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❧ Capítulo 17: Fantasmas del Pasado [Segunda Parte] ☙

—¿Qué has dicho? —dijo Rodrigo en voz alta al tiempo que meneaba la cabeza de un lado a otro, por lo que acababa de escuchar.

Iba a indicarle que estaba mal, que no podía quedarse en el departamento con él, dado que ambos eran profesor y alumna y que, si alguien los descubría, podían pasarla muy mal, sobre todo él, al exponerse en una situación impropia con su alumna, y muchas cosas terribles más que en ese instante se le ocurrían... mas no tuvo tiempo.

—Abuela, ¡espérame un segundo!

Como pudo, luego de tapar con su mano el celular, Aira acortó la distancia que los separaba y se empinó lo suficiente para no darle tiempo de continuar. Con un gesto con la mano sobre sus labios y susurrando, le recordó que era su abuela la que estaba al teléfono.

—¡Peor todavía! —susurró Rodrigo espantado—. ¿Qué ocurrirá si descubre que no te estás quedando en una fiesta como dices? ¿Qué pasará si se entera de que soy yo tu profesor y...?

Quiso continuar, pero ella de nuevo se lo impidió, aunque ahora con un beso que lo dejó perplejo.

Luego de que aquel sorpresivo beso lo relajara momentáneamente, pensó en replicarle de nuevo. Mas, con un dedo en la boca y negando varias veces la cabeza, Aira le insistió en que se callara.

—Abuela, perdón por hacerte esperar. Tuve que salir al patio porque uno de los chicos, que está apoyando en la organización de la fiesta del colegio, se ofreció a traernos bocaditos, como buen anfitrión que es y...

Le enseñó el dedo en un gesto de "V" de victoria y le guiñó el ojo. Rodrigo tragó saliva y se preguntó si la señora se tragaría semejante mentira.

—-Cuando venía con la bandeja, se cayó porque otro de los chicos le metió "cabe".

Se rió, tratando de sonar lo más natural posible. Rodrigo arrugó la frente y suspiró, entre resignado y nervioso.

—Pero ¿cómo te ríes así de tu amigo? ¡Sé más solidaria, Aira!

Ella volvió a reírse al imaginarse el cuadro que le describía a su abuela.

—¿Cómo está? ¿Se lastimó? Mira que una caída puede ser mala si...

La mujer se explayó en todos los males venidos y por haber que produciría una caída. Mientras la escuchaba con paciencia, Aira veía cómo Rodrigo se dedicaba a limpiar todo lo que se había desparramado al tiempo que su rostro se llenaba de sudor. Sonrió al percatarse de su nerviosismo y una gigantesca ternura por él la embargó.

Cuando la señora terminó, Aira decidió encausar la conversación hacia lo que le interesaba:

—Y abuela, me quedo a dormir en la casa de Ana, ¿vale? Mira que la fiesta se ha puesto buena, pero dentro de poco van a cerrar el colegio y queremos continuarla en una discoteca, ¿sí?

Doña Gladys arrugó la frente al otro lado del teléfono.

—O sea, ya sé que formalmente no necesito pedirte permiso al estar ya independizada de forma legal, pero aun así...

—Lastimosamente, siempre me lo enrostras cuando te llamo la atención por cualquier cosa —dijo fastidiada la señora al recordar.

—Lo sé, e igual así te hago caso en todo siempre. ¡No te puedes quejar! —habló muy solemne—. Desde que decidí aceptar el ofrecimiento de Ángel, me he portado bien, no han tenido queja alguna de mí, ¿o sí?

—Bueno... —habló poco convencida doña Gladys.

Si bien no era la primera vez que Aira no dormía en su casa, era la primera que lo hacía por irse de fiestas con sus amigos del colegio, por lo que la señora no pudo evitar sentirse aprensiva y más conociendo los antecedentes de su nieta.

Como si adivinara su poco convencimiento, la joven volvió a argumentar razones a su favor:

—¡No estoy entre las mejores de mi sección, pero tampoco soy de las peores! Recuerda mi boleta de notas del último bimestre.

—Sí, tienes razón, pero...

