26 [Editado]
KARA
Miré por última vez mi piso desierto y suspiré sintiéndome triste, igual de vacía que el departamento. Al cerrar esa puerta sabía que estaba terminando con otra dolorosa etapa de mi vida. Había creído que en ese lugar todo iba a salir bien, que empezaría de cero, que renacería..., pero todo lo que pasó fue que volví a caer, y esa vez con más fuerza.
Las marcas que el impacto de la realidad había dejado en mi alma, no iban a sanar con facilidad. Tal vez no sanaran. Viejas heridas habían sido abiertas. Así, sangrantes, dolorosas y punzantes se extendían por todo mi interior. Suponía que algo incorrecto debía haber hecho para merecer tanto mal, para sufrir tanto durante largo tiempo. Ya ni siquiera tenía ganas de luchar. Cuando eres golpeado por la vida tantas veces de manera tan brutal, comienzas a pensar que lo mereces. Yo creía que lo merecía; que la felicidad no era algo hecho para mí... o que tal vez ni siquiera existía.
Abrí la puerta y dejé la habitación sin darle otro vistazo. Era demasiado doloroso tener que pasar página. El encuentro con Owen seguía carcomiéndome el corazón, sus palabras taladrando mi cabeza y burlándose de mí sin piedad. ¿Ahora sí me creía? Después de que le había demostrado lo incapaz que era de lastimarlo, después de que le abrí mi corazón y vacié mi alma en sus manos para que la cuidara... dudó de mí, y aquello era algo que no iba a saber perdonar.
—Kara. —La voz de Reil me sacó de mi autocompasión. Elevé la mirada para encontrarme con sus ojos y traté de sonreír, sin embargo, su mirada llena de lástima me dijo que no lo había logrado.
—Hola, Reil. ¿Cómo estás? —pregunté en un susurro. Él metió las manos dentro de los bolsillos de su pantalón y ladeó su cabeza mirando la maleta que me encontraba sosteniendo.
—Creo que yo debería preguntarte eso a ti, así que... ¿cómo te encuentras?
Sus ojos estaban llenos de conocimiento. Sabía que no me encontraba bien y quería escucharlo de mis labios. Miré hacia mis pies y sentí mi barbilla temblar, las lágrimas atorándose en mi garganta e impidiéndome soltar más que un hilo de voz. No quería que más gente me viera romperme, sin embargo, me encontraba demasiado cansada como para elevar mis murallas de nuevo.
—Viva —admití.
«O algo parecido».
—Eso es bueno.
Sonreí con tristeza y sacudí la cabeza. En ese momento no me sentía para nada bien. Percibía vacío mi interior. Nada de lo que hacía para distraerme lograba hacerme sentir bien. Me encontraba sola en el mundo, triste, herida... Eso no era vivir.
Apreté la agarradera de la maleta en mi mano y vi a Reil.
—Uhm, me tengo que ir. Yo... Me están esperando.
Hice un gesto con la cabeza hacia las escaleras y mi amigo asintió.
—¿Te mudas?
—Sí. Ya no puedo permitirme pagar la renta ahora —confesé encogiéndome de hombros—. Creo que ya lo sabes, pero ahora no tengo trabajo como modelo. Ni como mesera. Entonces...
—Comprendo.
—Sí.
Miré hacia la puerta cerrada del piso de Owen y Reil, entonces cerré los ojos y me di la vuelta.
—Oye, Kara —llamó mi amigo. Me detuve—. Solo quiero que sepas que yo no dudé de ti nunca. Te conozco lo suficiente y sé que eres incapaz de hacer algo así —dijo en un susurro que apretó mi corazón.
Reil no había dudado de mí, pero Owen sí. Tal vez nunca creyó en mí. Era probable que desde el principio nuestra relación hubiera estado condenada. Miré a mi amigo por encima del hombro y le di una sonrisa temblorosa de agradecimiento. No estaba segura de ser capaz de decir algo sin echarme a llorar. Giré mi rostro de nuevo, enderecé los hombros y entonces salí del edificio con rumbo al auto de Dan.
***
—Tú dime dónde es —pidió una vez que entramos a aquel lujoso barrio.
Mi corazón estaba acelerado por el miedo y mis palmas sudaban por la ansiedad. Tenía ya varios años sin saber de ellos más que la llamada que les había hecho el día anterior, pero estaba segura de que no habían cambiado en nada, de que seguían siendo los mismos de siempre. Y a pesar de que aquello me aterraba, el pensar que volvería a sentirme como una niña abandonada, eran mi única opción si no quería terminar en la calle.
Mi orgullo ya no importaba. ¿De qué valía si me mataba de hambre?
—Aquí en la esquina a la derecha —susurré sintiéndome cada vez más pequeña.
