Capítulo Nueve
Briella:
Durante las horas que duró el vuelo, nada pude descansar. A pesar de que viajamos colmados de las comodidades que el jet de los Lavaux ofrecía, mi mente estaba en otro lugar, muy lejos de ese pájaro blanco hecho de metal.
Sentado frente a mí, Malcom se mantuvo espabilado, al parecer no era la única que tenía problemas para dormir. Su gesto estaba serio, inescrutable. Evidentemente lucía molesto.
— ¿Estás bien?
Mi pregunta pareció sacarlo de un leve ensimismamiento. Posó sus ojos sobre mí y frotó las palmas de sus manos, derrochando nerviosismo.
— Perfectamente. — Habló escueto.
— Ya. Pretendes que te compre esa respuesta tan mal actuada. ¿No? — Ironicé posando la vista en la transparente ventanilla que mostraba la oscuridad del cielo nocturno.
— No quiero hablar del tema, Briella.
Decidida a no entrar en disputas, acomodé mi cuerpo en el asiento, cual felino holgazán, desabroché el cinturón de seguridad y empecé a disfrutar de la comodidad del lugar. Volví a observar al hombre que me acompañaba y por primera vez pude delimitar detalladamente sus facciones.
Con la vista fija en un cuaderno que lucía lleno de apuntes, pude notar que era joven, a pesar de comportarse a veces como un abuelo cascarrabias. Cada rasgo de su rostro parecía esculpido a mano: mentón aguileño, labios carnosos sin rozar lo exuberante, pomulos marcados y una leve cicatriz apenas perceptible en uno de sus párpados, muy pegada a la ceja. Los ojos color agua marina, estaban apagados, desconcentrados.
— ¿Qué lees? — Intenté por segunda vez entablar una conversación.
— Hago el intento de estudiar un poco. — Espetó.
— ¿Estudiar qué? — Insistí.
— Te pones molesta a veces. Déjame en paz.
Su rostro desencajado me observó con enojo. Por mi parte no emití palabra. Me levanté del puesto en frente de él y caminé hacia los otros dos asientos que quedaban detrás. Con su mano atrapó mi brazo y detuvo mi andar.
— Espera.
Solté su agarre con ira, explotando de la impotencia.
— Espera una mierda. — Vociferé —. Llevo toda la jodida noche lidiando con tu indiferencia y el enojo que no se de donde salió, pero se que es conmigo.
Paró su cuerpo hasta quedar por encima de mí. Me ganaba en peso, altura y mal carácter. ¡Dios, estaba rodeada de gente malhumorada!
— Te acostaste con él. — Escupió furioso, dejándome perpleja.
Di unos pasos en reversa, alejándome unos centímetros, puesto que lo sentía muy cerca.
— ¿Qué dices?
— No te hagas la tonta, Briella. Sabes perfectamente lo que digo. Los ví. — Masculló —. Lo ví encima de ti.
La vergüenza hizo mella en mí, convirtiéndose en un descarado enojo.
— Así que de esto va tu mal genio. ¿Verdad?
— ¿Acaso no recuerdas lo que te conté sobre mí hermana? Te supliqué que no cayeses en los juegos sucios de ese criminal.
Recargué mi cuerpo contra el espaldar de uno de los asientos, haciendo acopio de mi paciencia.
— Sí hubieses visto todo, te hubieses enterado de que lo alejé de mí, apenas tuve la cobertura. Pero claro, es más fácil venir a juzgar sin argumentos que vengan a cuento. — Las palabras salieron en cascada de mi garganta —. Yo entiendo que te duela lo que sucedió con tu hermana, comprendo tu dolor por la pérdida de un ser querido y te prometí acabar con el hijo de puta que la mando a matar.
— Briella...
— No. — Dije con soberbia —. Déjame terminar.
— Vale. — Respondió bajando la cabeza.
— Que estemos juntos en esto, no significa que puedas controlar mis movimientos y mucho menos, que puedas decidir que hago y que no. Continuaré con el plan, si por lo menos puedo conservar mi libre albedrío. Exijo que respetes lo que haga o deje de hacer.
— Pero...
— Pero nada, Malcom. Si me da la santísima gana de revolcarme con Caleb, por los motivos que sean, lo voy a hacer. Es mi puto problema. Métete en la cabeza que yo no soy Camille. Lo siento por decirlo de está forma, pero me parece que venzo a tu hermana en inteligencia y astucia.
