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Capitulo dieciocho


Caleb:

La figura indestructible de mi padre se veía ahora completamente fragmentada en presencia nuestra. Melodie se mantenía quieta a mi lado, sujetando el puño de mi camisa blanca. Papá nos observaba con detenimiento, absorto en algún rincón de su mente. Pese a que habíamos acabado de preguntarle el motivo de su visita, estaba mustio, completamente callado.

Hacía meses que él no pisaba la habitación de mi hermana. Era yo quien venía a visitarla cada día. Me generaba lástima, que mi pequeña cobriza no pudiese disfrutar del exterior, tal como lo hacíamos todos. Pierre, sin embargo, pasaba largos períodos de tiempo sin venir a verla, ni siquiera preguntaba por ella y a mí se me hacía difícil entender el porqué de esa conducta.

Carraspeé buscando llamar su atención.

—Papá, te hicimos una pregunta.

—Eh... sí —observó en todas direcciones —, yo... yo sentí el piano desde el primer piso y... y quise venir a verlos tocar.

Mentiroso.

Posó sus ojos en Melodie y estos se cristalizaron. Se acercó a ella y yo me quise interponer, pero la menor no me dejó. Caminó hacia mi padre, acortando la distancia que aun los separaba y se fundieron en un cálido abrazo que duró varios minutos. Con sus grandes manos cepilló el cabello suelto de mi hermana y cuando se separaron, esta estaba llorando.

—Te extrañé, papá —habló en un susurro.

La mirada de mi padre se alternó de los ojos de Melodie hacia los míos y luego devolvió la operación volviéndola a mirar. Había algo nuevo en sus gestos, en su forma de actuar.

¿Arrepentimiento acaso?

Que va. Pierre Lavaux no se arrepentía. Ese sentimiento no existía para él.

Tal como supuse, su rostro recuperó la rigidez de siempre. Se irguió recobrando lo impasible de su postura. Nuevos témpanos de hielo adornaron sus ojos y cortó cualquier rastro de dulzura hacia mi hermana.

—Me tengo que ir.

Melodie hizo el intento por detenerlo, pero mi padre fue más rápido y abandonó la habitación dando un portazo. El gesto rompió a mi pequeña, quien terminó sentada en el suelo, con largos sollozos ahogando su respiración.

— ¿Por qué hace eso? —La voz le salió rota —. Si no me quiere, ¿por qué viene a verme? ¿No le basta con mantenerme encerrada en este ático?

Escucharla de esa forma reafirmaba mi idea de querer escapar de este martirio que durante años habíamos tenido que soportar. Pronto me iría lejos y la llevaría conmigo.

Y con Briella.

La estreché contra mi cuerpo, intentando calmar su llanto. Pero cada vez que Pierre hacía este tipo de cosas, ella quedaba devastada durante días. Era imposible calmar su sufrimiento o levantar su ánimo. Odiaba verla así, tan afectada.

—Shh... calma preciosa —hablé contra su pelo —. Papá si te quiere, más de lo que imaginas.

¿Por qué le mientes?

Para protegerla.

***

Briella:

El lunes llegó, y con él, la finalización de mi tiempo en reposo. El médico personal de la familia, confirmó que estaba apta para volver a la actividad y Pierre no dudó ni un segundo en devolverme de vuelta a la casa de huéspedes con el cordón de seguridad. Ya era parte del clan, pero seguía siendo una prisionera.

Me encontraba sentada frente a su escritorio, en el despacho del sótano. El mismo donde me comunicaron los planes con mi familia y donde me ordenaron sacrificar a mi hermano para salvar a mis padres. Estar aquí era sinónimo de malas noticias.

Mi verdugo fumaba un habano con total tranquilidad. Me observaba a cada rato, durante cortos períodos, los cuales me ponían la piel de gallina. Había cambiado el cigarro por el tabaco, estaba progresando para mal. ¿Qué era lo siguiente? ¿Marihuana?

¿Y a ti que carajos te importa?

Agradecí a mi subconsciente por querer arrebatarme la poca humanidad que me quedaba.

Esperábamos pacientemente la llegada de Malcom y Víctor, quienes, según Pierre, eran piezas claves en mi nueva misión. Los nombrados aparecieron minutos más tarde, trayendo unos planos de lo que supuse, era un casino.

—Señor, aquí tiene todo el informe que solicitó. Ya me encargué de toda la logística y la señorita no tendrá problema alguno para ingresar sola al terreno del Señor Ludovick.

— ¿Sola? —pregunté azorada.

Pierre adopto una posición más erguida en el asiento detrás del escritorio. Ignoró por completo mi pregunta. Busqué los ojos de Malcom, suplicando por una respuesta, pero me evitó.

No sabía que había pasado, pero tanto él, como Caleb, habían mantenido la distancia durante el final de la semana pasada. Algo a lo que no quise prestarle atención, puesto que estaba completamente concentrada en recuperarme.

Aunque se escuchara horrible, era la verdad. Ellos eran parte del ejército de Pierre, y no iban a mostrarle deslealtad a él, por alguien como yo.

Estaba sola.

—Briella —chasquearon los dedos frente a mis ojos, sacándome de mi estupefacción —, ¿estás aquí?

Era Víctor quien intentaba espabilarme.

—Sí, perdón —recompuse mi postura.

Dentro de la estancia también se encontraba Caleb. No sabía en qué momento había llegado, pero podía sentir su mirada sobre mí.

—Terminemos con esto de una vez —Pierre sonó exasperado —. Escucha bien todo lo que vamos a explicarte ahora.

Asentí como respuesta y acepté la invitación de seguirlo hasta donde estaban dispuestas las mesas de billar en el sótano. Encima de estas, se encontraban los planos que traían cuando llegaron, todos desplegados sobre el acolchado verde de la mesa. Allí pude observar con mayor claridad toda la extensión de la propiedad que supuestamente visitaría.

—Estos son los planos del casino más grande de Ludovick, un amigo —empezó a hablar.

—El mismo de la fiesta en la galería —hablé en voz alta sin darme cuenta de que interrumpía sus palabras con mis pensamientos.

Mierda.

Curiosamente no demostró ni un atisbo de molestia. Se limitó a sonreír, confirmando mis palabras.

—En efecto, astuta niña. Tengo las sospechas de que fue él quien los atacó cuando volvían de la pista privada.

—Pensé que había dicho que era su amigo —comenté expectante.

Él rodeó la mesa, situándose junto a mí. Posó su mano en mi hombro, creando una cercanía que me incomodaba. Pero aun así no me separé.

—Briella, en nuestro mundo —hizo un gesto con la mano señalando lo que me rodeaba —, todos somos amigos hasta que tenemos algo que el otro quiere. Ludovick quiere los viñedos que tengo en la región de Médoc.

Abrí los ojos estupefacta.

—Usted —lo miré —, es el productor del Château Lafite Rothschild.

Rió, mostrándome sus perfectos dientes blancos. Era la primera vez que lo veía tan despreocupado.

—Supongo, por tu respuesta, que conoces que vino es.

—Por supuesto, es uno de los referentes mundiales de los vinos de Burdeos. Estuve en la subasta de la casa Christie's donde una botella alcanzó el record de pago por muestra: más de 166.000 euros.

— ¡Pero que adquisición más inteligente la mía! —aplaudió emocionado.

Bajé la cabeza apesadumbrada. Para él era un logro, para mí, un castigo.

—Papá continuemos con las indicaciones —intervino Caleb por primera vez.

Pierre miró a su hijo, fulminándolo con la mirada.

—No dejas disfrutar a tu padre de un momento sin estrés. —Se giró hacia mí —. Dime, Briella, ¿Con quién asististe a la subasta en la casa Christie's?

—Mi papá —solté de golpe —, él es un amante del buen vino.

Su gesto se transformó en una mueca de desprecio. Volvió a su puesto original detrás de la mesa y me señaló para que me sentara. Obedecí sin protestar. Caleb se sentó junto a mí.

—Como decía —caló de su tabaco —, él quiere esos terrenos y yo se los negué, no pienso regalar mi mejor producto por unos cuantos miles de euros.

Me removí nerviosa en mi asiento y Caleb lo notó. Por debajo de la mesa, situó su mano encima de mi rodilla y efectuó una leve presión.

—Entiendo su negativa, pero, ¿Qué tengo que ver yo en todo esto?

—Sí, ¿qué tiene que ver ella en esto? —Secundó su hijo.

Pierre se repanchingó en silla giratoria y como si la situación lo divirtiese, añadió:

—Sandro quiere comprar a Briella.

— ¿Qué? —gritamos al unísono, Caleb, Malcom y yo.

Al instante los dos hombres recuperaron sus posturas. El jefe y padre de Caleb, los miró a ambos con detenimiento.

Si seguían comportándose así, terminaría alguien muerto.

—Víctor, sírveme una copa. —Habló hacia el otro escolta que hasta el momento se mantenía sereno.

Este obedeció sin chistar, descorchando una botella transparente que imaginaba, contenía whisky. Bebió de un sorbo todo el contenido del vaso que el escolta le ofreció y señaló para que le sirviera nuevamente.

