❧1. Distancias y Sincronías ☙
Aira
—Bueno, hasta aquí viene el temario para las prácticas de junio. ¡Estudien mucho! Recuerden que, si desean armar grupos de estudios en los cubículos de la biblioteca o formar parte de las clases de refuerzo de la tarde, deben inscribirse vía online, ¿ok? Háganlo de una vez, que los cupos son limitados y se llenan rápido —añadió el joven maestro para luego darle la espalda a sus alumnos y seguir anotando en la pizarra.
Aira, en lugar de anotar en su cuaderno las indicaciones de Rodrigo, se hallaba contemplándolo embelesada. Adoraba las clases de Literatura porque era de los pocos momentos que tenía para tenerlo a pocos metros de sí. En especial, durante esos días que habían transcurrido desde que había decidido no llorar más por él y tratar de recuperarlo, había dejado que el tiempo pasara para aclarar sus ideas... Y era que todavía no tenía claro cómo actuar a partir de ahora.
Había pensado en una y mil maneras para regresar con él, pero ninguna la convencía todavía.
Por ahí se le había ocurrido volverlo a conquistar por chat de Facebook como antaño, enviándole tarjetitas virtuales de perdón y declaración de amor. Luego, recordaba que él no había contestado el mensaje que le enviara semanas atrás, por los que sus posteriores podían ser dejados en ‹‹Visto››, así que desechó de inmediato idea.
A su vez, había pensado en actuar como una admiradora secreta y dejarle regalos y cartas escondidas en su oficina, para que él volviera a tener interés en ella. No obstante, al recordar que él tenía Asperger y que, tiempo atrás cuando había comenzado a relacionarse con él, había leído en un artículo que si uno estaba interesado amorosamente en un aspie debía actuar de manera directa con él, se dio cuenta de que estas acciones podían no ser interpretadas por Rodrigo de la manera debida. Con alguien como él había que ir al grano.
Cuando se hallaba todavía indecisa respecto sobre qué hacer, había optado por buscar información en internet. Diferentes artículos daban cientos de consejos, pero todos tenían un par de cosas en común.
Primero, si la causa de la ruptura había sido culpa de la persona que ahora quería recuperar la relación —como era en su caso— debía pedir perdón, aceptar la causa de la ruptura y trabajar en arreglar sus errores. Y ella había dado este certero paso, aún sin dar con estos artículos todavía. Ahora, al saber que la mayoría coincidía en aquello, estaba segura de que estaba bien encaminada.
Luego, debía procurar en recuperar la cercanía con su ex, quizá de amigos, quizá como simples conocidos, pero no distante, no señor, tenía que ser una relación a fin de cuentas. Con el retorno a la situación anterior de cuando fueron enamorados, podía recomenzar de cero y volver por el antiguo camino recorrido hacia su objetivo final. Y esta debía fluir naturalmente, sin presiones, sin acosos, sin reclamos, sin celos —sin actitudes negativas de ningún tipo, si se podía resumir— porque de darse cualquiera de estas situaciones por parte de ella, podría provocar en su exenamorado la situación adversa: que este se sintiera presionado, fastidiado y salir huyendo de ella.
Con todos estos consejos estudiados, Aira estaba muy entusiasmada. Había diseñado poner en marcha su plan ‹‹Cómo reconquistar a Poetín tin tin››, tal y como había bautizado la publicación de su Bloc de Notas de su celular.
Para eso, buscaría cualquiera manera de volver a ser más cercana a Rodrigo. Y de todas las que barajó, hubo una por la que finalmente se decantó. Aunque hasta el momento sus nervios la habían traicionado, pero no por ello se daría por vencida.
Había tratado de conversar con Ugarte, la delegada de la clase de Literatura, para cambiar roles con ella. Si la convencía, tendría oportunidad de poder ir más seguido a la oficina de Rodrigo, ayudarlo con las pruebas de los alumnos, llevar y traer los cuadernos y trabajos de los mismos, coordinar con la biblioteca el material de cada clase, etc. Con esta interacción tendría oportunidad de volver hablar con él más seguido. Y así, poco a poco, podría regresar a ser más cercana a él, con lo que esto conllevara.
No obstante, al final, aunque esta idea la emocionaba, había una pregunta que todavía no la dejaba tranquila para animarla a dar ese importante paso. Pero, no necesitaría indagar mucho, porque ese mismo día obtendría su respuesta.
—Profesor, ¿usted va a dictar las clases de Literatura de la tarde? —preguntó su compañera de clases, Ivonne Talavera.
—¿Eh?
—Porque de ser así me inscribo de inmediato.
—¡Profe, a mí todavía no me queda claro qué es un soneto! Si le pide permiso a su novia o esposa, nadie se enojará si se queda más tarde conmigo —añadió otra estudiante, Karla Cartagena.
A Aira esta chica le había caído bien desde siempre, porque la primera vez que había llegado a esa nueva escuela, se había ofrecido a mostrarle los edificios y demás ambientes para que se familiariza. También le había parecido que era muy guapa. Era de tez oscura, de pelo ensortijado corto, ojos almendrados y una radiante sonrisa. También, formaba parte del equipo de vóley de la escuela y había escuchado rumores de que era modelo. Cuando ella se había enterado, no se había sorprendido. Karla era una hermosa morena, que destacaba porque era alta y tenía una espigada figura. Pero ahora, con una simple acción, le parecía la mujer más odiosa y fea de la Tierra.
—¿Cómo? —habló el joven docente enarcando la ceja al tiempo que volteaba para atender a los requerimientos de ambas estudiantes.
—Ni conmigo.
—Oye, que yo lo vi primero cuando recién llegó a la escuela—arguyó Karla frunciendo el ceño—. ¡No seas metiche!
—Bueno, negra, te lo cedo, pero solo por media hora, ¿ok? —acotó Ivonne mirando despectivamente a su compañera.
‹‹¡Par de estúpidas! Yo lo vi primero, no ustedes. ¡Babosas!››, pensó Aira mientras las fulminaba con la mirada. En ese instante deseó tener poderes sobrenaturales para atravesar a ambas con un rayo de sus ojos, mismo Cíclope de los X-Men.
Un coro de risas se escuchó en todo el salón. Un abochornado Rodrigo se sonrojó y se tapó la boca para toser nervioso. Todavía no se acostumbraba a que no le afectara las insinuaciones de sus alumnas.
Volvió a toser al tiempo que decidió, por fin, poner orden a la mini-batalla que se había armado entre sus dos alumnas.
—Señoritas, por favor, ¿quieren dejar de ser impertinentes? No soy un objeto del cual puedan disponer.
Un murmullo de risas volvió a oírse en la clase.
—Oh, eso quiere decir que tiene dueña, seguro que una novia o esposa ya lo ‹‹cazó›› —añadió Karla frunciendo el ceño y cabizbaja.
—Seguro —dijo Ivonne.
—¡Se equivocan! No tengo novia ni esposa —acotó Rodrigo sonrojado.
‹‹¡Siiiií!››, pensó Aira al tiempo que decenas de mariposas danzaban en su interior.
En ese instante, le pareció que él desvió la vista en su dirección. En efecto, cuando lo hizo pudo percatarse de que sus orejas se encendieron. Y aunque su cruce de miradas duró unas milésimas de segundos, a Aira le pareció la más dulce de las eternidades.
‹‹¡Ay, qué lindo! ¡Por Dios!››, se dijo.
Mientras Rodrigo trataba de poner orden en sus estudiantes y acallar las risas del salón, nadie era consciente de lo que sucedía en una esquina de aquel. Las mariposas que antes habían sido decenas y habían agolpado el estómago de Aira, ahora se multiplicaban exponencialmente a la vez que trasladaban un sentimiento de acalorada esperanza a su sufrido corazón.
************
Con la respuesta a su interrogante, Aira se animó a llevar a cabo su plan. Había escuchado que la delegada había hablado con Rodrigo para quedar en llevarle los ensayos que les había encargado a los alumnos ese día. Aunque Ugarte había estado en un comienzo dudosa de su propuesta; pero, al hacerle saber que al reemplazarla podría verse con su enamorado a la salida de la escuela, un chico de la sección contigua, aquella no lo dudó ni un segundo. Se despidió de Aira, dándole las indicaciones necesarias para que todo estuviera conforme.