— Lo siento.
— No quiero ni imaginar, que tu ataque es por celos. — Reprendí.
— No digas tal cosa. — Dijo espantado.
Le di la espalda y me senté nuevamente en el asiento que me correspondía, dispuesta a no volver a hablar en lo que quedara de viaje.
Más le valía no sentir absolutamente nada por mí. Lo que menos necesitaba era una disputa de dos hombres territoriales, por ver con cual de ambos decidía quedarme.
El simple hecho de pensar en ese par peleando por mí, me hizo tanta gracia, que solté una risita despreocupada que llegó a los oídos de mi acompañante.
— ¿Sabes algo de Alemán? — Preguntó curioso.
Ambos asientos estaban pegados uno a espaldas del otro, por lo tanto no pudo ver la sonrisa boba que me salió cuando me percaté de que todo volvía a la normalidad entre los dos. Necesitaba hacerle entender que nada iba a arruinar nuestros planes de acabar con los Lavaux.
— ¿Tú para qué quieres aprender alemán?
— Me gustaría irme a vivir allí cuando todo esto acabe. — Habló con timidez.
— Mi alemán no es exquisito, pero me defiendo bastante bien. Podría ayudarte con algunas cosas. —Puntualicé.
— Te lo agradezco.
— Anda, dame ese cuaderno. Déjame ver qué tienes.
***
California nos recibió imponente, esplendoroso como es característico. Recién amanecía cuando una camioneta negra nos recogió en la salida de la pista privada.
El chófer, un atento hombre regordete, que se veía bastante mayor, nos indicó que en la propiedad donde haríamos estancia, ya nos esperaba una chica para ayudar a instalarnos.
— ¿No es demasiado mayor este señor para trabajar con Pierre?
— El jefe no busca juventud en sus empleados sino calidad. — Comentó mi compañero —. Oscar es chófer de Pierre desde que era pequeño.
— ¿Pero él no nació en Francia?
— No. Pierre vivió en un orfanato hasta los diez años, donde fue adoptado por un magnate francés, el gran Nathan Lavaux. El hombre era el mayor vinícola del país, con lo que podía encubrir y costear sus sucios movimientos en la mafia oscura europea.
Interesante.
— ¿O sea que todo era una pantalla? — Pregunté curiosa observando por la ventanilla del auto.
— Algo así.
- ¿Pero cómo conoció a Pierre?
— Eres muy curiosa. — Habló entre risas —. Nathan conoció a Pierre en la avenida central de Beverly Hills. El chico intentó robarle la cartera al mafioso y este lo atrapó en el acto. La suspicacia del niño le hechizo, así que el magnate decidió darle hogar a cambio de trabajo.
La postal de un pequeño Pierre corriendo entre los transeúntes de la ciudad, me hizo gracia. Obviamente esa astucia había nacido con él, lástima que no la hubiese encaminado a buenas obras.
Pero todavía había cosas que no me cuadraban de la historia que Malcom me contaba, por lo tanto no iba a descansar hasta conocer toda la verdad.
—Hemos llegado. — Finiquitó el chófer a la vez que una gran verja de metal se abría para nosotros.
Majestuosa. Esa era la definición de la gigantesca propiedad que se escondía detrás de grandes árboles frondosos. Mucho verde en distintas tonalidades arropaba la mansión, dando ese toque clásico y francés, característico de los Lavaux.
Malcom se encargó de sacar el equipaje del auto, que no era más que dos pequeñas maletas de mano. El período de estancia en Estados Unidos debía ser corto, según las demandas de Pierre. "Para matar a alguien no se necesita una semana", fueron sus palabras concretas, dichas con el desprecio habitual.
Una bonita chica pelirroja vino a nuestro encuentro. Vistiendo la misma indumentaria que el personal de servicio que tenían en Francia. Nos hizo un saludo con la cabeza.
— Espero que el viaje haya sido agradable. Imagino que estén agotados por el vuelo, así que me tomé la libertad de preparar con antelación sus habitaciones, que se encuentran en la segunda planta de la propiedad y un delicioso desayuno los espera en ellas.
— Eres mexicana, ¿cierto? — Pregunté con cordialidad.
La chica se sorprendió un poco con mi pregunta. Recogió un mechón rebelde de su rizado cabello detrás de su oreja y volvió a asentir.
—Candela es la hija menor de Oscar, el chófer que nos trajo. Parece ser que la familia es algo que Pierre siempre gusta de conservar, por lo tanto invita a que los hijos de sus empleados también trabajen para nosotros.
Irónico. Decidió destruir a mi familia.
– Candela, aunque es joven, es muy talentosa y metódica con su trabajo. — Señaló.
El comentario del escolta hizo que a la pelirroja se le tiñeran las mejillas de un claro carmín. Era más que evidente que se sentía atraída por mi compañero. ¿Quién no? El acento francés sumaba puntos con las chicas.
—Ellos son mexicanos, pero viven a las afueras de la propiedad desde hace muchísimos años. —Continuó Malcom —. A pesar de que ella nació aquí en Estados Unidos, su familia mantuvo el legado hispano, enseñando a sus hijos el castellano de forma natural.
— Ah, que interesante. — Expresé animada —. Pues mucho gusto, Candela. — Esta última frase la dije en un perfecto español. Porque sí, dominaba con facilidad varios idiomas.
El rostro de Malcom era un poema al escucharme y la chica se quedó paralizada cuando me acerqué a envolverla en un cálido abrazo.
—Sé que normalmente el personal de servicio tiene prohibido mezclarse con los superiores, pero yo también estoy aquí para trabajar, por decirlo de algún modo. Además, estoy tan contenta por estar en suelo americano, que no me importa lo que el cascarrabias de tu jefe pueda decir.
Mi acompañante comenzó a reír logrando que la chica se relajara un poco.
—Tengo entendido que a las tres de la tarde viajarán hasta el condado de Los Ángeles. Les sugiero que descansen un poco hasta la hora prevista. Yo, por ahora me retiro. Si me necesitan estaré en la cocina. Usted conoce la propiedad, Señor Zapata. — Se dirigió a Malcom —. Confío en que guíe correctamente a la señorita por el lugar.
Candela miró por última vez al escolta. Ese tipo de mirada ya la conocía y en cierto modo sentí un poco de pesar. Comprendía el sentimiento de la chica. Estaba perdidamente enamorada de alguien a quien no podía tener.
Se retiró dejándonos en el frente de la mansión. Entramos y un delicioso aroma a rosas frescas inundó mis fosas nasales.
— Que bien huele. — Comenté.
El recibidor era amplio, muy iluminado, con blancas paredes adornadas de enormes ventanas hechas de cristal y madera. La decoración y el amueblado de todo el lugar, auguraba que una mano femenina había sido la encargada de darle vida a la estancia.
—Es por aquí. — Me indicó Malcom señalando hacia unas enormes escaleras.
La segunda planta era más de lo mismo que había en la primera: mucha iluminación, el fresco aroma de las rosas y encantadores cuadros que gritaban valores exuberantes.
—Le gustas. — Sentencié haciendo que el hombre que caminaba con mi maleta en la mano, me dedicara una mirada curiosa.
— ¿A quién?
— A mí no, por supuesto. — Rodé los ojos —. A Candela, ¿Quién si no?
Malcom detuvo su andar, depositó las maletas en el suelo y se giró en mi dirección para sostenerme por los hombros.
— ¿Acaso eres una especie de bruja o algo así? — Dijo en un tono bastante serio —. ¿Cómo es que lo sabes todo?
Sus interrogantes me hicieron reír.
— No hay que ser brujo para darse cuenta de lo mucho que le gustas a ella. De hecho, puedo asegurar que en el pasado hubo algo entre ustedes dos. — Achiné mis ojos para hacer más dramático el momento.
Cruzó sus brazos en jarra y escudriñó mi rostro interrogativo.
— Sí, definitivamente eres una especie de bruja o adivina. De lo contrario, no me queda otra opción que pensar que vendiste tu alma al diablo y que gracias a eso, tienes ojos y oídos en todas partes. — Afirmó seguro de sí.
—O sea que es un sí. — Esbocé una sonrisa triunfadora. Me encantaba tener la razón.
El chico que se mantenía frente a mí, bajó la cabeza apenado.
— Fue hace mucho tiempo. Éramos muy jóvenes e inexpertos.
—Malcom. — Puse mis manos encima de sus fuertes brazos que aún se mantenían cruzados —. No tienes que explicarme nada, no es necesario. Lo único importante aquí, es que le gustas a esa chica, y mucho. ¿No piensas hacer nada al respecto?
— Briella, las cosas no son como tú crees. — Me dio la espalda y se acercó a uno de los grandes ventanales.
— ¿Por qué te empeñas tanto en complicar las cosas? — Su comportamiento me indignaba.
— Porque esto es la vida real y aquí todo es complicado. Vives sumergida en la burbuja del final feliz, pero ¿adivina qué? No estamos en Disney. Aquí el malo no se transforma por la buena, y las historias de amor imposibles, se quedan en eso; en meros imposibles.
— Eso no es así. — Contraataqué.
— Lo dice la princesa que se enamoró del hijo del mafioso. — Sus palabras calaron hondo en mi corazón.
— Tú no sabes nada de mí. — Vociferé.
— Créeme que sí sé. Aspiras a que el hijo del hombre que quiere aniquilar a tu familia, lo deje todo por ti. Muy en el fondo crees que puedes destruir toda la mierda que rodea a Caleb, para tener un futuro hermoso a su lado. Justo eso quería mi hermana y por ello luchó, para acabar sin vida en una cantera.
Las lágrimas amenazaron con salir. ¿Cómo podía ser tan cruel?
—Ya te dije una vez que no soy como tu hermana. — Espeté con furia.
— Claro que no eres como mi hermana. Ella conoció a Caleb desde que nació. Convivieron juntos y se creó un vínculo entre ellos. Tú no eres más que la influencia del Síndrome de Estocolmo, que te nubla la mente y te hace pensar que sientes amor por quien deberías repudiar. Eres el objeto de deseo de un egoísta, que le dan lo que pide sin miramientos.
— Malcom... — La voz me salió quebrada. Dolía, dolía mucho que fuese tan crudo.
— No te engañes, para Caleb no eres más que ese juguete que no puede tener porque papá le prohíbe que lo toque. Cuando se dé cuenta que no hay nada de especial contigo, que eres una prisionera más, ahí te dejará en paz. Y sufrirás, porque lo que tú creías amor, no era más que un engaño.
Sorbí mis lágrimas y alcé el mentón. Él no tenía derecho a pisotear mi autoestima.
—Nos vemos a las tres, Señor Zapata. — Crucé por su lado y agarré mi maleta, para dirigirme a la que estaba señalada como mi habitación.
Malcom se quedó allí parado, en medio del amplio pasillo de la segunda planta. Con la vista perdida en la nada. Yo me detuve antes de manipular el pomo de la puerta y me giré hacia él.
— ¿Sabes? A lo mejor lo tuyo con Candela no funcionó porque las cosas fuesen complicadas o no. Creo que no funcionó porque tienes el corazón tan vacío desde que tu hermana se fue, que te da terror la sensación de que alguien sea capaz de llenar ese vacío y sentirse cómodo en él. — Hice una pausa —. Las historias de amor con final feliz, sí existen; que tú no lo quieras creer, es distinto.
Me adentré en la alcoba y cerré la puerta detrás de mí. Una vez más, dejé el llanto correr. La habitación era tan hermosa, pero yo me sentía tan poquita cosa, que ni siquiera me detuve a contemplar todo lo bonito que me rodeaba.
Fui hasta la cama y allí deposité mi cuerpo. Mirando al techo reflexioné sobre las cosas que mi único confidente en el mundo, me había dicho. La verdad cruda y dura, sin maquillaje. De cierta manera fue refrescante que por fin él dijese todo lo que pensaba de mí y lo que me pasaba.
¿Y si era verdad? ¿Y si solo estaba bajo la influencia de un trastorno psicológico que hacia trastabillar mis sentimientos? O lo que era peor aún: ¿y si realmente era un reto a cumplir para aquel hombre que dijo que no se iba a alejar de mí por mucho que yo lo pidiese?
Entre lágrimas y malos pensamientos, quedé dormida. No probé bocado alguno. Dejé que el delicioso aroma a rosas me embriagara, porque sinceramente, lo necesitaba.
Las horas volaron junto con mi buen ánimo de la mañana. Sobre las dos de la tarde, Candela pasó por mi habitación para indicarme que el auto que nos trasladaría hasta el condado, estaría listo a las tres en punto. Notó la bandeja de alimentos tal cual la había dejado y preguntó la razón de mi inapetencia. Me excuse con el cansancio del viaje y la simpática chica me arrastró hasta la gran cocina de la propiedad, donde preparó un excelente almuerzo. Era refrescante conversar con alguien que estuviera apartado de todo esto que me acontecía.
—Noté como miraste a Malcom. — Inicié la conversación. A pesar de que el idiota de mi compañero se comportaba como eso: un idiota, tenía curiosidad por saber que había sucedido entre ellos dos.
La chica se sonrojó y bajó la vista, apenada.
— ¿Es tan evidente? — Comentó en un hilo de voz.
—Bastante evidente. — Sonreí —. Babeas por ese francés, amiga.
Candela comenzó a reír y dejó lo que estaba haciendo en la cocina, para venir a sentarse junto a mí.
— La historia de nosotros es bastante complicada.
— Él también dijo eso. — Respondí ofuscada —. ¿Cómo pueden ser tan pesimistas?
— Te prometo contarte todo por la noche, si así lo deseas. — Habló confiada —. Ahora come, que a mi padre no le gustan los retrasos y falta poco para las tres.
El trayecto hasta nuestro destino, se realizó en completo silencio. Malcom se sentó en el asiento del copiloto, supuestamente para hacerle compañía a Oscar. Obviamente estaba evitando hablar conmigo luego de lo que pasó en la mañana.
Ignoré todo y me concentré en disfrutar de lo bien que se sentía estar nuevamente en mi ciudad natal. Habían pasado solo semanas desde que partí con un vuelo de regreso programado. Volvería para comenzar a trabajar en la empresa de papá y aliviar la carga que suponía para él, la administración del patrimonio familiar.
Pero solo en veinticuatro horas, mi vida se había transformado, en lo que sería, justo como dijo Pierre: "Un viaje sin retorno".
Había vuelto, sí. Pero mis padres nunca lo sabrían. Solo Bruce, mi adolescente malcriado, me vería y si las cosas salían bien, podría salvarle la vida.
Malcom había trazado un exhaustivo plan, para burlar a Pierre y poder conservar la vitalidad de mi hermano. Todos los pros y contras, habían sido analizados aquella noche que volvimos de la galería. Nos encargamos de no pasar por alto, absolutamente ningún detalle y solo quedaba llevar a la práctica todo lo planificado.
—Espera. — Le dije a Oscar cuando cruzamos justo al frente de la entrada de la urbanización donde vivía.
— Señorita. ¿Qué sucede? — Inquirió confundido el conductor.
— Yo vivo en esa zona que acabamos de pasar.
— No vamos a ir hasta la casa de tus padres. — Intervino el escolta —. Eso sería exponernos demasiado. Vamos hasta la cancha de baloncesto donde tu hermano practica cada tarde.
— ¿Cómo sabes que mi hermano...? — Formulé la pregunta para dejarla a medias —. Claro, no hay nada que Pierre no sepa de mi familia. ¿Verdad?
El chico asintió con la cabeza un poco apesadumbrado.
—Por favor, entremos a la urbanización. Solo quiero ver mi casa otra vez.
— Briella...— Intentó mediar.
— Por favor. — Supliqué con un nudo en la garganta.
— Está bien. Oscar, volvamos hasta el lugar que indicó la señorita.
— Como diga, Señor Zapata. — Finalizó el conductor antes de girar en dirección opuesta a la cancha de baloncesto.
La zona donde yo vivía, estaba repleta de casas de personas con influencias en algún sector de la economía en Los Ángeles, por lo tanto, todas eran propiedades lujosas. Mi casa se encontraba en una colina, un poco apartada de las demás, por la extensión que tenía el terreno que poseíamos.
Un cúmulo de recuerdos comenzaron a amontonarse en mi mente y el corazón se me encogió al pasar por frente del pequeño parque donde cada tarde llevaba a Briana a pasear junto a Estrella, nuestra pequeña perrita.
Nuestra residencia era tan imponente como la casa donde me hospedaba. Todo estaba en completa calma y los deseos de bajar del coche y correr hasta la puerta principal para gritarle a mis padres que estaba bien y que iba a volver sin importa el costo, me estaban matando.
—Ya conseguiste lo que querías. — Espetó Malcom —. Ahora volvamos al plan inicial y busquemos a tu hermano.
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