Capitulo veinte
Briella:
Sandro yacía en el suelo frente a mí. Su mirada irradiaba el odio que lo consumía.
A lo mejor, ya no querría comprarme.
—Voy a hacerte pagar por esto —escupió furioso.
—Shh... no despotriques en vano —me reí —. Nada puedes hacer ahora, cuando tus extremidades no responden. Además —fui a mi bolso y saqué un pequeño frasco —, aquí traigo el antídoto para lo que te suministré y por fortuna para mí, te va a hacer caer en un sueño tan profundo, que mañana cuando despiertes no vas a recordar nada de lo que sucedió aquí.
Disfruté como su expresión se endurecía más y me senté a su lado, en el suelo.
— ¿Por qué lo hiciste? —preguntó.
—Básicamente, porque me obligaron. Pero, siempre se pueden aprovechar las caídas para levantarse más fuerte, ¿no?
—Supongo —espetó.
Descansé mi cuerpo contra la madera de uno de los libreros. El miedo estaba luchando por invadir mi mente y llenarla de pensamientos negativos. No podía darle ese chance, sino todos mis esfuerzos serían en vano.
Lo que hiciste fue una imprudencia. Nos pueden matar.
No. No van a matarnos. Deja de molestarme, cruda conciencia.
— ¿Por qué tu padre quiere los terrenos en Médoc? —interrumpí mis pensamientos para concentrarme en lo realmente importante.
—Para fastidiar a Pierre.
Su respuesta no me tomó por sorpresa. Imaginaba que molestarse entre ellos era algo parecido a un hobbie, pero quise estar segura.
— ¿Dónde está la bebida aquí?
No respondió, solo señaló a una pequeña encimera situada a pocos metros de nosotros. Caminé hacia ella y serví vino tinto de una botella que permanecía abierta.
Curiosamente, la botella pertenecía a la producción de los Lavaux.
—Exquisito —aseguré —. Continuemos, tengo algunas dudas más jugosas que tú me vas a aclarar.
***
Caleb:
— ¡Está loca! —vociferé al intercomunicador —. ¿Cómo va a destruir la única vía de comunicación que tenemos para mantenerla viva?
Me puse de pie y caminé ansioso de un sitio a otro dentro de la pequeña caravana que habíamos dispuesto para el monitoreo de Briella en la mansión.
Definitivamente había perdido la cabeza y quería que yo perdiera mi cordura también.
— ¿La ves? —pregunté a Malcom.
—No. Perdí el ángulo de visión desde que entró a la habitación. Luego la vi aparecer cuando se paró frente al ventanal y a partir de ahí, ya sabes lo que sucedió.
Me mantuve en silencio. Necesitaba poner mis neuronas a funcionar para encontrar la manera de sacarla de ahí.
No sé con qué objetivo destruyó el dispositivo que llevaba en el pendiente, pero si mi padre se enteraba, iba a jugar al carnicero con ella.
Agradecí estar lejos de él justo por esa razón.
—Solicito permiso para ingresar a la residencia.
—Denegado —solté con rabia.
No le iba a permitir salir como el tipo bueno esta vez. Ella era solo mía. No había espacio para él en esta ecuación.
Él es bueno para ella. Tú eres dañino.
Pero la quería conmigo.
—Caleb —se refirió a mí, usando mi nombre, consiguiendo elevar mi indignación —, ambos sabemos que yo lo tengo más fácil para colarme en la propiedad. Desde el sitio en donde estoy, nadie va a notar que entré y escalar hasta la biblioteca en donde están, será sencillo para mí.
—Te dije que no —grité —. Y respeta a tus superiores. No te di permiso para llamarme con mi nombre de pila.
—Sí, señor. Espero nuevas órdenes —susurró.
Podía imaginarme su cara de fastidio. Eso me hizo sonreír.
Hubo un tiempo en el que Malcom y yo, éramos buenos amigos. Compartíamos muchos gustos: las motos, el karting, el surf –que fue él quien me enseñó a dominar las olas–, el tiro con arco y las películas de Harry Potter.
Recuerdo como una vez le insistí a mi padre para que comprara los libros de la primera edición de la saga, fingiendo haber extraviado los míos, solo para que él tuviese los ejemplares de la obra en físico.
Pero luego crecí y como todo en la adultez, se arruinaron las cosas.
Su hermana menor, Camille, se fijó en mí. Yo me fijé en ella. Y poco me importó que fuese su hermana. Mucho menos tuve en cuenta que ella era la única niña con la cual mi hermana jugaba. No me interesé en pensar que ella era la hija de la mujer que me arropaba en las noches, cuando mi mamá dejó de estar.
No pensé en nada, solo quise llevármela a la cama... y lo conseguí. Porque yo no aceptaba un "no" por respuesta de nadie.
Ella se enamoró y al pasar el tiempo, yo también caí perdido por ella. Era calidez, que apaciguaba el frío que dejó la partida de mi madre. Vi en Camille un refugio para mis penas y me aferré a ella. Me aferré tan fuerte, que la terminé matando.
—Señor, veo movimiento dentro de la habitación —Malcom cortó mi reflexión —. Es ella, tiene... una botella en la mano. Está sirviendo un trago.
—No sé a qué mierda está jugando Briella, pero tampoco me voy a quedar esperando a que se le acaben las ganas de comportarse como una niña.
Busqué mi gabán oscuro y lo pasé sobre mis hombros. Salí de la pequeña camioneta equipada y cargué un pequeño revólver, que guardé en la parte trasera de la faja de mi pantalón.
—Siento que te mueves —habló Zapata —. ¿Qué estás haciendo?
—Voy por ella, no puedo esperar a lo que pueda suceder. Cúbreme cuando aparezca en tu radio de visión.
Un resoplido por parte del escolta fue lo único que obtuve como respuesta y lo tomé como una afirmación a mi orden.
Caminé con sigilo alrededor del muro de la propiedad. Ya estaba bien entrada la noche, así que no fue una tarea difícil.
El gran muro tenía una verja metálica como a doscientos metros de la entrada principal. Ese era el lugar por el que descargaban las cosas necesarias para el servicio del casino. Por allí iba a colarme.
Había estudiado el lugar a la perfección, así que conocía cada entrada y salida existentes, primordial para estableces varios planes de escape forzoso.
—Entraré por la zona de descarga.
—Vale, continuo chequeando la biblioteca desde aquí.
— ¿Algún movimiento nuevo?
—Ninguno.
***
Briella:
—Supongo que conoces a la familia de mi novio —expresé con sarcasmo, haciendo mayor fuerza en la última palabra —. Cuéntame, ¿qué le sucedió a la madre de Caleb?
Mi acompañante rió con fuerza. Una risa sonora, melodiosa.
—Se la llevaron a un internado para enfermos mentales. La señora Madeline estaba loca de remate. O al menos eso cuenta mi padre.
El suero sí era efectivo.
Sentí pasos por detrás de la puerta y todos mis sentidos se pusieron en alerta. Me puse de pie y caminé despacio hasta la estructura de madera. Eran unos empleados del servicio de catering, buscando a Sandro por orden de su padre.
Se me estaba acabando el tiempo.
Regresé hasta él y lo tome por el cuello de su camisa. Nuestros ojos se encontraron otra vez. Demasiada cercanía entre nosotros, pero no me corté ni un poco.
—Dime, Sandro. ¿Fueron ustedes quienes nos atacaron en la autopista?
No respondió.
Afiancé más el agarre, esta vez sujetándolo del cuello, cortándole el paso de aire.
—No tengo miedo de matarte aquí mismo, imbécil. Tengo suficiente conocimiento para saber que con un poco más de presión sobre tu clavícula, te puedo poner a dormir para siempre. Así que voy a preguntar una última vez, ¿fueron ustedes?
—Sí —susurró.
— ¿Quién me disparó?
No hubo respuesta otra vez.
— ¡Habla! —exigí presionando más.
—Fui yo —respondió con trabajo por la falta de aire.
Zafé el agarre y Sandro tosió con fuerza. Un poco más y pude haberlo matado realmente. Intentó llevar su mano al cuello para calmar el dolor que debía tener en esa área, pero sus extremidades seguían sin funcionar.
—Gracias por las respuestas —dije con fingida cortesía —. Fue un placer conversar contigo.
—Juro que te voy a matar en cuanto tenga la oportunidad —siseó con la voz ronca.
—No si yo te mato primero.
Abrí el frasco que contenía el sedante que contrarrestaría el suero. Tomé su mandíbula con mis manos y lo obligué a abrir la boca. Se negó al principio, pero terminó cediendo. Vacié el contenido por su garganta y lo empujé de vuelta al suelo.
—Cuídate, pienso cobrarme con creces cada zancada que todos ustedes me han puesto.
—No te temo, plebeya.
—Deberías, Sandro. Deberías.
Recogí mis cosas y bebí lo que quedaba en la botella de vino. Necesitaba alcohol para funcionar en estas situaciones.
Salí de la habitación con cuidado de no ser vista. En el pasillo no había nadie, así que avancé rápido. Me quité las altas zapatillas de tacón para andar más ágil y hacer menos ruido. Bajé por las escaleras que daban al segundo piso y no fue una buena idea. Se escuchaban personas del servicio en el gran pasillo.
Si me veían irían por Sandro y no estaba en condiciones de explicar por qué el hijo del anfitrión, permanecía inconsciente en el ático de la mansión.
Retrocedí con cuidado pero tropecé con un jarrón y este cayó al suelo. Yo también hubiese caído de no ser porque unas fuertes manos sujetaron mi cintura.
Los trozos del jarrón hicieron un sordo estruendo al caer, avizorando que había alguien entre las sombras.
Me giré aterrorizada hacia las manos que aún me sujetaban. Buscando socorro o mi perdición y me encontré con él. Caleb. Llevó su dedo índice a su boca, indicándome que guardara silencio. Haló de mi cuerpo en la penumbra del pasillo y nos adentramos a una habitación momentos antes de que tres hombres aparecieran en la zona de la escalera.
La habitación estaba iluminada solo por la luz de la luna llena que había esa noche. Mi cuerpo quedó contra la puerta y él en frente mío, haciendo presión a mi cuerpo sobre la madera.
— ¿Qué mierda crees que estás haciendo? —espetó por lo bajo.
Sonreí. Tal vez por el alcohol, por la adrenalina del momento tan loco que estaba viviendo o porque me alegraba muchísimo de verlo y tenerlo tan cerca.
Sus ojos claros estaban sobre los míos. No le hizo falta hablar para demostrar su enojo. Eso me hizo sonreír con más fuerza.
— ¿Qué te hace tanta gracia? Loca.
—Viniste a rescatar a tu princesa, Romeo —pegué en su pecho con mi mano, ahogando una risa.
—Muy mal ejemplo, Julieta. En la historia ambos mueren —respondió sonriendo.
—Podemos morir esta noche. Nadie sabe.
—No dejaré que eso pase, Ela.
Su cercanía era peligrosa. Terminaría besándolo.
Inconscientemente, bajé mi mirada hacia sus labios. Relamí los míos, consiguiendo que él imitara la acción. Volví a mirarlo a los ojos, en una clara señal donde pedía permiso para besarlo.
—No te cortes, fierecilla. Dejarías de ser tú si controlas tu naturaleza salvaje.
Solo eso bastó para abalanzarme sobre su boca. Sus manos viajaron hacia mi cintura una vez más. Aumentó su presión contra mí y la puerta. Apresé su labio inferior con mis dientes. Él soltó un gruñido.
La temperatura comenzó a subir.
— ¡Búsquenla! No puede estar muy lejos.
Voces se escucharon detrás de la madera. Rompiendo abruptamente el caliente momento.
Caleb me soltó con fastidio. Me hizo a un lado y cerró la puerta con seguro.
—Tenemos que irnos de aquí antes de que nos encuentren —susurró.
— ¿Cómo? No es como si pudiera volar para salir por la ventana.
—Nadie te manda a eliminar tu intercomunicador. Por jugar a la mujer maravilla estamos en esta situación.
Lo fulminé con la mirada. Él se encogió de hombros.
—Ahora la culpa es mía —espeté.
— ¿De quién sino? —expresó con obviedad, aumentando mis deseos de darle un puñetazo.
Caleb caminó hasta el ventanal de la habitación y revisó que no tuviese seguro. Lo abrió sin problemas. Me tendió la mano y retrocedí dos pasos cuando vi sus intenciones.
—No pensarás que voy a saltar de un segundo piso, ¿verdad?
—Si tienes una mejor idea, estoy abierto a escucharte.
El pomo de la puerta giró, pero gracias al seguro la puerta no cedió.
— ¡Busquen las llaves de las habitaciones! Esta está cerrada. —Volvió a escucharse la voz.
Estábamos jodidos.
—Atrápala —fue lo último que escuché antes de que Caleb me tomara por la muñeca para empujarme a través del ventanal.
Dejé de respirar en los segundos que caí.
Soy muy joven para morir. Soy muy joven para morir.
Era mi único pensamiento hasta que los brazos de alguien me atraparon, cayendo al suelo junto conmigo. Amortiguando mí caída con su cuerpo sobre el césped.
Malcom.
Encima de él, pude ver su expresión de dolor. Estábamos rostro con rostro.
—Me debes una gigante, Briella Cadault —susurró antes de hacer a un lado el peso de mi cuerpo.
Caleb cayó a unos pocos metros de nosotros. Se puso rápido de pie y yo me quedé como imbécil acostada en la fría capa verde. Procesando lo que había ocurrido en los últimos minutos.
Pasé de estar contra una pared, a volar por una ventana.
— ¿Te traigo una copa de vino? —espetó mi ángel con sarcasmo —. Digo, para completar tu comodidad.
—Imbécil —lo ofendí.
—Mueve tu lindo trasero, sino nos van a matar. No tengo interés de morir esta noche.
Me puse de pie con rapidez. Nada me dolía, eso era algo bueno. Pero Malcom cojeaba.
Reí, presa de los nervios.
—Si continuas riendo, juro que te dejo estrellarte contra el suelo a la próxima —soltó enojado.
— ¿Quién dice que habrá una próxima? —repliqué mientras caminábamos entre los arbustos del jardín.
—Con lo torpe que eres, no dudo que haya que seguir salvándote el culo a cada nada —intervino Caleb — ¡Muévanse!
Llegamos hasta una verja metálica que no era la misma por donde entré a la propiedad. Cruzamos la salida sin ser vistos y corrimos hasta el otro lado de la calle.
–Víctor vendrá por nosotros en menos de dos minutos —habló Malcom cuando recuperamos el aliento por la carrera.
— ¿Ya le diste nuestra ubicación? —interrogó Caleb apoyando su brazo derecho en el tronco de un árbol.
—Sí, justo antes de encontrarme con ustedes.
—Ambos hacen buen equipo. Están bien sincronizados —comenté observándolos.
Me gané una mirada de odio por parte de ambos y eso me hizo reír.
Definitivamente eran muy parecidos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro