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22 [Editado]

OWEN 

—Entonces —murmuró Kara mordiendo la punta del lápiz que sostenía—, cuando las líneas de oferta y demanda se unen, ¿es el punto de equilibrio económico?

Asentí riendo y besando la cima de su cabeza.

—Vas entendiendo.

Ella suspiró aliviada y recargó su sien en mi hombro, feliz de haber aprendido algo en la lección de hoy. A pesar de que yo ya no era su profesor, seguía ayudándola con la clase, la cual decía que era más complicada que cuando la impartía yo.

La señora Carmichael había vuelto al fin. Decía que era muy exigente, autoritaria y, según Kara, también aburrida. Decía que conmigo por lo menos tenía el estímulo visual, cosa que me hizo reír, pero que con ella solo le daban ganas de quedarse dormida y por eso necesitaba de mi ayuda más que antes. No podía darse el lujo de sacar malas notas, así que ahora yo era su asesor personal.

—Voy a la cafetería, ¿no encargan nada? —quiso saber Reil cuando salió de su habitación.

Hacía alrededor de dos semanas que mi amigo había vuelto de otra de sus tantas salidas de negocios y había quedado algo asombrado al enterarse de que Kara y yo ya éramos una pareja. Había reído a mandíbula batiente y luego murmurado entre dientes algo sobre no saber por qué se sorprendía. No sabía si se había referido a la evidente atracción entre nosotros o a algo más. No pregunté. Una punzada había comenzado a latir en mis entrañas cada vez que veía el cariño que se profesaban. Recordaba cómo yo había insistido en que ellos eran folla-amigos, en que mi amigo sentía algo más por ella que simple amistad. Reil la miraba con adoración y Kara ni cuenta se daba. A veces creía encontrar resignación en el semblante del rubio, pero no estaba del todo seguro.

¿Tal vez mi amigo sí había estado enamorado de Kara después de todo?

El mundo era un jodido pañuelo diminuto.

—Yo nada, gracias —contesté. Giré a ver a Kara y la encontré estudiando aún sus apuntes—. ¿No pides nada, amor? —pregunté muy cerca de su oído. La vi estremecerse y sonreí complacido con la reacción que tenía ante mis provocaciones.

—No, gracias, Reil. —Se giró hacia él y le dio una mirada suplicante—. Pero si se te atraviesa una dona de chocolate por ahí...

—Ya, ya. A veces me pregunto si no estás embarazada, Ross. Últimamente has estado teniendo demasiados antojos, ¿no crees?

Kara le sacó la lengua y se acurrucó más a mi lado.

—Ya viene mi periodo, imbécil. Agradece que se me antoja el chocolate y no que me pongo de mal humor.

—Yo lo agradezco —murmuré contra su cabello.

Uno de sus codos impactó sin fuerza contra mis costillas y yo me carcajeé.

—Eso explica los montones de chocolates que traes cada mes. ¿Acaso también lo tienes anotado en tu calendario?

Su ceño fruncido en fingida molestia me hizo inclinarme a besar sus labios.

—Me gusta consentirte —musité separándome solo un poco. Luego me incliné a besarla de nuevo. Al principio trató de parecer indignada, pero entonces abrió su boca para mí y yo me dediqué a saborearla.

Me gustaba besarla. No, cambien eso. Amaba besarla. Era la única vez en la que me decía todo lo que sentía sin palabras, donde no se guardaba nada. Ni siquiera cuando teníamos intimidad lograba que se revelara tanto ante mí. A pesar de que ella aseguraba que me tenía confianza y no me escondía nada, sabía que había algo. No sabía qué con exactitud, no podía poner mi dedo en ello, pero un sentimiento de impotencia me embargaba al no poder solucionar lo que la molestaba, lo que no permitía que fuera cien por ciento sincera conmigo. Confiaba en que ella me hablaría cuando necesitara hacerlo, que no me escondía nada de importancia, pero... la duda. Esa maldita duda me comía lentamente y eso me frustraba.

Tal vez fuera el recuerdo de su hija o de sus padres que nunca la apoyaron. Incluso era probable que la atormentara el recuerdo de su ex abandonándola, como si ella no hubiera estado sufriendo también en aquel momento. No sabía lo que era, pero cada vez que la besaba parecía que todo desaparecía para ella y que solo quedábamos nosotros dos. Sin problemas, sin preocupaciones ni fantasmas que la torturaran. Sin un pasado tormentoso.

Por eso, a pesar de que la mayoría cerraba los ojos al besar, yo no lo hacía; yo la miraba. Nos besábamos y yo abría un poco los ojos para verla abandonarse ante mí. Así me sentía cerca de ella, bien; necesitado y poderoso. Amado.

—Ya empezaron, de nuevo. —El encanto del momento fue roto por Reil, quien seguía merodeando en el interior del apartamento.

Con los labios hinchados y las mejillas sonrosadas, Kara se despegó de mí haciéndose hacia atrás, volviendo a tomar los apuntes en sus manos con una sonrisa apenada y desviando la atención de mi persona.

—Pensé que ya te habías ido —le recriminé a mi amigo, algo molesto por su interrupción.

¿Le molestaba a él también verme con Kara?

Él solo sonrió conocedor, sin dejarme ver cómo se sentía, y se encaminó a la puerta.

—Ahora vuelvo. Si van a hacer cosas indebidas, por favor, pongan un calcetín en la puerta. —Kara bufó y yo reí recordando las palabras que alguna vez le había dicho—. No hagan nada que yo no haría —guiñó un ojo y entonces se fue.

Tras el sonido del portazo que propinó desvaneciéndose, el silencio volvió a instalarse entre nosotros, interrumpido solo por el mover de las hojas que Kara pasaba con delicadeza.

Admiré su perfil en silencio, sus gestos de concentración. Ceño profundizado, labios fruncidos, nariz arrugada. Linda. Incluso así, luciendo casi molesta, era hermosa. Jamás lo admitiré ante ella, pero amaba hacerla enojar porque... me encendía. No sé, por alguna razón desconocida me gustaba más. Verla enfadada me hacía hervir la sangre, por eso provocaba discusiones sin sentido, sin embargo, siempre terminábamos reconciliándonos, llevados por la pasión y el fuego de su temperamento.

Con mucha lentitud, vi cómo una sonrisa comenzaba a dibujarse en sus labios. Dejó las hojas que cargaba en una mesa frente a ella y se giró a verme, tímida.

—Deja de mirarme —pidió.

—No puedo. Me gustas demasiado.

Su sonrisa se dulcificó aún más al escucharme, y entonces, sin aviso y de manera inesperada, sus ojos comenzaron a inundarse con lágrimas. Sí, aquellas gotas comenzaron a correr por sus mejillas y yo me quedé estático por la sorpresa, conmocionado. Mis ojos se abrieron como platos al ver aquello. No lo había esperado y no sabía cómo reaccionar, por lo que solo me quedé ahí mirándola fijamente. ¿Qué había dicho o hecho mal?

Repetí mentalmente todo lo que hice y dije en los pasados minutos y no encontré nada incorrecto o grosero; nada que se pudiera malinterpretar. Así que, con temor, acerqué mi mano a la suya y acaricié sus dedos en un gesto suave.

—¿Kara? Lo siento, cariño, ¿puedes decirme qué hice mal?

Dejó escapar una risa llorosa ante mi pregunta y luego enterró el rostro entre sus manos, llorando con más fuerza.

Al carajo. Las mujeres estaban locas.

Me puse de pie frustrado y elevé las manos al aire en un gesto que expresaba lo poco que entendía lo que pasaba por la mente de mi novia. Si en ese momento hubiera podido pedir un deseo, podría haber deseado leer su mente.

O desaparecer por arte de magia, una de dos.

—No hiciste nada —expresó después de unos segundos, algo que me alivió. Si ella decía que no había hecho nada malo, entonces no iba a preocuparme.

¿O sí?

Joder, a veces creía necesitar un manual para entender a aquella mujer.

—Entonces...

—Hormonas —explicó—. Y una conciencia que jamás va a estar tranquila.

Poniéndose de pie y sin dejarme decir nada más, se encaminó al baño frente a mi habitación. Y yo... Yo me senté en el sillón mirando al techo, esperando que me cayeran respuestas del cielo, o por lo menos un rayo para no tener que lidiar con esas emociones tan extrañas. Kara era, sin lugar a dudas, la mujer más bipolar que me había tocado conocer y, para mi mala —o buena— suerte, de la que me había enamorado sin remedio.

Lo comprobé una vez que salió y me dio una sonrisa tímida, el único rastro de su llanto anterior eran los ojos ligeramente hinchados y enrojecidos.

—¿Mejor? —pregunté. Ella asintió y avanzó hasta quedar frente a mí.

Halé del dorso de sus rodillas y la hice sentarse a horcajadas sobre mis caderas, necesitando poder ver su rostro para, al menos así, ver si podía encontrar algo que me indicara lo que había pasado. Ni siquiera tuve que escrutar su expresión por mucho tiempo porque ella, con mirada arrepentida, confesó en voz baja y boca pequeña:

—Mi periodo.

La carcajada que brotó de mi pecho después de eso no pudo ser detenida. Tanto drama para nada.

—Tu periodo —repetí divertido.

—Y recuerdos feos. No son una buena combinación —añadió con voz delgada. Ahí ante mí, con sus grandes ojos brillantes, Kara parecía una niña pequeña, asustada e indefensa, que necesitaba de mi protección.

Acunando su nuca en una de mis manos, la insté a que se recargara sobre mi hombro y besé su frente.

—Sabes que te quiero, ¿no?

Y esas palabras mágicas bastaron para hacerla sonreír de nuevo.

***

Cuando Reil regresó y nos encontró en esa posición tan íntima, sonrió y sacudió su cabeza divertido, pero con sus ojos llenos conocimiento. Casi me atrevía a decir que sabía algo que yo no, que conocía más de Kara incluso que su propio novio.

Sabía que ellos tenían algunos años de conocerse, pero ¿qué tanto habían llegado a hacerlo? ¿Y con cuánta profundidad?

—Traje tu dona —le dijo sonriente a Kara—. Y a ti te traje un café negro —murmuró para mí. Kara rio ante el cambio de tono.

—Como tu alma —dije entre dientes.

—Como tu consciencia —regresó.

—Como tu...

—¡Ya! —nos cortó Kara—. Parecen niños de primaria. Compórtense como adultos, ¿sí?

La recordé acurrucada contra mí como una niña y sonreír al tiempo que sacudía la cabeza. ¿Ese comportamiento sí valía?

—Lo siento —canturreamos ambos al mismo tiempo.

Kara se levantó de mi regazo y corrió por su dosis de azúcar necesaria, se puso de puntillas y besó la mejilla de Reil en forma de agradecimiento, gesto... que no me gustó mucho. Ambos tenían una complicidad que me confundía y no era para nada divertido.

—Tienes veinte minutos —susurró él muy bajo cerca de su oído, sin embargo, alcancé a escucharlos.

¿Veinte minutos para qué?, me pregunté. El sentimiento de desconocer algo importante volvió a mí. Mi novia y mi mejor amigo me ocultaban algo, me mentían por omisión, y lo peor era que yo no me atrevía a enfrentarlos para que me dijeran la verdad.

¿Qué sería aquello? ¿Y por qué no me animaba a preguntarlo?

Kara asintió tomando la dona y el café, luego volvió a mi lado y se acomodó a mi costado entregándome el vaso caliente.

—En un momento más voy a salir —avisó dando una mordida al pan glaseado sobre su mano. Gimió gustosa por el dulce y sonreí a pesar de mi desconcierto.

—Oh, está bien. —Dudé un segundo admirándola engullir el postre—. ¿Quieres que te acompañe?

Ella volvió a hacer ese sonido gustoso y sacudió la cabeza en una negativa.

—No es necesario. —Sonrió y luego chupó el dulce de sus dedos—. Será rápido. Antes de que te des cuenta ya estaré de regreso.

—Bueno, entonces —dije receloso.

La vi ponerse de pie una vez más, ignorante de mi incomodidad, y encaminarse hacia mi habitación. Tenía unos cambios de ropa ahí a pesar de que vivía al otro lado del pasillo, no obstante, yo no decía nada, no me quejaba. Cuanto menos tiempo pasara yendo para allá, más tiempo la tenía a mi lado.

Asegurándome de que Reil no estaba cerca, la seguí a la habitación y me adentré, cerrando la puerta tras de mí. Ahí estaba ella de pie en ropa interior, mirando una blusa y un vestido extendidos sobre la cama. Yo me acerqué entonces abrazándola con fuerza por detrás, tratando de decirle en ese gesto que podía confiar siempre en mí, que yo no iba a juzgarla ni a ocultarle nada tampoco. Yo era un libro abierto frente a ella, no le escondía ni un secreto, confiaba en Kara con mi vida, sin embargo, ella no parecía creerme ni querer abrirse del todo. Siempre ocultaba algo de mí y sentía que eso frenaba a nuestra relación.

Sus manos se posaron sobre las mías en su cintura y, con lentitud, se giró entre mis brazos para que quedáramos frente a frente. Me sonrió con algo de duda en sus ojos, preguntándome en silencio qué hacía allí, luego estiró su mano para acariciar mi mejilla con lentitud. Ella sabía que algo me molestaba, sin embargo, se lo oculté para no preocuparla. O eso traté de hacer, pero Kara era lista y muy observadora.

—¿Owen? ¿Qué pasa? —preguntó con tono dulce y mirada preocupada.

No quería decirle que me dolía el que no confiara en mí, no quería parecer desesperado, así que solo sacudí mi cabeza y la abracé contra mi pecho.

Su mejilla se posó en el lugar por encima de mi corazón y me dije a mí mismo que solo eran imaginaciones mías. Kara no me mentiría nunca, ¿no? La confianza era la base sólida en la que fundamentábamos nuestra relación. Si ella me ocultaba cosas, entonces eso significaría que no éramos tan sólidos como yo creía. Y aquello era impensable.

—Kara —la llamé inseguro.

—¿Sí?

—Tú... me dirías si te pasara algo, ¿no? Quiero decir, no me mentirías, ¿verdad? Sé que no serías capaz de ocultarme nada. Por favor, dímelo. Necesito que me lo asegures —murmuré con un toque de desesperación.

El tono de súplica y el agarre que sin querer fortalecí sobre ella, la pusieron alerta. Elevó sus ojos a mi rostro y escrutó mi expresión en busca de... algo.

—Jamás te mentiría, Owen —susurró afligida.

La sinceridad de su afirmación me hizo suspirar de alivio. Tenía que ser verdad eso. Quise creerlo, así que lo hice. Le creí. Confié en ella.

Suspirando aliviado, apoyé mi frente sobre la suya.

—Lo sé, lo sé. Es que... a veces siento como si me ocultaras algo, Kara. Y eso me mata. Yo confío en ti y me duele creer que tú en mí no —confesé con los ojos cerrados, como si de esa manera mi declaración no me dejara tan vulnerable.

Le acababa de confesar a Kara que tenía el poder de herirme con sus mentiras si quisiera, así que esperaba que usara esa información para evitarnos problemas y malos tragos.

—No te oculto nada —susurró a un suspiro de mi boca—. Es más, para que veas que no te oculto nada te voy a contar algo.

Abrí los ojos y me encontré su mirada clavada en mí.

—¿Qué es?

—Hoy... tengo una reunión con los organizadores de una campaña de cosméticos muy importante de la cual Reil va a ser el fotógrafo. —Se mordió el labio inferior, debatiéndose entre contarme o no—. Y... Bueno, tengo el perfil que están buscando. Si deciden que soy buena candidata, trabajaré con ellos durante un pequeño periodo, y si están satisfechos con los resultados... me harán la imagen principal de la campaña. ¿Sabes lo que eso significa? —preguntó claramente emocionada. Moví la cabeza negando, divertido por la manera en que le brillaban los ojos de la emoción.

»¡Me van a pagar mucho dinero! Podré dejar el trabajo en Butner's y pagar mi matrícula y demás útiles sin esfuerzo. Seré reconocida, Owen. Esto me va a abrir muchas puertas, tendré más oportunidades —soltó un suspiro y sonrió—. Las cosas están yendo bien para mí y mi carrera, pero... —sacudió la cabeza interrumpiéndose.

—¿Pero...? —la insté a que continuara.

—Esto... va a ocupar mucho de mi tiempo. Del tiempo que paso contigo —susurró desviando la mirada y despegando nuestras frentes.

Mi corazón cayó.

—¿Es por eso por lo que no me lo habías querido decir?

—Iba a decírtelo —explicó en voz baja—, una vez que fuera seguro. No quería que te sintieras mal antes de tiempo. —Miró de nuevo a mis ojos y esbozó una triste sonrisa—. No es que te oculte nada por mentirte, Owen. Solo trato de no lastimarte si puedo evitarlo.

Tomando su rostro entre mis manos, planté un beso en sus labios y elevé una de mis comisuras.

—La verdad, Kara. Siempre. Aunque me duela, la prefiero mil veces a la mentira o una omisión, ¿de acuerdo?

Cerró sus ojos y se apoyó en mi toque.

—De acuerdo.

***

Reil y Kara tenían buen tiempo de haberse marchado, cuando Lena me sorprendió con su visita.

—No te esperaba —admití tendiéndole un vaso con agua y sentándome en la silla frente a ella.

—Lo sé, solo estaba cerca y pasé a visitarte. —Se encogió de hombros y luego sorbió de la bebida—. Es que... tengo noticias —susurró alegre.

Elevé mis cejas y la miré, fijándome en su apariencia cambiada. Su cabello antes rubio, ahora era castaño oscuro, casi negro, su color original. Su piel antes dorada, ahora lucía un poco más pálida. Al parecer había dejado de usar aquel bronceador que tanto amaba. Sus rizos ahora estaban lisos y más cortos. Lo único que seguía igual que siempre eran sus ojos azules, como los míos, aunque un poco más oscuros.

Como los de Kara.

—¿Oh, sí?

—Sí. —La vi removerse emocionada en su asiento y luego tomar una profunda respiración—. Mi... novio, me ha conseguido una audición para una campaña muy importante. Están seleccionando a las mejores modelos de la agencia en donde me encuentro. Si me eligen viajaré mucho, hermanito. Seré famosa. Verás la cara de tu querida hermanita en revistas, anuncios, espectaculares... Ay, no, estoy muy emocionada, Owen —exhaló soñadora.

Me quedé pensando por un momento en sus palabras. ¿Se estaba refiriendo a la misma campaña de la que Kara me había hablado?

—Eso es... bueno —ofrecí.

—¿Bueno? ¡Es increíble! Genial. Hermoso, maravilloso, fabuloso, y todo lo que termine en oso.

Reí con su ocurrencia y aquella emoción digna de una niña con muñeca nueva.

—Pues mucha suerte, Lena. Solo espero que no tengas que ir desnudándote por ahí para conseguirlo. —Vi cómo sus mejillas se enrojecían, cosa que me sorprendió. Desvió la mirada y mi estómago cayó—. Lena...

Antes de que pudiera decir algo más, la puerta se abrió revelando a Kara y Reil.

—¡Hemos vuel...! Oh, hola —saludó Kara a mi hermana.

—Kara, ella es Lena, mi hermana. Lena, ella es mi novia Kara —las presenté, deseando que no se reconocieran de la secundaria.

Ambas se observaron durante un largo par de segundos y entonces se acercaron para besarse en las mejillas.

—Mucho gusto —murmuró Lena, algo reacia.

—Uhm, igualmente.

Vi la incomodidad que se había extendido ante ellas y carraspeé.

—Creo que ya conoces a Reil.

—Sí. —Elevó la mano para saludar y sonrió vacilante—. Uh, creo que mejor me voy —dijo Lena acercándose a mí y besando mi mejilla—. Luego te llamo —me susurró. Se dio la vuelta y encaró a Kara y Reil, quienes seguían de pie frente a la entrada—. Un gusto conocerte, Kara. Fue genial verte, Reil. Adiós.

El portazo que mi hermana dio tras su partida, me dejó en claro que había reconocido a Kara de las fotos escolares.

—Eso... fue extraño —matizó ella rompiendo con el silencio.

—Lo sé —estuvo de acuerdo Reil. Compartieron una mirada y él se echó a reír, logrando que Kara hiciera una mueca—. Bueno, me voy a mi habitación. Los dejo, par de tórtolos.

—Adiós, Reil, Gracias por todo.

—No fue nada —dijo con sinceridad, sonriéndole a Kara, luego adentrándose en su pieza y dejándonos solos. Me acerqué a ella, la abracé y enterré mi nariz en su cuello, inhalando su aroma.

—¿Cómo te fue?

—Bien. Fue... cansado. Es una larga historia —rio.

—Bueno, tengo tiempo —repliqué.

Halé de ella hasta el sillón y la hice sentarse a horcajadas sobre mí, donde la convencí para que me contara todo, sin omitir detalles.


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