Capitulo Veintiocho
Caleb:
—Tenemos que hablar—espeté cerrando la puerta del despacho de mi padre al entrar.
Pierre permanecía recostado sobre su sillón de cuero negro, sujetando un cigarrillo con la mano derecha. No se inmutó con mi llegada, más bien parecía estarme esperando.
En mi mente se debatía un duelo entre la rabia que me provocaban las mentiras que habían atiborrado mi existencia todos estos años. Sentía que debía reclamar. Desde que era un niño solo habían censurado las cosas para mí, mi madre y Melodie. Estaba harto de vivir así. Pero al mismo tiempo, algo muy en el fondo me decía que debía esperar y ver todo el infierno que Briella Cadault desataría. Porque pude verlo en sus ojos. Esa chica iba a destruir todo a su paso cuando perdiera la paciencia.
Aún estaba procesando sus palabras en el cuarto de juegos. Primos. Era imposible. No podía amar tanto a esa mujer y descubrir que nos unía algo más que nuestra convivencia en una misma propiedad. Éramos familia. ¿Cómo había sido mi padre capaz de ocultar algo así?
No.
¿Cómo había sido mi padre capaz de secuestrar a su propia sobrina?
— ¿Me vas a decir de qué tenemos que hablar? O te vas a quedar ahí parado como un imbécil el resto de la noche— soltó con desdén mi progenitor, logrando que saliera de mi ensoñación.
Odiaba que me tratase como a un empleado más.
Quería verlo pudrirse en las desgracias y que sintiera un poco de lo miserable que me había hecho sentir durante todo el tiempo que mamá había estado ausente.
—Sí, voy a contarte—me senté en uno de los sillones frente a él—. Puedes ir cancelando el compromiso, porque no me pienso casar.
Una sonora carcajada se escapó desde lo más profundo de su garganta. Salió como un sonido gutural, ronco y atemorizante. Pierre podía dar miedo cuando se lo proponía.
— ¿Qué te hace pensar que voy a obedecer alguna de tus órdenes?—Rebatió—. Vas a casarte porque así está planeado. Todo cabecilla de la mafia debe tener su primera dama. Hijo, estamos en la misma línea de los presidentes— caló de su cigarro—, incluso podría asegurar que tenemos más poder que cualquier dirigente de Europa. Necesitamos a una hermosa y poderosa mujer a nuestro lado para ayudarnos a gobernar.
—El abuelo nunca necesitó a una mujer a su lado, ¿por qué yo sí?
—Porque soy tu padre, tu maestro y tu jefe—espetó elevando la voz —. Si yo digo que vas a casarte, lo harás sin chistar.
—No pienso aceptar un matrimonio con la hija de Ludovick.
Mi padre se puso de pie y se acercó al gran ventanal que estaba detrás de su escritorio. Rayos alumbraban la noche y el estruendo de truenos se escuchaba a lo lejos. En esa postal, el mayor de los Lavaux se veía aún más imponente.
—No está bajo discusión, Caleb. Ya di mi palabra a Ludovick de que te casarías con su hija. Es imposible dar vuelta atrás justo ahora.
La indignación por el poco valor que me confería me hizo golpear la madera de la mesa con ambos puños.
—Me tratas como una pieza de ganado—grité—, estoy hastiado de ser un puto juguete para ti. Se acabó padre. Dije que no me casaré y pienso cumplir con mi palabra.
Mis palabras lo hicieron girarse con tranquilidad para observarme de pies a cabeza, con superioridad. Sabía que estaba tocando la fibra sensible de este hombre, pero desconocía el peso que tendría su siguiente declaración en mi firme convicción de cancelar ese matrimonio.
—Si no te casas con Natasha, Ludovick se hará dueño de todos nuestros inmuebles. Nos quedaremos sin nada por ser tú tan egoísta.
— ¿Qué?
—Lo que escuchas. Cancelar ese matrimonio sería ponerle una fecha cercana a la llegada de mi muerte.
Removí mi cuerpo encima del mullido sillón. Estaba en medio de una de esas situaciones en las que deseaba que la tierra abriese un orificio y me tragase hasta escupirme en su núcleo hirviente.
—Yo... no... no sabía—intenté articular algo coherente, pero el gesto que mi padre hizo con la mano me mandó a callar.
—No tienes que decir nada. La culpa de todo es mía. Firmé un maldito documento sin leer la letra pequeña y comprometí todo nuestro patrimonio en ese casamiento—hizo una pausa—. No te estoy pidiendo que vivas el resto de tu vida con ella, solo que resistas durante un año o dos de matrimonio, porque el contrato solo estipula que si la lastimas antes de la boda o en los primeros seis meses de casado, Ludovick podría adueñarse de todo.
—Eso es una locura—exclamé exasperado—. ¿Tú como firmas algo así?
Él me miró abatido. Ahí fue cuando por primera vez en toda mi vida, noté el cansancio en los ojos de mi padre. Grandes manchas oscuras ahondaban en el arco de sus ojos, sinónimo de insomnio. Mirándolo con detalle, pude notar como su cabello estaba más poblado por las canas, incluso su barba tupida se había vuelto más blanquecina. La expresión en su mirada lucía agotada. Destrozada.
Dejándome llevar por los malos sentimientos, había olvidado que mi padre era un ser de carne y hueso, como yo. Con dolencias, con carencias. Con problemas y preocupaciones. Era un monstruo, sí. Pero hasta los monstruos tenían corazón, y que fueran malvados no los exoneraban de sufrir, de abatirse, y de sentir el alma hecha pedazos.
Me puse de pie e hice lo que por más de cinco años no había vuelto a hacer: abrazar a mi padre. Mi gesto lo tomó por sorpresa, dejándolo inexpresivo al inicio. Algo que me incentivó a estrecharlo con más fuerza contra mi cuerpo. Había crecido hasta superar su tamaño, ahora mi padre era unas pulgadas más bajo que yo.
Quería darle a entender que yo era más que un empleado de su clan. No quería que me siguiera viendo con ojos de jefe. Necesitaba a mi padre, y sabía que él también necesitaba a sus hijos; sus brazos alrededor de mi espalda lo confirmaron. Sentí como su respiración se hacía irregular, al tiempo que ejercía más presión con sus manos en el abrazo. Un sollozo se escapó de su garganta, para hacerme palidecer al darme cuenta de que mi padre lloraba entre mis brazos.
—Perdóname por hacerte vivir este infierno, hijo mío—sus palabras eran apenas entendibles.
Cada uno de los vocablos que adornaban esa frase de arrepentimiento zarandeó los cimientos de la barrera que había construido hacia él.
Nada podía superar la lealtad que le profesaba a ese hombre. No permitiría que nadie le hiciera daño. Por mucho amor que sintiera hacia Briella, no podía cruzarme de brazos y dejar que hiciera de Pierre, lo que deseara.
Cepillé su cabello canoso con una de mis manos y tomé una larga respiración.
—Tengo que contarte algo, papá—dije preparando el terreno para la confesión que debía hacer.
Se separó de mí, arreglando con las manos una arruga imaginaria en su pulcra camisa oscura. Quería recuperar el control que había perdido al mostrarse débil en mí presencia. Retomó su posición en el sillón detrás de su escritorio y procedió a servirse un trago del caro coñac que descansaba en una esquina de la mesa de madera pulida.
—Esperaba este momento—soltó con serenidad—. Te conozco lo suficiente como para saber cuándo algo te atormenta.
Miré en todas direcciones, buscando la valentía para enfrentarme a él, mostrarle mi apoyo y ofrecerme para destruir el problema que se nos avecinaba.
Debía destruir a la chica de cabello oscuro que se había colado en lo más profundo de mi alma. Tenía que acabar con este sentimiento estúpido que estaba nublando mi consciencia. Mi padre era malvado, pero no daba ningún paso sin algún motivo previo. El secuestro de su sobrina debía tener alguna razón específica con argumentos sólidos y concretos.
Ella y su familia eran el problema, no nosotros.
Yo no era ningún cobarde. Lo sería si abandonara a mi progenitor en el momento que más me necesitaba. Huir nunca fue una opción, porque escapar sí que era de cobardes.
Lo correcto era contarle toda la verdad. Desde mis palabras en Bali, hasta la ayuda que le brindé a su hermano. Cada uno de los movimientos que hice por y para ella. Y ahora, sus planes de acabar con el imperio que mi familia por largas generaciones se había empeñado en construir. Ya me encargaría luego de pedirle a mi padre, las explicaciones necesarias para entender aquello que lo condujo a cometer esta locura.
Cuando me sentí listo para hablar, y bajo su atenta mirada, mi confesión se vio interrumpida por Víctor, quien venía sofocado con su arma en la mano.
—Señor, nos atacan—expresó casi sin aliento.
Sus palabras bastaron para hacer que mi padre y yo nos hiciéramos de nuestros revólveres. No era la primera vez que alguien intentaba sabotear la propiedad, pero en una misma semana, ya eran dos intentos. Algo grave estaba pasando.
—Infórmame de lo que está ocurriendo—espetó mi padre con cara de pocos amigos mientras salíamos al pasillo principal del segundo piso.
—Barrieron con los guardias de la entrada principal, cruzaron el cerco eléctrico y se colaron por los conductos de ventilación que conducen al sótano. Específicamente a su despacho en ese lugar.
—Venían por ti—rebatí dándome cuenta del peligro al que estábamos expuestos.
— ¿Cuántos son?—interrogó mi padre.
—No lo sabemos con exactitud. Se hicieron con las cámaras de seguridad. Interrumpieron todo el sistema de seguridad de la propiedad, por ese motivo no sonaron las alarmas y el cerco eléctrico no fue un obstáculo para entrar.
—Estamos a ciegas papá, lo mejor es que te vayas a la habitación del ático, con Melodie. Ese es el sitio más seguro de la casa.
—No me digas que tengo hacer—siseó furioso tomándome por el cuello de mi camisa.
Tres disparos se escucharon en la planta baja, uno detrás de otro. Mi padre me soltó al instante, pegándose a la pared para poder agacharse y mirar por las rendijas que tenía el adorno de la escalera que conectaba un piso con otro.
—Señor, lo más prudente es que haga lo que su hijo le dice. No deben ser muchos, podemos batirlos con el personal que hay en la propiedad justo ahora.
— ¿Dónde está Malcom?—espetó mi padre.
—Asegurando las habitaciones del servicio. Él también dio órdenes claras de que se trasladase hacia el ático. Su mujer ya se encuentra allí, con la niña Melodie.
Eso era un alivio, mi hermana se ponía demasiado nerviosa con el ruido de los disparos.
Una nueva ola de impactos se escuchó. Pero esta vez, se sintieron más cerca de nosotros. El sonido de cristales rompiéndose dio el augurio de que habían personas disparando dentro y fuera la casa.
—Papá, haz caso por una puñetera vez en tu maldita vida y ve a poner tu culo a salvo. Deja que nosotros nos encarguemos de los demás.
Pierre nos miró con detenimiento a cada uno, antes de guardar su arma en la pretina trasera de su pantalón. Se puso de pie y me puso la mano en el hombro.
—Más les vale acabar con esos hijos de puta, porque si no juro que les voy a arrancar a ambos los testículos y haré albóndigas con ellos.
Se perdió por el amplio pasillo en dirección al fondo, donde se encontraba la escalera que daba al ático. Víctor y yo nos miramos, sabiendo lo que debíamos hacer a continuación: tumbar la electricidad de la mansión y acabar con los intrusos.
***
Briella:
Luego de mi calurosa discusión con Caleb, volví a mi habitación, en un intento por mantenerme a salvo. Aunque ya no me sentía segura en ningún rincón de esa gran casa. Busqué refugio debajo del amplio edredón color lima. Hoy quería acabar con todo el drama que me rodeaba al obtener esos documentos que Daniel tanto necesitaba. Tenía que encontrar una forma de entrar yo sola a ese despacho y hacerme con la caja fuerte y su clave, para no involucrar a Malcom más de lo que ya estaba y poder llevármelo conmigo cuando todo esto acabara. Pero para ello necesitaba poner a descansar mi mente por unos minutos puesto que un dolor de cabeza gigante abarcaba todo mi cráneo, amenazando con explotarlo.
Los minutos pasaron y mis intentos de descansar se convirtieron en un espacio para la tortura mental. Estar inactiva solo me hacía pensar más y plantearme escenarios en los que siempre saldría de esta casa metida dentro de un ataúd.
Repetidos golpes me hicieron dar un brinco encima de la cama. Alguien estaba llamando a mi puerta con demasiada urgencia. Me levanté y para cuando quise agarrar el pomo de la puerta, Malcom casi la estampa contra mi nariz. Se veía sofocado, como si hubiese estado corriendo una maratón.
—Tienes que salir de aquí—espetó en tono de orden.
Yo me quedé de pie con brazos cruzados. Sorprendida por su exigencia. Él me miró de arriba abajo, se hizo a un lado esperando a que yo saliese al pasillo, pero al verme congelada en mi posición, su desespero no hizo más que aumentar.
—Están atacando la mansión—soltó de una—. Hay intrusos por toda la casa, armados y arrasando con quien sea que se le cruce delante. Debo llevarte a una habitación segura, con todo el personal de servicio de la casa.
Y sin dejarme articular respuesta, me tomó por la mano e hizo el intento por arrastrarme hasta el final de la hilera de habitaciones. Intento que fue en vano, porque frené en seco mi andar y zafé su agarre de mi mano.
Él se giró sorprendido.
— ¿Qué haces?—Interrogó—. Tenemos que irnos de aquí, no es seguro.
Disparos se escucharon a lo lejos, sobresaltándonos a ambos. Zapata intentó agarrarme, pero una vez más no me moví del sitio.
—No voy a ir. Vete tú.
—Si no vas conmigo, te van a matar apenas te encuentren. Estas sola, sin un arma. Eres presa fácil para estos malditos que no tengo la menor idea de qué quieren.
Asentí comprendiendo todo. Pero igual no di un paso.
— ¿Dónde está Pierre?—inquirí.
— ¿Qué importa eso ahora?—rebatió hastiado.
—Solo respóndeme.
—Debe estar en el ático, con su mujer y su hija—respondió cansado.
Me acerqué a él y lo abracé. Tan fuerte como nunca lo había hecho. Malcom continuaba sorprendido pero me devolvió el abrazo. Al separarme, las lágrimas estaban a punto de escaparse de mis ojos, pero me las arreglé para disimularlo y sonreír.
—Este es el momento perfecto para conseguir esos documentos. Mantén a los demás ocupados y encárgate de esos cabrones que se quisieron meter con el súper segurata de esta mansión—golpeé su hombro con uno de mis puños—. Yo voy a ese despacho por nuestro pase de liberación.
No lo dejé mediar palabra, salí casi corriendo de su lado y justo antes de llegar a la puerta que conectaba a las habitaciones de servicio con el vestíbulo principal, sentí su voz pronunciando mi nombre. Me giré a observarlo y él lanzó un pequeño dispositivo en mi dirección, el cual luego pude reconocer como una linterna.
—La vas a necesitar—aseveró.
—Gracias— dije antes de abrir la puerta.
— ¡Oye!—intervino de nuevo.
— ¿Qué sucede ahora?—grité frustrada.
—15-01-96.
— ¿Qué?
—La clave, idiota—rodó los ojos—. Ahora vete de una puta vez, necesitas llegar allí antes de que corten la electricidad y eso puede suceder en cualquier momento.
Asentí y reanudé la marcha, hasta llegar a las escaleras principales. Una nueva ola de disparos se escuchó fuera de la casa y algunos impactaron en los cristales de los ventanales, haciendo que miles de diminutos trozos de vidrio volaran en todas direcciones. No pude esquivar algunos y terminé con varios pedazos del punzante material incrustados en mi piel. Pero no me detuve. No podía parar estando tan cerca de llegar a mi objetivo.
Era ahora o nunca.
❁Hola, hola!!
Un capítulo más que traigo por aquí y uno menos para llegar al final. En el capítulo pasado les comenté que solo quedaban tres, pero luego hice cuentas y no es así. Perdonen mi falla matemática. Lo que sucede es lo siguiente: realmente sí quedaban tres capítulos para el final (que ahora son solo dos), peeero les traigo un epílogo con un sorpresón enorme y varios capítulos extra donde contaré varias cosillas de los personajes secundarios. Entre esos extras están el de Malcom y Candela; uno sobre nuestro queridísimo papá Pierre —tose irónica*—, y otro sobre el desenlace de los pequeños hermanos Pierre y Alfred.
Ahora sí, cuéntenme que creen de estos acontecimientos en los últimos capítulos. Recuerden que tenemos un grupo en Facebook que pueden encontrar como: Lectores de Eliza.
¡Nos leemos!❁
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