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Capítulo Diez

Briella:

Resignada a seguir viviendo de recuerdos, acepté con silencio la orden de salir de la urbanización y dirigirnos a nuestro destino original: la cancha donde mi hermano hacía sus prácticas diarias.

Bruce siempre ha sido un niño muy activo. Desde que nació no hacía más que correr de un lado a otro por toda la casa. A pesar que desde pequeño mostró un talento nato para las artes, los deportes no se le daban nada mal. Creo que encontró en el baloncesto, una vía para mantener a papá feliz.

El lugar donde mi hermano jugaba, estaba a pocos minutos de donde vivíamos. Un polideportivo enorme nos dio la bienvenida. Dividido en áreas para la cómoda práctica de variados deportes, era sin dudas, un lugar exquisito para el sano esparcimiento. No podía contar las veces que había venido a acompañarlo en sus entrenamientos.

Oscar encontró un lugar para estacionar y Malcom le ordenó que se quedara en el coche, esperando por nosotros.

—Toma, ponte esto. — Extendió hacia mí, un gran abrigo negro —. Intentemos hacerte pasar desapercibida. Ponte la capucha también.

Obedecí sin chistar y me acerqué junto a él a la recepción del lugar.

— Hola. ¿En qué puedo ayudarlos? — Preguntó el chico detrás del mostrador.

— La cancha de baloncesto. ¿Dónde se encuentra? — Habló mi acompañante.

— Yo sé dónde está. — Intervine —. No hace falta que nos indique.

Agarré al escolta por el brazo y caminamos hacia donde se encontraba la sala techada de la cancha. El sitio, como siempre, estaba repleto de quinceañeras hormonales que venían a disfrutar de las buenas vistas que daban los chicos mientras jugaban.

Identifiqué a Bruce a penas cruzamos las puertas del atestado local. Se estaba efectuando un partido y entre los jugadores estaba él.

—Tomemos asiento. — Dijo Malcom.

Nos ubicamos en un sitio alejado de los demás, pero desde donde se podía observar perfectamente lo que ocurría.

—Mi sanguijuela es muy bueno en el baloncesto. – Expresé eufórica. Sin dudas llevaba una racha con las emociones a flor de piel.

— ¿Trajiste lo que acordamos? — Inquirió mi compañero —. Si es así, puedo ir a cumplir con lo trazado en el plan.

Segunda vez que intentaba tener una conversación decente con Malcom y segunda vez que pasaba de mí como si no existiera. Estaba dejando nuestra relación a una meramente profesional. Su indiferencia dolía. Pero juré que nadie más notaría mi sufrimiento.

Saqué dentro del bolso que traía, un pequeño sobre amarillo. Sellado. Lo extendí hacia el escolta y este lo guardo en el bolsillo interno de la gabardina que vestía.

— ¿Dónde están los vestidores de la sala? Imagino que debas saber.

— La primera puerta a la derecha, saliendo por aquel pasillo. — Indiqué con el dedo la dirección. Malcom salió disparado hacia el vestidor y yo recé para que nadie lo descubriera.

Era sencillo: dejar el sobre en el casillero número 32 del vestidor de los chicos y esperar a que mi hermano entendiese el mensaje, que no era más que una dirección para establecer un punto de encuentro. Había dejado aclarado en el papel, que debía ir solo. Además de un pequeño mensaje para que se diese cuenta de que era yo quien necesitaba verlo:

"La luna se ocultó detrás de las oscuras nubes. Los árboles quedaron adormecidos por su ausencia y aquel búho que solía admirarla cada noche, lloro por la desaparición de su amada reina."

Los minutos pasaron y el escolta se demoraba en volver. Los nervios me estaban pasando factura y en tres ocasiones tuve que contenerme para no gritar de alegría cuando mi niño ensartaba el balón en el aro. Una victoria definitiva para el equipo de Bruce, donde fue uno de los jugadores que más anotó.

Las chicas rodearon al equipo y pude ver como una se le tiraba al cuello a mi hermano. ¡Ya tenía novia ese desgraciado! Sentí que los días de mi ausencia contarían como años si alguna vez lograba volver a casa.

— Nos vamos. — Hablaron detrás de mí. Había vuelto mi verdugo.

— ¿Lo conseguiste? — Pregunté curiosa.

