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Capítulo 4: Resiliencia [Segunda Parte]


Nota de la autora:

Y volvemos a la actualización regular. Espero que hayan pasado una Feliz Navidad :D Anduve algo desaparecida y sin actualizar mis historias, producto de que tuve mucho trabajo en esta época con motivo de fiestas y también estoy publicando otras novelas en Amazon. Pero, como siempre, pues les dejaré varias de mis historias de manera gratuita por aquí, como es la Saga Poesías. En fin, que ahora que ya me he desocupado un poco, pues vuelvo a la escritura y actualización regular de esta saga. 

Sin más, volvemos a donde nos quedamos, el capítulo 4, "Resiliencia", que nos cuenta un poco de cómo fue que Rodrigo vivió su separación con Aira durante el tiempo que estuvieron distanciados, y cómo esto influyó en el que conocemos ahora, en SyA. ;)

******

—Detesto esta época del año, ¿ok?

Rodrigo se hallaba sentado en el sofá. A pesar de diferir del típico sillón reclinatorio de los consultorios de los psicólogos, aquel estaba diseñado para procurar comodidad a todo paciente que fuera a dar ahí; no obstante, por más que lo intentara, lo que menos se sentía era a gusto.

Luego de cumplirse el primer aniversario desde que él y Aira se separaran, y dejar de asistir al consultorio de su psicólogo durante el último mes con la asiduidad necesaria, debido a que aquel había estado de vacaciones, muchas cosas habían hecho mella en su alma.

Los tristes recuerdos habían vuelto a él. Su insomnio había vuelto a él. Su baja autoestima había vuelto a él... todo parecía haber vuelto a él, menos ella, Aira, por la que había vuelto a llorar en las noches en las que llamaba en vano. Peor todavía, su depresión parecía haber regresado el treinta y uno de diciembre pasado, a tal punto de que había tocado fondo en el mar de su angustia y desesperación, tanto así que, no se inmutó cuando llamó a su doctor y le exigió, de inmediato, que regresara a Lima de sus vacaciones y lo atendiera, porque urgía verlo cuanto antes.

‹‹Ya veo, es urgente. El 2 de enero estoy de regreso, así que acude a mi oficina entonces. Te atenderé a primera hora››.

‹‹¿El 2 de enero recién? ¡Pero lo necesito ahora!››.

‹‹Rodrigo...››.

‹‹¡Usted es un profesional y debe estar dispuesto a atender a sus pacientes siempre que sea necesario! ¿Cómo es posible que esté en la playa mientras yo estoy hundiéndome en la tristeza? ››.

‹‹No soy una máquina, ¿ok? También necesito vacaciones como todo el mundo. Es más, debiste haberme hecho caso cuando te sugerí ver a mi colega durante mi ausencia››.

‹‹¡Me niego a que otro psicólogo sepa de mis intimidades!››.

‹‹Entonces, no te queda otra que esperarme››.

Y allí se hallaba... flaco, demacrado, sin dormir, indispuesto ante la última recaída en su ansiedad que había tenido, la cual, si bien no había incidido en sus exámenes de la universidad porque su crisis había sido luego de aquellos —felizmente—, había provocado que las fiestas de fin de año fueran una tortura para él, a diferencia de lo que significaría para los demás. Y era que, había algo que no debía olvidarse nunca: cualquier persona en esa época del año festejaría, celebraría, se alegraría, pero Rodrigo no era cualquier persona, aunque no siempre era así...

El doctor Bustamante anotaba con paciencia todo lo que Rodrigo le había dicho hasta ahora: su regreso al Mac Café, su encuentro con aquella jovencita que le recordaba a Aira, el aumento de su ansiedad y de su insomnio al acercarse las fiestas de fin de año, su inapetencia, su negativa a querer ir donde su familia en la cena de Nochebuena, así como rechazar la invitación que su hermana Milena le había hecho para que lo acompañase a viajar al Cusco para pasar Año Nuevo, etc.

Como un ermitaño, Rodrigo se había negado a socializar durante el último mes, su familia incluida. Desde que regresara al Mac Café, solo le había interesado ir a recorrer los restaurantes y centros comerciales en donde había departido con Aira; acudir a las playas que creía que ella gustaba de ir para ver si la encontraba; volver a los hospitales, manicomios, comisarías y la morgue incluida para indagar por su paradero, con obvios resultados negativos. Y cuando los días pasaban, la llegada de aquel cruel primer aniversario se alojaba en su alma, como una uña encarnada de tristeza, angustia y desesperación.

—Es una tortura para mí estas fechas, ¿sabe? ¡Detesto la Navidad y el Año Nuevo! Antes, cuando era chico y porque no aguantaba el ruido de toda la pirotecnia que explotaban. Y luego, cuando ya me había acostumbrado e incluso le había agarrado el gusto a ver el espectáculo de fuegos artificiales en el cielo, bastó que ahora todo lo relacionara con ella, con Aira, para solo encerrarme, pensar, recordar y...

No pudo continuar.

Se tapó la cara con ambas manos. Quiso hacer lo propio con las lágrimas que caían de sus ojos, mas fue en vano. Un quejido leve fue la guinda imperfecta para aquella triste situación.

Como hacía meses atrás, su psicólogo observó en silencio el escenario que tenía delante de sí y que hacía tiempo no se repetía. Se dio cuenta de que debió haber insistido con Rodrigo en que otro colega tomara su lugar durante su ausencia. Pero, a esas alturas, no había reproches que valieran. Debía actuar, de inmediato, si quería que las cosas se encausaran de la manera debida con su paciente.

Después de que el joven se desahogara, el psicólogo procedió a hacerle unas cuantas preguntas, a lo que aquel no supo qué contestar.

—¿Qué...? ¿Qué es lo que me quiere decir?

El doctor asintió con paciencia.

—Dime, si te reencuentras con tu exenamorada, ¿qué es lo que vas a hacer? ¿Continuar con ella? ¿Volver al círculo tóxico en el que se había convertido su relación, por lo que me has contado que era?

—¡Claro que no! —se apresuró en decir—. Solo... —Arrugó la frente—. Solo...

—¿Sí?

—Preguntarle ¿cómo está? ¿Qué fue de su vida? ¿Si se encuentra bien? ¿Si se trató de su depresión? Pero, hay algo más importante, que me carcome el alma y es...

Se cubrió la cabeza y la sacudió varias veces.

—¿Qué cosa?

Rodrigo alzó su rostro y lo miró fijamente. El doctor pasó saliva al atisbar un brillo muy en especial en él.

—¿Por qué, doctor, por qué? ¿Por qué se fue así, sin darme oportunidad de explicarme? —preguntó exaltado—. ¿Por qué me abandonó como si fuera un perro, aún a pesar de lo que le había contado de mi ex? —Se levantó de su asiento y empezó a dar vueltas en todo el consultorio. De pronto, se detuvo y golpeó varias veces a la pared para luego añadir—: ¿POR QUÉ, AIRA, POR QUÉ?

Golpeó varias veces más, hasta que sus nudillos se cansaron.

Cuando volvió a sentarse en el sofá, el psicólogo estaba haciendo algunas anotaciones. Finalmente, cuando terminó y alzó la vista hacia él, Rodrigo le formuló la pregunta que le había hecho a Fabián semanas atrás:

—Doctor, ¿sabe si el amor de nosotros, los aspies, valen menos que las de los neurotípicos? Porque yo creo que sí. Nosotros amamos para siempre, estamos ahí para siempre una vez que elegimos a aquella persona para ser nuestra compañera. En cambio, ustedes, los neurotípicos, cambian de pareja con una facilidad tal o mienten sobre sus sentimientos, que me pregunto si, de verdad está bien sentir y pensar como lo hago... porque cada vez que lo hago, cada vez que lo hago, ¡TERMINO DAÑADO!

—Rodrigo...

—¡Ya van dos veces que me enamoro y que me hacen daño! —lo interrumpió, azuzando los brazos con desesperación—. Ya van dos veces que decido confiar y entregarme a una persona, y me abandonan. ¿POR QUÉ, DOCTOR, POR QUÉ?

—Rodrigo...

—¿Quizá fue porque adelanté cómo no debía ser nuestra relación? No es que nuestra relación fuera la ideal antes de eso, en lo absoluto. Teníamos malentendidos y peleas, pero siempre regresábamos, ¿ok? Pero nunca me había abandonado... no hasta luego de que... —Su voz se volvió entrecortada.

—Rodrigo, escúchame —trató de hablar el doctor, pero de nuevo fue interrumpido, luego de que el joven regularizara su respiración.

—¡Yo quería ir paso a paso con ella! Se lo dije, quería conocerla más, ser amigos, pero Aira me insistió para tener intimidad, tanto que...

En ese instante, frunció al ceño al recordar aquellas palabras que tanta mella en su autoestima le habían hecho tiempo atrás:

‹‹Siempre tengo que decirte en dónde debes besarme o tocarme. Es cierto que tienes Asperger, pero por Dios, ¿no puedes poner de tu parte?››.

‹‹Noelia...››.

‹‹¡Tener sexo contigo es tan frustrante!››.

El huracán de recuerdos negativos lo envolvió de tal manera, que no escuchó las palabras comprensivas que el doctor le decía. Solo aquellos, de manera cruel y acuciosa, una y otra vez, le taladraban la mente para envolverlo en un aura de baja autoestima, enfoque negativo y percepción equivocada.

‹‹¿Quizá a Aira le pasó lo mismo que a Noelia? Se decepcionó de mí luego de hacer el amor. Me consideró un inútil en la cama que, todo sumado a las fotos que Claudia le envió, pensó lo peor de mí y...››.

De inmediato, Rodrigo escondió su rostro en sus manos. Nuevas lágrimas pugnaban por traicionarlo. El poco orgullo que le quedaba le ordenaba esconder aquello que le avergonzaba que otros vieran.

Cuando parecía que el joven se había desahogado, en aquel sollozo mudo, frustración callada y tormento silencioso, lo siguiente que le diría el doctor le haría ver que estaba equivocado:

—Digas lo que digas, hoy te portas como cualquiera de nosotros, los neurotípicos, a quienes siempre te diriges como distintos a ti, pero en el fondo, somos iguales a ustedes en muchas cosas.

—¿Eh?

—Amas como nosotros. Sientes como nosotros. Y nosotros... —entrelazó sus dedos y lo observó con atención— también tenemos rencor cuando alguien que amamos tanto nos dejó..., como tú lo demuestras ahora por tu ex. Y esto es lo que te impide continuar a pesar del tiempo transcurrido, Rodrigo.

Él pestañeó varias permitiendo que, los últimos restos de lágrimas, que todavía podían vislumbrarse en sus pestañas, cayeran.

—¿Qué es lo que me quiere decir?

El psicólogo aspiró y exhaló profundo.

—Resiliencia, muchacho. Resiliencia.

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