28 [Editado]
OWEN
Mientras manejaba de regreso a casa, no podía dejar de pensar en la llamada de Reil. Él había tenido que viajar ese mismo día. De hecho, se había encontrado rumbo al aeropuerto cuando Kara lo llamó pidiendo ayuda. Sin dudarlo me había marcado y pedido que me hiciera cargo. Yo había estado de acuerdo, nervioso por volver a verla. Sabía que se había estado quedando en casa de Dan y también era bien sabido que eran grandes amigos, por eso me había sorprendido bastante el saber que ella ya no tenía lugar donde quedarse.
Reil no quiso decirme más, así como Dan tampoco había querido informarme nada durante las semanas pasadas. Le había pedido, prácticamente rogado, que me dijera dónde estaba para hablar con ella, pero él, con el semblante serio, me había dicho que lo mejor era darle su espacio.
—Está muy mal, Owen. Lo que menos necesita ahora es que le compliques más la existencia. —Me había dicho—. Debes dejarla sanar.
Y yo solo había aceptado que tenía razón. Kara debía sanar, curar su interior..., pero yo quería ayudarla y estar a su lado en el proceso.
Me imaginaba que tantas cosas en tan poco tiempo le debían de haber afectado demasiado, y que una persona incondicional le vendría bien. Solo me preguntaba si ella me dejaría ser esa persona. Si me dejaría estar a su lado, amarla y tratar de redimirme por mi estupidez.
Mientras conducía rumbo al departamento, le lancé un par de miradas por el rabillo del ojo. Kara miraba por la ventana, más interesada por lo que había fuera del auto que por lo que se encontraba dentro. Lucía tan triste, tan hermosa, y odiaba saber que gran parte de las sombras en ese semblante estuvieran ahí por mi culpa.
Ella había confiado en mí, había vertido su alma y corazón en mis manos para que la cuidara, y yo le había fallado. No había querido escuchar cuando quiso explicarme. No había querido confiar. Creí que ella no había cambiado en nada y la lastimé. Nos lastimé.
Apreté el volante con furia al recordar la conversación con mi hermana unas noches atrás.
Ella había llegado a verme porque estaba preocupada por mí, porque me había desconectado del mundo salvo por mi trabajo.
Levantarme, ir a trabajar, regresar y, en ocasiones, ir al gimnasio para sonsacarle algo de información a Dan sobre aquella mujer en la que no podía dejar de pensar; la misma que tenía en aquel instante a mi lado. Esa había sido mi rutina durante las últimas semanas.
Cuando Lena había llegado, le pedí que me contara lo que en realidad había pasado, pero ella fingió no saber de lo que hablaba. Le había contado que sabía lo del vídeo, que sabía que estaba editado y que las fotos no decían nada por sí solas. Le había exigido a mi hermana que me dijera la verdad, que me contara quién había sido el responsable de aquello, de esa trampa hacia Kara, y ella solo había llorado y se había derrumbado sobre el sofá.
Había suavizado mi tono sin saber que su llanto era por la culpa que la carcomía y le había contado a grandes rasgos la vida de Kara y la manera en que ese suceso la había hecho volver al pozo del cual apenas había estado logrando salir.
Yo la había hundido y me odiaba por ello.
Después de un largo rato de tratar de persuadirla, al fin se había calmado y comenzó a contarme todo. Dijo que había pensado que alejándome de ella me haría bien, que ella lo había planeado junto con su novio, el hombre de las fotos y el vídeo.
Tras haber escuchado aquello, la rabia y el dolor se apoderaron de mí y le pedí que se fuera. Me había hecho pensar tan mal de Kara, pero la verdad era que no podía culpar a mi hermana por la manera en que había actuado. Sí, su treta podía haber influido en algo, pero tuve muchas opciones, demasiadas maneras en las que pude haber tratado el asunto con Kara, y elegí la peor. Decidí creer lo peor de ella, cerrarme y no escucharla. Decidí lastimarla. Decidí ser un idiota.
Y no estaba seguro de que algún día ella fuera a perdonarme.
Dejé escapar un suspiro al recordar todo esto, sintiéndome cansado y vencido; dolido por no poder arreglar todo.
«Si tan solo pudiera regresar el tiempo...».
Cuando llegamos a un semáforo en rojo, me tomé la libertad de estudiar el perfil de Kara. Sus mejillas hundidas, sus ojos tristes y las comisuras de su boca curvadas hacia abajo me decían que se sentía tan mal como yo, incluso más. Me pregunté hasta qué punto habría llegado en esta ocasión. Si habría intentado acabar con su vida como la vez que perdió a su hija.
Un horrible dolor atravesó mi pecho y sacó todo el aliento de mis pulmones cuando ese pensamiento llegó a mí. Imaginar que Kara hubiera llegado de nuevo tan bajo... Apreté el agarre sobre el volante y conduje hasta visualizar nuestro edificio y aparcar frente a él. Apagué el coche y me giré hacia ella que seguía viendo por la ventana.
—Antes de entrar quiero decirte algo —susurré.
—No quiero escucharlo.
—Kara...
—Dije que no. No quiero, ¿entiendes? Yo... —suspiró—. No me siento con la fuerza suficiente para tratar contigo. Me duele verte, hablarte, estar sentada a tu lado. Me duele todo lo que tenga que ver contigo —susurró haciendo que mi corazón se comprimiera— y, si alguna vez me quisiste de verdad, te voy a pedir que me dejes en paz.
La última palabra salió rota y tuve que cerrar los ojos con fuerza para no derrumbarme ahí mismo frente a ella. ¿Que si alguna vez la había querido? Yo la había amado. La seguía amando. La amaba tanto que dolía.
Y todo era mi culpa.
—Vale —murmuré en acuerdo. Si no quería hablarme, lo aceptaría. No quería dañarla más—. Reil ha salido de viaje y...
Un gemido ahogado hizo que me detuviera en seco.
—¿Y en dónde se supone que me quede? —preguntó con algo de temor en su voz. Sabía que no le iba a gustar la respuesta, pero era la única que había por ahora.
—Conmigo —dije en un suspiro.
El silencio cayó pesado entre nosotros. No quería moverme, hablar o incluso respirar por miedo a que se negara y huyera. Solo me quedé quieto rogando en mi interior que se quedara por lo menos esta noche. Necesitaba sentirla cerca de mí, saberla bien, segura.
El pequeño interior del coche estaba impregnado con su aroma y yo no quería hacer nada más que acercarme para poder estrecharla entre mis brazos. Lucía tan frágil a la luz de la luna, tan pequeña... y débil, como si pudiera quebrarse con el más ligero de los soplidos.
No quedaba nada de la Kara terca, gruñona que alguna vez había conocido. Ni la tierna, amorosa mujer con la que había tenido una relación. Pero cuando se giró a mí por solo un segundo, cuando me miró, encontré un destello en sus ojos que me hizo sentir esperanza. Pude ver las ganas que tenía de seguir adelante, esas ganas de seguir luchando, de no darse por vencida, y en aquel instante la amé más por ser tan fuerte, por no dejarse vencer tan fácil.
Su puerta se abrió sin que dijera nada más y pronto se encontró fuera y detrás del coche esperando a que abriera el maletero. Lo hice, entonces salí para poder ayudarla a cargar su equipaje, sin embargo, ella ya lo tenía fuera y caminaba lejos antes de que hubiera alcanzado a cerrar mi puerta.
Suspiré derrotado y la observé entrar al edificio con su pesada carga, literal y figurativa. Cuando abrí la puerta del departamento y la dejé pasar, me encaminé a la cocina y calenté algo de la comida china que había pedido antes de la llamada de Reil. Serví porciones en dos platos, tomé uno y caminé hacia la habitación de mi amigo, donde Kara ya se había instalado.
Toqué la puerta y abrí sin esperar respuesta. Ella estaba sentada sobre la cama, su espalda pegada a la pared y su vista perdida en el vacío.
—¿Comida china? —ofrecí en voz baja.
Parpadeó varias veces para después enfocar su mirada en mí. ¿Cómo podían unos ojos aparentar ser tan viejos? Se podía distinguir la vida difícil que había llevado con tan solo un vistazo a esos enormes pozos azules. Así eran sus ojos. Como dos pozos profundos en los que, si te asomabas, si no tenías cuidado, corrías la posibilidad de caer y no salir.
Yo había caído. Con fuerza. Y lo volvería a hacer sin dudarlo una y otra vez.
La sacudida de su cabeza me trajo de vuelta al mundo real.
—No tengo hambre —susurró.
Me acerqué sin pedir permiso y me senté cerca de sus pies, manteniendo una distancia prudente. Ella recogió sus piernas alejándolas de mí y se rodeó las rodillas con los brazos. En esa posición, Kara parecía una niña perdida y llena de miedo.
—Debes comer, Kara. ¿Cuándo fue la última vez que lo hiciste? —inquirí.
La mueca en su rostro me dijo que no lo recordaba, por lo que supuse que debía haber pasado ya bastante tiempo. Era por eso que lucía tan demacrada. Me pregunté cuánto peso habría bajado ya.
—Pero solo un poco que no tengo mucha hambre —aceptó. Le tendí el plato con una sonrisa de triunfo y la vi juguetear con la comida durante un rato. Después de algunos minutos comenzó a comer y acabó casi la mitad. No era mucho, pero era algo y un pequeño triunfo.
—Te dejo para que descanses —musité. Ella asintió y se recostó sobre la cama sin tener la intención de cambiarse de ropa—. Buenas noches. Si necesitas cualquier cosa ya sabes donde estoy.
Salí del cuarto sin esperar respuesta y lancé una mirada a la puerta de mi habitación. Tenía mucho tiempo sin dormir ahí. Cuando trataba de hacerlo las imágenes de Kara desnuda, bromista, sonriente debajo de mí, me bombardeaban haciéndome sentir mal.
Ella había estado siempre tan vulnerable, confiándome su cuerpo, su corazón, creyendo que lo cuidaría, y lo había hecho en aquellos momentos. En aquellos instantes de intimidad a veces se decía más que cuando hablábamos y era por eso que me dolía recordarlo. Porque sabía que no volvería a recuperar ninguno de esos momentos.
Me dirigí a la cocina y comí en silencio lo que había en mi plato, luego fui al sillón y me tumbé sobre él, aunque siempre recordaba que fue en aquel lugar donde nos dijimos por primera vez que nos amábamos.
Antes de que estallara todo.
Me sentía tan cansado que ni siquiera me di cuenta del momento en que caí dormido. Fue una llamada lo que me despertó a la mañana siguiente. Tenía el corazón y la respiración acelerada cuando abrí los ojos y un persistente miedo anclado en mi interior. No podía recordar lo que había soñado, pero apostaba que había sido una pesadilla.
Alcancé mi celular en la mesita frente al televisor y contesté sin ver quién llamaba.
—¿Sí? —Mi voz sonaba rasposa por el sueño.
—¿Cómo está?
Era Reil preguntando por Kara.
—Bien, supongo. Triste, más delgada, lucía cansada anoche, pero parecía estar... bien.
Una risa femenina al otro lado me hizo fruncir el ceño.
—Me alegra que esté saliendo adelante, pero no puedo decir que me sorprenda. Ya sabía que lo haría. Ahora... arregla todo. No vuelvas a meter la pata, ¿entiendes? O yo personalmente me voy a encargar de ti.
Sonreí con tristeza y pasé una mano por mi rostro para despejarme. Podía que Kara no tuviera muchos amigos, pero los que tenía eran leales hasta la muerte y ferozmente protectores.
—Alto y claro.
—Oh, y otra cosa más. Estaré fuera un mes o dos, pero seguiré pagando la renta, ya sabes. Kara puede quedarse todo el tiempo que quiera en mi habitación. Creo que es todo. Luego la llamo para escuchar de su propia boca cómo lo está haciendo. Lo iba a hacer ahorita, pero quiero que descanse. Encárgate de que coma bien y esas cosas, ¿sí?
—Claro.
—Y lo digo en serio, Owen. Vuelve a lastimarla y te las vas a ver conmigo.
No me dio oportunidad de contestar porque ya había colgado. A veces sí que sentía que Reil estaba enamorado de ella en secreto.
Apreté mi mandíbula, molesto de repente.
El que se preocupara tanto por ella era señal de que la consideraba una gran amiga solamente, ¿no? Volví a recostarme y lancé un brazo sobre mis ojos. No quería pensar en nada que no fuera una manera para recuperar a Kara y demostrarle que estaba arrepentido, que había aprendido mi lección.
El sonido de una puerta siendo azotada me puso alerta. Me puse de pie y me dirigí a la habitación de Reil. La puerta estaba abierta y no se miraba a Kara adentro, solo un montón de sábanas desordenadas sobre la cama.
Caminé hasta quedar frente al baño y toqué con suavidad.
—Kara, ¿estás bien?
Era demasiado temprano para que estuviera despierta. Ella dormía hasta tarde siempre que tenía la oportunidad.
La respuesta a mi pregunta fue un llanto ahogado que logró preocuparme. Volví a tocar la puerta con más fuerza y le advertí que iba a entrar si no me contestaba. Giré el pomo cuando no obtuve respuesta de nuevo y me sorprendí al encontrar que no tenía seguro. Abrí con cuidado, asomé la cabeza y ahí, en el piso justo a un lado del inodoro, estaba sentada Kara con el rostro entre las rodillas, llorando y temblando.
—Kara...
Me acerqué a ella tan rápido como mi cuerpo lo permitió y me arrodillé a su lado. No soportaba el verla así, tan deshecha, y fue por eso que la envolví en mis brazos. Quería que sintiera que no estaba sola, que me tenía a mí, aunque solo fuera por un instante. Sus brazos no vacilaron al rodear mi cuello. Su agarre era fuerte, casi desesperado, y mientras frotaba su espalda para tratar de tranquilizarla me pregunté qué era lo que había pasado para ponerla así.
No pregunté nada, sin embargo. Antes de hablar necesitaba calmarse, por lo que susurré palabras consoladoras y la dejé que llorara sobre mi hombro. Así nos quedamos durante algunos minutos, hasta que por fin se tranquilizó. Cuando su respiración fue suave y constante, la despegué de mi pecho y miré a sus ojos tristes e irritados.
—¿Quieres contarme? —pregunté. Vi cómo titubeaba. Pude apreciar con claridad la duda en sus ojos. No sabía si podía confiar en mí de nuevo y eso me dolía. Pero la comprendía—. No tienes que decirme nada si no deseas.
Volví a atraerla a mi cuerpo y presioné mi mejilla contra su coronilla. Si no quería contarme, entonces me contentaría con que solo me dejara sostenerla cerca y brindarle consuelo. Aceptaría lo que me ofreciera, lo que quisiera darme.
—Fue un mal sueño —susurró—. Los he estado teniendo bastante, pero este... Este fue especialmente malo.
Presionó su mano contra su vientre y luego su cuerpo comenzó a temblar de nuevo.
—¿Quieres algo de agua? —pregunté.
—No. Solo quiero quedarme un rato así si no te importa.
—Para nada —susurré abrazándola un poco más fuerte.
Cerré mis ojos y tomé una respiración profunda. Sentía como si hubiera pasado mucho tiempo debajo del agua y hasta ahora pudiera llenar mis pulmones. El tenerla en mis brazos hacía que esa sensación de ahogo se disipara. Besé su cabello una y otra vez y le murmuré lo mucho que lo sentía. Que no estaba sola, que me tenía a mí, que no pensaba marcharme ni dejarla marchar, pero su mente se encontraba lejos y realmente no escuchó nada de lo que dije.
No me importaba.
—Necesito lavarme los dientes —admitió en un murmullo.
Asentí reticente y nos puse de pie.
—Prepararé algo para comer mientras haces lo que necesites.
—De acuerdo —dijo sin verme a los ojos. Salí del baño y fui a la cocina donde preparé algo de café y unas tostadas.
Quería hablar con Kara y decirle que me gustaría ayudarla, pero no sabía cómo iniciar la conversación sin que se cerrara a mí de nuevo. Estaba dolida y no sabía hasta qué punto. Quería entrar a su cabeza para poder entender su sentir. Deseaba que confiara en mí de nuevo, si no como su pareja, entonces como su amigo. Como había dicho antes, en ese punto estaba dispuesto a aceptar cualquier cosa que ella me ofreciera.
Me encontraba bebiendo de mi taza de café cuando ella entró con paso lento y se sentó en la mesa con la mirada perdida y actitud insegura. Tomó una tostada del plato, cerró los ojos y comenzó a masticar con lentitud.
Tuve que desviar la mirada cuando lágrimas empezaron a caer por sus pálidas mejillas.
Kara no estaba bien. Algo me decía que no era solo mi culpa, que era un asunto más grande que mi falta de confianza hacia ella, pero igual sentía que debía hacer algo. Con cuidado me acerqué y tomé asiento a su lado. Puse mi mano sobre la suya y sus ojos parpadearon hacia mí.
—Kara, sé que tal vez no confías mucho en mí, pero quiero decirte que estoy aquí para cualquier cosa que necesites. Ya sea hablar o lo que sea, aquí estoy.
Le di un ligero apretón y vi que su barbilla comenzaba a temblar. Abrió la boca para decir algo, entonces dudó y la cerró. Sacudió la cabeza después de unos segundos, como tratando de deshacerse de sus pensamientos, y fijó la vista en un punto sobre la mesa.
—Gracias —susurró. Consideré entonces contarle que Lena había confesado todo, pero decidí que no era tiempo todavía.
—No hay por qué. —Miré a la taza frente a mí—. ¿Quieres algo de café?
Ella asintió y yo se lo serví como le gustaba. Mucha azúcar.
Recordé el día en que me había dicho que necesitaba más dulce para mi amarga vida y sonreí. Parecía que habían pasado años de eso.
Se lo di una vez que lo terminé de preparar y le sonreí. Ella no lo notó. Bebió a pequeños sorbos de la taza y luego, cuando terminó, se disculpó diciendo que se encontraba algo cansada. Se dirigió a la habitación de Reil y me sentí algo celoso de que fuera su cama en la que dormía y no en la mía.
Era ridículo, pero no podía evitarlo. Paseé durante un rato antes de que fuera hora de irme a trabajar. Quería llamar y decir que me encontraba enfermo, pasar todo el día cerca de Kara, aunque no me dirigiera la palabra, pero no estaba bien. Dejé una nota bajo su puerta diciendo que volvería más tarde y que me llamara si necesitaba algo.
Me sentía ansioso, y no en el buen sentido. No quería dejarla sola, sin embargo, tampoco podía pausar mi vida. Tenía comida que comprar, cuentas que pagar, y para eso necesitaba seguir trabajando. Me dije que cuando llegara haría algo con Kara. La convencería de que viera una película conmigo o algo. Que no estuviera recluida en su habitación.
Llegué a mi trabajo, chequé mi horario de llegada y me dispuse a trabajar, sin embargo, no lo hice con la misma eficiencia de siempre. Mi cabeza volvía una y otra vez a Kara sentada temblorosa en el suelo del baño después de haber vomitado, llorando, diciéndome que tenía horribles pesadillas.
Y el ligero destello en sus ojos indicándome que no se iba a rendir.
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