Y así, animada como estaba, aún con los cientos de mariposas que revoloteaban en su interior, Aira se hallaba ahí... a pocos metros de él... de Rodrigo.
Cuando extendió su mano para tocar en la puerta asignada con el 207, sintió que aquella le pesaba. Si bien llevaba solo treinta hojas de los ensayos de sus compañeros, era como si sobre su brazo derecho llevara una piedra de una tonelada al tiempo que el estrujamiento que experimentaba en su estómago recrudecía.
Por poco tuvo ganas de vomitar. Tuvo que obligarse a pasar saliva para que su refrigerio de la mañana no se volviera al tiempo que se animaba mentalmente para no perder la calma.
Cuando se hallaba apoyada en la pared para tratar de recuperarse, la voz cantarina de Rodrigo que tanto amaba, invitándola a pasar adelante, le devolvió las fuerzas que necesitaba.
Al abrir la perilla, el vuelco que dio su corazón al toparse con la mirada del joven profesor provocó que los latidos de aquel se aceleraran. Se llevó su mano libre al pecho. Aquel le dolía tanto que creyó que se le saldría de su caja torácica.
—¿Aira? —preguntó Rodrigo con los ojos fuera de órbita.
Ella asintió al tiempo que sonrió nerviosa.
—¿Qué...? —Tragó saliva—. ¿QUÉ HACES AQUÍ? —añadió desconcertado.
Era obvio que aquello le había caído de sorpresa. Pero, cuando arrugó la frente, se acomodó los anteojos y luego le desvió la mirada, la joven sintió que una espina se le clavó en su corazón.
Ella resopló fuerte al tiempo que una sombra de desánimo la envolvió. Pero, cuando recordó el consejo de un artículo que había encontrado en internet sobre cómo recuperar a su ex, trató de darse fuerzas para despejar aquel halo de oscuridad que empezaba a querer ganarla.
Sabía que aquello no le sería fácil. Lo más probable era que Rodrigo trataría de mantenerse firme en la distancia que quería mantener con ella. Pero, no por eso se amilanaría, no. En lo absoluto.
Intentaría ser paciente. Avanzar poco a poco. Iría tanteando el terreno que tenía frente a sí para hacerse de nuevo su amiga, cercana a él, para tratar de pasar ratos agradables, bromear, reír, soñar... en fin. Si alguna estrategia fallaba, probaría con otra. Y si esta tampoco resultaba, intentaría con otra más y así.
Tenía seis meses para llevar a cabo su plan. No era mucho el tiempo que tenía consigo. Pero, cuando recordó que en solo seis meses, hacía tres años atrás, le había bastado para conocer y ganarse el corazón de aquel joven que se mostraba nervioso frente a ella, al tiempo que se secaba el sudor de su frente con uno de sus pañuelos y todavía no se atrevía a encararla, volvió a darse palabras de ánimo.
‹‹¡Vamos, huevona, tú puedes!››
Avanzó como pudo hacia su escritorio. Cogió la perilla de la puerta de la oficina para cerrarla al tiempo que constató que su mano le temblaba.
‹‹¡Vamos!››
—Hola —dijo arrastrando las palabras.
—¿Qué se te ofrece, Gon...? —Tragó saliva—. ¿Qué se te ofrece, Gonzáles? —preguntó mirándola de reojo para luego dirigir su vista a unos papeles de su escritorio.
Ella frunció el ceño.
—¿Ahora me llamas por mi apellido?
—Es así como debo dirigirme a mis alumnos. —Hizo una pausa—. Tú eres mi alumna.
Suspiró profundo. Empezaba a odiar la palabra ‹‹alumna››.
—Bueno, sí, lo sé... —habló con tristeza—. Pero pensaba que me llamarías así delante de los demás, no cuando estuviéramos los dos solos. Es decir, hemos sido enamorados y...
Levantó su rostro para encararla.
La miraba de manera tan seria, que le transmitió a Aira una fría sensación en su espalda.
—¿Le has contado a alguien de lo que pasó entre nosotros? —preguntó Rodrigo con un gesto de preocupación.
—No. —Meneó la cabeza varias veces—. ¡Claro que no! Con lo estrictos que son aquí, podrías meterte en problemas. No quiero causarte más inconvenientes y...
