa? Yo nunca escuché de una diosa cuyo espíritu estuviera aquí. —Alerta, converso alzando la vista para tener una vista panorámica de la floresta.

Los ruidos provenientes de los animales e insectos del húmedo ecosistema no hacen más que lograr desenfocarme.

—Porque nadie habla de ella. Está maldita. Y, sobre todo, nadie quiere que sepas que una mujer de esas características existió alguna vez en tu reino...

Mi mirada es suplicante y embriagada de curiosidad.

—De acuerdo, te contaré. —Comienzo a ver a Noré como una buena lectora de mi persona.

>>Hace muchos siglos, la hija menor del Gran León bajó a la tierra. Tenía una misión: plantar en honor a su padre un hermoso jardín con vegetación única e irrepetible, obsequio de él para los hombres. El jardín llevaría su nombre: Vezhaltz, la niña más hermosa y pura que sus padres pudieron crear. Para ello, el espíritu de la muchacha debía adquirir forma humana, por tanto, tomó posesión de una joven adolescente para así poder realizar su misión sin levantar sospechas en los humanos.

Recorremos atentos el sendero mientras Noré nos relata.

—Como cada uno de nosotros, la hija del dios experimentaba y vivía en carne propia lo que su cuerpo tan terrenal le dictaba: pecados, defectos, pensamientos impropios, emociones y sentimientos oscuros: la envidia, la venganza y la ira. Sin embargo, hubo algo que logró desbordarla. Una combinación única y brutal que le ofrecía el sentimiento de placer más embriagador nunca antes vivido: la mezcla entre la justicia, la lujuria y la muerte.

>>Así, Vezhaltz se encargaba de sembrar su campo, y a la vez se deleitaba con el calor y la compañía de caballeros y pastores que no podían resistirse a sus encantos. A pesar de esos momentos vividos entre amantes, la muchacha no vacilaba a la hora de quitarles la vida terminado el acto. Ese placer la estaba consumiendo, haciéndole olvidar que en ese campo sangre humana estaba siendo derramada como fuente de nutrición para aquel suelo. En una de esas tardes, su padre descendió de los cielos ansioso de ver como marchaba su creación. Entonces fue cuando la vio cometiendo uno de esos crímenes que tantas veces había realizado. Sin poder creerlo, la abofeteó. —¿Qué has hecho? —El gran León Blanco reencarnado en un anciano no reconocía a su hija, quién había adoptado un color rojizo como el de los rubíes en sus ojos ante el placer recientemente adquirido. Con todo el dolor del mundo clavado en su pecho, tuvo que desterrarla del cielo y convertirla en el animal que se merecía ser: una serpiente. Ella y su jardín serían malditos por el resto de la eternidad. Tanta sangre humana regada en esos suelos solo cosecharía las peores y más extrañas especies de plantas que pudiesen existir. Así, Vezhaltz siguió durante siglos, más tuvo elegidos... ellos también nacerían marcados por su infame pecado.

—Esa ha sido una extraordinaria leyenda Noré, pero ya. Te estoy hablando de que tenemos que tener cuidado y no inspirar este aire maldito.

—No es solo una leyenda, Stefano. Es historia. Una prohibida, de las que nadie hablaría. Porque siempre la mujer ha tenido que ser la dulce damisela en apuros. La tierna, la maternal, la educada y frágil creación que nunca puede aspirar a ser algo más.

—Mataba a sus amantes, Noré. ¿Eso está bien para ti?

—Se dice que castigaba a hombres abusadores, pero su padre jamás le dio la oportunidad de defenderse. Nadie sabrá con exactitud la verdadera historia. —Se cruza de brazos a la altura de su pecho molesta—. Así que, por esas razones jamás la has escuchado. Por un lado, sería una vergüenza y perdida de status para los hombres, y por el otro, porque sería un ejemplo para nosotras las mujeres. —Escupe con rabia sus últimas palabras.

—Será mejor dividirnos. De esa forma la encontraremos más rápido. El clima podría empeorar cualquier accidente —alega Ayzhi.

—De acuerdo. ¿Cómo se llama? —Consulto.

Ambos se quedan observándome con gracia. Noré está a punto de decir algo, pero cierra su boca. Segundos después, concluye:

—Dile ama.

—Su nombre, Noré.

—Nadie sabe su nombre. Solo dile ama, y ya. —Reafirma.

Chisto mis labios. Por favor, paciencia la mía.

Callo porque es mejor que seguir congelándome y perdiendo el tiempo.

Estoy a punto de tomar un camino diferente, cuando escucho al mayordomo ordenarles a dos guardias que vayan detrás de mí. Claro. Ahora resulta ser que soy un deshonesto, y me escapo a la primera oportunidad.

¿Qué otra blasfemia en mi contra debo soportar?

—¿Dudas de mí, Noré? —Consulto. Estoy realmente ofendido.

—Un poco, quizá. —Su voz se escucha juguetona entre los susurros del bosque.

—¿Disculpa? —Enarco mi ceja.

Juro que casi escupo saliva en la última sílaba. Echa a reír.

—Es que a veces eres un pequeño mentiroso, amigo mío. —Frunce sus labios —. Sí me dices una verdad, juro que no volveré a desconfiar. —Levanta su mano derecha al aire.

—De acuerdo. —Rebato al instante.

Sí hay algo que me molesta en esta vida es que me llamen mentiroso.

—¿Estabas espiando esta tarde en el cuarto? —Sonríe.

Quedo helado. Maldición. No lo vi venir.

—Buscaba una cadena muy importante para mí. Quedé encerrando, y tenía vergüenza de salir frente a ustedes y arruinar su momento.

¿Sinceridad? ahí tiene sinceridad.

—¿Te gustó lo que viste, Stefano?

Esa actitud vivaz de Noré acaba con mi tolerancia.

—Dijiste una sola verdad. Ha sido dicha, ahora vamos. Hay que encontrar a nuestra ama —Finjo una sonrisa.

—Inteligente. Vamos. —Comienza a adentrarse por un camino sinuoso—. De igual manera, ellos irán contigo. Entre todos nos ayudamos.

No puedo negar que la tétrica arboleda tiene una belleza extraordinaria. Su oscuridad, tanto de la clorofila verde musgo de las hojas debida, quizás, a la mínima luz penetrante como esos tonos que van de los marrones ocres a negruzcos por parte de las corazas de los árboles, que hacen el contraste perfecto con los frutos rojizos y violetas vibrantes que se expanden a lo largo del camino.

Embadurnado del ambiente, no me percato del momento en que los guardias se han alejado. Nadie camina detrás de mí.

—¿Hola? —susurro confundido.

Aquí estoy.

¿Quién ha dicho eso?

Aquí, acércate.

La respiración me embrutece de golpe. Desconcertado, giro en redondo a todas las direcciones posibles, pero no logro ver a nadie allí.

¿Estoy acaso volviéndome loco?

Puedo jurar que escuché a alguien hablándome muy cerca. Comienzo a detallar cada árbol y rincón...

¿Y si estoy confundiendo las figuras de las ramas? ¿Y sí la oscuridad no me permite enfocar con claridad?

—¿Hay alguien? ¡No se esconda!

Sigo dando vueltas sobre mi eje a paso pausado.

Estoy aquí caballero, ven, sigue caminando hacia el rio.

La voz se escucha clara y concisa esta vez. Es de una mujer.

No. No. Estoy demente. Me he vuelto loco. ¡Nadie está hablándome!

Tapo mis oídos. Comienzo a dudar de mi propia cordura.

—No hay nadie Stefano, no hay ningún rio, ya tranqui...—Observo el canal de agua congelado metros adelante —¡Por el León! ¡¿Quién demonios está ahí?! Déjame en paz ¡soy inocente! —El calor en mi cuerpo se vuelve bramante en cuestión de segundos.

Estoy sofocado, no entiendo a qué se debe tal situación.

¡¿Qué demonios me sucede?!

Me arrodillo en la tierra tras una fuerte puntada en la cabeza. Mi corazón se va a salir de lugar, y no puedo entender que está sucediendo conmigo. Entonces, risas. Risas y más risas. Ahogan el lugar. Me ensordecen y las puntadas en mi frente aumentan conforme a ellas.

—¡No, campesino!

Esa voz...

—Sé fuerte, no te dejes guiar por las voces ¡Solo aléjate de los frutos!

¿Sería aquello real o no? No pierdo nada con probar. Así que como puedo, me yergo sobre mis pies y corro. Trastabillo muchas veces, choco árboles y plantas.

—¡Eso! Yo soy real. ¡Eso! ¡Sigue mi voz! —Me alienta.

Mi vista nublada. No puedo vislumbrar las cosas con claridad. Tan solo veo el verde de la vegetación, y corro hacia ese bulto blanco que, supongo, debe ser el rio congelado. Llego y al fin puedo respirar bien. Las bocanadas de aire parecen oxigenar mi cerebro y cada parte de mi cuerpo; comienzo a focalizar con nitidez.

Siento el frío nuevamente carcomiéndome los huesos. Y cuando levanto la vista, ahí está ella. Aferrada a la rama de un árbol próximo al rio. De sus caderas para abajo hundida en las aguas heladas. Sus labios azulados y temblorosos. Esos ojos marrones me observan anhelantes de auxilio.

Siniestra ha caído en un pozo formado sobre el hielo del río, y está luchando por soportar las aguas congelantes, quien sabe hace cuánto.

—¡Voy por usted! —Corro a toda velocidad, y con cuidado me acerco a ella.

Procuro pisar con suma cautela. Mis pies deben tocar el suelo cual pluma en estos momentos. Lento, paciente y conteniendo la respiración logro ir en su ayuda. Flexiono un poco las rodillas, con mis brazos abiertos hago el equilibrio necesario para tratar de pisar realizando la menor descarga de mi cuerpo posible.

—Sosténgase de mi mano.

Sus temblorosos dedos hacen contacto con los míos. En unos cuantos movimientos jalo de ella y logro sacarla hacia la orilla del lago.

Sus extremidades se pigmentan en una gama de azules a violáceos. Me quito el abrigo y la cubro. Dejo su cuerpo en el suelo y le abrazo con fuerza. Solo me observa, temblando a más no poder. De su boca sale un humo blanquecino al exhalar el aire. No puede emitir palabra alguna. Sus ojos se entrecierran ante tan bajas temperaturas.

—Estará bien. —Froto su torso para estabilizar su temperatura —. Lo prometo, voy a sacarla de aquí.

El calor parece animarla y se acurruca a mi lado con rapidez. 




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 ¡Llegamos a los 500K! ❤🥰.

¿Qué te parecen los personajes hasta ahora? ¿Te gustan los pequeños cambios?

Besos y látigos, Gre.

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