Ese día la ciudad de Lima había despertado con el cielo totalmente nublado. Gris como siempre, el aire que se respiraba en el ambiente adormecía las auras de energía positiva en sus habitantes. El aire... el aura... ambos se interconectaban fríamente como irónico destino en el nombre de una jovencita.

Sus lágrimas de la noche anterior no bastaban para desahogar su corazón. Al contrario, se sincronizaban, de manera cruel, con aquella intensa y gélida lluvia que no quería dejarla en paz. 

El invierno parecía que se estaba asomando en todo su esplendor, pero para Aira la estación del frío y de la incertidumbre había llegado con anticipación varias semanas atrás, consumiéndole el alma y la vida mismas. El halo que salía de su ser, mezcla de ansias no consumadas, mezcla de deseos nunca permitidos, decoraba la ventana. 

Dibujó sobre el cristal empañado un corazón. Tuvo ganas de escribir las letras ‹‹R y A››, pero se contuvo. Solo fue capaz de percibir en la ventana su rostro, solitario... y acompañado de una madurez que quizá ya le había llegado muy tardía.

‹‹¿Deberé conformarme con esto?››, se preguntó al tiempo que observaba las lágrimas que bañaban su rostro. Una de ellas caía, como si quisiera delinear un nuevo destino, de manera armoniosa y delicada sobre su mejilla, su pecho para, finalmente, posarse en su vientre. 

Viéndola así se diría que era una jovencita de dieciocho años cualquiera. Pero no se podía estar más equivocado. Durante aquellos dos años y medio que había transcurrido alejada de Rodrigo su vida había cambiado, su corazón había madurado, su alma había sanado... quizá no en su totalidad, cierto, pero sí con lo suficiente para poder encarar con fortaleza a su destino. 

Cientos de nuevas emociones la agolparon. Cientos de nuevos sueños la ilusionaron. Cientos de pequeños llamados y de tiernos reclamos la abrazaron, cobijándola y prodigándole la fuerza que necesitaba para continuar.

Decidió limpiarse la última lágrima que bajaba por su mejilla. Resuelta a afrontar y conquistar la segunda oportunidad que la vida le había dado, una confiada sonrisa en su rostro se esculpió.

Había llorado. Había madurado. Pero, ¿habría triunfado? Eso todavía no lo sabía. Mas, se sentía con la suficiente energía para escribir sobre aquella ventana lo que su corazón urgía.

 ‹‹R y A››, podía leerse sobre el cristal empañado. No obstante, cuando terminó de escribir aquellas iniciales, después de mucho tiempo, sus dedos no se percibían fríos; eran alimentados por la esperanza de su corazón decidido.