Capítulo 5.- Mentiras y Promesas
Nota de la autora:
Este es el capítulo que había quedado pendiente antes de la línea cronológica en donde terminó la primera parte de SyA, la continuación de la charla entre Aira y Ángel, el domingo anterior antes del reencuentro entre Aira y Rodrigo después de dos años y medio . Con esto creo que ya deben quedar bien claras varias cosas, ¿ok? Sin más los dejo con la lectura ;)
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—¿Ese tipo se metió contigo sabiendo que eras menor de edad y aún así te abandonó a tu suerte? —vociferó.
Ángel estaba hecho un manojo de furia. Tanta era la rabia que lo carcomía que, al ver su reacción, Aira se arrepintió de haber tratado de confesarle parte de su verdad.
—Se ha aprovechado de que no tienes un padre que te defienda, pero no estás sola, me tienes a mí. ¿Lo oíste? ¡Me tienes a mí! Y ahora más que nunca quiero encontrar y encarar a ese tipejo. ¡Me va a escuchar!
—¡Cálmate, por favor! Las cosas no son como las piensas... ¡Él no es malo! No se aprovechó para nada, yo...
—¡¿De qué diablos me estás hablando?! —la interrumpió, exasperado—. ¿Acaso lo estás encubriendo? ¿Acaso lo estás haciendo? —La observó, decepcionado.
Iba a contestarle, pero el insistente bocinazo de los autos que estaban detrás de él le hizo ver que no era hora para ponerse a conversar en esa esquina.
Apretó el acelerador y, un par de calles más allá, viró a la derecha para estacionarse en una esquina, frente a un parque. Quería disponer de un tiempo prudencial, antes de dirigirse a la casa de Aira, para hablar de ese tema que consideraba tan delicado.
—Dime, ¿estás encubriendo al tipo que se metió contigo, te embarazó y luego te abandonó a tu suerte a ti y a Marquitos? ¿Eso es acaso lo que me quieres decir?
—Ángel... —Trató de vocalizar con toda la tranquilidad posible, pero el latir incesante de su corazón, que incluso podía percibirse en sus oídos, le impidió continuar. La angustia recorrió todo su cuerpo, tanto que sus piernas le temblaban.
—Hija, ¡has estado encubriendo a un adulto que cometió un delito!
—Escúchame, por lo que más quieras...
—¡Se aprovechó de ti cuando tan solo tenías quince años! ¡Te violó cuando eras una niña! —habló tan fuerte, que incluso capturó la atención de una familia que a esa hora del día paseaba por el parque—. ¿Es que acaso no te das cuenta, Aira? ¿Te lavó el cerebro o qué?
Ella trató de hacerse explicar, mas no pudo. Ángel seguía soltándole todo un discurso de que el padre de Marquitos, tomando oportunidad de su inocencia y minoría de edad, la había seducido para solo aprovecharse sexualmente de ella, abandonarla a su suerte y lo que menos se merecía era ir a la cárcel por su delito de ‹‹seducción de menores››, previa demanda de alimentos a su familia para tener algún ingreso económico para su hijo. Ella le observó que nadie la había seducido en nada, que había accedido de buena gana porque el chico le gustaba; sin embargo, Ángel le replicó, una y otra vez, que una chiquilla de quince años a esa edad caía rendida al primer tipo que le decía palabras bonitas, y más siendo alguien tan vulnerable como ella por crecer en un hogar carente de amor como el suyo.
—¡Seguro que ese tipo sabía de tus carencias y de la violencia familiar a la que tu madre te sometía!
—Ángel...
—Dime, hija, ¿él sabía de cómo te trataba mal Giovanna? Dímelo, ¿sí o no?
Ella iba a responder, mas al darse cuenta de que, su respuesta podría empeorar la perspectiva negativa que él tenía de Rodrigo, prefirió callar. Y fue ahí que llegó a una pasmosa conclusión.
Cualquiera que lo viera de fuera podría opinar como él. Que se había involucrado sexualmente con Rodrigo cuando solo tenía quince años. Que él, al ser mayor de edad, y conociendo su vulnerabilidad por el hogar en el que había crecido, se había aprovechado de su inmadurez e inocencia. Mas, solo ella y Rodrigo, y Xico en menor medida, sabían las circunstancias verdaderas, legales y de amor sincero, en las que se habían dado las cosas entre ambos.
