Capítulo 15.- Limerencia y Aprendizaje
Luego de recoger el champú que se le había caído y acomodarse la toalla a la cintura con el nudo debido (que a Aira le pareció un gesto de lo más tierno, dada la ironía de la situación), Rodrigo se rascó la cabeza, confundido. La miró con aquellos ojos inquisitivos, mezcla de ignorancia, mezcla de inocencia, mezcla de curiosidad, que solo a él lo caracterizaban.
Caminó un par de pasos hacia ella, dubitativo. Con mucha vergüenza, repitió lo que le parecía haberle escuchado, aún cuando su mente le dijera que estaba equivocado.
—¿Me estás preguntando si tú...? —Tragó saliva—. ¿Si eres...? —Carraspeó—. ¿Si eres ninfómana?
Ella asintió, cabizbaja.
Se hallaba avergonzada. No sabía cómo se había atrevido a formularle aquella pregunta. Pero, dado que la charla de la noche anterior la había dejado mal por tratar y mentirle a Rodrigo de aquella manera, más la ansiedad por no saber a quién acudir para plantearle las dudas que la asaltaban, estaba llegando a un punto tal, en el que simplemente su boca habló antes de que su mente lo procesara.
—¿Por qué...? ¿Por qué me preguntas eso? —Se tocó las cejas, todavía nervioso e imposibilitado de mirarle al rostro. No tenía ni idea de cómo responder a lo que ella le requería, por lo que optó por decirle lo primero que se le ocurrió.
Aira no supo qué contestarle.
‹‹¿Será conveniente que le confiese lo que Ani me dijo? Pero, ¡me pidió que no le contara a nadie lo que tenemos, porque eso supondría poner en peligro su carrera!››.
Una gota de sudor frío bajó por su mejilla.
‹‹Dios mío. ¿Qué hago? ¿Qué? ¡Ya metí la pata por bocona! Se volverá a enojar como la otra vez, cuando no le conté que...››.
Alzó la vista para buscar aquellas fuerzas que la impulsaran a abordar el tema como lo requería. Rodrigo se hallaba frente a ella como siempre, con ese gesto tímido de arreglarse su flequillo detrás de su oreja, con la mirada cabizbaja y nerviosa, y con ese rostro que se resumía en ternura e inocencia. Le pareció increíble que, minutos antes se hubiera comportado con ella de la manera tan intensa como lo caracterizaba cada vez que tenían intimidad.
—Rodri, ven... —Se levantó y tomó de la mano—. Siéntate aquí, a mi lado.
—¿Ah?
—Vamos, hazme caso. —Lo llevó hacia la cama.
Le obedeció.
Ya cuando se hallaban sentados, ella se volteó hacia él. Cruzó sus piernas y apoyó su rostro sobre sus manos, que se hallaban apoyadas sobre sus rodillas.
Se lo quedó observando en silencio por un par de minutos. Rodrigo, como antes, no hablaba. Se hallaba incómodo ante aquella desconcertante y nueva situación, que le era imposible de siquiera intuir el porqué le había hecho aquella pregunta tan inusual.
Al darse cuenta de lo tensa del ambiente, a pesar de sus temores, de sus dudas, de sus ansiedades, se dio cuenta de que tenía que tomar el toro por las astas. Como antes, dependía de lo que ella hiciera para que su relación siguiera el buen curso que debía, aún cuando la situación fuera tan tirante.
Lo tomó la mano con ternura. Llenándose de fuerzas, y tratando de dejar atrás la vergüenza que la azotaba, habló:
—Lo que pasa... Lo que pasa es que... —Entrelazó los dedos de ambos con nerviosismo—. ¡Siempre tengo ganas de ti, Rodri!
Se alejó de él y se cubrió el rostro con las manos.
—¿Ah? —La cara de él era un poema—. ¿Qué estás diciendo?
—Eres como una droga para mí, ya te lo había dicho antes, pero...
—¿Pero? —dijo poco convencido.
—Esto va más allá, ¿sabes? —Siempre... Siempre... —Sentía que sus orejas le ardían—. Siempre quiero tener sexo contigo.
Y fue ahí que se sinceró con él.
Obviando la acusación que le había hecho Ana, porque esto conllevaría el contarle que le había confesado lo que tenían, se sinceró con las dudas que la asaltaban. A su vez, cuando le contó que esta era una de las razones por las que se había mantenido tan distante con él estos días, incluyendo su charla por WhatsApp del día anterior, el joven la observó de tal manera que a Aira le apretó el estómago.
—¿Qué? ¿Por qué me miras así? —dijo avergonzada—. Soy una ninfómana, ¿cierto?
Rodrigo arrugó las cejas. Ella lo observó esperando una respuesta, pero él solo se rascó la cabeza, pestañeando varias veces.
—Ok, ya no me digas más. Sé que soy una ninfómana. —Escondió su rostro entre sus piernas—. Lo siento...
—¡Tontita! —Le dio un par de palmadas en la cabeza.
Ella lo miró, sin comprender.
—Lo que te pasa a ti, también me pasa a mí.
Sonrió y la observó como si se tratara de un adulto explicándole algo nuevo a un niño.
—¿Eh?
Él asintió y le dedicó la más comprensiva de las sonrisas que alguna vez le recordara.
—Que lo que te pasa a ti también me sucede a mí, Aira. Y créeme, no me considero un adicto al sexo o nada parecido. —Se tapó la boca con una mano y le desvió la mirada en un segundo—. Aunque quizá sí un poquito en las últimas semanas...
Ella ensanchó los ojos, sorprendida.
—Pero lo que quiero decirte es que, lo que nos pasa a ambos es normal, ¿sí?
—No entiendo.
Hizo un puchero, aunque el suspiro que soltó hizo lo propio con el nerviosismo y preocupación que la habían asaltado desde hacía días. Como siempre, Rodrigo sabía cómo tranquilizarla.
—Mira, ¿nunca has escuchado de la etapa de enamoramiento de una pareja?
Ladeó el rostro, pensativa. Meneó con la cabeza.
—Mi psicólogo me lo explicó hace tiempo. Cuando traté de sobrellevar tu ausencia, nuestra separación y... —Su mirada se puso sombría, pero solo por breves segundos.
—Lo siento, Rodri —dijo ella con pesar.
Él sacudió la cabeza. Volvió a contemplarla con aquel brillo especial al impregnarse en sus retinas aquella jovencita de pelo negro.
—No hablemos de cosas tristes, ¿sí?
Ella obedeció. Y fue ahí en donde Rodrigo le contó lo que había aprendido de su doctor.
Le explicó que las etapas de una pareja se dividían en varias. Algunos especialistas las dividían en tres, ¡otros hasta en diez! Pero, todas coincidían en que la primera etapa era la de enamoramiento, química o como quisiera calificarse. Pero era al principio de conocerse una pareja, encender las chispas, solo apreciar las virtudes del otro y en donde todo era color de rosa.
—Es la etapa priceless, en la que todo es maravilloso, tanto que solo quieres estar las 24 horas del día con esa persona. —Le tocó la mano, se la llevó a la boca y se la besó con suavidad—. Como me pasa ahora contigo. Solo quiero pasar mis días a tu lado, Aira.
—Rodri... —dijo con los ojos llorosos.
—Es lo más natural del mundo. Les pasa a todos, ¡tontita! —Le acarició la cabeza con ternura, de nuevo.
—Sí, pero... —Arrugó la frente. Luego formuló, aún poco convencida—: ¿Eso se relaciona con el sexo?
—¿Ah?
—Porque yo... tú... o sea, siempre quiero estar contigo, ¿sí? Como dices que pasa en toda pareja.
—¡Claro!
—Pero... pero... —Bajó el rostro, avergonzada—. ¿Eso implica que todos siempre quieran tener sexo con su pareja, como yo contigo? —susurró.
—Bueno...
—¡Siento que lo mío por ti no es normal! ¡Que quizá soy una ninfómana o qué se yo! Y me da vergüenza, ¿sí? Quizá porque desde hace tiempo veo porno, y antes creía que era normal. Pero ahora me parece que ato cabos y... —dijo triste al tiempo que se alejó de él y se sentó en una esquina—. ¡Me da vergüenza de mí misma, ¿ok?
Él se rascó la frente, sin saber cómo reaccionar ante su reacción. Luego volteó y la contempló. Le pareció lo más tierno del mundo al verla cubrir sus ojos con sus manos, sus dedos temblando y cabizbaja.
Con paciencia, se sentó a su lado y le cogió el mentón:
—Mírame, Aira... —Le levantó el rostro.
—¿Qué? —dijo con un puchero.
—Según tu razonamiento, ¿tú crees que soy un adicto al sexo entonces?
—¿Ah? ¡Claro que no! ¡¿Cómo crees?! Pero... yo... yo...
Se abrazó un brazo con el otro, avergonzada.
—Porque hacer el amor es una cosa de dos, ¿bien? Se necesita que dos personas estén dispuestas a hacerlo, a no ser que sea una violación, o manipulación, o engaño.
—Sí, pero...
—Cuando tú vienes aquí es porque yo te espero ansioso. Cuando quedamos en el hotel el otro día lo acordamos previamente. Cuando hemos hecho el amor en el colegio —se cubrió la boca, avergonzado—, aunque no debimos, uno comenzó y el otro continuó.
—Sí, pero... —dijo todavía poco convencida, aunque su semblante ya se había relajado.
—¿Uno ha forzado al otro a hacerlo?
—¡Claro que no!
—¿O manipulado?
—¡En absoluto!
—¿O engañado?
A diferencia de antes, Aira tuvo que callar. La seguridad la había abandonado, porque sabía que, en ese aspecto ambos no se hallaban en el mismo nivel. Para su buena suerte, Rodrigo no le dio importancia cuando ella agachó la cabeza y no contestó a su pregunta. Al contrario, se acercó hacia ella y formuló:
—Yo siempre quiero tocarte, quiero besarte, quiero amarte —dijo al tiempo que acariciaba su hombro, besaba su clavícula para luego tocar con sus dedos su pecho izquierdo.
—Rodri... —dijo mientras todo su cuerpo se tensaba y estremecía.
—Si esto me hace adicto al sexo, no lo creo, Aira.
Se separó de ella para tratar de aligerar su temperatura corporal. Aunque se moría por continuar, vio conveniente terminar su explicación para que la muchacha despejara de su cabeza aquellas ideas equivocadas.
—Sé que por mi Asperger tengo intereses obsesivos, eso sí. Ya te lo había explicado.
Ella asintió.
—El cine, la ortografía, la buena alimentación, el orden, la limpieza y tal vez... —Se sonrojó un poco, a tal punto que se tocó las cejas con ambas manos—. El sexo —agregó con un tono de voz apenas perceptible, al recordar su afición desde que se habían separado, de leer y ver documentales de sexología.
—Eso quiere decir que de verdad ves porno, picarón. —Lo miró como si lo hubieran atrapado haciendo una travesura.
—¡Hey!
Ella rió.
La miró con reproche, pero no supo con qué regañarla, porque en el fondo sabía que tenía razón.
—Aunque, más que sexo, prefiero decir que otro de mis intereses obsesivos eres tú. Eres mi interés obsesivo, sí, Aira, y estoy más que encantado con esta idea.
La joven se quedó sin aliento.
—Sé que no es normal el haber actuado algunas veces de la manera en que lo he hecho, como ir hasta la DIRINCRI, por ejemplo...
Una carcajada pugnó por salir de la boca de ella, pero se contuvo para permitirle que continuara.
—Pero está bien. Aprendí con mi psicólogo que está bien sentir lo que siento. Tengo Asperger, tengo intereses obsesivos, entre ellos estás tú quizá. Y estamos pasando por la primera etapa de enamoramiento...
—Pero tú y yo ya hace tiempo que nos conocemos.
—¡Pero nos hemos reconciliado! Es como si estuviéramos comenzando de nuevo, ¿no crees?
Inclinó la cabeza, pensativa.
—Y peor todavía, porque tenemos que vernos a escondidas. Ya te dije el otro día. Lo que siento cuando estás lejos... Cuando te veo cerca, y estamos a pocos metros, pero no podemos amarnos como los demás, me cohíbe y frustra de tal manera que, cuando tenemos estos preciosos momentos para compartir, es como si todo se juntara, ¡como si todo explotara!
La acarició por el cuello y le dio un beso en la boca. Le acarició la mejilla con su mano izquierda y con la derecha la tomó de su cintura, aprisionándola a él.
