Capítulo 16.- Confesiones y Empatías
—¡Cuidado! Me estás mordiendo —se quejó Rodrigo.
—Me rindo.
Aira se retiró a un lado de la cama, fastidiada. Por mucho que había tratado de seguir sus indicaciones, no estaba resultando nada como quería, por lo que se sentía frustrada. La última queja del joven terminó por desanimarla por completo.
—Lo siento, Rodri. —Hizo un mohín en el rostro—. No quise lastimarte.
—Está bien.
—¿Cómo va a estar bien? —lo interrumpió—. Te hecho daño, ¿sí?
—Sí, pero...
—Nada hago bien —habló, cabizbaja.
Echó su cabeza sobre la almohada, y le dio la espalda, como si con ello pudiera desaparecer el mal trago que se había llevado.
Él hizo un gesto de dolor, pero trató de reincorporarse rápido. La mirada de tristeza en ella encendió sus alarmas de inmediato.
—¡Hey! ¿Qué pasa?
La tomó del antebrazo para obligarla a contemplarlo. Al principio no accedió, pero luego de su insistencia, obedeció. Se sentó y cruzó sus piernas, frente a frente con él.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué dices que nada haces bien? Si has hecho cosas maravillosas...
—¿Cómo cuáles? —dijo poco convencida.
—Escribir versos maravillosos y que llamaron mi atención desde el primer día que los leí.
—Mi poesía no es la gran cosa. Tú dijiste que tenía errores horrográficos, ¿recuerdas?
—Eso era porque tus faltas ortográficas lastimaban mi vista, cierto.
Lo miró con fastidio e iba a decirle ‹‹Mejor no me halagues››, mas no le dio tiempo:
—Pero aún a pesar de eso, supe apreciar el talento que tenías. Por eso me interesé en ti y te escribí. Eso no lo hago con cualquiera.
Ella pestañeó varias veces los ojos.
—También bailas marinera como muy pocas veces se lo he visto a otras personas.
Algo en el interior de la joven se estrujó por la emoción, pero le duró poco tiempo.
—El criarte sola a pesar de ser huérfana de padre y tener una madre ausente, que solo hacía acto de presencia para maltratarte...
—No soy la primera chica que se cría sola en un ambiente hostil.
—Pero cualquier otra hubiera terminado de pandillera o vete tú a saber. Eres una joven de dieciocho años sin vicios o malas juntas, y tienes todo un porvenir.
‹‹Soy una madre adolescente de dieciocho años, a la que se le da mal estudiar, por eso todavía no termina la secundaria, que dejó abandonado a su hijo en un orfanato y se acuesta con su profesor a escondidas››, quiso añadir.
—Vaya cosa.
—¿Es cosa mía o estás contraargumentado en toda cualidad o logro que te digo? —le inquirió al percibir en ella una actitud que no le gustó nada.
—Uhm...
—Lo pregunto porque no soy bueno leyendo los gestos no verbales, ya sabes.
—Ajá.
—Pero creo que la respuesta adecuada para un halago sería sentirte contenta y agradecerlo. Tú haces todo lo contrario.
Hizo una mueca de fastidio.
—Y ese gesto en tu rostro me dice que no estás bien —añadió—. ¿Qué te pasa?
—Ya te dije. ¡Nunca hago bien nada!
—Si te digo que enamorarme hace tres años y reconciliarnos hace poco es un gran logro, cuando yo ya había perdido la fe en todo esto, ¿me creerías? —lo dijo muy suelto de huesos, sin ser consciente del efecto que provocarían sus palabras.
Las mejillas de Aira se encendieron. La emoción de antes volvió a ella, pero ahora la recorrió de pies a cabeza.
—¡Tonto!
Se lanzó a sus brazos de inmediato, cogiéndolo desprevenido. Empezó a llorar sobre su pecho, mientras él le preguntaba si se hallaba bien o no, y el porqué de su sollozo.
—Siempre me dices cosas tan bonitas, que me dejas knock out, Rodri —dijo separándose de él y enjuagándose las lágrimas.
Él sonrió.
—Eso me lo dijiste cuando recién hablábamos por internet —agregó—. ¿recuerdas?
—Ah, sí. —Sonrió con él.
Rodrigo acomodó el largo pelo suelto de la joven que caía sobre sus pezones.
—¿Qué haces?
—Así como estás, desnuda y con el pelo suelto, pareces Eva en la película La Biblia.
—Creo que buscas cualquier motivo para tocarme los pechos, pillín —dijo mientras todo su cuerpo se estremecía por sus caricias sobre sus pezones.
—Podría perderme una y mil veces en ti. ¡Me encantas!
Él la empujó sobre la cama y procedió a bajar sobre su monte de Venus para continuar lo que su instinto le dictaba. Aira gritó cuando percibió que él la estimulaba, tanto en su interior como en su clítoris.
Al recobrar la respiración y la cordura en ella, su frustración inicial le hizo recordar que tenía una cuenta pendiente con Rodrigo:
—¿Cuándo podré hacerte lo que tú lo haces conmigo, sin provocarte daño?
—¿Ah?
—Esto... —Señaló con su dedo índice hacia la frente de él, que descansaba sobre su pubis—. Tú eres todo un experto, mientras yo... yo... soy un cero en la izquierda... ¡como en todo! —añadió con tristeza.
Él se sentó a su lado.
—Pero no te presiones. Poco a poco, ¿sí?
—¿Te duele todavía?
Ella miró su entrepierna.
—Ya no. Me arde un poco, sí.
—Lo dicho. —Le dio la espalda—. Soy una inútil buena para nada.
—Aira, ¿vas a seguir pensando lo mismo?
Se encogió de hombros, sin darle importancia.
—Te seguiré diciendo las cualidades que tienes...
Volvió a encogerse de hombros.
—Te haces cargo de tu hermano, yendo a visitarlo, a pesar de que tienes obligaciones como estudiante o una vida social como cualquier otra chica de tu edad. ¿También esto te parece poco?
—Mi vida social es cero; se resume en conversar con Ani por Whats o a venir a visitarte, Rodri. Ir a ver a mi hermano no supone ningún esfuerzo para mí.
—Cualquier otra chica de tu edad en tu lugar preferiría salir con sus amigos o yo que sé.
—¿Qué amigos? Solo tengo como amiga a Ani, y ya te dije que solo converso con ella por chat —bajó la mirada—, aunque no creo que lo volvamos a hacer.
—¿Y eso? —Frunció el ceño.
—Nos hemos peleado. ¡Es una estúpida!
—¿Por qué?
Ella pasó saliva.
Se preguntó si debía sincerarse con él y contarle acerca de que Ana compartía su secreto, así como Xico. En especial, le preocupaba esta última. Tenía miedo de cómo se lo pudiera tomar Rodrigo, dado que su amiga asistía al colegio, cuál sería su reacción al tener que interactuar en la secundaria con alguien que supiese que se acostaba con su alumna y...
No obstante, siendo que ya estaba harta de construir de nuevo su relación con él a base de mentiras, tomó una decisión. Se dijo que, dentro de lo posible —omitiendo lo de Marquitos por obvias razones— compartiría con él todo lo que los atañía, así se enojara o no.
Luego de confesarle, la cara de desconcierto en él era más que evidente. Ella lo tomó de la mano; quería saber cuál era su reacción. Rodrigo se la apartó; frunció el ceño, en un gesto que se le hizo totalmente doloroso para la punzada en su corazón que empezaba a hundirse.
—Rodri...
Trató de abrazarlo, mas no pudo. De inmediato, el profesor se había levantado de la cama.
Empezó a dar vueltas por la habitación, de manera lenta y automática. Quería procesar la nueva mentira de la que se había enterado. Todo era tan borroso. Todo era tan confuso. Todo era tan gris que, cuando oyó que la joven pronunció su nombre por segunda vez, alzó la cabeza para esclarecer lo que tenía delante de sí.
Otra mentira. Otra desilusión. Otra decepción.
—¿Por qué siempre me mientes, Aira?
—Rodri...
—¡¿No habíamos quedado en que a nadie le diríamos nuestra relación?! —Alzó la voz.
—Sí, pero... —respondió temerosa.
—¿Y encima se lo has dicho a alguien del colegio? ¡¿Con qué cara voy a ver a Guzmán a partir de ahora?! Pensará que soy un violador o qué diablos.
Sacudió la cabeza varias veces. Su mirada ida era de auténtico espanto.
—¡Na' que ver! Yo en una le he aclarado las cosas y le he dicho sus verdades, no te creas. Es por eso que nos hemos peleado, Rodri, porque ella piensa mal, pero no solo de ti, sino también de mí.
—¿Eh? —Volteó para prestar atención a lo último que había afirmado.
—Es ella la que me dijo que era una ninfómana por solo querer estar contigo —dijo muy triste—. Y tú mismo me has dicho que no es así, ¿verdad?
—Sí —contestó, pero todavía con el gesto adusto en su rostro.
—Ella juzga sin saber, nos juzga a ambos, y eso me duele, Rodri, me duele mucho. —Empezó a sollozar—. Porque yo no tengo en quién confiar, no tengo con quién hablar. No le puedo contar a mi abuela sobre ti, menos a mi hermano, o a Ángel... —arrugó las cejas al acordarse de la charla que había tenido con este último sobre la paternidad de Marquitos—. A mi madre ni mencionarla. Y cuando quiero gritarlo a los cuatro vientos sobre lo feliz que soy al tenerte de enamorado... Cuando quería buscarte y regresar contigo meses atrás... Cuando nos reencontramos... Cuando nos reconciliamos... Necesitaba tanto alguien que me escuchara, que me aconsejara... Y no tenía, no tengo con quién. Me siento sola, ¿sabes? ¡Muy sola!
Las lágrimas ya la traicionaban. Sus mejillas empezaron a bañarse con aquellas y Aira agachó la cabeza, avergonzada. Para entonces, el gesto en el rostro de Rodrigo se había relajado. La contemplaba con aquel halo de emoción, que luego identificó con una a la que ella lo estaba acostumbrando.
—Tú eres lo más bonito que me ha pasado en la vida, y no puedo compartirle a nadie lo feliz que soy contigo. ¡Me siento tan frustrada!
Comenzó a limpiarse las lágrimas que seguían cayendo sin piedad. Para entonces, él se había acercado a ella y la ayudó.
—Cuando las chicas en clase hablan de sus novios o si tienes algún chico que te interese, no puedo decirlo... O cuando me asaltan las dudas como ahora, cuando creía que era ninfómana, no tengo a quién preguntar para que me aconseje... Y esto que tengo por ti me quema, me duele como no tienes idea.
—Creo que tengo cierta noción de lo que me dices y ahora te comprendo mejor.
—¿Eh? —Alzó la vista al tiempo que ensanchaba sus ojos.
—Empatía, Aira. —Le sonrió.
—¿Cómo? ¿Qué dices?
—Que sé perfectamente cómo te sientes. Lo que te ha pasado a ti también me pasa a mí.
Y fue ahí en que Rodrigo le contó la situación por la que había pasado desde que se habían reencontrado y luego reconciliado.
Conocedor de que su hermana menor tenía en mal concepto a la joven, luego del daño que provocara en él, había obviado contarle, primero, que se había reencontrado con ella en el colegio. Meses después, luego de su felicitación por el Día del Maestro, el fin de semana siguiente a que se reconciliara con Aira, había quedado en almorzar con Milena. Esta, para confirmar sus sospechas sobre si estaba saliendo con alguien, tal y como había intuido durante su charla telefónica, empezó a abordarlo con preguntas sobre la susodicha. Con mucho esfuerzo, Rodrigo había logrado salir bien librado de aquel interrogatorio. No obstante, esto había supuesto un estrés tal al que se había visto sometido en aquella tarde, que no quería que se repitiese.
Desde entonces, estaba evitando a toda costa encontrarse con su hermana o que esta lo visitara.
—En momentos así desearía no tener Asperger —dijo con evidente fastidio—, porque sé que, si ella intuye siquiera que he regresado contigo y me lo preguntara, sería incapaz de mentirle. Y es molesto porque, más que bien, Milena es la única familia que considero que tengo y me entristece no poder frecuentarla como antes —agregó con pesar.
—No lo sabía.
Se sintió fatal al descubrir que, aunque no se lo propusiese, era la causante de que ambos hermanos se alejaran.
—Pero está bien. No es el momento adecuado para que se entere, por lo menos, no hasta que termine el año escolar. Y si tengo que alejarme de mi hermana por unos meses, pues bueno. —La miró con una sonrisa y mirada de resignación—. Total, un esfuerzo por lo que significas para mí, puedo hacerlo, ¿bien?
—Rodri...
Volvió a llorar como una Magdalena.
—¿Y ahora por qué lloras?
—Porque eres tan lindo y tienes unos detalles conmigo que...
El sollozo no le permitió continuar.
—¿Que te dejan knock out? —le preguntó sonriendo.
Ella asintió y sonrió con él.
Después de que ella se calmara, Rodrigo siguió relatándole cómo había sobrellevado la relación clandestina que tenían.
—Yo tampoco tengo en quién confiar, y me gustaría con quién hacerlo cuando necesito un consejo, ¿sabes? Antes tenía a Fabián, pero temo que también pueda reaccionar mal. Él no veía con buenos ojos que tuviera algo contigo, ni siquiera desde el comienzo, hace tres años.
—¿Cómo?
Y ahí le contó los consejos que él le había dado; peor todavía, por los paralelismos que tenía Aira con la depresión de su madre.
—Entonces, ¿a tu mejor amigo le caigo mal?
—No sé si mal, pero siempre me decía que, cargar sobre mis espaldas el tema de tu depresión no era favorable para mí, y más por lo que me había pasado.
Ella agachó la cabeza. Trató de ponerse en lugar del amigo de Rodrigo. Después de meditarlo un rato, se dio cuenta de que Fabián tenía razón, aun cuando la conclusión no la favoreciera.
—Igual, siempre quedamos en encontrarnos cada fin de mes a tomar un café para ponernos al día. Supongo que no es algo que pueda evitar por mucho tiempo más. Aparte, me vendría bien tener alguien en quién confiar y sé que, aunque le disguste, sabrá respetar mi decisión. Lo hizo antes y lo hará ahora.
Aira se preguntó si, llegado el momento, antes de que acabara el curso escolar, habría oportunidad de volver a ver a Fabián, hacerle saber que estaba equivocado sobre el concepto que tenía de ella y prometerle que haría lo posible para no volver a dañar a Rodrigo.
—Como ves, no eres la única que ha tenido temores sobre esto.
Ella lo miró aprensiva. Tenía miedo de que, por lo que significaba su actual aislamiento social y familiar, Rodrigo se hubiera arrepentido de volver con ella.
Quiso preguntarle sobre esto, pero no tuvo oportunidad. Él se le adelantó con lo siguiente que agregó:
—O sea, no es que no haya querido regresar contigo; soy mucho más feliz contigo de lo que he sido en mucho tiempo. —La miró con ternura, aplacando los temores que empezaban a asaltarla—. Pero sí, al igual que tú, pues me han surgido algunas dudas, no del tipo de considerarme una versión masculina de la ninfomanía... —Soltó una pequeña risa.
—¡Rodri! —Frunció el ceño.
Él le sonrió.
—Pero sí he querido desahogarme sobre lo feliz que soy contigo o, más importante: aprender a llevar una relación clandestina para no exponernos, dado que no soy muy hábil para mentir y tengo miedo de que mi Asperger me traiga problemas por lo mismo. Más de una vez he necesitado que alguien me escuche para pedirle consejos sobre ello, y me he visto frustrado al no saber a quién acudir.
—Entonces... entonces... ¿me entiendes?
—Bastante, Aira. —Le acarició la cabeza—. Es por eso que no puedo reprocharte nada.
—¿Y cómo has sobrellevado esas ganas que tienes de desahogarte o de buscar consejos, Rodri? Porque yo he metido la pata, y créeme que ya no volveré a decirle nada a Ani. Pero tú, que no te has visto con tu hermana o tu amigo, y vives solo, ¿cómo has sabido sobrellevar esta soledad?
Él ladeó la cabeza, entrecerró los ojos y, finalmente, sonrió:
—Déjame presentarte al ‹‹Sr. RAE›› —dijo él con una curva en los labios y una mirada atípica, que dejó a la joven pensativa.
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