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Capitulo Veintiséis

Briella:

Yacía sentada en el borde de la que yo llamaba "mi cama". Su larga cabellera oscura rozaba el edredón amarillo. Vestía una hermosa bata blanca que caía por debajo de sus rodillas, dándole un aspecto angelical. Permanecía jugando con los dedos de sus manos; nerviosa y expectante, igual que yo. Delante de mis ojos, Melodie Lavaux esperaba contestación a la pregunta formulada segundos antes.

Nada brotaba de mi boca. Estaba en blanco completamente. Nunca imaginé que aquella niña —que era solo dos años menor que yo—vendría a mi encuentro, queriendo entablar una conversación. ¿Sobre qué querría hablar? ¿Por qué conmigo? ¿Sabría alguien que ella estaba aquí?

Como si tuviese el poder de leer mis pensamientos, habló:

—Vine a escondidas de todos —su voz era aterciopelada, dulce —, si alguien me encuentra aquí no será bueno para ninguna de las dos.

Yo, que permanecía de pie, me senté a su lado. Manteniendo una distancia prudente. Con esta familia uno nunca estaba lejos de los problemas.

— ¿Sobre qué quieres hablar? —interrogué luego de aclararme la garganta.

—Necesitas saber la verdad —susurró.

Cada fibra de los músculos de mi cuerpo se tensó. Ya me había acostumbrado a permanecer alerta en esta mansión, pero las palabras de Melodie auguraban malas noticias. El simple hecho de aparecer por mi habitación a escondidas, confirmaba que nada de lo que pudiese salir de su boca, sería algo bueno.

—No entiendo a qué te refieres —rebatí indecisa —, por favor sé clara. Tú misma estás diciendo que si nos encuentran juntas, habrá problemas. Eso significa que estamos cortas de tiempo.

—Lo sé, por eso voy a ser lo más clara posible —hizo una pausa —. Yo te ofrezco la verdad, la real. La que te va a dar la liberación de este infierno a cambio de algo.

Resoplé con ironía. Ya se había demorado en sacar su beta mafiosa. Todo en esta puñetera casa era un quid pro quo.

— ¿Y si no quiero dar algo a cambio? —pregunté, para luego sentirme como una imbécil.

Era obvio que si no cooperaba, me iba a quedar con la incertidumbre de conocer lo que ella tenía para contar. La chica solo se limitó a sonreír, victoriosa. Se iba a ganar mi odio justo como los demás integrantes de su pequeña familia, eso era seguro.

Vencida ante la mocosa azabache, no me quedó otro remedio que cruzarme de brazos, pegar mi espalda al cabezal de la cama y con un gesto de la cabeza, indicarle que comenzara a hablar.

—Lo que quiero es algo sencillo —dijo resuelta—. Yo sé que tú vas a salir de aquí, y sé que no te vas a ir con los pies por delante, porque yo te voy a ayudar.

— ¿Por qué me ayudarías? —elevé una de mis cejas, acusatoria.

Ella se acomodó en la cama, de forma tal que quedamos una frente a otra.

—Porque me llevarás contigo. Eso es lo que quiero a cambio. Yo te doy las armas y tú me sacas de aquí.

Reí escandalosamente ante su comentario, algo que pareció incomodarla a sobremanera. Se puso de pie y caminó de un lado a otro en la pequeña recámara, frotando con desespero la palma de sus manos. Ella también sufría con la ansiedad.

Como su padre, como su hermano.

Sus pasos dentro de la habitación, no hicieron más que aumentar de velocidad. Comenzaba a asustarme el comportamiento de esta chica, pero más me asustaba que alguien la encontrara en mi cuarto sufriendo un ataque de pánico. Me puse de pie y fui hasta ella. La tomé por los hombros para detener su andar y eso hizo que me observara con ojos vidriosos por la inminente llegada del llanto.

—Tú... tú eres mi única salvación —resopló con nerviosismo—, supe quien eras la noche en que casi le pongo fin a mi vida. Fuiste como ese último suspiro de oxígeno en medio de ese mar que me estaba ahogando —gruesas lágrimas brotaron de sus ojos —. Tienes que ayudarme, prima.

El mundo se detuvo luego de aquella última frase y echó a andar segundos después a una aterradora marcha. Todo me daba vueltas, creí desfallecer y no hice más que caer de rodillas al suelo. El impacto fue amortiguado por la mullida alfombra que estaba a los pies de la cama. Melodie se escuchaba de fondo, diciendo unas palabras que sonaban indistintas. Mi cerebro había dejado de funcionar.

Alcé la vista para encontrarme con la morena que sujetaba mis manos. Ella ya no lloraba, ahora era yo quien soltaba agua a borbotones de los ojos. Estaba en medio de una situación completamente irreal, a punto de perder la cabeza.

— ¿Pri... prima? —dije sin creerlo aún.

La chica asintió apenada e imitó mi posición en el suelo. De rodillas frente a mí, tomó mi rostro entre sus manos.

—Somos primas, Briella. Específicamente primas hermanas —corrigió —. Suena increíble, pero es la pura verdad. Nuestros padres son hermanos.

Mi cabeza trabajaba a mil por hora, intentando entender lo que ella decía. Pero no encontraba un conecto, de donde salía la hermandad entre un hombre tan bueno como mi padre y un monstruo como Pierre.

—Pero, ¿cómo? —pregunté vacilante, mirando a la nada.

—Es una larga historia, pero básicamente tu padre y el mío fueron dados en adopción cuando no eran más que unos bebés.

Eso era cierto, mi padre era adoptado... igual que Pierre.

»A tu padre se lo llevó una familia de bien, que desgraciadamente no pudo llevarse a Pierre. Luego llegó Nathan, para arruinar la vida de mi padre. Ese supuesto "vinícola", no era más que un depravado mafioso que metió a mi progenitor en sus andanzas y lo convirtió en la persona que es hoy. Sembró en su hijo adoptivo el odio y el rencor hacia su hermano, o sea tu papá, quien no tenía culpa de cómo se habían desarrollado las cosas.

— ¡Dios! Esto es tan irreal —sollocé.

—Lo sé, Briella. Yo tampoco lo creía al principio.

Me puse de pie, desorientada. Casi me doy de bruces contra la pared de no ser porque me sostuve contra el concreto.

— ¿Y yo por qué estoy aquí? ¿Qué tengo que ver en todo esto?

Melodie se lo pensó antes de responder y mi ansiedad solo incrementó.

—Nathan, en su lecho de muerte, le hizo jurar a Pierre que se vengaría de aquellos que le habían hecho daño. Ese hombre fue quien incentivó a que mi padre quisiera destruir a tu familia. Él fue quien dejó la orden de secuestrarte, de matar a tu hermano y revelar el secreto de que tu otra hermana, la menor, era hija de otro hombre.

Mi rostro se convirtió en una mueca de horror. Tuve que ahogar un grito con mis manos. Era demasiado que procesar en muy poco tiempo.

—Briana... mi pequeña... ¿no es hija de papá?—el impacto de esa declaración acrecentó el dolor de cabeza que me atravesaba el cráneo.

Melodie negó y su vista se fue al suelo.

—No sé quién es el verdadero padre de la niña, pero sé que no es Alfred.

—No...no—espeté elevando la voz —. Todo es una calumnia contra mi familia, lo único que quieren es acabar con mi apellido. No sé de donde sale este rencor hacia mi padre, pero no te creo una sola palabra de las que has dicho.

La chica negó repetidas veces. Se notaba que estaba haciendo un enorme esfuerzo por no llorar. Pero por mucho que lo intentara, no podía creer en la veracidad de su discurso. Si era cierto que Pierre y mi padre eran hermanos, ¿por qué papá nunca habló de él? ¿Por qué guardar el secreto de que tenía un hermano en Francia?

—En tu lugar yo también desconfiaría de todos. No es justo lo que te está pasando, pero debes tener varias cosas en cuenta.

— ¿Qué cosas? —solté con marcada molestia.

—Por ejemplo, el hecho de que nunca se haya pedido dinero por tu rescate.

—Tu padre tiene millones y produce millones a diario, no tendría por qué pedir un rescate —la interrumpí.

Ella sonrío maquiavélicamente.

—Es un secuestro, no lo olvides. Pero si eso no te convence, que tal el hecho de que te atendiera con uno de los mejores médicos cuando sucedió lo de la persecución en la autopista. Él no se podía arriesgar a perderte. Aunque lo niegue, mi padre sería incapaz de hacerle daño a su familia de sangre. El código de hermandad del antiguo apellido se lo impedía.

— ¿Código de hermandad? —Resoplé — Tu padre no tiene códigos. Ni de ética, ni de humanidad, como para tener códigos de hermandad regidos por un estúpido legado familiar.

Melodie comenzaba a impacientarse frente a mi terquedad. Recogió su cabello en un practicado moño y se acercó a mí.

—Se hace imposible que me creas y el tiempo se está agotando —miró hacia la puerta —. Ya me tengo que ir. Si aunque sea una parte de ti quiere confiar en mis palabras, te invito a revisar los archivos personales de mi padre, en su caja fuerte del despacho.

Otra persona más que me empujaba a esa maldita caja fuerte.

— ¿Tú como sabes todas estas cosas?

—Yo soy los ojos y los oídos de esta mansión embrujada, aunque nadie note nunca mi presencia.

Se alejó de mí para dirigirse a la puerta. Antes de agarrar el pomo, se giró para mirarme por última vez.

—No soy una mala persona.

—Eso es justo lo que una mala persona diría —rebatí.

Ella rió. Y se fue.

Luego de que me quedé en el inmenso silencio que embargaba a la recámara, me sentí como Alicia mientras caía por el abismo hacia el país de las maravillas: aterrorizada; con la marcada diferencia de que ella se encontraría con un mundo extraordinario. Yo solo era arrastrada por una red de conspiraciones y engaños.

No quería creer en nada de lo que ella dijo. Pero mi cabeza se esforzaba en no parar de crear escenarios en los que se conectaban los acontecimientos ocurridos en el último mes, con el discurso de Melodie.

Poco a poco, las cosas fueron encajando. Fui entendiendo lo que hasta hace unas horas me desconcertaba. Recordé las palabras de mi padre en aquella única llamada que Pierre dejó que hiciera:

« Tómame a mí. Déjala a ella libre. No tiene culpa de nada. Tu problema es conmigo.»

No entendía cuál era el problema de Pierre con mi padre. Pero ahora que conocía la verdad, me parecía sacado de una novela de suspense.

Estaba enojada, con todos.

Enojada con mi padre, por ocultar que tenía un hermano. Con mi madre, por traicionar la confianza de papá, de Bruce y mía. Mi familia, a la que veía con ojos de amor, se había desmoronado en segundos. No lograba procesar que mi madre hubiese sido capaz de engañar a su amado esposo.

De engañarnos a todos.

Entendí el porqué de Pierre sobre quererme lejos de Caleb. No quería que su hijo se enamorase de su prima hermana.

¿Caleb sabría sobre esto?

¿Qué mierda me importaba?

Sí me importaba, mucho. No podía negarlo.

Lo que creí que sería algo bueno en medio de todo este infierno que se había desatado para mí, no era más que otro trozo de este árbol podrido que se empeñaba en hacerme sombra, o mejor dicho, que se empeñaba en caer sobre mí.

No me di cuenta de en qué momento las lágrimas cesaron su caída. Había dejado de llover por mis ojos. Estaba de pie en el medio de la habitación, con la mirada en la nada. Con la mente totalmente vacía.

Vacía.

Así me sentía.

Solo había una persona a la que me interesaba interrogar. Una persona de la cual no podía poner en duda su integridad. Necesitaba saber si Zapata estaba al corriente de todo este teatro conspirativo. Esperaba que no.

Malcom no podía fallarme.

Salí de la habitación luego de cambiar la bata por una sudadera gris y unos jeans desgastados que eran dos tallas más grandes que la que normalmente usaba. A estas alturas no estaba en posición de revisar mi estética. Caminé a paso rápido pero sigiloso por todo el pasillo que contenía a las habitaciones de servicio. Detrás de alguna de esas puertas debía estar el cuarto de Malcom, solo debía encontrar la correcta.

Justo antes de llegar al final del amplio pasillo, escuché una voz femenina que reconocí como la de Candela. No era entendible lo que decía, pero podía asegurar que estaba acompañada. Y yo podía imaginar por quien.

Me acerqué a la superficie sólida que constituía la puerta y toqué con suavidad. Las voces callaron, nadie vino a abrir, así que incrementé la fuerza en los golpes que ejercía contra la madera oscura. Segundos después, Candela apareció detrás de la puerta y debo haberme visto demacrada, porque sus ojos al reconocer mi presencia, expresaron pesar y tristeza.

Detrás de ella apareció la imponente figura de mi escolta, quien estaba lleno de marcas y rasguños. El corazón se me encogió y los sollozos me ahogaron, quitándome la potestad para hablar. Candela me tomó por el brazo para adentrarme en la habitación e instantes después sentí la fuerza de Malcom rodearme por los hombros.

—Estoy aquí para ti—habló contra mi pelo al tiempo que me estrechaba con fuerza.

—Estamos —corrigió la pelirroja.

Sentí al alivio recorrerme la espina dorsal. Me dejé llenar por la familiaridad que esta pareja me regalaba y en lo único que podía pensar, era en que no quería que ellos formaran parte de ese círculo de mentiras que jugaba a marearme.

Ellos no, por favor.

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