Ella soltó un gemido de placer. Los besos y caricias de Rodrigo, junto con su comprensión, ternura y amor, empezaron a desaparecer los temores que le quedaban.
—Ahora solo quiero volverte a hacer el amor de nuevo —agregó al tiempo que se perdía entre su pubis y ella abría sus piernas sin pensarlo mucho.
No obstante, el último resquicio de dudas, que las palabras de su amiga habían sembrado en ella, la impulsó a formular lo siguiente:
—Entonces... entonces... ¿Es normal que solo quiera hacer el amor contigo todos los días? —preguntó con temor y vergüenza a la vez, al tiempo que se cubría los ojos.
La miró con comprensión. Luego sonrió.
—Sí.
—¿Eso no me hace ninguna ninfómana?
—¡Aira!
—Por favor, responde. —Hizo un puchero.
—No.
Se separó de su lado y apoyó su cabeza sobre su mano derecha.
—Para que te quede más claro...
—¿Sí?
—Una de las teorías de los psicólogos explica que, durante la etapa de enamoramiento, nuestros cerebros segregan las llamadas hormonas de felicidad.
—Los de nombres raros, según me explicaste.
—Sí, pero no solo eso.
—¿Eh?
—Algunos van más allá. Y siendo nuestro caso, creo que se aplica a la perfección.
Lo miró con total expectación.
—Afirman que cuando te enamoras segregas noradrenalina, la que tiene relación con la excitación del cuerpo. Por algo esta primera etapa es llamada por algunos limerencia o lujuria.
—¿Limerencia?
—Limerencia.
—Creo haber leído esa palabra en las redes sociales; eran unas imágenes que hablaban sobre las palabras más bonitas en español...
—Ah, sí, también me parece haberlas he visto. —Ella asintió—. Pero ¿entiendes lo que quiero decir?
—Creo que sí.
—¿Segura?
Afirmó con la cabeza varias veces.
—Sí, Rodri —dijo con una gran sonrisa.
—Me alegro.
—¿Sabes? ¡Esta es una de las cosas que más me gustan de estar contigo!
—¿Por?
—Porque siempre aprendo algo nuevo contigo. En clases, sobre Literatura... En la vida, por lo que esta relación significó para mí.
Frunció el ceño al recordar cuando lloró al ver que él la cuidaba de lejos en el patio del colegio, el día que había decidido no resignarse a que solo fueran profesor y alumna.
—Y significa para mí —agregó con una gran sonrisa.
¡Cuánto habían cambiado las cosas ahora! ¿Quién lo hubiera dicho comparándola con aquella triste y resiliente tarde?
—Y ahora de sexo contigo. —Se le sonrojaron las mejillas y agachó la cabeza de manera tímida—. A pesar de ver porno, me falta tanto por aprender. ¡Ayyyy!
Rodrigo la iba a reprender por lo último que había dicho, pero prefirió callar. Más bien, lo anterior que había soltado le hizo recordar que tenían algo pendiente que hacer...
Se recostó sobre el respaldar de la cama para luego agregar:
—Ven acá. —Le indicó con la mano para que se colocara delante de él.
Ella ensanchó sus ojos. Iba a preguntarle a qué se refería con exactitud, pero su orgullo no quiso que la hiciera quedar como una ignorante; se limitó a obedecer.
—¿Te acuerdas cuando te dije que te iba a enseñar otras cosas? —Le empezó a besar con ternura el cuello y la echó sobre la cama.
Ella se quedó sin aliento.
—¿Sí? ¿Por qué...?
Quiso terminar su pregunta, pero no pudo.
—Espérame... —La dejó y se fue al baño.
Al regresar, él se quitó la toalla y se colocó sobre ella, pero no solo se quedó en eso. En un acto que la sorprendió, Rodrigo giró su cuerpo a la mitad. La cabeza de él descansaba sobre su pubis. Le sonrió con timidez para luego empezar a jugar en su interior.
—¿Te gusta? —dijo después de que ella soltara su último gemido.
—S... sí.
—Intenta hacer lo mismo conmigo...
Terminó de girar su cuerpo hacia el de ella, de tal manera que el rostro de cada uno se hallaba al frente de la pelvis del otro.
‹‹¿AHHHHHH?››.
—¿AHHHHHHHH? —habló con una voz de espanto.
La miró, asombrado.
—¿Qué...? ¿Qué es lo que pretendes que haga? O, mejor dicho, ¿que te haga? —añadió todavía en un estado de estupefacción.
Él se reincorporó.
—¿No me dijiste el otro día que querías estimularme? —preguntó, confundido.
Aira pasó saliva mientras asentía, poco convencida.
—Pues quiero enseñarte a hacerme pues... ya sabes. —Indicó con la vista hacia su entrepierna—. Aunque viendo cómo has gritado, no se sí si esta posición sea la adecuada. Se me ocurrió porque es la manera en la que ambos podemos entregarnos. Tú querías que ambos nos estimuláramos, que no fuera solo yo el que lo hiciera, ¿recuerdas?
Él se rascó el cuello y miró a otro lado.
—Sí, pero...
Ella no supo qué agregar. Aquella espontaneidad en él la había dejado perpleja.
—Es la primera vez que tengo que enseñárselo a alguien y...
La miró de reojo y arrugó la frente. La cara de ella estaba hecha un tomate.
—No sé si estoy haciendo lo adecuado —añadió para luego cubrirse el rostro. Sonrió con nerviosismo—. Perdón por asustarte. No volveré a tocar el tema —dijo con tristeza.
Se alejó de ella y procedió a sentarse a un costado de la cama, dándole la espalda.
En ese instante, al darse cuenta de lo peculiar de la situación, ella se reincorporó. Lo abrazó por detrás. Le besó los hombros para, finalmente, hablar muy decidida:
—Enséñame, Rodri.
—¿Ehhhh?
—No me asusté. Solo... solo que... —Sus orejas se encendieron—. Me sorprendió que te comportaras así.
—¿Actué mal?
—No.
—¿Te incomodó?
—No.
—¿Te ofendió? —Iba a contestarle, pero no la dejó terminar—. Porque lo que menos quiero es pienses que me estoy aprovechando de tu ignorancia o de tu inocencia, que te sientas indispuesta, que te estoy tratando mal, o yo que sé. ¡Perdóname, Aira! ¡Perdóname, por favor! Yo solo quería...
Rodrigo se desvivió en disculpas que a la joven le produjeron ternura, pero ella ya no escuchaba más. Su mente se había detenido en algo en especial que él había formulado:
‹‹Porque lo que menos quiero es que pienses que me estoy aprovechando de tu ignorancia o de tu inocencia...››, se repetía de forma incesante y armoniosa en sus oídos, una y otra vez.
‹‹Me gustaría tanto que Ani escuchara esto››.
De improvisto, se lanzó a su cuello y lo besó.
—Enséñame, Rodri, ya te lo dije.
—Aira...
—Enséñame.
Le retiró uno de los flequillos que caía sobre su frente. Lo miró con una adoración tal, que solo quiso perderse entre sus verdes y ansiosos ojos, que en ese momento la contemplaban.
—¿Segura?
Ella afirmó con la cabeza.
—Perdón si reaccioné así, pero no lo dije porque me haya sentido incómoda, ofendida, aprovechada y demás cosas que me has preguntado. Fue solo porque me sorprendió, pero nada más.
Sonrió al darse cuenta de lo exagerada que había sido la situación.
—¿De verdad?
—Sí.
—Pero...
—Ya te lo dije cuando nos reconciliamos... —Lo besó en los ojos, imitándolo como él siempre hacía con los suyos—. Eres y serás el mejor maestro que he tenido en la vida. —Se separó de él y ambos se contemplaron, seguros y firmes—. Y ahora que sé, gracias a ti, que esto que siente mi mente y mi cuerpo, esta necesidad inmensa que siento por ti, no es ninfomanía ni nada parecido...
Él sonrió.
—Limerencia —la interrumpió.
—Limerencia.
Ambos juntaron sus frentes.
—No quiero que esto sea la excepción, ¿sí? —agregó Aira—. Enséñame, Rodri. Enséñame a experimentar esta limerencia de otra manera, que sea mutua. ¿Pue...? ¿Puedes? —dijo con timidez, pero segura de sí.
Rodrigo percibió en su mirada la decisión con la que le hablaba. Asintió junto con ella. La besó y la abrazó para finalmente, proceder a enseñarle lo que años atrás había experimentado, pero ahora por primera vez como profesor...
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