Capitulo Veinticuatro
Briella:
Un incendio.
Solo llamas era lo que apreciaba a mí alrededor. Estaba lo suficientemente consciente para saber lo que ocurría, al tiempo que me sentía demasiado débil como para ponerme de pie y salir corriendo de ese infierno. Buscaba fuerzas para arrastrarme y alejarme un poco de las llamaradas que estaban consumiendo la propiedad, pero mis esfuerzos eran en vano. No podía moverme un solo centímetro.
— ¡Ayuda! —hice el intento por gritar pero mi voz era inaudible —. ¡Que alguien me ayude, por favor!
No quería morir. Aunque, siendo honestos la muerte sería la solución más rápida para todos mis tormentos. Hice un repaso mental de todo lo ocurrido las últimas semanas: mis vacaciones en Bali arruinadas por Pierre; mis aspiraciones de ejercer mi carrera universitaria frustradas por un secuestro; el exilio de mi hermano, que no tenía culpa de nada de lo que ocurría y para rematar, me había enamorado del hijo de mi secuestrador, que se iba a casar con una mujer que recién venía a conocer hoy. Este incendio no era más que un favor que la vida me hacía para salvarme de esta miseria.
Desistí de la idea de moverme. Me quedé quieta, soportando el enorme calor que desprendían las llamas que me rodeaban. La hermosa casa de madera junto al lago se estaba desmoronando sobre mí. Todo iba a quedar reducido a cenizas, y con un poco de suerte, yo también terminaría así.
Cerré los ojos, exhausta. Estaba lista para aceptar lo que se venía. Trozos de madera encendidos salían volando desde distintas partes. Uno aterrizó sobre mi brazo derecho y un alarido de dolor salió de mi garganta. Sollocé con fuerza producto del ardor. Era un dolor que no se comparaba con ninguno de los que había experimentado antes.
— ¡Está aquí! —identifiqué la voz de Víctor.
Por favor no me encuentren, déjenme aquí.
Una manta tapó mi cuerpo y acto seguido los brazos fuertes de alguien me levantaron en peso. Aun con los ojos cerrados, rememoré aquel amanecer en Indonesia. Esa caída de las escaleras y como Malcom fue quien me recogió del suelo.
Los brazos que me cargaron ejercieron presión sobre mi cuerpo, pegándome más a la anatomía de la persona que me sostenía.
—Te tengo —reconocí la voz del escolta susurrar contra mi oído —. ¡Salgamos de aquí! —gritó alertando a quienes supuse que serían los demás que me estarían buscando.
La falta de oxígeno me hizo perder el conocimiento. Me sumergí en una profunda oscuridad con una sensación de alivio en mis entrañas, la misma que siente alguien cuando cree que se va a ahogar en el océano y algo lo hace salir a flote. Malcom era mi salvavidas, una vez más.
***
Desperté con una máscara de oxígeno pegada a la nariz. Estaba en lo que suponía era una ambulancia. El brazo me dolía muchísimo producto a la quemadura. Quise tocarme la zona afectada pero alguien me detuvo.
—Será mejor que no se toque, Señorita —habló una enfermera de la cual no había notado su presencia.
Intenté incorporarme pero la chica volvió a frenarme.
—Quédese recostada —espetó haciendo una leve presión sobre mi hombro.
Terminé haciendo caso con un poco de fastidio. La máscara de oxígeno era sumamente incómoda, tenía deseos de sentarme. Hice un rápido escaneo de mi vestimenta que no eran más que sucios harapos. Justo en ese momento caí en la cuenta.
Mis pertenencias.
El mismo día que las había recuperado, también las había perdido. Mi vida se resumía a un constante círculo de desgracias.
Desde fuera se escuchaban voces indistintas. Agudicé el oído, intentando entender algo de lo que se hablaba, pero fue en vano. La enfermera permanecía sentada a mi lado, en silencio. Con la mano sana me toqué la frente, tenía un insoportable dolor de cabeza. La chica pareció notarlo, puesto que se brindó a darme un analgésico para aliviar mi dolencia. También preguntó si quería algo para poder descansar, pero decliné la oferta. Solo quería bañarme y quitarme estos trapos sucios.
