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❧ 8. Indecisiones y Recuerdos [Parte 1]☙

Nota de la autora

Este capítulo me está saliendo muy largo. Así que, como ya ha pasado más de una semana desde la última actualización, comparto con ustedes la primera parte de este capítulo. Ya mañana espero tener lista la segunda parte, en esta mini maratón. 

Sin más, los dejo con la lectura ;)

******

Luego de la pequeña charla que Aira tuviera con Rodrigo, transcurrieron algunos días... y ella había quedado muy pensativa. Su decisión de alejarse de él y hacer caso a su petición de que solo tuvieran una relación maestro-alumna, desde un comienzo había flaqueado. Ya no solo era lo que Ana María le había adelantado, sino el gesto de nobleza que el joven le había mostrado al ayudarla para su almuerzo.

Aunque en un principio quiso atribuir aquel al carácter bondadoso de Rodrigo, para alguien como Aira cualquier pequeño gesto suyo encendía miles de esperanzas. Su voz cálida... su mirada generosa... su sonrisa sincera... todo aquello conjugaba para hacer vibrar, sino tambalear a su joven y enamorado corazón. Todo esto no hacía más que confundirla, dándole al inicio esperanzas, sueños de pensar que un posible y nuevo acercamiento hacia él no eran en vano. Pero aquellos después mutaban a temores, al recordar lo sucedido aquella tarde con Rodrigo, en la que él le había informado que quería marcar distancias.

No estaba muy segura de cómo reaccionaría si volviese a tener otra ocasión de estar a solas con él. Si se dejaba llevar por sus sentimientos y había malinterpretado las señales de Rodrigo, corría el peligro de volver a salir lastimada. Si al contrario, muy en el fondo, el joven todavía guardaba algún sentimiento por ella y Aira se mantenía distanciada de él, corría el peligro de perder una valiosa oportunidad.

Acercarse o alejarse. Recordar u olvidar. Agradecer o no agradecer. Regalar o ningunear. Todos los vaivenes que las acciones de Rodrigo producían en su corazón la tenían al pie de la confusión.

Por todo ello, hasta que se decidiera si seguiría marcando distancias con él, o al contrario, tratar de acercarse como antes, había optado porque las cosas continuaran como estaban. Esperaría por alguna señal que le diera sobre sus verdaderos sentimientos hacia ella. Hasta entonces marcaría una distancia prudente con él. Y así lo había hecho... hasta ahora, cuando Rodrigo, como siempre, con una simple frase le bastó para desestabilizar sus planes por completo:

—Ugarte, como eres mi delegada del curso necesito que vengas hoy más tarde a mi oficina para coordinar unos asuntos.

El maestro le dio la espalda a sus alumnos y se dispuso a anotar en la pizarra. Pero, lo que escucharía a continuación provocaría que su mano se detuviera... y luego temblara.

—Profesor, yo ya no soy su delegada —acotó su alumna—. Cambié lugares con Gonzáles. ¿Acaso ella no se lo dijo?

La estudiante volteó en dirección de Aira y se le quedó mirando con reproche. Al sentir sus ojos sobre ella, quería que la tierra se la tragase.

José María giró para contemplar a Aira. Luego hizo lo propio con el maestro. Al ver que una gota de sudor bajaba por la frente de Rodrigo, enarcó la ceja y sonrió como si estuviera haciendo una travesura.

‹‹Aquí hay salseo entre ambos, a mí no me engañan. Pero, ¿por qué está tan nervioso?››, se dijo el alumno.

—¿No era algo temporal? —preguntó Rodrigo tratando de sonar lo más calmado posible, mas era en vano. Su frente estaba tan sudorosa, que podía percibir cómo sus cejas estaban mojadas—. Ugarte, ¿no puedes volver a ser la delegada? Ya me había acostumbrado a trabajar contigo y...

Al escucharlo, Aira arrugó la frente, preocupada. Suspiró decepcionada al tiempo que Ugarte le explicaba a Rodrigo sus motivos sobre por qué ya no podía seguir ayudándolo.

‹‹No quiere que sea su delegada››, pensó la estudiante con tristeza. ‹‹Después de todo, quiere que se mantenga la distancia entre nosotros. Fui una tonta al ilusionarme el otro día››.

‹‹¿Por qué no querrá que sea su delegada?››, se dijo José María al tiempo que apoyaba su mentón sobre su mano derecha. ‹‹¿Acaso se habrán peleado?››.

—Lo siento, profesor —señaló Ugarte—. Pero no puedo, ya le dije. En la tarde estoy en la academia. —Se encogió de hombros—. Aparte, que lo siga siendo Gonzáles, ¿no? Total, si tiene tiempo a la salida para practicar la danza, ¿por qué no puede reemplazarme? —Se volteó en su dirección—. ¿Sí o no, Gonzáles?

Aira la miró, desilusionada. Luego se giró para contemplar a Rodrigo para ver su reacción. Él tenía un gesto tan adusto ante la interpelación de Ugarte, que le provocó negarse en ese instante. Pero, cuando los ojos del maestro ojos se toparon con los de ella, todo cambió.

Él se rascó el flequillo detrás de su oreja, en un típico gesto de nerviosismo suyo, al tiempo que sus orejas volvían a ponerse rojas, para suspicacia de la joven. Suspiró profundo y relajó sus hombros. Finalmente, asintió con la cabeza para después agregar:

—Gonzáles, ¿puedes venir a mi oficina a la salida? —preguntó mirándola de reojo.

—¿Puede ser después de mi práctica de hoy? Entre que me cambio y almuerzo, no me va a dar tiempo y...

—No hay problema. Estaré en mi oficina hasta las seis —acotó el maestro.

Ella asintió al tiempo que Rodrigo le daba la espalda.

Aira apoyó su mentón sobre su carpeta mientras se hundía en su mar de cavilaciones.

‹‹¡Maldito y sensual Rodri! Cuando quiero alejarme de ti, basta que te sonrojes y me dejas sin saber qué hacer. ¡Te odio, huevón!››, pensó para luego apoyar su mentón en su carpeta y hundirse en su mar de cavilaciones e incertidumbres.

‹‹Uhmmmm››, se dijo José María al tiempo que seguía contemplando.

*********

—¿Ehhhh? ¿Por qué tengo que hacer eso con este? ¡Ni loca!

Aira se separó de inmediato de José María y dio varios pasos hacia atrás. Su cara de falsa alegría y coquetería durante la práctica había cambiado. El gesto de espanto que había en su rostro era como si hubiera visto un fantasma. Ganas tenía de quitarse la falda y el pañuelo y de mandar todo al diablo.

El profesor de danza arrugó la frente. Mostró un gesto adusto para luego indicar:

—Aira, ¿qué te pasa? ¿No quieres acaso ganar?

—Sí, pero... ¿Cuándo se ha visto que durante la marinera la pareja tenga hacer lo que usted propone?

José María quiso aguantar la risa. Mas, era tanta la felicidad que lo embargaba ante la propuesta del maestro, que su rostro era de alegría total.

—O sea, está bien, es un baile de coquetería y debemos mirarnos como idiotas mientras bailamos, eso lo acepto. —Volteó a observar con desprecio a Caballero. Y el toparse con el gesto de felicidad del joven no hizo más que aumentar su enojo—. Pero ¿juntar los mentones? —Abrió los ojos ampliamente—. ¿ES EN SERIO?

Su pareja de baile no pudo más y soltó una pequeña risa. Aira volteó a observarlo, como si quisiera matarlo con los ojos, pero él no se inmutó. Al contrario, José María seguía sonriéndole, como si la desafiara y quisiera decirle ‹‹De esta no te escapas››.

El señor Morales asintió.

—Soy tu profesor de danza, te lo recuerdo, y mi labor es decirles qué tipo de coreografía hacer.

—Sí, pero... ¿desde cuándo en la marinera hay que juntarnos tanto? O sea, yo he practicado danzas desde niña, hay que estar cerca y mirarnos coquetamente, sí, pero no recuerdo que debamos estar así como propone. ¡Usted está equivocado!

El maestro la miró con severidad.

—Pues aunque dices saber de danzas, en realidad no sabes nada. En la marinera hay muchas coreografías que distan de la práctica habitual que se les enseña. Por ejemplo, ¿sabías que esto que les he propuesto lo bailaron los campeones de la marinera del festival de Trujillo del año pasado?

—¿En serio, profe? —preguntó Caballero, muy curioso.

El señor asintió.

—Y por esto mismo, porque sé de la capacidad de ambos y de que quieren poner todo de sí para ganar, es que vi bien en proponerles algo poco visto para que ustedes lo hicieran.

—Gracias, profe, por confiar en nosotros —contestó José María colocando una mano sobre su frente, emulando un saludo militar—. Le prometo que vamos a poner nuestro mejor esfuerzo para bailar lo mejor posible.

El maestro sonrió ante su gesto, mas no podía decirse lo mismo respecto a Aira, quien se apresuró a reafirmar su posición.

—Habla por ti, Caballero, no por mí.

Ella observó a su compañero con fastidio. Este le dedicó una mirada de gato de botas de Shrek, para luego sonreír de manera pícara y mandarle un beso volado, de una manera tan sigilosa que el señor Morales no se dio por enterado. Esto hizo que el corazón de la muchacha se le estrujara, al recordar la ocasión que le había robado un beso.

—¡Me niego a hacerlo! —exclamó para luego mover la cabeza, fastidiada.

—Pero, Aida...

—¡Que me llamo Aira, no Aida! —masculló entre dientes.

Tenía ganas de lanzarle una cachetada a su compañero, pero por estar delante del maestro se contuvo.

—Aira, ¿quién es el maestro aquí? ¿Tú o yo?

—Usted, pero...

—¿Y quién sabe más de baile? ¿Tú o yo?

—Usted, pero...

—¿Y quién es el que tiene que darles indicaciones de cómo deben bailar?

—Usted, pero... ¿No puede sugerirnos una coreografía un poco más discreta? —habló desesperada—. No sé, como hemos venido haciendo desde el comienzo, ¿sí? Como una coreografía normal.

El profesor ladeó la cabeza y luego rodó los ojos. Luego habló con severidad:

—Mira, niña, yo no me estoy quedando más tarde de mi horario habitual de trabajo para hacer lo que tú me pidas, ¿ok? Si accedí a enseñarles es porque los de tu sección recurrieron a mí para la actuación, ¿o no?

Ella asintió.

—Sí, pero...

—Y se entiende que es porque confían en mi capacidad de trabajo. ¿O no? —Ella asintió—. Pero si vas a tener esa actitud tan negativa y vas a estar reclamando a cualquier indicación que les haga, mejor arréglenselas como puedan y no me hagan perder más mi tiempo, ¿ok?

—No, profe, no se moleste. Quédese a enseñarnos, porfa —rogó José María—. Ya pues, Gonzáles, ¡deja de portarte así! ¡Pónle ganas!

Aira levantó las cejas, contrariada.

—¿Me estás pidiendo que no me porte así?

Caballero asintió.

—¡Qué conchudo eres! Si estoy así es por tu culpa, huevón —dijo encarándolo.

—¿Por qué? —preguntó poniendo un gesto de falsa inocencia.

—¿Quieres que te lo recuerde?

—Pues sí —dijo encogiéndose de hombros.

Sin más, Aira le contó al profesor la situación que tenía con José María, desde hacía meses atrás, con el beso robado incluido.

Luego de escuchar su tertulia, el profesor Morales, que no tendría más de treinta años, se rió a panza suelta, dejando estupefacta a la estudiante.

—Ayyyyyy, ¿así que con que eso era? —le preguntó con una amplia sonrisa en su rostro.

Aira asintió, confundida.

—Así que eres todo un Don Juan, Pepe María. —Le dio un par de palmaditas en la espalda.

—Ya pues, profe, no me cambie de nombre —dijo haciendo un puchero.

El maestro volvió a reírse, relajando el tenso ambiente que se vivía en el gimnasio de la escuela.

—Miren, chicos, yo estoy aquí para enseñarles lo mejor que sé. ¿Ok?

Ambos alumnos asintieron.

—Y en mis horarios de clase no voy a consentir que ninguno le falte el respeto ni haga sentir incómodo al otro. ¿Les quedó claro? —Observó muy serio a José María.

—Pero, profe...

—¡Déjame terminar, Pepe! —Levantó el dedo para callarlo. Caballero obedeció—. No voy a consentir que ninguno se pase de listo con el otro. Ni tú le llamarás huevón a tu compañero...

Se giró para contemplar a Aira. Ella asintió, no muy convencida.

—Ni tú te vas a ir de lengua, de boca o de lo que quieras con tu compañera. ¿Te quedó claro, Pepe?

El aludido arrugó la frente e hizo un puchero como si fuera un niño pequeño.

—Está bien —dijo cruzándose de brazos.

—Ambos son mis estudiantes y son compañeros de baile. Aunque se odien... —Miró a Aira—. O se amen... —Contempló a José María—. Deben olvidar sus antipatías durante el baile, ¿Les quedó claro?

Ambos estudiantes se miraron, dudosos.

—La danza es como una actuación cualquiera, en donde sus cuerpos deben fluir naturalmente, olvidar cualquier cosa, en ese momento, en el escenario, delante del público, son solo ustedes dos, guiados por la música, unidos por el compás y fundidos con el ritmo que entra por sus venas. Díganme, ¿les gusta o no les gusta bailar?

—Claro que sí —dijo Aira, convencida.

—A mí también.

—¡Por fin nos ponemos de acuerdo! ¿Aman o no aman la marinera?

—A mí me encanta.

—Lo mismo digo.

—¡Esa es la actitud que me gusta!

El maestro aplaudió a ambos.

—La marinera es un baile en donde la mujer es coqueta y pícara; el hombre la galantea y la acompaña. Quiero ver esa actitud en ustedes dos, que ambos me convenzan de eso, aunque luego de la danza una quiera salir corriendo del otro. ¿Puedo confiar en ustedes o no?

Aira pasó saliva. Miró de reojo a José María. Iba a decirle algo, pero este se le adelantó:

—Prometo no molestarte durante la práctica —le dijo en un susurro—. Estate tranquila.

—¿En serio? —musitó, poco convencida—. Mira que si te pasas de listo, te doy una patada en la entrepierna, que no la cuentas.

José María tragó saliva.

—Lo juro.

Con esa respuesta, Aira movió la cabeza en señal de afirmación a su maestro, quien respiró aliviado al ver que había logrado llegar a un acuerdo con sus estudiantes. Luego de ello, la joven se dirigió hacia su maestro para que le volviera a dar las indicaciones del paso de baile al que se había opuesto minutos antes.

‹‹Lo juro, pero solo durante la práctica, nadie dijo nada de la actuación››, pensó un travieso muchacho al tiempo que metía sus manos en los bolsillos y contemplaba pícaramente a su compañera.

********

—¡No me mires ni me sonrías así!

Aira retrocedió de improvisto, interrumpiendo la práctica de inmediato.

—¿Y ahora qué ocurre? —la interpeló el profesor. Apagó el equipo de música en donde sonaba a gran volumen la marinera.

La joven pasó saliva, incómoda.

—Na... nada —mintió, retrocediendo más todavía.

La verdad era que, el sentir los ojos verdes brillosos, la sonrisa tan espontánea, el tacto de su mentón y el aliento a menta de José María tan cerca al suyo, la habían desestabilizado por completo.

El maestro la miró, fastidiado.

—¿Qué es lo que te pasa hoy? —Meneó la cabeza—. ¡A cada rato estás interrumpiendo el ensayo! —Suspiró fastidiado. Levantó su mano izquierda para contemplar su reloj—. Mejor damos todo por terminado hoy, ¿ok? Total, ya son casi 05:30pm. Ya mañana será otro día y quizá vengas con más ganas de practicar.

—Pero, profe... —se quejó Caballero yendo detrás del profesor para convencerlo, mas fue en vano. Ya el señor había retirado el USB del equipo de música y desconectaba este de la electricidad.

‹‹¿Qué es lo que me pasa?››, pensaba Aira mientras veía a su compañero ir detrás del profesor por la puerta de la salida.     

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