Por ahí volvió a pasarle por la mente explicarle que estaba equivocado, aclararle cómo habían sido las verdaderas circunstancias de la concepción de su bebé. Mas, al seguir escuchando cómo se refería al padre de Marquitos como un hijo de puta que se merecía la cárcel misma por seducir y aprovecharse de una niña carente de amor como ella, y que su amor ciego por él no le dejaba ver la realidad y verdadera magnitud de las cosas, se arrepintió de haber tratado de confiar en él en un principio.
Como su ginecóloga, Ángel tenía motivos para pensar de manera equivocada, y las acciones que podría derivarse de todo esto podría traer con consecuencias poco gratas para Rodrigo. Finalmente, como antes, prefirió callar y mentir lo que fuera necesario, para protegerlo.
—Está bien, ya entendí que ese tipo se aprovechó de mí —dijo haciendo una mueca de fastidio.
—Entonces, ¿me dirás quién es?
Ella asintió, poco convencida.
—¿Cómo se llama? Dime toda la verdad, por favor, y ya no lo encubras más. Mientras más datos tengamos de él, mejor para el detective.
Resopló profundo.
—Bueno, ya te conté que solo recuerdo su apodo. Le dicen El Pasty, porque bueno... es ‹‹pastrulo››(1).
—¿En serio te involucraste con un fumón? —preguntó, decepcionado.
Aira recordó las innumerables veces que Rodrigo le había negado que fumaba tabaco, incluso que el olor de ese le daba asco. No pudo menos que sonreír por la ironía del apodo que había decidido atribuirle para esconder su verdadera identidad.
—Era guapo y buena gente pues. —Se encogió de hombros—. Lo que menos me interesó fue que fumara pasta.
—¿Y tú...? —Arrugó la frente, preocupado—. ¿Tú consumes o consumiste pasta durante tu embarazo? Quizá por eso Marquitos nació prematuro y...
—¡Nada que ver! —Se apresuró en decir—. ¿Acaso alguna vez me has visto fumar un cigarro normal siquiera? —dijo al borde de las lágrimas.
—No, pero...
—¡Suficiente tiene mi bebé con haber nacido débil producto de mi descuido inicial por mi depresión, para sumarle más el que hubiera sido una supuesta drogadicta!
—Pero su padre lo es... —habló cabizbajo.
—Sí, pero...
—Quizá por eso Marquitos es tan nervioso e hiperactivo, Aira.
—¡La psicóloga dijo que eso era producto de su desarraigo paternal y porque absorbió toda mi depresión durante mi embarazo! —se apresuró en aclarar.
Y tenía razón. Todavía recordaba la vez en que la profesional le había diagnosticado a su hijo hiperactividad y ansiedad infantil debido a que Marquitos había absorbido toda su depresión estando en la barriga de ella. Si a eso se le sumaba el haber sido separado de su madre al cumplir el año de edad, las circunstancias en su bebé para afrontar aquellas no eran nada favorables.
Lágrimas de culpa salieron de sus ojos al recordar aquella tarde del diagnóstico de la psicóloga y todas las veces en las que su bebé lloraba de manera desconsolada cuando tenía que despedirse de ella. El hueco en su alma se hizo tan grande, que ni aún el pañuelo que Ángel le ofreció en aquel instante, pudo limpiar aquellas. Nada ni nadie podía menguar en algo la tristeza y carga que la joven llevaba en su espalda.
—Como sea, hija —habló Ángel de manera más calmada—, necesito saber de todos los datos posibles de ese tipo para ver si lo podemos ubicar.
Ella lo miró de reojo, poco convencida.
—Ese hombre cometió un delito... y les hizo mucho daño, a ti y a Marquitos. ¿Me entendiste?
Aira asintió. Luego de que se regularizara su respiración, empezó a preguntarse cuáles serían las falsas características que le atribuiría al supuesto Rodrigo.
—Dime, ¿cómo se llama?
Ella volteó a la derecha. Un gran cartel de publicidad, de la autopista de al lado, podía verse desde su ubicación.
—Creo que Michel —dijo luego de observar la gran publicidad de Michelin—, aunque no estoy muy segura. Creo que alguna vez escuché que sus amigos le decían así. Ya te dije que lo llamaban siempre por su apodo. Y eso sí, de su apellido no sé nada. Nunca se lo pregunté ni me interesó.
—Ok —afirmó, con el cejo fruncido. Aunque seguía poco convencido, estaba esperanzado en haberla convencido de las circunstancias "ilegales" de su embarazo—. ¿Y cuántos años tiene?
En ese instante, en otra esquina pasaba un grupo de chicos de clase media alta. En concreto, uno alto y de lentes le recordó a Rodrigo, pero más joven, de aproximadamente veintiún años.
—Veintiuno... o eso creo. Ya te dije que nunca me interesaron mucho sus datos personales, pero creo que sí... —Se encogió de hombros. Volteó a hablarle para tratar de mostrarse más segura acerca de su mentira—. Es veintiuno, lo recuerdo porque justo una vez bromeó con que, si viviera en Estados Unidos, recién cumplía la edad legal para beber, porque allá la mayoría de edad es a los veintiunos.
Ángel la observó, todavía poco convencido. Aunque no era su padre biológico, era como si la conociera de toda la vida y fuera consciente de su manía compulsiva por mentir para siempre salir bien librada de cualquier situación. Mas, cuando la joven agregó más datos sobre en dónde lo podría ubicar (que se dedicaba al arte callejero, en concreto a pintar retratos en el Parque Keneddy de Miraflores, que le había dicho que vivía también en ese distrito, etc.), se convenció, someramente, de que ella lo estaba ayudando para ubicarlo.
Finalmente, cuando Ángel decidió dar la charla por terminada y arrancó el carro rumbo a la casa de doña Gladys para cumplir con su cometido de ese día, lo siguiente que le diría Aira lo dejaría todavía pensativo:
—Por favor, no le digas nada de esto a mi abuelita, ¿quieres? Por lo menos, no todavía —le imploró ansiosa.
Y era que, a doña Gladys le había dicho otra mentira sobre la verdadera identidad acerca del padre de su bebé, aunque más cercana a la realidad, y si ambas versiones no coincidían, la señora era capaz de ponerla en evidencia con él.
—¿Y eso?
—No quiero decepcionarla. Según veo, ustedes los mayores no ven bien que una chica como yo se meta con un pituco fumón.
—Que sea pituco no es problema, mejor todavía porque eso quiere decir que su familia tiene los medios económicos para la demanda de alimentos por Marquitos.
Aira lo observó, poco convencida.
—El problema es la adicción de ese tipo y las consecuencias nefastas que estas podría haber tenido en tu bebé, ¿me entiendes o no?
—Uhmm...
—Incluso veo necesario que le digas a la pediatra y a la psicóloga que lo atienden estos antecedentes.
—¡Nooooo! Si se enteran, puede que hagan un informe negativo sobre mí, tachándome de irresponsable, y el juez peor no me dé la custodia de mi bebé.
—Hija...
—¿A cuántas psicólogas hay que coimear para que me ayuden? —habló desesperada—. Ya suficiente lo hiciste cuando pedí mi independencia legal.
Ella se refería a que, hacía un año atrás, luego de cumplir los diecisiete, había llevado su caso de independencia legal a un juez civil. Para que las cosas fueran muy favorables, debido sobre todo a sus antecedentes de intento de suicidio y depresión, habían pagado por lo bajo, tanto a la psicóloga que la atendía entonces como al fiscal y al juez civil que vieron sus casos. No obstante, posteriormente, como sus antecedentes en aquel habían sido positivos, habían confiado en que, el mes pasado, al llevar el pedido de custodia de su hijo a un juez de familia, las cosas se dieran de manera favorable, pero no había sido así. Y ahora Ángel se arrepentía de aquello:
—¡Nunca es suficiente! Dinero me sobra, y lo sabes. Quizá debí insistir con mi abogado, indagar por otro juez de familia, preguntar quién nos favorecería más por la custodia de Marquitos y...
Aira negó con la cabeza.
—Ya tu abogado nos advirtió que habíamos tenido mucha suerte entonces, pero que no podías estar coimeando aquí y allá. En una de esas te topabas con un juez intachable que no aceptaba sobornos, podías ir preso, y todo por ayudarme a mí. ¡No me lo perdonaría jamás, Ángel!
Él asintió. En ese instante, la luz del semáforo cambió a rojo.
—Entonces, si no le cuento nada ahora a tu abuela, ¿cuándo le piensas decir la verdad sobre la identidad del padre del bebé?
—Ya luego hablaré con ella. Solo dame tiempo para aclarar mis ideas, por favor —dijo poco convencida, aunque estaba parcialmente en lo cierto.
Como otras veces, Aira había mentido. Y como antes, se hallaba en una red de mentiras que ella misma había tejido y de la cual no sabía cómo salir bien parada. Pero, aquella tarde, encontraría una luz de esperanza que la ayudara a deshebrar aquella, aunque fuera poco a poco.
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—¿Tanto se demoran?
Doña Gladys se hallaba sentada en una silla del área de infantes del orfanato. Ángel y Aira la habían recogido de su casa para luego llevarla al orfanato a visitar a Marquitos y pasar ese día domingo, Día de las Madres, juntos. Estaban esperando a que las trabajadoras sociales les trajeran a Lucas o las autorizaran a pasar al área de niños de seis a diez años. Él, luego de dejarlas y de saludar al bebé, había querido quedarse más tarde con ellos, pero se excusó diciéndoles que ya había acordado con su esposa en salir a comer a un restaurante exclusivo. Aunque ambos en la actualidad ya no eran padres, debido al fallecimiento de su único hijo, tiempo atrás, para él su mujer sería eternamente una madre y merecía ser celebrada como tal.
Antes de despedirse, le hizo saber a Aira que estaría de viaje, en concreto en provincia por cuestión de trabajo, pero que estaría de vuelta a Lima para julio y que estaría muy al pendiente de sus notas del colegio y que esperaba que ella tuviese un comportamiento ejemplar. La adolescente le dijo que no se preocupara, y le prometió que se esforzaría al máximo en sus estudios para contribuir toda la ayuda de él.
—¿Llamaste a tu madre por el Día de las Madres? —le preguntó a su nieta.
—No, ¿para qué? —alegó Aira mientras observaba cómo jugaba en el subibaja su bebé.
Ahora que su madre y bisabuela lo visitaban, Marquitos parecía más feliz que nunca, corriendo, saltando y jugando. Estaba tan lleno de energías para complacencia de la muchacha.
—Seguro que está de fiestas por ahí, cayéndose de borracha en las esquinas o moviendo su gordo trasero en las discotecas mientras suelta gallos cuando canta. —No pudo evitar reír.
—¡Aira! —habló doña Gladys con un gesto de reproche.
Por mucha razón que tuviera su nieta, no le parecía bien que se refiriera a su madre de esa manera.
—Aparte, no la necesito. Me basta con que estés a mi lado en este día tan especial.
En ese instante, Marquitos dejó de jugar y se acercó a la joven.
—¡Papá! ¡Mi papá! —decía refiriéndose a doña Gladys.
—Ella no es tu papá. ¡Es tu bisabuela! —le replicó por enésima vez al bebé.
Este arrugó la frente, en un típico gesto que le recordaba a ella misma.
—¿On' ta' papá? —le preguntó su bebé.
Aunque su voz sonaba tan angelical y chillona, con esas simples tres palabras, Aira sintió que el mundo se le vino encima.
—Eso siempre me pregunto yo, Marquitos —alegó doña Gladys, observando a la joven. El bebé pestañeó y arrugó su pecosa nariz—. En dónde está tu papá, a quien seguro saliste igual de pecoso como él, porque ni tu madre, ni mi hija ni yo tenemos esas hermosas pecas en la naricita, ¿cierto?
Le tocó la nariz con ternura, como si se la estuviera robando. Luego empezó a jugar con su bisnieto el juego ‹‹Te robé la nariz››. Marquitos soltó varias carcajadas mientras seguía jugando con la señora.
—¡Nariz! ¡Mi nariz!
—Y esos ojazos y ese pelo casi rubio... —Se le quedó observando con orgullo—. Definitivamente, no tienes nada de nosotras.
—¡El abuelo tenía el pelo castaño claro, según vi sus fotos de joven! —se apresuró en decir Aira.
La señora la miró, poco convencida.
—¿De cuándo acá mi viejo tenía pelo castaño? ¡Era de color negro, como Giovanna, tú o yo!
—¡Él tenía el pelo castaño! Yo vi una foto de él, cuando está en la playa, trabajando como pescador y...
—¿Una en la que está sin camiseta?
Ella asintió. La señora rodó los ojos.
—¡Esa es de esas fotos antiguas, todas marrones! Mi viejo tenía el pelo negro de joven.
—Pero, abuela, yo vi...
—Niña, tú conociste a tu abuelo cuando ya estaba canoso. Yo lo conocí desde que él tenía dieciocho años y yo quince.
Aira pestañeó varias veces. y paso saliva.
—¿Co...? ¿Conociste a mi abuelo cuando tenías quince?
—Así es. Todavía recuerdo cuando fui a la playa, y él, todo buen mozo —porque tu abuelo era muy guapo— estaba trabajando en la orilla, junto a su lancha y...
‹‹Parece que todas las mujeres de mi familia están destinadas a conocer a su primer amor cuando tienen quince años››, pensó al tiempo que pasaba saliva.
—Pero, en fin, que no me repliques. Estos ojazos —señaló los ojos verdes de Marquitos. El bebé miraba a su mamá con curiosidad— y este pelo rizado rubio no viene de nuestra familia.
Su nieta la miró, aprensiva.
—Bueno, sí, está bien. Salió a su padre —dijo observando a Marquitos, mientras este contemplaba a Aira con su tierno rostro.
—¿Y dónde está tu padre? —le preguntó doña Gladys a Marquitos.
El bebé se les quedó observando a ambas con curiosidad, posteriormente se fue a los juegos infantiles.
—Sobre eso ya sabes mi respuesta. Y justo quería hablar de eso contigo, abuela. —Aira puso el rostro muy seria.
—¿Me vas a decir, por fin, en dónde está el padre de Marquitos?
Ella negó con la cabeza.
—Sabes que no me interesa ubicarlo. Él se portó muy mal conmigo, me fue infiel y...
Iba a continuar, pero no pudo. El sentimiento amargo que percibía todavía al recordar las fotos de Rodrigo con Noelia le estrujaban el corazón aún.
—¿No crees que tu hijo tiene derecho a conocer a su padre? Quizá te pueda ayudar con la custodia de tu bebé. Mira que Ángel el otro día me comunicó que su abogado le había dicho que...
—Que puedo hacerle juicio de alimentos, ¿cierto?
—¿Ya te lo dijo?
—Viniendo para acá. Pero, no es solo eso.
Y fue ahí que Aira le contó que le había mentido a Ángel sobre la edad, procedencia y nombre del padre, y cómo este había deslizado que se había cometido un acto ilegal con ella al ser menor de edad.
—¡Dios bendito! ¿Es cierto? —La señora puso los ojos como plato—. ¿El papá de Marquitos es un adulto?
—Te estoy diciendo que eso es mentira, abuela, aunque ahora debe de ser mayor de edad como yo. —Pasó saliva para luego repensar bien la mentira que iba a decir, aunque en parte era cierta y en parte no—: Más bien, si no estoy interesada en ubicarlo es porque, en el fondo, lo más probable es que siga con la oxigenada de su ex, y si pide la custodia de Marquitos, la tipa esa se convertirá en su madrastra, ¡y no quiero!
—Pero...
—Yo más que nadie sé lo que es vivir con un padrastro que te odia. ¡Daniel nunca me quiso ni me aceptó!
—Pero, hija...
—¿Te imaginas a esa estúpida criando a mi hijo? No solo debo aguantar que me haya quitado a mi enamorado, encima tendré que compartir a mi hijo con esa maldita puta regalada.
—Aira, ¿qué vocabulario es ese? —habló, muy enojada.
—Perdón. —Hizo un puchero—. Pero es eso. Si él me fue infiel, no se merece el conocer a su hijo, menos que esa hija de... —La abuela la miró muy seria—. Esa hija de fruta... pase tiempo con mi bebé.
La señora le dio un par de palmaditas. La miró con complacencia y luego habló:
—Mira, hija, sé que, en el fondo, debes de estar todavía muy dolida por el engaño de ese muchacho...
—Lo estoy —dijo cabizbaja, tratando de borrar de su memoria aquellas dolorosas fotos que todavía estaban grabadas en su mente.
—Pero, si lo que Ángel dice es cierto, eso te podría ayudar a obtener la custodia del bebé cuanto antes.
Aira resopló profundo, no muy convencida.
—¿No crees que debes anteponer tu orgullo y corazón heridos al bienestar de tu hijo? ¿No crees que, a pesar de lo que te hizo, ese muchacho merece conocer a Marquitos y este a su padre? ¿No crees que es hora de perdonar?
Su nieta alzó la vista y la contempló. Los sabios ojos de la señora se clavaron en los suyos.
‹‹Quisiera... quisiera perdonarlo, abuela. Pero, si tú supieras... si tú supieras...››.
Bajó su rostro. Su vista se clavó en la pulsera roja que colgaba de su mano derecha.
‹‹A pesar del tiempo transcurrido, me duele tanto recordarte... me duele amarte tanto, Rodri››.
Alzó su rostro para observar a su hijo. Marquitos manejaba muy feliz uno de los carritos rojos que había en el patio de juegos, que tenía justo un asa larga para empujar aquel. Felizmente que, al tener ya casi dos años, el niño no necesitaba de alguien que lo impulsase, pero se preguntó cómo sería el caso de que estuviera acompañado por Rodrigo, quien lo llevase desde el asa del carro.
En ese instante, su vista se topó con el de una de las asistentas sociales, justo la que, junto con su primera ginecóloga, había sido suspicaz y la había interrogado sobre el tiempo de la concepción de Marquitos luego de enterarse de su embarazo. De inmediato, decidió adherirse a sus mentiras, para variar.
—Pero, Ángel tiene razón. El ubicarlo podría ayudar a que obtengas la custodia de Marquitos más rápido y...
—Abuela, por favor, respeta mi decisión.
La señora abrió la boca para replicarle, mas Aira se le adelantó.
—Me voy a adherir a mi plan inicial. Terminaré la secundaria con buenas calificaciones, buscaré luego un buen empleo y cuando pueda, pediré la custodia de Marquitos, ¿ok?
—¡Aira! —La miró con reprobación.
—Y cualquier cosa que te diga Ángel, tú solo síguele la corriente, porfis. Hoy, antes de irte a buscar, le inventé que el padre de Marquitos es un pituco miraflorino típico, un artista callejero, de esos hippies gringos de ojos verdes y...
—Bueno, ojos verdes sí debe tener —replicó la señora—, sino ¿a quién sacó esos ojazos que tiene? Te lo vuelvo a preguntar.
—Quizá por parte de mi papá tienen ojos claros —dijo de manera inocente.
Doña Gladys la miró, poco convencida.
—Conocí a tus abuelos paternos y ten por seguro que eran iguales a nosotros, mestizos, de ojos y de pelo negro.
—¿Conociste a mis abuelos Gonzáles? Eso no me lo habías contado. Pensé que no habían querido saber nada de mi papá luego de casarse con mi mamá.
—Aira, no me cambies de tema de conversación, ¿quieres?
Ella no le respondió. Solo hizo un puchero y se levantó para dirigirse donde su bebé.
La señora meneó la cabeza en señal de desaprobación. Siempre que le preguntaba y quería indagar más sobre el padre de su bisnieto, Aira se limitaba a decirle lo mismo de siempre; y si insistía más, le daba largas o daba la charla por terminada.
En ese instante, otro niño hizo su presencia. Lucas, acompañado de una de las asistentas sociales, apareció en escena.
—¡Hermana! ¡Abuela! —gritó.
El niño corrió al encuentro de ambas. Hermana y hermano, nieto y abuela, se enfundaron en un tierno y caluroso abrazo.
—¿Y mi mamá? ¿Dónde está? —preguntó esperanzado luego de separarse de ambas.
Doña Gladys agachó la cabeza. Aira iba a hacer lo propio para luego soltarle otra mentira más para justificar la inasistencia de su madre, pero decidió cambiar de parecer. Hasta ese instante, le había justificado en varias ocasiones que no lo fuera a visitar al decirle que se hallaba muy ocupada trabajando en provincias. Mas, decidió que, de una vez, ya era hora de que Lucas supiera la verdad, aunque fuera a medias.
—No lo sé. No he hablado con ella, ni tampoco la abuela.
Su hermano puso una cara de decepción.
—¿Y ahora a quién se lo voy a entregar? —dijo con tristeza.
—¿Eh?
—¿Y mi papá? ¿Tampoco va a venir?
—Todavía no, pero quizá venga más tarde —dijo Aira tratando de sonar convincente para menguar en algo la tristeza y decepción en Lucas.
El niño no cambió su semblante. En ese instante, la asistenta con la que había llegado invitó a la familia de Lucas a pasar al pabellón destinado para los niños mayores de seis años. Aira le preguntó si podía llevar a Marquitos con su carrito con ellos, a lo que la mujer accedió.
Cuando doña Gladys y Lucas estaban de la mano, y este le contaba muy orgulloso cuáles habían sido sus notas del primer bimestre, Aira se retrasó para buscar a Marquitos en su carrito. En ese momento, una voz detrás de ella capturó su atención.
—¡Aira!
—¡Kim!
Era su vieja amiga del orfanato, Kimberly, quien al cumplir la mayoría de edad e independizarse como ella, ya había dejado el orfanato hacía tiempo atrás.
—¿Cuánto tiempo sin verte?
—Igual yo.
—¿Todavía no te dan la custodia de Marquitos? —preguntó con tristeza.
La aludida meneó la cabeza.
—Espero que todo mejore, ya verás. Mira... —Sacó unos papeles de su cartera—. He venido para llevarme a mi Kevin.
Aira abrió los ojos ampliamente.
—¿En serio? ¿Ya...? ¿Ya te dieron la custodia? —dijo, incrédula.
Su amiga asintió.
—Y no vengo sola, mira quién me acompaña...
Después de Kim, un joven de aproximadamente veinte años hacía su aparición.
—¿Es...? ¿Es Ismael? —preguntó Aira, asombrada.
Kim asintió al tiempo que mostraba una sonrisa mezclada con lágrimas de felicidad.
El aludido alzó la mano y lo saludó. Era un joven un poco más alto que Kim, casi del tamaño de Aira. Parecía muy amable por su amplia sonrisa. Abrazó a su pareja por la cintura y le estampó un beso en la frente, agradeciéndola por su libertad.
—Pero, ¿cómo?, ¿cuán...? ¿CUÁNDO?
Y fue ahí que Kim le explicó.
Gracias a que había conseguido un trabajo como empleada del hogar, poco tiempo después de salir del orfanato, junto con el sueldo de la madre de su novio, había podido ahorrar y contratar a un buen abogado para defenderlo. Este los había asesorado de tal manera que, las declaraciones de ambos, tanto de Kim como de su novio, fueran iguales ante las autoridades, en cuanto al tiempo que llevaban como pareja y el consentimiento de ella para aceptar tener relaciones sexuales por primera vez.
—La verdad es que yo perdí mi virginidad cuando mi papá me violó de niña —dijo con tristeza.
Kim volteó a ambos para cerciorarse si estaban solos. Y aunque era así, de todas maneras, haló a Aira y esta hizo lo propio con Marquitos, hacia una esquina del patio de recreo.
—Y bueno —habló en un susurro—, con quince años tuve mi primera vez con Ismael, cuando era ilegal hacerlo, pero para el caso es lo mismo. Como no pueden probarlo, pues me mantuve firme al decirle al juez que mi primera vez con Ismael fue con dieciséis años, cuando mi abogado me dijo que ya era legal hacerlo, según me contaste hace tiempo, ¿recuerdas?
—¿Y te creyeron? —preguntó, dubitativa—. No dudaron que...
—Sí —rodó los ojos, fastidiada—, obviamente. Ya sabes cómo son de pesados, pero para el caso da igual. No me pueden obligar a cambiar de fechas ni nada.
—Gracias a ella y a nuestro abogado, ahora estoy libre, al fin —dijo el novio de la chica al tiempo que la abrazaba.
—Lo importante es tener un buen abogado particular, uno que sepa defenderte. Si es uno del Estado, no hace nada, como el que tuvo él al comienzo. Y seguí todas sus indicaciones al pie de la letra, y ya ves, funcionó.
Aira experimentó que su corazón latía a mil por hora.
—¿Cómo...? ¿Cómo así? —preguntó Aira—. ¿Cuáles fueron sus indicaciones?
—Según me explicó, en unas palabras latinas media raras... —Aira asintió—, el beneficio de la duda favorece al que está preso. Son ellos los que deben probar cuándo tuve sexo por primera vez con él, y obviamente no les voy a decir la verdad. Entonces, solo les queda el momento de la concepción de mi bebé para ver si se cometió un delito o no. En mi caso, pues yo quedé embarazada a las pocas semanas de cumplir dieciséis años, cuando ya era legal. Como los ginecólogos no pueden precisar el momento exacto de la concepción de mi bebé, el beneficio de la duda juega a favor de Ismael. Entonces, pues solo les queda mi declaración, y en ella deben basarse, no les queda otra. Y obviamente, yo me mantuve firme en decir cuándo tuve relaciones con él por primera vez e Ismael también.
‹‹Oh, Dios mío. Eso quiere decir que... eso quiere decir que...››, pensó Aira al tiempo que corazón revolucionaba a mil por hora.
—Nos convertimos en unos mentirosos profesionales —bromeó Ismael.
—¿Es...? ¿ES EN SERIO? ¿NO ME ESTÁS MINTIENDO, KIM? —dijo Aira al borde de las lágrimas.
—S-sí —dijo Kim, poco convencida al ver que su amiga lloraba—. ¿Estás bien?
‹‹Entonces, no es necesario que siga mintiendo. Si le decimos a su papá que es abogado... entonces... entonces... ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Gracias!››.
—Aira, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás llorando? —La tomó de las manos Kim.
‹‹Rodri... al fin.¡Al fin!››, seguía pensando Aira al tiempo que ya se le hacía imposible contener las lágrimas.
En ese instante, Lucas y su abuela regresaron al patio de los infantes.
—¿Qué tanto demoran, Aira? Vamos al otro patio que es más grande. Lucas quiere enseñarnos lo que hizo como tarea para el Día de las Madres. ¿Y por qué estás llorando? ¿Qué pasó? —Al acercarse más, la señora volteó a ver a Kim—. Oh, ¿tú no eres la chica que antes estuvo aquí y...?
Kim y su novio asintieron y saludaron a los recién llegados. Doña Gladys les correspondió el saludo.
—¿Y por qué está llorando está niña? —dijo doña Gladys.
—Chata, ¿mi mamá va a venir o no? —preguntó Lucas.
—No... no sé.
—¿Y mi papá? —agregó su hermano—. ¿Dónde estará? ¿Vendrá?
—¿On' tá' papá? —preguntó Marquitos al tiempo que salía del carrito e iba corriendo donde su mamá.
Ella se agachó y lo abrazó con fuerza. Sus lágrimas bañaban su frente y sus rizos al tiempo que le decía en su mente ‹‹Te prometo que haré lo imposible para que puedas conocer a tu papá››.
—¿Por qué estás llorando, chata? —Al no obtener respuesta, volteó a su derecha—. ¿Tú le has hecho algo malo a mi hermana? —le reclamó al novio de Kim.
El aludido se sorprendió y movió la cabeza de manera categórica.
En ese instante, al observar el cuadro tan tierno entre madre e hijo y agachar la cabeza para ver lo que tenía en sus manos, Lucas tuvo un plan.
—Marquitos, ven para acá —le ordenó el tío a su sobrino.
El bebé obedeció de inmediato.
—Toma.
Su sobrino se le quedó viendo con curiosidad a Lucas, con sus grandes y vivarachos ojos verdes. Pero, al ver cómo su tío extendía sus brazos hacia él, cogió con sus manitas lo que le entregaba.
—Vamos, dale esto a tu mamá para que no llore. —Movió su cabeza con dirección a Aira.
Marquitos fue corriendo donde su mamá. Extendió sus manitas hacia ella con una tarjeta, que Lucas había elaborado por sí mismo. Aquella era de color rojo.
Al abrirla, podía leerse en letras doradas con escarcha un texto que decía ‹‹Feliz día, mamá. Te quiero mucho›› junto con una flor de papel.
—Esto... ¿esto es para mí? —preguntó emocionada.
Lucas asintió.
‹‹Ya que mi mamá no ha venido, por lo menos que esa tarjeta tenga dueño››, pensó el niño con tristeza.
—¿Pero esa no era...? —intervino doña Gladys, pero Lucas se le adelantó.
—Marquitos todavía no sabe escribir, así que hice esa tarjeta por él —habló muy seguro de sí.
Al darse cuenta la abuela de lo sucedido, asintió la cabeza junto a su nieto.
—Gracias —dijo Aira. Volteó a ver a su hijo—. Gracias, Marquitos, muchas gracias. Yo también te quiero mucho, mi bebé precioso —dijo al tiempo que le repetía en su mente la promesa que minutos antes le había hecho por juntar la familia que ambos se merecían.
Anotaciones finales:
Y bueno, esta es mi última actualización del 2018, tal y como les prometí. ;) Y quiero mencionarles un par de cosas:
-Un 31 de diciembre como hoy nuestra querida Aira cumpliría 20 años (recordar que ella nació un 31 de diciembre de 1998. La noche tan especial que ella pasa con Rodrigo, en su cumpleaños, antes de su separación en MyA, sucede un 31 de diciembre del 2014). Así que: ¡Feliz cumpleaños, Aira!
-Por último, no me quiero despedir sin agradecerles por todo su apoyo durante todo este 2018, desearles que pasen un feliz Año Nuevo, y mis mejores deseos para ustedes, que este 2019 que empieza sigamos teniendo esta gran relación con ustedes, mis poetitas, fieles lectores.
Gracias por todo. Un abrazo a la distancia <3.
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