Caleb, quien continuaba a mi lado, se puso de pie y camino por el lugar, con evidente desesperación.

—No pensarás entregarle a Briella a ese canalla, ¿Verdad?

Por favor, no.

—No, pero ella es la indicada para descubrir si fueron ellos los que hicieron el atentado hacia ustedes —refutó con tranquilidad el mayor.

— ¿Tu desde cuando sabías que Sandro quiere a Briella?

—Desde la noche de la galería, donde la presenté a todos como tu novia, Ludovick me llama cada mañana para elevar la cifra de los terrenos y de la vida de Briella —me miró —. Quieren pagar mucho dinero por ti, niña.

— ¿Y qué piensas hacer? ¿La vas a mandar a la cueva de esas hienas hambrientas?

—En efecto.

Mi mandíbula calló al suelo. No le bastaba con arruinar a mi familia, también quería mandarme al infierno de esos otros mafiosos que no había dudado en atacarnos cuando se les negaron unas cuantas hectáreas de tierra.

—Voy con ella —sentenció Caleb.

Pierre se paró de su asiento, enojado. Caminó hasta su hijo para enfrentarlo y cuando pensé que las cosas no podían ponerse peor, Victoria apareció en el sótano. Con la cara roja por el esfuerzo, hiperventilando.

— ¡Pierre! ¡Caleb! —gritó repetidas veces.

— ¿Qué pasó mujer? —su marido corrió hacia ella para sostenerla de los hombros.

Todos los hombres dentro del cuadrilátero que era aquel sótano, se pusieron en alerta, sacando sus armas.

¿Estaban atacando la mansión?

—Es Melodie —habló al fin, agitada a tal punto, que creí que se desmayaría —. La niña Melodie cortó sus venas.

A partir de ahí todo sucedió tan rápido que ni siquiera tuve tiempo de reaccionar. Pierre salió corriendo del lugar, seguido por Caleb y Víctor. Victoria cayó al suelo, llorando con sus manos en la cara. Quise acercarme a ella, pero la mano de Malcom en mi hombro, me detuvo.

—Es mejor si no te acercas —susurró en mi oído.

No obedecí. Caminé hasta la hermosa mujer que yacía en el suelo y me agaché junto a ella. Si algo había aprendido con los años era que a veces, no necesitábamos un discurso consolador, con un simple abrazo o una mano en tu hombro, bastaba para recargar las energías y dar el siguiente paso.

Rodeé a la pelirroja con mis brazos, en un abrazo. Era tan delgada como yo, por lo que fue fácil maniobrar el gesto. La mujer me observó con asombro, pero no se alejó de mí. Lloró en silencio durante varios minutos y yo no emití sonido alguno. Malcom nos observó también en silencio, asombrado por mi decisión de ayudar a la pobre mujer.

—Briella —habló al fin —, necesito explicarte cómo funcionará el plan. Faltan menos de seis horas para que partas y necesitas estar lista.

Victoria zafó mi agarre y se puso de pie a toda velocidad.

—Lo siento, yo... yo... mejor me voy —salió disparada por la escalera que conectaba la casa a este despacho.

Me incorporé del suelo, limpiando mi jean con ambas manos.

—La empatía es un término que deberías buscar en el diccionario —espeté.

—Hay trabajo que hacer.

Su actitud de robot me ponía furiosa.

— ¿Dónde estabas? ¿No viste lo que acaba de pasar? —grité —. No sé quién demonios es Melodie, pero sea quien sea, estaba tan jodida como para cortarse las venas y tú te quedas así tan tranquilo.

Malcom acortó un poco la distancia que había entre ambos, buscando no elevar la voz en sus siguientes palabras:

—Melodie es la segunda hija de Pierre, y hermana de Caleb. Nadie sabe de ella, porque desde su nacimiento fue diagnosticada con Hipotiroidismo congénito y su padre la escondió del mundo, supuestamente para cuidarla. La chica aparte de su enfermedad, sufrió mucho cuando su madre se fue del país, sumando que su padre actúa la mayor parte del tiempo como si ella no existiera. Y si me quedo "tan tranquilo" como dices, es porque esta no es la primera vez que la chica se hace daño a sí misma.

El exceso de información me causó un mareo que me tiró al suelo.

¿Cuantos secretos albergaba esta familia? Cada día que pasaba descubría algo que me desconcertaba aún más, aumentando mis ganas de acabar con todo y salir corriendo de aquí.

—Volvamos al trabajo —finiquitó —, tengo muchas cosas que explicarte.

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