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❧ Capítulo 17 [Primera Parte] ☙


Nota de la autora:

Este capítulo me está saliendo larguísimo, así que, para no hacerlos esperar mucho, ya que ha pasado una semana desde que publiqué el capítulo 16, he decidido dividirlo en dos. Espero tener lista la segunda parte este fin de semana.

Recomiendo también leer la primera escena del capítulo con la canción de fondo que la encuentran en la parte multimedia. :3 

Sin más los dejo con la lectura ;)

**********

—¿Crees que peso mucho?

Aira se hallaba firmemente agarrada al cuello de Rodrigo, mientras que con una de sus manos cogía la bolsa de regalos de él. Había querido que él los abriera frente a ella en el colegio, en la enfermería; pero el maestro, tan formal como era, le había contestado que preferiría hacerlo en la intimidad de su casa.

¡Quiero que abras tus regalos delante de mí!

Pero, Aira...

¡Deseo ver tu carita de cordero degollado cuando te emociones al verlo! Es lo más genial de cuando regalas algo, ¿ok?

Lo siento, pero la enfermería no es un sitio para que un profesor haga aquello.

¡Oh, vamos! ¿Ahora me vas a venir con esas? ¡No me hagas reír!

¿A qué te refieres? Yo no he dicho ninguna broma.

¿Me vas a decir que la enfermería no es un sitio para eso, pero sí para otras ‹‹cosas››?

¿Eh?

Aún cuando lo pusiera en jaque, el joven no había dado su brazo a torcer. Abriría los regalos en la privacidad de su departamento, por lo que, el ir a comer en este era otro motivo ideal para pasar una velada a su lado. No obstante, luego de Aira contemplarse en una de las puertas de vidrio de la antigua casona que fungía de nuevo hogar del maestro —y con ello su figura, la cual le parecía por encima de la media del promedio— junto con la indicación de él que vivía en el cuarto piso, Aira comenzó a torturarse sobre si su peso era el adecuado para que pudiera cargarla.

Rodrigo no había prestado mucha atención a lo que ella le preguntara. Pero, luego de llegar al segundo piso y detenerse un momento para acomodarla mejor a su espalda —lo que fue malinterpretado por ella como que su peso era una molestia—, Aira insistió de tal manera en su pregunta que, ahora sí, se percató de esta.

—No lo creo —se limitó a afirmar al tiempo que se cercioraba que ella cargara bien los regalos en sus manos para tener un buen equilibrio.

—¿Estás seguro? ¿No me estás mintiendo para que me sienta bien y no una fea gorda? —Hizo un puchero.

—¿Ah?

Volteó asombrado para verla, haciendo una mueca. No sabía por qué se refería a sí misma con aquellos malos calificativos.

—Yo no miento —se apresuró en aclararle—. ¿Por qué habría de hacerlo respecto a tu peso? ¡Es ridículo!

—Entonces, si te pregunto si he subido de peso desde la última vez que nos vimos, ¿me dirías la verdad o no?

Él la miró dudoso. No sabía a dónde quería llegar con dicho interrogatorio.

Abrió la boca para contestarle, en lo que Aira pensó que le diría que era esbelta, sino delgada; pero lo que ella olvidaría era que Rodrigo no anticiparía en decirle mentiras para que su autoestima se sintiera mejor.

—Has subido, sí.

Aira sintió que una pequeña espinita se clavaba en su interior.

—Y se nota. Digo, ahora tienes los cachetes de tu rostro más pronunciados que antes —afirmó mientras subía el primer escalón del segundo piso al tercero.

La espinita en ella se convirtió en una más grande, provocando un sabor amargo en su interior. Pero, antes de que este se diluyera desde su corazón y se bombeara a cada una de sus venas, minando por completo su autoestima y regresando a la sombra de su depresión, lo siguiente que diría Rodrigo la trajo de vuelta a la luz de la felicidad:

—Hoy cuando terminé de secarte las lágrimas —empezó a subir los escalones—, el primer pensamiento que me vino a la mente fue que tenía ganas de agarrarlos y jugar con ellos.

—¿Cómo?

—Total... —El color del rostro de Rodrigo cambió a uno rojo—. Ya había agarrado antes los ‹‹otros cachetes›› y...

El rostro de Aira era un poema.

—¡Espera un seguro! ¿Dijiste los ‹‹otros cachetes››?

Él asintió.

—¿Quieres decir cuando...? —preguntó ella, divertida.

La miró de reojo, apenado. Volvió a querer concentrarse en subir las escaleras como correspondía; quería alejar de su mente los pensamientos pervertidos que empezaban a invadirlo.

Al darse cuenta de la situación, ella soltó una carcajada tan estruendosa, que provocó que Rodrigo se avergonzara más todavía.

—¿Estás seguro de que tienes Asperger?

—¿Eh?

—A mí me parece que te haces el tonto y sabes más cosas que yo respecto a ciertas cosas, ¿eh?

—¡Aira! —dijo avergonzado.

—Con cómo has actuado hoy más temprano y con lo que acabas de decir, me has demostrado ser más terrible de lo que pensaba, ¡por Dios! ¿Quién lo diría? ¿Mi bien portado y formalito Rodri resultó ser todo un pervertido?

—¡Aira!

Tenía ganas de cubrirse la cara por el abochornamiento que sentía, de no ser porque tenía sus manos ocupadas al cargarla.

—¿Cómo sabes hablar en doble sentido cuando te refieres a mi trasero? —Le acarició el pelo y soltó una carcajada.

Él la miró de reojo, sin ánimos de contestar.

—Prefiero no hablar de ello —dijo más rojo que nunca.

—¡Vamos, Rodri!

Quiso volver a mirarla de reojo, pero la vergüenza no se lo permitía.

—Vamos pues, me puedes decir cómo es posible que sepas el doble sentido de ‹‹cachetes›› —le agarró las mejillas de su rostro—, ¿sí o no?

Rodrigo soltó un gran suspiro para luego decir:

—¡Eso lo sé porque lo aprendí de mi amigo Fabián! —se apresuró en aclarar.

—¿Eh? —Hizo una mueca divertida.

Él pasó saliva.

—Siempre... —Miró a ambos lados del tercer piso de su casa—. Siempre andaba pendiente de los traseros de las chicas cuando estábamos comiendo en la universidad —dijo en un susurro apenas perceptible. Se moría de la vergüenza si alguno de sus vecinos lo oirían hablar de esa manera, por lo que quería asegurarse de que no hubiera moros en la costa.

—¿En serio?

El joven asintió.

—Y cuando... —Soltó un gran suspiro al recordarle la típica escena de Fabián a la que se refería—. Y cuando veía a una señorita con buen trasero decía que ‹‹tenía buenos cachetes››.

El rostro del maestro en ese instante era una tetera en ebullición.

Aira al darse cuenta de la situación, le provocó risa, pero también una ternura inmensa.

Era ese tipo de situaciones la que lo enamoraron de él. En más de una ocasión había pensado que Rodrigo era una versión actual de Mr. Darcy, el personaje principal de ‹‹Orgullo y Prejuicio››, por su personalidad tan caballerosa y formal. Pero, al descubrir que también tenía su lado pervertido, se dio cuenta de que era como cualquier otro hombre respecto a ello.

Invadida por la gran ternura que le provocaba, se aferró a su cuello con tal intensidad, que por poco provocó que el profesor perdiera el equilibrio.

—¡Aira, cuidado!

—Lo siento. —Sonrió, complacida—. Pero si te digo que tengo ganas de agarrar también tus cachetes, y me refiero a los de tu bella carita, no a ‹‹los otros›› —Rodrigo volvió a sonrojarse—, por lo tierno que eres, ¿me creerías, mi Poetín tin tin?

—¿Eh? —Volteó de reojo y enarcó la ceja. Al ver el gesto con que lo miraba, no puedo evitar sonrojarse, sí, pero también sucedió otra cosa más.

—¿Me dejarías, mi Poetín tontín tin tin?

Pestañeó varias veces para procesar el apodo que hacía tiempo no le escuchaba. Ya acababan de llegar al cuarto piso. Ella lo observaba con ojos de cordero degollado y, aunque quería aguantar la risa, no pudo. Se inclinó para bajarla rápidamente, a lo que ella accedió, pero cuando esta lo hizo ya en todo el pasadizo del cuarto piso se escuchaba la carcajada que Rodrigo soltaba.

—¡Hey! —Aira lo miró con curiosidad.

Quien hubiera visto a un abochornado Rodrigo, no creería que ahora reiría con tanta espontaneidad. El joven seguía carcajeándose de tal manera que parecía que le había dado un ataque de risa. Ella se dijo a sí misma que era la primera vez después, después de mucho tiempo, que lo veía reír de ese modo. El mismo maestro se dio cuenta de ello, luego de calmarse para proceder a abrir la puerta de su departamento.

—Supongo que tú has cambiado al subir un poco de peso, sí.

—¡Rodri! —Hizo un puchero.

—Pero hay cosas como mi antiguo apodo que no han cambiado en ti. Y me alegro de que no lo hayas hecho. —La observó y se dibujó una gran sonrisa en su rostro—. Extrañaba reír, ¿sabes? —La invitó a entrar a su casa con un movimiento de cabeza.

—¿Ah? —preguntó con la cara arrugada.

—Definitivamente, te extrañaba a ti. —Le acarició la mejilla—. Te echaba de menos. 

Al darse cuenta de lo que se refería, sonrió. De inmediato, accedió a la invitación de Rodrigo y acompañarlo en esta nueva etapa de su relación...

*********

—¿Así que este es tu nuevo ‹‹depa››?

Aira se hallaba observando todo con detenimiento. El nuevo hogar de Rodrigo, si bien se parecía al anterior, este contaba con ligeros cambios.

Para empezar, el color azul que anteriormente había caracterizado la decoración de las paredes ahora se hallaba cambiado. El color verde, en diferentes tonalidades, adornaba el pasadizo, la sala y demás ambientes.

La decoración de antes, que tenía varias referencias a la cultura japonesa, había prácticamente desaparecido de la casa. Solo las tres katanas de antes, de diferentes tamaños, estratégicamente colocadas de menor a mayor, podía verse en el centro de entretenimiento de la sala.

Su centro de entretenimiento, antes decorado con adornos que hacían alusión a antiguas películas, había desaparecido para darle paso a huacos retratos en formas diferentes a lo usual. En especial, uno que tenía una forma de Darth Vader le causó curiosidad, pero esto no era todo.

Un detalle que se repetía en toda la casa capturó poderosamente su atención. Diversos cuadros con hermosos paisajes, en cuya parte superior había diferentes lemas, podía verse en cada tanto.

‹‹La mayor gloria no está en no caer nunca, sino en levantarnos cada vez que caemos››, leyó en un cuadro en donde se apreciaba un dibujo de rasgos chinos, y una larga barba.

‹‹En tres palabras puedo resumir todo lo que he aprendido de la vida: continúa hacia adelante››, se veía sobre una fotografía en la que un hombre caminaba sobre las líneas de un tren, en una tarde soleada.

‹‹El mundo rompe a todos, y después algunos son fuertes en los lugares rotos››, se leía sobre un cuadro en donde un hombre, con una capucha y las manos en los bolsillos, cabizbajo y solo iluminado por la luz de un farol en una calle oscura.

Aira se quedó boquiabierta mientras seguía viendo los demás.

—Esa frase —refiriéndose Rodrigo a la última—, se la atribuyen a Ernest Hemingway. —Colocó la mochila de ella y su bolsa en uno de los sofás—. No estoy muy seguro de si es verdad, pero me gustó y la mandé a hacer para ese cuadro.

—Son muy filosóficas, ¿eh? —Sonrió y se encogió de hombros—. ¿Le has agarrado manía a las frases reflexivas? Conociéndote, seguro que es tu nueva obsesión, ¿no?

—Podría decirse que sí. —Arrugó la frente—. Después de perderte y tratarme de mi ansiedad y depresión, uno de los consejos de mi psicólogo fue mentalizarme día a día con una frase positiva.

Ella sintió un estrujón en su estómago por la culpa que la embargaba. Quiso volver a disculparse, pero la vergüenza que cargaba y prudencia que ahora la caracterizaban, le aconsejaron mejor mantenerse callada.

—Me compré un par de libros de autoayuda —bajó el rostro—, pero decidí ir más allá. —La encaró, muy serio y con tristeza—. Me dije que, a partir de ahora, cada rincón de mi casa me traería nuevos y mejores recuerdos, y eso implicaría leer aquellas frases que hicieran alusión a la resiliencia.

—¿Y eso qué es? —se forzó a preguntar.

Tenía miedo de que hubiese olvidado el perdón que le había otorgado; no obstante, al recordar que él le había dicho varias veces que la perdonaba de corazón, la duda de que aquello a lo que se refería fuera resentimiento se despejó.

—¿Te acuerdas lo que era shoganai?

Ella asintió. La nostalgia la embargó al recordar aquella maravillosa tarde en la que había aprendido el significado de aquella palabra en japonés.

—Pues la resiliencia va más allá. No solo es resignarse ante aquello que no está en tu capacidad de arreglar, sino tomar aquello negativo que te ha pasado y transformarlo en algo positivo, principalmente una lección, para tu vida y seguir adelante.

Aira ladeó la cabeza, pensativa.

—Vaya, eso sí es nuevo, pero es una buena forma de ver la vida.

—Es más como uno debe enfrentarla. Cosas malas siempre nos ocurren y ocurrirán. El fallecimiento de mi madre, cuando te perdí a ti...

Ella pasó saliva.

—Pero está en cada uno tomar estas experiencias negativas para aprender de ellas —agregó él observándola para luego sonreír con tristeza.

—Sufriste mucho, lo sé. Y me siento mal por haber sido la causante, Rodri —su voz sonaba estrangulada. Algo comenzó a apretarle en su garganta.

—Vamos, no te sigas lamentando, ya eso pasó. —Se acercó donde ella y le acarició la cabeza.

Aunque él sonreía, ella pudo atisbar que aquella seguía ensombrecida con aquella aura de tristeza, que quisiera haberla reemplazado por la de horas atrás.

—Pero, Rodri... —Su garganta le quemaba.

—Mejor cambiamos de tema, ¿ok? —Se alejó de ella—. ¿Te apetece tomar algo? Recuerdo que te gustaba mucho el café, pero ahora solo tengo té. ¿Quieres tomar de canela o verde? Tengo ambos. Ponte cómoda por mientras.

Antes retirarse a la cocina, ella lo atajó:

—¿Sabes que me siento muy dichosa porque contigo siempre aprendo cosas nuevas?

—¿Eh? —Volteó a encararla.

—Te lo vuelvo a decir, ¡eres el mejor maestro que he podido tener nunca! —dijo mirándola totalmente emocionada y con los ojos de completa adoración.

El sonrió con timidez y asintió en señal de agradecimiento.

—¿Puedo acompañarte a la cocina? —habló fuerte para que la escuchara mientras seguía contemplando otro cuadro que decía ‹‹Haz siempre tu esfuerzo total, incluso cuando las probabilidades estén en contra››.

—Si quieres —salió Rodrigo a su encuentro para luego dirigirse a la cocina—, pero mejor siéntate en el comedor; aquí no hay silla y necesitas descansar por tus pies.

—Ok.

Aira obedeció. Mas, quizá todavía era muy pronto para que ella viera lo que seguiría a continuación.

En el comedor, de distribución minimalista, estaba exento de los típicos cuadros de frases positivas. En el centro, como si de un lugar reservado y principal se tratase, podría apreciarse algo que capturaba la atención de quien lo viera. En un gran cuadro, una versión ampliada de una foto, se veía a un pequeño Rodrigo junto a su madre.

En su infantil rostro podría apreciarse la ternura propia de su edad. La mujer a su lado, quien apoyaba su mejilla con la suya, posaba para la cámara con una gran sonrisa y una mirada que transmitía bondad y felicidad.

Aira se quedó boquiabierta al contemplar el cuadro. Una avalancha de viejos momentos y remembranzas le golpearon el corazón.

—¡Guau! No... —Tragó saliva—. ¡No lo puedo creer!

Él la miró, con perspicacia.

—Somos mi madre y yo —se adelantó a decirle Rodrigo cuando la vio contemplando aquel con mucha atención—. Tenía dos o tres años cuando nos tomamos esa foto.

—Es... —Hizo una pausa—. Es...

—¿Sí?

—¡Es que no puede ser posible!

—¿Eh?

Los latidos de su corazón se incrementaron. Trató de calmarse ante aquella inusitada situación.

—Fuiste... Fuiste un niño precioso —fue lo único que pudo formular luego de aclararse la garganta.

—Gracias. —Sonrió complacido.

—Tenías unos ojazos verdes hermosos...

Rodrigo enarcó la ceja.

—¿Tenías? —Arrugó la frente—. ¿Quieres decir que ya no los tengo? —Se sacó los anteojos y la miró con atención, como queriéndole decir ‹‹Mira, aquí estoy yo››.

En una situación cualquiera, ella se hubiera reído al darse cuenta de su orgullo herido. No obstante, siendo testigo de aquella situación, no tan inesperada si lo pensaba bien —aunque una cosa era intuirla y otra cerciorarse por sí misma—, lo que menos le producía gracia era darse cuenta de que el destino, a veces, parecía encaminarse a manifestarle, de una manera muy amarga, que sus decisiones tomadas estaban equivocadas.

Lo bueno era que, llegado a este punto de su vida, estaba todavía dispuesta a resarcirse, lo sabía; pero debía bregar con mucho tino, y paciencia, para que sus objetivos arribasen a buen puerto para beneficio de todos los involucrados.

—¡Debo llamar a mi abuela! —se apuró en cambiar de tema de conversación.

Él se quedó sorprendido al no obtener respuesta a su pregunta. Mas no le dio la importancia debida. Se encogió de hombros al tiempo que escuchaba cómo Aira le mentía a Doña Gladys; por lo que, mientras duraba su charla, vio conveniente dirigirse a la cocina para calentar agua y prepararle un té a su invitada.

—¿Qué horas son estas de recién llamarme? —dijo la señora al otro lado del teléfono—. Supuestamente tu actuación terminaba en la tarde, ¿y ahora recién me llamas? ¡He estado preocupada al no ver que llegabas! Ya estaba por llamarte.

—Lo sé, lo sé —Suspiró profundo—. Lo que pasa es que nos hicimos de los dos puntos adicionales en la actuación y...

—¡Oh, qué felicidad! Me alegro mucho por ti.

—Sí, y bien... hay una fiesta en la escuela para celebrar el Día del Maestro. Y bueno, decidí quedarme con mis amigos a ‹‹tonear››, ¿ok?

—¿Tus amigos? —El tono de su voz cambió—. Pero si siempre me dices que la mayoría de tus compañeros son unos pitucos engreídos, a excepción de Ana María.

Ella rodó los ojos al darse cuenta de que doña Gladys era un hueso duro de roer para que se tragara fácilmente sus excusas.

—¿No me dices, abuelita, que debo socializar más y no juzgar a la gente por su posición social?

—Sí, claro, pero...

—¿Y ahora que te cuento que estoy haciendo nuevas amistades, me haces observaciones?

—Bueno, sí, pero...

Sonrió complacida al darse cuenta de que tenía la partida ganada.

—Ahora que hemos estado coordinando para la actuación y con mi compañero nos hicimos del premio con la marinera, he tenido la oportunidad de conocerlos más. Y son buena gente, ¿sabes? Todos se pusieron felices, me halagaron y me hicieron sentir muy feliz luego de la actuación.

Con una mirada traviesa volteó a contemplar a Rodrigo en la cocina. Él se hallaba concentrado en sus quehaceres. Tocó y levantó la tetera para cerciorarse de si se hallaba en la temperatura ideal para calentar el agua. Al darse cuenta de que no era así, se acercó hacia otro de los estantes, seguro buscando el mechero para prender las hornillas de la cocina.

Al dar la vuelta, los ojos de Aira se detuvieron sobre la amplia espalda de Rodrigo, la que había tenido oportunidad de abrazar con intensidad horas atrás. En ese instante, sus mejillas se le sonrojaron al recordar de qué manera había celebrado en la enfermería su segundo puesto en la actuación.

—¡Pues me alegro de que todo haya salido estupendamente! —señaló doña Gladys muy orgullosa, sacándola de sus pensamientos ‹‹rosados››, como los bautizaría después—. Ya me estaba preocupando que fueras tan huraña.

Ella hizo una mueca.

—¡Abuela!

—Es tu último año en la escuela y debes vivirla al máximo... Hacer amigos, salir con ellos, hacer planes, ¡compartir experiencias de tu edad!

—Pero si Ana María es mi amiga y salgo con ella. No sé de qué me hablas —se apuró en aclarar.

—Tener solo una amiga en tu grupo no es lo ideal. Siempre que te invitaban a un quinceañero el año pasado, nunca ibas.

—Porque no me interesaba ver cómo alguna pituca se pavoneaba de todo el dinero que gastaba en sus fiestas.

—Aira...

—Aparte, a ninguna de ellas les caía bien entonces. Solo me invitaban por compromiso y ya.

—¿Y qué me dices de tus actividades extracurriculares? Tu tutora me decía que siempre te escapabas, que debías ser más participativa.

—¡No sabía que la señora Bueno fuera tan bocona y acuseta!

—¡Aira!

Trató de buscar alguna excusa para salir bien librada de aquello último, mas no pudo. Siempre que recordaba, alguna actuación, algún viaje, algún festival, algún campeonato, alguna fiesta, había inventado una y mil excusas para no participar.

Le parecía una pérdida de tiempo departir con ‹‹aquellos pitucos engreídos y de nariz estirada››, como los llamaba, cuando ella tenía otros objetivos en su vida. Y cuando su extutora la había retado al decirle a su abuela y Ángel de aquello, se había amparado en que esas actividades, al ser extracurriculares no eran obligatorias, por lo que era opcional su participación. Más todavía, le había recordado a su profesora su condición especial de estudiante y el tiempo que le dedicaba a sus horas libres, después de clases.

La señora Bueno, al darse cuenta de que tenía razón en parte, había previsto no insistirle más. No obstante, eso había sido el año pasado; al comenzar su último grado de secundaria, y que este requiriese de hacer distintas actividades especiales, hizo caso omiso a la petición inicial que le hiciese Aira. Le hizo saber a doña Gladys que requería que su nieta fuera más participativa, sin excusa alguna. Y aunque al principio había salido bien librada de ello, y el cambio de tutoría había jugado a su favor, esto no significaría que su abuela se olvidaría de aquello.

—La secundaria es una etapa inolvidable en tu vida. Créeme que, cuando crezcas, te arrepentirás de no haber hecho esto o aquello en algún momento.

—Ay, ya empezó a hablar con ‹‹la voz de la experiencia›› —Rodó los ojos, se cruzó de brazos e hizo un puchero.

—No me hables con ese tono, muchachita.

Hizo otra mueca de disgusto.

—Está bien, está bien.

Volvió a rodar los ojos. Cuando la señora se ponía a retarla, como si fuera una niña pequeña, le daba ganas de recordarle que ya estaba independizada legalmente, pero se contuvo. No quería provocarla y que se enojara al avisarle que llegaría tarde. Quería quedar en buen término con ella para su conveniencia.

—Yo lo único que quiero es que seas una chica normal como cualquiera de tu edad, que tengas amigos, salgas con ellos...

—Abuela —la interrumpió—, tú sabes que no soy una adolescente normal. ¡No me pidas tener una vida normal ahora! Después de todo lo que he pasado, sobre todo este último tiempo, yo...

Sus ojos le ardieron al rememorar su vida familiar y personal pasada. Pasó saliva para tratar de olvidar, y se maldijo de que las cosas en su vida no hubieran sido como las de una adolescente normal.

Pero su vida nunca fue lo que podía llamarse ‹‹normal››, y ella lo sabía. Ni siquiera su relación con Rodrigo, más ahora en su nueva posición como su profesor.

No obstante, como si inconscientemente quisiera ponerle la guinda al pastel, en una de sus tantas manías, cuando se percató de que el joven medía con cuidado la cantidad de azúcar que había en cada cuchara que le echaba a su té y se molestó cuando aquella derramó más de la cuenta, no pudo menos que sonreír. La invadió la ternura al recordar que era un obseso con lo que uno debía ingerir y beber.

Las cosas que hacía él podían calificarse de cualquier manera, menos normal. Y le bastó a ella rememorar esto para que su tristeza desapareciera momentáneamente.

Aunque su departamento hubiese cambiado, en el fondo, Rodrigo seguía siendo aquel chico tan peculiar que había conocido tiempo atrás. Y si la ‹‹antinormalidad››, como lo calificaría después, le había traído tan buenos momentos a su lado, el balance no debía ser tan malo si lo miraba desde aquella perspectiva.

—Hija, tú y yo sabemos que has pasado por muchas cosas más que una chica de tu edad.

—Uhm —contestó con tristeza.

—Pero en lo que te queda, debes esforzarte porque tu último año en la escuela sea inolvidable.

—Sí, lo sé, por eso te estoy diciendo que estoy en la fiesta de la escuela y...

Al darse la vuelta mientras hablaba y toparse con el ambiente que tenía toda la pinta de ser el dormitorio de Rodrigo, sus ojos se ampliaron al tener una idea.

En ese instante, el profesor se dirigía al comedor con la bandeja de los tés de ambos.

—Abuela, y si te digo que, para socializar más con los demás, me quedaré hasta tarde en la fiesta y hoy no voy a dormir a la casa, ¿me dejarías?

Un sonido de tazas cayendo, junto con el té que había en ellas, se escuchó en toda la casa...

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