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❧ 8. Indecisiones y Recuerdos [Parte 2]☙



Las paredes de la habitación estaban impregnadas del hervor del agua tibia que salía de una de las duchas. El sonido de la música del celular se escuchaba de manera muy nítida, conjugándose con el agua que caía. Los recuerdos, las memorias y las melancolías danzaban alrededor de la mente de Aira, recogiéndola desde el pasado para llevarla a su melancólico presente... Ese presente en el que sus dudas, sus cavilaciones y sus remembranzas no se iban.

‹‹¿Por qué te has comprado un chicle de menta, Rodri? No es usual verte comer uno. Pensé que no te gustaban. Recuerdo que me dijiste que era malo comerlos para nuestro estómago, porque el comerlos simulaba falsamente no sé qué cosa de los jugos gástricos››.

‹‹Y sigo pensando lo mismo››.

‹‹¿Entonces?››

‹‹Es que olvidé traerme mi cepillo y pasta dental››.

‹‹¿Y? ¡Estamos en la calle! ¿Qué más da?››

‹‹Pero después de almorzar mi boca debe apestar››.

‹‹¿Ah?››

‹‹Y no quiero darte un beso cuando mi boca huele mal››.

Unos ojos verdes. Una sincera sonrisa. Un tacto a seda. Un aliento a menta.

La conjugación y estimulación de sus sentidos durante la práctica, a pesar de ser otro el protagonista, la habían dejado knock out. Como siempre Rodrigo se superponía, desde su cercanía, desde su lejanía, desde el pasado, desde su presente, él aparecía en su vida, en su alma, en su corazón para nunca querer dejarse ir.

‹‹Una cosa es bailar la marinera a como estoy acostumbrada y otra como el profe me la propone. Si esto sigue así... Si esto sigue así... ¡Mierda!››.

En ese instante, la nueva canción que se escuchaba en su celular la sacó de sus pensamientos. Era una de Ricky Martin, ‹‹Vuelve››.

‹‹He intentado encontrarte en otras personas.

No es igual, no es lo mismo,

Nos separa un abismo››.

Cerró la perilla de la ducha para proceder a echarse el jabón y el shampoo.

‹‹Aunque otros tengan ojos verdes como tú, aunque otros huelan como tú, nadie es igual a ti, Rodri. Nadie, nadie me mirará como lo hiciste tú aquella noche de Año Nuevo. Porque solo tú... solo tú...››

Una lágrima bajó por su mejilla. Trató de limpiársela, pero no pudo. Sus manos llenas de jabón y de shampoo eran incapaces de asir sus nostalgias y sus remembranzas.

‹‹Si pudiera tan solo regresar un momento.

Ahora es que te comprendo,

ahora es cuando te pierdo››.

Abrió la perilla de la ducha para dejar correr el agua sobre su pelo y sobre su cuerpo, y si era posible, sus lamentaciones.

‹‹No es posible regresar al pasado, ¿o no? No es posible regresar a ti, ¿o no?

El sonido del agua cayendo se mezcló con sus dudas, con sus incertidumbres, con sus cavilaciones.

‹‹Y a pesar que fui yo, a decirte que no,

sin embargo, aquí sigo insistiéndote››.

Cerró sus ojos al tiempo que el agua caía sobre sus párpados, sobre sus ojos y sobre sus lágrimas.

‹‹¿Debo insistir o no?››.

Con los ojos cerrados, rememoró el instante de la práctica en la que sus ojos negros se toparon con los verdes de José María... cuando su mentón se juntó con el de él... cuando el olor de menta de su aliento entró por sus orificios nasales... Y ahí todo cambió. No era el estudiante con el que bailaba, era Rodrigo, quien la miraba, quien le sonreía, quien la tocaba.

‹‹Oh, vuelve, nadie ocupará tu lugar››.

Cerró la perilla del agua para luego secarse las lágrimas que caían. La canción había acabado.

‹‹Ni aunque lo quisiera, nadie ocuparía tu lugar aquí... dentro de mí... nunca...››.

*********

Sin muchos ánimos, se dirigió rauda a la oficina de su tutor. El reloj del patio del colegio marcaba las 06:07 pm. Hundida en sus pensamientos mientras se aseaba, no se había dado cuenta de que se le había hecho tarde.

‹‹Puede que ya se haya ido, pero ¿qué más da? Total, no estaba muy animado con que siguiera siendo su delegada››.

Los rayos del sol se estaban extinguiendo, tiñendo de colores rojizos, anaranjados y amarillos el cielo. A esa hora de la noche ya pocos alumnos quedaban en la escuela. Los chicos de los talleres extracurriculares salían normalmente a las 05:30 pm. Si todavía había algunos eran porque se quedaban a socializar.

Cuando se dirigió al pasadizo de los profesores, ya varias oficinas estaban cerradas. Los maestros solían irse a las 05:00 pm, a no ser que fueran los encargados de los talleres y/o clases de refuerzos, o hubiera alguna reunión con los padres de familia pactada para la noche, pero hoy no era el caso.

‹‹Está muy oscuro. ¿No prenden acaso las luces de los pasadizos o qué?››.

El pasillo que daba al ala este del edificio, para ir a la oficina de Rodrigo, estaba a oscuras. Aira se preguntó en dónde estaría el interruptor de luz para iluminar aquel. Pero, cuando llegó a pocos metros de la oficina y desde la ventana podía verse en el reloj del patio que marcaba las 06:12 pm, desistió de seguir su camino. Lo más probable fuera que su tutor ya se hubiera ido.

Se encaminó al pasadizo que dirigía a la salida del edificio, con las manos en los bolsillos, hundida de nuevo en sus cavilaciones e incertidumbres.

‹‹Creí que me esperaría››, se dijo con tristeza. ‹‹Tonta de mí. Tener falsas esperanzas de nuevo››.

Cabizbaja y distraída como estaba, no se dio cuenta de que, antes de voltear al otro pasillo que llevaba a la puerta principal, alguien venía hacia ella. Por lo mismo, fue imposible evitar que ambos se chocaran. 

—Ayyyyy. ¡Fíjate por dónde caminas, animal! —dijo de mala gana—. ¿Estás ciego o qué?

—No soy ciego, aunque sufro de miopía, ya lo sabes —observó el maestro al tiempo que le brindaba su brazo para ayudarla a levantarse.

 En ese instante, las luces del patio se encendieron y se cernieron sobre ella, mostrándole con quien acababa de toparse: Rodrigo.  

Aira abrió los ojos ampliamente al darse cuenta de quién era.

—Oh, Rodri, ¡eres tú! —Rió con nerviosismo—. Lo siento.

Cogió su mano para levantarse.

—¿En dónde estabas? Fui a tu oficina a buscarte y...

—¡¿En dónde estabas tú?! —la interrumpió—. ¡Son más de las seis! Fui hasta el gimnasio para ver por qué te demorabas. ¡Estaba preocupado!

El corazón de la joven dio un vuelco.

—Es... —Hizo una pausa—. ¿Estabas preocupado por mí?

—Pues claro. Ya es de noche. No venías y me preocupé por ti —habló con la mayor naturalidad del mundo sin darse cuenta de lo que sus palabras provocaban en la muchacha.

‹‹¿Se preocupó por mí? ¡Se preocupó por mí, huevón, se preocupó por mí, y no es broma!››.

—¿Por qué no venías?

—Lo... Lo siento. Se me hizo tarde y...

Él arrugó la frente.

—Entiendo. No te preocupes. Más bien, creo que fue inoportuno en pedirte que vinieras a mi oficina. ¿Lo dejamos para otra ocasión, sí? Creo que, mientras duren tus prácticas de danza, vamos a aplazar tus ayudas como delegada. Si terminas tan tarde tus ensayos... —Tomó la mochila de la joven, que yacía en el suelo, y se la entregó. Ella la cogió y se la colgó en uno de sus hombros—. Mientras vienes a mi oficina y todo, se te va a hacer tardísimo para volver a tu casa.

Ella asintió, convencida, pero más porque en sus oídos todavía se repetía ‹‹Me preocupé por ti››.

No estaba muy segura sobre qué más decirle, viendo que Rodrigo había visto conveniente posponer la reunión entre ambos. Sin embargo, no necesitó hacerlo; él se le adelantó:

—¿Va a venir alguien a buscarte?

Ella negó con la cabeza.

—Siempre me voy sola a casa. Aparte, recién son poco más de las seis. Puedo irme sola, ¿ok? No soy una bebé, ya soy una mujer.

Él la miró, entre una mezcla de curioso y divertido.

—Puede que ya no lo recuerdes —añadió—, pero una vez me dijiste que ya era toda una mujercita —dijo cabizbaja y con la mirada sombría.

‹‹Eres una chiquita... ya toda una mujercita linda››, recordó Aira con la mirada sombría.

Rodrigo sonrió con tristeza.

—Sí lo recuerdo.

—¿Eh?

Levantó su rostro al tiempo que sus ojos estaban ampliamente abiertos, brillosos. Todo su cuerpo se estremeció al ser recorrido por una emoción indescriptible, vibrante, trepidante.

—Claro que me acuerdo —añadió el profesor al tiempo que le desvió la vista, mientras seguía sonriendo con tristeza.

Aira lo contempló con casi adoración. Tenía unas ganas inmensas de lanzarse a sus brazos, tocarlo, besarlo. Al percatarse de que él también recordaba aquel momento que se perennizaría en su corazón, todo su ser se revolucionó. Tuvo que contenerse para no dejarse llevar por aquellas ansias que la carcomían, que la envolvían, que la recorrían.

Respiró profundo para tratar de calmarse. Finalmente, iba a despedirse, pero él se le adelantó:

—Voy a ir a mi oficina a recoger mi maletín. ¿Me esperas para irnos juntos? —habló con la mayor naturalidad del mundo, sin darse cuenta de lo que sus palabras producían en la muchacha.

‹‹¿C-Ó-M-O?››, pensó al tiempo que sentía miles de mariposas en su interior.

—¿C-Ó-M-O? —preguntó dubitativa. Sus oídos no daban crédito de lo que oía.

—¿Qué pasa?

—¿Quieres que nos vayamos juntos?

—Sí —contestó mientras se encogía de hombros.

—¿Tú y yo? —Lo señaló con el dedo y luego a ella—. ¿Juntos?

—Sí.

—¿Estás seguro?

—Sí —preguntó, nervioso—. ¿Por qué lo dudas?

Ella arrugó las cejas.

—Como me dijiste hace poco que querías que fuéramos solo maestro y alumna... —Asió el asa de su mochila con nerviosismo—. ¿Crees...? ¿Crees que es apropiado que nos vayamos juntos? —preguntó con tristeza y cabizbaja.

Rodrigo pasó saliva. Recién en ese momento se dio cuenta del efecto de sus palabras en la joven.

—Bueno, yo... —Se tapó la boca, sonrojado—. Como es tarde y te has quedado hasta esta hora por mi culpa, pues yo... —La miró de reojo para luego desviar su vista al suelo—. Vi conveniente acompañarte al paradero para que tomes al micro para tu casa y...

Aira sintió que todo a su alrededor se tambaleaba.

Como en anteriores ocasiones, Rodrigo se portaba atento y muy caballero con ella, prodigándole recuerdos, dichas y emociones. Las mariposas en su interior se multiplicaron exponencialmente, provocándole unas ganas inmensas de ir al baño.

—¡Quiero ir a los servicios! —dijo ella con rapidez.

—¿Ah?

—Nos encontramos en la puerta en cinco minutos, ¿vale? —agregó la joven, muy nerviosa.

—Ok... —contestó el maestro sin darse cuenta de que, con esos detalles hacia Aira, provocaba que los latidos de la joven se dispararan, al tiempo que la veía irse corriendo al baño.

‹‹Ayyyyy, me muero. ¡Vamos a irnos juntos, huevón! ¡Vamos a irnos juntos!››, pensaba Aira al tiempo que corría llena de felicidad, de complicidad, de vitalidad.

********

—¿Nos vamos? —dijo Aira tratando de sonar lo más tranquila posible.

Su corazón latía con tanta prisa y sus manos le sudaban tanto por la emoción y nerviosismo que la embargaban, que tenía miedo de mostrase demasiado ansiosa ante el maestro, que provocara que este quisiera salir disparado en ese instante.

Para su tranquilidad, Rodrigo asintió y le mostró un esbozo de sonrisa. Con un movimiento de cabeza le indicó para proseguir su camino calle abajo, distinto al rumbo que ella solía tomar con regularidad.

—¿Vamos a ir por ahí?

—Sí. —La contempló interrogativo.

—Pero, ¿por qué no por el otro lado?

—¿A qué te refieres?

—Bueno, siempre suelo irme por el pasaje que acorta el camino hacia el paradero.

—¿En serio? —la interpeló extrañado.

Ella asintió.

—Por aquí es más corto. Caminamos por el parque y...

—¿Te refieres al parque que tiene un descampado en el centro?

—Sí.

Rodrigo sacudió la cabeza.

—Con mucha mayor razón para acompañarte a tomar tu micro.

Las mariposas en su interior se revolotearon mucho más.

—No es recomendable caminar en un parque con poca iluminación durante la noche —agregó—. Sabes que asaltan y...

El profesor le soltó todo un discurso del incremento de la inseguridad en Lima de los últimos meses que había visto en un noticiero hacía días atrás.

—Tienes razón —dijo complacida al escucharlo.

Saber que se preocupaba por ella, por enésima vez, hacía que revolucionara su corazón a mil por hora.

—Aparte, siempre vengo y voy por la Calle Principal. Irme por otra calle cambiaría mi rutina inquebrantable y...

—Y tú eres un hombre de rutinas por tu Asperger, ¿no? —contestó como si fuera una niña pequeña que sabía la pregunta que hacía su profesor en clase.

Él abrió sus ojos ampliamente. Luego agachó la cabeza y habló:

—Así es —dijo escuetamente, cabizbajo.

Aira lo miró dubitativa. Pero, cuando contempló una pequeña y sincera sonrisa en el rostro de Rodrigo, la felicidad que la embargó fue aún más.

‹‹Hay cosas que no cambian, ¿sí? ¡Amo los viejos tiempos!››

*********

El paradero de micros de la línea que Aira debía tomar estaba a diez minutos del colegio. Durante todo el camino ambos no intercambiaron palabra alguna, pero esto no significaba que estuvieran callados, al contrario.

La joven miraba con disimulo a Rodrigo de vez en cuando al tiempo que su cerebro era un hervidero de preguntas que se moría por formularle al profesor, y pensamientos al por mayor.

‹‹¿Me habré peinado bien? Creo que hoy no debí hacerme esta cola. Quizá debí soltarme algún flequillo. ¡Carajo!, se me ve más cachetona de costumbre››.

‹‹Creo que me veo muy pálida. Debí pedirle prestado el rubor a Ana María, pero con lo simpática que está últimamente, no se me ocurrió hacerlo››.

‹‹Si hubiera sabido que hoy iba a caminar al lado de Rodri, me hubiera puesto brillo labial. Aquel que recibí por mi cumpleaños ni lo uso. ¡Mierda!››.

‹‹Puta madre, ¿qué le digo?››.

‹‹Quizá si me invento que quiero que me enseñe sobre poesía medieval, atraque. Total, con lo inocente que es,  lo convenzo fácil››.

‹‹¿Si le pregunto si tiene novia se vería muy lanzado?››.

‹‹¿Si le agradezco por todas las atenciones que ha tenido conmigo sería muy demostrativo?››.

‹‹¿Si le saco cualquier tema de conversación se dará cuentas de que me muero por hablarle?››.

‹‹Ayyyyy, solo nos falta dos cuadras para llegar al paradero y no he podido hablarle. ¡No se me ocurre nada! ¡Mierda!››.

—Esteeee, ¿cómo te fue en tu danza? —habló Rodrigo en voz baja y sin dirigirle la mirada.

—¿Eh?

Aira se detuvo y volteó a contemplarlo. Él la miró de reojo y sonrió con nerviosismo.

—Quería saber cómo te iba. —Se tapó la boca con una mano mientras sus orejas se encendían—. Digo, por hablar de algo, ¿no? —Se rascó la oreja derecha.

‹‹¡Ayyy, qué lindo! Me lo como››, pensó Aira al tiempo que Rodrigo le parecía un niño pequeño que recién estaba aprendiendo a socializar.

—Bien —habló sonriente para luego tragar saliva al recordar la nueva coreografía que el profesor Morales le había pedido que haga con Caballero—. ¡Me va muy bien! Creo que lo haremos estupendo —dijo en un tono de voz falso para aparentar que estaba animada. No quería demostrar el nerviosismo que la embargaba al imaginarse que tenía juntar su mentón con Caballero durante cuatro veces en la danza.

Esto produjo el efecto contrario en Rodrigo.

—Se te ve muy animada —dijo con la frente arrugada.

—Es que lo estoy... —Ella emitió una falsa sonrisa.

—¿Estás muy entusiasmada? —Enarcó una ceja.

Aira asintió la cabeza varias veces.

—Lo estoy. Con Caballero lo haremos genial, ¡ya lo verás! Seguro que nos alzaremos del primer lugar.

Volvió a asentir varias veces.

—Ya veo. Te llevas muy bien con él.

El profesor se detuvo y la contempló muy serio.

—¿Ah?

—¿Te llevas muy bien con él?

—Bueno, no es que seamos muy amigos, pero nos hemos vuelto cercanos, sobre todo por la danza y...

—Tienes preferencias por los chicos de ojos verdes, ¿no?

—¿Preferencias? —preguntó, confundida.

Rodrigo, incapaz de poner filtro a lo que decía o hacía, soltó lo primero que sentía. Mirándola muy fijo, habló:

—Primero yo. Luego Caballero —indicó con un tono de voz enojado.

En ese instante, el rostro anguloso de Rodrigo fue iluminado por el poste de luz de la esquina en donde ambos se hallaban. El viento de invierno los bañó por una brevedad, pero la necesaria para mostrar las señales suficientes de lo que el corazón del maestro no podía seguir ocultando más.

Aira pestañeó varias veces. Le era imposible de procesar en un primer segundo lo que tenía frente a sí.

‹‹¿Estás celoso de Caballero?››

—Te has vuelto muy cercana a él, por tener ojos verdes supongo... —agregó el joven mirándola de reojo para luego darle la espalda y continuar el trayecto.

‹‹¿Estás celoso? ¡Ayyyyyy, por Dios! ¡Estás celoso! Mi Rodri, mi Rodri está celoso. ¡No lo puedo creer!››.

Con la felicidad embargándola y metiéndose en cada poro de su piel, la joven no pudo evitar soltar una pequeña risa, la suficiente para poder desahogar el gran chillido que su emocionado corazón quería soltar.

—¿Pasa algo? —preguntó Rodrigo volteando para contemplarla.

Ella, aún sonriendo, negó con la cabeza.

—Nada —mintió con una cara de absoluta felicidad.

—¿Y esa cara? ¿Por qué estás tan alegre? 

—Nada, nada. Me acordé de una pequeña broma que me contaron el otro día.

—Ya veo —dijo Rodrigo dándole la espalda y continuando su camino—. Seguro que estás feliz por la danza, ¿no?

Al ver que seguía enojado, Aira no pudo evitar soltar una carcajada.

—¿Eh? —La miró de reojo.

—Estoy riendo por nerviosismo —contestó Aira al tiempo que sonreía de completa felicidad.

Él la observó, muy serio.

—¿Estás nerviosa?

Ella asintió.

—¿No lo haces a veces? Reír o sonreír cuando estás nervioso.

—Supongo que sí —contestó, confundido.

Se le quedó contemplando de una manera muy peculiar, que revolucionó por completo el estómago de la muchacha. Al contemplarse ambos en los ojos del otro se transmitían cientos de descargas eléctricas. Eran los únicos habitantes en un nuevo mundo de sincronías que se construían a golpe de confusión, nerviosismo y confirmación.

En ese instante, las mejillas de Rodrigo se encendieron, provocando que le desviara la vista de inmediato.

‹‹Se puso nervioso porque lo estaba viendo directo a los ojos, ¿sí? Ay, si es para comérselo. Mi Rodri bello, ¡cuánto te quiero!››, se decía Aira mientras caminaba pacientemente detrás de él.

Ella veía cómo la luz de la luna iluminaba la espalda de Rodrigo y le mostraba un nuevo camino que debía transitar con tranquilidad, seguridad y animosidad... 

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