Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capitulo diecinueve

Briella:

El reloj marcaba las once de la noche cuando la enorme verja oscura se abrió para nosotros. El Rolls Royce en el que iba se adentró en la gran propiedad que gritaba derroche de dinero por todos lados.

Un césped bien cuidado, llenaba los alrededores del camino empedrado que conducía a la entrada principal de la casa. Justo como en la mansión de California, esta estaba rodeada por un enorme muro, que daba la sensación de apartar la propiedad del resto del mundo.

Como si quisieran que nadie supiera lo que hacían aquí.

La casa, era enorme. Del estilo clásico francés, con grandes ventanales de madera en color blanco. Podría jurar que esta casa era más grande que la de Pierre, pero no se veía tan imponente ni tan agresiva como la de mi secuestrador.

Pequeños focos de luz, alumbraban todo el perímetro de la propiedad y eran muchos los empleados que corrían de un lado para otro, algunos con bandejas, otros, con carritos de metal cubiertos por blancos manteles.

Una fila de autos de lujo bordeaba el jardín delantero de la casa. No los conté, pero aseguraba que eran más de veinte. Varios hombres vestidos de trajes caros y oscuros, descendían de los vehículos. Algunos venían solos, otros dejaban sus autos al cuidado de sus choferes.

Me inquietó el hecho de no ver a ninguna mujer en todo el entorno.

—Prueba de audio número tres —habló Caleb a través del intercomunicador que traía implantado en uno de los enormes pendientes negros que portaba —, ¿me escuchan?

—Claro y fuerte —Malcom respondió —. Franco en posición, listo para disparar en cuanto la orden sea conferida.

— ¿Briella? —insistió mi ángel.

—Aquí estoy, los escucho a ambos con claridad.

Todo había quedado perfectamente explicado cinco horas antes.

Víctor me llevaría hasta la propiedad, sería mi chofer y escolta, aunque no podría entrar dentro de la instalación conmigo. Caleb se encargaría de guiarme hasta el despacho de Ludovick a través del intercomunicador.

Malcom, por su parte, estaría en la cima del muro que rodeaba a la propiedad, en el lateral derecho, justo desde donde se veía el despacho del hombre al que tendría que robar esta noche. Allí velaría que las cosas no se salieran de control. En caso de que así fuese, estaría en la autoridad de disparar y matar a todo el que se me acercara. Fue algo en lo que Pierre hizo demasiada presión: "Asegúrense de que nadie le toque un pelo a Briella, sino pagarán las consecuencias ustedes mismos."

Debía buscar las pruebas que confirmaran que el ataque en la autopista había sido producto de las órdenes de Ludovick. Para ello, tenía dos opciones: jaquear su ordenador o darle el "suero de la verdad" a su queridísimo hijo para que soltara la lengua y me contara si habían sido ellos o no.

Fácil, ¿no?

Facilísimo.

En mis manos quedaba el poder de decidir cuál de ambas opciones era mejor. En cualquiera de los casos, debía volver con respuestas sólidas, así que, si no funcionaba de una forma, tendría que intentarlo con la otra.

La manera de llegar al despacho del mafioso anfitrión, ya era problema mío. Pierre dejó a mi total imaginación ese detalle: "Tómalo como otra pequeña prueba:" Esas fueron sus palabras exactas.

Estaba nerviosa desde la tarde.

No.

Estaba nerviosa desde que el medico aseguró que ya estaba completamente sana. Lo que sucedió por la tarde solo acrecentó mi ansiedad, elevando mi estado de nervios a un nuevo nivel. Iba a terminar perdiendo la cabeza si esto no acababa pronto.

También estaba lo sucedido con la hermana de Caleb. Si bien eso no me afectaba directamente, vi lo devastado que él estaba justo antes de irme. Su ropa aún estaba llena de la sangre de Melodie, sus manos temblaban y tenía los ojos perdidos.

Quise acercarme y abrazarlo, pero hacerlo bajo la mirada de Pierre, su mujer y otros trabajadores del mayor Lavaux, sería como ponerme un arma en la sien nuevamente. No era para nada prudente, así que me contuve.

Ahora, estaba frente a las puertas de la lujosa mansión-casino. Sin poder decirle una palabra cargada de aliento, puesto que Malcom estaba dentro de la línea del intercomunicador, arruinando cualquier intento de privacidad.

— ¿Recuerdas lo que tienes que hacer? —sentí su voz, también apagada.

—Sí —contesté en un susurro —. Mirada al frente, postura derecha. Socializar con quien sea absolutamente necesario. No acercarme a nadie que no sea Sandro o Ludovick y no hablar demasiado.

—Perfecto —respondió —, a partir de aquí no hablarás hacia el intercomunicador a no ser que necesites que Malcom interfiera.

— ¿Palabra de seguridad? —interrogó Zapata luego de que Caleb terminara sus instrucciones.

—Médoc —recité.

—Todo listo, entonces. —hablaron los dos al unísono y yo sonreí.

Eran jodidamente parecidos.

Descendí del ostentoso vehículo cuando Víctor me abrió la puerta. Tendió su mano hacia mí para ayudarme a bajar. Agradecí el gesto internamente puesto que llevaba unos enormes zapatos y un vestido que rozaba el suelo.

Caminé en dirección a la entrada principal bajo la atenta mirada de varios hombres que rondaban los cincuenta años. Si esto me hubiese sucedido en otras circunstancias, no tengo duda de que me habría sentido poderosa. Pero no era más que un títere maniobrado por un hijo de puta.

Justo antes de cruzar la entrada, un moreno, alto, trajeado de negro, detuvo mi paso.

—Señorita, buenas noches.

—Buenas noches —respondí.

—Necesito saber su nombre, para verificar que esté dentro de la lista de invitados.

Asentí comprensiva. Era más que obvio que a este tipo de eventos no dejaban asistir a desconocidos de la familia.

—Briella... Briella Lavaux.

Su cara se transformó de inmediato en una de asombro. Sacó un pequeño dispositivo del bolsillo de su pantalón y habló a través de él.

—La Señorita Lavaux ha llegado. ¿Qué debo hacer?

—Condúcela al tercer piso —se escuchó una fuerte desde el dispositivo.

El chico me hizo una señal con la mano para que lo siguiera y nos adentramos en la gran mansión.

Debía admitir que estaba extasiada de ver tanto lujo por doquier. Nuestra familia en California era adinerada, pero nada se comparaba con esto.

El vestíbulo principal estaba adornado por una enorme escalera de mármol color café. Una gran alfombra roja guiaba el camino hasta una puerta doble detrás de la que se escuchaba la música instrumental, habitual en este tipo de celebraciones.

La gente del servicio se movía de un sitio a otro con bandejas en las manos. Portando bebidas y aperitivos para los invitados.

—Aquí Caleb —escuché a través del intercomunicador —, no digas nada. Solo escucha.

Esperé ante su silencio.

—Si te llevan al tercer piso, debe ser para que te reúnas únicamente con Sandro. Si estoy en lo cierto, él te va a ofrecer algo de beber. No le hagas desaire, pero pide que le pongan dos cubos de hielo a tu bebida. Si el hielo no flota, el contenido del vaso esta corrupto. Tiene droga, así que no lo vayas a beber.

—Asegúrate de posicionarte junto al ventanal, en donde yo pueda verte. —Agregó Malcom.

Subimos por las escaleras hasta el segundo piso. El chico me guió a través de un amplio pasillo del que colgaban tres grandes candelabros, dispuestos armónicamente uno detrás del otro. El suelo de cuadros, simulaba un tablero de ajedrez, y yo me sentía como un peón al que iban a sacrificar en poco tiempo.

Al final del pasillo se encontraba otra escalera, más pequeña que la del vestíbulo. Subimos nuevamente hasta toparnos con una puerta de madera oscura, tosca y grande. El chico tocó con suavidad y una voz que pude reconocer como la de Sandro, autorizó el paso a la habitación.

Supuse que sería su habitación, pero me llevé una gran sorpresa al encontrarme con una biblioteca. Tres de las cuatro paredes, estaban compuestas por estantes que tocaban el techo, repletos de libros. Dos sofás, uno dispuesto frente al otro, ambos de cuero oscuro, hacían juego con la madera negra de los libreros. Lámparas de pie, iluminaban tenuemente el lugar.

En el ambiente se percibía la mezcla de un perfume, con el humo del cigarrillo.

Busqué mi objetivo con la vista y lo encontré sentado en un sillón de cuero, más oscuro que los sofás. En una mano llevaba el cigarro, mientras que con la otra tamborileaba el brazo del sillón.

Vestía de traje, pero no llevaba corbata y su camisa tenía tres botones desabrochados. El pelo le caía rebelde sobre los ojos y la luz de la luna que se colaba por el gran ventanal, le daba de lleno en todo el cuerpo. Dándole un aura macabra, pero sexy.

¿Dijiste Sexy?

Sí, era un puto Adonis. Arrogante, imponente y sexy.

Reacciona estúpida, que ese Adonis quiere pagar para que seas su esclava.

—Si me sigues mirando así tendré que prestarte un pañuelo, para que te limpies la baba.

Perfecto.

Justo lo que necesitaba: Malcom y Caleb debieron escuchar que miraba como idiota al hombre que debía drogar.

— ¿Quién dice que te observaba? Ni siquiera me estabas mirando —rebatí en un intento por recuperar el control.

El chico que me acompañaba se fue, cerrando la puerta a su paso. Estábamos completamente solos en esa habitación. A excepción de los dos hombres que escuchaban por el dispositivo en mi pendiente.

Sandro se puso de pie para acercarse a mí. Ahora que tenía la oportunidad de detallarlo sin tapujos, noté que era mucho más alto que yo. Algo intimidante.

—Debo admitir que te ves hermosa esta noche. —Se situó a escasos centímetros de mí, logrando que mi respiración se acelerara.

—Gracias —respondí haciéndome a un lado para evadir su cercanía.

Caminé hasta uno de los grandes libreros. Quería observar a detalle todos los ejemplares que portaba la habitación.

»Se supone que estoy aquí para hablar con tu padre sobre los terrenos de Médoc. Hay una serie de cosas que Pierre necesita que puntualice con él sobre ese negocio.

—Puedes hablar conmigo. Mi padre está ocupado ahora mismo.

Me giré en su dirección y sus ojos se clavaron en mí. Había desarrollado una habilidad para mantener la mirada fija cuando alguien me observaba. Sabía el efecto que causaba una mujer segura de sí misma.

—Vengo a hablar con el jefe, no con el suplente —sonreí.

Sandro soltó una amplia carcajada. Al parecer era inmune a mis encantos. Tendría que hacerlo todo por las malas.

Volvió a acercarse y esta vez no respetó mi espacio personal. Me acorraló contra la fría madera del librero. Una de sus manos se situó a la altura de mi cara, apoyando su peso contra la dura superficie y la otra la utilizó para sujetar mi cintura y ejercer presión sobre ella. No tenía forma de escapar.

—Dime, Briella ¿crees que no sé sobre tu sucio secretito?

No pude hablar. Me paralicé. La cercanía de Sandro, sumado al terror que me daba saber que podía morir a manos de alguno de estos psicópatas, me dejó helada.

Acercó su rostro al mío, quedando escasos centímetros de separación entre ambos. Podía sentir su aliento golpeándome la cara. Fresas y cigarro.

—No sé a qué te refieres —articulé en un susurro nervioso.

—Hermosa ninfa, ¿por qué mientes? —La voz le salió ronca.

Liberó el agarre de mi cintura para acariciar mi mejilla con el dorso de sus dedos. Su tacto era sedoso, pero fuerte. Una mezcla completamente desconcertante.

Miré detrás de él, notando que involuntariamente me había movido de la posición en la que Malcom podría ayudarme. Ellos estaban escuchando todo por el dispositivo, a la espera de una orden para disparar. Lo había arruinado.

Sandro sostuvo mi mentón y unió nuestros labios.

Nuevamente, si me hubiese visto en otras circunstancias, respondería a ese beso sin pensarlo, porque... ¡Demonios! Se sentía muy bien.

Pero mi mente y mi corazón estaban en donde otra persona, con aquel que me escuchaba por el intercomunicador.

Estaba secuestrada, con una bala que llevaba mi nombre y que podía acabar con mi vida en cualquier momento. No podía haber ni un centímetro en el margen de error en mis acciones.

Recordé la jeringa con el suero que llevaba en el liguero de mis medias. Pierre había recomendado ponerla ahí para pasar desapercibida si me revisaban el pequeño bolso de mano que llevaba o, por si ocurría algún contratiempo.

Después de todo no estaba tan perdida.

Correspondí al beso, buscando la vía para entretener a Sandro. Y funcionó. Su deleite con mis labios fue tal, que soltó un gruñido sobre mi boca antes de intensificar nuestro contacto.

Llevé mi mano hasta la parte interior de mi muslo izquierdo, justo donde se escondía la jeringa. La saqué con cuidado y en un movimiento ágil, la enterré en el muslo del alto francés. Vacié el contenido con rapidez y lo empujé lejos de mí.

— ¡Hija de puta! —gritó con la jeringa aun enterrada en su muslo.

Había caído al suelo y cuando intentó ponerse de pie, pude notar como sus extremidades comenzaban a dormirse. No podía moverse. El suero hizo efecto inmediato.

— ¿Qué me has hecho? —vociferó molesto.

Me agaché para quedar cerca de su rostro. Esta vez fui yo quien acarició su mejilla con mis dedos. Le regalé una sonrisa cínica antes de responder.

—Nada que no pueda revertirse, mi querido Sandro. Estarás bien, pero, por ahora vamos a tener una plática muy sincera tu y yo.

—Te voy a matar, perra sucia.

— ¿Me quieres matar imbécil? —lo sostuve por el mentón —. Súmate a la lista. No eres el único que me quiere muerta.

Me puse de pie para acercarme a la amplia ventana de cristal. No podía ver a Malcom, pero sé que él si podía verme a través de la mirilla del arma.

—Primera parte de plan, cumplida. Ahora voy por las respuestas. Necesito muchas —hablé con decisión.

Me quité el pendiente. Lo lancé al suelo y lo destruí con la punta de mí tacón.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro