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❧ Capítulo 19: Trampas e Inocencias ☙


—¡Ay, por Dios, Rodri! ¿No me digas que te hicieron tomar eso? ¿Cómo así? —Volvió a carcajearse—. ¡Por Dios!

Rodrigo no sabía en dónde esconder la cara. Su mente viajó hacia atrás, empezó a concatenar toda esa serie de hechos que lo llevaban a preguntarse cómo era posible que otra alumna como Aira le hubiese dado semejante bebida.

Para ayudar a esclarecer sus sospechas, había decidido confiar en ella, con temor al principio por la reacción que podría tener —tomando en cuenta sus antecedentes—, pero al verla tan risueña en ese instante —a tal punto de que la joven se sentó en el sofá y se agarró el estómago, porque este le dolía de tanto carcajearse—, se dio cuenta de que su reacción (y perspicacia) podrían ayudarle.

—Si... —Pasó saliva—. Si te cuento, ¿me prometes que no te enojarás?

—¿Eh? —Volteó a mirarlo con lágrimas en los ojos, producto de la risa que la consumía.

—Tú eres más perspicaz que yo en estas cosas y necesito de tu ayuda.

Ella pestañeó varias veces.

—Bueno —tosió para ayudarse a calmarse—, supongo que en temas como estos es necesario que cumpla mi labor como tu enamorada, ¿sí?

Lo cogió de los manos, ahora ya más calmada. Le dio un tierno beso en la boca, que lo tranquilizó. Luego, con un leve movimiento de cabeza y una sonrisa de confianza, le pidió que le contara...

********

Luego de ver el sorpresivo beso de su alumno a Aira, el profesor experimentó toda una serie de extrañas emociones, difíciles de procesar.

Su estómago le ardía. Su cabeza le daba vueltas. Sus latidos iban a mil por hora. Mientras bajaba rápido las escaleras, cada paso que daba parecía retumbar en los escalones y agrietar más el confundido corazón del maestro.

Abajo.

Volteó a la derecha.

Decidió ir por el pasadizo del costado.

De pronto, se detuvo un momento. Quiso desacelerar por breves instantes para regularizar su ritmo cardíaco.

Cuando su vista se topó con las oficinas de los profesores, recordó el diálogo que había intercambiado con aquella jovencita minutos atrás.

‹‹Me gustaría hablar contigo...››.

‹‹Claro››.

‹‹Con más calma, luego de la actuación, en privado››.

‹Aira...››, pensó al tiempo que se acordaba de lo hermosa que le había parecido durante su charla. En especial, el observarle que llevaba puesta la peineta con la flor de cerezo que le había regalado tiempo atrás, bañó a su corazón de una leve nostalgia.

Por un momento se le ocurrió dirigirse hacia el edificio de los profesores, tal y como le había prometido. No obstante, cuando recordó cómo los pétalos de la flor de cerezo rozaban las mejillas de Caballero mientras este besaba a su alumna, sumado a una escena imaginaria, en la que ella iba sonriente y de la mano con su compañero, provocó que su interior le quemase.

‹‹¿Para qué voy a ir?››, se dijo con amargura.

Comenzó su camino en dirección a la salida. Mas, cuando a lo lejos se escuchaba la voz del maestro de ceremonias junto con la algarabía de los asistentes ante el anuncio de que los de su sección se habían hecho del segundo puesto, se preguntó si sus alumnos lo celebrarían.

En ese instante, otro pensamiento, peor al anterior, lo invadió.

‹‹Ahora que se han hecho del segundo premio, lo celebrarán. Seguro que ella irá a la fiesta de la mano de él y...››.

Cuando aquella imagen tortuosa lo golpeó, en donde Aira bailaba y celebraba de lo más contenta y unida a Caballero, todo fue peor. Un volcán interminable de rabia, ira, frustración, pero sobre todo celos, unos profundos e iracundos celos, lo desbordaron de los pies a la cabeza. El ardor en su interior se intensificó.

‹‹¿Qué diablos me está pasando?››, se dijo al tiempo que se detuvo al borde de uno de los balcones. Y cuando una terrible conclusión, a la que se había negado rotundamente, lo abofeteó en su mente y corazón, todo empezó a darle vueltas.

Apoyó su cabeza sobre sus manos. Era tanta la carga que le pesaba sobre sus hombros al darse cuenta de la realidad, de aquella realidad a la que había querido negarse desde tiempo atrás, que se dio cuenta de que necesitaba estar lejos de aquel bullicio para hallar la tranquilidad... La tranquilidad necesaria para aclarar... La tranquilidad necesaria para procesar...La tranquilidad necesaria para asimilar... y aceptar.

Necesitaba respirar, mas no podía. El ritmo de sus latidos era tan incesante, así como la bola de nieve de emociones tan contradictorias que lo golpeaba, atosigaba y enfrentaba ante aquella realidad, que se sintió asfixiado.

Escondió su cabeza sobre sus manos, al tiempo que percibía que le faltaba el aire y su pecho le oprimía. Angustiado, abrió grandemente la boca para buscar aquel oxígeno de calma y claridad que tanto precisaba. Cuando experimentó que el aire entraba a sus pulmones y, con ello, la tranquilidad que buscaba, una voz femenina lo sacó de su letargo.

—Profesor Estremadoyro, ¿se encuentra bien?

Rodrigo ladeó la cabeza en dirección de quién le hablaba. Ivonne Talavera, una de las compañeras de Aira, se hallaba a pocos metros de él.

—Más... más o menos... —Cerró los ojos tratando de desaparecer sus recientes conclusiones—. Sí.

—¿Está seguro? Está sudando. Tiene toda la frente mojada. —Le señaló la cabeza.

Él asintió al tiempo que volvía a apoyarse al balcón y le daba la espalda.

—¿Y por qué se fue de la actuación?

—¿Ah?

Volteó en dirección de su alumna con un gesto de desgano. Se sentía fastidiado que lo estuviera interpelando en un momento como este.

Ella, en cambio, no se vio amilanada a pesar de su mueca de fastidio. Había tenido en la mira a Rodrigo durante toda la actuación porque quería hacerle llegar un regalo especial que había preparado para él por el Día del Maestro. Consciente de que iba a haber una fiesta luego de aquella, y esperanzada de que este acudiera, le tenía preparada una sorpresa. Pero, su salida repentina del anfiteatro había cambiado el curso de sus planes, aunque esto no la amilanó para nada en su objetivo. Raudamente, había salido en su búsqueda hasta poder atajarlo.

—¿No se va a quedar en la fiesta? —Movió su cabeza en dirección al gimnasio—. Varios de los alumnos queríamos agasajarlo y...

—¡No me interesa! —dijo fastidiado.

Pero, la distracción momentánea de su alumna, le había venido bien. Su mente se concentró en la charla que tenía con ella, dejando de lado aquellas tortuosas escenas imaginarias.

Talavera, decidida, aún a pesar del ninguneo de Rodrigo, encausó la charla hacia donde le interesaba:

—Profesor...

—Dígame.

—Recuerda que nos dijo el primer día que vino, como nuestro tutor que es, que para cualquier cosa que necesitásemos, podíamos acudir a usted, ¿cierto?

—Ajá.

—Me gustaría poder hablar con usted para poder confiarle un problema que tengo. ¿Es posible?

—Bueno...

—¡Es urgente!

Él ladeó la cabeza por un instante, pensativo. Luego, al darse cuenta sobre qué se refería, resolvió dejar de lado sus problemas personales y fungir como el tutor que era.

Volteó a contemplarla. Con un movimiento de su mentón, le hizo entender que podía contarle lo que necesitaba. Pero, dentro de su inocencia, el maestro no pudo intuir las verdaderas intenciones de su alumna cuando esta recalcó que quería contarle ‹‹un problema›› a solas. Peor aún, cuando ella sugirió que podían dirigirse al salón de los implementos deportivos, en donde sabía que no había nadie, no pudo imaginarse lo que se le vendría.

********

—¿Y qué es esto tan urgente de lo que necesitas hablarme? —le inquirió Rodrigo en el salón deportivo.

Talavera, antes de cerrar la puerta, miró a ambos lados del edificio para cerciorarse de que no hubiera moros en la costa.

—Me da mucha pena decirle esto, pero... —Tomó el asa de su mochila con nerviosismo.

—¿Sí?

—¡Tengo problemas con la clase de Literatura y quisiera que usted me diera clases privadas! —habló decidida.

Rodrigo hizo un gesto de decepción.

—¿Eso era lo tan urgente de lo que necesitabas hablar? —dijo con la sinceridad que lo caracterizaba.

—Bueno, yo...

—¿Por qué no vas a los refuerzos de la tarde con el profesor Ruiz? Búscalo, él te podrá ayudar mejor. Tiene más experiencia y está asignado por la Dirección para esto. ¿Y sabes? —Se tocó la frente. Empezó a sentirse mareado. Los estragos de la mezcla de emociones tan intensas que había experimentado antes todavía lo atosigaban—. Me tengo que ir.

La alumna se sintió desilusionada ante su reacción. Había creído que, al apelar a las obligaciones del cargo que poseía, podía lograr que accediera a quedarse un rato más con ella. Mas, cuando Rodrigo se despidió y se dirigió raudo a la puerta, optó por su última salida.

—¡Profesor, hay algo más de lo que quiero hablarle! —exclamó corriendo detrás de él.

Rodrigo hizo un gesto de fastidio. Arrugó la frente y se dirigió a su alumna.

—Dime.

—Tengo su regalo por el Día del Maestro, aquí.

Abrió su mochila y retiró una pequeña bolsa de color azul.

—No me dio tiempo de dárselo antes de la actuación, porque pensé que iría a la fiesta y...

Él no le contestó. Procedió a tomar el regalo, le agradeció y siguió con su camino. Pero, de nuevo, fue atajado por Talavera.

—¿No lo va a abrir?

Él arrugó la frente.

—Considero inapropiado abrir obsequios en un lugar no destinado a ello. Esto debe hacerse en la privacidad de mi domicilio —dijo con su tono de voz característico cuando se refería a las normas tácitas para una ‹‹correcta convivencia entre todos››.

Ella abrió la boca, entre decepcionada —por no lograr su cometido— y sorprendida —de que hubiese alguien tan joven que apelara a normas tan absurdas.

Mas, luego de asimilar su temprana derrota, no por eso se daría por vencida. Cuando Rodrigo se despidió y vio que este cogía la perilla de la puerta para retirarse, lo siguiente que diría removería, por fin, alguna muestra de empatía en su maestro.

—¡Es usted malo, profesor! —dijo con la voz entrecortada.

Se estaba aguantando las ganas de llorar por la rabia que le producía verse ninguneada por Rodrigo; mezcla porque no veía en ella algo más que ser una simple alumna; mezcla porque su Asperger le dificultaba mostrar empatía por ella; mezcla porque en ese instante le parecía una pérdida de tiempo dedicarlo a quien pudiera obtener ‹‹ayuda›› en otra parte, cuando él solo quería estar solo, sin que nadie lo molestase. Pero... bastó que la escuchara llorar, para que dentro de él se encendieran las alarmas, aquellas conocidas alarmas que había mostrado antes con Aira.

—¿Por qué llora, Talavera? —Se acercó hacia ella.

Al darse cuenta de que tenía, por fin, la batalla ganada, la alumna sonrió con malicia.

—¡Es desconsiderado!

Rodrigo hizo un gesto de confusión.

—Le cuento que estoy mal en su asignatura, le pido ayuda y me ignora, y luego encima le doy un regalo que con tanta ilusión le he preparado y ni siquiera se digna a abrirlo delante de mí, argumentando no sé qué reglas...

Agachó la cabeza y fingió limpiarse una lágrima.

—¿Es que acaso usted no tiene empatía por los demás?

Lo que dijo no hizo más que incrementar la preocupación en el maestro.

Miró al techo un rato mientras se decía ‹‹¿Qué debo hacer en una situación así? ¿Qué haría Fabián si estuviera en mi lugar?››.

Se rascó la oreja derecha, confundido. Luego de pensarlo mucho y sin encontrar la respuesta debida a sus preguntas, decidió que, lo más fácil era que su alumna decidiera cuál era la acción que esperaba de su parte.

Talavera, dándose cuenta de la inocencia y falta de malicia de su maestro para este tipo de situaciones, resolvió tomar ventaja.

—Para resarcirse de su mal trato de antes... lo mínimo que puede hacer es aceptar beber delante de mí un poco del vino que yo, tan amorosamente compré para usted.

Con un movimiento de cabeza, le indicó la bolsa de tamaño rectangular que tenía en sus manos.

—Se me da mal el tomar alcohol, Talavera. Cuando bebo mucho yo... —Rodrigo arrugó la frente al recordar aquel lastimoso incidente que tuvo en su fiesta de reencuentro de hace dos años—. Hace tiempo bebí mucho e hice algo de lo que me arrepiento hasta ahora. —Bajó la cabeza, apenado.

—¿Eh? —Enarcó la ceja al tiempo que prestó especial atención en lo que acababa de decir.

—No quisiera tomar ahora y luego...

—¡Profesor! —Volvió a fingir que quería llorar y que respiraba con dificultad, encendiendo de nuevo las alarmas en Rodrigo—. Ni que se fuera a emborrachar, ¿no?

—No, claro que no, pero...

—Por favor, un poco nada más, ¿sí?

Ladeó la cabeza, indeciso.

—Un poco para que me confirme si hice una buena elección en su regalo o si debo cambiarlo por otro.

Rodrigo todavía seguía dubitativo. Pero, cuando por enésima vez, su alumna hizo el gesto de querer llorar al agachar la cabeza e insistirle, la espinilla de la culpa pudo más. Finalmente, aceptó sin darse cuenta a lo que se enfrentaba.

Astuta como era, para no levantar sospechas, la estudiante le insistió a Rodrigo en que ella abriría la botella, por tener pericia en saber tratar con aquella al ‹‹ser una bebida especial de la provincia de su madre››.

—¿De dónde es ella?

—De la selva.

Con cuidado, para que no lo notara, Talavera no dejó ver delante del maestro el nombre peculiar de la bebida.

—¿Ha ido por allá?

Él negó con la cabeza.

—Si viaja allá alguna vez, puedo hospedarlo y...

—Ahora que lo pienso, ¿en qué me vas a invitar? Tendría que ira la cafetería y pedirle a la señora Morales que me preste unos vasos y...

—¡TATÁN! —Le mostró triunfante los vasos descartables que tenía en su mano, y que había puesto dentro de la bolsa.

Abrió ampliamente los ojos, sorprendido.

—Vaya, veo que te has preparado.

—Yo siempre estoy preparada para todo, profesor. —Su mirada se le iluminó al saber que, cada detalle de su plan, que había planificado con sumo cuidado para esa fecha, estaba yendo sobre ruedas—. Siempre lo estoy. —Sonrió con malicia.

Le dio la espalda y se apoyó sobre una de las mesitas del salón. Sirvió con sumo cuidado el ‹‹vino›› sobre los vasos, pero solo uno de ellos bebería de su contenido. Como antes, se aseguró de que su plan se ejecutara tal y como lo había pensado.

—Tome.

Le dio su parte al maestro. Este aceptó de buena gana.

—Aunque... ahora que lo pienso, puede que no sea buena idea que yo tome siendo tan joven, usted sabe, soy menor de edad y... —Dejó su vaso sobre la mesa.

Rodrigo, con el suyo en las manos, se encogió de hombros y asintió. Sin tomar precauciones, bebió de su vaso, totalmente lleno.

—Uhm, sabe bueno. No había probado nunca este tipo de vino.

Ella sonrió con satisfacción.

—¿Me dices que es de la selva?

—Ajá. ¿Quiere otro?

—¿Por qué no?

De inmediato, volvió a servir, al ras, el contenido de la bebida en el vaso del maestro. Sin tomar precauciones, Rodrigo volvió a tomarse completamente el contenido de aquel.

—¿Le conté que mis abuelos tienen una chacra en la selva? Mi abuela cultiva platanales y...

Ella azuzaba sus brazos para indicarle el tamaño de los gigantescos platanales que había en la propiedad de su familia. Y, cuando lo hacía, Rodrigo empezó a experimentar que algo dentro de él crecía.

—¿Ha escuchado de la fama que tenemos la gente de la selva? —Se le acercó, con decisión.

Él tragó saliva. Empezó a sentirse incómodo porque algo dentro de sí se incendiaba.

—¿A qué...? ¿A qué te refieres?

—Dicen que somos ardientes. —Le sonrió, muy coqueta—. ¿Usted qué opina?

La mirada de Rodrigo se topó en el escote de Talavera, que podía verse generosamente gracias a que no tenía unidos los dos primeros botones de su blusa. De inmediato, fue consciente de que su libido aumentaba, aunque todavía sin intuir el porqué de ello; solo sabía que, el estar en una situación de ese tipo con su alumna y experimentar ese tipo de sensaciones por ella eran impropias, y podían dar paso a una situación riesgosa.

Sin mediar palabras, tomó la bolsa que envolvía la bebida, le dijo ‹‹Gracias››, y salió raudo del salón. La joven lo persiguió; mas, en el pasadizo, para buena suerte de Rodrigo, unos alumnos la atajaron y le exigieron que los ayudase en guardar algunas cosas de la actuación. Y cuando la chica se los quitó de encima, argumentando mil y una mentiras, ya el maestro estaba fuera de su vista y de su maquiavélico plan para seducirlo.

*********

Cuando Aira terminó de escuchar el relato de Rodrigo, este se hallaba tan incómodo —y nervioso— de su reacción, pero decidido en obtener una respuesta a sus sospechas, que no previno el volcán de celos que tenía delante de sí.

—¿Y...? ¿Qué...? ¿Qué opinas?

Ella se hallaba parada y le daba la espalda. En su mente, tenía a Talavera delante de sí, le reventaba a patadas su cara llena de maquillaje y le halaba del pelo hasta dejarla calva. Mas, la insistencia de Rodrigo al colocarse delante de ella para que atendiera a sus requerimientos, junto con la sonrisa nerviosa y mirada inocente que le mostraba, la hizo volver a entrar en razón.

—¿Crees...? —Se acomodó uno de los flequillos que caía sobre su rostro. Este tenía el color de un tomate—. ¿Crees que esa bebida tenía...? ¿Tú sabes? —Se tapó la boca—. ¿Un...? ¿Un afrodisíaco? —dijo en casi un susurro.

Al ver la inocencia que le mostraba, una inmensa ternura la embargó, desapareciendo todo el manto de rabia y de celos que había experimentado. 

Sin reparo, se lanzó a sus brazos. Se empinó como pudo y lo rodeó del cuello para poder estamparle un profundo beso.

—Claro que es un afrodisíaco, tontín.

Ella sonrió. Él se hallaba confundido ante su reacción.

—¿No has visto el nombre que tiene? ¡‹‹Levántate Lázaro››! ¡Por Dioooos! —Rió.

—Sí, pero...

—¿Es que acaso no lo notaste cuando sentiste, tú sabes, que tu Rodriguín —le indicó con su mano su entrepierna— despertaba?

—¡Aira!

—¿Qué?

—¿Le estás poniendo apodo a mi...? —Volvió a ponerse rojo—. Tú sabes...

Ella soltó una leve carcajada. Luego una idea le provocó sonreír con picardía.

Se separó de él para colocarse su casaca y abrir la puerta para retirarse a comer fuera, como habían quedado en un principio. Mas, cuando ya se hallaban en el pasadizo —y Rodrigo la tenía cargada como antes, sobre su espalda para que no se obligara a caminar mucho— decidió compartir con él lo que se le había ocurrido minutos antes:

—¿Todavía queda de esa bebida?

—Sí. Solo tomé dos vasos, ya te dije.

—Entonces... Ya que me voy a quedar toda la noche, me gustaría probar de ella, contigo más tarde, a la vuelta. ¿Qué dices?

Al escucharla, el pobre Rodrigo entró en shock, que por poco soltó a Aira de la impresión.

************

Anotaciones finales:

Bueeeeno, no me quiero despedir de este capítulo, no sin antes compartirlo por aquí, aunque ya lo hice en el libro en donde corresponde y en mis redes sociales, pero igual, para los distraídos e interesados. "Ansías y Poesías" va a salir publicado en físico el próximo año. 

Mayor información, en su oportunidad se las diré. Pero para estar al pendiente les recomiendo seguirme en las redes sociales que indica la imagen.

Un abrazo, poetitas. <3 

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