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Capitulo Tres


Caleb:

Malcom la levantó del suelo, mientras Louise hacia el intento por cubrir su cuerpo con la manta. Mi padre estaba más tranquilo. La había recuperado, su plan podía continuar.

En varias ocasiones había intentado conocer el por qué de esta estúpida sed de venganza contra Alfred Cadault. Cuando era niño vi a ese hombre varias veces en la casa de la ciudad. ¿Qué había cambiado entre ellos dos?¿Por qué tendría que vengarse de él? Estas interrogantes siempre se quedaban inconclusas cuando se las transmitía a mi padre. -"Eso no te incumbe, tu solo céntrate en colaborar."- Esa siempre era su respuesta.

De camino a la pista privada, la chica se fue en el auto que transportaba a Louise junto a tres escoltas más, así podrían cuidar de ella. Mi padre y yo viajamos con Malcom para estar más cómodos.

Cuando abordamos el jet yo tomé asiento en la primera fila de puestos, Pierre se sentó frente a mi.

— Está dormida. Louise le dio otra dosis de sedante, por lo tanto dormirá todo el viaje. — Dijo sacando un cigarrillo del estuche —. Deberías hacer tu lo mismo.

— No tengo sueño. No puedo dormir. — respondí cortante mirando por la ventanilla del avión.

— Vamos hijo, que no te quite el sueño lo que está pasando.

La rabia me venció. Estrellé los puños contra la mesa y bramé furioso.

— ¿Eres consciente de que pudo haber muerto en esa caída? ¿o tampoco te importa sumar un muerto más a tu lista?

— ¿Tanto te preocupa la americana?

¿Cómo podía ser tan cínico?

— Me preocupa tu reputación y el legado de tu jodido apellido. No quiero que mi padre sea recordado por matar a mujeres inocentes. — Espeté.

— Tarde, Caleb. — Respondió liberando el humo de su cigarro —. Mi reputación la he logrado sobre las bases del miedo, de la sangre y la muerte. No vas a corregirme después de tantos años haciendo las cosas de esta manera. — Hizo una pausa, me escudriñó con la mirada y luego habló —. Pero si tanto te preocupa que no mate a esa niña, estará bajo tu cuidado.

— ¿Qué?

— Lo que escuchas. Cuando lleguemos a Francia te ocuparás de atender a la chica. Que, por cierto, se llama Briella. — Su boca se curvó en una sonrisa —. Te encargarás de proporcionarle todo lo que necesita y también estarás pendiente de que no quiera escapar nuevamente. Pronto viajarán a Estados Unidos. Considéralo una prueba de admisión al clan.

— Porto el apellido. Soy un Lavaux.

— Ser un Lavaux es mucho más que portar el apellido. Yo tuve que demostrar mi valía para ganarme el puesto que llevo. Tú tienes que hacer lo mismo.

— Que conste que me estás presionando a hacer algo que no quiero. El trabajo sucio le toca a Malcom o algún otro escolta.

—Naciste para ser cabeza de pez, no cola. Aprende eso y haz sentir orgulloso a tu padre. — Dijo levantándose de su asiento —. Voy a por Louise, lleva mucho tiempo dentro de ese camarote con Briella.

El resto del viaje transcurrió en absoluto silencio. Todos se dedicaron a descansar de la larga jornada que habíamos tenido.

La llegada a Francia fue como lo esperábamos: bajo lluvia. Me encantaba el clima de mi país. Enamorado de ver la lluvia caer.

Victoria nos estaba esperando al llegar a la mansión. Ha sido la esposa de mi padre durante diez años. Se casaron varios meses después de que mamá fuese internada. Era muy pequeño cuando todo esto pasó y sólo recuerdo que de un día a otro había una nueva mujer en mi casa, cenando en el antiguo puesto de mi madre, tratando de llenar el vacío que ella dejó. Tarea que le fue fácil con mi padre y mi hermana, pero no conmigo.

Atiborrarme de regalos comprados por mi padre y lujosos viajes de familia fueron su estrategia para ganarse mi cariño. Pero le salió el tiro por la culata. Desde que la conocí supe que era una arpía de mayor calaña que mi padre. Es tan así, que hasta el día de hoy se asegura su puesto como dueña y señora de la Mansión Lavaux.

— No quepo dentro de mí de la alegría. Han vuelto los dos hombres de mi vida. — Dijo cuando entramos al recibidor de la primera planta —. Cuanto te extrañé, cariño. — Se lanzó en los brazos de mi padre y este la besó.

— Me voy a mi habitación. — Espeté hastiado por la escena.

— Hey, jovencito, usted tiene obligaciones ahora. ¿Ya lo olvidó? — Soltó mi padre con la malicia que lo caracterizaba.

Recordé lo que habíamos hablado en el avión. Me acerqué a él y Victoria se separó de su abrazo.

— Voy a pedir que preparen algo de comer para ustedes, deben venir agotados del viaje. —Caminó por el largo pasillo perdiéndose tras la puerta de la cocina.

— Voy a instalarla en una de las habitaciones contiguas a la mía. Así la tendré más cerca. — Dije a mi padre.

— No. Tenerla dentro de la casa será un problema. Aún no sabemos de qué es capaz esa mocosa y con Victoria aquí será un dolor de cabeza.

— ¿Entonces que hago? — Dije consternado. Este juego de niños me estaba hartando.

— Llévala a la casa de huéspedes. Allí estará apartada de todos los que vivimos en esta casa y podré mantener a tu madre controlada.

— Esa mujer no es mi madre.

— Te ha cuidado más que la mujer que te trajo al mundo. Haz el favor de respetar. — Espetó alzando la voz —. Ve y haz lo que te ordené. No seas tan ingrato.

Con la ira brotándome de los poros de la piel fui a recoger a la chica. Estaba en la habitación de Louise.

— Aún sigue dormida. — Dijo cuando me vio entrar a la habitación — ¿Puedo pedirle un favor Señor?

Louise ha sido empleada en la casa desde que tengo memoria. Está al tanto de todos los negocios de mi padre y por lo inteligente que es, mi padre la considera como una excelente aliada.

— Lo que quieras Lou.

— Cuide a la Señorita Cadault. — Se sentó en uno de los asientos de la habitación y continuó —. Todos pudimos comprobar la fortaleza física que tiene esta niña luego de esa caída. Pero aún así sigue siendo frágil.

— ¿Frágil? — pregunté confundido.

— Si, pude notarlo en sus ojos desde la primera vez que la vi. Estuve presente durante todo el pequeño interrogatorio que su padre le hizo. Vi cuando la golpearon y ayude en la búsqueda cuando se escapó. Esa niña está rota y tengo miedo de las cosas horribles que tu padre esté planeando para con ella.

— Louise, no puedo prometerte que pueda cuidarla. Si algo nos ha demostrado Pierre es que hace lo que quiere, cuando quiere. Intentaré que no la golpeen más. Está bajo mi cuidado y yo espero poder proporcionarle un poco de seguridad en medio de todo este caos.

— Confío en usted Señor. — Hizo una pausa —. Llévesela, que cuando despierte se que va a ponerse muy violenta.

Me acerqué a ella, la voltee para cargarla en brazos. La levanté y pude notar que era muy delgada.

— Está limpia. La ropa que tiene puesta es de la Señorita Melodie, ella aceptó donarla. Mañana Malcom va a ir por ropa para ella. El Señor Pierre quiere que este cómoda a pesar de que esto sea un secuestro.

Con la cabeza a punto de explotar por la confusión, el enojo y las dudas, salí de la habitación de Louise con Briella en brazos. Me las arreglé para salir por las puertas que daban a nuestro jardín. No quería que Victoria me viese con ella. Caminé en silencio por el sendero que conectaba nuestra casa con la de huéspedes. La luna estaba llena y el cielo despejado.

Me detuve un momento y miré hacia arriba. Observar la luna es uno de mis pasatiempos favoritos y la luna de hoy ameritaba ser observada. Cuando bajé la vista hacia el rostro de la persona que estaba llevando, me encontré con unos grandes ojos observándome.

Me quedé quieto. Estupefacto. Briella me observaba como un ciego que ve el sol por primera vez.

— ¿Ya estoy muerta? — Preguntó en un hilo de voz —. ¿Eres un ángel verdad?

Su pregunta me tomó por sorpresa y me hizo tanta gracia que comencé a reír despreocupadamente mientras seguía caminando. Louise se olvidó de decirme que el medicamento que le dieron la hacia delirar.

No respondí a su pregunta, sólo caminé y caminé hasta llegar a la casa de huéspedes. Si bien la casa no era tan grande como la nuestra, tenía su encanto. Estaba a orillas de un precioso lago artificial que mi padre había mandado a construir y desde allí las vistas eran preciosas.

La mano de Briella se estiró, tocó mi torso, luego ascendió hasta llegar a mi mentón y dejó una suave caricia por mis mejillas.

— ¿Eres tan lindo? ¿Acaso eres un arcángel?

Esta mujer definitivamente estaba delirando. Volví a ignorarla y apuré más el paso. Ya estábamos cerca.

Al llegar, justo como lo presentía, mi padre había dejado a dos escoltas esperando por mi. Para ayudar a impedir que la inquilina quisiera escapar nuevamente. Briella se había quedado dormida nuevamente y yo daba gracias a todos las deidades por ello.

Subí los escalones hasta la segunda planta de la casa y entre a la habitación más espaciosa de las tres que poseía el inmueble. Dejé a la chica sobre la cama y fui a por una manta a la habitación de servicio.

Cuando volví estaba cómodamente envuelta sobre el edredón que la cama tenía cuando la acosté. Tiré sobre ella la otra manta y me aseguré de dejar todas las luces apagadas. Ella necesitaba descansar profundamente después de todo por lo que había pasado en menos de 48 horas.

Recordé lo que Louise me dijo sobre la violencia con la que iba a despertar Briella y sonreí. Esta chica era de todo menos violenta.

*

Briella:

Desperté con un agradable olor a lavanda impregnándome las fosas nasales. Estiré mi cuerpo y uno de mis brazos crujió. Intente sentarme y estaba tan adolorida que tuve que volver a mi horizontal posición sobre la cama.

Lo hermoso del olor a lavanda se había arruinado cuando observé con detenimiento cada uno de los moratones que tenía en el cuerpo. Habían heridas tapadas con pequeñas banditas de gasa en mis brazos y piernas.

Me levanté de la cama como pude. Mis pies dolían al caminar. Me detuve frente a un espejo y pude contemplar la figura de lo que era ahora. Una herida bastante profunda se veía en mi cabeza y a pesar de que no me dolía, me asustaba tenerla ahí.

Vestida con un vestido color café, muy holgado y que me llegaba hasta las rodillas, bajé las escaleras del lugar donde estaba. El silencio reinaba y de cierto modo me sentí más tranquila.

En la primera planta tampoco había nadie. La casa estaba vacía, pero sus alrededores no. Pude ver a través de una ventana, como había un cordón de seguridad hecho por escoltas a todo lo largo y ancho de la propiedad. Se estaban asegurando de que no intentase escapar nuevamente.

Busqué la cocina, estaba muriendo de hambre. Fui hasta la nevera y saqué un litro con leche. Me serví un vaso y comencé a beber.

—Se despertó la delirante. — Sentí una voz a mis espaldas y me di tal susto que el vaso que traía en las manos se me cayó. Era la voz del hijo de mi secuestrador.

— ¡Mierda! —Grité furiosa.

Caleb se acercó a mi y yo retrocedí como alma que lleva el diablo. No quería que me pegaran otra vez. Mi cuerpo no soportaría más maltrato físico.

— Lo siento yo... No fue mi intención romper el vaso. — Comencé a balbucear mientras que las lágrimas empezaban a brotar nuevamente —. Yo... yo me asusté cuando te sentí hablar. Pensé que estaba sola y... y — El llanto no me dejo continuar.

Caleb mantuvo su distancia. Respetando mi espacio. Yo lloré durante un rato y él se mantuvo en silencio. Impasible.

— De todas las personas que vas a conocer durante tu estancia...

— Secuestro. — Le interrumpí.

— Llámalo como quieras. El punto es, que yo no te pienso tocar una sola hebra de tu cabello. De mi no tienes por qué temer. Creo que mi padre me encargo cuidarte justo por eso. Sabe que yo no pierdo la paciencia tan fácil como nuestros escoltas. Se que nada de lo que te diga va a hacerte sentir mejor, pero conmigo estás a salvo.

— No puedo confiar en nadie. Estoy sola en el medio de la nada con una banda de mafiosos que quiere a mi padre muerto. En todo lo que dijiste tienes razón en una sola cosa. Nada me va a tranquilizar. Nadie va a conseguir que me sienta segura aquí y a ti también tengo que temerte. El simple hecho de ayudar a mantenerme en cautiverio te hace igual a todos los escoltas de tu padre. — El miedo se había convertido en ira y la estaba descargando toda con Caleb.

Él no se inmutó con ninguna de mis palabras. Su gesto no cambió en ningún momento. Definitivamente era la copia fiel de su padre. Eso me molestó aún más. Me lancé sobre él y comencé pegarle con toda la fuerza que mi cuerpo me permitía.

Caleb frenó mis puños con sus manos y en un movimiento que no vi venir, me empujó hasta quedar contra la puerta de la alacena.

— Escúchame bien, pequeña. — Su respiración se escuchaba agitada. Estaba demasiado cerca de mi. Intente moverme, zafarme, quitarlo de en medio, pero eso sólo hizo que me sostuviese con más fuerza —. Te dije en la fábrica y te lo vuelvo a repetir ahora: más vale que estés serena si no quieres salir de aquí directo a un ataúd. - Soltó su agarre y se alejó unos metros de mi.

— Tú y todo el clan de tu padre son unos malditos. — Grité.

— Anoche me llamaste Ángel. — Clavó sus fríos ojos en mí y ladeó su boca en una sonrisa.

—¿Que yo hice qué?




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