4. Inteligencia viperina
Antes de que los pasajeros se dieran cuenta del escandaloso desastre que había liado en el suelo del autobús, me abrí paso entre la gente tapándome la boca con la mano, y salté por las puertas traseras que de milagro aún estaban abiertas.
Llovía a mares, el agua que me caía por la cara no me dejaba ver con claridad y otra oleada de vómito amenazaba con salir.
Me encontraba plantado delante de la pared pintada, sin dar crédito a lo que estaba viendo:
«¿Ya has dejado de buscarme 7-29?»
No cabía duda, aquello era obra de la retorcida mente de Lía. Una parte de mí seguía enganchada a aquella mujer como si se tratara de la droga más dura y la otra luchaba por evitar volver a caer en sus peligrosas redes y más ahora que todo iba a cambiar.
Me metí en uno de los oscuros callejones cercanos y vomité hasta la última gota de sangre que me quedaba en el estómago. Era algo que no me había sucedido jamás, pero estaba convencido de que la impresión de ver una señal de la mujer que me había vuelto loco de amor debía ser la culpable.
Me limpié como pude la boca y, en cuanto me recuperé del shock, miré hacia ambos lados de la calle para situarme. Una enfermiza curiosidad me hizo peinar todas las calles cercanas al grafiti, en busca de alguna pista más.
¿Por qué tenía que haber visto ese mensaje precisamente ese día? Era demasiada casualidad tratándose de su viperina inteligencia, ella sabía algo. Pero, después de 10 años de desintoxicación, ¿de verdad quería volver a verla?
No pude encontrar nada. Acabé calado hasta los huesos, agotado y enfadado conmigo mismo. Creía que lo había superado, pero el frenesí en el que había entrado al ver aquel mensaje, me acababa de dejar claro que seguía muy colgado de Lía.
Empecé a caminar hacia casa, estaba anocheciendo y eso siempre hacía que me sintiese más cómodo. Instintivamente fui buscando las calles más oscuras y decidí volver dando un paseo confiando en que se me pasara el malestar. Había dejado de llover y las terrazas de los bares empezaban a llenarse de gente ansiosa por disfrutar de la recién llegada primavera.
Dos jóvenes salían riendo cómplices de un concurrido local. Iban cogidos de la mano, se les veía enamorados. Cruzaron la calle delante de mí, dando divertidos saltitos, evitando pisar los charcos de la reciente lluvia. No pude evitar que aquella pareja me evocara otro amargo recuerdo.
https://youtu.be/nwWQZz6uxaM
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