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❧ Capítulo 22: Trivialidades y Regalos [Primera Parte] ☙


—Por fin llegamos, me estaba congelando.

Aira se echó sobre el sofá ni bien pudo. Extendió sus manos sobre el cobertor que lo cubría. Por debajo era de plástico, pero tenía encima de aquel lo que parecía ser una manta tejida.

—¿Sigues teniendo frío? —le preguntó Rodrigo luego de echar llave a la puerta.

Había dejado aquella sobre una pequeña cajita que estaba sobre una mesa del vestíbulo. Cuando volteó a contemplarla, ella se hallaba cubierta con aquella manta. Estaba comenzando a tiritar, por lo que a él le pareció si no hubiera sido buena idea comprar otro chocolate durante el trayecto que les faltaba del parque a su casa.

—Un poco, pero no es nada. —Agarró con mayor aprensión la manta sobre ella. Le gustaba percibir la lana sobre su piel—. Ya en breve me pondré a tono...

—¿Eh?

—¡La bebida que te regalaron! No te olvides que también quiero probarla. —Sonrió de manera traviesa.

—Ahhh... —Se agarró la nuca, nervioso.

—Ahhh.

Rápidamente se sentó a su lado. Quiso enfocar el tema, pero no se hallaba cómodo de hacerlo con la soltura que deseaba.

—¿No crees que es muy rápido? Acabamos de cenar y...

Alzó la ceja, interrogativa.

—Tú... tú quieres... —agregó, arrastrando las palabras.

—¿Sí?

—¿Tú...? —Pasó saliva—. ¿Tú quieres hacerlo ya?

—¿Qué cosa?

Volvió a tragar saliva.

—Tener... ¡tener coito!

Ella casi se atragantó por la risa que salió de su boca.

—¡Weit, señor Bragueta Loca! —Puso su mano sobre pecho—. ¿Qué es lo que está pensando tu cabeza aspergiana?

Rodrigo rodó los ojos, avergonzado.

—Como dijiste que querías tomar de esa bebida afrodisíaca, yo pensé que...

Aira soltó una carcajada.

—Ayyyyy, siempre tú tan literal.

Luego de que se hubiera calmado, sacó la manta de su espalda y envolvió a Rodrigo y a ella.

—Si quieres tenemos juegos previos ahora. Así abrazaditos, calentitos, ¿no te parece genial?

Empezó a frotar sus pechos sobre los de él, estimulando la libido de su profesor.

—Bueno, sí...

Rodrigo cerró los ojos para percibir cómo su temperatura corporal aumentaba. Llevado por su instinto, sus manos comenzaron a deslizarse debajo de la polera de ella, sobre su cintura para luego posarse sobre uno de los pezones de ella. No obstante...

—¡Pero no me refería a esto, tontín! —exclamó separándose de él.

—¿No? —preguntó, un poco decepcionado.

Ella no pudo evitar sonreír al ver el gesto de su carita. Le pareció un niño pequeño al que le hubieran quitado un dulce.

—No me equivoqué cuando decidí llamarte Bragueta Loca.

—¿Qué significa eso?

—¿No lo has escuchado antes? —dijo incrédula.

Le parecía imposible que Rodrigo, a estas alturas, siendo un hombre adulto con un trabajo a cuestas, no supiera el significado de aquel adjetivo. Sin embargo, al ver cómo él formulaba el siguiente enunciado, con su sinceridad acostumbrada, se dio cuenta de que no mentía:

—Sí, pero no sé su significado. ¿Es un cumplido acaso?

Tuvo que hacer un gran esfuerzo por no reírse de manera estruendosa.

—Algo así. —Se tapó la boca para evitar carcajearse al seguir viendo la carita interrogativa con la que él la contemplaba—. Pero me refería a que esa bebida, ‹‹Levántate Lázaro››, no solo es afrodisíaca, sino que también pues... ayuda a elevar la temperatura corporal. Entonces... todavía tenía frío... esa bebida me ayudaría a ‹‹desenfriarme››, ¿me entiendes?

Rodrigo abrió ampliamente sus ojos ante su respuesta.

—Ahhhh... —dijo entre aliviado y aturdido.

—Ahhh —lo imitó en un coro que parecía haberse vuelto habitual entre ambos—. ¿Me invitas un poco de ella, porfa?

Él asintió.

De inmediato se levantó, ligeramente avergonzado. Cuando se dirigió hacia su dormitorio, para buscar la bebida en cuestión, no se percató de que la joven lo había seguido.

—Tenemos toda la noche para nosotros, Rodri. —Lo abrazó por la espalda, cogiéndolo por sorpresa—. A partir de ahora podemos hacer el amor tantas veces queramos, pero también podemos, y quiero, disfrutar de cualquier trivialidad de estar contigo. —Entrelazó los dedos de él con los de ella, agarrándolos con firmeza.

—Aira... —La miró de soslayo.

—Extrañaba tanto tener estos preciosos momentos de pareja contigo, ¿sabes? Volver a ser como cualquier pareja.

—Yo también. —Sonrió junto con ella. Iba agregar algo más, pero se había separado de él, tomándolo por sorpresa.

Aira se dirigió a la mesita de noche en donde había colocado la bolsa de sus regalos.

—Peeeeero, antes que todo... —le entregó aquella—, no te me vas a escapar. Vamos, ¡ábrelos de una vez!

Levantó la ceja, aturdido.

—¿Eh?

—Has estado evadiendo todo el día cuando te he pedido que abras los regalos que te di. ¿Acaso no te gusta que te obsequiara algo o qué? —Hizo un gesto de decepción.

—No, claro que no. —Se agarró el cuello con la mano derecha—. Solo que lo había olvidado. Surgió una y otra cosa cuando llegamos aquí que...

—Hey, ¡espera! Antes de eso, quiero que leas lo que tengo aquí...

No le dio tiempo de terminar. Había empezado a romper el papel de regalo que envolvía el primer paquete. Era uno pequeño.

—¡Rodri! —Hizo un puchero.

—¿Qué?

—Te estás saltando el orden de los regalos. Primero va esto y...

—¿Qué más da?

Terminó de romper el paquete. Este exhibía lo que parecía ser un pequeño estuche de fieltro de color gris, con pedazos de tela negra que asemejan unos lentes, otros de color verde que asemejaban unos ojos, para finalmente ser acompañados por uno de color marrón que era ¿un bigote?

—¿Esto es un bigote? —la interpeló, enarcando la ceja.

—Más bien es un intento de emular tu barba incipiente —agregó Aira, no muy convencida—. Pero veo que no me quedó muy bien del todo cuando lo cosí. Creo que debí usar un retazo de tela más delgado. Es que tienes una barba algo rara, ¿sabes? —Le acarició la quijada.

—¿Este es mi rostro? —preguntó Rodrigo, con un gesto divertido.

Ella asintió, complacida.

—Los lentes negros de tela emulan a los tuyos y los botoncitos verdes, pues bueno... tus lindos ojos. —Se encogió de hombros y sonrió.

—¡Qué gracioso! Es la primera vez que me regalan algo así.

—Quise plasmar tu linda carita en un estuche para tu celular diseñado exclusivamente por mí. Aunque también lo puedes usar para guardar tus lentes, si deseas. Tiene un pequeño pega-pega en el interior para asegurar bien lo que se guarde ahí y tiene un tamaño estándar para que tenga más de un uso, el que mejor veas.

Rodrigo se quedó observando el estuche de una manera peculiar, dándole vueltas una y otra vez.

—¿Lo hiciste tú?

—Ajá.

—¡Vaya! Te quedó muy bien.

—¿Te gusta? —preguntó, temerosa.

—¡Claro que sí, Aira! ¡Gracias! —habló muy contento. Ella suspiró, aliviada al ver la radiante sonrisa en su rostro.

Posteriormente, una pequeña caja rectangular, que asemejaba a un libro, era el siguiente regalo que revelar. En ese instante, Rodrigo extendió la mano para hacerse de él, pero ella se lo impidió.

—¿Qué pasa?

Sin darle tiempo, agarró sus lentes y se los colocó sobre ella.

—¡Oye!

Iba a quitárselos, pero la joven alzó la mano para impedírselo.

—Espere un momento, señor Poeta 204. No se desespere.

—¿Ah? —No sabía a dónde quería llegar.

Acomodó los lentes de él sobre su nariz, adoptando una pose intelectual. Tosió, para darse mayor formalidad; pero, cuando su vista se topó sobre la tarjeta que se hallaba sobre el empaque, y la cual no podía leer con nitidez, se retiró de inmediato las gafas.

—¿Cómo se supone que te ayudan a ver mejor? —Se limpió los ojos al tiempo que le devolvía los lentes—. ¡No puedo ver nada con ellos!

—Están graduados para los que sufrimos de miopía. En mi caso, 1.5 en el ojo derecho y dos en el izquierdo. —Se los colocó sobre su nariz—. Si tienes la vista perfecta, no te servirá.

Pestañeó varias veces para luego proseguir con lo que tenía pensado:

—Oh, ya veo. Bueno —carraspeó—, prosigamos, ahora sí en el orden que tenía pensado. Estimado señor Poeta204 Estremadoyro —habló lo más formal que pudo al tiempo que sus cejas se levantaron y se decía ‹‹¿No podía tener un apellido más común?››.

Aira alzó la vista. Él la contemplaba como un niño curioso en su primera clase de primaria. No pudo esbozar una sonrisa, por lo que le pareció que lo mejor sería que le alcanzara la tarjeta para que leyera su contenido.

—¿Qué es esto?

—Léelo en voz alta, porfis.

Rodrigo se encogió de hombros y accedió de buena gana. De forma pausada, como cuando solía recitar los poemas o frases que soltaba en su clase de Literatura, empezó a leer el contenido de la dichosa tarjeta:

Estimado señor Poeta204 Estremadoyro —dijo con una inicial sorpresa—, sírvase la presente carta para hacerle llegar estos regalos de mi parte, hechos con mucho amor y cariño para usted para cada fecha especial que quiero celebrar con usted, hoy el Día del Maestro, también su onomástico... —Carraspeó.

—¿Qué pasa?

—Hay una redundancia, pero esto no es lo peor. —La miró como si estuviera retándola—. Onomástico no lleva ‹‹h›› intermedia.

Ella rodó los ojos y pensó ‹‹¡No tienes remedio!››.

—Sigue, ya después me corriges, ¿ok?

—Pero aquí también falta una coma y...

—¡CONTINÚA!

—Ok... —Arrugó el entrecejo. A Aira le pareció que iba a agregar algo más, pero para su buena suerte no fue así. Siguió leyendo el mensaje de la tarjeta en cuestión. 

Cuando terminó de leer, Rodrigo tenía un gesto indescifrable.

—No sabía si ponerle o no el ‹‹señorita Ansiass››, pero recordé que tú te dirigías así a mí al comienzo... Digo, para recordar los viejos tiempos. —Se encogió de hombros y lo miró con expectación.

Él pestañeó los ojos varias veces al tiempo que se rascaba la oreja derecha, anonadado.

—¿Me has...? ¿Me has enviado este mensaje a Wattpad? Digo —volteó a enseñarle la tarjeta en cuestión—, hasta tiene el color naranja de la página. —Pestañeó varias veces, incrédulo—. Pero estoy confundido, yo cerré mi cuenta hace tiempo y...

Ella sonrió.

—No, tontín. Ese fue un mensaje que diseñé en Photoshop.

—¿Y cómo es eso? —Alzó ambas cejas.

—No es un mensaje real. Lo hice en Photoshop, ya te lo dije.

—¿Sabes usar programas de diseño? —habló evidentemente sorprendido—. Pero recuerdo que con las justas sabías arreglártelas con el Paint para hacer tus portadas en Wattpad; es más, odiabas el diseño, tanto que una vez me contaste que habías querido tirar tu computadora a la basura por la impaciencia que te generaban estas cosas, y fue por esto que le pedí a una lectora que te hiciera una portada para uno de tus poemarios y...

¡Weit! Me subestimas, tontín. ¿Acaso no me aconsejaste hace tiempo que, antes de hacer algo que no conociera, debía buscar en internet guías para ello?

—Sí, pero...

—Incluso una vez me comentaste que, hasta para amarrar los cordones de tus zapatos habías buscado un tutorial en internet. —Rodó los ojos al recordar aquel detalle absurdo de su inquebrantable rutina.

—¡Pero eso fue porque quería aprender a hacer un nudo para que no se me soltaran! ¿Sabes cuántos accidentes te pueden ocurrir si es que te tropiezas por tener las agujetas de tus zapatos desamarradas?

—¡Oh, Dios! —Meneó la cabeza.

—Una vez yendo rápido al colegio casi me tropiezo porque me los había atado rápido y...

—Ok. A lo que voy es que, si tú has hecho uso de tutoriales de internet para aprender cosas tan ridículas... —Rodrigo la miró con desaprobación. Ella simplemente lo ignoró y siguió con su diatriba—: No es tan imposible que yo haya aprendido a hacer diseños sencillos para hacerte esta tarjeta, ¿o no?

—Bueno... —Asintió, incrédulo.

—Eso sí, me la pasé días y días en el Photoshop de mierda con tutoriales para principiantes, en Youtube y en foros de diseñadores. Hasta me dolía la cabeza por el estrés. —Resopló profundo—. El diseño es una lata, ¿sabes? Pero al final, luego de mucho buscar y practicar horas y horas, más o menos me supe manejar. Lo bueno es que encontré un tutorial bastante sencillo que tenía como una especie de plantilla, al igual como cuando puedes simular una charla de WhatsApp. —Retiró por breves instantes la tarjeta de su mano. Luego se la devolvió—. Aunque creo que la letra no es la misma, pero bueno, me sacó de un apuro y cumplió su objetivo, ¿sí?

El maestro asintió, poco convencido.

—¿Eso...? —Tragó saliva—. ¿Eso quiere decir que te diste el trabajo de pasarte horas y horas, haciendo algo que detestas como diseñar frente a la computadora y solo por esto, al igual que cuando hiciste el estuche para mis lentes?

Ella asintió, muy oronda.

—En realidad el estuche no me tomó mucho tiempo. Se me dan bien las manualidades y siempre saco un sobresaliente en el curso de Arte cuando nos encargan un trabajo. Lo más difícil fue el Photoshop de mierda que tiene un montón de botoncitos a hacer clic, que no sé cómo carajos le hacen los que hacen ilustraciones y demás cosas de esas. —Arrugó la frente al recordar lo frustrada que se había sentido al hacer sus pininos en aquel programa—. ¡Mis respetos para ellos! Lo que soy yo, hasta aquí llegan mis intentos como diseñadora. —Azuzó los brazos como si decretara una orden para no dar marcha atrás.

—¡Asombroso! —Observó la tarjeta en cuestión, maravillado—. Es idéntico a un mensaje privado de Wattpad. No parece que lo hubieras hecho tú.

—¿Te...? ¿Te gusta? —Lo miró con expectación.

Volteó a contemplarla, con el ceño fruncido, luego a la tarjeta, en unos segundos de tensa espera que a Aira le parecieron eternos. Finalmente, su rostro se relajó para dedicarle una sincera sonrisa, provocando que la joven suspirara de alivio.

—¡Claro que sí! Vaya detalle el tuyo. —Sonrió complacido. Volvió a observar la tarjeta—. Y ahora que la leo, es como volver al pasado, ¿sabes?

—A los buenos tiempos, ¿sí? —Lo cogió de la mano.

Rodrigo le correspondió el gesto.

—Me ha dado cierta nostalgia... Como cuando recibí tu primer mensaje tiempo atrás. Sé que puede sonar trivial, pero... —su vista se topó con un brillo especial—, este simple gesto me ha traído una melancolía —la miró con adoración—, una hermosa melancolía. Y me doy cuenta de que hemos pasado... hemos pasado por tanto, Aira.

—Un montón de cosas, ¿no?

Él asintió.

—Hace tres años que te conocí y, a pesar de todo lo que hemos vivido, lo malo y lo bueno, creo que no me arrepiento del camino que hemos recorrido juntos.

—Rodri... —Sintió un estrujamiento en su interior.

Él le acarició la mejilla para luego pronunciar:

—Si todo lo malo que nos ocurrió fue para que seas la Aira de ahora, la que es capaz de tomarse el trabajo para regalarme algo hecho por sus manos o tomar tutoriales de un programa de diseño que detesta, créeme, volvería a pasar todo lo que vivimos juntos porque el resultado final vale la pena, ¿sabes?

—Rodri...

—Aira, ¡estás llorando de nuevo! —Alzó sus manos para limpiarle las lágrimas que caían por sus mejillas.

—¡Siempre lo haces, tontín! —dijo para luego darle la espalda e ir a tomar un poco del afrodisíaco que estaba sobre una de las mesitas.

Creyó que aquella bebida le impediría seguir llorando. Pero, cuando experimentó el sabor amargo y caliente de aquella en su garganta, tal cual las lágrimas que seguían cayendo sobre su rostro y que eran limpiadas por él, se dijo que era cierto lo que Rodrigo le había dicho. Luego él la acompañó en la bebida y se envolvieron en una acción más como cualquier otra pareja que se amara. 

Tal cual, en un momento que para muchos parecerían triviales, en una complicidad normal de toda pareja, cualquiera que los viera no creería que habrían pasado por tanto. Pero si todo aquello era necesario para confluir en aquellos deliciosos momentos que ahora se fundían cuando se contemplaba en aquellos ojos verdes que la miraban con adoración, aquellos besos que la devoraban con ambición y aquellas manos que la exploraban con desesperación, valía la pena... Transcurrir aquel camino con baches y espinas, otras con ambrosías y sincronías, para llegar al final de aquel excelso arcoirirs construido a base de su amor y de su perdón, claro que valía la pena. 

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