Capítulo 16: Akechi, El Primer Chico Raro En La Vida De Saiki
Capítulo dedicado a: NataliContri, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
Saiki nunca había tenido amigos, porque tenía la simple necesidad de tener un carácter bastante «aburrido» para las demás personas de su alrededor. Incluso si en algún punto llegaba a llamar la atención de alguien, esa persona terminaba alejándose de mil formas diferentes por el simple hecho de que su sarcasmo, ironía, pocas palabras y gesto inexpresivo terminaba por aburrir a la gente.
Kusuo nunca lo demostraba, porque no sabía cómo hacerlo, pero el simple hecho de que varias personas hubieran repetido el mismo patrón de alejarse de él lo afectaba, pero nunca lo mostraba en su cara. Su expresión pocas veces cambiaba, y en algún punto todos empezaron a creer que el joven de cabellos rosados disfrutaba de estar a solas, más bien, ¡ni siquiera disfrutaba de algo! Así que se alejaron, porque Saiki no era normal.
Para colmo, el de hebras rosas nunca se quejó, sólo se quedaba quieto. Tampoco buscaba tratar de encajar, porque simplemente creía que nunca entraría a ese grupo: no tenía amigos. Sabía de sobra los rumores que corrían de él, que era raro, aburrido, cansino y que era todo un antisocial. Y al final, después de tanto que escuchaba diario esas afirmaciones cada vez que tocaba realizar un trabajo en equipo en la escuela y tenía que recurrir por la ayuda de los profesores para integrarse a alguno, o cuando se dedicaba a almorzar a solas durante los descansos, terminó aceptando a regañadientes que posiblemente los rumores que corrían sobre él eran verdad.
Las personas normales nunca se juntarían con alguien tan raro como él. Lo único que debía de hacer para cambiar su inminente destino de estar por siempre solo era ser normal, fingir alguien que no era para poder encajar con sus compañeros de aula y tener amigos.
Por eso, fue conveniente que ese mismo año fuera transferido a su salón de clases un chico rubio, de grandes ojos rasgados de color violeta y una sonrisa sincera que parecía guardar en más de un sentido miles de palabras.
Las pupilas de Saiki se habían tornado, de cierta forma, curiosas, al verlo escribir su nombre con destreza en la pizarra, y la seguridad emanaba de sus poros, incluso cuando la profesora le pidió presentarse ante todos, con un claro gesto de irritación.
—Hola, mucho gusto, mi nombre es Akechi Touma, cómo ven, me acabo de mudar hace poco, por lo que también cambié de escuela. Creo que es obvio, ¿no? —empezó el chico, pareciendo en su cara que apenas estaba iniciando su conversación y aún tenía mucho más por decir—. No me molesta que me llamen como quieran, siempre y cuando no sea: «el chico charco». Sí, ya sé, sé que en algún momento yo me orinaba en mis pantalones, pero dejé de hacerlo cuando entré a la preparatoria. ¡Eso es una buena noticia... creo! Ayer me sorprendí mucho porque-...
«Eres raro», pensó Saiki de pronto, al verlo ahí, sin dejar de hablar, no importándole para nada que todos los demás estudiantes se habían salido de sus casillas y la profesora trataba de callarlo con unas palabras un tanto dulces y amables.
—Realmente hay muchas cosas que me gustan, como, por ejemplo: el pastel, aunque también tengo preferencias por algunos sabores. Creo que de lo que estoy hablando no es tan importante, pero supongo que para que me conozcan mejor debo de presentarme correctamente, no me tardaré mucho, lo prometo, intentaré ser lo más breve posible, en serio. Igual espero no dejar nada inconcluso. —Hizo una pequeña pausa de aproximadamente dos segundos antes de continuar con total facilidad, tras tomar aire a una velocidad inhumana—. Nací hace quince años, era un bebe, creo que es lógico esto último. No sé exactamente en qué hora fue, pero sí estoy seguro de que fue el día-... —Calló de golpe de pronto, al sentir la mano amenazante de la adulta sobre su hombro, dando un ligero apretón para hacer que ya se callara.
—Ya es suficiente, Touma-kun, no es necesario que cuentes tu vida. —Atiborró entre dientes la mujer, rechinando su estrés para ya hacerlo sentar. Sin embargo, para su mala suerte, el mencionado tenía algo que decir.
—Pero creo que una buena presentación es algo importante para que los demás puedan conocerme. No se preocupe, no me tardaré, intentaré no darle muchas vueltas al asunto, porque no creo poder hablar tanto. Mis antiguos amigos decían que hablaba mucho, pero yo no creo eso, siento que soy alguien de pocas palabras.
«¡Vaya pocas palabras que dices! Vaya, vaya, es muy raro», cruzó por la mente del de cabellos rosados, al ver como su seria profesora que antes no se mostraba para nada interesada en algo en específico parecía forzar unas facciones amables para poder iniciar con la clase, sólo necesitaba paciencia.
—Por eso he tenido varios apodos, pero ninguno era tan cruel como el de mis pantalones orina-...
—Puedes irte a sentar, Touma-kun —concluyó le fémina de forma abrupta, teniendo un tick nervioso que gritaba a los cuatro vientos de forma silenciosa que ya quería verlo sentado. ¡Por favor, por favor, Dios, ya no seas tan cruel con ella!
—Está bien, ¿dónde me siento? —Para su buena suerte, ese niño parlanchín sólo dijo unas pequeñas palabras simples. Una pregunta diminuta que se formó en sus labios y que fue un alivio sincero para la maestra que desgraciadamente desde esa mañana, cuando lo acompañó al aula, había sufrido de sus arranques de pláticas fuera de contexto que salían cada dos segundos.
—Puedes sentarte junto a Saiki.
Ésa fue la primera vez que Akechi y Saiki tuvieron contacto directo.
«¿Qué? ¿Que por qué estoy recordando a un personaje fuera del contexto de la historia? —Saiki se quedó con un claro gesto de pocos amigos al llegar a su casa, y ser recibido por la habitual alegría que desprendía su madre, la ausencia de su padre por estar en el trabajo, y a un chico rubio de ojos violetas que lo esperaba en el comedor—. Porque Akechi estaba en mi casa cuando llegué. Vaya, vaya, ahora tengo que lidiar con alguien más molesto que Kaido, Nendo y Kuboyasu juntos».
El rubio cenizo saboreaba un pastel con tanta delicadeza en sus labios, metiendo la cuchara en la delicia tentadora de Saiki que había escondido esa mañana para que su padre no se lo comiera: ¡al final se lo estaba comiendo alguien que no estaba en sus planes! Lo miró con un odio disimulado, apretando su mano con fuerza contra la bolsa azul que utilizaba como mochila para su escuela. Y sus pupilas se volvieron a cruzar: ¿qué hacía ese chico ahí que vivía aproximadamente a dos horas de distancia?
—Hola, Saiki, ¿me recuerdas? Porque yo sí —saludó con alegría el rubio, dejando al mayor en un ligero estado de trance. Otra vez, estaba ese chico con el que en algún momento colapsó de mil formas diferentes.
¿Tendría tiempo para acomodar sus ideas acerca de lo que pensaba de Kaido?
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