Iba a añadir algo más, pero se detuvo.
Se dio cuenta de que, si su relación volvía a ser la de antes, Rodrigo estaría en serios problemas. El Colegio Bolognesi se caracterizaba no solo por ser una institución muy estricta con sus alumnos. Tenían un reglamento escolar con normas que Aira no había visto antes en sus anteriores colegios; por lo que, para sus empleados, entre ellos los maestros, no debía ser menos.
No obstante, una cosa sería que volvieran a ser enamorados y otra que la relación entre ambos fuera de una tal distancia, equiparable a millones de años luz. Y, cuando la vista de la adolescente se topó con el símbolo chino del sol de la pulsera roja que colgaba de la muñeca del profesor, y recordó que la de ella representaba a la luna, un halo de esperanza la embargó.
Había distancias que eran imposibles de acortar. Pero... también era cierto que había escuchado que en ocasiones la luna salía antes de lo estipulado y podía encontrarse con el sol, en una conjugación de distancias tan cercanas y lejanas a la vez, en un vaivén que dependía de su accionar para ver de qué lado de la balanza su suerte se inclinaba.
—Nunca haría nada que pusiera en peligro tu trabajo, Rodri.
El profesor sintió que sus mejillas se encendían.
Él abrió la boca para hablar, seguro para hacerle una observación y decirle que no lo llamara por ese apodo. Pero, antes de que pudiera hablar, ella se le adelantó:
—Vamos, no me seas tan formal. Es decir... ¿Nuestra despedida como pareja implica acaso que nunca te pueda volver a hablar y llamar como lo hacía antes? —dijo con tristeza. Su boca le sabía tan amarga, que había tenido miedo de formular la última pregunta.
Aunque estaba temerosa de que él le respondiera afirmativamente su pregunta, tenía que cerciorarse de aquello.
A Rodrigo se le pasó por la mente contestarle ‹‹Sí››. Pero, cuando notó que la adolescente estaba cabizbaja y agarraba con nerviosismo el tirante de su falda, en un gesto que había hecho varias veces la tarde de su dolorosa despedida, antes de que estallara en llanto, optó por lo contrario.
No quería que llorara más. Se había sentido fatal cuando la había visto hacerlo días atrás, en el patio de la escuela. Por poco había estado a punto de correr hacia ella para abrazarla y consolarla. Aunque no había sabido la razón de su sufrimiento, el peso que cargaba sobre sus hombros desde el día en que se despidió de ella, le hacía presagiar que era debido a él. Y cuando la había visto animada y sonreír a la salida, se había sentido mejor. Pero... tenía miedo de que tuviera una recaída.
A lo lejos, sin que ella se percatara, la contemplaba. Quería asegurarse de que estuviera bien. Sonreía cuando la veía pelear con algún compañero y hacía algún puchero luego, porque este gesto le traía cientos de alegres recuerdos cuando ambos se peleaban y bromeaban tiempo atrás. Pero, sonreía más y se sentía tranquilo cuando la veía reír. Y haría lo imposible porque aquello continuara.
—Claro que no —dijo con el semblante más relajado—. Claro que no, Aira —la miró con un esbozo de sonrisa.
La joven abrió sus ojos ampliamente. Su corazón palpitó al escuchar decirle de nuevo su nombre.
‹‹¡Gracias!››, se dijo en su mente.
—¡GRACIAS! —habló con los ojos empañados de emoción.
Era tanta la bola de hermosas sensaciones que la embargaba, que a punto estuvo de acortar la distancia que los separaba. ¡Quería abrazarlo y agradecerle por la alegría inmensa que un par de frases de él provocaban en ella! Pero, se contuvo.
Todavía no era momento para acortar la distancia que había entre el sol y la luna. Ya habría oportunidad para ello.
Él sonrió con nerviosismo al tiempo que se arregló un mechón de su pelo. Volvió a dirigir la mirada a los documentos que tenía frente a sí para luego añadir:
—Dime, ¿qué se te ofrece?
Ella le contó que había tenido que reemplazar a la delegada de su curso y todo lo demás.
Aira tuvo miedo de que él se enojara al enterarse de esto. Pero Rodrigo, inocente como él solo, no tuvo la perspicacia para intuir que, aunque con buenas intenciones, el motivo de acudir donde él habían sido otras, para conveniencia de la muchacha.
Al terminar de escuchar su relato, él asintió un par de veces. Le indicó que colocara los ensayos de los alumnos sobre su escritorio.
Luego de que Aira obedeciera, se le quedó mirando embobada. Rodrigo, en esta ocasión, se hallaba vestido con una camisa azul, muy similar a la que había usado en su cena al lounge bar de año nuevo. El conocido olor de su perfume se coló por sus pupilas olfativas, trayéndole una bola de recuerdos, sensaciones y emociones que agolparon a su corazón. Deseo... codicia... ambición...
No fue hasta que él le preguntó si se le ofrecía algo más, que la joven regresó en sí.
—N... No, porque tengo hambre.
Él enarcó la ceja confundido. Ella sacudió la cabeza al darse cuenta de su error.
—Es decir... —Tragó saliva—. ¡Ya es tarde y tengo hambre! Debo ir a mi casa a almorzar.
Se puso las manos en sus mejillas. Estas le ardían, que trató de calmarlas al posar varias veces las palmas de sus manos frías sobre ellas.
—Ah, sí. —Miró el reloj de su mano derecha—. Anda, ve. Que se te va a hacer tarde.
Ella asintió y se despidió. Pero, antes de hacerlo, algo la sorprendió.
—¿Te has inscrito a las clases de refuerzo de Literatura? —preguntó Rodrigo antes de que su cerebro procesara lo que estaba haciendo.
—¿Ah? —preguntó confundida. Cuando se dio cuenta, negó con la cabeza—. No creo necesitarla. Me va bien. ¡Es mi materia favorita!
—Ya veo. Yo no voy a dictarla porque la Dirección ha decidido que se haga cargo el profesor Ruiz. Pero... —Hizo una pausa—. Si tienes alguna duda... —Un pequeño rubor se posó sobre sus mejillas—. O necesitas ayuda de algo, no dudes en acudir a mí.
Ella sonrió ampliamente.
—Lo tomaré en cuenta. Gracias, Rodri.
Al volver a escuchar su apodo, provocó que todas sus orejas se encendieran.
—No olvides llamarme por mi apellido fuera de la oficina.
Aira asintió.
Luego de despedirse de él, mientras se dirigía a la puerta de la salida de la escuela, ella sonreía muy animada.
La distancia que tenía con Rodrigo por el momento era grande. Pero dependería de ella si la luna podría acortarla y hacer durar más su interacción con el sol. De esto se dio cuenta Aira, al tiempo que se repetía constantemente ‹‹Si el dolor me sirvió para equivocarme y aprender, bienvenido sea...››
************
Rodrigo
Él no fue el mismo luego de la inesperada visita de la muchacha. Atrás había dejado la revisión de las calificaciones de los alumnos de segundo año. Atrás había dejado la concentración de sus obligaciones. Atrás había dejado la calma por la que tanto había luchado. Bastó un par de intercambio de palabras con aquella jovencita que tanto había amado para dejarlo dubitativo... meditabundo... distraído...
De inmediato, acomodó los papeles que había estado revisando y los dejó a un costado del escritorio. Se dirigió hacia el archivero que tenía a metros de él. Buscó con impaciencia el fólder que estaba signado con la sección ‹‹Quinto C››, de los estudiantes a su cargo como tutor. Aquel le había sido entregado por la Dirección recién el mismo día en el que Aira había vuelto a clases, como si todo hubiera confluido para allanar su inesperado reencuentro.
Desde que se había reencontrado con la adolescente, no se había sentido con fuerzas para revisar el expediente de aquella. Había guardado en una carpeta aparte las excusas que ella había mostrado para no presentarse a los exámenes bimestrales. Por lo que, recién ahora, se animaba a guardarlos dentro del vinifile correspondiente a la estudiante Aira Gonzáles Sáenz.
Cuando dio con el file de ella no pudo evitar ladear su cabeza, entrelazar sus dedos y quedarse pensativo. La foto que ocupaba el espacio asignado para la joven la mostraba con su uniforme escolar, con las dos colas que tiempo atrás solía usar, pero hubo un detalle que le gustó más. Se mostraba sonriente, con aquellos hoyos en sus mejillas que anteriormente había adorado. Le gustaba verla sonreír... y quería que aquel momento para siempre se perpetuara.
Luego, no pudo más con su curiosidad. Empezó a leer con atención los espacios asignados a su familia.
Madre: Giovanna Sáenz.
Padre: Marcos Gonzáles – Fallecido.
Cuando sus ojos se toparon con la palabra ‹‹fallecido››, aquellos se entrecerraron. Sintió un retorcijón en su estómago al tiempo que tuvo un déjà vu.
Tiempo atrás, al graduarse de la escuela secundaria, y recoger por sí mismo su expediente escolar, había tenido la misma sensación al leer los espacios correspondientes a su madre y la anotación de que esta había muerto.
Sacudió la cabeza de inmediato. Quería dejar atrás los tristes recuerdos de su pasado familiar; por lo que intentó concentrarse en el documento que tenía frente a sí.
Al seguir bajando la vista, pudo notar que, a diferencia de otros estudiantes, el expediente de Aira tenía varias anotaciones en la parte asignada como ‹‹Observaciones››, tantas que, al final, solo había quedado espacio para un recuadro en donde la anterior tutora había anotado las siglas ‹‹M.A.›› con lapicero rojo.
‹‹¿Qué significará esto?››
Trató de formularse varias teorías al respecto, mas ninguna le convencía. ‹‹M.A.›› podía corresponder a mil y unas cosas, las cuales solo podían ser absueltas por la misma tutora, que ahora no se hallaba, así como la propia Aira.
Por un momento se le pasó por la mente preguntarle a la joven sobre aquello, pero... decidió que sería impropio. Quizá se refería a aspectos muy íntimos que, dado su posición como profesor y la distancia que había procurado que hubiera entre ambos, sería mejor no averiguar más.
El resto de las anotaciones hacían alusión a la peculiar situación de la adolescente. Su crisis familiar, el tiempo que había estado en el orfanato, la anotación del código de su acta de notas proveniente de este,su tratamiento por la depresión, el teléfono de contacto de Ángel Torres...
‹‹¿Así que este es el famoso Ángel?››
Siguió leyendo las anotaciones. Cuando dio con una, sus ojos se abrieron ampliamente al tiempo que sintió una punzada en su corazón.
‹‹Alumna se independizó legalmente a los diecisiete años, según resolución judicial del 01 de febrero del 2016, con número...››
—¿Un mes después de cumplir diecisiete? — habló en voz alta.
Al percatarse de lo que había dicho, la punzada que había sentido en su corazón se hizo más incisiva.
‹‹Bueno, Rodrigo, ya hace un mes que has cumplido diecisiete››.
‹‹Sí, papá››.
‹‹Creo que ya es tiempo. Te voy a llevar al notario. ¿Me acompañas?››
‹‹¿Para qué?››
‹‹Para independizarte legalmente››.
‹‹¿Cómo?››
Al recordar aquella serie de recuerdos, Rodrigo no pudo más.
—¿Esto es en serio? ¿Cómo puede ser posible, Dios mío? —habló con la voz temblorosa.
Cerró el expediente de la joven, al tiempo que se agachaba la cabeza y sacudía esta una y otra vez.
‹‹¿Nuestros padres fallecidos? ¿Nos independizamos en la misma época de nuestras vidas?›› Pero, ¡¿qué significa esto?!››, pensó al tiempo que se asfixiaba.
De inmediato se dirigió hacia la ventana. Necesitaba sentir el viento sobre su rostro para calmarse. Pero, cuando su vista se topó con la pequeña figura de la joven, al tiempo que ella alzaba su mano derecha para acomodarse el pelo al igual que lo hacía él en ese instante, dejó de preocuparse.
Ella se veía muy animada, tranquila y ajena a lo que él pensaba. Por lo que, si de verdad la realidad quería mostrarle las coincidencias de las que se había percatado, no le quedaba otra que aceptarlas... y de buena manera.
Si había distancias que él sabía que había decidido mantener entre ellos, eso no impedía que el destino decidiera que hubiera sincronías en las vidas de ambos... ‹‹Uno propone y Dios dispone››, era un dicho que había escuchado y como tal, solo tenía que respetarlo.
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