Pude notar cómo Dan me observaba por el rabillo de su ojo, sin embargo, lo ignoré. No quería que volviera a ofrecerme vivir con él durante un tiempo. Sabía que estaba tratando de iniciar algo serio con una chica y no quería que hubiera malentendidos entre ellos a causa de mí. No necesitaba más drama o problemas en mi vida, no podía cargar con más culpa sobre mis hombros; entonces sí me hundiría y no estaba segura de ser capaz de levantarme. A duras penas podía ahora con mi carga emocional.
—Kara...
—Es en esa casa blanca de tres pisos —le informé interrumpiéndolo—. La que tiene el carro rojo en la entrada.
Lo vi asentir a mis indicaciones y no volvió a decir nada. Dan estacionó frente al lugar que le mencionaba y apagó el coche, girando sobre su asiento para verme con intensidad.
—No es ninguna molestia para mí, Kara, de verdad. Solo no quiero que ellos terminen de... —Se interrumpió y aplanó los labios, frustrado por no poder encontrar las palabras correctas.
—¿De hundirme? —completé. Sus ojos se fijaron en mí, preocupados, y no pude evitar reír sin humor—. No te preocupes, ya estoy en el fondo. Más abajo no puedo llegar.
Le di una sonrisa vacilante y abrí la puerta. Dan salió para sacar mi equipaje del maletero.
—Solo una llamada. Es lo único que necesitas para que yo esté aquí en un santiamén, ¿entiendes? Solo estaré a una llamada de distancia.
Miré hacia esos ojos preocupados y asentí conmovida. Ese hombre, junto a Reil, había sido mi mayor apoyo durante esas pasadas semanas y lo iba a extrañar demasiado.
—Gracias por todo —murmuré.
Dan me atrajo hacia su pecho en un abrazo apretado y, por millonésima vez en el día, lloré. Parecía que no podía hacer nada más que llorar. Todo, cualquier cosa, tocaba las fibras sensibles de mi interior y me hacía sollozar hasta el cansancio. Tal vez era por eso. Porque estaba cansada y no podía controlarme, no podía esforzarme y tratar de aparentar que estaba bien. Dan solo se quedó ahí acariciando mi espalda y susurrando en mi cabello que todo iba a estar bien. Pero aquello ya no era algo en lo que creyera. En el fondo yo sabía que no era verdad.
Nada estaba bien y era probable que nunca lo estuviera para mí.
—No es nada, Kara. Por ti haría todo —rompió el agarre que tenía sobre mi cuerpo y limpió mis lágrimas con sus pulgares—. Solo una llamada y vendré corriendo por ti. No lo olvides.
Sonreí a duras penas y besé su mejilla, entonces la puerta de la casa fue abierta y una mujer rubia con penetrante mirada verdosa me observó con una sonrisa plástica que había llegado a conocer bien y que me daba la bienvenida a mi propio infierno.
Me encaminé al interior arrastrando la maleta mientras mi madre no dejaba de parlotear acerca de los planes que tenía para la semana. La casa era enorme, pero conocía cada pasillo a la perfección desde mi infancia, cada atajo, así que no tardé mucho en llegar a la que había sido mi habitación de niña. Seguía igual que siempre. Una suave alfombra de un color vino cubría el piso y amortiguaba mis pasos. Una cama enorme forrada con sábanas violetas, del mismo color que las paredes, se encontraba en el centro del cuarto. Me acerqué a ella y dejé la maleta encima. Dos grandes ventanales cubiertos por delgadas telas color crema dejaban entrar la luz a raudales. La habitación era dos veces más grande que el departamento en el que había estado viviendo, pero extrañamente me hacía sentir... encerrada, sofocada; como una prisionera.
Di una lenta vuelta familiarizándome de nuevo con los alrededores y entonces mi mirada se topó con aquel enorme espejo de cuerpo completo. Iba de piso a techo y me devolvía la imagen de una muchacha. Ladeé el rostro. Era increíble lo poco que estaba familiarizada con aquella mujer.
Lucía tan mal, tan triste, pero eso no disminuía su belleza. Si acaso la acentuaba.
Continué mirando mi reflejo, hasta que sentí que una mano sobre mi hombro tiraba un poco de mí.
—No deberías descuidarte tanto —dijo mi madre frunciendo el ceño—, así nunca vas a encontrar un marido.
Casi reí. En cualquier otro momento lo habría hecho. En cualquier día normal le habría dicho que cuando buscara un marido me aseguraría de que no estuviera conmigo solo por mi físico, pero en aquel instante preferí quedarme callada. No tenía ánimos para iniciar una discusión.
Suspirando, me alejé de ella y comencé a desempacar mi maleta.
—Voy a darme una ducha y después dormiré. Estoy cansada —dije en voz baja.
No giré para ver el semblante de mi madre, quien seguramente me miraba con desaprobación, pero alcancé a escuchar aquel sonido que hacía cuando estaba frustrada. Casi la pude ver frunciendo los labios.
—Bien —aceptó al fin—. Le diré a Mina que te avise cuando esté la comida.
Un portazo me avisó que había salido de mi pieza, así que me dejé caer sobre mi espalda sobre el colchón. No sabía qué había esperado que pasaría al verla, pero su fría indiferencia volvió a herirme como lo había hecho durante mi infancia. No debería haberme sorprendido su actitud, pero lo hizo. Logró volver a hacerme sentir pequeña, inútil y desprotegida.
Y debía empezar a hacerme a la idea de que así sería durante todo el tiempo que me quedara con ellos.
Cerré los ojos cuando sentí un par de lágrimas rodar por mis sienes y mi pecho se sacudió al tomar una temblorosa respiración. Quería sentir la esperanza de que con el tiempo las cosas mejorarían, pero ya no era tan ingenua. Mis esperanzas se habían disuelto en el aire... y una persona sin esperanzas, no encuentra razones para seguir.
***
Me encontraba sentada en la ventana de mi vieja habitación mirando hacia el cielo nublado cuando la puerta fue abierta de manera muy brusca.
—Los Connor van a venir a cenar esta noche para darte la bienvenida de nuevo, así que espero te encuentres presentable para las siete y bajes al comedor con nosotros —anunció mi madre antes de volver a cerrar la puerta.
Ni siquiera había quitado mi mirada del paisaje exterior mientras la escuchaba decir aquello. Siempre había sido así; ella dictaba y yo obedecía sin rechistar, sin embargo, esa vez no me encontraba de ánimos para aquella cena. Apenas tenía dos días viviendo con ellos y ya me sentía más vacía que antes de llegar.
Apoyé mi mejilla sobre mis rodillas y abracé mis piernas en un intento por mantenerme completa. Ver a los Connor traería viejos recuerdos que quería dejar enterrados en el fondo de mi mente. No estaba segura de poder verlos y no volver a sentir la culpabilidad que me llenaba cuando me daban sus miradas llenas de censura. Ellos siempre me habían culpado de lo sucedido.
¿Cómo no iba a hacerlo yo si todo el mundo insistía en ello?
Solté un suspiro que empañó el vidrio y dibujé una k sobre la superficie, entonces sentí a mis ojos llenarse de lágrimas una vez más. ¿Acaso alguna vez dejaría de doler tanto la pérdida de mi bebé?
Dejé que aquellas gotas rodaran por mis mejillas y cerré los ojos imaginando que Kayla se encontraba conmigo, a mi lado, brindándome paz y consuelo con su presencia tan angelical. La imaginé llamándome mamá y riendo mientras jugábamos juntas. Sollocé al pensar en sus rulos negros rebotando y sus inocentes ojos azules viéndome con adoración, como si fuera su heroína y una mujer indestructible que lo podía hacer todo por ella.
¿Por qué me la habían arrebatado? Era la pregunta que siempre taladraba mi cabeza. ¿Por qué? ¿Por qué ella? ¿Y por qué a mí? Podía haber sido una perra desde chica, pero no había merecido que me la quitaran así de esa manera tan cruel. Yo la había amado y hecho todo por ella. La seguía amando. Siempre lo haría.
—Perdón, Kayla. Perdóname por no haberte salvado, mi amor.
Me permití desahogarme mientras recordaba el bombardeo verbal de mis padres durante esos últimos días y sus inútiles consejos superficiales. El abandono y la desconfianza de Owen, la burla en los ojos de Lena y el rencor en los de Marc. La decepción en el semblante de todos mis compañeros. Los apodos que me soltaban mientras salía de ahí. Puta, zorra, perra, mentirosa, trepadora... Nada nuevo que no hubiera escuchado antes, pero en aquel momento me había encontrado tan entumecida emocionalmente que no traté de defenderme. De igual manera la gente siempre creía lo que quería creer. ¿De qué iba a servir defenderme? De nada, por eso me quedé callada y permití que me bombardearan con palabras.
Había dejado de sentir por un momento y tenía la esperanza que así fuera hasta que volviera a sanar, pero esta ilusión fue apagada con rapidez cuando Owen llamó a mi departamento y comenzó a disculparse. El dolor que había sentido entonces fue tan desgarrador que sentí por un momento que me iba a matar. Y lo deseé por segunda vez en mi vida. Yo solo... quería dejar de sufrir. El mundo me estaba cayendo encima, o al menos así lo sentía yo, y solo quería que me aplastara hasta asfixiarme, hasta que no pudiera respirar y hasta que se llevara el dolor que me consumía.
La aflicción había sido tanta que no la pude mantener dentro de mí y exploté. Le había dicho la verdad, lo dejé ver lo mal que me encontraba... Le dije que lo odiaba, cuando la única verdad era que odiaba no poder dejar de amarlo. Incluso, mientras golpeaba su pecho y sollozaba, había estado pensando en que quería volver al día que Marc me arrinconó en el vestuario y contarle todo a Owen. Las cosas habrían sido diferentes entonces.
Limpiando mis lágrimas, me puse de pie y me encaminé al baño, donde tomé una larga ducha que esperaba lavara mi angustia. Me quedé sentada en el piso sintiendo las gotas caer en mi espalda con fuerza y clavé la mirada en la pared, perdida durante un largo tiempo hasta que el agua se volvió fría. Aun así, no hice ningún movimiento para salir de ahí durante otro buen rato.
Cuando mi madre abrió la puerta de mi habitación yo ya estaba vestida. Llevaba un vestido negro ceñido por debajo de las rodillas. No tenía ni una gota de maquillaje en el rostro y ella lo notó de inmediato.
—Te ves horrible —expresó haciendo una mueca de desagrado—. Dios, Kara. Mírate. ¿Qué te ha pasado?
«Oh, nada, mamá. Solo, ya sabes, siento que tengo el mundo encima y he estado pensando en acabar con mi vida una vez más. Me la he pasado preguntándome qué fue lo que hice para que la vida me odiara tanto y me lanzara tantos obstáculos que no estoy segura de poder superar y eso me martiriza, pero no es nada importante, no te preocupes», pensé decirle, sin embargo, no estaba segura de que apreciara una respuesta tan franca. Al fin y al cabo, en ese lugar se respiraba la hipocresía y la sinceridad estaba sobrevalorada.
—No he dormido muy bien últimamente —respondí en su lugar.
Ella esbozó una sonrisa pequeña y se acercó hasta quedar tras de mí.
—Creo que si te pones un poco de maquillaje serás capaz de conquistar a Beck nuevamente. ¿Te imaginas? Nuestras familias volverían a estar unidas. ¿No es emocionante?
La verdad era que no. Beck Connor me odiaba y yo no podría soportar verlo sin recordar todo lo que habíamos pasado. Y en aquel momento, era algo que quería evitar.
—Sí —susurré, guardando para mí mis verdaderas opiniones.
Me estaba convirtiendo una vez más en el títere de mis padres, pero estaba bien para mí. Mientras las emociones se mantuvieran encerradas, podría seguir adelante; no correría el riesgo de volver a salir lastimada. Empezaba a comprender el estilo de vida que la gente rica llevaba. Mientras no fueras genuino, mientras la falsedad gobernara tu manera de ser, hacer y decir, entonces no corrías riesgo de ser aplastado por la magnitud de tus sentimientos, ya que estos se encontrarían guardados en un cajón.
La cena transcurrió sin problemas. Beck no había podido asistir porque tenía mucho trabajo según sus padres, pero no estaba muy segura de ello. Tal vez se hubiera sentido como yo y no había deseado verme, solo que él sí era capaz de plantar rostro a sus padres y negarse a sus deseos. Me pregunté si habría cambiado mucho desde la última vez que lo vi. Si había vuelto a sonreír alguna vez, si esos ojos marrones habían vuelto a brillar o se había quedado tan vacío como la vez que enterramos a Kayla.
Habíamos sido tan solo unos niños, pero ya habíamos madurado. Por lo menos yo lo había hecho. A mis veintitrés años de edad ya había pasado por cosas que gente de cincuenta jamás habría pensado. Y había creído que era tan fuerte como para valerme por mí misma, y lo hice por un tiempo. No me importaba nada ni nadie, por lo que sus opiniones me daban igual. La única persona que me había importado realmente no había vivido más que unos meses y me hizo conocer en ese corto tiempo lo que era la verdadera dicha. Y luego, cuando se fue de mi lado, me apagué por dentro.
Y entonces me reencontré con Owen. Había conocido la felicidad por segunda vez entre sus brazos. Él me hizo volver a sentir viva, a reír, a ser feliz... y me dejó peor de lo que había estado antes. Lo dejé conocerme como nunca nadie lo había hecho, le demostré quién era la verdadera yo, pero no fue suficiente para él.
No fui suficiente para él.
—Permiso —pedí cuando sentí mis ojos llenarse de lágrimas. Me puse de pie y corrí a mi habitación sintiendo que me daba un ataque de ansiedad.
Me di cuenta de que, si me quedaba en ese lugar, lo único que iba a lograr era estancarme. Si me quedaba ahí jamás iba a ser capaz de avanzar y dejar mi pasado atrás, así que empaqué todas mis pertenencias —las cuales no eras muchas— y llamé a Dan.
—Necesito que vengas por mí —rogué con voz temblorosa una vez que contestó.
No fue necesario decir nada más.
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