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❧ 9. Amistades y Revelaciones ☙


—¿Y te has decidido a comprarle un regalo al tutor?

Luego de que, en la tarde de ayer, Rodrigo la acompañara a tomar su bus que la llevara a su casa, Aira se sentía en las nubes. Durante toda la jornada escolar no había hecho más que mirar al cielo, a través de la ventana del salón, recordando cada minuto de lo que había acontecido entre ambos.

‹‹Qué frío hace››.

‹‹Sí, hace bastante viento››.

‹‹El invierno ha llegado con fuerza››.

‹‹Toma››.

‹‹¿Ah? ¿Por qué me das tu saco?››.

‹‹¿No decías que tenías frío?››.

‹‹Ahhhh, es tan lindo y caballeroso el huevón. Tiene cada detalle que me deja boba, aunque luego sea tan tonto que no sé cómo reaccionar››, pensó Aira mientras veía a Rodrigo a lo lejos, a través de la ventana.

‹‹Ahí viene mi micro››.

‹‹Ok. Adiós››.

¿Eso nomás me vas a decir?››.

‹‹Te estoy diciendo adiós››.

‹‹Uhm, sí, pero me refería a algo más...››.

‹‹¿Más qué?››.

‹‹No sé, decirme algo más...››.

‹‹Esteeee... ¿Saludos cordiales?››.

—Llamando al planeta Aira. ¿Estás ahí?

Ana se colocó al frente de su amiga para capturar su atención. Luego de esto, por fin, la joven reparó en ella, aunque no podía evitar seguir sonriendo como boba.

—¿Y esa cara de felicidad absoluta? —insistió.

Aira pestañeó varias veces. Cuando, por fin, se percató de lo que ocurría a su alrededor, trató de disimular su algarabía, pero era en vano. Le era imposible de borrar la gran sonrisa que tenía, de oreja a oreja.

—No es nada —contestó aún sonriendo.

—¿Tendrá que ver con que hablaste con el profesor Ambrosio en la mañana, antes del comienzo de la primera clase?

—¡Ehhhh!

Ella se refería a que, ni bien había llegado al colegio, se había acercado a Rodrigo y le había hecho entrega, dentro de una bolsa, del saco que le había prestado, el cual se hallaba perfectamente doblado y planchado.

—Te vi en la mañana. Estaban muy juntitos conversando. —Se sentó en la carpeta del frente y volteó hacia ella. Esbozó una pícara sonrisa como si estuvieran planeando el robo a un banco—. ¿Me vas a seguir negando que te gusta?

Aira volteó nerviosa alrededor del salón. Para su buena suerte, eran las únicas presentes en aquel.

—No hables bobadas.

—Se te nota en toda la cara, Aira. Es imposible de ocultar.

Ana María cruzó los brazos sobre la carpeta de su amiga. Apoyó su mentón sobre sus manos cruzadas, al tiempo que seguía observándola con picardía.

—¡Deja de mirarme así! —se quejó la estudiante—. Ya te dije que con el profesor Ambrosio nada que ver.

—¿Estás segura? Estás sudando de los nervios, pillina.

—¡Aniiiiiii! —Hizo un puchero y frunció el ceño—. Deja de molestarme, ¿quieres?

—Ok, ok. —Hizo un gesto de falsa inocencia—. De todas maneras, quería decirte que mañana en la tarde estaré libre y quería ir a pasear al centro comercial. La próxima semana es el cumpleaños de mi padrino. Quería ir a algunas tiendas de ropa para hombres y...

Aira la observó con curiosidad. Su amiga se encogió de hombros y prosiguió, como si con ella no fuera la cosa.

—Bueno —continuó Ana María—, luego pasar el rato y tal, ¿me acompañas? Siempre es bueno tener una segunda opinión.

—¡Por supuesto! —contestó entusiasmada—. ¿En dónde quedamos y a qué hora?

Ana María la miró con satisfacción al tiempo que se decía ‹‹Ay, amiguita, aunque quieras negarlo, se te cae la baba por el profe. Pero estoy tan contenta de que no te hayas interesado en Caballero, a pesar de tener que estar a su lado por la marinera››.

**********

—¿Qué es lo que le regalarías a tu padrino si tuviera veintitrés años?

Aira se encontraba con su amiga paseando en el centro comercial Plaza San Miguel, a donde hacía años atrás Rodrigo y ella solían pasar tardes enteras. Recorrer aquellos pasadizos, mirar aquellas tiendas, respirar el ambiente festivo, la hacían rememorar aquellas hermosas tardes en las que el tiempo no pasaba, en las que el amor no se olvidaba, en las que las sensaciones se construían a base de una perfecta sincronía entre ambos, entretejiéndose entre sincronías que parecían lejanas, para su emoción y posterior desazón. Hacía tiempo que no regresaba aquel lugar, porque tenía miedo de que los recuerdos la golpeasen, de que la nostalgia la quemase, de que la melancolía la atravesase produciéndole amargas sensaciones que se había propuesto dejar atrás...

Para distraerse, había intentado concentrarse en lo que Ana María le decía. La había acompañado a un par de tiendas de ropa de hombres. Su amiga había revisado desde suéteres, camisas y hasta polos, aunque ninguno la convencía.

Ella, por su parte, había hecho lo propio. En un momento de descuido de Ana, se había entretenido en puestos en donde se exhibían camisas a cuadros, bufandas azules o negras y chalecos de lana, ropas que sabía que eran del estilo de Rodrigo. No obstante, luego de revisar algunos, con los precios incluidos, se preguntó si serían del gusto del joven. Este, debido a su trastorno, tenía unos gustos muy especiales para vestir, que iban de acuerdo con su calendario semanal, según sus creencias en lo que los colores podrían influir en su estado de ánimo de acuerdo con sus actividades diarias.

Por ejemplo, tiempo atrás le había contado que creía que el primer día de cada mes debía vestir de negro para repeler a las malas vibras. Para el domingo, asignado a su descanso, era de los pocos días en que podía verse a Rodrigo con colores claros, como amarillo o naranja, porque decía que dichos colores inspiraban alegría. Para el primer día de cada semana, asignado a la hora de tutoría semanal, siempre se vestía de color azul. Aira creyó que, lo más seguro fuera que estuviera relacionado con el hecho de querer imponer autoridad entre sus alumnos y no ser objeto de sus bromas pesadas, cosa que muy de vez en cuando lograba el pobre. Mas, siendo que hacía dos años que estaba alejada de la vida de Rodrigo, e ignorante sobre qué era lo que podría necesitar en ese momento, vio conveniente pedir ayuda a su amiga... aunque de manera indirecta, pero sin mucho resultado.

—¿Un padrino de veintitrés años? —preguntó Ana María divertida al tiempo que sus ojos se desviaban del stand de ropa deportiva masculina—. ¿Por qué esa edad tan específica? —agregó mientras ambas salían de la tienda de ropa.

Aira tragó saliva. Entró a una tienda de libros para escapar de la pregunta de su amiga. Pero, cuando esta le volvió a formular otra, vio que no tenía escapatoria.

Producto de su nerviosismo, se limitó a asentir varias veces con la cabeza mientras trataba de buscar la mejor respuesta para justificarse, pero Ana se le adelantó:

—O sea —añadió—, ¿te imaginas que a mis dieciséis tuviera un padrino de veintitrés? Eso quiere decir que, si mi bautizo fue cuando era una bebé, ¿él tendría cinco años entonces? Un poco absurdo, ¿no crees? —Le sonrió con picardía.

—¿Y si fuera tu padrino de Confirmación? —preguntó Aira decidida.

—¿Ah? —Enarcó una ceja.

—Muchos de nuestros compañeros se confirmaron el año pasado, ¿o no? Tú incluida.

—Sí, pero...

—Creo que Escudero tuvo como madrina a su hermana mayor y a ella no le echo más de veintidós o de veintitrés, ¿o no?

—Sí, pero...

—¿Por qué sería absurdo que yo, a mis dieciocho, preguntara por un padrino de veintitrés años? Puedo tener uno, ¿o no?

—Bueno...

—Vamos, dime. ¡A ver, a ver! —Se colocó ambas manos en la cintura, muy segura de sí.