— Por supuesto. — Me dio la espalda y comenzó a caminar hacia la salida.

No hice más que seguirlo. Si continuaba con esa actitud, se iba a ganar otra patada en los testículos. Llegamos al coche y nuevamente hizo posesión del asiento junto a Oscar.

— ¿Estás completamente segura de que lo entenderá? —Interrogó escueto.

— No lo sé. Lo confirmaremos en la noche.

Solo estaba segura de una cosa: debía mantener a mi hermano con vida. Sin importar el costo o las consecuencias que tuviese desobedecer a Pierre. Me aterraba la idea de ser descubierta, pero más lo hacía la idea de perder a mi único apoyo real. El mero hecho de pensar en mi Bruce sin vida, me daba unas enormes ganas de llorar. El niño que juró protegerme con solo cinco años de edad, no podía quedar atrapado en este círculo de odio infinito.

Candela no estaba en la mansión cuando volvimos. Pregunté a su padre por ella y la excusó diciendo que se encontraba un poco enferma. Había tomado la tarde para descansar, pero lo dejo todo listo para nosotros.

Preparé un baño de burbujas y encendí una vela de incienso con olor a manzanas; todo bajo las recomendaciones que la pelirroja se había tomado la molestia de escribir en un papel. Dejé que la espuma recorriese mi cuerpo e hice todo lo posible por intentar relajarme y disfrutar del delicioso aroma que desprendía la vela.

Desgraciadamente mi momento de desconexión se fue al caño. Alguien comenzó a tocar la puerta de mi habitación. Al principio lo ignoré. Candela no estaba, Oscar no iba a molestar a las personas para las que estaba trabajando y por descarte, solo quedaba el idiota de Malcom. No quería hablar con él. Pero la insistencia fue tanta, que me envolví en un albornoz entre quejas y malas palabras hechas susurros.

— ¿Qué quieres? — Dije con mala leche abriendo la puerta de un tirón.

— Vaya, menudo recibimiento. — La sonrisa ladeada y esa voz tan peculiar, hicieron que mi corazón dejara de palpitar por varios segundos.

Allí, parado frente a la puerta de mi habitación, con uno de sus brazos apoyado en la pared, estaba Caleb Lavaux. Cazadora de cuero negra y vaqueros del mismo color, eran su atuendo. Sus ojos, no dejaron de mirarme en ningún momento. Analizaba mi reacción; yo que creía que me iba a morir, justo ahí, de pie frente a él.

— Por un momento pensé que me había equivocado de habitación y estaba llamando a la de Zapata. —Rascó su barbilla —. ¿No me invitas a pasar?

— Yo... yo... no creo que eso sea correcto, Señor. — Ajusté aún más las tiras que mantenían cerrada la bata que vestía, puesto que debajo estaba absolutamente desnuda.

Caleb acortó unos pasos de la distancia que nos separaba.

— ¿Desde cuándo soy "Señor" para ti? — Preguntó con la seriedad plantada en el rostro.

— Desde que decidimos tratarnos como lo que realmente somos. — Hablé en baja voz. Estaba demasiado nerviosa, tanto, que ni siquiera podía mirarlo directamente a los ojos.

— ¿Decidimos? — Se rió —. Querrás decir que decidiste tú. En ningún momento me diste la oportunidad de escoger lo que quería hacer.

Tragué saliva. Estaba temblando por su presencia.

¿Qué demonios me pasaba? ¿Por qué era tan débil cuando se trataba de él?

— ¿Qué... qué haces aquí Caleb?

— Volví a ser Caleb. Me alegro. — Se acercó más a mí, podía sentir su aliento mentolado —. Y sobre qué estoy haciendo aquí, la respuesta la conoces.

— No. No conozco tal respuesta. — Expresé intentando recuperar un poco, el control que había perdido.

— ¿Ah no?

— No.

— Déjame te cuento que estoy haciendo aquí.

Eliminó toda la separación que quedaba entre los dos y atrapó mi labio inferior con sus dientes. Me tomó por la cintura con ambos brazos, para evitar mi huida y se encargó de derretirme con un certero beso que me dejó sin ganas de querer ir a ningún sitio.

Su beso me supo a necesidad. Podía mentirme a mí misma todo lo que quisiera, pero este hombre realmente ansiaba besarme. Se empeñó en hacer durar el momento y yo disfruté su tacto por encima de la tela que me cubría. Entrelacé mis brazos sobre sus hombros, acercándolo más a mí.

Yo tampoco deseaba que acabara lo que estaba pasando.

—Pensé que iba a morir si no te veía, fierecilla. — Susurró contra mis labios —. Pero vamos a fingir que vine porque mi padre mandó a supervisar su trabajo.

La magia del momento se extinguió al escuchar esa última oración.

¿Supervisar? ¿Acaso no confiaba lo suficiente en Malcom?

Todo parecía indicar que no, cuando tuvo que enviar a su hijo para dar el visto bueno a la situación. El plan estaba destruido. Lo que durante una noche entera estuvimos planeando, iba a ser desmantelado.

Lo alejé de mí con brusquedad y el movimiento lo dejó confundido.

— Tus cambios de humor repentinos, me desconciertan.

—Tienes que irte de aquí. — Le di la espalda para no verlo.

— No quiero.

— Pero yo sí y esta es mi habitación.

— Me da igual de quien sea la habitación. No pienso moverme.

— No tuviste que haber venido. — Espeté tajante.

No hubo respuesta por su parte y volví a mirarlo. Se había sentado en el borde de mi cama. Su cabeza permanecía gacha y la vista se mantenía perdida.

— ¿En serio tu padre te envió a supervisar?

— ¿Eso es lo único que te importa? Actúas como si hubiese descubierto algo mal hecho. Mírate —Me señaló —. Estás temblando.

Estaba tensa. Sentía los latidos desbocados de mi corazón disiparse en los temblores que emanaban de cada fibra muscular de mi cuerpo.

Si Pierre lo había enviado a supervisar, quería decir que estaba buscando pruebas contundentes de que mi hermano estaría muerto a mi regreso.

Estaba acabada.

—Pierre me envió para asegurarme de que tu perfecta rendición, no fuese más que otro de tus intentos para escapar.

— Creo que Malcom está aquí para eso.

— Oh, por favor. — Exclamó divertido —. Zapata está loco por ti. ¿Eres tan ingenua como para no darte cuenta? Haría lo que le pidieras sin pensarlo dos veces.

— Eso es mentira.

Caleb se levantó de la cama y dio algunos pasos alrededor de la habitación.

— Si es mentira o no, no es problema mío. Mi padre me envió a supervisar el trabajo del escolta que asignaron para ti. Punto final. — Habló resuelto.

— Entonces, te pido por favor, que abandones mi recámara inmediatamente. — Finiquité altanera —. Ve a cumplir con el trabajo que tu padre te envió a hacer y déjame a mí en paz.

— Hace poco menos de diez minutos, podría jurar que morías porque te arrancara esa bata que llevas puesta. — Inspeccionó mi cuerpo con sus centelleantes ojos —. Estoy seguro de que estás desnuda ahí debajo. Pero, ahora me pides que deje tu habitación. ¿Sufres de bipolaridad?

Rodé los ojos hastiada de la situación.

— Sí, soy bipolar, asesina y demente cuando hace falta. Así que por la seguridad de tu bonita anatomía, te ruego que te largues.

Sus largos brazos agarraron las tiras del albornoz y me llevó hacía él.

— Suéltame. — Exigí molesta.

— Me voy, pero no te acostumbres a salirte con la tuya.

Imbécil.

Zafó el agarre, aumentando la distancia entre los dos. Abandonó la habitación cerrando la puerta detrás de él.

La ira hizo mella, nublando mis pensamientos. Era tanto el enojo que corría por mis venas, que comencé a tirar todo objeto que tenía por delante. Cada detalle decorativo que yacía sobre alguna superficie, terminó hecho añicos en el suelo. Grité de frustración, descargando toda la impotencia que me consumía.

Bruce no podía morir. No por mi culpa. No por culpa de los dudosos pasos del que se hacía llamar nuestro padre. Era una criatura de solo diecisiete años de edad. ¡Toda una vida por delante! No me importaba en lo absoluto, morir para que él viviera. Pero no era el trueque justo, Pierre no aceptaría nunca mi vida por la de mi familia.

Alguien irrumpió sin llamar en mi habitación. El torrente de lágrimas que salía de mis ojos, no me dejaban ver con claridad. Sentí unos fuertes brazos rodearme el cuerpo por detrás y el perfume de Malcom me hizo reconocerlo.

— Shhh...tranquila. — Intentó calmarme pasando su mano por mi cabello, aún húmedo por el baño.

¿Tranquilidad? No conocía el significado de esa palabra.

— Todo está arruinado. — Sollocé, pero mis palabras apenas se entendían.

— Esa actitud sí nos delatará. Por favor, cálmate. – Quiso sonar sereno, pero estaba evidentemente nervioso.

En sus brazos caí en la cuenta de todas las heridas que me había causado al destrozar la recamara. La sangre aparecía en pequeños puntos alrededor de mis muslos y en las palmas de las manos. La bata blanca estaba manchada de del carmín de mis rasguños y mi pelo lucia completamente enmarañado.

— Mi Bruce. ¿Cómo lo salvo?

— Todo saldrá bien. Lo resolveremos. Siempre lo hacemos. — Me ayudo a ponerme de pie —. Ahora por favor ve a limpiar esas heridas, yo recogeré este desastre.

— Lo siento tanto. — Solloce con fuerza.

— Estas bajo demasiada presión. Yo en tu lugar no sé qué hubiese hecho. Anda, ve a asearte.

Camine hasta el cuarto de baño. Único sobreviviente de mi furia hace unos minutos. Limpie la sangre y puse benditas en todos los rasguños más visibles. ¿Cómo le explicaría a Caleb que perdí los estribos y destroce una de las habitaciones de la propiedad de su padre?

Cuando salí, Malcom ya no estaba. Cambie la bata por unos vaqueros y una playera de algodón. Estando un poco más calmada, baje hasta la primera planta. Debía encontrarlo para planificar un plan B, que estúpidamente no habíamos pensado en eso.

Sentado en la cocina, bebía de un vaso que parecía contener whisky.

—Yo también quiero. — Dije tomando puesto a su lado.

No hablo. Estiro la mano hasta la botella que yacía a su lado y me sirvió del contenido en un vaso igual al suyo. De un trago bebí todo. El caliente liquido me quemo la garganta a su paso.

—Caleb no está. No sé a dónde demonios se fue. Pero esto nos da la cobertura para preparar un siguiente paso.

Continuaba molesto. Era evidente en su voz.

— Tengo miedo.

— ¿De qué?

— De no poder salvar a mí hermano.

— Tu hermano estará a salvo. Lo prometo por el honor de mi palabra.

La noche cayo completamente sobre el cielo californiano y la hora del encuentro pactado en aquel papel que dejamos en su casillero, se estaba acercando.

Luego de varias horas analizando cuidadosamente nuestros movimientos, llegamos a la conclusión de que, con Caleb en la propiedad, encontrarnos personalmente con Bruce, sería imposible. Malcom sugirió involucrar a Candela en nuestro plan. Enviarla a ella sería un movimiento certero, puesto que su horario de servicio en la mansión era hasta las nueve de la noche y el encuentro era a las once y media en un parque a pocas cuadras de la urbanización donde vivía mi familia.

La chica acepto dudosa, asegurando que, de ser descubierta por su padre en estas tretas, perdería su trabajo y este la obligaría a dar reporte con el alto mando, o sea Pierre.

Las instrucciones fueron precisas: no más de veinte minutos podía durar el encuentro, en el caso de que mi hermano apareciera por allí, claro está. Explicarle mi situación, algo que yo quería hacer personalmente y asegurar que no le daría la espalda en ningún momento, que nos veríamos pronto. Su vida estaba a salvo conmigo.

Le di a Candela una pequeña cadena, que siempre llevaba puesta y representaba a mi familia. Con eso, Bruce estaría seguro de que esa chica iba de mi parte.

Partió a la hora prevista y el escolta se quedó a mi lado cuando la vimos perderse detrás de la gran verja que separaba a la propiedad de la calle.

—Todo saldrá bien. – Volvió a asegurar.

— Sí. Todo saldrá bien. — Intenté convencerme con el corazón apretado en el pecho.




❁ ¿Que creen de la historia hasta ahora? Dejenme saberlo en los comentarios.

Nos leemos!❁

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