
Capítulo 21. Entendimientos y Promesas [Primera Parte]
—Ya no solo lees mis conversaciones con Noelia a mis espaldas, sino que también me espías y...
—¡Espera un segundo! —se apresuró en interrumpirlo, pero fue en vano.
—¿Hasta cuándo vas a tener esa actitud tan inmadura? —habló al mismo tiempo que ella.
—¿Me dejas explicar? —Alzó la voz para hacerse escuchar.
No le contestó, pero sus gestos no verbales lo hicieron por él: la miró con el ceño fruncido y meneó la cabeza varias veces en señal de desaprobación. Finalmente, le dio la espalda y se dirigió a la cocina para preparar el almuerzo:
—¡Oye, no me dejes con la palabra en la boca! —exclamó Aira al tiempo que lo perseguía.
—No me interesa lo que tengas que decirme.
Rodrigo sacó dos paquetes de tallarines de las bolsas. Los había comprado al recordar que a ella le encantaba los tallarines a lo Alfredo, aunque ahora no estaba muy animado en preparárselos.
—Siempre es lo mismo —agregó, con la cara triste.
—Rodri...
—¿Por qué siempre tienes desconfianza de ella, Aira? —La contempló, entre serio y decepcionado.
Dejó los tallarines a un costado. Se preguntó qué debía hacer o decir para que la joven tuviera, por fin, confianza en él.
—Tengo motivos de sobra para desconfiar de esa.
Él no contestó. Solo entrecerró los ojos, fastidiado.
—Te besó en tu fiesta de mierda y fue el motivo para que nos separáramos, por si no lo recuerdas...
—¡¿Crees acaso que no lo sé?! —la interrumpió alzando la voz, encarándola. Había llegado casi a su límite.
Aira se sorprendió.
—Soy mayor que tú. Es normal que, antes de conocerte, ya hubiera tenido enamorada.
—Sí, y por eso tuviste que besarla años después o, de todas las tiendas de Lima, acudir a la de ella, ¿no?
—¡Basta, Aira! ¿Cuándo vas a dejar este tema atrás?
—Uhm...
—Todas las personas podemos tener una, dos o más parejas antes de una nueva. ¡Tienes que aceptarlo y no tener esos celos tan enfermizos!
La miró esperando una respuesta afirmativa.
—Si fuera por mí, te hubiera conocido virgen y sin experiencia alguna.
Él pestañeó los ojos varias veces, asombrado. Cuando se dio cuenta de que la joven no coincidía con lo que le decía, contraargumentó:
—Si no fuera por lo que pasé con mi ex, no sería la persona que soy actualmente y de la que te enamoraste.
—Ay, siempre tan humilde tú —dijo cruzándose de brazos y sonriendo con ironía.
—Soy producto de las experiencias, buenas y malas, que tuve, ¿entiendes? Y me gusta cómo soy, y a ti también, sino no te hubieras fijado en mí.
‹‹Siempre Don Perfecto y su vanidad››.
Ella resopló, decepcionada. Se dio cuenta de que razonar con él, en ese tema, era imposible.
Harta de no verle sentido a la conversación, se retiró de la cocina hacia el dormitorio de él, dejándolo confundido. Quería echarse a descansar, estar sola. Quizá pensar en alguna estrategia para convencerlo de que tenía razón al sentirse celosa de Noelia.
Cuando menos se dio cuenta, Rodrigo la atajó y le preguntó el porqué se había ido, dejándolo con la palabra en la boca.
—¿Acaso no lo hiciste tú antes conmigo?
—¿Cómo?
—Pues te lo devuelvo. Quédate hablando solo. —Se tapó el rostro con una de las almohadas.
Él arrugó la frente, decepcionado.
—Quería decirte que, así como yo he madurado y te gusta el Rodrigo que soy ahora, a mí me gustas más que la Aira de antes.
Volteó a contemplarlo. Lo último que había dicho había capturado su atención.
—Eres una Aira madura para varias cosas, como cuando has aceptado ir al psicólogo y contarle de tu dependencia conmigo, o has insistido en que debo decirle a mi doctor sobre mi fobia a los llantos de los bebés.
—Así es —dijo, muy orgullosa.
—Aunque a veces tienes unas reacciones como esta que me decepcionan.
Suspiró, todavía poco convencida.
—Entiéndelo, por favor —continuó—. No se puede cambiar el pasado. Soy lo que soy por lo que he vivido, pero también quiero un presente y un futuro contigo... y eso es lo que realmente importa, ¿no crees?
Después de reflexionar por breves segundos lo que le decía, llegó a una conclusión. Ella también había cambiado, bien o mal, gracias a las experiencias que había tenido. En cierto modo, incluso, se sentía orgullosa de haber sabido hacerle frente a su depresión, de haber mejorado como persona, e incluso de haber podido reconquistar a Rodrigo, aún cuando parecía todo perdido.
—Tienes razón, Rodri.
—¿En serio? —preguntó con los ojos muy abiertos, ilusionado.
Ella asintió.
—Entonces —continuó—, ¿por qué siempre tienes que traer a Noelia a colación? ¿Acaso no te he demostrado que me interesas al regresar contigo?
—Sí... —lo cogió de las manos—, claro que sí. Y estoy muy feliz porque lo hicieras, pero...
—¿Por qué esa desconfianza, Aira? ¿Por qué? No quiero volver a tener los malentendidos de antes, quiero que haya confianza entre nosotros. ¿Acaso no lo hemos hablado?
—Sí, pero...
Se cruzó de brazos y volteó su vista hacia un costado, avergonzada.
—Lo de la tienda fue casualidad, ¿ok? Había ido con Ani a comprar unas cosas. Te vimos y se notaba, a leguas, que ella estaba muy interesada en ti —habló, cabizbaja. Se acarició el codo del brazo izquierdo con la mano derecha, dubitativa de continuar—. Para entonces estaba muy triste y desilusionada porque pensé que te había perdido para siempre. Tú ya me habías dicho que no querías que me acercara a ti, ¿te acuerdas? —Lo miró suplicante y con los ojos llorosos.
El corazón de Rodrigo se encogió. Al ver los ojos brillosos de ella en ese instante y relacionarlo con la jovencita que le había reprochado esa tarde en su oficina, y a la que había hecho llorar por su culpa, agachó la cabeza, avergonzado.
—Lo siento. No quise hacerte daño en ese momento. Solo estaba... confundido.
Se rascó la cabeza. No sabía si aquella palabra describía con precisión toda aquella maraña de sentimientos contradictorios que lo agolpó durante meses.
—El tema es que —ella pasó saliva—, creo que tengo unos celos que no son normales... sí. Porque es cierto lo que dices, que toda persona tiene un pasado y es inevitable que sea así...
Rodrigo la miró, agradablemente sorprendido al ver la confirmación en su cambio de actitud.
—Pero, si lo pienso bien —frunció el ceño—, tenía/tengo mis motivos, ¿ok? Con lo que pasó antes de nuestra separación, no me puedes pedir que no tenga inseguridad por culpa de ella, ¿entiendes?
—Aira...
—Entiende, nuestro triste pasado... para remate, tú me habías rechazado. Es normal que esa vez en la tienda los haya espiado y lo vi... ¡Lo vi, Rodri, no exagero!
Lo contempló, preocupada. Todo su cuerpo le rogaba que le confirmara que sus temores no eran infundados.
—¡A ella todavía le interesas!
—Aira...
Meneó la cabeza tratando de restarle importancia a lo que la joven decía, pero lo siguiente que afirmó le hizo concluir que podría estar equivocado:
—Quizá no te das cuenta por tu Asperger, pero se nota —suplicó con voz temblorosa y los ojos llorosos—. Se nota, ¿ok? Por cómo te mira, cómo te habla... Sus gestos no verbales al inclinar su cuerpo hacia ti...
Un ardor empezó a fraguarse en su interior al recordar la escena de la tienda. De inmediato, sacudió su rostro, como negándose a que aquel sentimiento tortuoso invadiera todo su ser.
Lo cogió de las manos y lo miró con los ojos llorosos. Con esto, minó por completo la desconfianza que el profesor podría tener respecto a sus celos infundados.
—Me costó mucho recuperarte y tengo miedo de que vuelva a perderte.
Comenzó a llorar.
—Aira...
Él se agachó y tomó su rostro sobre sus manos. Empezó a recoger las lágrimas que caían sobre sus mejillas, para calmar sus ruegos y conceder sus deseos con determinación.
—No quiero volver a perderte, Rodri. ¡No quiero! ¡Por favor!
—-Pero yo no estoy interesado en ella. Solo te quiero a ti.
—¿En serio? —preguntó
—Sí —contestó con paciencia, asintiendo varias veces.
Ella soltó un ligero hipido al tratar de regularizar su respiración.
—Y si te digo... —Hizo una pausa—. Y si te digo que quiero que te alejes de tu ex, ¿sería mucho pedir?
Rodrigo hizo una pequeña mueca de fastidio.
—¿Acaso no confías en mí?
—Sí, pero... la vez pasada te emborrachaste y mira lo que pasó. Confío en ti, pero no en ella, ¿entiendes?
—Aira...
—¿Por favor? —Se aferró fuerte a su mano derecha, como si su vida dependiera de ello.
Él frunció el ceño. Mas, cuando se contempló en sus ojos llorosos, tuvo un déjà vu.
Recordó el inmenso hueco de vacío, de temor y de oscuridad que lo había asaltado aquella tarde, antes de su despedida en su primera reconciliación. Recordó también cuando su ser le quemaba cuando Caballero se le acercaba, aún cuando se sentía seguro de lo que ella sentía por él. Y fue ahí que se dio cuenta de que Aira podría tener razón.
Empatizó. Comprendió. Y asintió.
La besó con ternura en la frente para tratar de calmar sus miedos. Si todavía quedaba un resquicio de aquello, bebió de sus temores que caían como una catarata de miedo por sus ojos. Descendió a acariciar con su boca sus mejillas, para tejer en ella la confianza que le pedía. Selló en sus labios una muestra del inmenso amor que le tenía, que le otorgaba, al fin, la seguridad que ella tanto necesitaba.
—Está bien. Te prometo que me alejaré de ella —afirmó, observándola de tal manera amorosa a los ojos, para que la joven se sintiera tranquila, pero, sobre todo, confiada.
—¿De verdad? —preguntó, entre temerosa y feliz.
—Sí —dijo sonriendo, con paciencia y tranquilidad.
El abrazo de alegría inmensa que ella le brindó lo tomó de tal sorpresa, tal que provocó que se cayera a la cama. Cuando la tuvo encima de él, acarició el flequillo que cubría sus ojos y se lo acomodó detrás de las orejas.
—Eres una llorona —afirmó mientras terminaba de limpiar sus lágrimas.
—¡Malo! Siempre me haces llorar.
—Y también eres una gritona. —Sonrió con picardía.
Aira se sonrojó. Cuando se dio cuenta a qué se refería, agarró una de las almohadas que tenía a un costado y le cubrió la cara con aquella.
—¡Tonto!
Rodrigo rió como ella no lo recordaba desde hacía tiempo. Luego se carcajeó con él. Adoraba estar de esa manera juntos. Sin necesidad de mentir. Solo sentir y confiar, por fin.
Ambos se abrazaron. Se besaron. Y de nuevo se amaron, pero ahora con una promesa que se afirmaba como fuerte base en su proceso de maduración y de confianza mutua que tanto necesitaban.
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