Ana María sonrió con ironía al tiempo que rodaba los ojos.

—Para empezar, recuerdo que te pregunté si te confirmarías para hacer la Catequesis juntas.

—¿Y?

—Me dijiste que no ibas a realizar otros sacramentos de la religión católica porque te consideras atea.

Aira pasó saliva.

—Lo recuerdo muy bien porque se me hizo curioso que me comentaras que con las justas te habían bautizado cuando eras una bebé y que ni siquiera habías hecho la Primera Comunión. —Se encogió de hombros—. Si echamos cuentas, en el supuesto caso que entonces tu padrino de bautizo fuera muy jovencito, ¿cuántos años tendría ahora? ¿Treinta y cinco? ¿Cuarenta? Quizá. ¿Pero veintitrés? ¡Ni en broma!

—¡Puta madre! No te me hagas la matemática ahora —dijo haciendo un puchero.

Ana meneó la cabeza.

—Si digo que tengo un padrino de veintitrés años, ¿por qué habría de mentir? —Aira revisó un pequeño diccionario al pasar por la sección de libros de la tienda.

‹‹Iter Español. Diccionario Ilustrado Español››, se veía en la cubierta amarilla del pequeño libro.

‹‹Comparado este diccionario con el de la "Santa Biblia de la RAE" que tiene Rodri, no es nada››, se dijo al tiempo que devolvía el diccionario al estante de madera en el que lo había hallado.

—¿De cuándo aquí te interesan los diccionarios? —preguntó su amiga, observándola con suspicacia.

Ella contemplaba cómo Aira cogía entre sus manos al ‹‹Diccionario de Sinónimos y Antónimos de Editorial Larousse››. La susodicha, al verse descubierta, de inmediato colocó el libro en su stand y le dio la espalda.

—¿De cuándo acá crees que te miento con tonterías? —dijo Aira prosiguiendo su camino.

—Te has convertido en la delegada de Literatura... Ahora tienes un inusitado interés en diccionarios, cosa de lo que parece él está obsesionado porque siempre nos dice ‹‹Alumnos, lean a continuación su texto, y háganlo con su diccionario a la mano para consultar las palabras que no sepan y así mejorar su léxico›› —habló con un tono de voz muy peculiar al tratar de imitar a Rodrigo.

—¡Ay, ya deja de pensar en huevadas! Apúrate y vamos a otro lado, que aquí no hay nada —dijo Aira dirigiéndose a la salida de la tienda.

—¡Y estás interesada en regalarle algo a un hombre de veintitrés años! Justo la edad que el profesor Ambrosio parece tener. Yo no le echo más de veintidos o veintiséis, a pesar de que actúa y se viste como un anciano.

—¿Ah? —preguntó la joven con nerviosismo, quedándose petrificada, imposibilitada de hacer o decir algo más.

—Te gusta, ¿no?

Aira tragó saliva.

—¡¿Q-U-É?! —Hizo una pausa—. ¿Qué dices?

—¿Por qué lo sigues negando? —Se dirigió hacia ella. La observó con mirada complaciente al tiempo que sonreía con tristeza—. Lo tienes pintado en toda la cara, Aira. Por cómo lo miras en clase... Por cómo le hablas... ¡Te mueres por él!

—Ani, yo... —dijo la joven observándola con los ojos brillosos.

Por más que se había esforzado en esconder sus sentimientos hacia su profesor, sus acciones la habían delatado. Y verse descubierta le producía en su interior un apretón de gran nerviosismo.

—¿Tan poca confianza me tienes como para negarme que te gusta el profesor?

La tomó del hombro para manifestarle su apoyo y darle fuerzas para que entrara en confianza.

—¿Acaso es tan malo lo que sientes por él?

Aira sintió que algo en su interior se quebraba. Una enorme fuerza pugnó por salir de su pecho, obligándola a llorar. Aspiró profundo para tratar de regularizar su respiración.... Y lo estaba logrando. Sin embargo, cuando sus ojos negros se cruzaron con aquellos ojos pardos de Ana María, quien le decía ‹‹¿Acaso no soy tu mejor amiga para que confíes en mí?››, no pudo más.

Una pequeña lágrima cayó de su mejilla izquierda. Dejó salir todo lo que había estado guardando durante aquellos  dos meses, sin poder contárselo a nadie más que a su solitario corazón, a su adolorido corazón, a su melancólico corazón, que añoraba por nuevas sincronías, por hermosas sensaciones, por sublimes emociones que solo con Rodrigo había sentido... y que creía que para siempre podría haberlas perdido.

*********

—Y dime, ¿desde cuándo te gusta el profe Ambrosio?

Ambas amigas habían ido al segundo piso del centro comercial a comer. Luego de recorrer algunas tiendas, el hambre las apremiaba. Y aunque en un primer momento Aira sugirió ir a otro sitio, Ani había insistido en comer ahí mismo. Lo que su amiga desconocía era el verdadero motivo por el que Aira no quería pasar por aquellos restaurantes.

Tardes enteras conversando sobre temas triviales con sabor a café. Fin de semanas inolvidables degustando al lado de un maki japonés. Jornadas interminables aderezadas con sabor a parrilla, y un inmenso amor combinado con sal y limón. Recuerdos memorables endulzados con ternura, amor y una pizca de vainilla. Todo al lado de Rodrigo había sido dulce y salado a vez, en una combinación inusual que solo su relación tan peculiar le producía en su corazón.

Aira suspiró. El contemplar desde la silla del restaurante, en donde estaba sentada, el pequeño puesto de helados al que había ido con Rodrigo decenas de veces, le provocó una nostalgia sin igual. Aunque desde su separación no había regresado a aquel centro comercial, el volver a recorrer y observar aquellos lugares que tan hermosos recuerdos le traían, provocaban que su corazón se hinchara de gran emoción.

El lugar no había cambiado. El señor de mediana edad y una amplia sonrisa, ataviado de un mandil y una gorra de color amarillo, seguía atendiendo a sus clientes. Los diversos sabores de helados que ofrecía, entre ellos su favorito —el de vainilla— seguían apreciándose en los grandes letreros junto a su puesto. La concurrencia de clientes, los cuales hacían cola para ser despachados en la caja, era la habitual a la que recordaba.

—Si quieres después vamos allá a pedir helado como postre, ¿qué dices? —dijo Ani al percatarse de su atención hacia aquel puesto.

—No se te escapa nada, ¿no? —habló la joven para luego coger la cartilla de los menús.

—Me han dicho que soy bastante perspicaz —dijo muy orgullosa de sí.

—Se nota.

Rodó los ojos, dando la batalla por vencida.

—Es así como te fijaste que me gusta el profe, ¿no? —Hizo un gesto de fastidio.

—¡Hasta que por fin lo admites!

—¿Qué más da? —Se encogió de hombros—. Pero me gustaría ser como tú, y descubrir y estar segura de ciertas cosas.

—¿Cómo cuáles?

—¿Tendré oportunidad con él?

Empezó a jugar con una de las cucharas que estaban al lado de la servilleta.

—Yo creo que sí, aunque con él nunca se sabe.

Ani la miró muy seria.

—¿Qué?

—Si me permites decirte algo...

—¿Qué cosa? —Aira alzó la ceja.

—El profe es raro. Es de esas personas que parecen indescifrables, tú sabes, como care' piedra.

—¿Care' piedra? —habló Aira divertida.

Su amiga afirmó con la cabeza.

—Nunca se ríe o se enoja, a excepción de esa vez que le conté de tu ausencia. Siempre tiene la misma expresión de piedra, hasta cuando llama la atención a las tipas que le lanzan piropos en clase.

—¡Ay, ni me hagas recordar a esas estúpidas! —Aira hizo un puchero mientras apoyaba su mentón en ambas manos—. Me dan ganas de lanzarles un zapato, sobre todo a las estúpidas de Cartagena y Talavera. ¡Lástima que no soy una hechicera, no puedo ponerles algo en su comida y hacer que les aparezca granos de bruja en la cara! —dijo arrugando la frente.

Ana María alzó ambas cejas, espantada. Al darse cuenta de su reacción, la joven trató de reír para mostrar falsa inocencia.

—Vamos, tonta. ¿Cómo crees que les voy a querer hacer eso a ese par de mugrientas? Con lo feas que son me bastan.

Su amiga sonrió, poco convencida. Se acomodó un flequillo detrás de su oreja al tiempo que se decía ‹‹Qué bueno que no somos rivales en el amor. Yo nomás me puse celosa de ti cuando fuiste elegida en la marinera, pero nunca se me ocurrió ponerte algo en la comida para que te afearas››.

Luego de que el mesero tomara el pedido de ambas, Ani volvió a inquirirle sobre sus sentimientos sobre Rodrigo.

—¿Desde cuándo te gusta el profe?

—Desde siempre —confesó Aira sin reparar mucho en sus palabras.

Todavía no tenía bien pensado el plan para salir librada de su curiosa amiga. No sabía cómo inventarse una historia acerca de sus sentimientos por Rodrigo, de tal manera que no pusiera en peligro la posición de este como su maestro ni revelase nada acerca del pasado que los unía. Pero no necesitaría de ello, Ani se lo pondría todo en bandeja.

—¿Eso quiere decir que desde hace dos meses?

—¿Ah?

—Digo, desde hace dos meses, ¿sí? —Confirmó con la cabeza—. El tiempo que el profesor viene supliendo a nuestra antigua tutora.

Ella suspiró, aliviada.

—Ah, bueno. —Respiró profundo—. Sí. Desde hace dos meses. —Sonrió, tranquila.

—Supongo que has estado últimamente triste porque te preguntas si tienes oportunidad o no con él.

Aira abrió ampliamente sus ojos.

—¿Tú eres adivina o qué?

Ana rió.

—Es lo normal, ¿sí? Es decir, si te gusta alguien, quieres saber si tienes o no oportunidad con esa persona.

—¿A ti te ha gustado alguien antes, Ani? —preguntó Aira inclinando su cabeza hacia adelante.

—Sí, pero no funcionó. Nunca me dio bola.

—¿Y eso? ¿Es del salón? Quizá yo pueda ayudarte y...

Su amiga negó con la cabeza.

—¡No lo conoces! No es de nuestra sección —mintió.

—¿Eh? Pero, oye...

—¡Eso ya fue! Él tiene enamorada ahora y yo no quiero intervenir en su relación —contestó Ana al referirse a un chico que le había gustado dos años atrás—. Y preferiría no hablar de eso. ¡Ya pasó! Tiempo pasado, pisado. Más bien, centrémonos en tú y el profe Ambrosio.

—Uhm... —Aira arrugó la frente.

—¿Cuánto crees que tengas de oportunidad con él? Ya te conté que el otro día estaba muy preocupado por ti. —Sonrió con complicidad.

—Sí. —La joven apoyó su mentón en la mesa—. Pero con él nunca se sabe —habló de mala gana mientras su mente viajaba.

‹‹¿Saludos cordiales? ¿Eso es todo?››.

‹‹¿Qué más quieres que te diga, Aira?››.

‹‹Olvídalo. ¡Adiós!››.

‹‹Adiós››.

Suspiró resignada al recordar el último diálogo que había tenido con Rodrigo en el paradero de su bus.

—Es un care' piedra como bien has dicho. —Hizo un puchero—. Cuando siento que he hecho un avance con él, ¡bum!, se porta de una manera tan fría conmigo, que es imposible de interpretar.

—Bueno, pero ¿cuál es tu plan?

—¿Plan? —Alzó la ceja al recordar la carpeta que tenía anotada en su celular: ‹‹Cómo reconquistar a Poetín tin tin››.

Ani asintió.

—Digo, supongo que quieres que te corresponda, ¿no? Aunque supongo que sería inconveniente para ustedes...

—¿Qué quieres decir? —la interrumpió, preocupada.

—Es obvio, amiguita. —Sonrió con tristeza y se encogió de hombros—. Son profesor y alumna. Si los pillaran, vaya problema en el que se meterían. —Movió la mano como si las hubieran descubierto cometiendo un crimen.

Aira soltó un bufido de resignación.

—¡No me quiero ni imaginar! Con lo estrictos que son en la escuela... Al profesor lo despedirían y a ti... a ti... —Ana arrugó la frente— ¡te expulsarían!

—Supongo que tienes razón. —Suspiró con tristeza.

La joven sintió un nudo en la garganta.

Era obvia la situación que Ana María le planteaba. Ya la había contemplado hacía tiempo, desde que se había reencontrado con Rodrigo; pero una cosa era saberlo y otra que su amiga le confirmara la peor de sus sospechas.

Apoyó su mentón sobre su mano derecha y se dejó llevar por el desánimo. Empezó a pensar que no tenía posibilidad alguna con Rodrigo, a pesar de que él había dado indicios claros de estar celoso respecto a Caballero. El tutor, con lo correcto y apegado a las normas que era, en el mejor de los casos que le correspondiese, no antepondría sus sentimientos a su deber como maestro. Peor todavía, tomando en cuenta que involucrarse con una estudiante no solo podría acarrearle problemas en la escuela, sino también legales, el panorama pintaba muy negro para sus expectativas.

Días atrás, había salido en las noticias que una profesora de secundaria se había fugado con su estudiante. Semanas después los habían encontrado en un hotel en una ciudad de las afueras de la capital. Y en la actualidad la mujer se hallaba presa, enfrentando un juicio penal, sin olvidar mencionar que le habían retirado su licencia como docente.

Si Rodrigo todavía sentía algo por ella, dudaba mucho de que aquel sentimiento fuera lo suficientemente fuerte como para exponerse a un peligro de perderlo todo por ella. Así se lo hizo saber a su amiga, aunque omitiendo las partes del pasado que la unía con su maestro.

—Pues te olvidas de un detalle —dijo Ana María para luego dar un sorbo de su refresco.

El mesero ya les había traído a ambas sus pedidos.

—¿De qué cosa? —habló sin mucha esperanza.

—Nos quedan solo cinco meses para acabar la secundaria. —Le guiñó el ojo.

—¿Y crees acaso que no lo he pensado? ¡Es por eso por lo que estoy tan desesperada! Si no logro tener oportunidad con el profe... termino el colegio y no lo vuelvo a ver más, yo... yo...

Aira sintió que el nudo en su garganta se volvía cada vez más grande, obligándola a llorar. Cogió una de las servilletas en la mesa para limpiarse las lágrimas que caían de sus mejillas.

Ana María la miró con complacencia. Quiso calmarla, pero prefirió esperar a que primero se desahogara. Cuando se cercioró de que su amiga, por fin, parecía recobrar el ritmo normal de su respiración, resolvió intervenir:

—¿No me has contado que te acompañó al paradero el otro día y te prestó su saco por el frío?

—Sí, pero...

—Dime, ¿con qué alumna se ha portado de tal manera?

La joven miró al techo, pensativa.

—¡Con nadie, Aira, con nadie! —habló emocionada Ana María—. ¡Solo contigo!

Estiró su brazo para coger su mano, en signo de apoyo.

—Sí, pero... —acotó, poco convencida.

—Ni siquiera con Talavera —que se le pega como chicle a la entrada y a veces a la salida, y que encima he notado que se levanta la falda a propósito para cruzarse de piernas y enseñarle todo cuando le toca al profe dictar clase— ha logrado lo que tú con él.

—¿ESA IMBÉCIL SE LE OFRECE EN BANDEJA O QUÉ? —habló Aira levantándose de la mesa, atrayendo la atención de todos los asistentes.

La furia de los celos le recorría por las venas. Poco le importó que los demás la miraran con desaprobación.

—Supongo que es otro motivo para querer que le salga granos en pus en la cara —bromeó Ana para tratar de poner paños fríos a la situación.

—Lanzarle ácido muriático en su cara sería mucho mejor —acotó Aira, para luego sonreír con maldad al imaginarse dicha situación—. O mejor sería que se quedase calva, ¿tú qué opinas? —Se sentó en su silla.

—Eres cruel —habló un poco asustada—. ¡Qué suerte que no eres una hechicera y que no gustamos del mismo chico!

Ambas amigas rieron con complicidad.

—A lo que voy es que me parece que estás haciendo avances geniales en estos dos meses desde que lo has conocido. Se preocupa por ti. Te ayuda cuando lo necesitas. Tiene unos detalles que ufff, yo me derretiría si lo hiciera conmigo. ¿Te imaginas cómo sería de aquí a cinco meses más?

Aira abrió sus ojos ampliamente, al darse cuenta del nuevo panorama que se mostraba para ella. Sin percatarse, sus labios formaron una gran sonrisa de absoluta felicidad.

Ana María le apretó ambas manos y asintió varias veces con la cabeza, para confirmarle sus buenas sospechas.

—Creo que las cosas están bien como están, amiguita. Forzar la situación solo sería empeorar las cosas, ¿no crees?

—Pues tienes razón. No lo había pensado de esa manera. —Sonrió con tranquilidad.

Su amiga le soltó las manos y tomó uno de los cubiertos para comenzar a engullir su comida.

—Si todo sigue el curso de las cosas, de aquí a cinco meses más lo tendrás a tus pies. —Se dispuso a dar un bocado a su cuchara—. Síguete acercándote a él, hacer que le gustes y, ¿quién sabe? Se enamore de ti. ¿Por qué no? Y para entonces ambos serán libres de hacer lo que quieran.

Aira suspiró profundo al tiempo que, finalmente, sus músculos se relajaron. Cerró los ojos un momento para imaginarse la hipotética situación que le planteaba Ana María.

Desde ese instante hasta diciembre todavía podían pasar muchas cosas, cierto. Y si sabía mover muy bien sus fichas, podía hacer avances gigantescos con Rodrigo. Y cuando llegase el momento, ambos podrían retomar su relación sin remordimientos, sin dudas, sin inseguridades, y sobre todo, sin obstáculos de por medio y lograr ser felices juntos, al fin.

Cuando se dio cuenta de que el panorama no era tan negro como en un principio lo había creído, abrió los ojos, con tranquilidad. Observó cómo su amiga se concentraba en su comida, al tiempo que agradeció al cielo por tenerla a su lado, y se lamentó de no confiar en ella en su oportunidad...

Ahora la carga le era menos pesada.

********

Después de que terminaran de almorzar, ambas decidieron ir al ala sur del centro comercial para mirar otras tiendas para encontrar lo que buscaban.

‹‹¿Y si le compro un par de pañuelos?››.

‹‹¿Pañuelos?››.

‹‹¿O mejor un par de medias?››.

‹‹¡Todos los alumnos le regalan pañuelos y medias a un profesor por su día! Invéntate algo mejor. Digo, es el profe Ambrosio, por quien suspiras todos los días, ¿no?››.

‹‹¿Y qué tal una caja de chocolates en forma de corazón? ¿Sería muy obvio?››.

‹‹Demasiado››..

‹‹Ayyyyy, ¿por qué es tan complicado elegir un regalo para un hombre?››.

Todo parecía transcurrir con normalidad. Aquella tarde de fin de semana se avistaba como una más de relax y de ocio, algo que Aira necesitaba desde hacía semanas atrás. Al saber que tenía en Ana María al apoyo y complicidad que tanto necesitaba, había provocado que su atribulado y confundido corazón se tranquilizara, como no lo recordaba desde hacía tiempo atrás.

Pero, había un viejo dicho que había olvidado: ‹‹Después de la tormenta, viene la calma››. Y hoy más que nunca lo recordaría.

Cuando voltearon por un pasadizo y dieron con una de las tiendas, algo dentro de Aira cambió.

Sintió que su interior le dolía, crujía y, finalmente, se rompía cuando sus ojos se toparon con los de una elegante tienda de ropa, cuyo letrero, en grandes letras doradas decía ‹‹Noelia, Moda y Diseño para ellas››. Y junto a aquel, en la entrada, un alto joven de pelo negro y con lentes conversaba con una esbelta figura de cabellos rubios

‹‹¡No puede ser! Mierda, no puede ser. ¡Díganme que no es cierto, por favor!››, pensó al tiempo que trataba, en vano, de recoger los restos de su corazón que yacían a su alrededor... 

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