27 [Editado]
KARA
Llegamos al departamento de Dan bastante tiempo después de salir de casa de mis padres, pero yo seguía sintiéndome entumecida. Mi mente se encontraba lejos, rememorando viejos tiempos, recordando tiempos felices; mis pensamientos estaban dispersos, torturándome. Cuando mi amigo abrió la puerta del coche y me instó a entrar a su lugar con un movimiento de su mano, yo todavía seguía lejos. Me moví en automático. No presté atención a la decoración interior, solo entré y lo dejé llevarme del brazo como habría hecho con una niña pequeña. Me guio por la sala, la cocina y un estrecho pasillo hasta llegar a una puerta blanca al final de este.
—Esta va a ser tu habitación durante todo el tiempo que necesites —informó—. Creo que adentro está todo lo que puedes necesitar, y si no encuentras algo me dices, ¿entiendes? El baño es el cuarto justo enfrente.
Asentí a la vez que él abría la puerta y me mostraba el interior. Todo dentro era blanco, a excepción del cobertor de la cama —sobre el cual Dan colocó mi maleta— que era azul como el cielo y para mi sorpresa me sentí tranquila con solo poner un pie en el cuarto. Se respiraba paz, algo que necesitaba con urgencia en mi existencia, y calma; armonía y tranquilidad. Estudié con detalle alrededor de la pequeña pieza y esbocé una tímida sonrisa.
—Gracias.
—Sé que es pequeño, pero...
—Es perfecto —lo interrumpí. Me di la vuelta para encararlo y asentí—. En verdad, así está más que bien, no te preocupes.
Lo vi dudar por un momento mientras buscaba algo dentro de mis ojos, pero entonces se relajó y dejó escapar una corta risa. Parecía nervioso. Me acerqué a abrazarlo por la cintura y recargué mi cabeza sobre su pecho preguntándome por qué no podía haberme interesado por él. Me conocía mejor que nadie y eso lo había logrado en un corto espacio de tiempo.
Sentí su mano sobre mi espalda, acariciándola para reconfortarme, y luego su otro brazo rodeó mis hombros en un gesto protector. Sentía como si Dan fuera mi hermano mayor en aquel momento, mi mejor amigo, mi guardián. Parecía querer encargarse de que no me pasara nada malo y era un alivio saber que tenía a alguien que velaba por mí aun cuando no era su obligación. Parecía haberse autoimpuesto ese deber, el de cuidarme, y lo agradecía en gran medida.
—Si necesitas cualquier cosa no dudes en llamarme —expresó besando mi frente en un gesto fraternal—. Te voy a dejar para que descanses. Tengo algunas cosas que hacer fuera.
Asentí con la mejilla recargada todavía sobre su pecho y él dio un paso hacia atrás liberándose de mi agarre.
—Gracias —volví a decir. Él se encogió de hombros y sonrió.
—No hay por qué agradecer. Estás en tu casa, haz lo que te apetezca.
Lo vi cerrar la puerta y entonces me tumbé sobre el suave colchón. Decidí darme una ducha rápida ahora que tenía privacidad. Tomé una muda de ropa y me dirigí al otro lado del pasillo. Cuando entré al pequeño cuarto blanco, sonreí. Tenía una bañera. Comencé a llenarla y, cuando estuvo a la altura y temperatura correcta, me metí en el agua relajándome un poco. Entonces, como si no pudiera evitarlo, comencé a llorar en silencio otra vez.
Al estar tan sola y calmada, mis pensamientos y recuerdos comenzaron a bombardearme con fuerza. Odiaba sentirme así tan débil, sabía que necesitaba ayuda porque sentía que estaba llegando a un punto muy bajo; uno que la última vez casi había acabado conmigo. Me había dado un impulso de acabar con mi vida y... no quería volver ahí.
Había sido horrible y sabía que, si seguía así, entonces volvería a pasar. Ya sentía esos impulsos en ocasiones, cuando dolía tanto que no encontraba otra salida. Pero quería vivir. A pesar de que ya no quería seguir sufriendo, quería vivir, seguir adelante; no deseaba rendirme. Quería volver a levantarme, sacudir mis rodillas y encontrar el camino que no me llevaría a la perdición. Quería dejar todo el dolor atrás y no volver a pensar en ello.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que mis lágrimas y sollozos débiles cesaron, hasta que mi resolución de no darme por vencida creció, pero el agua ya estaba algo fría por lo que supuse que había pasado el tiempo suficiente. Mi piel estaba comenzando a arrugarse y no era algo que me agradara mucho, así que me puse de pie y envolví mi cuerpo con una esponjosa y grande toalla blanca.
