6.
Llegamos al instituto. Austin y Clarise todavía se observaban por el rabillo del ojo, contrapuestos. Aún se mantenía el pique y la crítica que este le había dejado caer a mi amiga. En parte tenía razón: no era una fiesta de chicas sexys. Era una de aquellas que debía de dar miedo. Pero sí. Había quien iba de mujer-sexy-personaje-femenino-famoso. Uno podía ir disfrazado de lo que quisiera, tal y como insistía Clarise.
Accedimos a los pasillos. Yo seguía flotando en esa aura de dolor en el que estaba acostumbrada a navegar. Dolor y aturullamiento. Como había dicho a mis amigos, desde el accidente estaba medio idiotizada. ¡Vaya si se confirmaba!
—Er —Austin tocó mi brazo y di un salto—. ¡Jolines, chica! Estás muy sensible.
—No. Es solo que...
—¿Qué te pasa? —preguntó Clarise.
Cuando inspeccioné los alrededores allí estaba lo que me pasaba: Mason. Desde aquel mal sueño con él, mirarlo me causaba escalofríos. Tenía que ser el hecho de que había sido raro que, con solo tocarme, aliviase mis dolencias. Tenía que ser el miedo a conocerme el que lo había provocado. Me había ayudado con el trabajo, y eso, era de agradecer. Inspiré regresando al ahora donde mis dos amigos esperaban respuesta.
—Todo está bien.
—¿Seguro? —insistió Austin.
—Sí.
Cuando llegamos a la altura de Mason él me saludó.
—Hola, Erin. Suerte con el trabajo —dijo, levantando un pulgar.
—Gracias —vocalicé, aunque no me detuve.
Austin y Clarise lo observaron la escena, atónitos. Esperaron a que estuviéramos algo más apartados de él para indagar.
—¿Qué ha sido eso? —me preguntó mi amigo, deteniéndome—. ¿Qué te dije al respecto?
—Me ayudó con mi trabajo de historia. De no haber sido por él, probablemente hubiera suspendido esa parte.
—Entonces, no mentías cuando me hablaste de él cuando nos vimos en la biblioteca.
—¿Os visteis ayer por la tarde? ¿Quedasteis y no me lo dijisteis? —Se colocó las manos en las caderas, disgustado—. Sucias traidoras. ¡Ya sabía que tramabais algo! Y tú... —me señaló—, tú ni siquiera me atendiste anoche.
—Me sentía mal. Y tenía aún tareas por hacer —expliqué—. No mentí en eso.
—Ni contaste conmigo cuando estuvisteis juntas.
—¡Qué más te dará, Austin! ¡Déjala en paz! —me defendió Clarise.
—¡Estaba muy preocupado por ella, joder! ¡Es que! —Alzó los brazos, cabreado—. ¡Es que no entiendo por qué le metes en la cabeza ideas raras!
—¿Yo? ¿Cómo qué?
—Seguro que tú le has dicho que debe de gustarme por la dulzura con que la trato, ¿no es así? O de lo contrario no me rehuiría ahora. —Ahora la señaló a ella—. ¡Eres una mala influencia para Erin, y lo sabes!
—¿Qué?
Me entraron los mil sudores. No debería de haberle dicho nada si iba a tomárselo tan a la ligera.
—¡Vale! ¡Dejad de discutir! No me siento con ánimos de ver cómo os matáis delante de mí! —grité, queriendo poner fin a una escena que estaba siendo una de aquellas que parecía gustar al público por el morbo.
Aceleré mi paso apartándome de ellos. Me sentí molesta, furibunda, fuera de sí. Eso había sido un golpe bajo. Se supone que Austin debería de haber sido más sutil y no un desconsiderado. Ahora todo el mundo me observaba como a quien es culpable de no amar a alguien y dejarlo tirado por ahí como una colilla a mitad de usar. Yo sería la culpable y Austin pasaría a ser el pobre chico al que se me había ocurrido hacerle una putada así. ¡Se había pasado tres pueblos! Y saltado un jodido semáforo en rojo.
Mason me interceptó entrando a clase.
—¿Puedo ayudarte?
—¡Por supuesto! Dejándome en paz. Gracias —siseé en un murmullo.
—Me parece que no te he hecho nada malo. No sé por qué me vas echando.
Puse los ojos en blanco y resoplé.
—Estoy cansada, Mason. Cansada de que todo el mundo me juzgue. Se me ha dado otra oportunidad de vivir y la estoy echando a la basura cuestionándome cosas que no me llenan.
—¿Y qué te llenaría, Erin?
Escuchar mi nombre de su voz me hacía estremecerme. Era vibrante, sensual, erótico. Y cuando la última palabra se asomó a mi cabeza me escandalicé.
—No... yo no... pues...
—Vocaliza tranquila. No hay prisa. —Sonrió—. Bueno. Sí la hay pero puedo esperar.
—Yo no...
—¿Quieres que hagamos una ruta nocturna sin saber qué rumbo tomar ni conocernos el lugar con el fin de perdernos y sobrevivir? ¿Quieres escalar una montaña? ¿Tirarte dentro de un barril por las cataratas del Niágara?
—¡Qué dices? No estoy tan loca —grité espantada.
Se puso serio.
—¿Qué quieres en realidad, Erin? Y date prisa porque cada día que vives pasa tan veloz que casi no lo aprecias.
—¿Qué? —Esa lógica me dejó helada. Era verdad. Cada día se tendría que exprimir porque ya no regresaría. Y sería mejor vivirlo bien o terminaríamos en una cadena viciada de desastres y lamentaciones.
—No sé. Deja que confeccione una lista.
—No vayas a esperar demasiado. Nunca se sabe si vas a despertar mañana —me advirtió con un guiño, alejándose hacia su pupitre. Entendí el tema de su rápida huida. Austin y Clarise se acercaban.
—¡Eh, Erin! —Austin me llamó. Me di la vuelta aún enfadada.
—¿Qué?
—Lo sentimos. Ya no discutimos más, ¿contenta? Volvamos a ser los tres amigos —interpeló Clarise hablando muy en serio.
—Vale. Siempre y cuando no juzguéis cada cosa que hago, con quién estoy, ni lo que hago. He estado a punto de morir. Y sé que merezco no ser juzgada a cada cosa que hago. Quiero vivir. Solo eso.
Ambos asintieron. Austin, no tan convencido. La ideas de que me relacionara con Mason no le gustaba nada.
Sin decir nada más nos dimos un abrazo los tres. Ellos se echaron a mis brazos. Yo aún seguía molesta porque de todo me tenían que reprochar. Y yo solo buscaba comprensión y amistad, sin rencores, críticas, ni malos rollos.
Entregué el trabajo a mi profesor de historia. Me temblaban las manos. Me miró con una media sonrisa conociendo mi brecha en esta materia.
—Espero que hayas hecho un buen trabajo. Estoy seguir de que te habrás esforzado —discurseó, como si con ello fuera a darme ese impulso para que me gustara esta materia. No. No me gustaba, ni nunca me gustaría. Pero fui educada al responder.
—He puesto empeño en ello. Espero tener una buena nota.
—Muy bien. —Asintió sonriendo—. Me alegro de ello.
Trasladé la vista hacia Mason. Este asintió. Era como si él estuviera mucho más seguro que yo a que lo aprobase. Negué desconfiando de mí misma. Había necesitado ayuda. Sola era una negada. Al fin y al cabo el mérito y la nota sería a partir. Solo que no iba a decírselo al señor Rodríguez.
El alumno que estaba sentado mi lado derecho me pasó una nota a escondidas. No quería aceptarla. Pero él señaló a Mason y este asintió invitándome a aceptarla. Mostrándose como autor de la misma. Lo hice. La leí debajo del pupitre.
• Quedamos esta tarde para estudiar. En la biblioteca.
Negué.
—Mi madre —vocalicé con claridad después de asegurarme de que el profesor de álgebra no nos miraba. Se puso triste. Y luego hizo un puchero. Seguí negando. El puchero se volvió más exagerado y acabé por asentir. ¡Mason era mucho peor que Austin! Pero empezaba a caerme bien.
—¿Cómo que has quedado con Mason para estudiar? —se quejó mi amigo.
—No quiero discutir más contigo.
—Déjala, Austin. Ya dimos nuestra palabra para no pelearnos.
Este asintió con desagrado. Nos dejó allí plantado y se largó.
—No le hagas caso. Sigo pensando que le gustas. Pero no quiere reconocerlo.
—No empecemos de nuevo, Clarise.
Ella alzó las manos en un ademán de derrota y yo asentí complacida.
Fui andando hasta la biblioteca. Aunque tuviera que andar un poco me apetecía. Me pillaba mucho más cerca que el mismo instituto que quedaba hacia las afueras.
Eché un vistazo a las tiendas. Empezaban con la decoración de Halloween y eso me hizo despertar mi parte de la emoción. ¿De qué iba a ir disfrazada? ¿Qué podría elegir que gustase? ¿De espíritu? ¿De zombi? ¿De fantasma? ¿De la novia del cadáver? Puede que incluso encontrara a un Jack en la fiesta que iban a montar en un granero que se decoraría para ese fin: música, baile y mucho miedo. Bueno, lo del miedo ya se vería. Tenía que elegir algo. No sabía qué. Echaría un vistazo a la tienda de juguetes del señor Baker. Poseía un apartado de disfraces que siempre me gustaba echarle una ojeada. Y ahora con más razón. Me picaba la curiosidad con sus novedades.
—Hola, Erin.
—Mason... —Alcé la mano para saludarle. Él se acercó y me tocó el brazo. Esa sensación de paz, de nuevo. Por mí, podría pasarse el día pegada a él para sentir semejante alivio.
—¿Cómo estás ahora?
—Bien. Pensando sobre la fiesta de Halloween.
—Oh. Creía que ya habrías hecho una lista de lo que te gustaría hacer antes de que llegara el día, llamémoslo H.
Lo aparté de un empujón.
—¡Eres peor que mi madre! Creo que su afición son las esquelas.
Estalló en una carcajada.
—No. Yo solo digo que si tienes que vivir la vida...
—Mason.
—Qué.
—Cállate. —Me llevé un dedo a la barbilla, dándole unos toquecitos, pensativa.
—¿Y si vamos a la tienda del señor Baker? Quiero escoger mi disfraz para Halloween.
—¿Está en tu lista?
—Está.
—¡Fantástico!
—Elegiremos uno para ti.
—A mí no me van esas cosas —confesó con voz queda.
—¿Por qué? Estarías muy guapo de Jack.
—¿Jack?
—¿No conoces a Jack cabeza de calabaza? ¿No has visto la peli de pesadilla antes de navidad?
—Pues no.
Ladeé la cabeza divertida.
—¡Caray! Sí que vienes de otro mundo, chico. Todo el mundo conoce esta película.
—Te aseguro que yo no.
Me encogí de hombros.
—Da igual. Ya veremos qué elegimos para ti.
—¡No me voy a disfrazar! —siguió protestando.
Asentí contradiciéndolo.
—Vas a ser mi acompañante a la fiesta.
—¿Qué fiesta?
En el granero de Larry. ¡Tienes que ir!
—Ese deseo también está en tu lista.
—Así es.
—Bien. Entonces, iré.
Aplaudí entusiasmada y luego me eché en sus brazos celebrándolo. Enseguida me di cuenta del atrevimiento y lo solté, retrocediendo unos pasos, sonrojándome.
—Lo... siento —me disculpé, en un hilo de voz.
—No lo sientas. Ha estado bien —respondió sin aparentar vergüenza ni enfado.
Lo cogí de la mano y lo arrastré hacia la tienda de Larry. Cargábamos con nuestras mochilas, además del portátil, y eso dificultaba el que nos cansábamos cuando llevábamos un rato andando. Poco me importaba. Eso eliminaba el recuerdo de cómo me sentía por dentro.
Saludamos al dueño al entrar. Era un hombre de unos cincuenta y pocos años, de cabello claro, bigote original y alto y delgado con un junco. Simpático era un rato.
—¡Hola, señor Baker!
—Hola, Erin. ¿Has venido a ver las novedades en mis disfraces? —ya me conocía de sobra.
—¿Qué hay este año?
—Pasa y míralo tú misma.
Mason observaba todo con la boca abierta. Era como si no tuviera suficientes ojos para memorizar la fantasía y la felicidad que se rebosaba en aquel interior infantil. Y desde luego, en parte, juvenil. Volví a tirar de su mano. Llegamos a la sección de disfraces. Había uno de Alicia en el país de las maravillas. Pero no me parecía adecuado para asustar. Otro de una de las princesas Disney: era demasiado mayorcita para eso y no me sentía como una delicada princesa a quién tenían que salvar. Mejor me parecía a Mérida: peleona, decidida y valiente. Pero tampoco quería ir vestida de ella. Había uno de Catrina. ¡Siempre me había gustado ir disfrazada de Catrina! Con aquel maquillaje vistoso y colorido que seguía teniendo un fondo macabro. Solo que no tenía gracia para maquillarme. Y agradecí que hubiera una máscara de medio rostro de la misma.
—¡Este! ¡Este me gusta!
—Es bonito —opinó él, observándome con ternura.
Me lo llevé conmigo. Iba a llevarlo al mostrador para que el señor Baker me lo guardase hasta que fuera mi madre a adquirirlo.
—Ahora tú. —Le pasé el testigo y que escogiese.
—Hum... —Fue pasando cada uno para mirarlo bien. Hizo una segunda ronda. Incluso una tercera—. No creo que mis padres quieran pagarme esto.
Lo miré apenada.
—¿Por qué?
—Dicen que es una chorrada y que debería de invertir el dinero en otras cosas más importantes.
—Espera... ¿No serás un niño rico?
Encogió un hombro.
—Mi vida tampoco es que sea divertida.
Bufé como un felino enfurecido.
—¡Vale! Yo te lo compraré.
—¡No! Tú no vas a pagar el tuyo. El dinero es de tu madre. Y el mío lo costeará ella también. ¡No me parece bien!
—¡No digas chorradas! —Asentí, feliz—. Elije el que quieras. Te lo compraré.
Resopló acabando por ceder por mis pucheros y mis ruiditos simulando un molesto lloriqueo.
—Vale. —Volvió a empezar una nueva pasada a la percha—. A ver... Si vas a ir de Catrina yo iré de Víctor Van Dort. No destacaré tanto.
Regresé mi disfraz y saqué el de La novia del cadáver.
—Vale. Si queremos ir conjuntados iré de Emily.
—¡No es justo! —protestó él—. El de Catrina estaba en tu lista de deseos.
—El de Emily también.
Me miró con los ojos muy abiertos. Luego inclinó la cabeza aceptando.
—Siendo así, me parece perfecto.
Llevamos ambos disfraces hasta el mostrador. Le pedí al señor Baker que los guardara.
—Hablaré con mi madre. Ella vendrá a pagarlos.
—Muy bien, Erin. Bonitos disfraces has escogido para la fiesta de Halloween en el granero de Larry.
—¿Lo ves? —Me di la vuelta hacia Mason—. Tienes que venir. Todo el mundo estará allí.
—Ya te he dicho que iré —dijo, sin perder su sonrisa. Una sonrisa con un matiz algo triste. Pero una sonrisa.
Salimos de la tienda y compramos algo rápido para merendar. Bueno, yo invité a Mason. Para ser un niño rico no llevaba ni un centavo encima. Era todo de lo más extraño.
—No es justo. Estás gastando todo tu dinero en mí.
—Es un gofre. Tampoco te he invitado a un restaurante —respondí un poco molesta.
—Ojalá pudiera decirte que algún día te devolveré el dinero.
Puse la mano delante para que callase, chupando el chocolate que se deslizaba por un lado del dulce con el peligro de manchar mi manga.
—No hace falta. No te martirices. ¿Quieres?
—¿Qué más deseos quedan por cumplir en tu lista?
—¡Calma, muchacho! Habrá tiempo para todo —dije, molestándome que me metiera prisa. Era como si fuera a morir mañana. Y eso me daba mucha grima.
Dimos un paseo por el parque. Hoy el tiempo había dado una tregua por lo que se podía ir a la intemperie, aunque abrigada.
—¿Sabes? Me gustaría dar un paseo con el chico que me guste. A ver. Ahora mismo no tengo ningún candidato, porque Austin es más como un hermano. Y no me veo con él.
—¿Austin? ¿Le gustas?
—Eso dice Clarise. Yo no la creo. Tampoco lo sé seguro. Siempre me ha tratado con mucho cariño. Y no sé si con el tiempo lo hace adrede porque le gusto, o simplemente por ese aprecio que nos tenemos desde críos.
—¿Y yo? ¿Te gusto?
Se me puso la cara como un tomate. ¿Cómo era así de directo?
—Si casi no te conozco. ¿Qué dices?
—¿No te gusto ni un poquito?
Me puso en un compromiso. Y si quería que me sincerara pues lo haría y que se jorobara. Solo me parecía atractivo.
—Eres mono. Solo eso.
—Y te caigo bien. —Asentí—. Entonces, ¿qué problema hay? —Me mostró su mano para que se la agarrara—. Demos ese paseo.
Todo me parecía de lo más surrealista. Era como si estuviera poniendo la velocidad máxima del reproductor, a mi ritmo de vida. No me apetecía vivir así de deprisa. Tampoco quería perderme nada de aquello que me ofrecía.
Se la agarré y andamos a un paso acompasado compartiendo detalles de nuestros gustos, nuestras pequeñas ciudades, de los grupos de música que solíamos escuchar, películas que solíamos ver...; yo era más de cine de romance y fantasía. Él era más de películas de acción, bélicas y de terror.
—No podría ver una peli de terror y dormir por la noche.
Me miró divertido.
—¿Por qué?
—Si se me apareciera un fantasma seguramente echaría a correr. ¡Como para ver ese tipo de género y pegar ojo! —expliqué, un pelín avergonzada. Él no parecía temer a nada.
—Entonces mejor las de acción. Seguro que te encantan.
—Algunas he visto.
—¿Con unas palomitas, sentada en el sofá, y una manta?
—¡Sí! —exclamé, pues había acertado. O en mi portátil, tirada en la cama.
—Es otra opción bastante buena.
—Sí que lo es.
Me observaba con una sonrisa entusiasta que me contagiaba. Seguimos hablando de más cosas, ya de regreso a la biblioteca. Tenía que hacer mis tareas. Él no llevaba nada.
—¿No veníamos a estudiar y a hacer nuestras tareas?
—Ya las hice en casa. Estudiaré contigo. Podemos usar tus libros.
—Cierto —reí, afrontada—. Cruza los dedos para que aprobemos todos los trimestres. O de lo contrario, mis padres no me comprarán un móvil nuevo. —Saqué el que tenía y que estaba bastante lastimado entre arañazos y con la pantalla agrietada—. En cualquier momento dejará de funcionar, me temo.
—Vaya. Sí que le has metido caña.
—Se me ha caído, le he dado algún que otro golpe... pobrecillo, lo he tratado fatal.
—Deberías de cuidar más tus cosas, ¿no crees?
—¡Soy una adolescente de dieciséis! Somos... —globalicé—. Y no caemos en la cuenta de todo. Yo misma soy bastante despreocupada —lamenté, observando el pequeño objeto electrónico.
—En un futuro deberías de ser más cuidadosa.
Asentí decidida.
—Lo seré. Vale. Hagamos esto —cambié de tema, abriendo el portátil y mi bloc de apuntes, y el libro de la primera tarea a realizar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro