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❧ Capítulo 21: Sol y Chocolate ☙


Rodrigo arrugó la frente y la miró muy serio.

—¡¿Incesto?! ¿DE QUÉ ESTÁS HABLANDO? —habló en voz alta capturando, ahora sí, la atención de los clientes y vendedores del lugar.

La joven se percató de lo que ocurría. De inmediato, haló de la mano a él más allá, para apartarse de las miradas curiosas y gestos de reprobación ante lo que seguro habían escuchado con nitidez.

—Aira, ¡¿qué te pasa?! —siguió gritando como un desaforado—. ¿Crees que si estuviera seguro de que a ti y a mí nos une un lazo sanguíneo seríamos pareja, menos te haría el amor?

Era tanta la indignación que se había apoderado de él, que no medía las palabras que salían de su boca. Pero, bastó que una pareja de ancianos pasara por su lado, lo mirara con reproche para luego decir ‹‹Estos jóvenes de ahora, van de mal en peor. Exponen sus intimidades sin asco alguno››, que se dio cuenta, por fin, del escándalo que estaba armando.

Nervioso, hizo un intento de sonrisa a la anciana para tratar de calmar las aguas. Mas, solo recibió una señal de desaprobación de aquella, quien luego le volteó el rostro con reproche.

—Rodri, ¡cálmate! No andes hablando de estas cosas tan fuerte. Que la gente nos está mirando...

Lo cogió del brazo para que se tranquilizara.

Contempló con tristeza cómo la pareja de ancianos se iba. Al experimentar la voz de Aira junto a él, con palabras pausadas para que recobrara la cordura, todo volvió a su cauce. Resopló profundo al tiempo que aceptaba de buena gana que ella entrelazara sus dedos con los suyos. A diferencia de antes, estos lucían calientes; los mitones que le había comprado habían hecho su efecto.

—Discul... Discúlpame. —Se tapó la frente con la mano que tenía libre—. Es que... —Meneó la cabeza—. No sé qué me pasó.

—Te espantaste por una simple pregunta que te hice.

—¡¿Cómo no hacerlo?! —La contempló, preocupado—. Después de todo por lo que hemos pasado, aún a pesar de que tenemos una situación delicada porque soy tu profesor, aquello sería el colmo, ¿no crees?

—Rodri... —Lo miró con tristeza.

—Aira —la abrazó muy fuerte, como si su vida dependiera de aquello—, soy tu profesor ahora; puedo perder mi trabajo, incluso la licencia para ejercer la pedagogía en cualquier otro colegio si es que me despiden del Bolognesi. ¿Lo tienes claro?

Ella sintió que un nudo en su garganta la apremiaba.

—Lo sé, malditamente que lo sé, Rodri. —El temblor en su voz la envolvía de pies a cabeza.

Se aferró tan fuerte a él como si no pudiera volver a verlo otra vez.

—Aun así, me estoy jugando mucho en esta relación contigo, a pesar de todos los obstáculos que podamos tener. ¿Y sabes el motivo? Porque nada me importa en este mundo que no sea estar contigo otra vez, ¿ok?

—Rodri... —dijo con la voz entrecortada.

Aquello bastó para que el nudo que Aira había experimentado se intensificara. Miles de mariposas salieron de su interior, golpeándola, envolviéndola y soltándola, al darse cuenta de que... como ella, para Rodrigo aquella muchachita, que lloraba totalmente conmovida por sus palabras y acciones, era lo más preciado en este mundo.

Él notó que deseaba responderle, pero algo la detenía. Cuando se separó de ella para poder contemplarla a la cara, se dio cuenta de que estaba llorando al sentirse tan conmovida por sus palabras. Era tanta la emoción que la embargaba, que solo atinó a apoyar su rostro en la mejilla que él tan gentilmente le brindaba.

—Nada es más importante en mi vida que no seas tú, mi chiquita linda —dijo para luego brindarle su mano derecha para que ella apoyara su mejilla en aquella.

—Tontín, ¡siempre me haces llorar! —dijo al tiempo que cogía la mano de él con la suya, para después sonreír mientras seguía llorando de felicidad al saberse querida, y prioritaria, por aquel joven que la contemplaba con ternura.

Luego de que su respiración se tranquilizara, al tiempo que la conmoción en él se disipaba, decidió explicarle los motivos del porqué se había exaltado de aquella manera.

—Si cometiéramos incesto sería ya el colmo a toda la serie de obstáculos que hemos tenido para estar juntos como ahora.

—¿Eh?

—Es decir, ¿qué más podría ocurrirnos?

Se sentó en una de las pequeñas maderas que rodeaban un jardín de una de las casas aledañas, más allá del puesto de comidas. El estar esperando parado en tanto frío, luego de que sus emociones se dispararan a mil por hora, comenzaba a entumecerlo.

Volteó para ver si el pedido de Aira ya estaba listo, pero la señora todavía se hallaba cocinando. Para su mala suerte, parecía que se había olvidado de ellos y estaba atendiendo a otra pareja que había llegado después. Y así, al mirar por su lado la cotidianidad que lo rodeaba y llevaba a la izquierda, la nostalgia lo tomó de la mano y decidió guiarlo más atrás.

—Hemos pasado por tantas cosas tú y yo...

Se cruzó de brazos y la contempló.

Recordó la primera vez que la había visto, hacía tiempo atrás. Tan risueña por momentos, tan triste por otros; tan expresiva por ratos, tan inexpugnable por otros. Toda ella era una conjunción de contradicciones que había despertado su curiosidad desde que se había posado en sus retinas, a veces en similitudes consigo mismo que lo sorprendían y conmovían, a veces en diferencias que lo cautivaban y atraían. Toda ella era una amalgama de similitudes y diferencias que lo estimulaban, lo llamaban, lo alocaban. Por ella había perdido la cordura tantas veces, salido de su zona de confort tantas veces, realizado actos inimaginables tantas veces.

Sonrió al darse cuenta de que la llegada de Aira en su vida había significado la revolución misma... y él había contribuido de buena gana a ello. A pesar de todos los obstáculos que había tenido delante de sí en su conjugación con ella, nada le había importado. Había querido —y sabido— afrontar todo lo que se le pusiera adelante por estar con ella... y solo por ella.

—Hemos tenido tantos obstáculos... —La miró mientras le dedicaba una sonrisa, construida con una mezcla de ternura, mezcla de lujuria, adornada de cordura, adornada de locura.

Tan contradictoria como siempre, Aira era la única de provocar en él toda aquella amalgama única.

Cuando ella lo oyó, percibió que algo dentro de ella se estrujaba. Pasó saliva. Quiso formularle otra pregunta, pero él se le adelantó al soltarle todos los divagues que lo acometían:

—Asperger, depresión, problemas de comunicación, desconfianza, mentiras... —habló de manera pausada. Aira hizo un puchero, que al principio no lo inmutó—. Diferencia de edad, baja autoestima, malentendidos y ahora soy tu profesor. Si lo analizo bien, nuestra relación desde un comienzo ha sido bastante eh... problemática... pero ¿incesto? ¡Vaya! Tu mente vuela mucho —sonrió—, ¿no crees?

—Dijiste que podríamos ser parientes.

—Pero no me refería a eso.

—¿No?

—¡Claro que no! —alegó ofendido.

—¿Entonces?

—Pues que ahora que sé tu apellido paterno, te tengo que decir que lo compartimos, tontita. —Sonrió de lado y le acarició la cabeza, como si fuera una niña pequeña.

Aira hizo un puchero.

—¿Estás diciendo que te apellidas Gonzáles como yo?

—Algo así. —Sonrió, como si fuera a esconder una travesura, algo no muy típico en él, que a ella le hizo tanta gracia, que tenía ganas de agarrarle de los cachetes. Luego, se acomodó los lentes sobre la nariz y dijo muy orondo—: Aunque claro, como no podía ser menos, el mío está bien escrito, a diferencia del tuyo.

—No entiendo. —Arcó la ceja, incrédula, preguntándose a dónde quería llegar con su pose de sabihondo.

—Si mi padre biológico me hubiera reconocido, mi apellido sería González, con doble ‹‹z››. El tuyo, erróneamente, es Gonzáles, con ‹‹s›› al final, porque es una derivación de la mala pronunciación, durante el Virreynato, de la ‹‹z››, que suena como una ‹‹s›› en este lado del mundo.

—¿Ah? —dijo con la quijada totalmente abierta.

—Lo investigué hace tiempo, cuando descubrí cuál era tu verdadero apellido —la miró como quien retaba a un niño, a lo que ella puso una carita de ‹‹Yo no fui››—, y resultó que tenía esa peculiaridad. Y recordé cuando...

—¿Investigaste sobre la heráldica de mi apellido?

—Claro. Ni bien pude, luego de nuestro reencuentro, lo hice de inmediato.

Ella hizo un gesto triunfal.

—¿Eso quiere decir que estabas pendiente de mí desde que nos reencontramos? —preguntó ansiosa.

—¿Eh? Bueno, yo...

—¡Te pillé! Estabas pendiente de mí —agregó con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Cómo?

—¿A pesar de que, desde un comienzo, me dijiste que mantuviéramos la distancia de ser solo alumna y profesor, estabas muy al pendiente de todo lo que tuviera que ver conmigo o no? —habló sonriente, como si lo hubiera descubierto haciendo una travesura.

Rodrigo pasó saliva. Hizo un gesto de incomodidad y se puso rojo. Iba agregar algo más, pero ella volvió a abrazarlo, por la ternura, y complacencia, que la invadía.

Para tratar de mantener el poco orgullo que le quedaba, de inmediato, vio conveniente cambiar de tema.

—A lo que yo iba...

Carraspeó. Aira se alejó de él, lo suficiente para contemplarlo y dedicarle una mirada de ‹‹Te descubrí››, a lo que él volvió a sonrojarse de nuevo.

—Si mi padre biológico me hubiera reconocido, ahora seríamos parientes por tener el mismo apellido. Por otra parte, debido a curiosidades de la vida, al informarme que tu familia materna es del norte, la mía también lo es, por lo que es posible que pudiéramos estar emparentados, aunque nuestros apellidos maternos sean distintos.

—¿Tu familia también es del norte?

Él asintió.

—Vayas coincidencias.

Le sonrió. Él hizo lo propio, aunque en su inexpresivo rostro, era más un atisbo de sonrisa.

—Pero si te soy sincero, no estoy tan seguro de esto último... —Ladeó la cabeza, pensativo—. Nuestros apellidos maternos son distintos. Aparte, las haciendas que tiene mi familia materna son de propiedades que heredaron de un bisabuelo alemán.

—¿Tienes ascendencia alemana? —habló, bastante sorprendida.

—Sí. Italiana, española, alemana y supuestamente inglesa...

—¡Guau!

Su rostro hizo una mueca de tristeza.

—O, mejor dicho, estadounidense. El padre de mi madre, que nunca la reconoció, era un gringo de apellido Wright —pronunció como si la garganta le quemara.

—Es genial que tengas tantas mezclas. Con razón tienes esos ojazos, un elegante porte, eres tan guapo y... —Alzó la mano para acariciarle la mejilla, muy orgullosa, creyendo que él se sentiría igual por sus palabras, pero...

—A mi madre le pasó lo mismo que a mí —continuó cabizbajo—, nuestro verdadero padre nunca nos reconoció.

Ella se le quedó contemplando con lástima. Su mirada estaba perdida en un costado, evocando aquellas tristezas que se albergaban en su corazón. De inmediato, Aira decidió cambiar de tema, volviendo a lo que él le había planteado en un inicio.

—¡Me alegra que no seamos de verdad parientes! Digo, a todos los obstáculos que has mencionado que hemos tenido, si le pones el incesto sería la guinda al pastel.

—¿Quieres comer pastel? Pero si ya has pedido cachanga.

Volteó a ver si la señora había terminado su pedido, pero ahora ahora estaba atendiendo, otra vez, a unos clientes que habían llegado después de ellos. Se le pasó por la cabeza acercarse a reclamarle, pero Aira lo distrajo con su charla.

—Lo dije en sentido figurado, tontín.

—Ahhhh.

—Ahhhh.

—Con tantos obstáculos que tendríamos en nuestra relación parecería una de esas novelas de romance de Wattpad que lee mi hermana. —Rodó los ojos, fastidiado.

Ella arrugó las cejas.

—¿Qué clase de novelas lee? —Rió.

—Todas las de romance posible. —Rodó los ojos e hizo un gesto de desaprobación—. Se la pasa leyendo siempre. Creo que se devora dos o tres historias por semana.

—Ya veo. —Hizo una pausa—. ¿Sabías que Nozomi7, la embajadora que nos hizo de intermediaria hace tiempo, tiene una novela sobre incesto?

—¿En serio? —Alzó la ceja.

La joven asintió.

—¡Vaya! No sabía que escribiera sobre eso.

—Yo la sigo, así que por eso sé. La historia está buena. Pero quitando eso, ¿te imaginas si nuestra historia fuera una novela en donde todos la leyeran?

A él no le hizo gracia la idea.

—¿Y si descubrieras que, de verdad, nos une un lazo sanguíneo, me dejarías? —Lo miró con ansiedad.

A él le pareció un cachorrito que lo miraba detrás de una vidriera, buscando ser adoptado.

—Sería una situación muy difícil. —Resopló profundo para luego agregar—: No quisiera estar en una posición de ese tipo. Llegado a este punto, y por todo por lo que hemos luchado para volver a estar juntos, me sería muy difícil volver atrás y volverme a separar.

—Rodri...

—Definitivamente, ya no me quiero volver a separar de ti. —La cogió de la mano y entrelazó los dedos con los suyos, dedicándole esa mirada de devoción y ese atisbo de sonrisa, que para muchos sería insignificante, pero que para ella significaba la dicha misma.

Aira tuvo unas ganas inmensas de lanzarse a los brazos de él y de abrazarlo, confesarle aquello que la atosigaba desde hacía tiempo atrás. Si se mostraba tan dispuesto, incluso, de hacer frente a una situación tan difícil como la de un supuesto incesto, esto significaba que Rodrigo estaba dispuesto a hacer frente a todo y a todos para estar con ella.

Ahora era el momento oportuno de confesarse, de sincerarse, de mostrarse. Seguro se sorprendería, seguro se mortificaría, seguro se enojaría. Pero, llegado a este punto, en el que aún ni el más frío viento helado que la envolvía permitía que su corazón se congelara, se sintió envalentonada. Al reflejarse en su mirada, al erizarse por su respiración, al entrelazarse entre sus dedos y sus vidas que parecían tener más que simples coincidencias, sino sincronías que los habían unidos desde su pasado, su presente y su futuro, ella se sentía con confianza al experimentar la calidez que le brindaba a su corazón. Hoy más que nunca, sintió que el frío había desaparecido totalmente de su vida, gracias a la luz y calor que Rodrigo, como un sol, le otorgaba para, por fin, sincerarse con él. No obstante...

—Pero... No sabría qué hacer si algo más se opusiera entre ambos. —Miró para un costado, incapaz de enfrentarla—. ¡No sé si podría enfrentar más obstáculos! —añadió ansioso y con el rostro compungido—. No te enojes, pero —agregó, cabizbajo—, cuando pasaron mis vecinos me invadió un pánico, que no tienes idea, ¿sabes? Y el que alguien me vea a tu lado es tan... —Puso una mueca de desagrado, que en un primer momento fue malinterpretado por ella.

—¿Tienes miedo o vergüenza de que nos vean juntos? —Arrugó la frente.

—No, claro que no. —La abrazó muy fuerte para luego agregar—: No es que tenga vergüenza de estar contigo es solo que... Si alguien...

Miró a ambos lados y bajó la voz. Percibía cientos de ojos sobre su espalda, aunque la realidad fuera que cada uno de los transeúntes estuviera concentrado lo suyo.

—Si alguien —su voz estaba temblorosa— se entera de que eres mi alumna y que eres mi enamorada, ¡yo no sabría qué hacer! —Se llevó las manos a la cabeza—. ¡Podría perder mi empleo, Aira! Y no me puedo dar el lujo de hacerlo, ¿ok?

—Rodri...

—Mi padre ya no me ayuda como antes. Si bien percibo parte de unos alquileres que tiene, la cuota de la hipoteca del departamento que he adquirido es alta y todo porque la compré para pagar en diez años.

—¿Diez años?

—A pesar de ser tan joven y ser solo asistente de docencia en mi universidad entonces, como fui avalado por mi padre, me otorgaron la hipoteca, pero para no ser una molestia para él, ya que ya sabes que nuestra relación es muy tirante —ella asintió—, quise pagarlo en el menor tiempo posible y bueno... —Hizo una mueca de resignación—. Pero lo peor no es eso, sino que, si se enteran de lo que tú y yo tenemos y me despiden, no sé si podría conseguir empleo como maestro en otro sitio, ¿me entiendes?

Ella ladeó la cabeza, preocupada, al imaginarse la situación.

—Incluso, como entonces estaba soltero y sin ganas de tener pareja, me dije a mí mismo que qué más daba si me ajustada los bolsillos para poder pagar una cuota mensual alta.

—¿Eso quiere decir que ahora tienes muchos gastos?

—No tanto así, pero si te volvieras a desaparecer repentinamente... —Ladeó su rostro y le dedicó una tierna sonrisa—. No sé si ahora podría pagarle coimas a los policías de la DIRINCRI para que me ayudaran a ubicarte.

Aira sonrió al recordar lo acontecido y cómo sus arrebatos habían provocado que el siempre bienintencionado Rodrigo apelara a medidas extremas.

En ese instante, sintió que todo el conjunto de confesiones que se moría por hacer, la apretujaban, la golpeaban, sin darle posibilidad de levantarse. Mas, para evitar que se volvieran a dar situaciones tan delicadas como las antes descritas, en gran parte debido a su culpa, se resolvió a hacerse a sí misma, y a él, la siguiente promesa:

—Te juro ya no voy a volver a actuar así, como antes —dijo con tristeza. El respirar se le hacía dificultoso—. Trataré... —Intentó pasar saliva, pero era inútil—. Trataré de... de dar lo mejor de mí para no causarte mayores disgustos, ¿sí?

Le tocó la mejilla.

—Lo sé. Ahora te noto más madura.

Ella cogió su mano y como antes, volvió a derramar más lágrimas, mezcla por sentirse conmovida por su confianza, mezcla por sentirse incapacitada por sincerarse como quería.

Iba a añadir algo más, pero no podía. El nudo en su garganta era tan grande, que se preguntó si el frío del invierno no estaba haciendo estragos en su estado de ánimo y estaba más sensible que de costumbre. Aunque si lo miraba desde otra perspectiva, no era para menos; cualquiera que hubiera pasado por todo lo que ella había experimentado a su corta edad, y que no podía plasmar en palabras lo que su aquejumbrado corazón quería confesar, se vería menguado en ese instante.

¿Confesar? ¿Poner en peligro su trabajo? ¿Sincerarse? ¿Jugar con fuego? Era toda una amalgama de contradicciones que, como antes, se conjugaban en ella, aunque en esta ocasión no tendría la oportunidad de ser apreciada por Rodrigo como minutos atrás.

De pronto, la señora del puesto de comida gritando, gritándole para avisarle que ya estaba listo su pedido, la distrajo de su tortuoso trance.

—¿Puedes...? ¿Puedes ir tú, porfis? —le indicó al tiempo que se limpiaba con la manga de su casaca—. No quiero que me vean llorando. ¿Qué pensarán de mí?

En un primer impulso, Rodrigo se hubiera negado. La sola idea de, pagar y recibir una comida que no hubiera sido hecha con las mínimas condiciones de salubridad, era rechazada por él. Mas, al ver cómo la joven seguía derramando lágrimas y recordar que, le había dicho que no le gustaba que la gente la viera en la calle como un bicho raro cuando lo hacía, terminaron por convencerlo.

Dejó a su alumna en el murito del jardín en donde se habían apoyado. 

En menos de un minuto, ya tenía a Rodrigo con ella y con su cachanga. Y no solo eso... Para reconfortarla, del frío y demás, traía con él un chocolate caliente, que le había comprado a los venezolanos de la esquina.

—¿Y esto? —Cogió su bebida con cuidado.

—¿No dijiste antes que te has vuelto adicta al chocolate? —Se sentó a su lado.

—Ajá, pero...

—Pues estás llorando mucho. Definitivamente, necesitas de más serotonina, dopamina y endorfina.

—Rodri... —dijo totalmente conmovida. y sonriendo, mientras seguía derramando más lágrimas, pero ahora de felicidad.

—Aunque primero se me ocurrió comprarte una barra, pero ya que hace frío y el señor de la esquina —indicó con su dedo al vendedor que se hallaba metros más allá—, cuando fui a recoger tu pedido, me ofreció chocolate caliente. Así que me dije...

No lo dejó terminar. Dejó su comida a un costado y se lanzó a sus brazos al tiempo que decía ‹‹Te quiero mucho››.

******

—¿Por qué has insistido en caminar con tus heridas? Podríamos haber tomado un taxi, Aira.

Luego de comer su cachanga, se encontraban en un parque que serviría como atajo para llegar al departamento de Rodrigo.

—Cuando fuimos a la ida, el taxi nos trajo al toque, ¿no?

—Sí, pero...

—¿Cuántas cuadras hay de aquí a tu casa? ¿Tres o cuatro?

—Cuatro y media para ser exactos. —Se acomodó los lentes en su nariz—. Si tomamos en cuenta el Pasaje De Las Heras, pues es una media cuadra más.

—Tan sabihondo como siempre. —Rodó los ojos—. Pero si caminamos lento, no hay problema. No quiero que gastes en taxi, viviendo aquí a la vuelta. Más bien, ¿nos detenemos un rato? —Aprovechó para acomodarse en una de las bancas que había ahí. Esta tenía una especie de techo acomodado por diversas flores que a ella le parecieron peculiares.

—Bueno...

—Rodri, dime una cosa.

—¿Qué?

—¿Piensas...? —Ladeó la cabeza. El gélido viento del invierno empezó a envolverla de nuevo. Levantó el vaso de chocolate para fijarse si, por fin, se había enfriado lo suficiente para beberlo. Cuando había intentado beberlo en un primer instante, había estado tan caliente, que optó por esperar a que se enfriara—. ¿Piensas que soy una llorona? Hoy no sé qué me pasa, pero estoy más sensible de la cuenta.

—Bien, sí, has llorado, pero no es algo a lo que no esté acostumbrado contigo. —Se encogió de hombros—. Digo, siempre has sido muy llorona.

—¿Y aún así me has aguantado todo antes y lo estás haciendo ahora?

Él la observó como si estuviera contemplando a una niña pequeña a la que tuviera que darle una gran enseñanza.

—Una de las cosas que más me gustan de ti, y que te dije antes, es tu sentido del humor. Siempre tienes cada ocurrencia que me haces reír. —Hizo un esbozo de sonrisa.

—¿Tú crees?

Rodrigo asintió.

—Pero si solo quisiera estar contigo por las cosas buenas, implicaría que no tengo contigo un compromiso de pareja de verdad.

—No entiendo... —Enarcó la ceja.

—Tú insististe en regresar conmigo, aun a pesar de que te pedí que nos mantuviéramos distantes, ¿cierto?

—¿Sí? —dijo poco convencida.

—Tu persistencia consiguió que me sincerara en mis sentimientos. —Cogió su mano izquierda con firmeza—. Adquiriste un compromiso conmigo, a pesar de mi rechazo inicial, y yo no puedo serlo menos ahora contigo.

La joven experimentó que todo un torrente de emociones la envolvían, obligándola de nuevo a llorar. Mas, para no sucumbir ante ella, tomó del vaso de chocolate. Parecía, ahora sí, que se había enfriado lo suficiente para beberlo. Sin embargo, lo siguiente que le diría Rodrigo, terminaría por doblegarla, de nuevo, en sus intentos por no llorar:

—Querer a alguien implica no solo estar en sus momentos de luz, sino en los de oscuridad. Como el sol... —Le mostró la pulsera de hilos rojos que tenía el dije del símbolo chino del sol colgando—. Quiero iluminarte en tu oscuridad, cuando estás triste y lloras, Aira.

Todo el torrente de emociones que experimentaba terminó por vencerla. Lágrimas intensas empezaron a salirse de sus ojos al tiempo que decía:

—Tontín, ¡siempre me haces llorar! —dijo por segunda vez.

Cuando hubo de calmarse, bebió del vaso, al fin. El chocolate tibio entró por su garganta, otorgando la suficiente calidez que su cuerpo necesitaba, al tiempo que las palabras de Rodrigo prodigaban de calor a su corazón.

A pesar de hacer mucho frío, aquella noche, después de mucho tiempo, tanto el cuerpo como el alma de Aira experimentó una sincera calidez, la cual añoraba desde hacía meses atrás. 

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