—E incluso puedo arriesgarme a decir que soy la mejor en la clase de Literatura —dijo volteando a ver a Rodrigo.

El joven seguía concentrado en recoger los restos de su improvisto.

—¿De verdad? —preguntó emocionada la señora. El saber que su nieta se destacaba en algo más que no fuera en meterse en problemas, con lo que podía ayudar en elevar su autoestima y evitara que le diera sus típicos bajones de depresión, la alegró.

—Sí, mi profesor de Literatura me ha dicho que tengo mucho talento para la poesía, ¿sabes? Algún día lo conocerás y...

Al escuchar lo que decía, Rodrigo soltó la escoba y el recogedor de su limpieza. Pasó saliva y la miró espantado al imaginarse la probabilidad. Aira se tapó la boca para esconder la risa que pugnaba por querer escapar, luego le dio la espalda y prosiguió con su charla.

—Y bueno, que no quiero solo traerte disgustos. Tengo mucho talento para la poesía; cuando vengan los juegos florales de la escuela participaré con uno de mis poemarios. Espero hacerme con uno de los premios y enseñarte muy orgullosa que he mejorado, abuelita.

—Eso sería estupendo, mi niña.

—Sé que... Sé que a mi edad te he decepcionado mucho, pero...

Ella pasó saliva y se cercioró de que el profesor estuviera lejos de su alcance. El joven se había dirigido a lo que le pareció que era una especie de terraza, seguro para botar todo el estropicio. En ese instante, su rostro se volvió a topar con el cuadro de un pequeño Rodrigo con su madre.

Volvió a tragar saliva. El estrujamiento en su interior se intensificó, a tal punto que bajó su mirada al recordar su reciente pasado.

—Ten por seguro que haré todo lo posible por cumplir la promesa que les hice a Ángel y a ti de ser una mejor persona. No quiero que se avergüencen más de mí y...

No pudo seguir hablando. Un nudo se había formado en su garganta, por lo que trató de regularizar su respiración.

—No has hecho nada de lo que debas avergonzarte, Aira. Ya lo hemos hablado cientos de veces, lo mejor que podías hacer es...

—¡Pero, abuela! Yo... yo... —El nudo en su garganta se apretó más—. ¡He tomado malas decisiones! Hice cosas de las que todavía me arrepiento y...

—Mi niña...

—Lo... lo siento —dijo limpiándose las lágrimas que caían por sus ojos.

—Aira, ya lo hemos hablado. Lo mejor que...

—¡Quizá todavía estoy a tiempo y...!

Ya no pudo continuar. Su respiración se volvió tan entrecortada.

—Vamos, hija, no llores, todo saldrá bien —escuchó cómo doña Gladys trataba de consolarla, pero era en vano.

Cientos de duros recuerdos y de culpas la atosigaban sobre su ser, que la obligaron a sentarse para poder llevar mejor su carga.

—Mañana no tienes escuela, ¿sí? —prosiguió la señora, tratando de buscar una manera de calmar a su nieta.

—No —dijo mientras trataba de limpiarse una lágrima.

—¿Por qué no aprovechas que es feriado para relajarte y vas al orfanato?

—¿Ah?

—Quédate ahora con tus amigos y mañana aprovecha para distraerte como ya sabes. Te sentará muy bien; de paso que averiguas cómo le va a Lucas en los estudios. La última vez que fui a verlo, su tutora me dijo que estaba flojeando y...

En ese instante, Rodrigo justo entró a la sala. Al ver el cuadro tan desolador de la joven, de inmediato acortó la distancia entre ambos y se hincó frente a ella para cerciorarse sobre cómo estaba.

Con señas le preguntó por qué lloraba. Ella negó con la cabeza y le dijo que se hallaba bien, aunque en un momento así, era obvio que su mentira era latente.

—Entonces, ¿me das permiso, abuela? —afirmó luego de que su respiración se tranquilizara.

—Claro que sí, te sentará bien. Solo cuídate, por favor. No tomes ni fumes, no te juntes con extraños y no... —Hizo una pausa—. No cometas excesos, ¿ok?

Aira tragó saliva al darse cuenta a qué se refería. En innumerables ocasiones le había aconsejado sobre cómo debía guiarse, a pesar de ya estar independizada.

Cuando volteó a ver a Rodrigo, quien seguía observándola con ojos expectantes, y recordar aquello que había sucedido entre ellos horas atrás, no pudo evitar sentir una espinita de culpa. A pesar de su joven edad y reciente reconciliación, la relación con su profesor había avanzado a pasos agigantados y una nueva sombra de preocupación la envolvió. Dados los hechos, agachó la cabeza y concluyó que su abuela tenía razón.

Al darse cuenta de que no estaba en posición de replicarle, asintió a todas las indicaciones que ella le dio. Y con la promesa de que la llamaría al día siguiente, se despidió.

Luego de que colgara el teléfono, Rodrigo no esperó más; posó sus manos sobre sus hombros al tiempo que comenzó a invadirla de cientos de preguntas.

Cuando hubo terminado su cuestionario, Aira tuvo ganas de hacer lo mismo: invadirlo con otras tantas preguntas que atosigaban su corazón, sobre aquel pasado y decisiones que la atormentaban. Sin embargo, al ver que la preocupación invadía los transparentes ojos de Rodrigo, que la contemplaban con una sincera y gran emoción que la conmovió, se arrepintió. Solo atinó a agachar la cabeza, le pidió que la abrazara muy fuerte al tiempo que, como antes, deseó acunarse en su pecho para desahogarse. Mas, él no había dado su interrogatorio por terminado:

—¿Estás bien de verdad? Porque no me has dicho por qué lloras y yo no sé qué hacer, no sé qué hice o qué te dije para que te pusieras así. ¿O fue tu abuela? ¿No te dio permiso y te regañó? Creo que piensa que es una mala idea que te quedes aquí. Quizá tiene razón y... ¿O te duelen los pies? Quizá debimos dejarlo para después e irte de frente a tu casa. ¿O quizá estás muy cansada? Creo que se me pasó la mano y...

—Rodri, ¡basta! —Extendió su brazo hacia él—. Solo necesito que me abraces, por favor, pero lo más importante... —Hizo una pausa y habló con temor—: Prométeme que, sea lo que sea —lo miró con ojos expectantes buscando en él la seguridad que tanto necesitaba—, siempre estaremos juntos y nunca más te separarás de mi lado.

Él ladeó la cabeza, pensativo.

—¿Por qué habría de separarme de ti? ¡Es ridículo! Si hemos vuelto es para estar juntos, ¿no crees?

—Aun así, prométemelo, Rodri. —Lo miró, decidida.

—¿Por qué me pides eso? —preguntó enarcando la ceja.

—Porque sí.

El joven arrugó las cejas.

—No es necesario que me lo pidas. Es algo implícito para ambos, tontita. —Se encogió de hombros al tiempo que acariciaba su mejilla con la palma de su mano.

—¿Implícito?

Él asintió.

—Ya te lo dije antes, cuando un aspie escoge a su pareja es para siempre, ¿bien? Tú eres la única mujer que yo he elegido para mí y...

Cuando escuchó la última frase que él enunció, el estómago de Aira se emocionó tanto, que sintió que estaba flotando en una nube de felicidad absoluta.

—Incluso cuando mi amigo Fabián me sugirió hace tiempo que saliera con alguna chica para olvidarte o que incluso estuviera con una prostituta, cuando lo acompañé a un club de esos, fue un fracaso. Es decir, me fui con una chica a un cuarto y estuve a punto, pero a la hora de la hora no pude concretarlo, ¿ok?

‹‹¿Q-U-É?››, pensó al tiempo que su interior le supo amargo.

—¡Espera un segundo! —Abrió los ojos con amplitud.

—¿Qué? —preguntó muy tranquilo, inconsciente de lo que su sinceridad acababa de provocar.

Su boca le sabía tan amarga al momento de formular lo que iba a decir:

—¿TE ACOSTASTE CON OTRA MUJER DURANTE NUESTRA SEPARACIÓN?

—¿Eh? —Una gota de sudor bajó por su sien.

—¿Estuviste con otra mujer, aún a pesar de que, bueno, no se consumó, como me lo acabas de decir?

Tragó saliva al tiempo que acomodó su mechón detrás de su oreja, en un típico gesto de cuando estaba nervioso.

—Dime, Rodri, ¿fue así? —lo observó con tristeza.

Él abrió la boca para aclarar lo que acababa de confesar. Al darse cuenta de la decepción con la que ella lo miraba, recién se dio cuenta de lo que había hecho.

—Debo... —hizo una pausa—, ¿debo contestar a eso? —respondió como pudo con la típica pregunta que lo sacaba de un apuro de contar la verdad, pero incapaz de contemplar a Aira a los ojos.

Tenía miedo de que aquella desilusión con la que lo había mirado minutos antes terminara por doblegarlo y le confesara todo lo que había sucedido tiempo atrás, en aquel club nocturno al que su amigo Fabián lo había llevado, al ver su estado tan lamentable en el que se hallaba poco tiempo después de su separación.

Aira abrió los ojos ampliamente al tiempo que su cerebro y su corazón procesaban lo que acababa de escuchar. El imaginarse a Rodrigo en una situación tan indeseable como la que había descubierto, le removía las entrañas. El ardor en su interior era tan intenso que tenía ganas de salir huyendo de aquella habitación, tal y como antes había hecho, como castigo por lo que le había hecho, y con una mezcla de varias acciones más.

Quería reclamarle. Quería gritarle. Quería insultarle. Quería golpearle. Quería castigarle por todo el manojo de celos que la golpeaban y la dañaban a tal punto de sentir mellada su autoestima como antes.

No obstante, apelando al resquicio de raciocinio y de paciencia que le quedaba, decidió hacer otra jugada.

Sin dirigirle la mirada, se encaminó apurada hacia el baño. Necesitaba estar a solas para pensar, para meditar, para calmarse y saber qué acciones y decisiones tomar frente a la nueva información que acababa de recibir.

—Ya vengo —fue lo único que atinó a decir al tiempo que su voz le estrangulaba por la amargura que la atosigaba.

—Aira... —dijo Rodrigo, temeroso por la metida de pata que sabía que acababa de cometer, quien se quedó con la mano extendida hacia ella. Su corazón bombeaba a mil por hora, al tiempo que todo su cuerpo sudaba, incapaz de saber qué hacer o decir para remediar la situación.

Todavía con pánico, él solo atinó a apoyarse en la pared contigua a la puerta del baño. Esperó impaciente a que Aira saliera, para ver su reacción, al tiempo que miraba con aprensión la puerta y comenzó a dar vueltas sin parar, como un trompo. La ansiedad lo mataba mientras le parecía que su corazón iba a salirse de su caja torácica por el aumento exponencial de sus latidos.

En el baño, ella golpeó varias veces con su puño una de las paredes, cuyo sonido provocó que él se sobresaltara al otro lado de la habitación.

—Aira, ¿qué fue ese ruido? ¿Estás bien? —preguntó angustiado al escucharla, sin obtener respuesta.

El solo imaginarse a Rodrigo abrazando y besando a otra mujer, y más siendo una por la que no sentía nada, le provocaba que su interior le quemara. Era un sabor tan amargo que le recorría cada célula de su cuerpo, que incluso era mucho mayor a la indignación y celos que había sentido cuando él le había comentado que había hecho el amor con su ex.

Lágrimas de decepción y de celos comenzaron a bajar por sus mejillas al seguirse torturando con aquel cuadro imaginario que la desgarraba y la humillaba. Su corazón se le encogía tanto al tiempo que se contemplaba al espejo y veía cómo a través de sus ojos se perdía toda aquella seguridad, alegría y esperanza que la habían acompañado minutos atrás. No sabía qué hacer o decir al verse reflejada de aquella manera, pero solo una cosa le quedaba clara.

Tenía ganas de responder con un insulto o un grito a un preocupado Rodrigo quien seguía preguntándole ‹‹¿Aira, estás bien?›› al otro lado de la habitación. El fantasma de sus celos, de inseguridad y de baja autoestima había regresado, demasiado pronto para ella, y parecía no darle tregua alguna... 

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