Capítulo Ocho
Briella:
Acá estaba, a punto de emprender el viaje que terminaría de girar mi vida los trescientos sesenta grados.
Sobre mi cama yacían innumerables prendas de vestir, múltiples accesorios entre joyería y maquillaje e incontables pares de zapatos, todos costosos. Regalo de mi nuevo jefe y dueño de mi vida o como el mismo dijo "Un bono por tu cambio de comportamiento radical y permanente."
Había vendido mi alma al diablo por un precio justo: mi familia. Todo lo haría por mantenerlos vivos y a salvo de las garras de ese hombre.
Sentí como la puerta principal se abría y supuse que sería Malcom para supervisar que todo estuviese en orden.
— Ya voy. — Respondí sin que nadie me preguntase nada —. Estoy terminando de escoger cual de todos los zapatos de Shein es menos ostentoso para llevar a un viaje de asesinato.
— ¿Te gustaron? — preguntó una voz a mis espaldas que me dejó completamente helada en el sitio.
No respondí, sólo me concentré en hacer reaccionar mi cuerpo ante su presencia.
— ¿Qué haces aquí?
— Yo pregunté primero. — Cruzó sus fuertes brazos en el regazo y me observó de arriba abajo.
Me mantuve de espaldas. Todo en ese hombre gritaba magnetismo, tentación, sensualidad y desespero.
— Me parece que le dejé bien claro a tu padre que te quería a kilómetros de mí.
— ¿Estás nerviosa?
— ¿Por qué lo estaría?
Se acercó quedando a escasos centímetros de mi cuerpo. Aún de espaldas a él, podía sentir su fragancia. Ese olor tan varonil conseguía hacerme temblar sin necesidad de tocarme.
— Mmm... no lo sé. Estas temblando y no te dignas a mirarme a los ojos. Si no son nervios, ¿Acaso es temor?
Sus palabras sembraron la ira dentro de mí y giré mi cuerpo hasta quedar frente a él. Un estúpido movimiento que me dejó contra su cuerpo.
— Mira guapo, yo no le temo ni a ti ni al Espíritu Santo. Te lo demostré en tu habitación, así que date cuenta de una puñetera vez, que con tus aires de machito mafioso no me vas a intimidar. — El torrente de palabras que salió de mi boca hicieron que Caleb me sostuviese por la nuca con una de sus manos y acortara más la distancia entre los dos.
— ¿Por qué no te creo? — Susurró contra mis labios, erizando cada vello de mi cuerpo.
— Ese es tú puto problema. — Espeté furiosa haciendo el intento por alejarme de él, pero como siempre, su fuerza me superaba —. Te quiero lo más lejos de mi posible, niñato mimado. Lo pacté con tu padre y espero fervientemente que se cumpla.
— No pidas imposibles, fierecilla. — Mostró una sonrisa de medio lado antes de eliminar completamente la distancia que nos separaba e invadir mi boca con su lengua.
Me quedé inmóvil. Estática ante el contacto de sus labios con los míos. Mordió mi labio inferior haciéndome reaccionar y yo le seguí el beso, impulsada por el enojo.
¿A quién quería engañar? ¿Qué enojo? Moría por besarlo.
Estúpida, estúpida, mil veces estúpida me sentía por caer otra vez en su juego infame.
Empujó mi cuerpo hasta quedar contra la pared e inmovilizó mis manos por encima de mi cabeza, justo como lo hizo el día de la galería.
— Esta vez no quiero interrupciones ni escapes imprevistos. — Siseó contra mis labios. Yo sólo asentí y dejé que tomara con besos húmedos mi cuello y mordiese el lóbulo de mi oreja.
Caleb conseguía que todo mi cuerpo reaccionase en torno a sus caprichos. Pedí distancia de él, no por tenerle miedo, sino por el efecto tan candente que provocaba su cercanía.
Recordé las palabras de Malcom. La súplica por evitar que yo me enamorara del hombre que ahora saqueaba mis labios. Creo que era tarde para evitar nada. Estaba perdida por ese hombre desde el día en que me defendió con el repugnante que quiso propasarse más de lo que le habían ordenado.
No podía evitar enamorarme de él, porque ya lo estaba. Sin embargo podía tomar la distancia debida para impedir que este estúpido sentimiento arruinara mis planes. En mi lista de prioridades sólo cabía el amor por mi familia.
Intenté apartarme nuevamente. Caleb soltó mis manos y cargó mi cuerpo hasta quedar encima de él. Mis piernas reaccionaron enredándose en su cintura.
— No pienso dejar que te escapes. — Habló contra mi mejilla —. Llevo días deseando que esto ocurra y sé que tú también.
Mis ojos se encontraron con el claro de los suyos y pude ver la intensidad y la veracidad de sus palabras. Su gesto impasible emanaba lujuria por doquier, a la espera de la confirmación para acabar con el deseo inminente que lo consumía.
Me tenía atrapada, pero llevaba yo el absoluto poder de la situación. Sólo tenía que decidir entre liberar mis sentimientos o declarar oficialmente la guerra que separaría nuestros caminos.
Mordisqueó mi labio inferior con premura, pegó su frente a la mía, unificando nuestras respiraciones.
— No quieres tenerme lejos. Ese es tu mayor castigo en toda esta historia. Tienes miedo de enamorarte de mi hasta los huesos. — Dictaminó, volviendo a ser el arrogante de siempre, demostrando que toda esa seguridad, era puro teatro.
— Eres tú quien está aterrorizado por sentirte como te sientes conmigo. Estas cayendo rendido por la hija del mayor enemigo de tu padre, un error imperdonable que tu progenitor no olvidaría jamás. — Reí irónica —. Ya te dije que no tengo absolutamente nada que perder... tu sí.
Esta vez fui yo quien se apoderó de su boca. Enredé mis manos en su cabello y el chico reaccionó aferrando sus dedos a mi cintura. Me condujo hacía la cama y me depositó sobre ella. Entre perlas y telas de seda, Caleb hizo el intento por desabotonar la camisa que yo traía puesta.
Malcom; mi familia; Pierre.
El Castillo de algodón de azúcar que teníamos armado, se fue desvaneciendo al recordar en donde estaba, quien era yo y a quien pertenecía la sangre que corría por las venas de él. Hijo del hombre que se encargaba de destruir mi vida, luego de acabar con la de otros, no podía permitirme esto. No podía hundirme más en la miseria.
— Aléjate de mí. — Lo empujé.
— No, no quiero. — Respondió apretando los dientes.
Bajó su recorrido de besos húmedos por encima de la ropa, con sus manos acariciaba mi cuerpo y su lasciva mirada me invitaba a pecar de adúltera junto a él.
Aproveché el instante para agarrar sus muñecas y traerlo nuevamente hasta quedar a mi altura. Haciendo el intento de no dejar salir las lágrimas que ardían en el arco de mis ojos..
— Tú y yo, no puede ser. — Hablé con un hilo de voz —. No se trata de lo que quieras o no hacer, se trata de que somos enemigos naturales, impuestos porque sí y como tal debemos comportarnos.
Caleb no dijo nada, sólo me miró y así se mantuvo durante un largo rato.
— ¿Eso es lo que piensas? — Inquirió con un atisbo de desilusión.
— Sí. — Espeté tajante —. Ahora haz el favor de salir de encima de mí. — Intenté sonar todo lo dura posible. Debía alejarlo de mí.
El chico frío y rudo volvió a aparecer. Separó nuestros cuerpos y mis terminaciones nerviosas maldijeron por ello.
— Así lo has querido tú y yo voy a hacerte caso. — Habló con sequedad —. Tu vuelo sale en veinte minutos, más te vale estar lista porque a Pierre no le gustan los retrasos.
Salió de la habitación dejando un raro vacío en mi pecho. Nunca me había enamorado antes, imagino que así debía sentirse cuando el corazón se te rompe por algo imposible como lo nuestro.
***
Caleb:
Vi partir el jet situado junto a mi padre, este, quiso despedirse de su mano derecha y la nueva adquisición del clan, Briella.
— ¿Estás seguro de todo el discurso que se inventó? ¿Crees que realmente quiere formar parte de esto? — Pregunté.
Personalmente no me creía para nada lo que me contó Víctor que dijo ella. La consideraba una mujer extremadamente fiel a sus principios. Vi su cara cuando Pierre habló de la muerte y las represalias que podía tomar si se le ocurría meter la pata: terror puro.
Era una chica demasiado frágil para inmiscuirse en asuntos tan oscuros. No dudaba de sus capacidades, pero su temple no era el indicado para mezclarse con nosotros.
— ¿Crees que tienes un padre estúpido? — Inquirió mi progenitor.
— No... yo.
— Esa chica puede superarte a ti y a todos tus inferiores, si así se lo propone. Ella sabe perfectamente lo que le conviene y le convenimos nosotros.
— Estás muy seguro de todo.
— Soy un visionario, hijo mío. Se que si muevo las piezas correctas, voy a formar una chica de acero.
— Podrías forjarle el carácter a Melodie. Ella sí es tu hija.
— Melodie nació para vivir entre lujos. Su destreza se reduce a cero, comparada con Briella. Además — Levantó la mano, a modo de sentencia —. Mi hija menor nunca se verá envuelta en mis mierdas. Que se limite a disfrutar de la platino ilimitada que tiene y los tesoros incontables que su viejo padre le puede ofrecer.
Comencé a caminar en dirección a mi auto. El deportivo blanco me esperaba a las afueras de la pista privada.
— Caleb. — Llamó haciéndome voltear hacia él —. Briella me pidió que te alejaras de ella.
— No te preocupes, no me tendrá cerca nuevamente. — Reanudé la marcha.
— Nunca dije que te exigiría tal cosa como alejarte de la chica. — El comentario del manipulador hombre que estaba a escasos metros de distancia, me tomó desprevenido —. Presenté a Briella en sociedad, como tu novia. Esa es la única forma coherente de insertarla a nuestro mundo sin que nadie sospeche.
— A veces me asombra tu capacidad para tergiversar. Me das miedo Pierre . La chica no me quiere cerca y yo no la pienso obligar a nada.
Me subí a mi deportivo sin escuchar contesta y lo dejé despotricando al aire miles de barbaridades.
Conduje desenfrenado por las calles parisinas. Estaba bien entrada la noche y el tráfico era imposible. Costó horrores llegar al estudio donde me escondía cuando no quería saber de nadie.
Situado a pocas calles de la Torre Eiffel, un gran edificio de apartamentos de lujo me abría las puertas de su garaje. El encargado se quedó con mi coche y la chica de recepción ni siquiera se inmutó cuando me vio entrar directo al ascensor.
El apartamento diecinueve era mi lugar secreto. Un lugar que compré luego de ahorrar durante más de cinco años queriendo irme de casa. Nadie sabía de la existencia de este lugar, o eso me gustaba pensar.
Fui hasta el pequeño minibar atestado de botellas, las cuales suplantaban un vicio supuestamente superado, según mi padre y ahora, la falta que me hacía ella.
Cogí un vaso de trago y lo observé por varios segundos. Estaba irritado, profundamente molesto, pero... ¿Por qué?
Irritado con ella, por no seguir sus impulsos. Porque me miente. Intenta alejarme cuando sabe que es imposible mantenerme apartado de ella.
¡Estoy tan enojado como jamás me sentí! Me hizo pasar el mejor momento que he tenido en meses. Dejó que la besara, que hiciera evidente lo débil que soy cuando de ella se trata y lo salvaje que me pongo cuando tengo cerca su aroma a fresas.
¡Cuánto quiero sus labios! No sólo en mis pómulos o en mi boca. Verdaderamente ansío a esa mujer devorándome la piel.
Necesito demostrarle que soy un hombre de labia, pero también de hechos, de cumplir metas, objetivos y lo que se proponga.
Esta mujer saca mi lado territorial, posesivo. Desde que la ví tan frágil, postrada en esa silla en Bali, la quise para mí y pretendo como un poseso, arrancarla de los brazos de cualquiera que la desee.
Muerdo el borde de mi labio inferior hasta que el sabor metálico de la sangre me inunda la boca. Colapsado, así me siento. Completamente desestabilizado.
No le creo nada su discurso de mujer empoderada que puede con la mafia. Se que es mentira todo lo que dijo, pero las palabras de mi padre me incrustan una duda desesperante. Ella no puede corromperse con toda esta mierda que nos consume.
Ella no sabe, ni sabrá nunca, lo mucho que significa para mí. No sabe que gracias a su cara angelical, llevo casi una semana sin ingerir coca, fumar marihuana o beber desmesuradamente.
Desde que la conocí y la pusieron bajo mi cuidado, no hago más que pensar en cómo protegerla de toda esta oscuridad, porque protegiéndola a ella, yo también estaré a salvo.
Me recargo contra el sofá que se encuentra en medio de la sala y estiro mis extremidades. Nada puede aliviar la frustración que siento y el vaso que llevo en la mano termina hecho miles de diminutos trozos cuando lo estrello contra el cristal de la gran ventana.
He visto como la mira Malcom y como me mira a mí cuando hablo de ella. Está tan perdido como yo en esos ojos de raro color. Verde como la esmeralda y caoba como la madera. Una mezcla que grita misterio y sensualidad.
Pensar que estará sólo con ella durante el tiempo que dure su viaje me pone histérico. Repaso un camino marcado por las sienes, haciendo un punto de presión, intentando amainar el terrible dolor de cabeza que me taladra. Pero es imposible.
De un brinco me levanto del sillón y me situó frente al amplio ventanal de dos secciones que me brinda de lleno la postal nocturna de París. Observar la vista tranquiliza mis demonios y aminora mi acelerado pulso.
Camino hacia el despacho que me regala dicho apartamento y abro uno de los cajones, sacando un pequeño frasco que tengo escondido entre papeles y diseños.
Contaba con dos opciones: aspirar en líneas del blanco contenido del frasco o correr hasta Los Ángeles junto a la mujer que abarcaba cada rincón de mis pensamientos. Ambas opciones serían destructivas, pero la primera era más fácil.
❁ Hola, hola!
Espero que la historia les vaya gustando. Dejenme saber sus opiniones en los comentarios.
Tenemos un grupo de lectores en facebook, nos pueden encontrar como: Lectores de Eliza.
Nos leemos! ❁
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