Capitulo 1.
Escuchar la misa era horriblemente complicado cuando no querías pisar un pie de la iglesia. Cuando todos aquellos monólogos te parecían irreales, cuando todo lo que salía de sus bocas parecía ser basura sin reciclar. Pero nadie más opinaba lo que yo, incluso mi madre me dió un codazo para que mantuviera la compostura.
Bufé y me enderecé. Ella me fulminó con la mirada. Estaba seguro de que ella hubiera preferido un hijo que fuera como todos los demás, un chico ejemplar que se las cayara matando. Pero a cambio, le había salido el hijo rebelde que no quería cumplir esa sarta de normas impuestas por cuatro anormales, uno que en vez de querer vestirse de blanco para las ceremonias se vestía de luto.
Era la oveja negra, el fallo de mi familia.
Por otro lado, estaba mi hermana. Miriam, la calco de mi padre. No podía soportarla, era una de las santas del pueblo, por lo que era la más alabada de toda la familia. Lo único que hacían mis padres -y el resto de la gente-, era compararme con ella cuando eso era imposible. Ella creía ser perfecta, pero no lo era. Yo sabía muchas cosas que a pesar de que todos ignoraran, destruían su perfección en mil pedazos.
-Hoy se unirá a nuestro grupo un nuevo compañero -Habló con parsimonia el retor principal, sacándome de mi nube de pensamientos-. Park Jimin, pasa adelante.
Así de anticuados éramos. Cada vez que alguien entraba a este pueblo, le obligaban -básicamente- a entrar en el grupo religioso para "tener una vida mejor". Lo que te ofrecían no era más que privaciones, obligaciones y regla que algún día terminarían matando a alguien. Pero... ¿Un chico? ¿Cuánto hacía que un chico no se unía? Levanté la mirada con el ceño fruncido y los brazos cruzadas. Esa fue la primera vez que lo vi.
Park Jimin hizo una reverencia delante de todos los presentes, que en absoluto silencio lo aplaudieron. Todo absolutamente monótomo. El chico de pelo rubio, vestía con un traje impoluto del mismo color. Lo único que destaca en su vestimenta eran los zapatos, de color negro. Algo se removió en mi interior. ¿Quién demonios era ese? ¿Por qué lucía exactamente como la imagen a dar de este pueblo?
-Hola a todos -Habló con una dulce y cantarina voz que me dió arcadas-. Soy Park Jimin, estoy muy agradecido porque me hayáis integrado con vosotros.
-Istiy miy igridicidi pirqui mi hiyiis intrigridi cin visitris -Lo copié con repulsión haciendo una cara.
Varios de los presentes se voltearon a ver quién era el que estaba haciéndole burla, no hice más que mirar hacia otra lado como si el asunto no fuera conmigo. Al hacerlo, la mirada recriminatoria de mi madre me asesinó, asegurándome de que en casa tendríamos una larga charla. ¿Y qué culpa tenía yo? ¿A nadie le parecía ese chico repulsivo? Todo vestidito de blanco, como si jamás en la vida hubiera pecado.
¿Y quién no ha pecado alguna vez en la vida? Para ser exactos, desde que nacemos estamos cometiendo una y otra vez errores. Somos humanos, no máquinas diseñadas para que lo único que produzcamos sea perfección insana.
Por eso me molestaba el muchacho que estaba delante de todos. Porque deslumbraba una aura de perfección que dolía, que representaba de forma ridícula a todos los que se encontraban allí aquel domingo.
Dijo un par de palabras a las que no presté atención, y en el momento exacto en el que la ceremonia se dió por terminada salí de allí resoplando. Al encontrarme fuera, el escaso sol que quedaba del verano me calentó. Me pasé las manos por los pantalones oscuros que llev, como si estuviera limpiándome de un sudor invisible.
El hecho de estar allí dentro me sofocaba, me hacía sentir encerrado con gente que poseía pensamientos totalmente paralelos a los míos. De mente cerrada, sin esperanzas de futuro y con pocas más cosas en el cerebro que su religión. La religión para ellos era lo más importante, lo más fundamental -incluso más que el comer-. Pensaban que con rezar el poderosísimo les quitaría los males y los perdonaría, pero no era así.
La vida es más complicada que el hecho de absolver tus pecados, que pedir perdón todo el tiempo.
La gente empezó a salir del lugar y no pude más que irme hacia otro para estar más tranquilo. Las personas me estresaban, prefería estar en paz y tranquilidad. Al salir de la plaza principal, pude supervisar a mi hermana junto un grupo de chicas con el cerebro igual de lavado que ella. Todas sonreían y hablaban con complicidad.
Anduve por las calles hasta llegar a un parque solitario que poca gente conocía. Mesenté en un columpio y después de estar unos instantes observando el cielo oscuro, me saqué del bolsillo un papelillo con unas hojas dentro. Cinco minutos después, me mecía con lentitud en el columpio mientras a mi cuerpo le estaban entrando sustancias de todo tipo. Mantenía el cigarrilo entre los dedos, soltando una hilera de humo entre los labios.
Por un momento, me sentí bien. Podía olvidar todo aquello que me arrastraba, todo lo que debía aguantar por miedo a lo peor. Entre aquella arboleda donde se escondía mi sitio especial, yo estaba viajando a otro lugar donde toda norma quedaba cancelada.
¿Qué lugar más genial, no? Eso no quitaba que las normas y barreras que estaban impuestas no solo fueran las que estaban dictadas en un simple libro. También estaban esas fronteras mentales que, a pesar de no poder verlas, existían. Esas paredes que te privaban de hacer algo aunque lo desearas, tan difíciles de explicar pero tan sencillas de entender.
-Eso no está bien bien llamó la atención alguien-. Fumar mata.
Abrí los ojos que sin darme cuenta había mantenido cerrados. Tiré la colilla al suelo y la aplasté con el izquierdo y me levanté del columpio. Delante de mí se encontraba el chico rubio que, para mi sorpresa, no se encontraba en su casa a pesar de la hora. No era muy normal ver a los creyentes fuera de su horario.
Me sorprendió que me dirigiera la palabra así como así. ¿No me había visto? ¿No había notado que mi aura era muy diferente a la suya?
Lo miré como miraría una madre a su hijo que no entiende las cosas de la vida. Se me hacía demasiado estúpido a decir verdad.
-Me da igual lo que esté o no esté bien visto -Soplé con algo de irritación. Me había puesto a la defensiva sin tener un motivo realmente importante.
Él me miraba con algo de intriga, de admiración incluso. Podía ver que aunque o fuera mucha la diferencia, yo era más alto que él.
-¿Sabes que eso es malo? -Su voz dulce se asemejaba a la de un niño pequeño.
No pude evitar reírme. ¿Hasta qué punto de inocencia llegaba Park Jimin? Era más que obvio que las personas que fuman saben que lo que hacen puede matarlos, pero no por eso pueden dejar de hacerlo. ¿Las mujeres engañadas dejan a sus maridos después de saber que las hacen daño? Algunas sí, pero otras se aferran a la ilusión de que algún día esa persona vuelva a ser como antes.
Eran cuestiones totalmente diferentes, pero con cierta conexión si lo mirabas bien.
-Sé que es malo, pero no es de tu incumbencia lo que me suceda después o no.
El chico se tocó los pantalones con timidez. Agachó la cabeza y pude notar que estaba nervioso. Me puse molesto, más de lo que ya estaba. ¿Cómo había llegado alguien como él al parque? Todos pasaban de largo porque no le veían interés alguno. No quería que precisamente él estuviera en el parque que había asignado como mío. Era como si lo poco bueno que quedaba lo estuvieran opacando.
-Márchat-
-Déjame probar.
¿Qué?
-¿Qué dices? -Reí nasalmente- Ni de coña, esto no es para ti.
Entonces, él levantó la mirada y la clavó fijamente sobre la mía. Su expresión cambió por completo, de chico de pueblo inocente a otro... muy diferente. Me quedé impresionado, no pude evitar el no abrir la boca -la cual cerré rápidamente-.
-Dame, venga.
-No seas pesado -Respondí con algo de seriedad para que me dejara en paz y empecé a caminar en dirección a la salida del parque.
Me agarró del brazo. ¿Me agarró del brazo? ¿Qué demonios? Fue tan rápido que casi no pude ponerme en situación. Me dió la vuelta y se acercó demasiado a mí, mirándome de arriba a abajo.
-Estoy harto de lo mismo -Habló más para él que para mí-. Como parezco el niñito estúpido todos pasáis de mí, ¿Verdad? Quiero hacerlo, no te cuesta nada y puedo pagarte.
Parecía incluso desesperado. Pensé en lo que la simple acción de pasarle un gramo podría conyevarle, y después de ello, accedí. Estaba en shock, no entendía nada de lo que había pasado desde que me lo había encontrado. ¿Se podía ser más extraño? Busqué en los bolsillos de mis pantalones, y saqué una pequeña bolsita. Por algún motivo, me sentía algo descolocado y actuaba sin seguridad alguna.
Jimin miraba aquello como si fuera un caramelo, sus pequeños ojos contenían un brillo de emoción pura. Se sacó un fajo de billetes de la parte interior del pantalón y hicimos el cambio a escondidas rápidamente. Para ser sincero, me sentí mal al darle tan libremente de aquello. Era como engañarlo, era demasiado ingenuo.
Pero aquella sensación fue mínima. A decir verdad, poco me importaba la vida de Park Jimin. No lo conocía en absoluto, no me influía y no me aportaba nada. Si quería, ahí la tenía. Yo le había advertido antes de que él decidiera meterse esa mierda. Además me parecía muy estúpido, ¿Quería hacerse el guay? Habían más maneras.
-Gracias.
-Más te vale no abrir la boca -Le advertí, y sin más, salí del recinto.
-¡Tranquilo bro! -Gritó desde su lugar.
¿Bro? ¿Pero qué mierda era esa?
-Hemos tomado una decisión -Dijo mi madre.
En el salón de mi casa, se estaba presenciando uno de los mayores espectáculos vistos por la humanidad: mis padres y yo. Podría decir que estábamos conversando, pero no era el caso ya que ellos no se molestaban en escucharme a mí. Se habían empeñado en "hacer entrar en razón a su hijo". Lo que no entendían ellos, era que no iban a lograr nada ni aunque me amordazaran.
-Irás a una escuela de chicos -Sentenció mi padre ahora.
-Claro, no vaya a ser que a Yoongi se le ocurra tener novia, eso no estaría bien visto a esta ed- Me callé al ver la cara de mi madre.
-A decir verdad, estamos muy decepcionados contigo como hijo -Dijo ella, haciendo que un puñal imaginario se hundiera en mi corazón-. Siempre haces lo que quieres, no respetas nada y no quieres seguir el camino como los demás. No sabemos qué es lo que hemos hecho mal para merecerte.
Se me escapó una exhalación al oir aquellas palabras. Por un momento quise tirarme al piso a llorar, pero eso no era lo que los chicos debían hacer. Pero yo no tenía la masculinidad tan frágil como para pensar y aceptar ese tipo de cosas.
-Crearme, eso es lo que habéis hecho. Quizás algún día entenderéis que no quiero encajar en ese grupo de santos.
Mi padre se levantó y me dió una bofetada que sonó en todo el comedor. Por un momento, mi cara se quedó girada, yo con la mente en blanco. Era cierto, no sabía que habían hecho mal para merecerme, porque para ser sinceros nadie de allí quería que yo estuviera allí -ni yo mismo, pues hubiera deseado nacer en algún lugar mejor-.
No me toqué la cara. Me sentí humillado, me habían faltado al respeto. Y si un adulto quería respeto, debía empezar teniéndolo. No podían exigir algo que ni ellos mismos eran capaces de dar.
-Mañana a las siete empiezas -Dijo él, y decidí retirarme del salón.
Subí las escaleras hasta llegar a mi habitación con la impotencia a flor de piel. Lágrimas empezaron a rodar sobre mis mejillas cuando cerré la puerta de mi cuarto y me dejé caer al suelo contra la puerta. Me levanté y me dirigí a mi escritorio, buscando a tientas una de esas bolsitas. La abrí y me metí en la boca una de esas pastillitas con caras sonrientes.
Me alejé de este y me dejé caer al suelo, realmente no tenía ganas de nada más que ver el mundo seguir. Si mañana me iban a meter en una escuela, estaba seguro de que sería de esas que sirven para rectificar a los chicos como yo que pasan de las reglas de los demás,
un orfanato.
Una cárcel.
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