No quería dormir. Ahora más que nunca debía mantenerme despierta.
Una puerta lateral se abrió y pude ver la figura de Malcom de primera. Su ropa estaba sucia, pero más sana que la mía. Una sonrisa débil se formó en sus labios y las lágrimas amenazaron con salir de mis ojos. Detrás de él pude ver a Pierre, imponente como siempre. Vistiendo un gabán negro que casi llegaba al suelo. A su lado permanecía un hombre vestido con un atuendo parecido al de la enfermera que me acompañaba, intercambiaban algunas palabras. Pude reconocer a tres hombres más, todos empleados del servicio de la mansión.
Caleb no estaba.
No sé qué esperaba. Por supuesto que no estaría. ¿Por qué debía importarle que yo casi muriese en un incendio? Él tenía otros asuntos más importantes que atender.
Como su prometida, por ejemplo.
Sequé las gotas saladas que se escurrieron rebeldes por mis ojos. No sabía por qué estaba más indignada, si por no verlo junto a mí al despertar o por darme cuenta de que muy en el fondo, Malcom tenía razón. No era más que un juguete de medio tiempo hasta que la correcta llegara.
Hice una seña con la mano al escolta para que se acercara y este miró a la enfermera en busca de aprobación. La chica solo bajó del vehículo, dando el espacio para que mi amigo subiera junto a mí. Cuando la perdí de vista, me quité el incómodo artefacto de la cara. También reajusté mi posición, sentándome un poco.
— ¿Cómo estás? —preguntó luego de sentarse en el puesto que ocupaba la chica anteriormente.
—Tenemos que encontrar los malditos documentos que Daniel nos pidió —espeté ignorando su pregunta.
Malcom alzó las cejas, divertido. Se acercó un poco a mí, para hablar más bajo.
—Ya veo que estás de maravilla —ironizó —. Te recomiendo que bajes la voz, no estamos solos.
Miré en dirección a donde se encontraba Pierre y asentí un poco apenada al darme cuenta de que estuve a punto de cometer una imprudencia.
—Lo siento —resoplé — ¿Qué mierda fue lo que pasó? —interrogué con referencia al incendio.
El escolta cruzó las manos sobre su pecho, endureciendo el gesto.
—Encontramos otro cadáver en la propiedad que se quemó —habló despacio haciendo que yo llevara mis manos a la boca en un gesto de asombro —, al parecer alguien se inmoló para conseguir que murieras.
— ¿Saben quién fue? ¿Quién provocó ese incendio?
Negó con un gesto de cabeza. En esta ocasión le permití a mis lágrimas correr libremente. Estaba presa del miedo. Ya no era solo Pierre quien iba detrás de mí. Ahora había alguien más. Solo una persona me venía a la mente que fuese capaz de hacer una atrocidad como esa: Sandro.
Él juró que me mataría. Pero yo le di aquel suero para que olvidase todo. A lo mejor no fue efectivo. A lo mejor no se lo di de la forma correcta. El dolor de cabeza no hacía más que empeorar.
Me quedé en silencio y Malcom me imitó. Así nos mantuvimos por un corto período hasta que sus palabras volvieron a llenar el lugar.
—No debería estar haciendo esto —dudó —, pero no sería un hombre si no lo digo.
— ¿A qué te refieres?
Mi compañero suspiró con fuerza para luego rascarse el puente de la nariz. Había notado que cada vez que se encontraba bajo presión hacía ese gesto.
—Caleb no sabía nada sobre ese compromiso —soltó al fin —, o sea, sabía que en algún momento tendría que casarse y que lo más probable era que nunca se casara por amor, sino por conveniencia. Pero lo de Natasha fue muy repentino.
Sus palabras no hicieron eco en mi cabeza. Rebotaron por mis oídos porque me negaba a procesar todo este teatro. Porque eso era esta familia: un teatro de mala fama. Estaba harta, esta vez de verdad.
Solo podía pensar en conseguir los documentos de los que había hablado Daniel. Malcom me iba a ayudar y ambos íbamos a salir de aquí. Cada uno por su lado. Yo de vuelta a mi vida en California y él se iría a Alemania, a hacer su vida justo como tanto la había soñado.
—No quiero saber nada de Caleb —espeté —. A partir de hoy solo hablaremos sobre la manera en la que nos vamos a apoderar de esos papeles. En hacer que Pierre y su clan se pudran en la cárcel y en recuperar la libertad que se nos fue arrebatada.
—Pero tú y él...
Alcé la mano para hacer que se callara. No quería que terminara esa frase.
—No hay un "yo y él". No hay un "nosotros". Ni siquiera hay amor —hablé con amargura. La voz me salía quebrada por las ganas de llorar —. En mi vida no hay espacio para el amor, ya no.
Resignado a no rebatir mi decisión, Malcom asintió y siguió en un total silencio que para mí se hizo mustio y torturador. Pierre se acercó al vehículo que permanecía en reposo con las puertas abiertas. Su figura monumental se veía gigante envuelta en ese gabán oscuro. Ni siquiera subió a la ambulancia, solo se detuvo a unos escasos metros de ella. Me miró con detenimiento, fijó sus ojos en la quemadura que permanecía vendada y cubría casi la totalidad de mi brazo. Con sus penetrantes ojos escudriñó mi rostro y luego el de su empleado, para después marcharse por donde mismo vino.
—Ahí donde lo ves —expresó Malcom con desgano —, estaba verificando que estuvieses sana.
— ¿En serio? —repliqué —. A ellos nunca les enseñaron educación formal, ¿cierto?
El moreno rió y sus hoyuelos se acentuaron.
—Pierre fue criado por un hombre muy oscuro. Mi madre comentaba que Nathan no tenía sentimientos, de ahí el motivo por el cual nunca se casó ni tuvo una familia.
— ¿Y qué cambió con Pierre?
Malcom se encogió de hombros, indiferente a la situación.
—No lo sé. Pierre fue apodado por Nathan como "el impostor de Beverly Hills", por la capacidad que tenía para meterse en la cabeza de las personas y hacerlas actuar a su antojo. Durante muchos años el original de los Lavaux se aprovechó de la astucia del pobre niño sin familia. Supongo que lo vio como una inversión a largo plazo y por eso lo adoptó.
Algo dentro de mí se removió. Sentía pena por la historia de este hombre. Nada justificaba sus acciones, pero eso no restaba el hecho de que Pierre era alguien con muchas carencias afectivas. Un hombre influenciado por otro hombre con demasiados trastornos.
—Tengo una noticia que darte, tal vez te alegre un poco la noche —comentó el escolta un poco emocionado.
— ¿Qué sucedió? —interrogué interesada.
—Van a trasladar a Candela a la mansión de aquí de París.
Aplaudí conmocionada y el dolor en el brazo me hizo quejarme. Por un momento había olvidado la quemadura.
—No puede haber una mejor noticia para el estresante día que he tenido hoy. Casi muero, otra vez —ironicé.
—Definitivamente —alegó —, las desgracias te persiguen. Pero siempre consigues ser más rápida. Y si te pones a pensar —hizo una pausa —, cada vez que creemos que las cosas no pueden ir a peor, siempre encontramos un motivo para continuar luchando.
Sonreí ante su comentario. En efecto, tenía razón.
—Que romántico te me has puesto de un momento a otro —lo molesté.
—Vete a la mierda —empujó mi hombro con suavidad haciéndome reír —. Vamos que te llevo a tu nueva habitación. ¿Puedes ponerte de pie? —me tendió la mano.
—Sí, eso creo —recalqué.
—Pues vamos, que Candela debe llegar en la mañana y te quiero conmigo. Descansada.
—Sí, jefe —imité el saludo militar y empezamos a reír nuevamente.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro