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Capítulo Doce

Briella:

Bruce partió hacia el aeropuerto a la hora prevista. Aun sin entender por qué ese cambio de aspecto tan repentino, aceptó sin mediar protesta, todas y cada una de mis recomendaciones. Ya no era un niño. No era tan fácil de engañar. Hice enormes esfuerzos por no romper a llorar y contarle todo lo que le estaba pasando a nuestra familia. Pero lo rompería, por el engaño de nuestros padres, por el peligro que yo corría y ahora, por la diana que él también tenía sobre su espalda.

Vivir en la ignorancia era mucho mejor para él. Por ahora dejaría que se enfrascara en lo que realmente le apasionaba. Vi cómo le brillaban los ojos al hablar de la academia, de los programas que había en ella y todas las oportunidades que tendría para lograr grandes cosas en el mundo de las artes.

No estaba ajena a la realidad. Sabía perfectamente que esta tapadera que Caleb había elaborado no duraría mucho. Pierre era demasiado inteligente y justo como él decía, siempre iba a ser más rápido que yo. Tenía una bomba de tiempo en mis manos, así que ya podía correr para librarme de todo esto o terminaría con la bomba explotándome en la cara.

Malcom se había mantenido apartado de todo. Acataba las órdenes sin chistar y nada más que tenía la oportunidad, desaparecía del plano. Estaba evitándome desde que Caleb llegó y desmanteló todo el plan que habíamos elaborado. Imaginaba que estaría molesto. Era poco el tiempo que llevaba conmigo, pero ya lo conocía bastante. El temperamento de los franceses era muy hostil. Cambiaban de parecer cada dos por tres, no gustaban de dar explicaciones a nadie y menos aún les gustaba ser desacreditados. Ya hablaría con él cuando se le pasara el enojo. Por mucho que le costase admitirlo, nuestro plan tenía muchas fallas.

Caleb sin embargo, estaba pendiente a todo y a todos. Por mucho que intentaba esconderlo, sabía que algo estaba ocurriendo con él y lo que fuese, no tenía pintas de ser nada bueno. Se exasperaba con facilidad y gritaba cada que alguien desobedecía sus mandamientos. Sus ojos estaban rojos, supuse que por el cansancio. Se hacía evidente que le dolía la cabeza, estaba agitado y su respiración era irregular.

Volví a mi habitación a penas mi hermano se marchó. Necesitaba refugiarme entre las grandes sábanas y el olor a rosas. Candela intentó hacerme comer, pero fue en vano. Me dolía mucho estar a minutos de mi casa y no poder abrazar a mis padres.

La puerta de la habitación se abrió y Caleb se adentró con una bandeja de comida en la mano.

—A mí no puedes decirme que no vas a comer. Basta ya de inapetencias.

— No tengo hambre. El olor de la comida me da náuseas. — Respondí haciéndome un ovillo entre las sábanas —. Vete.

La cama se hundió con su peso. Puso la bandeja sobre la tela blanca y el olor de las tostadas recién hechas me hicieron rugir el estómago. Después de todo si tenía hambre, solo que me negaba a comer con todo lo que estaba ocurriendo.

—El estómago no miente, fierecilla. — Expresó divertido.

Cogió una de las tostadas y la embadurnó con mermelada de frambuesas. Agarró el vaso de jugo que traía y me ofreció ambas cosas.

—Come — exigió.

Tomé el vaso y bebí un largo trago. El jugo refrescó mi garganta, por la cual desde hace unas horas solo pasaba el alcohol. Comí una tostada y luego otra, así hasta acabar con todo el contenido de la bandeja. Caleb me miraba relajado con los codos apoyados sobre la cama. No era para nada incómodo estar así con él.

—Esta escena parece sacada de una comedia romántica — comenté limpiando la comisura de mis labios con una servilleta.

Estiré mis manos sobre la cabeza. Giré el cuello en ambas direcciones, me dolía por el cansancio acumulado. Caleb se deshizo de sus zapatos, quedándose con los calcetines puestos. Se levantó de la cama y fue hasta uno de los sillones de la habitación. Allí se sentó.

—Ya comí. Conseguiste tu cometido. Puedes irte — señalé la puerta.

— Mi cometido es verte descansar y reponer energías. El jet saldrá a las once de la noche para estar en Francia al amanecer. Así que no me voy a mover de aquí hasta verte dormida.

—Vete — reiteré —. Te aseguro que voy a dormir toda la tarde.

— Te dije que no pienso moverme de este asiento. — Se repanchingó aún más —. Estoy muy cómodo.

Rodé los ojos y me acosté. Que quisiera verme dormir si era incómodo. ¿Qué tal si dormía con la boca abierta? ¿O si me babeaba? Menuda escena daría yo si me ponía a roncar con Caleb delante.

¿Qué demonios hacía yo pensando en esas cosas?

Volví a posar los ojos en el hombre de metro ochenta que yacía sobre el rosado sillón de mi habitación. Él también me estaba mirando. Sonreí tímidamente y él me guiñó un ojo. No se iba a dar por vencido. Ciertamente no se iría hasta que yo me durmiese y siendo realistas, yo no quería que se fuera.

—Prometo dormirme en cuanto me cuentes que sucede contigo.

— Briella — respondió cambiando el gesto —. Para contarte que sucede conmigo me haría falta una vida. No quiero atormentarte con mis demonios. Ya bastante tienes con los tuyos.

Su semblante estaba serio. Los ojos se le endurecieron y cambió la vista hacia otro ángulo. Ya no me miraba a mí.

¿Por qué se empeñaba en ocultarme cosas?

Me levanté de mi lugar en la cama y fui hacia él. Me senté en el suelo, a sus pies sobre la alfombra. Justo como había hecho conmigo en el despacho de la primera planta.

—Caleb, ¿qué es eso que escondes?

La cruda mirada se posó sobre mí. El silencio se hizo dueño de la estancia y el ambiente se caldeó. Ya no éramos el secuestrador y la secuestrada. Éramos solo Briella y Caleb. Aquí ya no había etiquetas. Yo las había puesto y yo misma las estaba arrancando.

Me puse de pie y acorté más el espacio entre los dos, sentándome sobre sus piernas.

— ¿Qué haces?

— Romper los muros — respondí recostando la cabeza sobre su pecho.

— Ah, fierecilla. Vas a acabar conmigo. — Dijo en un susurro rodeando mi cuerpo con sus fuertes brazos.

Olvidé todo. Quería disfrutar de ese aroma varonil que desprendía su cuerpo. Por una vez, necesitaba sentir el calor de alguien arropar mi anatomía, su calor.

—No quiero que digas o hagas cosas que no sientas — habló luego de un largo silencio.

— ¿A qué te refieres? — respondí aun contra su pecho.

— Sabes bien a lo que me refiero.

Despegué mi cuerpo del suyo. Permanecía sentada sobre él, pero quería mirarlo directamente a los ojos.

—Crees que estoy aquí — señalé sus piernas —. Por el síndrome de Estocolmo. ¿Verdad?

Asintió y su confirmación dolió. Las palabras de Malcom taladraron mi subconsciente una vez más, inundando cada átomo de mi existencia con inseguridades, aumentando mis miedos y haciendo decrecer mi autoconfianza.

—Lo mejor es que me vaya. — Intentó apartar mi cuerpo.

— No tienes derecho a hacerme esto — espeté enfurecida.

Me puse de pie caminando hacia la cama.

— ¿A hacer qué? — Enarcó una ceja.

— ¿Todavía lo preguntas? — Llevé las manos hasta mi cabeza, exasperada —. Vienes hasta aquí, te preocupas por mí y por lo que pase con mi hermano. Me haces creer que te importo un poco aunque sea. Duermes sobre mí, me ocultas cosas y aun después de todo, ¿te atreves a decir que sufro síndrome de Estocolmo? — grité —. ¡Estoy harta!

— Te recuerdo que fuiste tú quien me alejó desde el principio. — La tranquilidad de sus palabras cayeron como un balde de agua fría. Logrando que mi ira solo fuese en aumento.

— O sea que esto es una venganza — rectifiqué.

— Solo intento que no te hagas daño. Estoy intentando salvarte de algo de lo que a lo mejor, luego te arrepentirás. — Expresó consternado. Esto le afectaba tanto como a mí.

— Dime que te da el derecho de tomártelo tan a pecho y quererme salvar. ¿Acaso puedo estar más jodida de lo que estoy ya?

— Briella... yo.

— ¡No! No puedes hacerme más daño. Si yo estaba contigo, era porque quería estar. — Las lágrimas amenazaron con salir y le di la espalda —. Vete.

— No puedes echarme ahora.

— En el fondo tú tienes razón — mi voz salió fría —. No tenemos como saber si esto es real, por lo tanto no podemos dejarlo fluir. No sé qué había entre los dos, pero lo que fuese, se ha acabado.

— ¿Cómo puedes ser tan dura con tus palabras? — Inquirió con un atisbo de decepción. Los papeles se habían invertido.

— Pregúntale a tu padre. Quizás él pueda darte una mejor respuesta.

Mi contestación elevó los niveles de su ira, haciendo que abandonara la habitación dando un portazo.

***

Malcom:

Intentaba descansar luego de la partida inesperada del hermano de Briella. Estaba enojado. Con ella, por aceptar sin protestas todo lo que Caleb demandaba. Con él, por venir a importunar una y otra vez en mis planes. Conmigo mismo, por ser tan idiota y estar para ella cada vez que me necesitaba.

Entre ambos había algo. Por mucho que le había advertido a Briella sobre lo peligrosa que esa familia podía ser, era en vano. Esa chica estaba cayendo en las garras de los Lavaux, justo como lo hizo mi hermana.

Un portazo proveniente desde la otra habitación me puso en alerta. ¿Estaría mal Briella nuevamente? Por mucho que intentara no preocuparme por ella, siempre estaba al tanto de lo que acontecía a su alrededor. Salí al pasillo, encontrándome con Caleb apoyando los puños sobre la pared.

— ¿Qué sucedió?

— Métete en tus asuntos, Zapata. — Espetó girando en mi dirección.

— Estoy metiéndome en mis asuntos — me situé frente a él. Nuestras estaturas eran similares —. La seguridad de la señorita Cadault es encomienda de su padre para mí.

Mi comentario pareció enfurecerlo. Sostuvo el cuello de mi camisa con sus puños.

—Aléjate de ella — siseó.

— Eres tu quien debe alejarse de ella. — Me zafé de él con un empujón —. Bastante basura debe cargar ya, como para soportar la tuya.

— ¿De qué hablas?

— ¿Qué? — sonreí con malicia —. ¿A poco crees que no sé que eres un drogadicto de mierda?

Mis palabras consiguieron desatar su furia, propinándome un puñetazo que me tiró al suelo. Sentí el sabor metálico de la sangre en mis labios, lo que me hizo reír frenéticamente. Me estaba metiendo en un lío grandísimo, pero poco me interesaba. Había perdido la cuenta de los tragos amargos que él y su padre me obligaron a pasar.

—Recuerda tu rango, Zapata. Puedes terminar con un disparo en la sien.

— ¿Vas a hacer lo mismo que hizo tu padre con Camille? — Lo fulminé con la mirada —. Me vas a quitar de en medio para obtener lo que quieres. Mejor, así le hago compañía a mi hermana.

— No metas en esto a Camille — escupió —. Tú no sabes cómo fueron las cosas.

— Por supuesto que no lo sé. Tú y tu padre lo taparon todo. No dejaron a nadie investigar. Cerrando el asunto con la supuesta enfermedad mental.

— Camille estaba enferma.

Esta vez fui yo quien le lanzó un puñetazo que lo empujó a la pared. Chocó contra un jarrón, tirándolo al piso. El estruendo de las piezas rotas hizo que Briella saliera de su habitación. Con el rostro desencajado, intentó ponerse entre los dos.

—Tú sabes perfectamente que mi hermana estaba sana. Como también lo estaba tu madre y él la envió lejos para poder estar con la arpía de Victoria. Porque eso hace él, cuando algo le estorba, lo aparta sin mirar.

Caleb destilaba odio cuando se abalanzó sobre mí. Los golpes sobre mi cara llovían y no tuve la oportunidad de defenderme, puesto que inmovilizó mis brazos entre sus piernas. Estaba usando las técnicas que yo mismo le había enseñado.

—Suéltalo — gritaba Briella intentando quitármelo de encima —. Por favor, déjalo ir. — No eran órdenes, sino súplicas.

En un movimiento poco estudiado de su parte, pude pegarle en el rostro, intercambiando el peso de mi cuerpo hasta quedar yo encima de él. Descargué sobre su cara, todo el repudio que había acumulado durante años. No me importaba que luego Pierre tomara medidas contra mí. No me importaba terminar muerto. Lo único que veía era el cuerpo inerte de mi hermana en aquella cantera y como todos estos hijos de puta, justificaron su muerte con un trastorno inexistente.

Candela llegó a nosotros, acompañada por su padre. Este intervino y nos separó a ambos. La pelirroja sostuvo mi puño cuando estuve a punto de volver a pegarle a Caleb.

—No arruines tu vida de esta manera — dijo con las lágrimas a punto de salir —. No vale la pena.

Me arrastró del lugar aún aferrada a mi mano. Bajamos las escaleras y salimos de la propiedad. Mi rabia no bajaba en lo absoluto y menos después de ver como Briella se tiraba en el piso a socorrer a Caleb.

Debía estar conmigo y no con él.

Llegamos hasta la habitación que ella ocupaba durante su estancia en la propiedad. Una de las siete habitaciones del servicio en la mansión. Cerró la puerta con seguro y recostó su espalda contra la superficie de madera.

—Ahórrate el sermón — levanté la mano —. No estoy de humor.

— No pensaba decir una palabra.

La sangre se me enfrió y comencé a padecer del dolor de las heridas que tenía en el rostro. Un fuerte mareo me azoto y mis extremidades tambalearon. Tuve que sentarme en la cama de la chica que me observaba con ojos atentos.

—Voy por el botiquín de primeros auxilios — dijo en un tono apenas audible.

Salió de la habitación y volvió minutos después con una pequeña caja blanca. De ella sacó apósitos y un pomo de cristal con lo que parecía ser alcohol para limpiar las heridas. Soporté el ardor del líquido sobre mi mentón y a un costado de la frente. Candela mantenía los labios apretados mientras desarrollaba la tarea con sumo cuidado. La conocía demasiado y sabía que estaba haciendo esfuerzos increíbles para no soltar todo el regaño.

—Si no hablas vas a explotar. — La miré con detenimiento y ella detuvo su menester.

—Mejor explotar a que te vayas molesto conmigo. Llevaba casi un año sin verte y no quiero pelear.

— No tenemos por qué pelear.

Alzó una ceja, divertida.

— Señor Zapata, usted y yo siempre estamos peleando — rectificó haciéndome reír. Acompañó mis carcajadas con las suyas y por primera vez en muchos días, me sentí relajado.

—Extrañé esto.

— ¿El qué? reanudó su labor con el apósito.

— ¡Auch! ¡Duele! — reprendí consiguiendo que quitara la mano —. No seas tan ruda.

— Yo no te mandé a pelearte. Ahora te aguantas.

Le quité el algodón que tenía en la mano. Mi gesto repentino la tomó por sorpresa. Señalé un lado en la cama y ella se sentó junto a mí.

—Extrañé tu altanería y tu terquedad.

Ciertamente si extrañaba discutir con ella a todas horas. En el tiempo que viví en esta propiedad, Candela fue una refrescante compañía.

— Yo también extrañé tu mal genio francés.

Me acosté y ella me siguió. Posó la cabeza en mi pecho y nuestras respiraciones se acompasaron. A pesar de que estábamos en paz, sabía que algo la atormentaba.

— ¿Qué quieres saber?

El cuerpo se le tensó. Justo como lo sospeché, algo le daba demasiada curiosidad.

— ¿La quieres? — su pregunta salió con deje de miedo que me hizo temblar a mí también.

¿La quería?

Sí.

No.

No sé.

No tenía respuesta para aquella interrogante. O no quería encontrarle la respuesta. Abría varias veces la boca para contestar. Pero, ¿qué le iba a decir?

—No respondas — cortó mis pensamientos —. Te conozco lo suficiente como para saber cuándo no tienes la menor idea de qué está pasando en tu vida. Esta, es una de esas veces.

Apoyó su mentón en mi pecho, para poder mirarme directamente a los ojos. Esos ojos que supieron calar hondo en mí alma. A lo mejor ella podría darme la respuesta que yo no tenía.

—No soy quien para decidir por ti. He visto todo lo que has hecho por ella estando aquí y ambos sabemos la respuesta, aunque tu corazón no lo admita: la amas. No tienes necesidad de decirlo, ni siquiera tienes que pensarlo. Tus acciones hablan por ti. Tus enojos cuando ella está con él. Las horas que estuviste despierto buscando una solución coherente a sus problemas, los cuales, para nada te conciernen. La forma en que la miras y el acopio de paciencia con que te armas cada vez que está en medio de una crisis de ansiedad, como la que tuvo ayer en la tarde.

El torrente de palabras golpeó duro en mi pecho, aún más que los golpes que Caleb me propinó. No podía amarla.

¡No!

Me negaba a sentir amor por ella.

—Es una chica con suerte — continuó —. Estoy segura de que harás hasta lo imposible por mantenerla a salvo.

Volvió a estrecharse contra mi cuerpo y la envolví entre mis brazos, correspondiendo al gesto. Esa chica era lo único sano que quedaba en mi vida. Necesitaba aferrarme a algo que no estuviese contaminado. Quería respirar con tranquilidad por unas horas aunque sea, antes de volver al infierno de los Lavaux.

Antes de volver a cuidar de ella.




¿Y tu que crees? ¿Malcom estara realmente enamorado de Briella? Te leo en los comentarios. ❁

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