Capítulo 20: Recuerdos y Rechazos [Segunda Parte]
El silencio que se percibía en el ambiente era resiliente... de cierta manera. Rodrigo estaba dispuesto a dejar entrar un pasado al que le había cerrado la puerta, aunque prefirió solo dejarla entreabierta.
—Nunca he hablado mucho de aquello...
Ladeó su cabeza de un lado a otro.
—Pero, ¿podré hacerlo?
Su vista recorría la habitación.
—No sé si seré capaz de...
Trató de encontrar un punto que lo conectara a aquel momento que había enterrado, pero se había equivocado.
—No puedo. ¡Simplemente no puedo! —gritó al tiempo que todo tembló.
—Rodri...
Alzó su mano para tratar de calmarlo, pero él no la escuchaba. Al contrario, de pronto, unos sonidos de llantos erizaron su piel. Como un primer impulso, se sentó en el suelo y se volvió a tapar los oídos. Empezó a balancearse de adelante hacia atrás. Era un vaivén trepidante e indulgente.
‹‹¡CÁLLATE! ¡CÁLLALA! ¡CÁLLENSE!››, volvió a sonar en sus oídos.
—¡CÁLLATE! —Sus tímpanos se quebraron.
—¿Qué te pasa? —preguntó ella, temblorosa.
Se alejó de él, frustrada.
Se preguntó qué podía hacer para ayudar a mejorar la situación, pero no se le ocurría nada. Él parecía ido, inmerso en un oscuro manto de miedo, temor y desesperación.
‹‹¿Siempre va a ser así? ¿Reaccionará de esa manera tan violenta cuando algo lo molesta? Si solo hablé de una posibilidad, ¡de una maldita posibilidad!››.
Suspiró para dejar escapar su frustración al tiempo que buscaba una solución.
‹‹Sé que por su Asperger todo es difícil, pero...››.
De pronto, los ojos de Rodrigo se toparon con los suyos. ¡Y ahí tuvo un déjà vu , sino dos!
Recordó el pánico que le había visto aquella mañana de Año Nuevo, ante el sonido de las llantas de un camión. Recordó el miedo que experimentaba su hijo cuando le pedía que no se fuera de su orfanato. Recordó sus objetivos, sus sueños, su prioridad:
‹‹Mami››.
‹‹¡Noooo!››.
‹‹¡No me dejes!››.
—¡DÉJENME EN PAZ! —gritó Rodrigo al tiempo que seguía balanceándose sin parar.
‹‹¿Dejarte en paz?››, pensó.
Se limpió, con determinación, las lágrimas que habían caído. Había tomado una decisión.
‹‹Si te dejo en paz, dejaría a Marquitos también y les fallaría a los dos››.
Frunció el ceño al tiempo que lo contempló.
‹‹Sí que hay que tenerte paciencia, pero bueno. Ya suficiente la he cagado antes, como ahora hacerlo más››.
Sonrió.
—Rodri, tranquilo, estoy aquí contigo.
—¡CÁLLENSE! —Se apretó los tímpanos para acallar aquellos sonidos que no lo dejaban en paz.
Quiso volver a gritar para sintonizar su voz con ellos, pero... pero, algo lo detuvo. Las palabras recientes de Aira, junto con el firme abrazo de ella por su espalda, ahogaron su voz, disminuyeron su voz, tranquilizaron su voz.
—¡Cállense, por favor! —dijo en casi un susurro.
Sus ojos estaban empañados. Sus recuerdos estaban de nuevo mostrados, pero solo una parte de ellos decidió que fueran expresados.
—Rodri... —Lo cogió de las manos
Él la observó, implorándole comprensión... y la encontró:
—Si no me dices qué te pasa —continuó la joven— y por qué reaccionas de esta manera, no voy a poder entenderte, ¿ok?
Confirmó, pestañeando varias veces los ojos.
—Sé que por tu Asperger tus reacciones son un poco fuera de lugar, y está bien. Así te acepté y así me enamoré de ti —acarició su quijada con ternura—, pero eso no quiere decir que no me sienta mal cuando reaccionas así.
—¿Qué...? ¿Qué quieres decir?
—¿No me contaste que estabas viendo a un psicólogo?
—S-sí.
—Pues tienes que contarle cómo has reaccionado ahora, y solo porque hablé de una posibilidad de tener hijos —finalizó su oración con una amargura en la última palabra, por la vergüenza que tenía de sí misma—. Me asusta, me frustra, pero lo peor, me duele cuando reaccionas así... y es algo que debes trabajarlo con él.
La observó tratando de encontrar clara la situación, y cuando ella hizo la similitud a continuación, encontró la solución:
—¿No me dijiste más de una vez que te causaba tristeza, impotencia y frustración cuando me veías con depresión?
—Sí.
—¿Y que a veces te dolía cuando, por culpa de mi depresión, con mis acciones te hacía daño, como cuando malentendí todo en mi cumpleaños?
—También.
—Pues lo mismo, Rodri. Lo que yo tengo me afecta, te afecta; y tú, a mí; aunque no querramos. Y es algo que debemos revertir... Yo estoy tratándome con una psicóloga porque quiero mejorar mi depresión y no quiero cometer los errores del pasado que antes te dañaron. ¡Tú debes hacerte ver esas reacciones para controlarlas! —Resopló—. Dime algo:
La contempló, interrogativo.
—¿Tu psicólogo sabe que reaccionas así por una simple posibilidad de tener hijos?
—No.
—¿Puedo saber el porqué?
El ambiente alrededor de él se enfrió. La buscó con desesperación tratando de encontrar calefacción.
—Porque, si no sé qué es lo que te pasa para poder entenderte, me vas a volver a hacer daño cuando te pongas así por cualquier otra tontería, ¿ok? ¿Tú quieres acaso verme llorar de nuevo?
—¡Claro que no!
—Entonces, cuéntame lo que te pasa. Ayúdame a ayudarte, así como lo haces tú con mi depresión. —Le estrujó las manos—. Por favor...
Rodrigo respiró hondo. Se levantó del suelo. Caminó con pasos casi firmes y se sentó en la cama.
Decidió abrirle su corazón, aunque sea a medias. Total, la joven ansiaba, se merecía respuestas... si bien no se expresase en sus palabras todo aquello que lo atosigaba. Debía madurar, debía sanar, debía superar... pero poco a poco, no todavía, por lo menos, aún no podía.
—El sonido... de un bebé llorando es para mí... ¡insoportable!
Tenía el rostro cabizbajo. Las manos se le estrujaban con tal intensidad, para tragar de menguar en algo su aborchonamiento.
Aira pestañeó los ojos, incrédula.
—¿Por eso no quieres tener hijos? ¿Porque un llanto te pone nervioso...?
—¡No puedo ni escucharlos en televisión! —Se volvió a cubrir las orejas con las manos—. El llanto de un bebé es para mí como el de las llantas de un camión y...
El temblor recorría todo su cuerpo. De solo volver el recuerdo que escarapelaba su vientre, su corazón latía a mil por hora. Volvió a balancearse de atrás hacia delante. Trató, todavía en vano, de calmarse apelando a terapias de relajación.
La tristeza, en el rostro de ella, la pintó por completo. Por más que pudo, la desilusión la invadió al imaginarse el posible cuadro que tendría meses después, cuando se enterara de la verdad.
‹‹¿Eso quiere decir que, cuando conozca a Marquitos, lo rechazará? ¿De verdad? ¿Mi bebé nunca tendrá oportunidad?››.
El nudo en la garganta de Aira pugnaba por vencerla. Mas, lo siguiente que el joven habló, le dio la oportunidad de una solución:
—¡Mi madre sufrió depresión posparto!
—¿Eh?
Y fue ahí que le contó parte de su historia familiar.
La señora, aparte de la depresión que por años tenía, se le sumó la de posparto, al poco tiempo de nacer su hermana menor, Milena. Y como había sido una bebé muy enfermiza, que durante sus primeros meses de vida no había podido dormir, su solo llanto provocaba que la depresión en su madre incidiera más, mucho más.
Al principio, Rodrigo padeció los típicos insomnios que el llanto de su hermana provocaba al no dejarlo dormir. Sin embargo, al ser testigo de cómo su madre entraba en crisis depresivas extremas, en las que incluso una vez intentó acabar con su vida ingiriendo pastillas, se le quedó marcado en su alma... hasta ahora.
Sonido del llanto de un bebé que escuchaba, crisis nerviosa que le provocaba. Películas que había dejado de mirar, por el simple hecho de que en una escena un nene lloraba. Decenas de veces que había tenido la calle que cruzar —incluidas cuando Aira lo acompañaba— porque veía que a lo lejos a una madre con su niño.
—Si ella más o menos se había recuperado después de nacer yo, producto de pues.... —la miró de reojo—, su infidelidad, ya sabes.
Aira asintió. Iba a decirle algo para menguar en algo la falta de su madre, pero prefirió callar.
No se le ocurría expresar nada, porque para la joven aquello era una deslealtad muy grande, sea de quien viniera. El vivo ejemplo había sido su reacción desmedida después de creer que él la engañaba.
—Luego de que nací, mis papás se reconciliaron —agregó—. Nació Claudia. Todo parecía ir bien, pero luego de nacer Milena, tuvo otra crisis... y muy grande. ¡Hasta tuvieron que internarla un tiempo en un psiquiátrico! —Pasó saliva—. Ella casi... casi...
Tenía el rostro apoyado sobre sus manos entrelazadas. Su vista se perdía en un punto muerto de la pared. Buscaba el rostro amoroso de su madre para imaginariamente pedirle perdón.
Se había prometido que nunca, pero nunca, ni a Aira, le contaría ciertos detalles escabrosos de la vida de su madre. Aún cuando sabía que, como cualquier ser humano, había tenido sus errores, se sentía pésimo al tener que confesar los pecados de ella y, peor todavía, sin que tuviera oportunidad de defenderse.
A pesar de estar fallecida, él la idolatraba sobremanera. Solo a veces, cuando su raciocinio le enrostraba que había sido un ser humano como los demás, con sus defectos y virtudes, volvía a la realidad, pero solo por un breve instante. La culpa, la inmensa culpa que lo agobiaba, enceguecía su mente y su corazón.
Había mucho todavía que bregar para perdonar, y autoperdonarse, para dejar pasar, dejar sanar, poder liberar...
—Es por esto que Irene es como una segunda madre para mí y...
Durante las ausencias de su madre debido a su enfermedad, fue criado por su empleada. Por eso Rodrigo era tan unido ella, pero su crianza no había sido fácil, para nada.
Sumado a su Asperger, la irritabilidad que le producía los llantos de su hermana habían llegado a un punto en el que, la convivencia en su casa había sido imposible. Los recuerdos de su vida familiar que tenía de su sexto y séptimo año de vida no eran para nada agradables.
—Creo que, por eso, cuando creció y me hicieron ver que era mi hermana menor, a quien debía proteger, fui tan unido a ella. Como que quise suplir el rechazo inicial que le había tenido.
—Ya veo...
Aira frunció el ceño, pensativa.
—Siempre, cuando Milena lloraba, le decía a Irene o a mi mamá ‹‹¡Cállala!››. Y me ponía —la miró de reojo— bueno, ya me has visto.
Ella asintió.
—De chico incluso era peor que ahora. Y mi mamá no quedó bien desde entonces. Yo para esa época ya iba al colegio, los profesores me paraban llamando la atención o sugerían mi expulsión por mi comportamiento. Ahora que lo analizo, criarme con mi Asperger y todo lo que además tenía debió de ser estresante para ella.
—Criar a un niño de por sí no es fácil —habló más para sí misma, que para él—. Me hago más o menos una idea de lo que me dices, y tienes razón.
—Y eso no es todo, sabes que el Asperger puede ser hereditario, ¿no?
—Sí, creo que me lo contaste en una ocasión.
—Con todos estos antecedentes, ¿crees que estarías preparada para tener hijos? ¿O uno que pudiera heredar lo que tengo?
—¿Eh? —dijo, asombrada.
—Con tu depresión... —Se levantó de la cama y la agarró de los hombros. La miró con firmeza y expresó—: ¿Quieres arriesgarte a que empeorara? ¿O estresarte por tener que criar a alguien como yo?
—Rodri... yo...
—¿Crees que te expondría a todos esos peligros? ¡No me lo perdonaría jamás!
Ella pasó saliva.
‹‹¿Será buen momento para decirle que no se preocupe? ¿Que he salido bien parada de mi embarazo, aún a pesar de la depresión posparto que tuve?››.
—Y lo peor es lo que ya te dije: ¡no me veo capacitado para poder soportar a un bebé! Desde que Milena nació y lo asocié con la crisis de mi mamá, porque con Claudia no me pasó, ¡no los soporto!
En ese instante, un halo de indescriptible emoción envolvió a la joven. Tuve que contenerse y no mostrarse alegre como deseaba, por la seriedad de lo que el profesor contaba.
—Ya viste cómo me puse antes —continuó—. ¿Quieres verme así siempre en caso de que nuestro supuesto hijo llore?
—Ya que tocas ese tema —trató de hablar con calma, al recordar la invaluable oportunidad que se le presentaba—, ¿estas reacciones tan intensas que tienes son incurables?
—¿Eh?
—Porque acabas de decir que te ocurren desde que Milena nació, pero no Claudia, ¿cierto?
—Sí.
—¿Cómo fue que aprendiste muchas metáforas? ¿O ciertos comportamientos que te ayudan a desenvolverte mejor con tu Asperger? ¿No fue con tratamiento psicológico?
—S... sí.
—¿No has intentado alguna vez que te sea más llevadero este tipo de reacciones?
—No.
—¿Y por qué no lo has hecho?
—¿Eh? —Enarcó la ceja, dubitativo.
—Te lo repito: me duele mucho cuando te pones así.
—Lo... lo siento —habló muy apenado. Agachó la cabeza con vergüenza—. ¡Pero no fue mi intención, Aira! —La miró, ansioso—. Yo sería incapaz, de manera intencionada, de provocarte daño. Quiero que siempre seas feliz, ayudarte a que salgas de tu depresión y...
Ella lo calló con un beso, agarrándolo por sorpresa.
—Lo sé, tontito. —Le sonrió con ternura—. Sé que tu reacción de antes no es algo que pudieras controlar.
—Así es.
—Pero ¿debes conformarte con eso? ¿No me dices tú mismo que debo tratarme por mi depresión?
Él asintió.
—¿Y por qué no te aplicas este consejo a ti mismo?
—¿Qué quieres decir?
—¿Por qué no hablas de esto con tu psicólogo? Le dices lo que te pasa, y a ver qué se puede hacer.
Rodrigo ladeó la cabeza, pensativo.
—No digo que ahora vayamos a tener hijos ni nada. Todavía somos muy jóvenes, pero... —Aira lo agarró de las manos con firmeza—. ¿No te gustaría estar conmigo a futuro cuando acabe el colegio? —dijo con un halo de esperanza.
—¡Claro que sí! —afirmó, muy seguro.
—Y si estamos juntos, en un futuro podríamos tener otros planes, como casarnos o tener hijos, ¿no?
—Bueeeno, tener hijos pues...
Rodrigo se expresó con una cara de desagrado, que al principio le volvió a provocar un estrujón en el interior de la joven. Pero, siendo consciente del motivo de ello, en un instante su desazón desapareció. Ahora todo cobraba mayor sentido y le era más llevadero la situación.
—Yo me estoy tratando de mi depresión porque quiero mejorar como persona y que esto no afecte nuestra relación, como te prometí. ¿No sería buena idea que tú también hicieras lo mismo, pongas de tu parte, te tratases y mejoraras para nuestra vida futura?
—Pero ¿de verdad quieres tener hijos?
Él ladeó la cara, entre poco convencido y pensativo.
Aira percibió que una gota de sudor bajaba por su mejilla. Pasó saliva al ver que Rodrigo sacudía la cabeza en señal de negación. Pero, esta sensación de desazón le duró poco.
Cuando el rostro de Marquitos llorando y reclamándole, cada vez que se iba del orfanato, regresó a su corazón de madre, se dio cuenta de su verdadera prioridad. Aún con miedo, decidió mantenerse firme y persistente.
—Si yo me trato de mi depresión, porque te hace daño, tú te debes tratar de este tipo de reacciones porque también me dañan, ¿ok? —habló con decisión—. Ya si luego tenemos hijos o no, solo el futuro lo dirá, pero quiero le digas a tu doctor lo que te pasa y a ver qué puedes hacer con ello. ¿Me lo prometes?
Rodrigo asintió, ahora sí, convencido.
Ella sonrió ampliamente. Después de todo, al fin parecía haber una luz en su oscuridad.
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