Me vestí con ropa cómoda, sequé mi cabello y entonces me vi en el espejo. Miré con atención mis mejillas hundidas y mis ojos apagados, inclusive mi piel que lucía opaca. Me quedé viendo mi reflejo durante mucho tiempo tratando de reconocer a la persona frente a mí. No era la niña inmadura y caprichosa que había lastimado a otros para sentirse mejor; no era la chica que acababa de perder a su ser más amado y solo deseaba morir; no era la mujer enamorada que había sido feliz durante un momento fugaz.
Entonces... ¿quién era?
No lo sabía con precisión. A veces era un misterio incluso para mí misma, pero era algo que iba a averiguar. Empezaba de nuevo, renacía de mis cenizas una vez más y ahora debía tomar un rumbo distinto. Solo esperaba que esta vez nada me derrumbara; no estaba segura de poder volver a levantarme.
***
Los días pasaron rápido, dando paso a las semanas y casi un mes transcurrió. A pesar de que comencé a buscar un nuevo trabajo no encontraba nada. Cada día llegaba a casa de Dan y él me preguntaba cómo me había ido, a lo que yo sacudía la cabeza decepcionada. Él solo me abrazaba, besaba mi cabeza y decía que ya saldría algo bueno para mí.
Se volvió una rutina. Salía temprano a buscar trabajo, regresaba a casa, hacía la comida y entonces me ponía a limpiar. Dan bromeaba diciendo que comenzaría a pagarme por dejar su casa tan impecable, pero sabía que detrás de ese tono juguetón lo estaba considerando en serio. Igual si llegaba a ofrecerlo, diría que no. Ya suficiente hacía por mí dejándome ocupar una habitación de su lugar. Sabía que eso le estaba causando problemas con la mujer que estaba saliendo, y aunque él decía que no era nada, yo sabía que no era así.
Las cosas cambiaron abruptamente una mañana que amanecí especialmente triste.
Había todavía días en los que me sentía tan alicaída que no deseaba hacer nada más que llorar hasta quedarme dormida, y esa mañana había sido —para mi mala fortuna— uno de esos días.
Me desperté temprano, alrededor de las cuatro de la mañana por una pesadilla. Había estado soñando que estaba recostada al lado de Owen, abrazada a él, riendo, bromeando, y entonces un llanto de bebé había provenido de una cuna al lado de nuestra cama. Me ponía de pie sonriente y caminaba hasta el lugar donde estaba la criatura, pero al momento de llegar todo se ponía oscuro y me encontraba con un muñeco con ojos negros, vacíos. Giraba aterrada a ver a Owen y él me señalaba con su dedo diciendo que lo había matado y que me odiaba. Entonces una multitud de personas aparecía de la nada y me apuntaban al igual que él diciéndome mala madre, bruja, asesina... Mil cosas más que me hicieron despertar jadeando con lágrimas en los ojos en busca de aire.
Cuando caí en la cuenta de que era solo un horrible sueño, me solté llorando sin pudor. Hecha un tembloroso ovillo en la cama no paré hasta que el sol salió e iluminó la estancia. No tenía ánimos ni motivos para levantarme, pero sabía que debía hacerlo. Era triste en realidad. El no tener razones para empezar un nuevo día, pero de igual manera hacerlo. A pesar de que no quería saber nada del mundo, debía hacer las cosas que me tocaban y necesitaba un café bien cargado para lograrlo, por lo que abrí la puerta para salir. Comencé a caminar por el pasillo pensando que la casa estaba sola, hasta que escuché unas voces alzándose y me detuve. Una discusión se llevaba a cabo en la habitación contigua.
—No me gusta que se quede aquí, Dan. ¿Qué pensarías tú si yo tuviera a un chico atractivo viviendo conmigo?
—Es diferente, Anna. Ella me necesita, no tiene a nadie más.
Un bufido lleno de odio salió de la chica. Sabía que estaba espiando una conversación privada, pero también tenía la seguridad de que hablaban de mí, por lo que no me moví de mi escondite. Quería escuchar todo lo que dijeran.
—No, Dan. La quiero fuera de aquí lo antes posible.
Casi podía verla cruzar los brazos adoptando una posición que no admitía discusión cuando el silencio se hizo en el lugar.
—No —espetó Dan convencido, logrando que los ojos me escocieran.
¿Estaba poniéndome antes que a su novia?
—¿Qué? —la escuché cuestionar atónita.
—Dije que no, Anna. Kara se queda aquí conmigo hasta que lo necesite.
Mis ojos se cerraron con temor y dolor. No quería que ellos discutieran por mi culpa.
—¿Disculpa? Creo que no estás entendiendo, cariño —explicó con severidad y un fingido tono dulzón—. Te estoy dando a elegir. Es ella o soy yo. Así de fácil.
Sin querer escuchar la respuesta, me di la vuelta y entré de nuevo a la habitación cerrando con cuidado la puerta tras de mí. Busqué mi maleta y una pequeña mochila que luego devolvería a Dan y comencé a echar toda mi ropa y demás pertenencias dentro de ellas. No iba a quedarme ahí y ser la causa por la que mi mejor amigo, un hombre increíble, perdiera a la mujer con la que estaba, a la que quería y con la que al parecer iba en serio.
Una vez que alisté mis cosas, me recogí el pelo en una pequeña coleta y, sin molestarme en maquillarme, salí de ahí cargando mi equipaje. Tenía un nudo en el estómago a causa de la incertidumbre de lo que haría después, lo que vendría, pero decidí que no quería pensar en eso todavía. En cuanto el sonido de las llantitas de mi maleta llenó el pequeño pasillo, las voces que se encontraban cerca se apagaron.
—He pedido un taxi —susurré mirando un punto en la alfombra bajo mis pies.
No me atrevía a mirar a la pareja frente a mí. Me sentía humillada y avergonzada. Me sentía como basura, como un mendigo pidiendo caridad.
Tanto Dan como su novia se quedaron callados, quietos durante un largo momento cuando esas palabras dejaron mi boca. Me atreví a elevar la mirada y traté de sonreír con seguridad al verlos, algo que no sentía en ese momento. No tenía dinero ni nadie a quien acudir, pero de alguna manera me las iba a arreglar. Siempre lo había hecho y esa vez no sería la excepción.
Ambos se lanzaron una mirada de reojo y luego mi amigo suspiró pasándose una mano por el cabello.
—Tú no te vas a ningún lado, Kara.
Sacudí la cabeza y dejé escapar una risa extraña.
—Me voy a quedar con una amiga —mentí. Él entrecerró sus ojos hacia mí. Sabía que no tenía a nadie, pero no me importó y me encogí de hombros—. Me dijiste que podría quedarme mientras lo necesitara y ya no lo hago. Además, no quiero traerles problemas. Así es mejor para todos —tomé un gran aliento y desvié la mirada hacia la salida—. Gracias, Dan. Por... todo. Nos estamos viendo pronto.
Le sonreí sin acercarme a abrazarlo —no quería incomodar a Anna— y caminé hacia la puerta.
—Kara...
—Todo está bien —volví a mentir. Era tan fácil hacerlo—. No te preocupes por mí.
Entonces abrí la puerta y salí de ese lugar hacia el fresco día que contradecía mi sentir. El sol brillaba en lo alto y el cielo azul se encontraba despejado. Incluso los pájaros cantaban y yo... sonreí. Lo tomé como una señal de que las cosas que vendrían ahora para mí serían buenas.
Suspirando, me hice del agarre de mi maleta y comencé a caminar sin rumbo. Solo quería despejarme un rato, luego vería qué hacer. Crucé varias calles, vi a niños corriendo, jugando, disfrutando de su inocencia. Admiré la paz que se sentía en aquellos rumbos. Nadie lucía triste o preocupado, y me pregunté si, como yo, también escondían su verdadero sentir tras una máscara. Seguí caminando durante varios minutos, tal vez una hora, hasta que pude visualizar un parque verde extendiéndose frente a mí. Sin pensarlo dos veces fui ahí y dejé caer mi cuerpo sobre el césped húmedo y fresco, entonces me recosté y cerré los ojos.
Me puse a pensar en lo que iba a hacer para salir de ese hoyo en el que estaba metida tan profundo. No era solo por Owen. Era por... todo. Y ya no quería seguir así. Necesitaba ayuda con urgencia. Necesitaba apoyo, lo sabía, pero... no tenía nada ni a nadie. Solo Dan se preocupaba por mí, sin embargo, ya no iba a aceptar más de su ayuda. No si tenía problemas por ello.
Ya no estaba dispuesta a dejar que alguien más sufriera o perdiera por mi culpa.
Apreté los párpados un poco y traté de controlar el dolor que perforó mi pecho al pensar en que, si Kayla hubiera estado a mi lado, de alguna manera habría sabido qué hacer. Los escasos meses que la había tenido conmigo me había sentido poderosa, sabia, invencible, y desde que la había perdido sentía que mi vida ya no tenía rumbo, que vagaba sin saber a dónde iba.
—¿Por qué lloras? —Una dulce vocecilla me trajo de regreso al mundo real.
Abrí un ojo y contuve la respiración al ver a una pequeña niña con un vestido rosa frente a mí. Era hermosa. Grandes bucles negros enmarcaban su tierno y rechoncho rostro, unos grandes ojos azules me miraban inocentes y curiosos.
—Hola —susurré con miedo a que mi voz se rompiera—. ¿Cómo te llamas, preciosa?
—Mi mamá me dice que no les diga mi nombre a extraños. ¿Por qué lloras? —volvió a preguntar.
Alcé mi mano hasta mi mejilla y me di cuenta de que, efectivamente, lágrimas cubrían mi rostro. Sorbí por la nariz y pasé el dorso de mis manos por mi cara para secar aquellas gotas. No quería que ella me viera llorar.
—Pues...
No sabía qué decirle. Ella se sentó a mi lado y me pregunté por un momento con quién vendría.
—¿Estás triste? —me cuestionó frunciendo el ceño como si sintiera dolor. Un nudo se plantó en mi garganta y asentí.
—Un poco.
—¿Por qué?
Reí llorosa ante sus preguntas y entonces miré al cielo.
—Porque... a veces las personas están tristes.
—¿Por qué?
—Porque les pasan cosas malas —respondí con sinceridad.
—¿A ti te pasaron cosas malas?
—Algo así.
Suspiré y miré hacia la niña, quien hacía una mueca con su boca, pensativa.
—Mi mami dice que a veces las cosas malas le pasan a la gente buena, pero que todo tiene su repon... repompensa.
—Recompensa —la corregí riendo.
—Eso. Dice que yo soy su repon... Lo que dijiste. Que soy su... bendición.
—Seguro que sí —admití.
—Y también dice que nada dura para siempre. Ni siquiera las cosas malas —apreté los labios queriendo contener el sollozo que luchaba por salir de mi cuerpo—. Así que no estés triste, vas a tener tu repompensa.
¡Dios! ¿Acaso los niños iban a darme lecciones de vida ahora?
—Gracias —susurré, intentado apaciguarme. Ella sacudió su cabeza y ladeó el rostro—. ¿Cuántos años tienes? —pregunté.
Elevó cuatro deditos al aire y me di cuenta de que mi hija tendría su misma edad entonces. Probablemente sería igual de hermosa y curiosa. Por alguna razón, en lugar de querer llorar, me encontré sonriendo. La había amado, la amaba y siempre lo haría, pero estaba aceptando poco a poco que ella ya no estaba y no estaría de vuelta nunca. Claro, me sentía todavía culpable por su partida, sentía que habría podido hacer algo para impedirlo, pero sabía que yo no había provocado su muerte. No... No había sido mi culpa.
—¿Me vas a decir tu nombre? —cuestioné. Ella sacudió la cabeza negando y causó que los rulos se sacudieran a su alrededor. Yo reí—. Yo me llamo Kara.
Sus ojos se abrieron asombrados y su boca formó una pequeña o.
—¡Mi mamá se llama Lara! —exclamó enérgica. Su emoción infantil resultaba de lo más tierna.
—Tiene bonito nombre.
—¡Layla!
Un grito preocupado rompió la quietud del lugar. Miré hacia el frente solo para encontrar a una mujer joven mirando a su alrededor preocupada.
—Esa es mi mami —apuntó la niña. Un nudo se asentó en mi estómago.
«Layla».
¿Acaso era una coincidencia?
—Entonces ve con ella. Parece estar buscándote.
Los ojos de la mujer me vieron en aquel instante, luego a la niña a mi lado y sus hombros se relajaron visiblemente. Comenzó a caminar con prisa hacia nosotras y cuando llegó se agachó a recoger a su hija en brazos.
—Lo siento —me dijo sonriendo—. Le gusta hablar con todo el mundo. Solo me di la vuelta un segundo y... desapareció de mi vista.
Se puso de pie y los brazos de Layla rodearon el cuello de su madre, su carita todavía viéndome.
—Solo ten cuidado —le pedí—. No siempre va a haber gente con buenas intenciones.
Ella asintió seria en mi dirección y suspiró.
—Lo sé —comenzó a alejarse con Layla murmurando algo en su oído, pero algunos segundos después se detuvo y giró sonriéndome—. Los niños pueden ser oportunos a veces, ¿eh? Mucha suerte en tu vida. Y no olvides que las recompensas llegan cuando uno menos las espera —me sonrió y entonces retomó su camino.
La piel se me erizó cuando sus palabras se hundieron en mí. Las vi irse platicando y sonriendo mientras caminaban hacia algún otro lugar y sentí una especie de nostalgia que hizo a mi corazón doler. Volví a recostarme, pensando en lo que había pasado, y entonces cerré los ojos dejándome llevar por la extraña paz que me invadía.
Cuando desperté me di cuenta de que el sol comenzaba a bajar. Bostecé desperezándome, avergonzada por haber caído en un lugar público, y estudié mis alrededores. Casi no había nadie en el parque, así que froté mis ojos con mis puños y comencé a pensar. La noche se estaba acercando y yo no tenía ningún lugar a donde ir. No tenía dinero para alquilar alguna habitación ni para comprar algo de comer. Saqué mi celular de mis pantalones y me di cuenta de que tenía varias llamadas perdidas y algunos mensajes sin leer. Eran de Dan. Preguntaba dónde estaba, si me encontraba bien... Cada uno pareciendo más desesperado que el anterior. Le envié un mensaje rápido diciendo que estaba bien para aplacar su angustia.
Froté mi rostro con una mano y me quedé viendo la pequeña pantalla. Necesitaba llamar a alguien, pero... ¿a quién?
Busqué entre mis contactos y entonces me detuve en uno. Mantuve mi mirada fija en ese nombre, debatiéndome entre llamar o buscar alguna otra opción. Torcí la boca en una mueca y entonces pulsé el botón de marcado. No podía pensar en nadie mejor.
Uno, dos, tres timbres se dejaron oír y entonces su saludo llenó la línea.
—¿Kara? —Se escuchaba la sorpresa en su voz.
—Uh, hola. Sí, soy yo y... Eh, me preguntaba si podías hacerme un favor.
—Lo que sea.
Dejé escapar un suspiro de alivio y entonces le indiqué lo que quería.
Cuando Reil estacionó frente al parque unos minutos después de que hubiera cortado la llamada, tomé mis cosas apresurada y me dirigí hacia su coche. Me coloqué detrás para indicarle que abriera el maletero y entonces lo hizo. Metí mi maleta, mi mochila y una vez listo todo rodeé el auto para introducirme en el asiento del pasajero.
—Muchas gracias por... —Me interrumpí al darme cuenta de que no era Reil quien estaba sentado a mi lado. Mi cuerpo comenzó a temblar preso del dolor y mi respiración se alteró—. ¿Qué haces aquí? —susurré con voz rota.
Owen hizo una mueca de dolor y estiró su brazo para tocar mi mano. No lo dejé. Me pegué a la puerta y miré su rostro tan diferente, más delgado. Lucía cansado y triste. Deshecho. ¿Tan mal como yo?
—Kara... —Su voz me envió de vuelta a los meses pasados y no pude evitarlo. Comencé a llorar de nuevo. Enterré mi rostro entre mis manos y sollocé sin pudor, mis hombros sacudiéndose con fuerza—. Dios, Kara, perdóname.
Negué con la cabeza mientras hipaba violentamente. Lloraba con tanta fuerza que pensé que se me desgarraría la garganta. Fue verlo de nuevo y sentir que el mundo se me venía encima. Recordé los buenos momentos a su lado para luego rememorar la manera en la que terminó todo: sin dejarme hablar, sin confiar. Fue como una avalancha de emociones y yo estaba demasiado frágil como para soportar ese peso otra vez.
Odiaba que me viera así, tan vulnerable y débil, pero ya no podía levantar mis paredes y protegerme; no cuando él ya había visto a través de ellas. Yo había erigido muros y él había construido puentes para llegar a mi corazón. Había construido un baluarte a mi alrededor, y él, sin saber cómo o cuándo, sin utilizar violencia ni atacar, había logrado entrar y desestabilizar mi existencia. Había derrumbado mis defensas... y esta vez volvía a ser igual.
Traté de tranquilizarme un poco diciéndome que no pasaría nada. Tomé respiraciones profundas para relajarme, las dejé salir con lentitud, y repetí esta acción varias veces hasta que, algunos minutos después, mi respiración se había normalizado. Entonces me di cuenta de que el auto seguía apagado y no nos habíamos movido del lugar.
—Quiero hablar contigo —explicó. Yo no quería hacerlo así que sacudí la cabeza—. Kara...
—Solo sácanos de aquí —susurré.
Desvié mi mirada a la ventana y entonces el auto se encendió y nos llevó lejos del parque.
Instagram: cmstrongville
Twitter: cmstrongville
Grupo en fb: Leyendo a Cee
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro